Europa. Tú y yo.

Ese beso era el principio y el fin del universo. Un beso que abandonó los miedos, las posibilidades. Mi boca y mi lengua, eran suyas, sin condiciones. Sentí su mano en mi nuca, acercándonos, profundizando el beso. Expresando todo lo que no habíamos podido decir en los días previos.

EUROPA.  TU Y YO.

Por: Suzanne Mayfair

Compartíamos habitación en aquel viaje por Europa.  Ella era un deleite para la vista y, hay que reconocerlo, para el intelecto también. Sus interesantes conversaciones rivalizaban con sus ojos almendrados y su cultura daba digna competencia a ese cuerpo escultural.  Compartir mis días con Luz, y especialmente mis noches, era pasar del cielo al infierno y viceversa, en cuestión de segundos.

Congeniamos inmediatamente pese a que había diez años de diferencia entre nosotras. Conversábamos de casi cualquier cosa, pero de su vida amorosa no habló ni una palabra.  Tampoco me hizo preguntas sobre ese tema, por lo que supuse que habría alguna buena razón por la que prefería dejarlo por la paz.

Por las mañanas, recorríamos los lugares de interés.  Más de una vez me descubrí contemplándola y perdiéndome por momentos las explicaciones de los guías, aunque ella no parecía darse cuenta de esa situación. Luz absorbía cada detalle de lo que oía y observaba, para después sacar conclusiones o hacer comentarios interesantes.  Me alegré de que mis pasiones fueran el arte y  la historia, o en más de una ocasión habría pasado por tonta delante de ella.

Museos, monumentos, fuentes, castillos y plazas fueron testigo de nuestros pasos.  Inmortalizamos todo lo posible con las cámaras fotográficas.  Para mi deleite, Luz parecía tener una relación espectacular con la cámara, siempre se veía magnífica, estuviera posando para una foto o no.

Por las noches, cuando íbamos a nuestra habitación a descansar, empezaba mi agonía.  Luz había adoptado una costumbre que parecía dirigida específicamente a alterar mis nervios.  Siempre salía de bañarse envuelta en una fina y corta bata de seda, sin nada debajo.  Se untaba crema en el cuerpo, se secaba el largo cabello, lo cepillaba y sólo entonces, se ponía alguna prenda para dormir que poco dejaba a la imaginación.  O si por alguna razón no entraba a ducharse pronto, se quedaba únicamente en ropa interior y solía deambular así por toda la habitación.  Yo me esforzaba por no seguirla con la mirada fija a donde quiera que fuese.

Por supuesto que Luz no tenía ninguna segunda intención al actuar de esa manera, pensaba yo, era sencillamente que estar semidesnuda frente a otra mujer, a una amiga, no le causaba mayor pudor. Pero la verdad es que a mí ella me gustaba, y mucho.  Sin embargo, no era tan sencillo descubrir si ella también se interesaba por las mujeres.  Algunas señales había,  pero tan pronto como algo parecía confirmar mis sospechas, otro detalle me ponía nuevamente en la mayor de las dudas.

París me regaló el primer contacto de su mano en mi mano.  Estábamos en el Museo D’Orsay cuando se encontró frente a frente con el trabajo de Monet.  Lilies en el estanque.  Su pintura  preferida.  Su mano aferró la mía, en silencio, diciendo con ello todo lo que no podía explicar.  El gesto me conmovió, me transmitía su emoción y admiración ante esa pintura que ella consideraba  especial.  Pensé que había sido algo imprevisto y que al darse cuenta soltaría mi mano de forma repentina.  Me equivoqué.  La percibí cómoda con ese contacto; después de un rato de estar así, Luz apretó mi mano con un poco más de fuerza y muy despacio la liberó. No dijo nada, pero a partir de ese día el gesto se empezó a repetir con regularidad.

Era una chica decidida, muy segura de sí misma y no le gustaban nada los juicios superficiales.  Una mañana, al salir del baño me encontré a Luz ya vestida y terminando de arreglarse para salir.  Tenía puesto un vestido blanco de tirantes, que le llegaba a medio muslo.  Su tono de piel, de perpetuo bronceado, contrastaba de una manera espectacular con aquella prenda.  Me quedé en silencio un momento, observándola cepillar su cabello, mientras tomaba valor para romper el encanto.

-Luz, creo que no deberías usar ese vestido hoy.

-¿Qué tiene de malo mi vestido? –preguntó con una voz seca, mirándome como si quisiera darme una bofetada.

-Te ves preciosa con él.  Sólo lo digo por el itinerario.

-No veo qué tiene qué ver.

-El recorrido de hoy incluye algunas iglesias –le respondí-.  Y los italianos son exigentes en cuanto al vestuario para poder ingresar.  Los hombros deben ir cubiertos y la falda al menos debe llegar a las rodillas, de lo contrario no te dejarán pasar.

-¿De verdad? –preguntó usando un tono de voz más suave-.  No lo sabía.

-Sí.  Verás algunos carteles en las entradas aclarándolo.   Estoy segura de que no querrás perdértelo.

-Gracias por avisarme.  Ahora mismo me cambio.

Y justo eso hizo, quedándose solamente en ropa interior delante de mí mientras buscaba en su maleta otro atuendo.  Mi respiración, como era costumbre, se fue junto con su vestido, hasta que me obligué a apartar la mirada de aquellas largas piernas.

Esa noche, Luz se sentó en la orilla de mi cama y bajó suavemente el libro que yo tenía entre las manos haciéndome levantar la mirada.

-Lo siento.

La mire confusa.

-Esta mañana fui muy grosera al responderte.  No me gusta que otras personas quieran dirigir mi vida y cuando me hiciste el comentario sobre mi vestido, bueno… no lo tomé nada bien.

-No te preocupes.

-Quería disculparme y darte las gracias por decirme cómo vestir para el paseo.  Me alegra no haberme perdido la visita a esas iglesias.  Gracias, Nairé.

Se inclinó y besó mi mejilla.  Un escalofrío recorrió mi piel y la sonrisa más tonta del mundo acudió a mis labios.

-Nada que agradecer.  Tú hubieras hecho lo  mismo por mí, ¿no?

Sólo asintió en silencio y se levantó, dándome a entender que aquello había terminado.  Pero no había terminado.  Si hubiera podido ver mi interior, se daría cuenta del acelere que había dejado en mis sentidos y que mi corazón corría desbocado.

Austria nos recibió con frío y lluvia.  Era casi medianoche cuando Luz abrió la puerta de nuestra habitación.  Llevábamos cerca de 17 horas en pie y había sido un día realmente agotador.

-La mitad de mi reino por…

Dirigí la mirada hacia donde veía ella, comprendiendo que lo que la había dejado a media frase era que nos habían asignado habitación con una sola cama.  Hay que reconocerlo, era una cama enorme, podrían dormir cómodamente cuatro personas en ella, pero Luz estaba conteniendo el aliento sin saber bien cómo expresar su turbación.

-La mitad de mi reino por tus pensamientos  –retomé su frase para romper el incómodo silencio.

-Hay una sola cama.

-Lo sé.   ¿Te molesta?

Las mejillas de Luz enrojecieron.  No estaba contrariada, sino nerviosa, preocupada.

-Sí… no… yo… bueno… es que…

-Si prefieres, podemos volver a la recepción y ver si tienen otra habitación.

Ella dudaba entre el cansancio y su inquietud.

-Me apenaría mucho hacerte pasar una mala noche.  Me muevo mucho al dormir, pateo y… no quiero molestarte.

-Por mí no hay ningún inconveniente en que durmamos juntas.  Una vez que cierro los ojos puede pasarme un tren encima y no me entero. Además esta cama es enorme, no creo ni siquiera que me entere que duermes conmigo.

Esa era una mentira de las grandes.  Yo tenía el sueño muy ligero, la que “caía en coma”  era Luz.  Más de una noche, cuando algún ruido me despertaba,  la había visto dormir revolviendo la cama.  Y esos movimientos eran los de alguien que busca a otra persona a su lado. “¿A quién echas de menos, preciosa?”

-Luz, ¿quieres que bajemos o podrás sobrevivir un par de noches compartiendo la cama conmigo?

-Yo… -bostezó, era imposible ocultar el cansancio que sentía-  ¿Estás segura de que no te importa que durmamos juntas?

“Muero por dormir contigo”

-Mientras no te apropies de las sábanas estaremos en paz, sino te echaré de la cama de una patada –bromeé.

-Trataré de no hacerlo –me dijo regalándome una de sus encantadoras sonrisas.

Nos instalamos en la habitación y pronto estuvimos listas para ir a dormir.   Yo me acosté en el lado izquierdo de la cama,  Luz se acomodó  justo en la orilla opuesta a la mía.

Un poco más tarde me despertó un movimiento cerca de mí.  Sentí que un brazo cruzaba mi cintura y alguien se pegaba a mi espalda.  La cálida y pausada respiración de Luz en mi oído envió un estremecimiento a todo mi cuerpo.  Sin dudarlo, puse mi brazo sobre el suyo, atrapando su mano con la mía.  Luz se acercó aún más, si es que eso era posible.  Disfrutando aquel contacto tan deseado, volví a dormirme.

Desperté temprano antes de que sonara el despertador, Luz aún dormía abrazada a mí.  No quería moverme, pero no sabía cómo reaccionaría ella si se despertaba encontrándose tan cerca de mí.  Con cuidado moví su brazo y salí de la cama.  Luz se volteó hacia el lado opuesto y siguió durmiendo.  Un par de minutos después empezó a moverse como era su costumbre, recorriéndose más hacia el centro de la cama.

Luz se despertó un poco más tarde y  no pareció darse cuenta de la forma en que habíamos dormido, su único comentario al respecto fue:  “¿Di mucha guerra por la noche?”,  a lo que respondí negativamente.

A la hora de ir a dormir, la noté un poco menos aprensiva que antes.  Cada una ocupó su orilla de la cama y apagamos la luz.  Una hora más tarde, Luz dormía otra vez abrazada a mí… solo que esa mañana, ella despertó primero.  El ahogado sonido que salió de su garganta y la violenta retirada de su brazo de mi cintura, me despertaron.  Pero yo fingí dormir, no quería angustiarla más.  La sentí salir rápidamente de la cama y empezar a moverse por la habitación.  Me levanté solo después de que la escuché entrar al baño.

Luz estuvo callada y distante todo el día.  Me respondía sólo con monosílabos y evitaba tocarme.  Pero era su mirada lo que más me encogía el corazón.  La angustia que transmitía era intensa, casi apagando el brillo normal de esos ojos claros.  Yo traté de ser la de siempre, de devolverle la tranquilidad, pero no tuve mucho éxito.

A media tarde llegamos a Alemania y la habitación, para tranquilidad de Luz y desilusión mía, tenía dos camas.  Teníamos el resto del día libre y la invité a tomar un café por ahí.  Tuve que insistir, pero terminé convenciéndola.  Caminamos por los alrededores del hotel y entramos en un coqueto restaurante.

-¿Qué te pasa hoy, Luz? “¿Tan terrible fue despertar abrazada a mí?”

-Nada.

-Eres muy mala mintiendo.  ¿Hice algo que te molestara?

-Claro que no, ¿por qué dices eso?

-Me has estado evitando todo el día.  No me hablas, me rehúyes la mirada. Siento como si mi presencia te molestara.  ¿Es eso?

-No.

Luz me miró a los ojos por primera vez en el día.  Parecía a punto de llorar.

-¿Entonces?

-No es nada.  Tú no has hecho nada que me moleste.

“Claro.  Te culpas por  dormir abrazadas, cuando he sido yo la que todo este tiempo he deseado tenerte en mi cama.”

-Luz…

-¿Sí?

-¿Qué pasa?

-Yo… yo… Me levanté… sintiéndome un poco rara.  Eso es todo.

-Te molestó despertar abrazada a mí –afirmé deseando aclarar las cosas de una vez.

El rostro de luz se volvió escarlata.

-¡Dios mío!  Sí te diste cuenta.  Yo… estoy tan apenada por eso –dijo con un hilo de voz-.  No quería molestarte ni hacerte pasar malos momentos.  Lo siento, Nairé.  Seguramente estarás pensando lo peor de mí.   Yo… yo…  debería pedir un cambio de habitación.  Así podrás estar tranquila sin mí.

“¿Acaso estás loca?  Yo no podría estar tranquila sin ti”.

-Luz, tranquilízate, yo no estoy molesta contigo.  Ni quiero que cambies de habitación. “No te vayas, por favor” .

-¿Lo dices en serio?

-Absolutamente.  No ha pasado nada malo y no me gusta que estés así conmigo.  Quiero verte sonreír otra vez y que hables conmigo como siempre.

Una leve sonrisa se insinuó en su rostro y después de eso, cuando Luz se calmó segura de que no había problemas, la conversación empezó a fluir naturalmente otra vez.

Aquella noche se desató una tormenta muy fuerte y nuestra habitación, en el octavo piso, se sentía vibrar por su furia.   Luz estaba aterrada y a cada trueno, ahogaba un grito y jalaba la colcha cubriendo su cabeza.

-Luz –la llamé desde mi cama-.  Ven acá conmigo.

Un trueno especialmente fuerte la hizo gritar.  Salió disparada de su cama, más cercana a la ventana, y se metió entre las sábanas que ya había abierto para recibirla.  Luz temblaba.  Se abrazó fuertemente a mí, mientras yo le acariciaba el cabello y le susurraba palabras para tranquilizarla.  Se quedó dormida mucho rato después, cuando ya sólo la lluvia golpeaba la ventana. Y yo aún me quedé despierta sintiendo su calor y su respiración acompasada.

Abrí los ojos molesta por un rayo de sol que se colaba entre las cortinas.  Luz estaba pegada a mi costado. Su mano se había metido bajo mi pijama y descansaba sobre mi pecho. “Dios, si se da cuenta de esto va a poner el grito en el cielo” .  Puse mi mano sobre la suya para moverla lentamente y evitar un desastre, pero en ese momento sonó el despertador y Luz despertó.  Casi al instante se dio cuenta de la situación.  Su rostro perdió el color y un gemido se ahogó en su garganta.  La abracé pegándola a mí como la noche anterior, mientras acariciaba su espalda.

-Tranquila –le dije serenamente-.  No hagas un escándalo.  No queremos otro día como ayer, ¿verdad? “No después de esta manera tan linda de despertar”.

-Nairé… yo…  –intentó articular alguna excusa mientras retiraba la mano de mi seno.

-No pasa nada, Luz.  Vamos a levantarnos y a disfrutar el día.  Sin culpas, sin dramas, por favor.  Promételo.

-Yo… no quería…

-Promételo.

-Lo siento.

-Todo está bien, pequeña, créeme.  Tranquila.

Besé su frente y la solté suavemente. Nos levantamos de la cama y aunque la veía nerviosa, hizo un esfuerzo por comportarse como si nada hubiera pasado.

Pero “algo” había pasado y las dos lo sabíamos.  Se podía sentir.  Una energía sexual nos rodeaba después de aquel contacto.  Ahora estaba segura de que a Luz le gustaban las mujeres y yo no le era indiferente.  Luz paseaba más que nunca a medio vestir enfrente de mí, empezó a dejar abierta la puerta del baño mientras se duchaba y más de un par de veces su mirada me hizo sentir escalofríos.  Yo intentaba mantener mis ojos apartados de ella y, sobre todo, mis manos.  Si algo habría de pasar entre nosotras, sería por decisión suya.

Tres noches después Luz entró a nuestra habitación cargada de paquetes, habíamos tomado rumbos diferentes al ir de compras durante la tarde.

-Veo que estuvieron muy bien las compras –dije contando los siete paquetes que depositó en su cama.

Ella sonrió.

-Regalitos.

-¿Llevas todo eso para regalar?  ¡Qué espléndida!

-No, son regalitos para mí. Es mi cumpleaños.

-¿Y por qué no lo dijiste antes?  Yo también te hubiera comprado uno.  Tendrás que esperar a mañana.

-Veremos… -dijo en un tono juguetón.

Me acerqué y la abracé para felicitarla.

-Vamos, muéstrame tus cosas.

Fue sacando meticulosamente lo que había comprado: vestidos, blusas, aretes, unas sandalias, un perfume… pero se reservó una pequeña bolsa.

-Esto –me dijo-, te lo mostraré después.  Lo compré con una idea específica en mente.  Ya me darás tu opinión.

Salimos a cenar, al volver Luz se puso a acomodar su maleta y después se metió al baño. Mientras tanto, yo estuve pasando canales en la tele hasta detenerme en una película que parecía tratar sobre un robo.

-Nairé, mira.

Volteé hacia la puerta del baño, para encontrarme a Luz vestida sólo con un preciosísimo coordinado blanco con bordados en negro.  El contraste con su piel bronceada era espectacular.  Recorrí con la mirada todo su cuerpo, despacio, deleitándome.  Ella se dio la vuelta para que viera también la parte posterior del conjunto.

-¿Qué te parece?

-¡Una preciosidad! “Hablo de ti, por supuesto, aunque la lencería también es encantadora”

-¿Te gusta?

-Muchísimo. “Y más cuando lo tienes puesto”. Es un magnífico regalo de cumpleaños. Si lo compraste pensando en seducir a alguien, no tengo duda de que lo lograrás.

Ella sonrió, con un brillo coqueto en la mirada.  Vino a sentarse sobre mi cama.

-¿Sabemos qué estamos viendo? –preguntó señalando la tele.

-Ni idea, creo que es de policías y ladrones. ¿La quito?

-No, déjala.

Se recargó en la cabecera de la cama, pero un momento después su cabeza estaba sobre mi hombro, yo me había acomodado para tenerla abrazada.  Las yemas de sus dedos empezaron a pasear suavemente sobre mi brazo.  Luz no decía palabra, pero un rato después posó su mano sobre mi vientre quien fue ahora el receptor de sus caricias.

Ella soltó un largo suspiro. Me giré para mirarla, sus ojos buscaron los míos.  Se separó de mi abrazo.  Tomó el control remoto de mi mano y apagó la tele.  Se sentó a horcajadas sobre mis piernas, me miró a los ojos y acercó su boca a la mía. Ese beso era el principio y el fin del universo.  Un beso que abandonó los miedos, las posibilidades.  Mi boca y mi lengua, eran suyas, sin condiciones.  Sentí su mano en mi nuca, acercándonos, profundizando el beso.  Expresando todo lo que no habíamos podido decir en los días previos.

Nos separamos sólo cuando nos faltó el aire.  Pegó su frente a la mía y, más que verla, la sentí sonreír.  Yo la abrazaba por la cintura y trazaba arabescos en su espalda.  Echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, disfrutando de mis caricias.  Fui sembrando besos en su cuello, subiendo a su mandíbula.  Luz suspiró y apretó sus brazos alrededor de mi cuello.

-Bésame –me pidió en voz muy baja-.  Llévame otra vez al cielo.

Fue un beso largo que subió rápidamente de intensidad.  Una de las manos de Luz se aferraba a mi cuello y la otra acariciaba mis piernas.   Yo sentía la temperatura de su piel aumentar.  Dejó mi boca siguiendo la línea de mi mandíbula hasta apropiarse del lóbulo de mi oreja, haciendo que una deliciosa electricidad recorriera todo mi cuerpo.

Me hizo moverme y terminamos recostadas una junto a la otra.  Los besos no paraban, las caricias tampoco.  Luz encontró la orilla inferior de mi vestido y lo fue subiendo hasta mi cintura, lentamente.  Mis manos quedaron enamoradas de la curva de su pecho turgente y lo recorrían una y otra vez.  Subió una de mis piernas sobre su cadera, me acariciaba la espalda mientras escalaba  hacia el cuello para desabrochar el nudo del vestido.   Mis manos repetían sus caricias, su boca me embriagaba y por un momento, sentí que aquello no era sino un maravilloso sueño.

Se puso sobre mí.  La lengua y los besos de Luz bajando por mi cuello me devolvieron a la realidad, su mano descendió por mi vientre, buscando calor entre mis piernas.  Sus dedos se deslizaban sobre mi ropa interior, frotando con constancia y suavidad, haciendo que me humedeciera.

Mis pezones se endurecieron al sentir sus besos.  Luz los acariciaba con su lengua, los mordía suavemente, los succionaba y me volvía loca de placer.  Me quitó el vestido y fue besando dulcemente mi vientre, bajando cada vez más.  Mi respiración agitaba no dejaba dudas de lo que yo deseaba, pero ella, con toda intención, se entretenía torturándome para llevarme al límite.

Por fin, después de depositar un sendero de besos por mis piernas, se decidió a deshacerse de la última prenda que me quedaba, que para ese momento no podía contener ya más humedad.

-Sí –susurró muy bajito-.  Así soñaba tenerte, desnuda entre mis brazos.

La acerqué a mí y la besé con intensidad.  El roce de su coordinado contra mi piel desnuda me parecía de lo más excitante.  Luz se arrodilló entre mis piernas para concentrarse en mi sexo.  Sus dedos buscaron mi clítoris y lo estimularon con decisión, de mi boca salían gemidos uno tras de otro.  Subió a besar mi cuello mientras incrementaba el ritmo de sus movimientos, yo mimaba sus brazos, sus pechos, su espalda, lo que fuera que mis erráticas manos encontraran en ese momento.  Los pensamientos me habían abandonado y sentía cómo en mi interior crecía un orgasmo que estaba a punto de estallar.

Luz metió un dedo en mi vagina que fue abrazado con fuerza.  Empezó a moverlo despacio, muy despacio, mientras masajeaba mi clítoris hasta que el orgasmo llegó como una avalancha, haciéndome lanzar un grito que debió escucharse en todo el hotel.  Mi agitada respiración tardó en regularizarse.

-¡Dios mío, Luz!  Nunca había sentido nada tan intenso.

Ella sonrió y se aferró a mí, dejándose acariciar.

-Dime una cosa –pregunté mientras tocaba su lencería-.  Esto tan coqueto, ¿era para provocarme?

-Sí.

-Y tú eres una chica que acepta las consecuencias de sus actos, ¿verdad?

-Absolutamente.

-Bien.

La recosté boca bajo y fui dejando besos por su cuello, los hombros y la espalda, sus suaves gemidos me decían que le gustaba.  Luz llevó su mano hacia atrás, para soltar el broche del sostén y que toda su espalda quedara a mi disposición.  Me situé sobre ella, mi cuerpo subiendo y bajando lentamente, acariciaba por completo el suyo.  Mis pezones erectos recorrían su espalda, provocando escalofríos con su trayecto, mis manos viajaban por su costado, mi pierna en medio de las suyas, apretando contra su pubis, la estimulaba con su suave vaivén.

Mi mano se coló bajo su cadera para acariciar su sexo sobre el bikini, en tanto mi boca jugaba con el lóbulo de su oreja.  Luz gemía cada vez con mayor intensidad.  Su cadera empezó a moverse acompasadamente, dirigiendo mi mano.

La puse sobre su espalda, el sostén voló hacia algún rincón de la habitación mientras yo me extasiaba con sus pechos.  Los acaricié con la yema de los dedos, recorriéndolos en círculos desde la base, pasando por la pequeña areola y llegando hasta el pezón que se puso rígido.  Mi boca sustituyó a mi mano y mi lengua se deleito con ellos, Luz gemía, pero yo estaba en el cielo.  Bajé mi mano, la metí bajo el bikini y su humedad me saludó.

Bajé besando y lamiendo su vientre.  Por el camino sujeté el bikini y lo envié a hacer compañía al resto del coordinado.  Me acomodé entre sus piernas, Luz las abrió más para dejarme espacio.  Pasé mi lengua entre sus labios acariciando con suavidad mientras la escuchaba gemir.  Besaba, lamía y chupaba con delicadeza.

Su clítoris estaba inflamado y muy sensible.  Lo atrapé entre mis dedos índice y medio, haciendo que ella gritara cuando los moví para estimularlo. Mi lengua se dedicó a acariciarlo con diferentes movimientos e intensidades, la mano de Luz voló a mi cabeza, aferrándome del pelo.  Mis labios envolvieron aquel pequeño botoncito y empecé a chuparlo con intensidad. Luz se acariciaba los senos con la mano que tenía libre.  Su rostro estaba encendido y su frente perlada de sudor.

La tensión de su cuerpo era evidente en cada uno de sus movimientos.  Me concentré en su intimidad, presintiendo la catarata que saldría de su interior en cualquier momento.  Mi boca no soltaba su clítoris y una de mis manos subió para acariciar sus pezones.  El clímax llegó muy pronto.  Luz apretó las piernas y mi cara junto con ellas.  Temblaba con violencia.  Se fue relajando poco a poco y subí para abrazarla, para perderme nuevamente en la dulzura de sus labios.

-¿Sabes? –me dijo cuando recuperó el aliento-  Desde que te vi me moría por besarte.

-Tardaste mucho en decidirte.

-Tendremos que recuperar el tiempo perdido.

Aquella noche casi no dormimos.

El resto de nuestro viaje fue perfecto.  Durante el día, sólo un ojo atento notaría que nuestras manos se entrelazaban con frecuencia y que, cuando nadie nos veía, solíamos robarnos un casto beso en los labios.  Por las noches hacíamos el amor con desenfreno, compartíamos besos, caricias, sonrisas y tener una o dos camas en la habitación dejo de tener relevancia, sólo usábamos una.

Sin embargo, ambas sabíamos que aquel idílico momento habría de acabar.  Luz vivía en Sudamérica, yo en el norte de USA.  Demasiada tierra de por medio y aunque yo sentía estar enamorándome de ella, dudaba si lo nuestro sería lo suficientemente fuerte para sobrevivir.

Nuestra última noche juntas estuvo colmada de besos, caricias y miradas.  Hicimos el amor con dulzura, despacio, comprendiendo que era tiempo ganado al tiempo.  Las palabras fueron mínimas.  Insuficientes para un momento así.  Por fin, el sueño venció a Luz  que descansaba su cabeza en mi hombro.

Mi vuelo salía muy temprano por la mañana, el suyo después de mediodía y como queríamos evitar despedidas complicadas, decidimos no hacerlas.  Me quedé viéndola dormir hasta que fue la hora de irme, besé su frente y salí de la habitación.  Ya un taxi me esperaba para llevarme al aeropuerto.  Habíamos intercambiado datos para contactarnos cuando volviéramos a casa, como dos buenas amigas.

Algunos días después recibí un mensaje suyo diciéndome que había regresado bien, pero que estaba por mudarse y estaría un poco atareada, que se contactaría cuando ya estuviera instalada.  Las semanas pasaron y Luz no retomó el contacto.  En cierta manera sabía que algo así ocurriría, había sido una bella historia, un amor de verano que no tenía futuro.

Volví a mi rutina, al trabajo, a atender mi casa.  Pero no podía sacarme a Luz de la cabeza.  A veces, me sentaba por horas a observar las fotografías de nuestro viaje.  La encontraba en mis sueños.  Y cada vez que revisaba mis mensajes, mi corazón se encogía al no encontrar palabras suyas.

El otoño llegó finalmente.  En el norte, la ropa abrigadora empezó a salir de los armarios, pero yo no lograba caldear mi corazón.  Una de aquellas tardes vi pasar por la acera de enfrente a una chica que paseaba un par de perros.  Me quedé observándola hasta que se perdió de vista.  No alcancé a ver su cara pues iba de espaldas a mí, pero su forma de caminar me recordaba a Luz.  Claro que era imposible que lo fuera,  Luz vivía a más de 8 000 km hacia el Sur.

El martes siguiente, al volver del trabajo, encontré al pie de mi puerta, en el porche,  un florero con dos botones de rosa blanca, mis flores preferidas.  Traía una pequeña tarjeta que decía “Pienso en ti”.  Ninguna señal de quién las enviaba.  Imposible que fueran de mi ex, habíamos terminado hace más de dos años en no muy buenos términos. Si había alguna otra persona interesada en mí, no tenía la menor idea de quién sería. “Ojalá fueras tú, Luz.  Ojalá tú pensaras en mí”.

Una semana después, una rosa más, esta vez en la ranura para meter el correo en el buzón.  Sin tarjetas, sin indicios de nada.  Aquello era muy extraño.  Pregunté a la vecina de al lado si  había notado gente en los alrededores o algún mensajero que se acercara por mi casa, pero dijo no haberse dado cuenta de nada.

Por las noches, recostada en mi cama, me preguntaba quién estaría enviando las flores.  Ninguna opción viable pasaba por mi mente, siempre mis pensamientos se encaminaban a mis fantasías. “¿Dónde estás, Luz?  ¿Habrá alguien ya a tu lado?  Te echo de menos”.

El viernes de la siguiente semana, por la tarde, estaba en el estudio cuando sonó el timbre.  El repartidor de una florería cargaba un hermoso arreglo de rosas blancas.

-Hola, buenas tardes.  Esto es para Nairé  Olivera.

-Soy yo. ¿Quién lo envía?

-Lo siento, no tengo esa información.  Pero trae una tarjeta. ¿Dónde lo dejo?

Antes de que se fuera le pregunté si él había dejado algún otro encargo en mi casa en las semanas anteriores, pero dijo que no.  Él era el responsable de los repartos a domicilio y se acordaría de entregas frecuentes en una misma casa.

El chico había puesto las flores en la mesita del recibidor.  Me senté en el mueble y abrí la pequeña tarjeta:

“Un día como hoy nació alguien muy especial que el destino volvió  la persona más importante de mi vida.  Que tus esperanzas e ilusiones se conviertan en realidad y que toda la felicidad del mundo sea tuya hoy.  Feliz cumpleaños, Nairé.  Espero que me tengas presente como yo te he tenido en mi corazón cada segundo, cada instante”.

No había firma para tan hermoso mensaje.  Evidentemente, quien me enviaba aquel obsequio me conocía un poco: sabía mi dirección, mi fecha de cumpleaños, la hora en que estaba en casa, cuáles eran mis flores preferidas e incluso quién es mi pintor favorito, evidenciado por la imagen de la tarjeta. “¿Quién eres? ¡Cómo me gustaría que fueras tú, Luz!”.

Casi una hora más tarde el timbre sonó otra vez. El sonido de la puerta al abrirse hizo que ella se volviera y me mirara expectante.  Mi rostro se iluminó y nada en el mundo hubiera podido evitar aquella sonrisa.

-Hola –dijo con timidez.

-¡Luz!

Me acerqué y la abracé, recuperando un poco de lo que me habían privado estos meses.  Me perdí en la calidez de sus brazos rodeándome, en el aroma de su perfume, en su cabeza recargada en mi hombro.  Me costó soltarla. Y aún más no besarla.

-Perdona que llegué sin avisar. Si es un mal momento puedo irme.

-No digas tonterías.  Entra.  Me alegro tanto de que estés aquí. “Y también me pregunto cómo conseguiste mi dirección”.

La tomé de la mano y la llevé dentro.  Había tantas preguntas en el aire que no sabía por dónde empezar.  La dejé un momento en la sala mientras traía dos copas de vino y me serenaba un poco.  Ahí estaba ella, en mi casa, como tantas veces había soñado, pero ¿en qué plan?

Dejé que Luz guiara la conversación, me contó de su mudanza, que había renunciado a su trabajo y del posgrado que pensaba iniciar en un par de meses; rememoramos los lugares que habíamos visitado en el verano y me pidió que le mostrara mis fotos de esos días.  Yo tenía la vieja costumbre de imprimir las fotografías, así que le traje el par de álbumes que tanto me habían acompañado aquellos meses.

-147 –dijo Luz al terminar de verlos.

-¿147 qué?

-Tienes 147 fotos mías aquí.

-Bueno… no había muchas oportunidades de tomar fotografías tipo postal, una turista curiosa se ponía siempre frente a mi cámara –respondí bromeando.  Pero sabía muy bien a lo que se refería, ella salía más que yo en las fotos.

Luz dejó los álbumes en la mesita de centro y después recargó su cabeza en mi hombro, mi brazo la apretó acercándola más a mí.  Nos quedamos en silencio un largo rato, mientras veíamos oscurecer a través del ventanal.

-¿Qué pasa? –pregunté al sentirla estremecerse.

-Tengo miedo.

-¿De qué?

-Del futuro.

-¿Por qué?

No me respondió.

-¿Sabes, Luz?  En estos meses muchas veces pensé que no volvería a saber de ti.

-Necesitaba estar sola un tiempo y descubrir algo.

-¿Y encontraste lo que buscabas?

-Sí, pero tal vez sea demasiado tarde.

-No sé qué decirte. Supongo…

-No digas nada. Al menos no ahora.  Soy yo la que tiene algo que contarte.

Se separó de mi abrazo y se acomodó para verme de frente.  Estaba nerviosa, era notorio.  Me invadió una oleada de ternura al verla así; ella siempre tan segura, tan firme, se le veía incluso un poco vulnerable.  Hubiera querido decir muchas cosas para tranquilizarla, pero era su momento de hablar.

-El día que terminó nuestro viaje, ya te habías ido cuando desperté. Estar sola en aquella habitación, dolió.  Me fui pronto al aeropuerto, mucho antes de lo previsto, porque no soportaba que no estuvieras ahí donde habías estado apenas unas horas antes.

Yo la miraba en silencio, extendí mi mano y la puse sobre su rodilla.

-Regresé a casa, te envié aquel mensaje, me mudé y pensé que con el paso de los días la agitación que sentía por dentro cuando pensaba en ti iría desapareciendo.  Pero algo dentro de mí me decía que nada sería ya lo mismo.  Tú estabas ahí siempre, aunque no estuvieras. Extrañaba tu risa, la manera en que levantas la ceja derecha cuando cuestionas algo, me hacían falta tus caricias, tus frases llenas de sentido.  Pensé que si ponía distancia contigo, silencio en este caso, todo pasaría pronto y volvería la tranquilidad a mi vida.  Lo que vivimos en Europa había sido maravilloso, pero no había promesas ni compromisos.

“¡Dios mío! Luz, ¿estoy entendiendo bien lo que me estás diciendo?”

-Con el paso de los meses me di cuenta de lo absurda que era mi decisión y que sólo me estaba lastimando con ella.  Pensé en llamarte, en escribirte, pero ¿qué derecho tenía yo a reaparecer en tu vida después de tanto tiempo de silencio?  Entonces, decidí que lo mejor era venir a verte y hablar contigo.

-Y precisamente hoy que…

-Bueno, no exactamente hoy.

-¿No?

Las mejillas de Luz se volvieron escarlata y por un momento, desvió la mirada.

-Cuéntame –le pedí con un hilo de voz-. ¿Cómo me encontraste?  No recuerdo haberte dado el domicilio de casa.

-No, no lo hiciste.  Pero sí me diste el correo electrónico de tu trabajo, fue fácil encontrar la dirección en internet.  Llegué hace casi un mes.  Fui a la empresa y esperé a que acabaras tu jornada, pensaba hablarte al verte salir, pero venías acompañada.  Te subiste a un coche negro  con una chica rubia de cabello corto, delgada, bajita.

-Allison.  Es mi asistente.

-Bueno, eso me hizo detenerme.  Me pareció que se tenían mucha confianza, te vi reír con ella y recién en ese momento pensé que para estas alturas tú podrías tener ya una relación con alguien, quizá con ella  y…

-Sigue, por favor.

-Yo…  decidí seguirlas. Ella te trajo hasta aquí, pero no se bajó, sólo te dejó en la puerta.  ¿Ves aquel edificio de allá? –dijo señalando por el ventanal-.

-Sí.

-He estado viviendo allí, alquilé un departamento cuando comprendí que esta era tu casa.  Desde entonces he estado por aquí, viéndote sin que te dieras cuenta.  Aprendí tus horarios, te vi arreglando el jardín, observé tu silueta ir y venir por la casa, descubrí que pasabas mucho tiempo en la habitación que está justo aquí arriba,  que los jueves viene tu hermana a cenar, en fin. Yo quería ver si podía acercarme sin que eso entorpeciera tu vida.

  • Te vi.   ¡Sí eras tú!

-¿De verdad?  ¿Cuándo?

-Hace unas dos semanas.  Una tarde pasaste por la acera de enfrente, traías puesto un suéter verde olivo,  paseabas unos perros, ibas hacia el otro extremo de la calle -Luz sonrió al asentir recordando los detalles -.  Vi a aquella chica y pensé que su manera de caminar era idéntica a la tuya, pero no quise creer que eras tú.

-Así han sido las últimas semanas, Nairé. Yo quería acercarme, hablarte, pero también tenía miedo de estar creándome castillos en el aire.  Sólo había una manera de saber lo que pensabas tú, así que decidí que vendría a verte hoy, en tu cumpleaños y te contaría todo esto.

-¿Cómo sabías que hoy es mi cumpleaños?

-Tu pasaporte, lo vi una vez que lo dejaste sobre la cama mientras te bañabas.

-Luz.

-¿Sí?

-He estado recibiendo flores, ¿tienes algo que ver con eso?

-Rosas blancas, tus favoritas. Sí, fui yo.

-Gracias.  Me has hecho muy feliz con ellas. “Ahora sólo dime que tú también me quieres, por favor”.

-Nairé, ¿te incomoda que te estuviera observando todo este tiempo?

-No estoy molesta, Luz.  Sólo un poco sorprendida de que te hayas tomado tantas molestias por mí. Dime  –decidí darle un pequeño empujoncito-, ¿estoy entendiendo bien lo que quieres decirme?

-Sí, creo que sí.  Estoy enamorada de ti como jamás pensé estarlo.  Estos han sido los cuatro meses más largos y tristes de mi vida, porque no estabas conmigo.   Te amo, Nairé.

Me acerqué a ella y la envolví en mis brazos, no soportaba tenerla lejos un segundo más. Volví a respirar tranquila,  se abrían las posibilidades para nosotras. Por fin la solté, quería mirarla a los ojos.  Quería besarla.

-¿Crees que podríamos tener un futuro juntas?  ¿Me quieres tú también, aunque sea un poco?

Por toda respuesta la besé. Un beso largo, íntimo, quería dejar en su boca la huella de la mía y revivir a través de su aliento.  Nuestras manos no paraban de acariciar, de celebrar el tan esperado reencuentro con la piel amada.

-Ven –le dije cuando aquel beso acabó-. Tengo algo que mostrarte.

La llevé a mi recámara.  Sobre mi cama estaba el cuadro de una mujer desnuda, recostada en una cama.  Luz ahogó un gemido al verlo.  Soltó mi mano y se acercó despacio.

-¿La reconoces? –pregunté.

-Soy yo. ¿Quién lo pintó, tú?

-Sí, en esa habitación en la que me viste pasar tanto tiempo.  Cada vez que pensaba en ti, mis manos recordaban tu piel. Por aquellos días suponía que nunca te volvería a ver y no podía imaginar una vida así. Te pinté para sentirte cerca, para no olvidar el cuerpo que tantas veces acaricié, para detener el tiempo  y que fueras siempre como cuando nos conocimos. Cuando acabé el cuadro lo colgué aquí, para tenerte junto a mí cada noche.

Me acerqué por la espalda y rodeé su cintura con mis brazos. Ella se giró y me miró a los ojos.

-Tú también pensabas en mí.  Tú también me quieres.

-Te amo, Luz.

Nos besamos con intensidad, sus manos se metieron bajo mi blusa acariciando mi cintura y subieron hasta mis pechos, apretándolos suavemente.  Yo la acercaba más, su pelvis contra la mía, la yema de mis dedos rozando la piel por la orilla de su pantalón.  Las dos ardíamos, era demasiado tiempo el que habíamos estado lejos.

La ropa era un obstáculo que pronto dejamos de lado y mi cama nos recibió, acogedora.  Quedé sobre ella, mi boca bajó a su cuello enviando escalofríos a todos los rincones de su cuerpo.  Me detuve en sus senos, besando, chupando, sus pezones se endurecieron entre mis labios como nunca los había sentido.  Mis manos recorrían su costado, suave, lentamente. Luz gemía con mis caricias.  Llevé mi mano a su entrepierna que rebosaba humedad.

Paseé mis dedos sobre sus labios mientras ella abría más las piernas, dándome acceso a su intimidad. Rocé su clítoris que estaba erecto y sensible, Luz arqueó la espalda. Su grado de excitación era tremendo y yo sabía que no se contendría por mucho tiempo.  Centré mis caricias en su clítoris, mis dedos lo recorrían en círculos como a ella le gustaba, mientras mi boca seguía disfrutando de sus pechos.

Su respiración se agitaba más a cada segundo y empujó mi cabeza hacia abajo. Me acomodé entre sus piernas y abrí sus labios con mis manos, recorriendo con mi lengua cada rincón, cada pliegue, disfrutando de su sabor que tanto había echado de menos.  Fui a su clítoris y me ocupé de él, estaba tan sensible que al rozarlo Luz temblaba de placer.  Metí dos de mis dedos en su vagina, moviéndolos con suavidad mientras sentía cómo eran abrazados con fuerza.  Soplé suavemente sobre aquel botoncito y Luz lanzó un pequeño grito.  El orgasmo estaba muy cerca, así que dejé que el movimiento de mis dedos en su interior y mi boca en su clítoris la llevaran a tocar el cielo.   La presión sobre mis dedos y la humedad que fluyó me indicaron el éxito de mis esfuerzos.

Subí para buscar sus labios, y la abracé mientras recuperaba el aliento.  Nos besamos largamente y fue ella quien después me hizo llegar al éxtasis.  Nos amamos por horas, recuperando el tiempo perdido.  El cansancio nos venció y de alguna manera nos las arreglamos para cubrirnos con el edredón, pues la temperatura estaba bajando.

Luz dormitaba abrazada a mí, yo recorría su brazo con la yema de mis dedos.  Un rato después, en medio de la oscuridad abrió los ojos.

-¿Qué hora es? –preguntó.

-Tarde, mi amor, muy tarde.

-Debería irme.

-No. Quédate. Quédate toda la vida.

FIN