Etiquetas 4: ¿quién necesita etiquetas?

Por fin probé una verga.

Los labios de Javi se rozaron con los míos. Era la primera vez que me besaba con otro tío y no noté diferencia salvo por el roce de su perilla en mi barbilla. Se apartó, me miró fijamente a los ojos y sin esperar a que yo reaccionara me besó otro vez. Ahora sí que metió lengua y yo le respondí con la mía. La sentí sólo un par de veces, lo suficiente para darme cuenta de que no me había disgustado. Se alejó definitivamente para recuperar la copa de vino.

-Bueno, ¿qué tal? -se atrevió a preguntar.

-Creo que tu perilla no me convence -bromeé.

-Mal entonces, porque es lo único diferente a besar a una tía, ¿no?

-Era broma.

-¿Entonces?

-Pues eso, que no es muy distinto.

-Claro, hombre. Es más significativo que te excites viendo penes a que beses a otro chico.

-Parece lógico.

-Y ya sólo faltará que te peten el culo y que pruebes una verga.

-Puaj -mi cara expresó cierto asco.

-No te preocupes -se rió-, que eso no lo vas a descubri ahora conmigo.

Me quedé pensativo un segundo porque Javi tenía razón. Ya sólo me faltaba probar las dos cosas que había nombrado.

-A ver, no te ralles -siguió-, que son dos cosas que puede que no hagas en tu vida. Hay muchos gays o bis “vírgenes”. Aunque que no la hayan chupado nunca me extraña, pero eso de tener su culito intacto ya te digo yo que más de uno. Y además también cuentan otros factores.

-¿Como qué?

-Pues al margen de las preferencias (eso de activo o pasivo que me comentabas antes) o de gustos (no a todos los heteros les gustas chupar chochos), puede ser algo físico.

-No entiendo.

-Coño, pues que puede ser que tengas el culo muy cerrado y te duela.

-Pero eso se abre, ¿no?

-¡Ja, ja! Qué perdido te veo. ¿Has oído hablar del vaginismo?

-Eso es que a las tías no le entra, ¿no?

-Más o menos.

-Según tú con los culos pasa igual.

-Supongo que sí. Prueba a meterte dedos -se burló.

-Qué gracioso. O el juguete ese que tiene Guillermo en su cuarto -dije sin pensar.

-¿Has registrado su habitación? -puso cara de sorpresa, pero no de enfado.

-Fue el día ese que traje a la chica y no tenía condones. Los busqué en el cuarto de Gus y entré también en el vuestro. Lo siento.

-Ah, no pasa nada. Cuando quieras te lo prestamos -retomó el tono de guasa-. No, ya en serio, no le des muchas vueltas. Todo irá fluyendo. Igual es una etapa, yo creo que estamos en la edad de eso. Yo nunca me había fumado un porro hasta que llegué a la universidad.

-Yo sí.

-Bueno, pues tú estás probando ahora otras cosas. Quizá cuando te vuelvas al pueblo conoces a una chica y te olvidas de esto. O puede que todo lo contrario, que sea sólo el comienzo y a partir de ahora prefieras a los tíos.

-¿Tú crees? -pregunté casi atemorizado.

-Ya lo irás descubriendo, no te agobies. Deja que todo vaya fluyendo y haz lo que te apetezca. Si una noche te encarta irte de cruising, pues te vas. Que una rubia se te pone a tiro, pues te la zumbas. ¿No crees que sea lo más sencillo?

-Puede que tengas razón.

-O no, pero es lo que pienso. Y yo lo pondría en práctica si no fuese por Guillermo… En fin -su rostro volvió a denotar cierta resignación-. ¿Sabes lo que me apetece a mí?

-¿Qué? -miedo me daba lo que podría proponer.

-Que nos vayamos los dos de fiesta.

Aparecimos en el garito del cuarto oscuro, ambos completamente desinhibidos. Él por ir sin su novio y yo por sentirme liberado al contar mi experiencia. “¿Sería eso lo que llaman salir del armario?”. La seguridad y comodidad que me concedía estar con Javi me llevaron a querer explorar la misteriosa parte del pub donde se follaba impunemente. Entré con algo de vergüenza, aunque más por lo desconocido que por temor a que algún tío se me echara encima o me tocara la verga. Confirmé que había un sofá en la entrada como intuí la otra vez, con tíos morreándose sin parecer que estuvieran haciendo algo más. Me adentré por un pasillo que me recordaba a los probadores de unos grandes almacenes con cubículos a los lados tapados con cortinas negras. Supe que era eso cuando llegué a uno vacío. En él sólo había una camilla forrada en negro muy similar a la de los masajistas. Después vi un baño grande en el que por fin atisbé tíos follando. Había un par de parejas, unos haciendo una mamada y la otra dándose por el culo.

Alcancé una puerta con un letrero que decía “reservado”, pero ya que estaba allí, no me iba a marchar con las ganas de saber qué era. Además, igual Javi nunca lo había visto y así podría contarle algo nuevo. Sin soltar el picaporte entorné y eché un vistazo. Distinguí a varios tíos semidesnudos, ya que algunos llevaban prendas de cuero. Se concentraban en torno a una estructura de la que colgaba una especie de hamaca ocupada por un maromo al que le estaban llenando tanto la boca como el culo. Creo que conté como cinco o seis tíos, ninguno de ellos muy atractivo.

-¿Buscas algo? -me interrumpieron.

-No, me he equivocado.

Cerré y volví sobre mis pasos. Los del baño seguían en la misma posición. La primera cabina que vi a la derecha tenía ahora las cortinas plegadas, pero al contrario que la anterior, esta no estaba vacía. Dos hombres se magreaban dirigiendo sus miradas a la puerta con la clara intención de buscar a un tercero. Me lo insinuaron sin hablar, pero continué andando. La parte del sofá estaba ahora más concurrida. Había chavales de pie como esperando, y otro se iba acercando a cada uno de ellos supongo que implorándoles una mamada o algo así. Me disponía a salir cuando éste me cortó el paso.

-Te la chupo por veinte euros.

-No, gracias.

Javi me esperaba donde le había dejado, aunque ahora estaba hablando con alguien. Me acerqué y ni nos presentó. Le dio la espalda y nos contamos. Me dijo que era un pesado que conocía de otros días tratando de convencerle de que le liase con Guillermo porque “estaba muy bueno”. Yo le narré lo que había visto, incluido el reservado, escenario de sexo salvaje más típico de una peli hardcore que de un modesto bar de Pamplona. A él le habían entrado varios, incluso uno de los camareros, quien nos estuvo invitando a chupitos el resto de la noche.

Tuvimos que coger un taxi para volver a casa debido al estado en el que nos encontrábamos. Decidió quedarse en mi piso porque no quería que sus padres, que ya habrían vuelto, le vieran en esas condiciones. Rechazó dormir en el dormitorio de Guillermo si no estaba él, así que se vino al mío. No tuvimos fuerzas ni de fumarnos el último porro, y ambos caímos rendidos. El día siguiente fue más aburrido en todos los aspectos padeciendo una resaca que nos mantuvo tirados en el sofá la jornada entera. Vimos un par de pelis y hablamos sobre el día anterior. No mencionamos mi beso, el cual anteponía ante cualquier otra reflexión, pero es que Javi tenía su propia lucha interna llegando a la conclusión de que iba a dejar a Guillermo.

-¿Me puedo ir contigo a Albacete en Semana Santa? -me propuso.

-Sabía que mis padres no pondrían objeción, así que acepté.

-Así pongo tierra de por medio.

-¿Y no crees que sospechará?

-¿De qué?

-Pues que se piense que tú y yo…

-Él cree que eres hetero, y tú no le vas a contar lo que me contaste a mí ayer, ¿verdad?

-Por supuesto que no. Eso queda entre tú y yo, al igual que el beso.

-El beso fue lo de menos.

Si acaso se me pasara por la cabeza que Javi tuviera algún interés en mí, su comentario lo desmentía abiertamente. Sin embargo, para mí el beso significó más de lo que creía en un principio. Como dije, no difería respecto al beso de una chica, pero es que era el primero; y era con Javi, un chaval con el que conecté desde el primer momento y con el que tenía muchas cosas en común al margen de que nuestras historias fueran también muy similares. Quizá la diferencia estaba marcada porque es un año mayor, un tiempo que estipulé clave a esas edades para aclarar las ideas.

-Pues entonces será la excusa perfecta -concluyó-. Argumentaré que necesito cambiar de aires.

-Joder, parece que lo tenías planeado.

-Esa peli la había visto -señaló a la tele-, así que he estado creando la mía propia. Mejor me voy antes de que llegue.

-¿Qué le digo?

-Que salimos anoche y después cada uno para su casa.

-Llévate la botella de vino que sobró.

-Joder, tú sí que estás en todo.

-Soy experto en no dejar pistas.

-¡Ya te digo!

Me levanté para acompañarle a la puerta, y antes de abrirla ¡me besó de nuevo! En realidad emulaba un beso de despedida, ¿pero en los labios? ¿Sería así siempre? Lo dudaba, así que llegué a la conclusión de que fue un beso de amistad que sólo los gays se dan, porque le hago yo eso a un colega del pueblo y me suelta dos hostias. Acordarme de Albacete me hizo pensar en la futura visita de Javi por lo que llamé a mi madre para comentárselo. Tal y como preveía, no puso ninguna pega. “Ay, hijo, qué ganas tengo de verte”. “Y yo a vosotros. Un beso”. Recogí lo poco que habíamos manchado y me fui a mi cuarto. Abrí el Messenger y vi que Fernando me había escrito el sábado: “Hola! Estás? K haces esta noche? Hola!!??”. Al momento apareció como conectado (con el tiempo supe cómo iba eso de cambiar el estado y tal, así que creo que estaba escondido esperando a que alguien interesante apareciera).

Fer: Hola!

Yomismo: Hola. Perdona, ayer no estaba.

Fer: Que pena (emoticono)

Yomismo: ¿Y eso?

Fer: Hubiese ido a tu casa.

Fer: estás?

Tuve que pensar en la respuesta.

Fer: si quieres voy hoy.

Yomismo: Llegan mis compañeros de piso.

Fer: k lástima. Me gustó que me follaras.

Yomismo: Ya no te andas con rodeos.

Fer: para k? Si a los dos nos gustó, no?

De nuevo tardé en escribir.

Yomismo: Tendremos que esperar a la próxima que me quede solo.

Fer: espero que sea pronto.

Yomismo: Pues lo vamos viendo. Tengo que irme.

Fer: ok. Un beso.

Yomismo: Ciao.

¿Otro beso? Más no, por Dios. Con los dos de Javi tenía suficiente. Me tumbé en la cama y pensé en ellos otra vez. ¡Joder, meditaba más en los besos que en las pollas! Me estaba amariconando…

-¿Hola? -escuché a través del pasillo.

-¡Aquí! -Gus apareció -. ¿Qué tal?

Me levanté a saludarle.

-Súper bien. Voy a dejar esto y ahora te cuento.

-¿Hola? -volví a escuchar.

A Guillermo ni le contesté.

-Hola -misma escena en el umbral de mi puerta.

-¿Qué tal el esquí? -pregunté sin mucho entusiasmo.

-Bien, bien. ¿Y Javi? Pensé que estaría aquí.

-No sé, hoy no le he visto -mentí.

-Hola -Gus reapareció-. ¿Qué tal el esquí?

-Bien, ¿y tú en…? ¿Dónde has ido?

-A Bilbao.

-Cierto, perdona.

¿Guillermo pidiendo perdón? Qué bien le había sentado el frío pirenaico.

No me enrollaré mucho describiendo las semanas sucesivas, pues tampoco resultaron muy interesantes. Lo más significativo fue mi viaje por Semana Santa a Albacete al que me acompañó Javi. Le cayó bien a todo el mundo: a mis padres, a mis colegas, a mis amigas… De hecho, se lió con una de ellas. Y es que ya había roto con Guillermo, pero a éste no pareció afectarle en absoluto. Es más, se comportaba de una manera totalmente desconocida: simpático, agradable, comunicativo… Llegué a compadecerle, pero no hasta el punto de convertirnos en amigos. Todo lo contrario que con Javi, con quien retomé la relación de hacía meses, si bien ya no nos veíamos en mi casa. Los fines de semana los solíamos pasar juntos. No íbamos a los bares de ambiente por temor a encontrarnos con Guillermo así que nos mezclábamos con la gente corriente en garitos de moda en los que a veces ligábamos con tías y acabábamos acostándonos con ellas. Cada uno en su casa, se entiende.

En junio nos recluimos para preparar los exámenes y no tener así que estudiar durante el verano. Javi insistió en la idea de ponerse a trabajar, lo que me animó a mí también a hacerlo para sacarme unas pelas. Le propuse que nos podríamos ir a Murcia, donde yo veraneaba, porque allí siempre buscaban gente para currar en bares, heladerías y en la hostelería en general. A él le atrajo la idea de estar en la playa, sitio asociado irremediablemente a fiesta, salidas nocturnas, cuerpos semidesnudos… Nos retenía el gasto que alquilar un piso nos pudiera ocasionar, porque la contrapartida de eso es que los alquileres vacacionales están por las nubes. Se me ocurrió que podría pedirles la caravana a mis padres y alojarnos en un camping. El plan le entusiasmó llevándonos a tomarlo totalmente en serio. Hablamos con nuestros progenitores, y aunque como siempre tienen que poner alguna pega, nos concedieron su bendición y permiso sin demasiadas trabas.

Llamé al camping que conocía para plantearle al dueño nuestra situación. No sólo nos hizo un precio de derribo, sino que además nos ofreció trabajar en el mismo camping. Javi de socorrista y yo de camarero. Todo nos estaba saliendo a pedir de boca. Ilusionadísimos nos marchamos a Albacete a enganchar la caravana, y para San Juan ya estábamos instalados. Nuestra parcela estaba en una zona apartada de los turistas, justo detrás del edificio principal del camping que albergaba el bar, el súper y las oficinas, así como un cuarto de baño en desuso que amablemente nos cedieron. La verdad es que los dueños se portaron muy bien con nosotros, haciendo nuestra estancia de lo más agradable. Incluso nos permitieron que nuestro día libre coincidiera. Era el único que podíamos ir a la playa, pues la jornada de Javi ocupaba prácticamente todo el día, pues abría la piscina de 10 a 15 y de 16:30 a 20:30. Yo podía elegir entre turno de mañana o de tarde, pero tantas horas libres sin poder disfrutarlas con Javi me resultaban estériles. Pasaba de quedarme viendo la tele o durmiendo estando en un sitio como aquel con todas las posibilidades que ofrecía. Hablé con el propietario para ofrecerle mis horas, y al final, además de camarero, acabé siendo el chico para todo, ayudando en la cocina a preparar el almuerzo, en recepción o incluso de jardinero.

Como digo, en nuestro día libre nos íbamos a la playa, siempre con resaca, pues salíamos hasta las tantas la noche anterior. Comíamos en algún chiringuito y nos tomábamos una copa en algún sitio de moda. Durante el resto de la semana también salíamos, pero a algún bar más tranquilo para no acostarnos muy tarde. Conocimos los sitios de ambiente gay e incluso alguna zona de cruising. Javi folló con tíos y con tías, pero yo me centré más en las chicas, pues a pesar de que era mi confidente, me daba cierta vergüenza que me viese con otro chaval, y pese a que anhelaba mucho follarme un culo.

Aun así lo hice una noche en un cuarto oscuro al que entré con un tío de unos treinta años que conocí en la barra mientras esperaba a Javi, que había desaparecido. Me invitó a una cerveza y hablamos un poco hasta que me pidió al oído que le follara. Oteé el lugar por si veía a mi amigo, pero no pude encontrarle entre tanto maromo. Nos adentramos en el cuarto, no muy diferente al que ya conocía en Pamplona. Me quedé estupefacto cuando distinguí a Javi en una sala rodeada de sofás. ¡Le estaban follando! Estaba apoyado en el brazo de uno de los sillones con el pantalón medio bajado mientras un tío que aparentaba ser más mayor le estaba rompiendo el culo. Él creo que no me vio, ya que fueron sólo unos segundos. Volví sobre mis pasos alterado y aturdido. Me faltó el aire porque un nudo decidió apretarse en mi garganta, mi pecho se oprimía y la sangre dejó de confluir en el cerebro, pues no fui capaz de encontrar sentido a aquello que me estaba ocurriendo. Esperé en la puerta intentando disimular mi estado ante la mirada lasciva de algunos y la indolencia de otros.

-¿Te quieres ir ya? -Javi apareció con la actitud más normal del mundo, pero mi percepción era diferente.

-Como quieras; sólo estaba tomando el aire.

Al levantarme choqué con un tío que sostenía un mini de calimocho que acabó derramándose encima de mí. Me puse completamente perdido desde el cuello hasta los dedos de los pies. Me disculpé y le pedí a Javi que entrase al local a comprarles otro. Nos agradecieron el gesto y volvimos al camping.

-Vas a necesitar una ducha -observó.

-Y tú -pensé, pero lo hice en voz alta.

-¿Yo? -se extrañó.

-Imagino que si has estado tanto tiempo por ahí habrás ligado, ¿no? -improvisé.

-Ah, por eso. Pues la verdad es que sí. Tengo que limpiarme… -señaló hacia su paquete.

Cogimos el neceser y la toalla y nos fuimos al baño. Yo pegajoso por la sangría y él… bueno, por lo que fuera. Sólo había una ducha, así que me permitió entrar a mí primero porque era más urgente y él aprovechó para afeitarse. “Ay”, escuché.

-¿Qué te pasa? -le pregunté desde la ducha.

-Que me he cortado.

No le di mucha importancia, porque todos nos cortamos de vez en cuando mientras nos afeitamos.

-¡Joder! -exclamó de nuevo.

-¿Qué? -me volví a interesar aún con el jabón encima.

-Que me sangra la oreja.

No pude evitar reírme, pero salí inmediatamente.

-¡Hala! Pero si está chorreando sangre -se había cortado el lóbulo poniendo todo el suelo perdido-. Entra en la ducha, anda.

Me hizo caso.

-A mí me pasó una vez -comenté-. No duele, pero sangra mucho.

-No, doler no duele -se iba a colocar debajo de la alcachofa.

-Espera un segundo que me aclare -me escocían los ojos por el champú.

Javi se quitó el calzoncillo y lo arrojó fuera. No pude evitar fijarme en su verga mientras me frotaba para quitarme toda la espuma. Él aprovechó mientras para enjabonarse, llegando incluso a restregarse su empequeñecido paquete como un acto instintivo y rutinario de cualquier ducha.

-Ya acabo -le avisé.

-No pasa nada.

Traté de esquivarle para salir, pero debido al poco espacio no pudimos evitar rozarnos. Mi pene acarició uno de sus muslos.

-¡Pero si estás empalmado! -advirtió.

-Mentira -me avergoncé, aunque en realidad ni me había dado cuenta. Es verdad que me fijé en su miembro, pero ya está.

-¡Mírate! -bromeó.

-Déjame, anda -traté de apartarle.

-Qué pasa, ¿qué te pongo o qué? -comentario muy desafortunado, todo sea dicho.

-Anda, ya. ¡Quita!

No se apartó y le miré directamente a los ojos. Vaya momento. Aún lo recuerdo y algo se me encoge. ¿Acaso esperábamos ese momento desde que me besó sólo por probar? ¿Su mundo se paralizó como lo hizo el mío? En cualquier caso, nos besamos. Tuvimos que hacerlo, la situación así lo requería. No podía ser otro. No podía esperar más. Nos besamos efusivamente, sentí sus labios húmedos y luego su lengua, que irrumpía con pasión desdramatizando el trance. Porque había cabida para la sensiblería, pero también para bastante más. Un momento idóneo para explorar y la persona más adecuada para hacerlo. Así que cuando noté las manos de Javi deslizarse por mi espalda alcanzando casi con disimulo el trasero, me atreví a buscar su verga para tocarla. Javi no dijo nada, por lo que se la acaricié suavemente como si se tratara de mi propio miembro. La noté endurecerse entre mis dedos, avisándome de que el momento de probar una polla había llegado.

Dejé su cara de asombro y me arrodillé. Me acerqué a ella tímidamente y la rocé con los labios de forma sutil, tomándome mi tiempo. El agua y el jabón la despojaron de cualquier sabor desconocido. Fue por ello que decidí tragármela, pero no encontré más que un trozo de carne duro y caliente que llenaba mi boca como lo podría haber hecho un juguetito de látex. No le di una tercera oportunidad y me incorporé.

-¿No te ha gustado? -inquirió en un tono neutro que se adaptaría complaciente a cualquier respuesta que yo le diese-. ¿Prefieres que nos vayamos a la caravana?

Asentí y abandoné aquella ducha. Javi comprobó que ya no sangraba y me siguió. Al llegar a la caravana fue directo a colgar su toalla. Yo me senté en mi cama y rompí a llorar como un niño chico. Me sentí un gilipollas patético, pero no podía parar. Nada más darse cuenta, Javi se acercó.

-¡Eh! Vamos, ¿qué te pasa? -su comentario denotaba verdadera preocupación a la vez que parecía sintonizar conmigo y comprender qué podía ser-. Venga, todo está bien.

Me abrazó con firmeza; sentir su cuerpo pegado al mío agarrándome resultaba de lo más reconfortante. Es lo que necesitaba después de tantos meses de ansiedades que enmascaraba fingiendo una vida normal y que trataba de llenar con todo lo que se me pusiera al alcance. Mis lágrimas querían convencerme de que la explicación a todo había llegado, definiendo por fin la etiqueta que tantos meses había tratado de marcarme. Javo me consoló, pero no llegó a animarme. Nos recostamos y cedimos al sueño aún abrazados, pero aquella noche algo entre los dos se quebró.

A partir de ahí me comporté de forma extraña e incomprensible, queriéndole culpar de todo. Porque sí, en esa situación tenía que haber alguien al que imputarle mi desasosiego. Desagradecí todo su apoyo y confianza basándome en la estúpida idea de que Javi fomentó que yo me convirtiera en aquella persona frágil e insegura. Dejando a un lado esa confusión transitoria, sí que fui un gilipollas desagradable que se comportó como un auténtico patán. Le evitaba todo lo posible, llegué a pedir a mis jefes que me dieran más trabajo e incluso no tener día libre. Javi notó mi cambio, y me preguntaba con preocupación por lo que me ocurría, animándome todo cuanto podía implicándose como un verdadero amigo. Ante mi negativo y arisco comportamiento, llegó un día en que Javi se dio por vencido, imagino que cansado de mis neuras y de que le tratara de aquella desmerecida manera.

Estropeé casi el resto del verano, haciéndolo incómodo para ambos. Él salía por su cuenta con gente que conocía en la piscina y yo me quedaba en el bar emborrachándome con los guiris que aguantaban hasta última hora. Todo más o menos rutinario hasta que llegó la última noche. Tras cerrar el bar, y como acostumbraba, me dirigí al baño para darme una ducha. Cuando abrí me encontré con la siguiente escena: el hijo de los dueños -un chaval de apenas dieciocho años- se estaba follando a Javi, que yacía sobre una banqueta de láminas de madera vieja. José Manuel se asustó de tal manera que su cara empalideció, despegándose de Javi súbitamente como en un acto reflejo. Yo estaba igualmente perplejo y no supe reaccionar.

-Entra y cierra de una vez -me ordenó Javi.

Le obedecí al tiempo que el chaval se iba recuperando, aunque tampoco sabía muy bien de qué iba todo eso, por lo que esperó a ver qué sucedía.

-Déjanos un momento, por favor -Javi se dirigió al adolescente sin moverse-. Espérame en mi caravana.

José Manuel acató la orden. Cerró la puerta tras de sí y mi amigo habló de nuevo.

-Vamos, fóllame -me dejó aún más aturdido, paralizado, sin capacidad de reacción.

-¿Estás borracho o algo?

-Venga tío -obvió mi comentario-. He urdido todo esto porque es lo que nos hace falta. No nos podemos volver mañana a Pamplona sin arreglarlo.

-¿Arreglar el qué?

-Pues tú sabrás, que ha sido quien lo ha estropeado todo.

-¿Y crees que follarte es la solución?

-Sí -contestó tajante y seguro de sí mismo.

Se incorporó quedándose sentado esperando mi reacción.

-Vamos, ven -acompañó sus palabras con un movimiento de manos para que me acercara.

Acudí finalmente a su llamada y cuando me tenía a su alcance me agarró de la cintura del pantalón empujándome contra él. Sin decir nada más, me desnudó y comenzó a chuparme la verga. Me costó rendirme al placer que su experta boca me proporcionaba, sintiendo su húmeda lengua deslizarse por mi cipote y sus labios rozándome el capullo. Quizá en conjunto no apreciaba aún su mamada, pero mi polla sí que se activó endureciéndose al ritmo que Javi imponía hasta que logró su objetivo. Y así, cuando estaba totalmente empalmado se recostó de nuevo ofreciéndome su culo, al que José Manual había ayudado a abrir. Con su mano dirigió mi verga hasta situarla justo a la entrada de su agujero. “Despacio al principio”, me pidió. Pero le agarré de las piernas y se la metí sin más provocándole un sonoro quejido que no esperaba. Una vez acoplada comencé a embestirle ajustando mi propio compás, quizá más contundente y brusco de lo deseado.

Y es que en ese instante, mientras estaba penetrando a mi mejor amigo, sentí una rabia que apenas fui capaz de controlar. Estuve a punto de abandonar y largarme haciendo otra escenita como la de llantina en la caravana. Pero no, opté por quedarme y descargar con furia en él. Le hice sufrir tanto como lo había hecho yo, destrozando su culo que resultaba ser el blanco perfecto para liberar esa rabia contenida, combinando su dolor físico con mi desconcertante pesar. Javi pareció entender mi comportamiento, y aunque se quejaba levemente, no me hizo apartarme. Es más, levantó su cabeza con la intención de besarme. Y le correspondí. Me flexioné un poco y alcancé de nuevo sus labios. Esta vez con mayor pasión que la anterior. Nuestras bocas se separaron y centré mi cólera en su pecho, pues empecé a golpeárselo con los puños al tiempo que pensaba “¿por qué me haces esto?”, sin saber muy bien si esas palabras iban dirigidas a él o a mi confundida cabeza. Fui mitigando los golpes y le besé de nuevo.

Aquel incomprensible comportamiento fue quizá parte de un proceso aun más inexplicable que parecía estar a punto de clausurarse. Me rendí a la evidencia y claudiqué al placer que mi amigo me estaba dando. Con menos violencia, pero a un ritmo vivo y estable, seguí con el mete y saca al tiempo que Javi me acariciaba, despreocupándose de su propia verga concediéndome a mí la mayor parte del disfrute. Esperaría todo lo que yo aguantase sin inmutarse salvo para decirme que me corriera dentro de él. “Te va a gustar”, me avisó. Y así fue; un indescriptible placer se apoderó de mí cuando comencé a soltar leche dentro de su culo mientras los dos nos contraíamos y un calambre recorría todo mi cuerpo culminando con un sollozo que sirvió de colofón ya no a un polvo, sino a esa turbia y embarullada etapa que comenzó meses atrás en una tranquila tarde de playa.