Ética profesional de una prostituta

Hablando sobre el oficio de la prostitución y sus vicisitudes.

No es que a una servidora le fascine el oficio, pero de algo hay que vivir. Me costó empezar no crean; ante mi primer cliente lloré, ante el segundo se me saltaron las lágrimas, ante el tercero forcé una sonrisa y el cuarto era un viejo casado tan ridículo que solté una carcajada. La experiencia que se va adquiriendo en todos los ámbitos de la vida ayuda a sobrellevar las tareas, incluso las de la "venta de carne". Mi quinto cliente, del que todavía recuerdo que se llamaba Gabi, fue un hombre que me gustó y como me trató como a una dama, disfruté de la relación con él.

Luego llegan los que te quieren sacar de la profesión y esas cosas. Con ellos hay que tener cuidado porque de románticos a veces tienen poco, son hombres a los que han rechazado otras mujeres y cuando vienen rebotados vete a saber qué te vas a encontrar. Luego sus familias no te aceptan, etc. Pero algunas de estas historias salen bien, por qué no.

De lo que quería hablar es de que una tiene que estar para todo. Que aquí también vale aquello de que el cliente "siempre lleva la razón", hasta ciertos límites claro, pero no es un trabajo para mostrar escrúpulos, y determinadas cosas aunque asquerosas, tampoco son el fin del mundo.

Llegó el día en el que por primera vez un cliente pidió correrse en mi cara. Lo pensé unos instantes y me salió un rotundo "eso te costará treinta más", a lo que él aceptó gustoso. Un rato después, ya en la cama, se subió a horcajadas sobre mi torso, se la estuve chupando y meneando sobre mis tetas y… explotó sobre mi cara. Creí que iba a vomitar, incluso dibujé una arcada, pero lo controlé. Me puso perdida, labios, nariz, ojos, pelo… Cobré bien y después me lavé con ahínco, nunca gasté tanto jabón como aquella vez. Cuando horas después se lo conté a Tatí, una compañera de profesión, esta me dijo que eso de que el semen era una "buena leche hidratante" para la piel femenina no era del todo una leyenda falsa.