¡Estuvo aquí!

Una extraña casualidad llevó a alguien a mi casa.

Nota: Mis sagas en sus blogs:

Alex: Noli me tangere: http://alexnolimetangere.blogspot.com

Pintres: Un lugar perdido: http://pintres.blogspot.com (Nico y Rufo ilustrado)

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¡Estuvo aquí!

1 – Un pueblerino solo

No todo el mundo sabe lo que es nacer y vivir toda su vida en un pueblo que, por mucho turismo que atrajese, me impedía llevar mi vida normalmente. Necesitaba conocer a un chico como yo y tenerlo a mi lado para amarlo. El sexo se limitaba a una masturbación en la cama o en el baño (con la puerta bien cerrada). Mi humilde familia no podía costearme unos estudios en la capital y necesitaba mis manos para llevar la economía adelante.

Siempre me había considerado un chico atractivo si me comparaba con el resto de los de mi edad y siempre había observado furtivamente a cada uno de ellos para obtener un atisbo de inclinación gay. Casi todos salían con una chica ya desde jovencillos y sólo tres éramos los «solterones» de un pueblo que no tenía otro atractivo que estar perdido en la sierra y próximo a unas grutas con restos arqueológicos. Me había hecho a la idea de soportar toda una vida sin el afecto, el cariño y el sexo de un chico como yo; aunque fuese un chico normal, o feo… pero cariñoso y dispuesto a recibir mi cariño.

Un fin de semana, como otros muchos, apareció por allí un autocar lleno de chicos. Venían de la capital a ver las cuevas y puedo jurar que los hubiese puesto en fila, uno tras otro, y los hubiese besado apasionadamente y les hubiese comido la polla uno a uno. Era una fantasía que no podía borrar de mi mente. Me puse en un sitio cercano, casi oculto, a observarlos detenidamente. Me volví como siempre a casa desesperado, incapaz de acercarme a uno solo de ellos a mirarlo y decirle algo; me encerraba en mi cuarto y lloraba mientras me masturbaba recordando uno de aquellos rostros. Aquella vez di un portazo antes de tirarme sobre la cama.

2 – La visita sospechosa

Se acercaba la hora del almuerzo y estaba sentado con mis padres tragándonos todas las porquerías que emitía la TV. Mis hermanas estaban sirviendo en sendas casas y no se oía otra voz que la del locutor explicando el sexo de yo no sé qué extraño insecto.

Llamaron a la puerta y me levanté a abrir. Ni siquiera tenía que decir «¡abro yo!»; mis padres daban por hecho que yo abría la puerta. Al tirar de la cerradura, apareció ante mis ojos un chico de mi edad ¡Lo vi bajar del autocar! No había expresión en su rostro. Sus cabellos eran castaños, cortos y rizados; sus ojos se entornaban un poco al esbozar una sonrisa y venía vestido con zapatillas de deporte, vaqueros y un chaquetón de pluma azul. De su mano derecha colgaba una bolsa de deporte. Exhalaba chorros de vapor de su boca al respirar. Era claramente un chico pudiente de ciudad.

  • ¡Hola! – saludó tímidamente - ¿Vive aquí Agustín?

  • ¡Soy yo! – nadie preguntaba nunca por mí - ¿Qué deseas?

Mi madre protestó tras de mí. Por la puerta entraba mucho frío, así que invité a aquel chico a pasar tragando saliva al ver sus movimientos y percibir su aroma varonil.

  • ¡Pasa, por favor! – abrí la puerta algo más -; es que entra mucho frío.

  • ¡Con permiso! – dijo educadamente -; vengo en una excursión a las cuevas y, ahora, me dicen que no hay sitio para todos en el hostal. Un chico que se llama Pepín me ha dicho que preguntara por ti aquí.

  • ¿Por mí? – exclamé extrañado - ¿Por qué motivo?

  • Me ha dicho que es tu mejor amigo – continuó – y que podrías darme una cama donde dormir.

  • ¿Una cama? – temblé mientras mis padres miraron extrañados -; arriba está el dormitorio de mis padres y el de mis hermanas y, aquí abajo – le hice señas –, está el mío ¡Ven!

Cuando se asomó a verlo abrió la boca y suspiró como sorprendido. Yo no tenía nada más que una cama en un dormitorio interior con una ventanuca que daba al patio trasero.

  • ¿Se habrá equivocado? – me preguntó - ¿No tienes más camas?

  • ¡No, lo siento! – me estaba enfermando su belleza -; te dejaría la mía, pero no tenemos sofá. En el salón sólo hay dos butacones.

  • ¡Joder! – miró a otro lado compungido - ¿Dónde me quedo esta noche?

  • ¿Cómo te llamas?

  • Soy Iván – me miró profunda pero inexpresivamente -; Pepín me ha dicho muy seguro

  • ¡Espera, Iván! – quería tenerlo allí -; uniré los dos butacones y me liaré bien en unas mantas. Usa mi cama. La vestiré de limpio.

  • ¿Cómo? – me miró extrañadísimo - ¡No puedo hacer eso! ¿Por qué nos traen a un pueblo sabiendo que no hay sitio para todos? ¿Por qué tu amigo me manda aquí? ¿Es que no sabe que no tienes sitio?

  • ¡No te voy a dejar en la calle, Iván! – lo hice pasar al dormitorio -; Pepín te ha dicho que vengas porque sabe que en este puto pueblo la gente es muy poco hospitalaria. No me importa pasar una noche ahí afuera sentado. Tú vienes a estudiar y debes descansar

  • ¿A estudiar? – se rió con mucho encanto - ¡Me importan un carajo esas pinturas! ¿Sabes? Lo que más me fastidia de no tener dónde quedarme es que sólo he venido porque me han dicho que aquí hay unas tías…

  • se mordió el labio -. No tengo problemas para ligar, pero siempre es bueno conocer a alguna que… ¡Bueno, ya sabes!

  • ¡No, no sé! – dije tímidamente -; tengo entendido que las pocas que hay sin pareja son unas estrechas, así que me parece que vas a ligar bien poco.

  • ¿Tú no tienes novia? – parecía extrañado -.

  • ¿Yooooo? – estuve a punto de descubrirme - ¡No, no! Cuando vaya a la ciudad lo pensaré… ¡No tengo tiempo! Quédate en mi cama ¡No vas a pasar la noche sobre la nieve! Yo dormiré algo junto a la chimenea.

Se movió despacio mirando la cama, la mesilla, la ventana… y volvió sus ojos para mirarme pensativo.

  • ¿Sabes una cosa, Agustín? – siguió pensando -; la cama no es estrecha. Sentiría darte la noche porque dicen que me muevo mucho, pero con que me dejes un ladito

  • ¿Un ladito? – me estaba proponiendo acostarse conmigo en mi cama - ¡Te juro que no me importa dormir en un butacón junto a la chimenea

  • Yo te juro que no voy a permitir eso – dijo -; no he venido a molestar a nadie y ya es bastante trastorno meterme en tu cama y darte la noche ¿Cómo voy a dejar que duermas en un butacón? ¡Te pagaré lo mismo que al hostal! En realidad me gusta más esta habitación.

  • No creas que pretendo negarte mi cama ni sacar dinero, Iván – me temblaba la voz -, no tienes que pagarme nada; siéntete como en tu casa.

No lo pensó demasiado. Soltó la bolsa a un lado y se acercó a darme la mano.

  • Dejaré que vayan los otros imbéciles a ver las pinturas. Me interesan menos que las de Miró. He venido sólo por si caía una chica y me entero de que no hay posibilidades… ¿Me acompañas a alguna taberna? ¡Te invito a una copa de licor para entrar en calor!

  • ¡Sí, espera! – corrí al armario - ¡Voy a abrigarme!

3 – Primera jornada

Mientras estuvimos en la taberna tomamos hasta tres copas y hablamos de todo un poco, pero se le iban los ojos tras las chicas y, a veces, exclamaba: «¡Madre mía! ¡Qué dos peras! ¡Le comía hasta los huesos!». Evidentemente era hetero y yo no estaba dispuesto a fingir diciendo aquellas mismas cosas, sino que me veía obligado a no mirarlo demasiado ni a quedarme visiblemente pasmado mirando sus ojos.

Dimos luego un paseo y procuró en todo momento eludir a sus compañeros, pero se le iban los ojos detrás de cualquier chica; hasta de las más feas

  • ¡Vente a comer a casa! – le dije -; aquí no podrás comer nada más que bocadillos o ir al hostal, que está lleno.

  • ¿Al hostal? – exclamó - ¡Deja a esos con sus pinturas rupestres! Ya que he venido y he encontrado a alguien hospitalario con quien charlar, pasaremos el tiempo juntos ¡Me caes bien! ¡No sé por qué dices que la gente de aquí es poco hospitalaria!

Almorzamos en casa y hablamos mucho, pero cuando se retiraron mis padres me pareció que se le caía la cabeza.

  • ¿Tienes sueño, verdad? – pregunté -; hablo demasiado y te aburro

  • ¡No, no! – se incorporó -; es que no he dormido casi nada y después de comer

  • ¡Échate un poco! – le dije - ¡Una siesta te vendrá muy bien!

  • ¿Yo solo? – se quedó pensativo -; vente conmigo y charlamos un poco hasta que nos durmamos.

No me lo pensé demasiado. No es que se me pasase por la imaginación tocarlo, acariciarlo o besarlo, pero si se quedaba dormido podría mirarlo detalladamente sin miedo. Acepté, me levanté y caminamos hasta mi dormitorio.

Mientras me hablaba, comenzó a quitarse ropa y se quedó en calzoncillos con una camiseta. Se desnudaba sin pensar en nada, evidentemente. Yo hice lo mismo y no le di importancia al asunto, pero tuve que disimular con trabajo que estaba empalmado como pocas veces. Echados en la cama, me preguntó algo sobre Pepín y sobre mis amistades…. Pero se quedó dormido. En la penumbra tuve tiempo suficiente de memorizar cada parte de su cuerpo que quedó al descubierto. Si su rostro me paralizaba, el resto me hizo levantarme para ir al baño. Su olor, pegado ya a mi pituitaria, no iba a poder olvidarlo nunca.

Cuando se despertó estaba bastante pegado a mí y me llamó zarandeándome.

  • ¡Agustín! ¡Despierta! – me dijo -; vamos a dar una vuelta, ¿no? ¡No vamos a estar durmiendo toda la tarde! A ver si vemos a alguna chica que merezca la pena.

  • ¿Qué merezca la pena? – farfullé -; me voy contigo, pero te advierto desde ya que te olvides de ligar.

Nos vestimos y nos abrigamos bien. Él seguía obsesionado con encontrar a una chica y, de algún modo, me estaba molestando. Tenía que hacerme a la idea de que iba a tener en casa a un tío muy machote dándome la coña con las tías a todas horas. Quizá eso influyera en que dejé de excitarme tanto al mirarlo y asumí que tenía que compartir mi cama con un sujeto al que no podría ni rozarlo insinuante ¿Qué otra cosa iba a hacer?

4 – Primera noche

Mi madre nos sirvió la cena a los dos solos. Habíamos llegado un poco tarde, cansados, hambrientos y deseando dormir. Cuando entramos en el dormitorio nos desnudamos charlando sin que mi mente me jugase ninguna mala pasada ¡Lo daba todo por imposible, claro!

Me metí yo antes en la cama, pegado a la pared, y se metió él sin dejar de hablar de chicas. En cuanto apagó la luz (le quedaba más cerca), me volví hacia la pared con intención de dormirme y fue dejando de hablar… pero no de moverse de cuando en cuando. En uno de esos movimientos me pareció sentir su rodilla pegarse a mi pierna. Me hice el dormido y no quise pensar en nada porque no había posibilidad, según deduje después de todo un día aguantando oírle hablar de chicas. Así estuvo un rato y perdí el sueño.

Intentaba averiguar por qué Pepín me lo había enviado a casa cuando se movió otra vez violentamente, como para cambiar de postura dormido, pero esta vez pegó la otra rodilla a mi otra pierna y su brazo derecho pasó sobre mi costado dejando caer su mano en mi pecho ¡La había jodido el tal Iván! (no el talibán) ¡Yo haciendo esfuerzos para olvidar que tenía a un yogur a pocos centímetros… y me abarca con su brazo! Aún perdí más el sueño ¡No podía dormirme así! ¡Iba a matarme de incertidumbre!

Pasó otro buen rato y, cuando creí que dormía, me dio la sensación de que me acariciaba imperceptiblemente el pecho, pero su polla dura comenzó a rozar mi culo. No hacía calor bajo los cobertores, pero empecé a sudar resignado en aquella tortura.

Aún pasaron varios minutos más y seguía sin poder conciliar el sueño y mortificándome intentando averiguar si esos eran sus movimientos normales en la cama o estaba soñando con una tía despampanante, cuando su mano rozó mi espalda levemente y tuve que reprimir el susto y un suspiro. Sí; el dorso de su mano estaba tocando mi espalda por debajo de la camiseta y, aunque él estuviese teniendo una pesadilla, a mí me estaba poniendo enfermo. Estaba a punto de empujarlo delicadamente para que no me echase más hacia la pared cuando entraron sus dedos entre mi espalda baja y mis calzoncillos. Cogió el elástico y tiró despacio de él hacia abajo mientras me rozaba con la polla.

¿Qué podía hacer? ¡No sabía si soñaba o trataba de follarme! Me asusté muchísimo, pero un susurro en mi oído me tranquilizó.

  • ¡Quítatelos!

Sin hablar ni volverme, tiré de mis calzoncillos hasta la mitad de mis muslos y me agarró con fuerzas por los costados con las dos manos mientras apretaba su miembro (que me pareció grande y estaba húmedo) contra mi culo. Comenzó a apretar y a aflojar, como si me follase sin metérmela. Aún así, seguí haciéndome el dormido hasta que retiró su mano derecha, se la cogió y fue resbalando su capullo por toda mi raja intentando encontrar mi agujero… ¡Pero no lo encontraba!

Estaba harto de aquella situación y pensé que las cosas saldrían por algún sitio. Comenzó a importarme un carajo si se enfadaba. Levanté mi brazo derecho, lo eché hacia atrás, le cogí la muñeca y lo fui guiando. Acercó sus labios a mi mejilla por debajo de la oreja: «¡Gracias!».

En poco tiempo, como un machote que nunca se ha follado a un tío y no sabe cómo es, estaba empujando y tirando. Tuve que mantener allí mi mano para que no se le doblase ni se le saliese. En uno de esos movimientos, sentí el dolor de una penetración bastante brusca y, notando que me había entrado, comenzó a follar apretando más y más. Yo comencé a masturbarme y apreté mi culo hacia atrás, pero él me agarraba bien y tiraba de mí. Se fue moviendo cada vez más fuerte y más rápidamente hasta que noté que temblaba mucho y se corría ¡Por fin un tío se corría dentro de mí!

Se paró y hubo un silencio en una quietud tensa. Acercó sus labios a mi rostro y comenzó a besarme y a mordisquearme el cuello mientras susurraba cosas.

  • ¡Jo, qué gusto! ¡Qué gusto! Déjame un poquito dentro, por favor

No quise contestar, pero volví despacio mi rostro para encontrar sus labios. Cuando se dio cuenta de que buscaba su boca, la apartó disimuladamente. Estaba claro que no quería que lo besase. Decidí no moverme ni hablar. Siguió apretando un poco de vez en cuando como si intentase soltar lo que le quedase dentro y su voz me estaba matando. Tuve que dejar de masturbarme para que no lo notase.

  • ¡Tienes un culo que da más gusto que un coño, Agustín! Gracias por dejarme follarte ¡Qué gustazo!

La sacó despacio y se quedó dormido. Ni siquiera quise masturbarme por no despertarlo, pero pasé casi toda la noche sin dormir hasta que caí rendido.

5 – Al amanecer

Me desperté asustado y volví mi cara despacio. Iván no estaba en la cama y, cuando me incorporé, comprobé que tampoco estaba su bolsa. Fue un despertar tan súbito que pensé que había soñado todo aquello, pero tenía los calzoncillos bajados y, levantando las sábanas, me dio olor a su cuerpo mezclado con algo más.

Me puse los calzoncillos y unos pantalones y salí casi corriendo al salón. Mis padres no habían bajado todavía y la puerta de la calle tenía la llave echada. Iván estaba sentado agarrando su bolsa. Lo miré con pavor, pero no hizo ningún gesto.

  • ¡Abre, por favor! – dijo en voz baja sin expresión - ¡Está cerrada!

Tomé las llaves de la chimenea (allí las poníamos) y le abrí la puerta. Se levantó, me miró haciendo una suave reverencia y salió. Me asomé a la calle para ver cómo se iba y ni siquiera notaba el frío estando desnudo mi pecho. Caminó despacio con su bolsa calle abajo, se paró un instante y volvió la cabeza para mirarme. Sonrió, pero siguió andando hasta que el frío me heló los huesos al verlo volver la esquina.

Entré en casa aterido y corrí al baño. No quería siquiera lavarme por no perder su aroma. Me masturbé llorando; como siempre; solo.

Me quedé dormido sobre la cama vestido y con las botas puestas. Cuando desperté salí a desayunar, me abrigué muy bien y salí corriendo hacia el hostal. Llegué casi asfixiándome cuando salía Pepín y me miraba asustado.

  • ¿Qué pasa? – tiró de mí hacia el zaguán - ¿Fue un chico ayer a tu casa?

  • ¡Sí, Pepín! – llorisqueé - ¿A quién me has enviado?

Me abrazó pegando su rostro al mío y me acarició sobre el chaquetón.

  • ¡Lo siento, Agustín! – gimió - ¡Perdóname! ¡Creo que me he equivocado! Te quiero mucho y tengo mucha confianza en ti. Quizá te he enviado a un monstruo.

  • ¿Me quieres, dices? – me retiré y lo miré impresionado - ¡Venía buscando!...

  • ¡Ese chico, Iván, no está aquí! ¿No fue a tu casa?

  • ¡Sí, claro que fue!, pero venía buscándote a ti.

No pensó que estábamos en plena entrada del hostal, acercó su boca a la mía, se pegaron nuestros labios secos y se retiró con los ojos húmedos.

  • ¡Sí, te quiero desde hace mucho tiempo!

  • ¿Me amas? – pregunté extrañado -.

  • ¡Es una tortura! – pensó que iba a enfadarme - ¡Olvídalo! ¡No digas nada de esto, por favor!

  • ¡No! Ahora que te tengo… ¿quieres que te olvide? ¡Ámame!

Cuando íbamos a salir hacia mi casa tomados de la mano, mirando al otro extremo de la plaza, subía Iván al autocar para marcharse. Nos miró sonriente desde lejos, nos saludó levantando el brazo y se fue.