Estudio Diez

¿A quién le gusta sacarse fotos de carné?

Manu y Rober entraron en el estudio donde habían pedido cita para sacarse las fotos de carné. Era una tienda pequeña abarrotada de estanterías, mostradores, ordenadores e impresoras. Un muro de pladur cerraba el escaparate, adornado por una docena de marcos de muestra y la única luz natural se colaba por los cristales de la puerta.

—Buenas tardes —les saludó una voz joven, oculta detrás de una pantalla—. ¿Los de las 17:00?

—Sí.

—Pasen por esa puerta a la trastienda —les indicó mientras se levantaba y pasaba frente a ellos, directo hacia la puerta de la calle—. Tienen un perchero por si quieren quitarse los abrigos.

Manu siguió al tendero con la mirada. Un chaval que había pasado la veintena, con el pelo castaño peinado a la moda y decorado con unas cuantas mechas rubias, imberbe, vestido con una sudadera que no disimulaba sus brazos anchos y un pantalón vaquero que se ajustaba a la forma redondeada de unos glúteos duros. Rober le metió un codazo sacándolo de su ensimismamiento; cuando Manu se volvió hacia él, confuso, se limitó a enarcar las cejas en un silencio bastante significativo.

El chaval se volvió hacia ellos, dándose cuenta que permanecían quietos en la entrada de la trastienda. Se quedó unos segundos en silencio, mirándoles. Ambos hombres estarían sobre la treintena: uno era algo más bajo, con la cabellera y la barba oscura teñida por mechones cobrizos, era ancho de hombros y el jersey de punto dibujaba la curva de una barriguita cervecera junto a unos pectorales abultados; el otro tenía el cabello negro, era alto y de cadera estrecha, en una condición física evidentemente superior.

—¿Pasa algo? —les preguntó extrañado.

—¿Has cerrado la puerta con llave?

El chico se giró hacia atrás.

—Ah, eso. La tienda la llevo yo solo, tampoco da para más. Todo el mundo tiene cámara de fotos o de vídeo, hay tutoriales en internet y la poca gente que quiere pagar algo profesional no viene al estudio a hacerse el reportaje. Aquí sólo saco fotos de DNI y edito mis trabajos, poco más —les explicó pasando de nuevo frente a ellos y abriéndoles la puerta a la trastienda—. Si conservo el local es porque es de la familia y sólo me cuesta la luz, si no haría todo esto desde mi casa. Pasad, poneos cómodos.

—Me encantaría —replicó Manu de inmediato.

El chico no lo percibió, entretenido con la iluminación de la sala y el enfoque de la cámara, pero el pelirrojo rodó los ojos ante la respuesta de su pareja.

—Contrólate un poquito, semental —le masculló al oído.

Manu se encogió de hombros.

—¿Con cuál empiezo? —preguntó el fotógrafo mientras montaba la cámara en el trípode.

—Con Manu, que tiene más ganas —replicó el pelirrojo palmeándole el culo a su acompañante.

El moreno se encaminó al taburete y se sentó frente a la cámara, mientras Rober esperaba su turno tras el cámara. Lo cierto es que el chaval era atractivo: se le notaba que tenía una buena espalda y unas piernas definidas, y había algo seductor en su gesto, especialmente cuando se concentraba. Le vio encuadrar la imagen en la pantalla digital para luego revisar la imagen a través del objetivo, tomándose su tiempo para enfocar y modificar la iso. Mientras tanto, Manu miraba con aire distraído a su alrededor, echando alguna ojeada de soslayo hacia el fotógrafo y a su pareja.

—Sonríe a la cámara, por favor —le sacó varias fotos en ráfaga—. Dame un momento.

Rober vio cómo tocaba la pantalla táctil de la cámara y ponía la vista previa de la foto. Empezó a pasar una a una, revisándolas con ojo atento y dedo rápido. Hasta que salió una imagen en blanco y negro algo más oscura. El fotógrafo se apresuró a quitar aquella imagen y regresó a las fotos de Manu, pero no lo suficientemente rápido. Se volvió hacia atrás y Rober fingió que se entretenía mirando el viejo atrezo en desuso para los reportajes de bodas y comuniones, pero lo cierto es que había visto la foto con la suficiente nitidez para tener que cruzar las manos sobre su entrepierna.

Era una foto elegante y sin duda bonita realizada en escala de grises a dos modelos bastante atractivos. La luz deslumbraba el rostro blanco y reclinado hacia atrás de uno de los modelos, sentado en el suelo y apoyado sobre sus manos con el torso resplandeciendo en un juego de sombras claras que iban oscureciéndose a medida que se deslizaba hacia su pelvis, oculta por la cabeza negra y vuelta del otro modelo, que tapaba estratégicamente la zona. Aquel otro modelo yacía tendido en el suelo apoyado sobre uno de sus brazos mientras el otro se deslizaba por el torso de su compañero, hundiendo los dedos en su piel pálida. La escena daba poco margen a la imaginación.

En cuanto el fotógrafo volvió a centrar la atención en su cámara, Rober dejó de reprimir una sonrisa depredadora y sacó su teléfono móvil. Se inclinó hacia un lado y le guiñó un ojo a Manu.

—Bueno, este ya está, puedo empezar con el siguiente.

—Sí, dame un momento. Manu, ven, un mensaje del curro—se disculpó.

Había abierto el whatsapp y había empezado a teclear. Cuando Manu se acercó le pasó el teléfono con una mirada cómplice.

—Encárgate tú, ¿vale? —y se sentó en el taburete con las manos entrecruzadas sobre la pelvis, mirando fijamente a la cámara.

Manu miró el mensaje que Rober le había dejado escrito. Alzó la mirada al trasero del fotógrafo, que volvía a enfocar el objetivo, y luego hacia Manu. Le sonrió y asintió con la cabeza. El chico sacó una nueva ráfaga de fotos y comenzó a examinarlas. Tardó un momento en darse cuenta, como si pasara de fotograma en fotograma, del gesto de su modelo. Las manos sobre su cadera se deslizaron hacia los lados plegando la tela vaquera a una abultada forma, no muy larga pero si ancha. Sintió un repentino calor invadiéndole el cuerpo.

—¿Está todo bien? —le preguntó Manu.

El fotógrafo se quedó un momento pasmado, sin saber qué responder. No le parecía lo más correcto comentar “sí, sí, todo bien, sólo es que tu novio acaba de marcar paquete mientras le sacaba fotos”. Así que optó por la versión corta.

—Sí, sí, todo bien. En media hora las tendré listas.

Pero el pantalón que llevaba puesto no era vaquero. Era un pantalón elástico que imitaba el tejido vaquero. Y el elástico se topó con un tensión repentina que Manu tomó como una señal propicia.

—Te gusta mucho la fotografía, ¿no?

—Bastante, ¿por?

—Por eso —añadió señalando a su entrepierna.

El chaval dudó un instante y optó por bromear sobre el asunto.

—Soy joven y estoy muy solo.

—Con ese cuerpo no me lo creo —le espetó Rober.

El chaval volvió a dudar. Echó un vistazo hacia el taburete y el pelirrojo seguía marcando paquete con todo el descaro, mientras que al otro ladonestaba su pareja sonriendo de oreja a oreja. La perspectiva de encontrarse en medio  del inicio de un video porno empezó a relajarle.

—Al parecer, Rober ha visto una foto muy artística y me gustaría verla también. Si no te importa, claro.

El fotógrafo empezó a reírse. Desmontó la cámara del trípode, sacó la tarjeta SD y se fue al ordenador en la esquina del estudio.

—Os tengo que aclarar que tengo novia y no me voy a montar un trío con unos desconocidos por buenos que estén y por simpáticos que sean, pero sí que me gustan las fotos artísticas —explicó cargando en el monitor la foto en blanco y negro de antes.

—Pues para ser hetero tienes un gusto artístico muy gay —le replicó el pelirrojo.

El fotógrafo soltó una carcajada.

—No soy hetero, simplemente estoy muy bien con mi pareja —el chico pasó de foto y con un gesto les invitó a mirar más—. Creía que las había borrado de la cámara, pero bueno, me alegro de que os gusten.

Había media docena de fotos con un patrón similar: una pareja de chicos atléticos posando de forma artística en posturas estratégicas que resaltaban la palidez de uno y el moreno del otro, permitiendo ver cada centímetro de piel desnuda a excepción de los genitales y los rostros; sin embargo, las seis posiciones eran claramente sexuales.

—¿Te contrataron para esto?

El chaval volvió a reírse.

—Hay gente a la que le gusta posar, sí, pero estos son unos amigos míos. Les va el exhibicionismo y a mí… —se cortó.

Manu se rió detrás de él.

—Ya veo lo que te va, ya.

El fotógrafo escuchó un ruido húmedo y lascivo a sus espaldas y se giró. Ambos hombres se besaban apasionadamente provocándole una erección dolorosa.

—¿Y cuánto dices que cobras por una sesión de esas? —le preguntó Rober.

—Depende —contestó acariciándose el bulto del pantalón elástico.

—¿De qué? —Manu siguió el juego.

El chico sonrió.

—Ya os he dicho que paso de tríos, pero a mí novia no le importa que vea porno gay. A veces lo vemos juntos.

—No sé yo si vamos a aguantar hasta que venga tu novia —musitó Manu entre beso y beso, apretando el bulto corto y grueso en el pantalón de Rober.

—Con que me dejéis usar el reportaje para mi uso y disfrute personal me vale. Os recuerdo que la tienda está cerrada, y no viene casi nadie.

La pareja se abrazó frente al fotógrafo, devorándose los labios, revolviéndose la ropa, apretando sus cuerpos el uno contra el otro. El chico sonrió mientras la sangre le palpitaba entre las piernas. Se levantó y se dirigió a una esquina del estudio, arrastrando frente a la pantalla blanca un sofá; luego volvió a por su cámara en el escritorio del ordenador.

—Ahí tenéis mi sugerencia, ¿alguna por vuestra parte?

Pero la pareja no respondió. Se separaban el uno del otro lo mínimo para arrancarse la ropa, dejando un reguero de prendas revueltas por el suelo del estudio. El chico se echó la correa al cuello y apartó el trípode mientras escuchaba los besos, los suspiros, los jadeos y los susurros de los dos hombres. El pelirrojo se recostó en el sofá y el moreno le arrancó los calzoncillos. Al levantarle las piernas, el tronco corto y grueso de su miembro se agitó al aire mientras sus nalgas peludas se abrían. Manu empezó a frotar su cadera contra el trasero de su pareja sin siquiera haberse quitado los bóxer, con el pantalón aún enredado a un tobillo. El chico sacó su primera foto.

Rober apoyó su pie en el pecho definido de Manu y lo empujó hacia atrás, incorporándose hasta colocar su rostro frente a la pelvis de su compañero. Le bajó los bóxer y buscó la punta sonrosada de una polla larga y delgada que empezó a chupar con voracidad, arrancándole jadeos de placer. Y el fotógrafo continuó con su trabajo. Cada destello de luz y cada ruido de la cámara excitaba más a la pareja: Rober cada vez hundía más centímetros de carne en su garganta con un ruido húmedo y gutural mientras las babas se derramaban por la comisura de sus labios dejando el miembro de Manu brillante y lubricado, mientras que aquel otro cada vez gemía con más fuerza mientras enredaba los dedos en el cabello ensortijado del primero y embestía con ritmo más apremiante y violento. En apenas un minuto, Rober se tragaba la polla entera de Manu con los ojos brillantes de lágrimas y el gesto distorsionado por la lujuria; Manu bufaba y embestía con rabia y sin compasión hasta el fondo de la garganta.

Entonces fue cuando el chico se dio cuenta de que Rober le miraba de tanto en tanto y que su boca abierta intentaba sonreírle. Deslizaba la mano derecha sobre su barriguita peluda mientras la izquierda agitaba frenéticamente su rabo, corto y grueso, con el capullo de un vivo tono rojo escarlata, que pedía a gritos una mamada. Manu también le miraba de vez en cuando, con las venas del cuello marcadas y un brillo bruto en los ojos; su sonrisa y sus bufidos obligaron al fotógrafo a meterse la mano bajo el elástico del pantalón para colocarse el miembro. En cuanto le enseñara las fotos a su novia, la noche se iba a volver muy movidita.

La pareja se separó. Rober se volvió de espaldas al fotógrafo, se subió de pies sobre el sofá y se recostó sobre el respaldo, abriendo bien sus nalgas. Manu se inclinó hacia delante y hundió la lengua con la misma pasión que su novio había dedicado un instante antes a su rabo, y los gemidos del pelirrojo empezaron a reverberar por todo el estudio. Comenzó a sacar fotos mientras caminaba alrededor de la pareja y se detuvo cuando contempló el gesto sonrojado y la mirada ausente de Rober, a la cual no dudó en retratar. Rober extendió la mano para tocarle el bulto en el pantalón, pero el fotógrafo se lo impidió con una palmada; luego hizo un gesto de negación con el dedo y continuó fotografiando.

Rober se puso de rodillas en el sofá y Manu escupió en su ano. Deslizó los dedos sobre su agujero, que se abrió sin apenas hacer presión. Al corazón se le sumó el índice, y poco después el anular y el meñique.

—Empálame ya, cariño —gimió con un tono entre lo desesperado y lo aburrido.

Manu no se hizo esperar y le ensartó su miembro considerable hasta que sus testículos rebotaron contra el trasero peludo de Rober. El pelirrojo gimió un grito de placer y el fotógrafo perdió una buena foto cuando un espasmo le hizo temblar el pulso y amenazó con mancharle los pantalones sin siquiera tocarse. Las tres o cuatro primeras estocadas fueron lentas y continuas, sin pausa, pero a la quinta el ritmo ya volvía a ser tan violento como en la mamada; y sin embargo, a Rober no parecía importarle. De hecho, se impulsaba contra el respaldo del viejo sofá, que crujía continuamente bajo ellos, y bamboleaba su trasero una y otra vez al compás inverso de Manu. Se mezcló el sonido húmedo, los gemidos agudos del pelirrojo y los bufidos graves del moreno con un repiqueteo constante y casi mecánico, que estaba logrando distraer al chaval de la cámara. Estaba tan caliente frente a aquel espectáculo que a veces se le iba la cabeza y se quedaba mirando absorto durante minutos cómo uno embestía y el otro recibía. Le dolía la polla y notaba la ropa interior húmeda a causa del precum. Manu sujetaba a Rober con un brazo y con la otra mano acariciaba de forma continua su rabo mientras recostaba el torso sobre su espalda y comenzaba a lamerle la nuca y morderle en la oreja. Le susurraba cosas al oído que no alcanzaba a escuchar, pero le daba igual. La única razón por la que no había comenzado a masturbarse frente al espectáculo era porque tenía las manos ocupadas con la cámara.

—Para, para, me corro… —gimió Rober.

Y Manu paró. Acto seguido se giró hacia el fotógrafo y se dirigió hacia él con paso decidido, agarrándole por el brazo.

—Ya os he dicho que no —le espetó zafándose de él.

Manu le miró a los ojos.

—Te prometo que no te vamos a tocar.

El chaval le miró algo incómodo.

—¿Qué queréis?

—Quiero que me empotre contigo mirándome a la cara —suspiró el pelirrojo.

El chico dudó. Era una petición muy rara, pero también estaba muy caliente, aunque la idea de que le tocasen le ponía algo nervioso. Pero al fin el morbo se impuso.

—Sin tocar —insistió, dejando la cámara a un lado y sentándose en el sofá.

Rober apoyó los brazos en el respaldo a cada lado de la cabeza del fotógrafo y Manu le agarró por la cadera, estacándole de forma suave y continua mientras el rostro del pelirrojo se compungía de placer. El gemido tan cercano, el aliento cálido y el aroma salado propio del sexo empezó a hacer mella en el chaval. No le tocaban y él no les tocó, pero desde aquella posición veía el rabo corto y grueso bambolearse junto a unos testículos grandes y peludos adelante y atrás, al ritmo de las embestidas furiosas y constantes de aquel hombre moreno de torso atlético, venas marcadas y gesto salvaje.

El chico empezó a masajearse el paquete de forma inconsciente. Manu volvió a deslizar un brazo entorno a la cadera de Rober y volvió a acariciar su miembro de forma apasionada y frenética, mientras la otra mano se deslizaba por la espalda del pelirrojo en caricias y suaves arañazos. Los bufidos de uno y los gemidos del otro se volvían cada vez más intensos, y el fotógrafo echaba en falta a su novia como pocas veces lo había hecho.

—¡Esperad!

La pareja se detuvo un momento, confusa, mientras el fotógrafo comenzaba a desnudarse apresuradamente arrojando las prendas lejos. Su rabo se bamboleó al aire, por fin libre, tan brillante como si hubiera recibido la mamada que le habían propinado a Manu.

—¿Has cambiado de idea? —jadeó Rober.

—No —la respuesta fue tajante, pero la continuación no tanto—. Pero no quiero que me manchéis la ropa. Seguid si queréis —añadió con un cierto tono de súplica.

Rober y Manu sonrieron mientras el pelirrojo volvía a colocarse rostro con rostro. Las embestidas de Manu volvieron a aumentar de ritmo por tercera vez, y cada empujón acercaba un poco más la cara del pelirrojo a la del joven fotógrafo, que contemplaba cómo Rober alternaba miradas lascivas y ojos en blanco, relamiéndose los labios y amenazando con caerse sobre él y devorarle la boca con la pasión que había visto antes. De repente sintió un roce fortuitito que lo hizo estremecerse, en parte molesto al sentir que abusaban de su confianza, en parte de excitación porque su rabo enhiesto marcaba cada una de sus venas suplicando por un alivio inmediato. Pero antes de que pudiera quejarse se dio cuenta de lo que pasaba. Con cada vaivén de Rober, su torso iba adelante y atrás pero también arriba y abajo, haciendo que el vello rizado y rojizo acariciara con suavidad la punta de su miembro.

Por la expresión viciosa del pelirrojo y su pareja, no sabía si aquello era o no intencionado, pero cada vez que sucedía se le escapaba un jadeo. Dejó de pensar en ello. Se agarró el pene por la base y lo sostuvo en vertical, duro y ardiendo, haciendo que rozara contra el pecho en cada movimiento que Rober describía. El pelirrojo le dedicó una sonrisa de lujuria como pocas veces había visto. Cerró los ojos pensando en su novia y aquella noche, dejando que los roces, gemidos y bufidos le sirvieran de inspiración. Un gruñido le sacó de su ensimismamiento: al abrir los ojos vio a Manu sudando, con el rostro rojo, la ceño arrugado y los labios fruncidos. Había empezado a disminuir la velocidad, pero lo compensaba metiendo empellones cada vez más brutales que acompañaba con bufidos salvajes. Y con cada embestida, Rober se desplomaba sobre el respaldo del sofá junto a la cabeza del joven, momento en el que la piel velluda suave y ardiente del treintañero rozaba el torso atlético del joven, que se agarraba el miembro con rabia haciendo uso de toda su voluntad para no masturbarse. Escuchaba los gemidos del pelirrojo en su oído, olía su piel y rozaba su cuello de vez en cuando con los labios.

Entonces fue cuando Manu rugió. Fue el empentó más violento, que hizo flaquear las piernas de Rober derribándolo sobre el chaval. Sintió un gran placer cuando su rabo duro quedó entre su propio abdomen y la barriga del pelirrojo, pero los trallazos ardientes de Manu en las entrañas de su novio provocaron que este comenzara a estremecerse de forma salvaje, agarrándose con un brazo al cuello del muchacho y con el otro al respaldo del sofá, que crujía de una forma tan ruidosa que amenazaba con romperse. El roce involuntario de aquella barriga suave que se convulsionaba de placer se combinó con la corrida disparada desde su rabo corto y grueso, que también se frotaba contra el miembro del fotógrafo. El semen ardiendo salió a presión chocando contra sus vientres y esparciéndose por todas partes, mientras el fotógrafo intentaba asirse al sofá y concentrarse en no correrse allí mismo.

Poco a poco, los bufidos y los gemidos se fueron apagando en un murmullo pesado, lento, exhausto y satisfecho.

—Gracias —le murmuró Rober al oído mientras se apartaban lentamente, recostándose cada uno a un lado —. ¿Seguro que no quieres? —añadió jadeando y señalando el miembro del chaval, al que se le marcaban cada una de sus venas.

—No, no… —jadeó, no por agotamiento sino por excitación—. Ya me habéis tocado demasiado.

—Lo siento —musitó Manu, que volvía a tener un gesto mucho más relajado—, nos hemos venido arriba. Te hemos puesto perdido.

—Ya lo veo, ya.

—Y lo siento también por el sofá —masculló Rober mientras sentía el semen de su pareja derramarse entre sus nalgas.

El fotógrafo le quitó importancia con un gesto de mano, mientras se agarraba el miembro con rabia.

—Tranquilos, lo iba a tirar. ¿Hacéis esto a menudo?

Tardaron un momento en responder.

—Nope —contestó el moreno.

—Pero no estaría mal —añadió el pelirrojo.

—Te ayudamos a recoger y nos vamos.

—No os preocupéis —jadeó, pensando en la vista en contrapicado que tendría su novia desnuda contra la pared de la entrada.

—No es una preocupación —insistió Manu inclinándose sobre él y hundiendo la cabeza en la entrepierna de Rober.

El fotógrafo volvió a temblar con violencia ante el roce de aquel torso musculado sobre su vientre y su miembro, lubcricados con el semen del pelirrojo, al que ahora se dedicaba a limpiar con lengüetazos lentos que recorrían sus testículos peludos, su tronco flácido, su capullo enrojecido y su vientre impregnado de semen. Rober reclinó la cabeza hacia atrás suspirando de placer e intentando recuperar el aliento, extendiendo uno de los brazos por el respaldo del sofá. El chaval no pudo evitar el instinto de empezar a contonear la cadera, clavando su miembro duro entre su torso y el de Manu.

—Te limpiábamos nosotros —jadeó Rober —, pero lo mismos eso ya es abusar, ¿no?

El chico se giró hacia el pelirrojo con el rostro expresando una mezcla de mosqueo y lujuria.

—Tú eres un poco cabrón, ¿no?

Rober sonrió, cerrando los ojos y gimiendo cuando Manu se metió todo el miembro flácido en la boca. El moreno se levantó relamiéndose, con gesto satisfecho por un trabajo bien realizado.

—Gracias por la sesión.

—Esto aún no ha acabado —bufó el chaval, agarrando la cabellera cobriza de Rober y empujándolo contra la cadera de Manu —. Os he dicho que nada de tocarme y no habéis hecho ni puto caso, así que ahora —masculló manteniendo la cabeza del pelirrojo presionada con el vientre de su novio con una mano mientras usaba el otro brazo para empujar su espalda tan abajo como le era posible —me debéis una.

Rober no opuso la menor resistencia. El rabo de Manu aún estaba un poco duro y empezó a deslizar la lengua por todo su largo en busca de cada gota de semen, mientras el fotógrafo presionaba su miembro duro contra su barriga. Obediente y cachondo, comenzó a sentir cómo se ponía duro de nuevo, así que se reclinó para seguir tocándose un rato más. El fotógrafo se quedó quieto bajo él y sintió sus músculos tensos esforzándose en mantenerse entre el punto álgido de placer y el orgasmo. Procuró concederle su deseo quedándose todo lo quieto que pudo, pero no paró de comerle la polla morcillosa a Manu, que ahora gemía con un tono más agudo que el de antes. Aunque no lograba ponerle duro de nuevo, agotado como estaba, el moreno se dejó hacer hasta que un nuevo trallazo salió disparado sobre las rodillas del fotógrafo y el suelo del estudio.

El pelirrojo se incorporó, recorrió su glande con un dedo y se relamió ante la mirada turbia del chaval.

—¿Cuánto dices que van a tardar las fotos? ¿Media hora?

El fotógrafo suspiró y se levantó, de camino a su escritorio.

—¿Media hora? —masculló mientras sacaba un teléfono móvil de un cajón y buscaba en la agenda el número de su novia. Y agarrándoselos con firmeza replicó— Media hora, mis cojones.