Estudiar puede ser un delito, 1

Un singular detective, Salieri, le propone a una estudiante una beca, pero para obtenerla, deberá pasar un examen previo, para el que debe prepararse y disponer de tiempo de estudio...

Una cama deshecha. Eso es lo que parecería si uno quisiera compararlo a algo, si uno quisiera hacer su retrato de un solo trazo: una cama deshecha que hablaba y se movía como un hombre. Por lo demás, aunque fuese desastrado y fuese bajito con una voz muy fea, el detective Salieri era muy amable. La primera vez que Gloria lo vio, le tomó por uno de esos profesores despistados que poblaban la universidad, sobre todo las ramas de Ciencias, lo último que hubiera podido pensar de aquél hombrecito de gabardina arrugada y corbata floja es que era policía, y menos aún, que era el famoso Salieri, el detective científico que acudía de vez en cuando a dar seminarios en Criminología. Se acercó a la barra de la cafetería de la facultad y pidió judías pintas. Gloria se las sirvió con una sonrisa que el hombrecito apenas vio, sin duda perdido en algún asunto de los que siempre le abstraían… pero a la primera cucharada, su atención se vio captada fuertemente.

Paladeó con cara de sorpresa. Miró su plato por primera vez, se metió una segunda cucharada en la boca y sonrió, dejando escapar un gemido de satisfacción.

-Oiga… - susurró con su ronca voz de motor cascado - ¿Han… han cambiado de cocinero, verdad? – A Gloria le resultó chocante que aquél hombre la tratase de usted, ella tenía apenas veinte años y una redonda cara de niña que le hacía aparentar aún menos, y aquél hombre se revelaba ciertamente mayor que ella, una camarera… todo el mundo la tuteaba.

-Sí, señor. El antiguo cocinero encontró otro trabajo y se marchó hace un par de meses.

-¿Quién ha guisado esto? – quiso saber.

-Yo. – contestó Gloria y el hombrecito sonrió abiertamente y le ofreció la mano.

-Caramba… pues permítame felicitarla, son las mejores judías pintas que he probado en mi vida. – Gloria le estrechó la mano, sonriendo ante la simpleza del que ella tomaba por un profesor, pero agradecida por su valoración. En la cafetería, todo el mundo tenía siempre prisa, querían comer rápidamente y largarse a clases, o a la biblioteca, o a… casi nadie se detenía nunca a saborear nada, se limitaban a engullir, y mucho menos se tomaban la molestia de felicitarla. Estaba a punto de contestar que se alegraba de que le gustasen, cuando entraron algunos estudiantes, y al ver al hombrecito en la barra, se agolparon para saludarle.

-¡Detective Salieri! – dijo uno de ellos - ¡Ya ha llegado usted, no lo esperábamos hasta mañana! – de inmediato, la mayoría de ellos empezaron a pedirle si podría dar alguna charla aquélla misma tarde, y el citado sonrió, diciendo que no estaba seguro, que no dependía enteramente de él… se estaba haciendo rogar un poquito porque aquello le halagaba, y se notaba. Gloria, al otro lado del mostrador, no sabía ni qué cara poner, y estuvo a punto de dejar caer el bloc de notas que llevaba para apuntar pedidos.

"¿"Éste", es Salieri…..?" Pensó la camarera. Estaba estudiando Criminología y le habían hablado del policía que daba los seminarios como de un dios… alguien increíblemente inteligente, agudo, calculador, reflexivo… y también fuerte. Desde luego, ella se lo había imaginado de otra manera. Había soñado con alguien alto, apuesto, rubio, fornido… o por lo menos, alguien que llevase la camisa bien planchada y unos pantalones cuya cintura no llegase casi a los sobacos. El auténtico Salieri era sensiblemente más bajo que ella, muy alta. Tenía un abundante pelo negro, bien lavado, sí, pero que parecía tan revuelto como si alguien se lo hubiese alborotado alegremente, y unos ojillos pequeños y que parecían de distinto tamaño, como si siempre estuviese alzando una ceja, como si sospechase de forma permanente. Su ropa estaba limpia, pero desarreglada, parecía desastrado, y su mano izquierda sostenía un cigarro a medio fumar con la ceniza peligrosamente tambaleante. Era corpulento y ancho de espaldas, pero caminaba un poco encorvado y su ropa arrugada le hacía parecer simplemente gordito aún cuando no era así. La cintura de los pantalones estaba algo alta porque él era bajito y no le gustaba arrastrar los bajos de las perneras… en una palabra: el absoluto opuesto de lo que ella había supuesto, y no pudo evitar sentir una desilusión. ¿De veras aquél hombrecillo era tan listo como se decía…..? No lo creía, la verdad.

Desde luego, la presencia física del detective la había decepcionado, pero ella sabía bien que uno no debe juzgar las cosas por las apariencias, de modo que a pesar de la desilusión, decidió darle una oportunidad, y cuando dijo que daría una de sus conferencias esa misma tarde, acudió tan pronto como acabó su turno en la cafetería…. Gloria había leído que los diamantes, en su estado bruto, pueden parecer simples pedruscos que brillan. Nada valioso, algo sucio y lleno de tierra que no parece en realidad tener valor, pero que esconden en su interior una belleza y una valía incalculables, algo por lo que muchos hombres serían capaces de matar, y realmente lo habían sido… Salieri era algo similar a esos diamantes en bruto. A simple vista, parecía un hombrecillo gris, pero subido a la tarima y contando sus casos, relatando experiencias y engañando a los estudiantes con supuestos ambiguos, enseñándoles a ver, a mirar, a escuchar… entonces, daba un giro que nadie podía esperarse. Era una persona distinta por completo, y Gloria empezó a comprender por qué sus compañeros sentían adoración por él. En un principio, ni siquiera se atrevía a levantar la mano cuando el detective hacía alguna pregunta, pero poco a poco, decidió echarle valor.

-Una cosa importante – decía en ese momento Salieri – es asumir que no todo el mundo sabe las mismas cosas; saber ponerse en el lugar del criminal, es muy importante… pongamos un caso: suponed que un químico lleva unos frascos de su laboratorio casero a la universidad donde trabaja. Como es un químico, lleva drogas en esos tarros, heroína, morfina… en el trayecto, es asesinado y los frascos desaparecen. Sin hacer ninguna pregunta, ¿cuál sería la primera impresión, de quién sospecharíais en primer lugar? – Varios compañeros levantaron la mano y el detective señaló a uno de ellos.

-De un toxicómano. Sabía que llevaba drogas y le mató para robárselas.

-Es una teoría – asintió – Pero no es acertada. ¿Alguien más? – Gloria levantó la mano, y vio en los ojos de Salieri que éste había reconocido a la chica de las judías, y la señaló.

-No ha sido un toxicómano…. Yo creo que ha sido alguien de su entorno, un químico como él, o al menos alguien que conoce bien su trabajo.

-Más aproximado – admitió el policía con una sonrisa - ¿pero porqué?

-Porque… porque si la víctima es un químico que traslada los frascos de un laboratorio a otro, no va a tenerlos etiquetados como "Heroína", sino que los tendrá clasificados por su fórmula química. No creo que un toxi, sepa la fórmula de esa droga, así que tiene que haberlo matado alguien que sí la conozca, y pretenda hacernos creer que lo mató un drogadicto. Por eso pienso que hubo de ser alguien de su entorno.

-Perfecto – Salieri dio una palmada con gesto de aprobación – Muy bien, señorita

-Gloria.

-Señorita Gloria. Esto es importante, que sepáis ver las cosas desde distintos puntos de vista y poneros en el lugar de un sospechoso, pensar como pensaría él… - la conferencia siguió, y Gloria contestó en más ocasiones, siempre era capaz de explicar las cosas que el detective proponía, pero había algo que no se podía explicar a sí misma: porqué le gustaba tanto que Salieri le dedicase una sonrisa cada vez que ella contestaba bien.


-Perdón, ¿la señorita Gloria, por favor…? – Al día siguiente, Salieri acudió a la cafetería, pero esta vez no para almorzar, sino para ver a la joven. Con gesto distraído, Simón, el encargado, le señaló una puerta, y el detective, sin recelar nada, la cruzó.

-¡Hey! – chilló Gloria saltando rápidamente tras el biombo del vestuario.

-¡Oh! ¡Dios mío, lo siento! – Salieri se volvió de espaldas colocándose una mano junto a la cara, pero ninguno de los dos había sido bastante rápido; Gloria se estaba cambiando para marcharse y estaba sólo en bragas, y claro está, ni ella esperaba que entrase nadie sin llamar, ni él esperaba encontrarse lo que se encontró, y por un fugaz momento, los pechos de la joven habían entrado en su campo visual, así como sus bragas azules. El detective estaba muy apurado, pero la estudiante soltó la risa floja. – Lo siento… - repitió él – me dijeron que aquí podía encontrarla, pero no esperaba que usted… será mejor que espere fuera.

-No tiene importancia, pero la próxima vez, si ve una puerta cerrada, mejor llame antes de cruzarla… No se marche, los dos somos adultos, detective. Ya se puede usted volver.

Salieri la miró sólo a los ojos cuando se giró. Gloria llevaba los cabellos sueltos, de color entre castaño y naranja que le llegaban casi hasta la cintura, y estaba ya vestida, llevaba un vaquero y una blusa muy suelta, llena de bordados tribales que dejaba un generoso escote, pero él no sucumbió a la tentación de mirarlo. Gloria se dio cuenta de su esfuerzo y sobre todo de su amabilidad, y al mirarle a los ojos, descubrió que uno de ellos, no se movía con normalidad.

-Deseaba verla por un asunto que quizá le interese… - empezó a hablar, pero la joven le cortó.

-Detective, usted me acaba de ver medio desnuda. No pienso dejar que un hombre que ha visto más cosas de mi cuerpo de las que vio mi último novio, me siga tratando de usted. Eres una especie de profesor, pero ahora también eres una especie de amigo, y mis amigos me tutean. – Salieri pareció un tanto apurado, lo de apear el tratamiento no acababa de resultarle cómodo, pero lo hizo.

-Pues verá… verás – se corrigió – Sobre la conferencia de ayer… De los chicos que estudiáis Criminología, muchos acaban haciéndose detectives privados, una carrera muy digna, pero también muy arriesgada y en la que resulta difícil ganarse la vida si uno no cuenta con financiación, con una cantidad importante que le ayude a empezar… otros, hacen algún curso puente y acaban haciéndose abogados criminólogos, o escritores de novelas policíacas, lo que también está muy bien… pero cuando me encuentro a alguien que veo que tiene verdadero talento, como el que tú demostraste ayer… me gusta recordarle que tiene a su disposición la beca de Criminología de la Policía.

-¿Beca? – la palabra era música en los oídos de Gloria. Ella había tenido que posponer sus estudios dos años para pagar la matrícula, la estancia, los libros y los primeros gastos, y ahora trabajaba a media jornada para poder seguir sus estudios, también cogiendo la mitad del curso… ni ganaba mucho, ni sacaba mucha nota, así que la posibilidad de tener una beca y poder dedicarse sólo a sus estudios era un sueño dorado. Salieri sonrió al ver su interés.

-Sí, parece que te interesa – la joven asintió vigorosamente – Dentro de cinco días hay un examen de solicitud, nada especialmente difícil para ti…. Si lo pasas, te concederán la beca, a cambio de que, cuando concluyas tus estudios, trabajes al menos un año para la policía. Es cierto que el sueldo es de prácticas y el horario es completo, así que no ganarías mucho en ese tiempo, pero a cambio, tendrías los estudios pagados

-¡Acepto! ¿Qué hay que hacer, dónde tengo que inscribirme? – Salieri sonrió ante el entusiasmo de la estudiante y le ofreció la mano, que Gloria estrechó con las dos.

-Nada, yo personalmente me ocupo de todo. Tú sólo tienes que estudiar mucho y sacar una nota muy alta éste viernes.

-Lo haré, descuida, ¡gracias por pensar en mí! – sin poder contenerse, la joven se inclinó y besó fugazmente los labios del detective, que se quedó helado por un segundo. Pero Gloria ni siquiera lo vio, salió del vestuario dando saltos… hasta que Simón la llamó.

-¡Eh, bailarina! – gritó con voz grosera - ¡Recuerda que esta tarde tienes turno hasta las nueve! – los castillos de Gloria se derrumbaron en un segundo. Trabajar a media jornada era un término un poco amplio para lo que hacía, porque con mucha frecuencia, Simón tenía que tirar de ella para turnos de todo tipo, en especial cuando fallaba alguien, cosa que sucedía bastante a menudo… los otros estudiantes que trabajaban en la cafetería lo hacían para sacarse un dinerito extra, no lo necesitaban tan perentoriamente como ella, y no les importaba si Simón los echaba a la calle… ella sólo podía tragar. A no ser que

-No se me olvida, Simón… estaré aquí a las cuatro. – Contestó.


Esa tarde, Gloria acabó prácticamente agotada, pero feliz. A pesar de ser lunes, los estudiantes de la facultad de Magisterio estaban de tertulia fuera de la cafetería, con guitarras y entraban de vez en cuando a por sándwiches de máquina. La cocina estaba ya cerrada, Simón personalmente la cerraba, igual que la despensa, que el muy desconfiado jefe tenía con trampa: una púa en el pomo. Cualquiera que intentase abrirla y que no perteneciese al personal, se heriría con ella, y con esa marca podría reconocer a cualquiera que intentase colarse y sisar comida… entre los chicos del personal, el coger de vez en cuando algo prestado, se consideraba parte del salario.

Gloria salió de la cafetería a las nueve y mientras esperaba que Simón cerrase y se fuese, como un cuarto de hora más tarde, se dirigió a los dormitorios de Magisterio. En el pomo de la puerta de uno de los compañeros, Velasco, colocó una chincheta de punta, sujeta sólo con pegamento de barra. Después regresó y estuvo todo el tiempo con los chicos de Magisterio que estaban por allí, en especial Velasco, al que conocía un poco, un tipo que gustaba de traspasar límites para hacerse el machito, aunque en realidad, no lo fuera mucho.

-Es una pena que hayan cerrado la cafetería, ¿no tenéis hambre?… - dijo Gloria a una de las chicas, que estaba sentada cerca de Velasco.

-Sí, la verdad. Estos sándwiches de plástico no valen nada. – Casi enseguida, el resto de las chicas empezaron a decir que ellas también tenían apetito, pero nadie quería irse hasta la cafetería de fuera de la universidad que seguía abierta, era un camino demasiado largo… finalmente, Velasco propuso hacerse el héroe y entrar en la cafetería pequeña.

No era especialmente difícil, la puerta de entrada podía forzarse con un simple clip doblado, porque Simón no temía que nadie de la universidad fuese a robarle. En primera, él retiraba la recaudación todos los días, jamás dejaba nada de dinero allí; la universidad tenía su propia vigilancia, nadie podría pasar desapercibido si se llevaba un "souvenir" de la cafetería; lo único que había realmente para robar era comida, y su sistema de la púa en la puerta marcaría a quien se atreviese a tocarla… pero Gloria sabía que, aunque ése fuese su objetivo, no llegaría tan lejos. Velasco entró en la cafetería oscura, pero al abrir la puerta de la cocina, saltó la alarma y el chillido se oyó en varios kilómetros a la redonda, Velasco salió huyendo y Gloria, entre risas, entró a desconectar la alarma, ella era la única que sabía hacerlo.

-Mira, es de aquí – dijo a Velasco, y la desconectó del cuadro eléctrico que había junto a la puerta. – Otra vez que intentes robar comida, acuérdate de avisarme antes. – El joven no tenía ganas de entrar de nuevo a intentarlo ni arrastrado, pero a Gloria le había dado la ocasión suficiente. Apenas se marchó, ella no necesitó ni treinta segundos para entrar en la cocina, abrir la espita del gas, abrir la puerta de la despensa y encender la luz, que estaba estropeada y a cada tanto daba un chispazo, cerrar la puerta de la cocina, salir y cerrar la puerta de la cafetería. Luego se despidió de todos y salió corriendo a buscar a Salieri.

Mientras tanto, Velasco regresó a su dormitorio, humillado por la vergüenza de la alarma, y al agarrar el pomo de su puerta, soltó una maldición. La sangre le goteaba por la palma, donde tenía una chincheta clavada hasta el fondo.

-¡Me cago en la mar! – gritó, sacándose la chincheta y lanzándola lo más lejos que pudo - ¿quién habrá sido el gracioso…?

-¡Salieri, buenas noches! – Gloria sabía dónde estaría el detective, en la sala de estar de los profesores. En la universidad, muchos maestros tenían allí una residencia porque vivían lejos del centro de estudios, y les era más cómodo vivir allí durante los meses lectivos que alquilar un piso. En la residencia, había una amplia sala de estar donde se podía encontrar a los profesores fuera de horas lectivas, lo que podía ser útil para consultarles algo en especial o hablar con ellos en privado, si bien el conserje del edificio vigilaba que tales visitas fueran lo menos frecuentes posibles… en éste caso, Salieri, que se alojaba allí durante las semanas que duraban sus seminarios, dejaba dicho que recibiría a cualquier estudiante que desease verle, así que no pusieron ningún problema a la joven Gloria cuando pidió verle.

-¡Buenas noches! – sonrió el detective, dejando su apestoso cigarro en un cenicero por un momento. - ¿Qué te trae por aquí? ¿Quieres un café? – dijo, señalando el servicio de café que había en la mesa en la que estaba sentado, mientras jugaba al ajedrez contra un enemigo imaginario.

-Bueno… si no es mucha molestia. Venía a preguntarte sobre el examen del viernes, ya sabes… ¿hay preguntas de cultura general, es todo Criminología…?

Salieri le sirvió el café, solo, y empezó a explicarle acerca de las materias sobre las que versaba el examen de beca. Aproximadamente unos diez minutos más tarde, se produjo la explosión.

-¡Dios mío! – Gloria saltó de su silla, y no fue la única. Salieri se volvió hacia la ventana e incluso hizo ademán de colocarse frente a la joven, pero no hizo falta. Enseguida reinó el caos, y todo el mundo salió de sus dormitorios para ver lo sucedido. La cafetería pequeña había explotado.


A la mañana siguiente, el fuego estaba ya apagado y todo estaba en una calma más o menos normal. Las clases habían comenzado con un orden bastante aceptable, si bien todo el mundo hablaba del accidente. Era una suerte increíble, decían algunos, que la explosión hubiese sucedido de noche, cuando no había nadie en la cafetería, y los alumnos de Magisterio que andaban por allí estaban lo bastante lejos para no haber sufrido más que un susto. Salieri, sin nada mejor que hacer, curioseaba por allí.

-¿Se sabe cómo ha sucedido? – preguntó a los del atestado del seguro, que andaban tomando notas, mientras Simón negaba con la cabeza, con expresión de intensa frustración.

-Una explosión de gas. Alguien se dejó abierta la llave, y después… una chispa eléctrica, y bum. Lo único asombroso es que los daños no hayan sido realmente muy graves. – El tipo del seguro tenía razón. La cocina estaba destrozada, sí, y la zona de la cafetería había sufrido también daños, pero no severos. Con una mano de pintura, estaría perfecta, la cocina era realmente lo peor. "Lástima de judías pintas…" pensó. Y entonces se le ocurrió.

-Señor Homobono – dijo, dirigiéndose a Simón, el jefe de la cocina. – Perdone que le moleste, sé que no es un buen momento, señor, pero… ¿podría hacerle algunas preguntas?

El jefe de la cafetería pareció a punto de negarse, pero tomó aire y asintió.

-Gracias…. Verá, puede decirme… ¿fue usted quien cerró anoche la cafetería?

-Sí, detective, como todas las noches.

-Supongo que no será posible que haya olvidado accidentalmente cerrar el gas

-Nunca lo olvido… mire, venga. – Simón le llevó entre los restos calcinados de la cocina. En una pared ennegrecida, se veía una tubería con una llave. – Allí está la llave. Está abierta, pero le garantizo que yo la cerré.

-¿No está muy alta? – preguntó Salieri, extrañado. Alzando una mano, él mismo no podría alcanzarla.

-La puse así precisamente para evitar que nadie pudiera abrirla o cerrarla sin querer al pasar. La otra opción, era que estuviera frente a la cocina, y no quise que estuviera en una zona de paso. Yo tampoco llego bien, por eso tenía el taburete.

-¿Qué taburete?

Simón salió a la zona de cafetería y volvió con un… él lo llamaba taburete, pero en realidad era un escalón simplemente, que tenía tras la barra.

-Éste. Yo lo uso mucho porque la cocina está llena de altillos, se ahorra mucho espacio, pero no se llega a ningún sitio… Así también me forzaba a recordar si había apagado el gas, porque siempre lo tengo en la cocina, pero cuando cierro el gas, me lo llevo detrás del mostrador, precisamente porque puedo tardar mucho en irme… si veo el taburete en la cafetería, el gas está apagado. Si está en la cocina, es que aún sigue encendido.

-Ya veo… Y, ¿sabe si había alguna fuga de gas, alguna tubería que pudiese estar vieja, señor?

-No, pasamos la inspección del gas todos los años, la última hace menos de cinco meses, todo estaba perfecto… - Salieri cruzó los brazos y se llevó el índice a los labios, pensativo. – Detective, no se devane la cabeza… Los del seguro querrán agarrarse a un clavo diciendo que he sido yo para cobrar, pero yo sé quién ha sido.

-¿De veras?

-Creo que ha sido Velasco, Toño Velasco.

-¿Quién es ese chico?

-Un estudiante de magisterio… un pinta y un vago, que le gusta presumir ante las chicas, le he puesto en evidencia más de una vez, porque intentó tangarme con el cambio o llevarse algo sin pagarlo. Me la tiene jurada, y dicen que anoche intentó entrar aquí. Seguro que ha sido él. Y lleva en la mano su culpabilidad.

-¿Su culpabilidad, se refiere…? – preguntó Salieri, y Simón sonrió.

-¿Ve la puerta de la despensa…? – Salieri asintió. Lo que quedaba de puerta, estaba aún en el marco, cerrando muy deficientemente una despensa inútil en la que casi todo se había quemado o saltado por el aire – Ábrala.

Salieri sonrió y se acercó a la puerta. Miró inquisitivo al dueño del bar y éste asintió. El detective se cambió de mano el cigarro y dirigió la derecha al pomo redondo, pero al intentar agarrarlo, retiró la mano como si quemara, reprimiendo un gemido, y se llevó la palma que le sangraba, a la boca para lamerse la herida que le había causado la púa. Simón se reía a carcajadas.

-¿Ve lo que quiero decir? ¡Velasco tiene que llevar en la palma una herida idéntica! – Salieri sonrió, aún dolorido y se tapó la herida con el pañuelo.

-Tiene… tiene usted aquí un buen sistema de seguridad, señor.

-Buena falta me hace, no crea. El dinero me lo llevo todos los días, pero le sorprendería saber lo tragones que pueden llegar a ser los chicos.

-Pero, dígame… si tiene una alarma sonora, ¿porqué esto?

-Porque cuando suena la alarma, la policía, o la seguridad del complejo, tardan en llegar… y ellos protegerán el dinero, o los muebles, pero si alguien se lleva un queso, o un trozo de jamón, es más fácil que hagan la vista gorda, y a mí la comida no me la regalan, detective.

-Entiendo…. Bien. Será mejor que haga una visita al tal Velasco. – Simón le ofreció la mano para estrechársela, y Salieri hizo ademán de dársela, pero se lo pensó mejor y antes se la cogió con la izquierda para verificar que no tenía nada punzante en ella, y luego se la estrechó, entre las risas de ambos.


Gloria estaba en su cuarto estudiando en plena concentración. Tenía abiertos dos libros frente a sí, uno de su carrera y otro de consulta que había sacado el día anterior de la biblioteca, y tomaba notas de ambos en su cuaderno, subrayaba, hacía esquemas y memorizaba. Tenía los oídos tapados con unas orejeras para que no la molestase ningún ruido exterior, y sin duda por ello, Salieri tuvo que llamar tres veces hasta que ella le oyó.

-Pasa, por favor – sonrió la joven cuando le abrió finalmente la puerta.

-No te robaré mucho tiempo. – contestó el detective cuando le estrechó la mano, viendo que ella estudiando con ganas. – Sólo quería preguntarte… ¿Conoces a un chico llamado Toño Velasco?

-¿Velasco, el de Magisterio…? – "Me ha mirado las manos, se ha delatado. Creo que sospecha de mí" - Sí, claro. Un gamberrete que estudia a costa de sus papaítos la carrera que él creyó más fácil para tirarse cinco años de fiesta jugando al mus, ¿porqué?

Salieri se rascó pensativamente una ceja, mientras Gloria ponía un marcapáginas en el libro de la biblioteca y lo cerraba, para evitar perder la página, porque tan pronto como dejó de sujetarlo, se cerraba, y no quería dejarlo abierto boca abajo en la mesa por temor a que se estropeara.

-Porque… me han dicho que anoche fue él quien entró en la cafetería.

-Salieri… - la joven agarró del brazo al detective y le hizo sentarse en la cama, con ella a su lado - ¿Me estás diciendo que fue él quien… quien voló la cafetería?

-No estoy seguro. Al parecer, dijo que iba a entrar a robar comida, pero apenas entró, sonó la alarma… y tú estabas allí y la desconectaste.

-Sí, es cierto. Oí la alarma sonar y me acerqué, y le descubrí saliendo de la cafetería. Desconecté la alarma y volví a cerrar.

-¿Tienes tú también llave de la cafetería?

-No hace falta para cerrarla, basta pegar un portazo y el cerrojo cae y se cierra sola. – Gloria movió el brazo para indicar cómo se cerraba la puerta de un golpe, y sus pechos, libres de cualquier sostén bajo la holgada camiseta que usaba, se bambolearon graciosamente… los pezones se pusieron erectos al instante por el roce con la tela, y el detective cerró los ojos y volvió a sus anotaciones, perdido por un momento el hilo de sus pensamientos.

-Eso está claro… lo que no entiendo, es lo del escalón.

-¿Qué escalón? – quiso saber la joven.

-El escalón que Simón utiliza para abrir y cerrar el gas, la llave está tan alta, que sólo puede alcanzarse subiéndose a él.

-¿Y qué pasa con él?

-Pues que no estaba donde debería… está, pero estaba en la zona de la cafetería, y la llave del gas está en la cocina. Por lo que me ha dicho Simón, él siempre la deja allí, en la cafetería, porque así, ya sabe que ha cerrado el gas, así que Velasco debió haber abierto la puerta de la cocina, sonó la alarma, buscó la llave del gas, vio que estaba demasiado alta, buscó el escalón, lo usó para abrir la llave… y todo eso, ya sería bastante extraño, pero, ¿devolver después el escalón a su sitio? No lo entiendo. Sin duda estaría nervioso oyendo la alarma, ¿para qué iba a poner el escalón donde estaba…?

-Salieri, no te devanes la cabeza con eso… - contestó ella amablemente dándole unas palmaditas en la mano herida. – En primera, Velasco sabe bien donde está la llave del gas y quizá también el escalón porque estuvo saliendo con una chica que trabajó de camarera y a veces entraba a verla a la cocina. Como Simón lo echaba de allí, por eso le cogió tirria. En segundo lugar, es cierto que la llave está alta, pero Velasco es más ágil que Simón, le bastaría con dar un saltito… y en tercera, creo que ya sabes que Simón tiene la puerta de la despensa con trampa… quienquiera que haya sido, tiene que llevarlo en la mano…. Como tú. Pobrecito, qué gracioso se cree Simón con su trampa, ¿verdad? – y antes de que pudiera contenerla, le besó en la herida. Salieri sintió un extraño escalofrío desde debajo del apósito hasta su estómago, recorriendo toda su columna, y no supo bien qué cara poner cuando la joven, mirándole a los ojos, frotó la mano de él contra su mejilla suave, con una gran sonrisa.

El detective sonrió y, tan educadamente como pudo, tiró de la mano para que ella lo soltara. Pegó una nueva calada a su puro, y se levantó.

-No te entretengo más, sólo quería ponerte al corriente de que no creo que tengas que volver al trabajo en un par de semanas, hasta que reparen la cafetería. Así podrás aprovechar para estudiar.

-Sí, la verdad, me va a venir muy bien… - "Lo ha dicho distraídamente, como quien no quiere la cosa… pero lo ha hecho para ver cómo reacciono. Sé que sospecha de mí". – Pienso dejarte asombrado incluso a ti, ya verás la nota que saco, no te pienso defraudar.

-Así lo espero. – El detective y la joven se miraron durante unos segundos. Salieri sólo transmitía inocencia, pero la mirada de Gloria encerraba un reto, un "¿a que no me coges…?", expresado con un punto de tierna picardía que pareció poner nervioso a su visitante, porque éste sonrió más abiertamente y retiró la mirada. Saludó con la mano y se marchó.

"Apostaría a que sabe que he sido yo." Pensó Gloria, ya a solas, sentada de nuevo frente a los libros "No sé cómo lo sabe, pero yo tengo móvil y tuve ocasión, y aunque tenga coartada perfecta, soy quien más provecho saco del cierre… Sabe que he sido yo. Pero no puede probarlo. Y en cierta manera, creo que le asusto un poco, porque sabe más cosas… sabe que siento debilidad por él, sabe que me gusta, y eso le descoloca." Y de nuevo, llamaron a la puerta, y esta vez, le oyó a la primera y le pidió que pasase él mismo.

-Sólo una cosa más, acerca del examen… ¿qué estás consultando?

-"Psicología del crimen organizado" – contestó la joven alzando el libro de la biblioteca.

-Ah, muy bueno, conozco a éste autor…. Te será útil.

-¿Querías saber algo más…? – tanteó ella.

-No, nada, sólo me picó la curiosidad por saber qué libro era, te lo estás tomando muy en serio. – Gloria sonrió.

-Debo hacerlo, va en ello todo mi futuro. Sin una beca, tal vez no pueda seguir estudiando. Y quiero agradecerte que hayas confiado en mí. – su tono era abiertamente cariñoso, y Salieri sonrió casi paternal antes de marcharse de forma definitiva.


Al día siguiente, hacía muy buen tiempo y la hierba recién cortada olía muy bien en los alrededores de la facultad de Magisterio. Muchos estudiantes leían o simplemente disfrutaban de los primeros días cálidos primaverales tendidos en el césped, y Salieri paseaba entre ellos preguntando por Velasco, a quien finalmente le señalaron, estaba tumbado también él en la hierba, besando a una chica con tanta pasión como si el mundo se fuese a acabar mañana. Lógicamente, no le sentó demasiado bien cuando la silueta del detective se recortó en el sol y preguntó educadamente que, no quería molestarles, pero si podía hacerle unas preguntas a Velasco

-Diga, qué quiere. – Toño Velasco no estaba de muy buen humor por la interrupción, la chica se despidió de él y se marchó casi corriendo, y el joven estuvo a punto de mandar a la mierda al detective, pero le conocía y sabía que tenía un rango muy similar al de un profesor; era necesario tener con él un poco de respeto.

-Sólo hacerte un par de preguntas… de rutina. ¿Puedes decirme porqué entraste anoche a la cafetería?

Velasco palideció. Le gustaba dárselas de valiente y rebelde, pero no lo era ni de lejos.

-¡Yo no volé la cafetería! ¡No fui yo, lo juro! – dijo.

-Cálmate, hijo, sólo quiero saber qué pasó en la cafetería, nada más. – Sonrió Salieri, sentándose en el césped a su vez.

-Las chicas… tenían hambre, y me retaron a entrar a robar algo… y yo acepté… no toqué nada, se lo aseguro. Apenas crucé la puerta de la cocina, empezó a sonar la alarma, pegué un brinco y me asusté, corrí hacia la puerta, tropecé con una silla y me caí… luego llegó Gloria riéndose, desconectó la alarma y me marché corriendo.

-¿Cómo te has hecho esa herida? – preguntó el detective, viendo que el joven llevaba un esparadrapo en la mano izquierda.

-Un gracioso puso una chincheta en el pomo de mi puerta anoche. – Salieri pensó unos momentos, y vio que el joven se llevaba la mano al paquete de tabaco que había dejado en la hierba, prendía el cigarrillo y lo sostenía con la mano herida.

-¿Eres zurdo? – Velasco asintió, y el detective empezó a sonreír y se dio una palmada en la frente.

-¿Qué pasa?

-¡Zurdo….! ¿Cómo abres las puertas? ¿Con qué mano?

-Con la izquierda… así. – el joven giró la mano izquierda abriendo un pomo imaginario, y el detective dio una palmada de triunfo.

-Pierde cuidado, ya sé que no fuiste tú. – y se marchó. Velasco no entendía qué había pasado, pero se quedó bastante más tranquilo.