Estudiante de intercambio (Parte 2 y final)
Última parte del relato. Nuestro protagonista recibe una sorpresa más que, ésta vez sí que sí, acabará de la forma muuuuuy caliente.
Llegamos a casa, entramos por la puerta de la cocina y vimos que, en una nota sobre la mesa nos habían dejado la siguiente nota: “Hemos salido al cine, la cena está en el microondas. Volveremos sobre la una de la noche.”
Como estábamos cansados del día que habíamos pasado, decidimos darnos una ducha rápida, cenar y ver una película. Mientras Jack echaba un vistazo a la colección de DVDs yo me fui para el cuarto de baño.
Haciendo honor a la verdad, he de decir que en la casa había tres: Uno abajo, apenas un aseo básico, y dos arriba, el grande y el de la habitación de Nick y Elisabeth (los padres de Jack)
Yo me subí al de arriba, al grande, que tenía un plato de ducha enorme y una bañera casi titánica. Las paredes de azulejo azul claro y la encimera de mármol blanco invitaban a visitarle antes que al resto.
Me quité la ropa y preparé la toalla y las alfombras. Me miré en el espejo: Tampoco era alguien del otro mundo, sin mucha musculatura, pero bien definida. A pesar de mis diecinueve años, no tenía mucho vello en el cuerpo. Incluso la zona del pene tenía una discreta mata de vello sobre éste y conforme bajaba a los testículos, perdía toda su fuerza y se convertía en una pelusilla que era el orgullo de mis masturbaciones, pues me ponía a mil rozar esa zona mientras me la meneaba mirando algún que otro vídeo ocasional… Ya me entendéis.
Sin darme cuenta se me había empezado a poner morcillona y, a decir verdad, hacía casi un mes que, entre preparativos, viaje y adaptación, no me había masturbado, y con cualquier cosita me calentaba como las vaporetas.
Así que decidí dejarme de bobadas y darme la ducha antes de que se me empalmara del todo y acabase empotrando a Jack contra la estantería de las películas.
Me metí dentro del plato de ducha, gradué el agua a una temperatura templada y me empecé a duchar. El agua me caía por la cabeza y me resbalaba por toda la espalda hasta llegar al culo, por dónde pasaba y acababa cayendo a chorro vivo por mis testículos.
Cogí el champú y me enjaboné el pelo de la cabeza, cerré los ojos para que no me escociesen, y me masajeé con la yema de los dedos. Otra vez la tenía morcillona y mis diecisiete centímetros querían salir a dar un paseo después de casi un mes.
De repente se abrió la puerta del baño. Era Jack, que había escogido una película de temática gay para ver esa noche. Me pareció más que oportuna la idea y le dije que por mí, sin problemas.
Cuando sentí cerrarse la puerta, pensé en voz alta, pero en un susurro “cuando te pille, te voy a dejar el culo como un bebedero de patos de lo caliente que me tienes, capullo”. Casi me salía más natural decirlo en inglés que en castellano, así que éste lo reservaba para hablar con los de mi casa, en España, cuando los mandaba mensajes por facebook.
Ya no había remedio, pensar en follarme a Jack y sentir cómo me caía el jabón de la cabeza por todo el cuerpo me había puesto a mil y estaba bien empalmado. La tenía dura a reventar. Y otra vez más pensé en voz alta, tratando de tranquilizarme un poco “que remedio, me tendré que hacer una paja o no va a haber nadie que me pare esta noche…”
-Eso déjamelo a mí…
Abrí los ojos a la vez que daba un respingo. Jack corrió la puerta del plato de ducha y entró en ella, completamente desnudo; en todo su esplendor.
Aunque, como todo buen británico, era blanquecino, las pecas de su cara, que era los más oscuro de su piel, le hacían el rostro más bello que me había mirado.
Su cuerpo era toda una sorpresa: se le notaban todos los músculos del cuerpo, pero los de la espalda me volvían loco, todos bien definidos, pero no en exceso, pues no iba al gimnasio. Sus piernas también tenían los músculos marcados y, sobre ellas, una polla morcillona, sin vello por ningún sitio.
Yo me había quedado medio paralizado ante la sorpresa de ver allí a Jack, metido en la ducha conmigo, con una pícara sonrisa en la cara y sin apenas rastro de ese chico que había llamado mi atención por el halo de misterio que le otorgaba esa timidez con la que, poco a poco, se había hecho el dueño y señor de mi corazón.
Me abandoné a la situación.
Nos acercamos y nos besamos con furia contenida, con pasión, casi haciendo arder al agua que nos caía desde la alcachofa de la ducha.
Le metí la lengua en la boca y sentí cómo se estremecía entre mis brazos. Él bajó la mano derecha y me agarró por las nalgas. Yo bajé las manos por su espalda, que me ponían a mil. Le empecé a besar el cuello y noté cómo algo al lado de mi polla comenzaba a subir, y subir ¡y subir! Calculé que unos veintiún centímetros…
Al final sí que iba a resultar que Jack era una enorme caja de sorpresas.
De repente tomó la iniciativa y se puso de rodillas, me la agarró y sin más rodeos, se la metió en la boca. Comenzó a mover la lengua y la mano, con la facilidad de quien come un chupa-chús.
Le agarré la cabeza y comencé a marcarle el ritmo que más a cien me ponía y le empecé a follar la boca. El ritmo era suave y él no dejaba en ningún momento de mover la lengua rozándome una y otra vez el glande, con ansia. Alzó la vista y me miró fijamente a los ojos y con un movimiento de cabeza, se la tragó entera, ¡y hasta sacó la lengua para lamerme los huevos!
Si no tomaba medidas, me iba a correr a la voz de ya, así que le quité la piruleta de la boca, le puse de pié y me lancé derecho a por esos veintiún centímetros.
No quise ser menos y, no sin cierta dificultad, conseguí metérmela toda en la boca y se la comí como nunca. Para ser los dos nuevos en eso, la verdad, no lo hicimos nada mal.
Yo notaba como con cada vaivén de mi cabeza y con cada lametazo de mi lengua, disfrutaba como un loco y abría la boca, gozando de cada segundo, de cada movimiento.
-Para un poco, que me corro…
No le hice ningún caso y, sin previo aviso, mi dedo anular comenzó a rondar alrededor de su ano. Hice algo de presión y noté que entraba fácilmente. Metí apenas un poco y noté cómo Jack empezaba a temblar, así que comencé a chupársela más rápido. Mi boca y mi lengua iban a la par y mientras tanto, la punta de mi dedo anular también hacía su trabajito.
Cuando supuse que se iba a correr, metí el dedo entero y presioné por la pared donde está el punto G de los hombres. Jack empezó a gemir de placer y, sin previo aviso, se me llenó la boca de semen. Me tragué todo lo que pude, pero seguía saliendo a un ritmo más rápido del que podía tragar. Hasta siete trallazos de lefa conté.
Cuando pareció terminar, me puse de pie, y le besé de nuevo la boca, todavía con restos de su semen en ella y en ese momento, él me metió la lengua y no dejó ninguna parte sin recorrer, saboreando los dos a un tiempo la calidez y la textura de ese flujo corporal que, dicho sea de paso, nos apasiona tanto.
-¿Te has corrido tu?- me preguntó.
-Me has dejado a medias.
-Ya veremos…- y otra vez afloró esa sonrisa picarona en su cara- Fóllame.
No di lugar a que me lo repitiera. Se dio la vuelta y se apoyó contra la pared de la ducha. Cayéndole el agua por toda la espalda, giró la cabeza hacia mí y me guiñó un ojo:
-Cuando quieras- me dijo.
Me acerqué a él. Sentía cómo el agua nos resbalaba a ambos por el cuerpo. Acerqué mi cabeza a su cuello, saqué la lengua y le lamí el cuello de arriba hacia abajo. Apunté mi polla hacia su culo, la apoyé contra su ano, que no necesitaba más dilatación y comencé a penetrarle. Entró con facilidad y en apenas un par de empujones, entró hasta la bandera.
-¿Te duele?
-No… sigue… no pares
Dicho y hecho, comencé a follarme ese culo. Primero despacio, recreándome en cada centímetro que mi polla encontraba a su paso, como reconociendo el terreno, antes de empezar a acelerar el ritmo. Los dos jadeábamos de placer y entonces le abracé por detrás y él volvió la cabeza para besarme.
Entonces se me ocurrió que quería verle la cara mientras se la clavaba y le di la vuelta, le sostuve en el aire con mis manos, agarrándole por el culo, él me rodeó la cadera con sus piernas ey seguimos follando. Él se relamía los labios con la lengua y entonces nos miramos fijamente.
Empecé a embestirle más violentamente, cada vez con más rapidez y furia hasta que Jack puso los ojos en blanco y se corrió por segunda vez. Al verle correrse, me dio un escalofrío por toda la columna y me corrí dentro de él.
No sé cuánto tiempo estuvimos mirándonos a los ojos, tras habernos corrido, pero entonces sentimos que nuestros cuerpos necesitaban reponer fuerzas después del ejercicio y terminamos de ducharnos, jugando con el jabón de nuestros cuerpos, riendo como niños en una piscina en pleno agosto.
Si alguien nos hubiera visto, nuestra alegría se les hubiese contagiado, tan seguro como que lo que había entre Jack y yo no era ni sexo, ni amistad, ni amor. Lo nuestro era una total entrega, una total confianza y una silenciosa promesa de amor eterno entre los dos.
Cuando nos secamos y cenamos, nos sentamos en el sofá del salón y nos pusimos a ver la película que Jack había elegido, abrazados y en una nube de la que nada ni nadie nos hubiera podido bajar.
La película acabó sobre las doce y media de la noche. Muertos de sueño, nos fuimos a dormir cada uno a nuestra habitación.
Cuando me estaba empezando a quedar dormido, Jack me llamó desde el quicio de la puerta:
-¿Puedo dormir contigo? No me hago a dormir solo sabiendo que estás en la habitación de al lado.
-Pero, ¿y tus padres? ¿Qué pasará cuando vengan del cine con tu hermano?
-Ellos ya sospechan que soy gay, y no sé por qué algo me dice que el que ellos salgan al cine con mi hermano, no es por que tengan ganas de ver una peli, no sé si me explico…
-¡Vaya!- no pude aguantarme la risa al darme cuenta de los planes de los padres de Jack- Pues ven aquí- le hice un gesto, señalando la cama.
Le hice un hueco, entró en la cama, se acomodó entre las sábanas y se abrazó a mí, como si de un oso de peluche se tratara.
A mí me importaba muy poco lo que dijeran de mí o lo que opinaran. Tal vez fuese más cobarde que Jack, que había decidido salir del armario, tal vez porque sabía que yo le apoyaría incondicionalmente, pasara lo que pasase.
Así pues nos quedamos dormidos los dos. Mañana será otro día y… ¿quién sabe lo que nos traerá el sol con sus nuevos rayos de esperanza? Sólo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, a disfrutar de todo un verano por delante, que, sin duda, nos lo merecemos. Por una vez en diecinueve años, ambos nos merecíamos ser felices.
Bueno, pues hasta aquí este pequeño relato que espero os haya gustado. Gracias de antemano por vuestras valoraciones y espero encontrar inspiración para, si os ha gustado mi forma de escribir, seguirlo haciendo de vez en cuando, contándoos historias como estas o únicamente con sexo puro y duro (sin las partes románticas). Gracias a los que habéis leído las dos partes ¡y hasta la próxima!