Estudiante de intercambio
(Capítulo introductorio. No sexo) Un chico se va de intercambio a una casa a las afueras de Londres donde conocerá, sin proponérselo, a su gran amor. Pero... será todo tan bonito como dicen los cuentos de disney?
EL ESTUDANTE DE INTERCAMBIO
Después de doce días como estudiante de intercambio, yo mismo me asombraba con la rapidez con la que mi mente se había acostumbrado a hablar en inglés y, lo más desconcertante: lo entendía todo.
Esa fue la parte más difícil y ya estaba casi superada. Estaba en casa de una familia que vivía a las afueras de Londres, en una casa con jardín que parecía sacada de una película Hollywoodiense. Era preciosa.
La familia estaba formada por el padre, la madre, tres hijos, un perro y un gato.
Yo había llegado a esa casa porque su hija se había empeñado en ir a España y, por cómo estaba su habitación, en la que yo me alojaba, lo de esa chica era pasión pura. Casi el noventa por ciento de los objetos decorativos de la habitación guardaban relación directa con España.
Volviendo a la composición de la familia: está formada por el padre, Nick, de cuarenta y dos años y la madre, Elisabeth, de cuarenta y tres años. Con el primer embarazo vinieron Jack y Susan, mellizos, ambos de diecinueve años. Y el pequeño Tom, de trece años.
Susan era quien se había ido y yo había entrado en esa casa con muy buen pie. Me recibieron con cariño británico (nada que ver con la calidez de nuestra cultura, pero si estás avisado, lo consigues apreciar).
Y tras estos doce días, todo va genial. Por cierto, es verano y parece primavera.
Apetece salir a dar una vuelta por la cantidad de jardines y bosques que hay. Jack y yo hemos congeniado a la primera y pasamos mucho tiempo juntos. Al parecer no tiene muchos amigos y eso que es un chico que, para ser de mi edad, parece mucho más joven con ese peinado a lo Justin Bieber y seguro que en España tendría un éxito criminal.
A lo que vamos. Por las mañanas estudiamos un poco los tres. El pequeño Tom se lo pasa en grande haciendo sus deberes y aprendiendo, cuando termina, un poco de latín o griego, que yo le voy enseñando. Cuando terminamos, salimos Jack y yo a pasear al perro y nos entretenemos en un pequeño arroyo que hay bajando una de las colinas que rodea el barrio.
Hace poco, una de esas mañanas, hacía un clima que invitaba a hacer un picnic y Jack y yo salimos temprano para ir a un sitio del que él me había hablado que había encontrado donde nadie iba y que estaba algo más allá del arrollo donde solemos pasear.
Bajamos la colina y tras un rato andando entre árboles, encontramos un claro que era la maravilla de cualquier poeta romántico: El sol entraba por las copas de los árboles y se reflejaba en el agua de una pequeña laguna que devolvía esa luz a los troncos de los árboles y al verde del suelo, dándole un colorido que invitaba a pasar allí, no un día, sino una vida entera.
Colocamos una enorme manta de pachwork, una modalidad de costura que practicaba Elisabeth, sobre la hierba. Pusimos la nevera y una caja pequeña con varios juegos para entretener todo el tiempo que estuviéramos allí.
Nos tumbamos y nos pusimos a charlar. Él me contó que en el instituto en el que estaba no tenía muchos amigos porque su hermana estaba saliendo con un chico del equipo de futbol desde los dieciséis años y él era el objeto de las bromas pesadas de todo el equipo. Nadie se sentaba con él en la hora de la comida sólo por ese motivo y como sacaba las mejores notas de su clase, los que no le hablaban por miedo a sufrir bromas, no le hablaban por sacar buenas notas.
Esas revelaciones calaron hondo en mí y me propuse ser el mejor amigo que llegara a tener jamás. Comenzamos una partida de ajedrez, que nos encantaba porque los dos apenas habíamos tenido rival en este juego y estábamos muy equilibrados.
En mitad de la partida, se me ocurrió preguntarle:
-Entonces, Jack, ¿no has tenido novia?
-Que va, cómo podría tener pareja…
-¿No te has lanzado nunca con ninguna chica? Creía que aquí se hacían bailes en los institutos ¿no?
-Sí, hay bailes, e incluso uno en el que son las chicas las que tienen que invitar al chico, pero no fui.
-¿No te invitó ninguna?
-Tuve varias invitaciones.
-¿Y no aceptaste ninguna?
-Es que… Hay un problema.
-¿Cuál? Venga Jacky, suéltalo
-Tú y yo somos amigos, ¿verdad?- asentí- ¿Me prometes que, te cuente lo que te cuente, no dejarás de ser mi amigo?
-Ni aunque fueras “el destripador”- bromeé.
-Pues… no acepté ninguna invitación a ese baile, porque a mí me gustaba uno del equipo de baloncesto.
-¿Eres gay?- Jack bajó la mirada al suelo y su cara se puso roja como la sangre- Menuda tontería, Jack. No tienes por qué avergonzarte de eso, ¿sabes? ¡Qué importa de quién se enamore uno cuando lo importante es ser feliz! Y si alguien te dice lo contrario o no te acepta tal y como eres, no te merece en absoluto.
Esas palabras me salieron de lo más profundo del alma y Jack levantó la cabeza con una de las sonrisas más sinceras que me han ofrecido en la vida. Supongo que era una mezcla de alivio agradecimiento. Y yo también le sonreí y sentí cómo con esa sonrisa le estaba ofreciendo a él lo que nunca nadie había visto de mí, mi completa y más absoluta confianza.
El día fue avanzando y la confianza y complicidad entre nosotros se hizo más intensa que antes. Antes de recoger y marcharnos me dijo:
-Oye, lo que te he contado hoy no lo sabe nadie. Eres la única persona que lo sabe y te pido que, por favor, siga siendo así.
Me acerqué a él y le dije, agarrándole de los hombros:
-La última persona en traicionar tu confianza sería yo, y de eso puedes estar más que seguro.
Sin previo aviso, Jack me abrazó. Y otra vez más fue el abrazo más sincero de mi vida. Yo me dejé abrazar y no recuerdo cuánto tiempo estuvimos así, pero poco a poco nos fuimos buscando, le miré fijamente a los ojos, el me miró y nos dimos un beso. Un pequeño beso que, poco a poco se fue sucediendo de besos más largos y apasionados.
Cuando terminamos de besarnos, nos echamos a reír como si fuésemos dos adolescentes locos que estuvieran haciendo la mayor gamberrada de complicidad de nuestras vidas.
En parte sí lo era y sólo se me ocurrió decirle una cosa.
-Jack, ¿Quieres salir conmigo?- él asintió sin dejar de sonreír- Pues entonces te digo, eres la persona que más feliz me puedes hacer, pero quiero que sepas una cosa. Si esta relación dura, genial entonces, pero si nos dejamos, te aseguro que seguirás teniendo al mejor amigo en mí. Porque nosotros no somos solamente dos enamorados, somos los mejores amigos.
Nada más decir esto, Jack se abalanzó sobre mí y me dio un beso tan agresivo que me encantó, pero no sólo eso, se me empezó a poner dura y, para mi sorpresa, Jack se apretó más a mí.
Terminamos de recoger y si no lo hacíamos pronto, se nos haría de noche en el camino y no veríamos ni torta, por lo que nos quedamos los dos con las ganas de más. Durante todo el camino de regreso, volvimos cogidos de la mano y sin hablar. ¿Que por qué no hablamos durante todo el camino? Porque no teníamos nada que decirnos. Todo lo que había que decir, con una sola mirada lo sabíamos. Con sólo mirarnos a los ojos sabíamos qué quería decir cada uno y eso nos hacía sonreír con una felicidad contagiosa.
Volvimos a casa, y no había nadie. Un mensaje en la mesa de la cocina decía “Hemos salido al cine, la cena está en el microondas. Volveremos sobre la una de la noche.”
Eso nos dejaba cuatro horas de libertad. Cuatro horas para ser felices sin necesidad de ocultar nada a nadie.