Estúdia(me) III

Berta, catalogada como la friki empollona de su clase, empezaba a pensar que era asexual. Hasta que Javi, torpe como él solo, le rompe el retrovisor del coche accidentalmente. El fogoso chico despertará en ella - tan tímida, tan cerrada - cosas que jamás hubiera imaginado.

Quiero pedirles perdón por la tardanza, he empezado con la universidad de nuevo y he tenido follón con las mudanzas en el piso y eso ha impedido que encontrara tiempo para escribir. Peeero ya vuelvo a estar aquí, más relajada, con más tiempo e inspiración. Espero compensarles con lo que viene en este capítulo; disfrútenlo, un besito!

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Cuatro horas después de que Joanna se pasara el rato insistiéndole a Berta para ir de compras y conseguirle un vestido a lo que ella llamaba ‘explosivo’ para ese mismo día y, evidentemente, para la cita con Javi, cedió. Era la única forma de hacerla callar, lo sabía Berta y lo sabía Joanna. Por eso siempre le insistía de mala manera.

-        Ganas bien en el trabajo. – dijo Joanna haciendo una mueca, cosa que Berta deduzco porque. – no te vendrán de cincuenta euros hoy para un vestido y un par de tacones.

-        No gano bien y lo sabes. A media jornada gano lo justo para pagar el piso y ahorrar para pagarme una parte de la universidad, y lo sabes. – Berta suspiró. - ¿cincuenta euros?

-        ¿Cuánto hace que no sales a comprar algo nuevo de ropa? – Joanna se rio, mirándola de arriba abajo.- años, cariño. Mírate. Lo necesitas. Si por mí fuera, no solo comprarías para esta noche; te haría una renovación total de armario.

-        A mí me gusta vestir así. – dijo encogiéndose de hombros. – y sabes que nunca he llevado tacones. – hizo énfasis en el adverbio. – no sé andar.

-        Practicas conmigo una hora antes. – la cogió de la mano. – vamos a entrar aquí.

Joanna la arrastró hasta los adentros de una MANGO , hasta llegar al apartado de ropa de vestir. Mientras Berta observaba con las ceño fruncido los diversos atuendos de la tienda, Joanna fue recogiendo cada y uno de los vestidos más provocativos que encontró.

-        Métete en el probador, venga. Quiero que me hagas una pasarela con cada y uno de estos.

-        Hay muchos.

-        Mejor, así tendrás para escoger.

Dos negros, uno de cuero, otro de lentejuelas. Otro beige de escote trasero. Gris con volantes. Rojo, aún más que su pelo, más ceñido que la licra. Berta descartaba todos, a cada cual ponía peor cara.

-        Madre mía. – espetó Joanna con la boca entreabierta. - ¿tú… te has visto?

Cogió la mano de su amiga y la hizo girar sobre sus talones. El pequeño cuerpo de Berta estaba adornada por una tela de satén de color turquesa, un poco más claro que sus ojos. Su pelo y su piel contrastaban a la maravilla. Su poco pecho parecía ser más esbelto con ese vestido de una sola manga. Acabado un palmo por encima de la rodilla, ese vestido tipo cóctel dejaba ver sus femeninas piernas, y aunque sin depilar, seguían siendo una delicia. Toda una muñequita.

-        Éste es el vestido. – afirmó su amiga.

Berta se observó detenidamente en el espejo. Nunca en la vida se había puesto algo ni tan corto, ni tan llamativo, ni tan… tan sexy. Y se sentía bien. Era raro, pero se sentía bien. Sonrió y no pensó en el gasto que implicaba eso.

Llegando a la zapatería, Joanna le sugirió unos peep-toes negros junto con el bolso a juego.

-        Son demasiado altos.

-        Vamos ¡solo son doce centímetros!

-        ¡¿Solo?!

-        Berta, he llegado a salir de fiesta con tacones de más de dieciocho. Si yo he aguantado seis horas borracha sobre esos alfileres, tú aguantaras un par de horas sentada en la silla de un restaurante, por dios. – hizo una pausa y sonrió pícara. – o en la encimera de un lavabo.

-        ¡Joanna! – Berta se ruborizó, enfadada.

-        ¿qué?, Javi no ha quedado contigo para tirarte flores. Te quiere penetrar ese chochito virginal que tienes.

-        Ni por asomo me acostaré con este gilipollas la primera vez. Él quiere invitarme para compensar lo del coche y yo acepto, aunque me siga pareciendo un completo capullo engreído.

-        Si, si, lo que tú digas corazón.

-        Lo que no entiendo es cómo averiguó mi número de teléfono.

-        ¡Su madre trabaja en una multinacional de líneas telefónicas! Te lo iba a decir ayer pero no me quisiste escuchar. – llevó los zapatos y el bolso al mostrador y sacó un billete de cien. – a esto invita la casa. – le guiñó el ojo a su amiga. – más te vale venir mañana con una buena historia.


Iba despacio con cuidado para no tropezarse. Le costaba mucho sostenerse sobre aquel par de tacones. Además, Joanna la había obligado –como no- a ponerse lencería erótica. Ni más ni menos que un tanga de encaje negro. Ella nunca había llevado tanga. Y le era completamente incómodo. Allí donde hubiera un culotte o unas bragas de tallo alto… para Berta, que se quitara todo lo demás. Se había maquillado, cosa que no hacía nunca. Un poco de rímel, un toque de colorete rosado para matizar su blanca piel y una pizca de gloss del mismo color. Para ella ya era excesiva esa cantidad tan reducida de cosméticos.

Llegó a la puerta de La Tagliatella. Miró la hora. Las diez menos cuarto. Como siempre, tan puntual. Decidió entrar dentro.

- Buona notte, signorina. – le dijo el joven y agradable camarero de la entrada. La miró de arriba abajo, discretamente. Su atracción era evidente, Berta desprendía sensualidad por todos lados. - ¿mesa para una?

-        Buenas noches. - le devolvió la sonrisa. – no, gracias. Quisiera saber si el señor Montes había reservado una mesa para dos, hoy a las diez.

-        Ahora mismo se lo digo. – se dirigió hacia la recepción y buscó en una gran agenda. – sí, tengo una mesa reservada del señor Montes. Si me acompaña… - salió de nuevo del tablón para guiarla hasta su mesa. Le retiró la silla, caballeroso. - ¿deseará tomar algo, por el momento?

-        No, gracias, prefiero esperar a mi compañero. – sonrió Berta.

Observó el gran y elegante restaurante. Al menos, Javi, tenía buen gusto para eso. Aunque ya se le notaba ser un niño de papá.

Echó un vistazo a la carta. Había cosas que eran bastante asequibles. Pero otras que no demasiado. Al menos para ella.

-        ¿hace mucho que esperas? – la sobresaltó. – lo siento. – se rio él.

Berta se quedó embobada. Con el pelo semi-alborotado pero no desaliñado y un poco de barba, ese chico, estaba más sexy que nunca. Una camisa negra metida por dentro de unos vaqueros grises y unos zapatos de charol del color de la camisa. Sencillo… pero perfecto.

-        N…no. – dijo Berta olvidándose de lo que le había preguntado.

-        He sabido que estabas aquí por tu coche. – dijo Javi, burlón. – por eso he entrado, si lo hubieras aparcado más lejos, aún estaría esperándote en la puerta. –se sentó.

-        Perdona. – se disculpó ella. – pero pensé que quizás ya estarías dentro. – mintió, excusándose.

Javi la observó. Con el pelo suelto, enmarcándole la cara, estaba aún más guapa. Ya tenía un cutis fino, pero esa noche relucía. Su gran experiencia con mujeres le dijo que apenas llevaba maquillaje, pero esa belleza tan natural era lo que le gustaba más. Unos ojos verdes prado preciosos, unas cuantas pecas que lo provocaban.

Y el pelo color fuego. Natural. Lo excitaba tantísimo.

-        ¿Qué querrán tomar los señores? – se acercó un camarero, distinto al de antes pero igual de agradable, aunque un poco más mayor. Aun así, Berta no pasaba desapercibida para ningún hombre aquella noche.

-        Tráiganos el mejor Lambrusco que tengan. – dijo Javi. – espero que te guste el vino. – susurró a Berta, sonriendo. Esa sonrisa la acabó de rematar.

El camarero se retiró. Berta le echó otro vistazo a la carta, al igual que Javi.

-        No soy de beber. – admitió.

-        Esta noche harás una excepción pues.

Tan chulo como siempre. No lo soportaba pero a la vez la traía loca. Eran sentimientos totalmente contradictorios, pero le gustaba. Y eso era lo que más la sorprendía. Vio el precio del susodicho Lambrusco. Le dio un mini infarto, pero se mordió la lengua. No iba a sonsacar precios, al menos no con él delante.

El camarero volvió de nuevo, descorchando el vino y sirviéndolo en las dos copas.

-        ¿Saben ya que van a pedir?

-        Ahá. – Javi alzó un dedo índice sobre la carta. – para mi un Risotto mare monte.

-        ¿Y la señorita? – dirigió una mirada sonriente hacia Berta.

-        Una lasaña. – sonriéndole, cerró la carta.

El camarero se retiró.

-        No te cortes si quieres algo más eh. – dijo Javi, inseguro de su petición. – no quiero que te quedes con hambre.

-        No me quedaré con hambre tranquilo, pero los precios de este restaurante son astronómicos. – acabó diciéndolo. No era ‘pija’. Era la persona más humilde de Navarra, y esas cosas le ardían por dentro. Quizás porque había crecido en una familia de clase baja.

-        No te fijes en el precio esta noche. Invito yo.

-        No voy a dejar que lo pagues todo.

-        Invito yo y no hay más que hablar. – dijo serio. Ella calló ante esa seguridad abominante. - ¿Has visto cómo te miraba el camarero? – dijo riendo. – qué descarados son algunos hombres.

-        Pues no, no lo he visto. – dijo Berta sin perder la compostura. – pero no eres precisamente el más indicado para hablar.

-        ¿A qué te refieres? – dijo Javi sin perder el buen humor, pues ya sabía a qué se refería.

A Berta la intimidó su risa constante, esas ganas de buscarla, de pincharla. Se levantó.

-        Voy al lavabo antes de que traigan el plato, ahora vengo.

-        Muy bien. – dijo Javi sonriendo y cruzándose de brazos.

Berta se encerró en uno de los baños individuales dentro del de mujeres. Respiró hondo. No te pongas nerviosa, no hay motivos. Es solo una cena. En cuanto acabéis de cenar, adiós muy buenas, te levantas, te despides, coges el coche y te vas a casa. Y no hará falta verlo más. Claro que está bueno, está muy bueno, pero no es tu tipo. Pero bueno… al fin y al cabo ¿Quién es tu tipo?. No has probado un hombre en los veinte años de vida que tienes. Y éste… este es el homo más sexy que hayas visto en todos estos años…

Tenía un cacao en la cabeza. Pero lo más correcto era comportarse cordialmente en la cena, y después, despedirse, y desaparecer. Y como a ella misma se había dicho, no verlo más.

Salió de ese cubículo, se apoyó en la encimera del lavabo y se echó agua en la nuca. Mientras cerraba los ojos sintiendo el frío de un par de gotitas de agua recorrerle la columna vertebral, se sobresaltó por segunda vez esa noche. Notó como unas manos grandes la rodeaban la cintura, apretándola contra un cuerpo.

Alzó la vista rápido, asustada, buscando. Lo vio a él a través del espejo del baño. Javi se inclinó, le apartó el pelo hacia un lado y le besó el hombro descubierto hasta llegar a la oreja.

-        Estás muy pero que muy provocativa esta noche. – susurró. – mira como me la ha puesto tu vaivén de caderas. – la apretó contra él. Berta sintió una erección enorme, clavándosela en una de las nalgas del culo. – sé que tú también tienes ganas.

La giró y la levanto, dejándola sobre el mármol de la encimera, sin apenas hacer fuerza. Berta era un peso pluma para él. Le abrió las piernas para posicionarse en medio. Le empezó a lamer el cuello.

-        Para, para. – Berta lo cogió de los hombros, intentándolo apartar. – Javi… - ahogó en un gemido. – para, porfav… - le gustaba tanto que se mordió el labio y expuso aún más su cuello para él.

Él sonrió, sin dejar de besar y lamerle el cuello, subiendo a su oreja y repitiendo la acción.

Los pezones de Berta se pusieron duros como piedras, contra la tela del vestido, queriendo atravesarla. Él no lo pasó por alto. Los agarró por debajo y empezó a sobarlos. Le sobraba mano, pero le encantaban. Duros, turgentes.

Le retiró una parte del vestido para descubrir uno de ellos. Berta intentó taparse, avergonzada, pero él no la dejó. Agarró su pecho con toda la mano y empezó a hacer círculos en el pezón con el pulgar. Berta sentía que se iba a correr con ese simple acto.

Javi abajó la cabeza para atrapar ese rosado y puntiagudo pezón en su boca. Ella gimoteó, incrédula ante esa sensación de humedad y placer.

Le dolía la polla de lo cachondo que estaba y empezaba a soltarse. Quería más. Quería que ella quisiera gritar y que lo mordiera por no poder.

Quería embestirla, partirle ese dulce coñito que en breves masturbaría, metérsela hasta lo más profundo de la vagina y dejarla inconsciente del orgasmo. Si, era una muñequita. Una muñequita tan inocente que lo volvía loco.

Paseó sus manos por la entrepierna virgen de Berta y buscó una de las oberturas del tanga. El dedo le resvalo tan deliciosamente por esa raja empapada en flujos que tuvo efecto en su polla y notó cómo le palpitaba y se le hinchaba más. Iba a petar la cremallera del jodido pantalón.

-        ¿te gusta, nena? – dijo acariciándole el clítoris suavemente, dejando un momento ese adorado pezón que había estado succionando.

Berta se abrió más de piernas, invitándolo a que siguiera.

-        Dime que te gusta. – dijo moviendo rápido el dedo alrededor de ese botón ya hinchado.

-        M..me e…encanta. – jadeó ella. – sigue… po…porfavor. – entre suspiros, lo miró.

Javi se aceleró ante esa mirada. Lo excitó aún más. Esa niña estaba totalmente cohibida por la lujuria… y seguro que su coñito sabía tan delicioso como lo notaba. Se la quería follar duramente.

Le metió un dedo, haciéndola gemir. Los flujos le chorreaban por la mano. Le metió otro. Suave, los empezó a girar, a meter, a sacar. Empezó a palpar sus paredes vaginales, sin dejar de lado sus pechos, los cuales tenían toda la atención de su boca.

-        Eres tan jodidamente estrecha. – gimoteó él. – tengo la polla hinchadísima. Me muero por metértela por ese coñito apretado y correrme en él.

Ante esas palabras y el sin parar de sus dedos, Berta se corrió.

Y se despertó.

Sudada, mojada. Con la respiración acelerada. Aun le dolía la garganta de gritar su nombre. Se sentía en una nube. Acababa de correrse en sueños. Aun sentía sus manos, su boca; su sexo aun le palpitaba de los espasmos.

Se había dormido en el sofá solo llegar de comprar la ropa, abatida. Miró el reloj del salón, desorientada. Las nueve y media.

Era la primera vez en la historia del planeta Tierra que Berta Sánchez llegaría tarde.