Estúdia(me) II

Berta, catalogada como la friki empollona de su clase, empezaba a pensar que era asexual. Hasta que Javi, torpe como él solo, le rompe el retrovisor del coche accidentalmente. El fogoso chico despertará en ella - tan tímida, tan cerrada - cosas que jamás hubiera imaginado.

“Bonita” . Quizás era el segundo hombre, después de su padre, que la llamaba ‘bonita’. Pero aun así, intentó no perder la compostura.

-        Suéltame. – Dijo Berta, seria, aunque no estaba segura de si quería que hiciera lo dicho.

-        Me acabas de rayar el coche y te he visto de lleno, podría caerte una muy gorda, ¿lo sabes?

-        Y tú te cargaste mi retrovisor, y luego, encima, dejaste una nota, cachondeándote.

-        Muñeca, ¿has visto como está esa carraca que supuestamente conduces?

Berta se ruborizó. Sintió como las mejillas le ardían. Muñeca. Su voz ronca pronunciando esa palabra se repetía una vez tras otra en su cabeza.

-        ¿Verdad que no me pagarás un coche nuevo? Pues ya está. Es lo que hay. Yo soy la que lo conduzco, así que a ti eso no te incumbe nada. – Dijo aún sonrojada e incrementando el tono de voz.

-        La gatita se enfada. – Dijo él soltándola, sonriendo y pellizcándole una de las mejillas. Ese simple roce hizo que ella se pusiera tensa. ¿Qué confianzas son esas?

No lo sabía, ni lo quería saber. Tan solo se las tomaba y a ella no le disgustaba. Al contrario. Hacía tanto tiempo que un hombre no la tocaba que hasta el mínimo detalle era de agradecer. Y más si lo hacía un chico como el que tenía en frente.

-        No sabes quién soy ¿cierto? – dijo él con una soberbia increíble. Como si conocer su nombre fuera lo más importante que uno debía hacer en esta vida. – Soy Javier Montes.

A Berta le hicieron gracia sus formas. Puede que con eso hubiera perdido todo su encanto, dentro de lo que cabía en ese chico engreído. ¿Y a mí, qué? pensó.

-        Y yo Berta Sánchez. Y ahora, si me permites, debo ir a casa, tengo cosas que hacer antes de que empiecen las clases.

-        Uh, una chica responsable. – sonrió él. - ¿Por qué no hacemos una cosa? Vas a casa, te tomas la ducha que necesitas – dijo observándola de arriba abajo, sarcástico. – y te paso a buscar para ir a desayunar.

-        No. – respondió ella sin dar explicación alguna.

-        Venga mujer, así sí que quedaremos en paces, después de lo que ha pasado con el percance de los coches.

-        No sé tú, pero yo dentro de una hora y media tengo clase.

-        ¿Y qué? No pasará nada porque un día te saltes una horita.

-        Sí, si pasa. Tengo los parciales en nada. No me puedo permitir ese lujo, y ahora, si me permites, ya he perdido bastante tiempo.

Dio media vuelta y empezó a andar a paso muy ligero hasta adaptar un ritmo de marcha.

-        ¡Al menos dame tu número de teléfono, yo te di el mío!

-        ¡No le doy mi número a putones destrozacoches!

Le salió del alma. Quizás porque quería ponerse a su nivel. Y no, la verdad es que no le daba el número a ningún chico. Básicamente porque no se lo pedían.

Berta pasó prácticamente toda la mañana en la parra. Ausente. Cosa que no solía pasar. Recordaba esos ojos cobalto con precisión, igual que cada detalle de esa cara, tan bien definida, tan masculina. Quizás no se lo podía sacar de la cabeza porque ningún chico, en años, le había prestado atención. Y su actitud, cerrada, tímida, tampoco ayudaba mucho.

-        ¡Berta!

Se sobresaltó, cayéndosele el bolígrafo azul con el que jugaba entre los dedos índice y corazón desde hacía horas, con la mirada perdida. Joanna hacía rato que la llamaba, pero Berta no atendía, ausente como nunca.

-        ¿Qué piensas tanto? Hace rato que te estoy pidiendo que me dejes los apuntes de mecánica de ayer…

-        Perdona. – dijo Berta mientras rebuscaba dichos apuntes en su carpesano. Todo tan bien ordenado, meticulosa como solo ella sabía ser. Berta, la perfeccionista. Berta la del 13’78 en selectividad. Berta la friki, en definitiva.

Joanna era su única amiga. Una chica polaca que había venido de intercambio a España y que, gustó tanto de este país – cosa que les suele pasar a los extranjeros nórdicos – que decidió quedarse, al menos hasta finalizar la carrera de Ingeniería aeroespacial. Era muy lista, más que nada, espabilada. Y sobre todo ambiciosa, por eso estaba en una carrera de tal dificultad. Tenía un cuerpo de escándalo. A sus veinte años ya se había aumentado el pecho a una 95 copa B y tenía un culo respingón y bien puesto. Alta, rubia, de ojos azules. Preciosa. Era, a lo que llamarían los chicos de su edad, muy salida. Se podía permitir acostarse con uno diferente cada fin de semana y darle puerta luego, y eso era lo que hacía. Era totalmente lo contrario a Berta. Pero tenía un corazón de oro. Y por eso entablaron tal amistad. A Joanna, sinceramente, le dio lástima al principio.

Cuando llegó, el primer año del Grado, vio a Berta, sola, sentada en uno de los pupitres más cercanos a la pizarra del profesor. Y decidió sentarse junto a ella. Tampoco conocía a nadie, así que lo vio como una oportunidad.

-        ¿Tú sabes quién es Javier Montes?

Joanna se quedó perpleja. Entreabrió la boca.

-        Claro que sé quién es. ¡Todos en este campus conocen a este chico! – dijo con brillo en esos ojos azules como el cielo. - ¿Por qué?

Justo en ese momento sonó el timbre del final de clases. Berta había recogido ya sus cosas y se levantó.

-        Nada, nada. – contesto mientras se colgaba la mochila en los hombros y bordeaba a Joanna para salir del aula.

-        No, no, no. – dijo su compañera apresurándose a recoger los libros y metiendo los apuntes de cualquier forma en su mochila. – Berta Sánchez Domínguez, ahora mismo quiero que me cuentes porque una monja de clausura como tú me está preguntando sobre el chico más pivón de toda Navarra.

Siguió a Berta hasta el parking de la universidad, avasallándola a preguntas. Cabezona como ella sola, como su amiga no se dignaba a contestar y parecía que el tema no le importara, se subió a su coche.

-        ¿Enserio dejarás que tu fantástico BMW duerma en el parking de la universidad esta noche?

-        Si eso implica que tú contestes a mis preguntas, sí.

Berta negó con la cabeza y arrancó.

-        Vamos a tu casa y me cuentas.

-        No hay nada que contar. He de estudiar Joanna.

-        Me da exactamente igual. El examen es dentro de una semana, tienes tiempo y de sobras, chica superdotada.


-        No puede ser. – repitió por enésima vez la rubia platino. – No me entra en la jodida cabeza que hayas rechazado a Javi.

-        Lo dices como si hubiera cometido un pecado.

-        Hombre, pues es lo más parecido a eso. – dijo tumbándose en el sofá y encendiéndose un Marlboro.

-        No fumes en mi piso.

-        Es Javier Montes. – afirmó haciendo caso omiso a las palabras de su amiga. – llámalo, ahora, dile que quedáis este viernes.

-        No voy a quedar con él. No me gusta. Es un engreído y un cabeza hueca. Típico chico de Mujeres y hombres y viceversa .

-        Berta, te estás equivocando.

-        Si tanto lo conoces, queda tú con él. – abrió su monedero y le tiró con mala folla la notita del parabrisas. – ahí tienes su número.

-        Dios mío de mi vida. – puso los ojos en blanco. – Berta, he intentado mil veces dirigirme a él, insinuarme, y me ha rechazado. Me pone. Me pone muy pero que muy cachonda. Nos pone a todas y es evidente. El noventa y nueve por ciento de las chicas de la uni darían lo que fuera por pasar una noche con él y a ti te invita a desayunar y le dices que no.

-        Pues mira, soy ese uno por ciento restante. No me gusta. Punto.

Berta se recostó sobre su butaca. Ese tal Javi había rechazado a Joanna. A Joanna. No se lo podía creer. Ella se le había insinuado, ella, una mujer angelical, con unas curvas envidiadas por todas y deseadas por todos. Se había ofrecido en bandeja de plata y Javi pasaba de follársela, básicamente.

-        ¿Qué estudia? – salió de su boca sin querer. O un poco queriendo. Le picaba la curiosidad.

Joanna sonrió de oreja a oreja.

-        Arquitectura. Está ya en cuarto. Además, es entrenador en el extraescolar de fútbol. Lo he visto en más de un entrenamiento, con esos pantalones de chándal y su… - puso los ojos en blanco e hizo una señal con los dedos índices de cada mano, como si midiera algo – tan enorme. Está en el voluntariado de Médicos sin Fronteras. Sus padres…

-        Vale, vale, vale. – la cortó Berta. – Solo he preguntado qué estudiaba, no…

En ese momento empezó a sonar el politono del móvil de Berta. Se sobresaltaron las dos. Joanna se inclinó de golpe, apagó el cigarro en un plato que había en la mesita y dijo histérica:

-        Es él, es él, es él, ¡cógelo! – le ordenó, impaciente. - ¡ya! ¡Berta! Si no lo haces tú, lo hago yo.

-        ¿Cómo va a ser él? No le di mi número. Es impo…

Joanna no esperó ni un segundo más, cogió el móvil que yacía abandonado debajo de una de las piernas de Berta y descolgó.

-        ¿Sí? – dijo rápido para que la persona que se encontraba al otro lado del teléfono no notara la diferencia de voz. Berta intentaba arrebatárselo de las manos, enfadada, pero Joanna se zafaba rápidamente de sus intentos.

-        Sé que no son horas de llamar… pero creo que tú y yo tenemos algo pendiente.

Joanna puso cara de tener un orgasmo. Berta aprovechó para cogerle el móvil de cuajo.

-        ¿Javier Montes? – dijo Berta con tono irónico.

-        Llámame Javi.

-        No tengo la confianza como para llamarte de forma cariñosa.

-        No es tener confianza o ser cariñosa. Es mantener una conversación coloquial, cosa que los chicos y chicas de nuestra edad hacen diariamente, señora de los sesenta.

Berta enrojeció rápidamente. Ya era fácil que se ruborizara, pero él lo conseguía instantáneamente. Siguió hablando.

-        Ninguna chica me ha tratado de estos modos nunca. – admitió. – y eso me ha puesto a mil esta mañana.

No se creía lo que escuchaba. ¿Ponerle? ¿A mil? Berta creyó morir. Se quedó en blanco. Su voz al otro lado de la línea aún sonaba más sexy. Cualquier cosa que dijera parecía erótica. Javi soltó una carcajada. Eso la acabó de derretir. Berta la tímida sintió una excitación que nunca había sentido, con tan solo una carcajada oída en un maldito teléfono.

-        No te asustes, soy mucho de la broma. – acabó diciendo, pues Berta no reaccionaba.

Le daba igual que bromeara o no. Dijo que eso lo había puesto a mil. Que ella lo había puesto a mil. Por primera vez en años sintió como sus bragas se humedecieron, recordando cada y una de las palabras de esa expresión. Imaginando esos ojos, esa boca. Ese cuerpo.

-        ¿Berta? - la llamó, sintiéndose incómodo.

-        S.. ¿sí?

-        Te estoy hablando hace rato y no dices nada.

-        … - tierra trágame . Solo podía pensar eso.

-        Bueno, ya que no lo haces tú, ya hablaré yo por los dos. – Sintió de nuevo esa sonrisa que enmarcaba su cara, al otro lado. No la veía, pero la sintió y su excitación incrementó. – quedamos este viernes. A las diez de la noche, en la Tagliatella . No acepto un no por respuesta, no hay excusa, el sábado nadie en el planeta entero tiene clases, así que te secuestro unas horas el viernes por la noche, sin preocupación alguna. Solo una cena, y entonces… quedaremos en paces.

No le dio tiempo a responder. Tampoco lo hubiera podido hacer. Colgó. Berta se quedó mirando el móvil como una tonta.