Estruendos, promesas y melancolía

Prosa poética erótica.

Estruendos

¿Te gustan las cosas ricas? A mí me fascinan y me seducen, empezando por ti, aunque mis piernas estén temblando por el agotamiento. Aunque mis piernas estén visiblemente temblorosas por la extenuación, aunque estén vibrando por la fatiga, debilitadas por la lasitud, no quiero parar. No quiero detenerme. Quiero que agitemos la cama hasta que se escuchen estruendos, aunque nos estén oyendo las paredes, nos esté oyendo la puerta, nos esté oyendo la ventana, nos estén oyendo las cortinas, nos estén oyendo las luces, nos esté oyendo el ventilador, nos esté oyendo la mesita de luz, nos esté oyendo el armario, nos esté oyendo la silla, nos estén oyendo las plantas de maceta, nos esté oyendo la estufa y nos esté oyendo el aire. ¿Qué más da? ¡Que nos oigan!

Promesas

Ni bien a cuentagotas me abras todas las puertas, todos los portones, todas las aberturas y todas las entradas de tu cuerpo, quiero hacerte –y que me hagas– el amor sin inhibiciones, meterme en tu templo, penetrar en tu castillo, pasearme adentro de tu palacio. En ese aposento cobijarme, haciendo contigo todo lo que la prosa poética aún no ha escrito. En ese reino que lleva tu nombre y apellido, hospedarme. Conquistar tu cuerpo tallado como la madera, de propiedades casi escultóricas, hasta que nuestra libido contagiosa cumpla con todas las promesas que nos hizo –promesas que, viniendo de ella, son de una innata inocencia lejana–. Hasta que nuestras excitaciones dejen de gritar en voz alta. ¡Mira que empapados estamos!

Amarte durante una temporada prolongada, y no olvidarte por una temporada más prolongada, quiero también, dicho sea de paso. Que no sea más una idea frágil y tenue, como un rayo de sol en una mañana parcialmente nublada de invierno, que me –y nos– impide vivir ilusionado(s). Desbotonar mi honda sensación de soledad y tu punzante sensación de soledad desde adentro, aunque sólo sea por unas horas, tapar ese hueco grande llamado soledad. Parteaguas sentimental. Le faltaba un condimento a mi vida, y ese condimento eres tú. Soy un espíritu que quiere volar lo más alto que nunca voló, y necesito que me hagas un empujoncito.

Melancolía

Sé que tu deseo por mí no será inagotable, y mi deseo por ti tampoco será

inagotable. El sexo es algo que nace y fallece en el presente. Sé que nuestro andar confiado de enamorados no va a durar siempre, y nuestras vidas estarán signadas, hasta sus últimos días, por una entereza que nunca va a ser entera. Tengo presente el hecho de que el placer se agota mucho más rápido que el dolor, pero quiero olvidarme de todo aquello mientras inundamos del mejor gusto los escasos minutos que dure nuestro encuentro. Celebrarlo con largueza, que ya el estar siempre cortejando con la melancolía monocroma –y a veces teñida por la sombra de la apatía– se me hizo un auténtico hastío.

Las canas pueden llegar a mi cabello, pero que no se les ocurra aparecer en mi renovada avidez por la cual decidí consumir la vida. Las miradas de la

melancolía no las quiero más. No quiero sus besos de tijeras heladas, ni

tampoco sus abrazos de nieve, y eso que solía ser la que mejor me besaba y abrazaba, antes de conocerte a ti. La gris melancolía no puede ser balsámica para mi espíritu aunque quisiera, y menos con su voz de acero frío. Tú sin embargo sí cuando estás en tus mejores versiones.