Estrechando lazos
La historia de cómo mi padre y yo disfrutamos de una sola noche que cambió nuestra relación
Esta historia comienza un fin de semana que él y yo estuvimos a solas cuando yo tenía quince años. Mi madre y mi hermana habían salido de viaje y nosotros nos quedamos en casa. Él y yo no solíamos hablar mucho, ya que no tenemos muchas cosas en común, así que me tomé el fin de semana como otro normal. Él, por su parte, hizo lo mismo. El sábado por la mañana se fue a trabajar mientras yo me quedé en casa estudiando. Cuando llegó, comimos y yo me fui a descansar a mi habitación; él se quedó en el salón viendo la tele.
Mi padre y yo nos llevamos treinta años: él ahora tiene 52 y yo 22. Es un hombre bastante alto y de complexión robusta, aunque también tiene tripa. Tiene el pelo oscuro, algo canoso, y corto. Como trabaja de obrero, se ha vuelto más moreno con los años, pero también le ha servido para ganar brazos y piernas fuertes y un torso marcado. También tiene mucho vello por los brazos, axilas, pecho, barriga, piernas… y también en el pubis. Desde que era pequeño, no se ha mostrado pudoroso conmigo, por lo que llevo viéndolo desnudo desde que alcanza mi memoria. En cuanto a mí, he heredado el cuerpo de mi padre: soy de complexión grande, aunque no robusta. Pelo castaño, barba, gafas… imagen de joven adulto. Tengo un poco de tripa y también vello
A eso de las seis y media de la tarde fui a la cocina a por un vaso de agua y pasé por el salón, donde mi padre dormía, tumbado en su butaca, con la tele encendida. Como era verano, los dos íbamos cómodos por casa: yo llevaba unos shorts y una camiseta y él iba sin camiseta, pero con unos pantalones de chándal. Cuando pasé por el salón, mi padre se despertó y me preguntó qué tal llevaba la tarde, a lo que le respondí que bien. Tras unas palabras, se levantó y se fue a la ducha.
Pasados quince minutos oí su voz llamarme a gritos desde el baño; yo acudí y su voz me habló desde el otro lado de la mampara de la ducha. Me pedía su toalla, había olvidado cogerla. Cuando la tuve, salió de la ducha y se plantó ante mí totalmente desnudo, como otras veces. Tenía el pecho de mi padre a la altura de mis ojos, así que levanté la vista y le di la toalla. Mientras se secaba la cara y la cabeza aprovechaba para bajar la vista hacia su pene, ya que, además, el vaho del agua caliente disimulaba mi mirada. Llevo mirándosela a mi padre mientras tiene la toalla en los ojos desde que era pequeño; siempre había tenido mucha curiosidad por los penes. Una vez terminado mi vistazo, me fui del baño.
A la hora de la cena, mi padre salió a comprar algo para comer mientras yo ponía la mesa. Como estábamos el y yo solos, decidí que cenaríamos en el sofá y no en la cocina, ya que así podríamos ver la tele mientras cenábamos. Cuando llegó, cenamos y nos tumbamos en el sofá a seguir viendo la tele. Pasados unos minutos, comenzó a preguntarme acerca de mi vida. La conversación era intermitente: hablábamos y dejábamos de hablar casi al mismo tiempo. Como la tele estaba encendida, los dos estábamos más pendientes de la tele que de otra cosa.
Hubo un momento en que me preguntó por mi vida amorosa, lo cual me pareció extraño…
– Bueno, pareja tendrás, supongo…
– No, papá. No tengo.
– Ya llegará, ¿no? – Silencio incómodo. – Si algún día quieres traerte un chico a casa, sabes que tu madre y yo no pondremos problemas.
Eso sí que no me lo esperé. Desde que era adolescente sabía que me gustaban los hombres, pero no lo había dicho en casa porque tenía miedo de la reacción. Me sorprendió tanto que mi padre lo hubiera dicho por mi… Me puse rojo, sentía cómo la sangre me subía a la cabeza y miré hacia mis rodillas, escondido de la mirada de mi padre.
– Sí, lo sé. Y desde hace tiempo. Tú y yo, bueno… no solemos hablar mucho. Es mi culpa, sabes cómo soy. Pero eso no quita que no me preocupe por ti ni que no me interese lo que haces. Eres mi hijo y haría cualquier cosa por ti.
Noté cómo se resquebrajaba la voz de mi padre y le agradecí sus palabras. La verdad, no sé qué cambió en la cabeza de mi padre para abrirse de esa forma. Como la tele seguía encendida, después de una mirada plácida, me arrimé a él y me rodeó los hombros con su brazo. Yo coloqué mi mano sobre su pierna. Me sentía más cercano a él.
Seguimos viendo la película; ni me acuerdo del título o de qué iba. Lo que recuerdo perfectamente es cómo me sentía con mi padre. Él estaba sentado en el sofá, en el lado derecho, con unos pantalones de chándal cortos, con las piernas abiertas y un poco reclinado hacia adelante. Mientras con la mano derecha aguantaba los cigarrillos que iba fumándose, con el brazo izquierdo me rodeaba los hombros y me agarraba con fuerza el brazo. Yo, que seguía llevando mi camiseta y mis pantalones de pijama, me había acomodado entre la mano de mi padre y su pecho. La luz de la habitación estaba apagada y solo alcanzaba a ver lo que iluminaba la luz tenue de la televisión. De vez en cuando, pasaba los dedos por la piel de mi padre y lo acariciaba.
Por alguna razón, me sentía muy cómodo con mi padre. Cuando me daba por pensar en lo que me había dicho levantaba un poco la vista para mirarlo a la cara, pero él tenía los ojos en la película. Al rato me cansé de ver la tele y empecé a observar las vistas que tenía de mi padre: su barriga, algo inflada por su gusto por la cerveza y la comida rápida, sus tonificadas piernas, el vello que recubría todo su cuerpo, el bulto de su pene reposando sobre su pierna derecha… Aproveché para respirar hondo y un aroma de sudor producido por estar tan pegado a mí, a desodorante y a tabaco inundó mis pulmones. Mi padre olía realmente bien.
Me comencé a sentir raro: mi padre estaba poniéndome cachondo. ¿Cómo podía ser? Nunca había visto a mi padre de esa forma. No sabía qué estaba pasando, pero empecé a sentir mi corazón latiendo velozmente y mis manos empezaron a temblar lo suficiente para que yo creyera que mi padre lo notaría. Mi cuerpo no pudo controlarse y tuve una erección; hacía mucho que no tenía una así.
En medio de todos esos pensamientos, mi padre me dijo que me echase a un lado, que tenía que ir al baño. En cuanto estuvo en el pasillo que daba al baño, no pude resistirme y lo seguí hacia allí. Me acercaba con cuidado, para que no me descubriera, mientras pensaba en lo que estaba haciendo. Llegué a la puerta del baño, que estaba entreabierta, y oí cómo mi padre estaba meando, así que me asomé lo que pude. A través de la pequeña abertura de la puerta alcanzaba a ver el espejo, situado enfrente del inodoro donde mi padre meaba. Tal y como pensaba, no pude ver nada más que el cuerpo semidesnudo de mi padre de espaldas con las manos agarrándosela mientras el chorro caía con fuerza contra el agua. Estar espiando a mi padre mientras estaba en el baño hizo que mi corazón empezara a latir tan fuerte que sentí cómo la sangre era bombeada desde mi corazón hacia todo mi cuerpo. Como un acto reflejo, metí mi mano dentro de los pantalones y me apreté mi polla, dura desde hace unos minutos, mientras emitía breves respiraciones por la boca.
Al dejar de oír el chorro de mi padre, me apresuré a sacarme la mano del pantalón y a irme con cuidado hacia el salón de nuevo. Cuando cruzaba la puerta del salón, oí la cisterna, así que no notaría que había ido detrás de él. Me volví a sentar en el sillón, con las piernas algo encogidas para que no se notase mi erección. Volvió mi padre, se sentó y me abrazó de nuevo. Parecía como si no hubiera pasado nada, salvo que mantenía oculta mi erección.
Seguía él agarrándome del hombro y yo seguía apoyado sobre él, pero algo más tenso. Miraba a mi padre, que prestaba más atención a acariciarme el brazo que a la película, mientras yo intentaba concentrarme entre todo lo que había descubierto de mi padre. Era imposible: mis ojos no hacían más que mirarle de arriba a abajo, intentando buscar un punto neutro, hasta que decidí cerrar los ojos y descansar sobre su pecho, con la esperanza de que, dejándolo de mirar, me calmaría. Durante unos minutos me centré en mi respiración y poco a poco dejé de estar tan nervioso, aunque el olor a hombre de mi padre me recordaba dónde estaba. Mi padre terminó su cigarro y movió la mano de forma brusca, yo abrí los ojos y encontré la mano de mi padre en su paquete. Se estaba colocando los huevos y el pene, debían molestarle. Pero siguió acariciándose un rato creyendo que dormía (hacía un buen rato que estaba quieto y respiraba muy flojo), lo que me puso muy nervioso. Todo el trabajo de serenarme no sirvió para nada, mi polla volvía a estar dura y mi corazón volvía a ir a mil, ahora viendo cómo mi padre se sobaba el rabo mientras yo estaba apoyado en su pecho. Era simplemente increíble.
Pasó el tiempo y mi padre seguía acariciándose el paquete, ahora un poco más grande debido al tacto. Mi padre se estaba empalmando, delante de mí, y yo también con el rabo más duro que nunca. La voz de mi padre cortó el sonido de la tele diciendo que se iba a la cama. Yo asentí, me quedaría un rato más, al menos hasta que se fuera y no pudiera ver lo que tenía dentro de los pantalones. Cuando se levantó aproveché para ojear su bulto y había crecido casi hasta el máximo y pensé que probablemente mi padre fuera a hacerse una paja. La idea se quedó en mi cabeza y no podía sacarla; pasados unos minutos apagué la tele y caminé por el pasillo hasta mi cuarto, con la intención de hacerme yo también una paja para despejar mi mente. Antes de entrar a mi cuarto pensé en que mi padre también estaría haciendo lo mismo dos puertas más allá. No pude resistirme y avancé sin hacer ruido hasta la habitación de mi padre, que tenía la puerta abierta y las luces apagadas. Me apoyé en la pared al lado de la puerta y agudicé el oído, ya que la vista no me serviría de mucho. En su dormitorio tenía un despertador digital con números luminosos, pero no alcanzaba a alumbrar nada. Oía el movimiento suave de la cama, acompañado de suspiros de mi padre y de unos chasquidos flojos. Casi sin pensarlo, me metí la mano dentro de los pantalones, me la agarré, resignándome porque no podía hacer nada más que escuchar, y empecé a pajearme suave. Mi padre, en su cama, iba subiendo el ritmo, lo que me indicaba que yo podía hacer lo mismo. Mientras él iba suspirando cada vez más intensamente, yo me mordía el labio y contenía la respiración para que no me oyese. Pensé en la libertad que tenía él para poder masturbarse con la puerta abierta, casi sin cuidar los sonidos que producía, y yo tenía que aguantarme detrás de una pared prácticamente sin respirar y sin siquiera habérmela sacado de los pantalones.
Estaba pendiente de muchas cosas: pajearme, sin ser escuchado, mientras pensaba en lo injusta que era la situación, con cuidado de no pajearme demasiado fuerte para correrme, ya que me hubiera manchado todo. Era inevitable que algo se me fuera de las manos; suspiré soltando todo el aire que tenía contenido. Todos los ruidos se detuvieron y no se oía absolutamente nada. La voz grave de mi padre pronunció mi nombre y yo me tapé la boca y la nariz, pensando que así no se daría cuenta. Pero encendió la luz de la lámpara de noche y vio mi sombra tras la puerta. Me invitó a pasar, dudé unos segundos, pero me llamó por mi nombre y pasé. Sobre la cama estaba mi padre, que se había cubierto con la sábana hasta la barriga dejando destapado su torso desnudo. Su cara reflejaba el susto y la vergüenza que debió sentir en ese momento. Miré al suelo, para evitar mirarle de frente, y encontré sus calzoncillos y pantalones ahí tirados. Instintivamente, miré hacia su paquete, que tenía tapado con las dos manos.
– ¿Qué hacías? – mi padre me hizo una pregunta muy difícil de contestar. Contesté con una agilidad que me dejó sorprendido de mí mismo.
– Yo… Iba a ir al baño y… he oído unos ruidos aquí y creía que te pasaba algo. – Mi padre se quedó completamente mudo.
– Bueno… yo… Creo que no hace falta que te diga lo que estaba haciendo.
Se quitó las manos de su paquete, que ya había empezado a recuperar su tamaño normal, pero que seguía notándose algo más grande. Me miró con un gesto de resignación; lo pillé meneándosela y no podía remediarlo. Mis esfuerzos por intentar disimular mi erección fueron en vanos cuando mi padre, serenado, me miró directamente a lo que escondía en los pantalones. Su cara fue de sorpresa, pero también notaba en ella algo de maquinación, como si estuviera calculando las posibilidades de algo. Mientras el silencio seguía y mientras él me miraba con ese extraño gesto en el rostro, yo me mantuve inmóvil, volví a contener unos segundos la respiración. Era como si estuviera esperando a que mi padre me pidiera que me fuera para irme, ya que yo no quería hacerlo. Mi padre, que parecía haber llegado a un acuerdo consigo mismo, puso una media sonrisa en su cara. Para romper ese incómodo silencio, mi padre anunció que quería seguir con lo que estaba haciendo y que, para ello, iba a apagar la luz. Fue todo tan repentino que cuando me quise dar cuenta me encontré a oscuras, de pie al lado de mi padre mientras volvía a descubrirse el cuerpo y a seguir con su paja. Tampoco dije nada, simplemente solté el aire y permanecí quieto. Él continuó con el ritmo con el que se había quedado antes; yo, por el contrario, no me atreví a pajearme delante de él, pero la situación era insostenible. Escuchaba atentamente el sonido de los huevos de mi padre rebotando, los chasquidos de su rabo y los pequeños suspiros que hacía; lo hacía sin moverme, tremendamente cachondo. El reloj marcaba las 23:19.
– Ven –, dijo mi padre.
Lo dijo una vez, con un tono suave y directo, tan flojo que parecía que lo decía para que solo yo pudiera oírlo. Di un paso hacia adelante hasta que mis rodillas tocaron el borde del colchón. Mi padre, que con una mano seguía dándole, me puso la mano en mi pierna y comenzó a subirla, buscando mi mano, que descansaba a la altura de mi cadera. Cuando la tuvo cogida, estiró de ella hacia él, hacia su polla; todo mi cuerpo se inclinó hacia mi padre, como si estuviera reverenciándole. Pude tocar con las yemas de mis dedos el tronco de su rabo, pero antes de que pusiera mi mano sobre él completamente se detuvo:
– Esto no se lo cuentes a nadie, ¿te queda claro?
Yo afirmé con mi voz, por fin se había deshecho el nudo de la garganta. Finalmente, mi padre puso mi mano sobre su polla y yo, decidido, la agarré. Me tomé unos segundos para disfrutar de su tacto y calcular su tamaño: más que la longitud, que no estaba nada mal, me sorprendió su grosor; era tal que casi no me cabía en la mano. Tomé aire y empecé a moverla, lentamente, mientras notaba mi corazón latiendo sin parar. Como sabía que él hacía menos de un minuto que estaba haciéndolo mucho más rápido de lo que yo se lo hacía en ese momento, continué más deprisa hasta que caí en que, finalmente, le estaba haciendo una paja a mi padre. Al tomar consciencia de lo que hacía, me sentí mucho más aliviado y me acomodé de rodillas encima de la cama, alineándolas con la cadera de mi padre. Él, mientras tanto, jadeaba levemente, como temiendo que alguien oyera lo que estaba haciendo, intentando disimular que, en realidad, lo estaba gozando. Para intentar aliviarlo, le coloqué mi otra mano en sus huevos y empecé a masajearlos. Notaba cómo aquellos grandes y peludos huevos reaccionaron al tacto de mis manos. Estaban hinchados, puede que mi padre llevase varios días sin desfogarse; pensé, de forma instintiva, “mi padre tiene una polla espectacular”.
Pasaron unos minutos. No sabría decir cuántos, ya que a mí me parecieron no más de quince segundos. Estaba tan cachondo por la situación que el tiempo avanzaba a una velocidad increíblemente rápida. La hora que marcaba el despertador, las 23:28, me devolvió a la realidad. Mi padre, que hasta entonces se había mantenido totalmente quieto, suspiró hasta vaciar de aire sus pulmones y me acarició la cabeza con delicadeza. Yo cerré los ojos y disfruté de sus caricias; sus grandes manos me agarraban desde mi oreja hasta mi nuca, su pulgar se extendía hacia mi mejilla. Imaginé que esas caricias guardaban una intención que mi padre no se atrevía a pedirme. Tragué saliva y bajé mi cabeza hasta que mis labios entraron en contacto con el glande de mi padre; me detuve esperando a que él reaccionara de alguna manera. Con la mano que le quedaba libre me agarró la mano con la que aguantaba su polla y la movió de tal forma que la punta de su glande quedó introducida entre mis labios. Era la señal que esperaba: abrí la boca y me la introduje.
Tener la polla de mi padre dentro de mi boca no era lo que esperaba cuando me había colocado detrás de la puerta a espiar a mi padre. Mi plan era escucharlo un rato, calentarme lo suficiente e ir a mi cuarto a rematar, pero eso que me estaba pasando ni siquiera me lo había planteado. Me costó asimilar que la situación actual era que estaba manteniendo sexo con mi padre. Un montón de preguntas me vinieron a la cabeza: ¿por qué lo hace? ¿ha sido premeditado? ¿soy el primer hombre con el que lo hace? ¿esto está bien? ¿no lo está? Todas esas preguntas rebotaban en mi cabeza mientras mi boca se deslizaba desde el glande de mi padre hacia su tronco; su mano, que aguantaba su potente rabo, me impedía seguir bajando, por lo que volvía hacia atrás y repetía. Él, mientras tanto, se limitaba a coger aire y a soltarlo en forma de suspiros, jadeos o resoplidos al mismo tiempo que me sujetaba su polla para que no tuviera que hacerlo yo y me acariciaba la cabeza por detrás.
Al rato de estar saboreando lo que mi padre me ofrecía, me la saqué de la boca. Mi padre, que entendió que estaba algo exhausto, me cogió y me tumbó sobre él, quedando totalmente extendido sobre su cuerpo. Me quitó la camiseta encima de su cuerpo y nuestras pieles, por fin, contactaron. Mientras movía una de sus manos por la espalda, con la otra acariciaba mi mejilla y yo me relajaba en el torso peludo de mi padre. El reloj marcaba las 23:42
– Cómo has crecido, hijo... Te has convertido en todo un hombre – decía mi padre de forma entrecortada por la excitación del momento. – Te quiero.
– Yo también a ti, papá– le susurré, en voz baja, como si fuera un secreto.
– Entonces, quiero que me lo demuestres.
Me tumbó en la cama con un movimiento brusco, pero delicado. Me dijo que me quitase los pantalones y así lo hice. Él, que se había arrodillado delante de mi cara, me acariciaba la cabeza y me invitó a volver a meterme en la boca su enorme polla. No hacían falta palabras, entendía perfectamente lo que quería y lo hice. Volvía a tenerla dentro de mi boca, aunque ahora todavía la tenía más inflada que antes. Mientras mi padre acariciaba mi cabeza, yo abría la boca y tragaba todo lo que me daba, sin hacer ningún ruido. Todos los ruidos los hacía él, en forma de gemidos y suspiros; sin duda, estaba disfrutando. Notaba que cada vez su mano presionaba más mi cabeza y que sus gemidos iban aumentando. La situación me ponía tan caliente que comencé a pajearme. Si me había hecho quitarme los pantalones hace unos minutos, sería porque quería que yo también disfrutase del momento.
Sentir que yo me estaba haciendo una paja debió calentar todavía más a mi padre, porque a partir de ese momento comenzó a moverse él. Me agarró la cabeza, dejándomela totalmente inmóvil, e intentaba meter su polla entera en mi boca. Como he dicho, la polla de mi padre destacaba por su grosor, por lo que era complicado que pudiera tragarmela entera, no obstante, mi padre insistía en que sí que podía hacerlo. En el fondo, yo también quería hacerlo, así que ayudé a mi padre arqueando hacia atrás la cabeza y abriendo mi boca y garganta para él. Tras unos intentos, consiguió que toda su polla entrase en mi boca, dejándome casi sin aire. Definitivamente, eso volvió loco a mi padre, que gimió como una bestia mientras seguía apretando su glande contra mi garganta. Instintivamente y sin sacar ni un centímetro de rabo de mi boca, me agarró de la garganta y empezó a follar la boca diciendo “trágatela entera, joder”.
Tenía la cabeza inmóvil y no podía respirar, pero sabía que mi padre estaba disfrutándolo tanto que no serviría de nada decirle que parase (y tampoco quería que lo hiciera), así que agarré mi polla y empecé a pajearme mientras que mi padre me atragantaba con su rabo. Entre el sonido de la cama y sus gemidos pensaba en que mi padre era un auténtico macho dispuesto a romperme la garganta con tal de disfrutar. Fue muy breve, pero la mejor follada de boca que podía imaginar. Mi padre confesó que se iba a correr en breves, así que dio las últimas sacudidas a mi garganta y, cuando estuvo a punto, la sacó de mi boca y apuntó a mi cara. No tardó mucho tiempo en correrse, ya que la sacó en el momento justo, aunque yo no sabía cuándo sería porque no veía nada. Acompañado de unos intensos gemidos, sentí cómo el primer chorro de lefa cayó en mi cara, prácticamente atravesándome desde la mejilla hasta la frente. Mi padre seguía gimiendo, casi eran gruñidos, y soltando trallazos de lefa por toda mi cara. Me llenó toda la cara de su corrida, espesa y caliente; él descansaba, de rodillas frente a mi cara, con su polla apuntándome. Limpié mi cara con la lengua mientras me pajeaba para correrme, tarea que no me llevó más de unos segundos, me llené de mi propia corrida todo el torso. Eran las 0:06
Al día siguiente despertamos, cada uno en su habitación. Me levanté y mi padre estaba en el sofá tal y como el día anterior. Me saludó con una sonrisa y una mirada de satisfacción y ocultamiento, como recordándome que nadie podía saber qué había pasado la noche anterior. Yo le devolví el saludo y la misma mirada.