Estoy agradecida
Algo de mi vida.
Desde muy pequeña disfrutaba la compañía de mi padre, que me acariciara, que me besara. Era algo muy especial pero normal, al fin y al cabo, todos los niños lo hacen, más aún como en mi caso que soy hija única. Siempre mirábamos fotos y la que más me gustaba era una donde estábamos en el campo, los dos dormidos, yo en su pecho. Recuerdo cuando jugábamos en el cuarto y esperaba que se echara en su cama para yo ir a echarme a su lado y así poder estar con él más tiempo con el pretexto que me dormía. Recuerdo que siempre le ponía las piernas encima y él las movía hacia un costado con mucha delicadeza. Cuando llegaba mamá, papá me pasaba a mi cama, desde donde no pocas veces los vi follando salvajemente.
Conforme fui creciendo, mis contactos físicos con él los iba haciendo cada vez más repetidos pero naturales. Yo no sé si él se daba cuenta, creo que sí, porque con retirarme de su lado se acababa todo. Poco a poco fui enamorándolo y enamorándome, contándole mis inventos como si fueran cosas que decían mis amigas del colegio, haciéndome la enferma para que él me cuidara o revisara o simplemente obligándolo a que estuviera conmigo todo el tiempo que fuera mientras mamá no estaba en casa. Desde la ventana de su cuarto se divisaba el camino por donde venía mamá y eso le daba una mayor emoción a la cosa. Nuestras conversaciones mientras mirábamos la televisión eran cada vez más serías y a la vez más excitantes. Cuando se quedaba dormido yo disfrutaba acariciándole su pecho tan velludo, excitándome al máximo.
Creo que eso, excitación, fue lo que él en alguna oportunidad debe haber sentido medio dormido, porque así como sentí que su corazón latía apresuradamente, vi que su pene empezaba a ponerse duro y a crecer dentro de su pantaloneta. Me bajé de la cama y me puse a los pies de él para poder ver su enorme y grueso pene amenazante pugnando por salir de su encierro. Fue algo que nunca antes había visto que me hizo mojarme al punto que me asusté por lo que corría entre mis piernas. A partir de ese día ya no podía estar un segundo sin pensar como haría para poder tener entre mis manos ese producto delicioso que me había dado la vida y que ahora quería acariciar hasta el cansancio.
Hasta que llegó el día en que él notando mi excitación al apoyarme contra su pecho, me dijo que me iba a revisar mis partes íntimas. Quedé sorprendida por su pedido, pero era lo que yo quería. Haciéndome la avergonzada le permití rozar sus dedos por mis labios vaginales. Fue increíble. Estaba tan mojada que papá se molestó, pero se dio cuenta de lo que yo sentía por él, deseo desenfrenado, y, a partir de ese momento empezó a ceder a mis provocaciones que, como un juego, yo le hacía. Un día me decidí a decirle que quería echarme en su pecho como en la foto y medio desconcertado, accedió. Fue sublime, estar en el pecho de mi padre, claro que ahora en otras condiciones ya que yo había crecido bastante. Me subí como cabalgando un potro y comencé a resbalarme buscando de sentir como su pene crecía y me rozaba las nalgas. Papá no me dijo nada pero creo que debe haber llegado a estallar en chorros de semen que yo no conocía por ese entonces.
De allí pasaron tres interminables tardes, hasta que llevé a cabo mi plan. Sabiendo que esa tarde mamá no iba a volver sino hasta muy noche y luego de quitarme los calzones, lo esperé metida en la cama para contarle algunas escenas escabrosas de una película inventada por mi imaginación El sonreía y no decía nada, ni se imaginaba que estaba deseándolo ardientemente. No se dio cuenta de nada, sino hasta cuando me volteé haciéndome la dormida y le puse mi culito en su pierna. Sentí como se agitaba y al cabo de un rato interminable comenzó a rozarme primero con su pierna, luego con sus brazos y al final directamente con sus manos. Yo estaba en la gloria.
Pero quería mucho más que eso. No pude resistir y volteándome rápidamente le dije que porque no se quitaba todo también él, para yo acariciarlo. Verlo quitarse su pantaloneta me quitó el aliento, su enorme pene estaba por fin delante de mi, parado como un porfiado esos muñecos que siempre están de pie por más que los quieras voltear. Yo recorría inexpertamente su cabezota dispuesta a reventar y él me besaba y rozaba el culito y mis tetitas haciéndome estremecer de placer.
Me volví a subir a mi potro ahora totalmente desnuda y pude sentir como me secaba mi leche con la punta de su pene como si estuviera echo a la medida para esa tarea. Yo me quería montar en esa pieza descomunal pero él no lo permitía, creo que me hubiese matado, así que me prodigó momentos de placer permitiéndome que sobara mi clítoris, que recién lo descubría, en ese portentoso, enorme, durísimo falo hasta correrme no sé cuantas veces.
Y allí empezaba nuevamente su labor de limpieza, con la puntita muchas veces de su pene, muchas veces de su lengua. Ya estábamos entregados el uno al otro. Disfrutar de un hombre que te ama de verdad, que te acaricia con ternura, que te besa con delicadeza, como tu padre lo hace contigo es alcanzar la gloria.
Hicimos todo lo que quisimos esa tarde, siempre recibiendo las más tiernas caricias de mi padre, besándolo en la boca y prodigándole placeres que yo imaginaba eran únicos. Creo que fueron cuatro horas las que estuve ese primer día con él y aunque no lo vi correrse, las veces que fue al baño a lavarse fueron por lo menos tres.
Como dije líneas arriba, yo no sabía como era el semen, la leche tan rica de un hombre. Es más fui yo la que le preguntó algún tiempo después, como era una eyaculación, pues él nunca se había corrido delante de mí y ante mi insistencia, ya que incluso le dije que pensaba que él no podía hacerlo, fue que lo hizo. Nunca pensé que hubiese tanta leche dentro de esos huevos maravillosos. Fue un espectáculo ver los chorros de leche, lava hirviendo que brotaba de ese cráter y que bañaba todo lo que tenía por delante.
Después de esa primer baño nunca dejé que no terminara, si no me daba mi baño de leche no quedaba contenta. Tenía que sentirla por mis tetitas, por mi culito, por mi cara, incluso lo bañaba a él mismo porque yo le apuntaba a su pecho para que se corriera allí y luego me echaba encima.
Durante bastante tiempo viví aprendiendo todo lo que la experiencia y el amor te pueden enseñar, entregándome al amor de mi propio padre, sintiéndome realmente su mujer.
Con el paso de los años, siendo ya mayor empezamos a ser totalmente amantes, conociendo recién la maravilla de un acto sexual pleno, donde siempre existió el amor pero donde la pasión me hizo disfrutar de lo maravilloso que es cabalgar en mi potro enorme, por mundos interminables de placer, en orgasmos infinitos, abundantes, que se mezclan y que se beben de manera simultánea.