Estoy agradecida (2)

Como vio mi padre nuestra relación. Te amo papá.

Voy a contarles algo que jamás pensé contar. Como fue que me fui envolviendo en una relación de amor interminable con mi propia hija. Debe añadir que lo hago a solicitud de ella misma, ahora que se decidió a relatar su historia de Hija agradecida.

Deberé empezar diciendo que ella es realmente preciosa. Siempre destacaba entre todas sus compañeras de clases, no sólo por ser la más desarrollada a pesar de ser la menor de todas, sino también por su extraordinaria belleza natural.

Desde los ocho o nueve años, fue mostrando su desenfado para manifestar sus inquietudes en todo cuanto ella quisiese saber. Ahora recuerdo que siempre trataba de estar conmigo todo el tiempo posible, lo cual me parecía muy lindo, ya que su madre, a quien adoro, le había dado todo lo que ella posee de belleza y el estar con mi pequeña, era como estar con la prolongación de su madre.

Es cierto que en un principio lo tomaba como travesuras propias de su edad, el que colocase su culito delante de mí o me diese besitos en la boca, como saludo o agradecimiento. Ahora comprendo que era un enamoramiento que, ella de una manera totalmente natural, llevaba a cabo para seducirme.

Cuando ella se echaba a mi lado en mi cama, se abrazaba a mi mientras veíamos televisión y siempre me pedía que la acariciara, "como lo haces con mamá", en tanto ella se acurrucaba debajo de mi brazo y me acariciaba el pecho. Inconscientemente mis manos rozaban de manera casi imperceptible su piel, lo cual le provocaban una excitación muy sexual a pesar de su corta edad, que recién comprendí al cabo de algún tiempo de estar pasando las tardes juntos.

La primera vez que quise cerciorarme, por esa curiosidad animal que el hombre posee, que ella realmente se mojaba al yo acariciarla, le pedí verle su conchita sin saber que era eso lo que ella esperaba. No tienen idea de lo mojada y ansiosa que estaba esta criatura. Realmente no sólo me enojé sino que me asusté por lo que podía acontecer con un cuerpo tan frágil pero a la vez tan sensual a mi merced. Preferí dar por terminado el acontecimiento y evitar en lo posible cualquier contacto con ella.

Debo precisar que todos estos episodios sucedían durante el tiempo que duraban las vacaciones escolares, en que yo llegaba temprano de mis labores y descansaba hasta la llegada de mi esposa entrada la tarde.

Al inicio de las vacaciones de año siguiente, yo ya no recordaba en absoluto lo acontecido ya que pensaba que esto había sido solamente producto del desarrollo de mi niña y de la curiosidad propia de su edad.

Grande fue mi sorpresa cuando al cabo de unos días del inicio del nuevo verano, una tarde mi diablita entró a mi cuarto mientras descansaba y se acurrucó a mi lado. Cuando la sentí, me desperté y estaba ella allí, descalza, con un pequeña camiseta y sus diminutos calzones, echada a mi lado, todo lo grande y hermosa que estaba, ocupando el espacio de su mamá.

Hola no quería despertarte, me dijo, dándome un beso en la boca que me trastornó de inmediato. Descansa, no te preocupes que yo te voy a cuidar. No podía creerlo. Verla todos los días en su uniforme de colegio y verla ahora allí, casi desnuda con esas hermosas piernas que ya no estaban para recibirlas encima de mí como lo hacía de pequeña, sino para colocarlas al hombro, con ese culo hermoso, redondito y rosado, que hacía que mi verga latiera incesantemente, era como una visión celestial, o, más bien diablezca. Me volvió loco, a pesar que le di la espalda, con todas las caricias y besos que me prodigó. Fue una tarde que me dejó cavilando casi toda la noche en que no pude conciliar el sueño y en la que no le hice el amor a mi mujer, porque sabía que mi tormento estaba detrás de ese pequeño biombo que separaba nuestros cuartos, esperando que esto aconteciera para saber de las "caricias" que le hacía a su mamá.

Estuve muchas tardes evitando llegar al cuarto, me quedaba fuera de la casa haciendo cualquier menester para tener el pretexto de no haber llegado a su lado.

Pero duraba poco. Salía por la ventana y me llamaba a su lado diciendo cualquier mentira o pretexto. Incluso llegó a decirme que como mamá no estaba en casa ella la remplazaba en su ausencia en todo lo que tuviese que hacer. Y sabía muy bien por qué lo decía.

Hasta que llegó la tarde en que más provocativa que nunca, creyendo que yo dormía me excitó al extremo en que tuve una erección tremenda, que fue el inicio de mi deseo de poseerla. Si ella hubiese sido más atrevida y me hubiese cogido la verga en ese momento, hubiésemos sido amantes antes del tiempo que realmente sucedió.

Soñaba con su cuerpo de niña-mujer y cuando se quedaba dormida le acariciaba sus pechos turgentes, su pubis lampiño pero muy desarrollado, con un gran monte de Venus, su culito de ensueño y su olor a leche fresca, niña virgen, realmente me trastornaba. Me había enamorado como un loco. Pero tenía miedo. No sabía si era cierto o era sólo mi imaginación todo lo que estaba pasando.

El día que ella me pidió subirse a mi pecho como en la foto aquella, lo deseaba tanto como ella misma y al hacerlo me comenzó a besar en la boca mientras se movía casi imperceptiblemente de arriba a abajo, de izquierda a derecha, haciendo que mi sexo saltara fuera de la pantaloneta y casi le perforase su calzoncito. Fueron minutos interminables en los que yo a pesar de tener toda mi arma expuesta, no me atreví a usarla. Tuve que reprimir la explosión de mis cojones para rápida y no sé si disimuladamente llegar al baño y terminar allí. Quedé exhausto y cuando salí del baño la encontré dormida. La empecé a besar de los pies a la cabeza, recorriendo con mi lengua todo su cuerpo. Le quité muy cuidadosamente su calzoncito y abriéndole las piernas le pude secar toda su leche derramada por el encuentro anterior. Dormía profundamente.

Me dije que estaba cometiendo una locura y que no debía continuar. Le coloqué nuevamente su calzoncito y la dejé en su cama.

Los días siguientes fueron una incesante lucha dentro de mí por apartar de mi mente ese sentimiento de deseo irrefrenable por ella, ya que la visión de ese cuerpo adorable, cada día más hermoso, que había estado rozándose con el mío, a merced de mis labios y porque no, a merced de mi verga, me atormentaba y trastornaba. La deseaba. Pero como podía pensar en eso, si era apenas una niña.

Hasta que llegó la tarde en que el dique se rompió. El escuchar una historia contada por mi pequeña que solamente tenía la intención de exacerbar nuestros deseos, fue entender que lo que yo estaba viviendo no era producto de mi imaginación sino de un sentimiento hermoso que naciendo de ella, se había apoderado de nosotros.

Sentir su piel fresca rozándome la pierna, fue el detonante. Se vino a mi mente ese momento excelso en que había disfrutado de ese tierno cuerpo, aún a pesar de su inconsciencia, en que me había sentido en la gloria y ahora podía repetirlo. Pensaba que ella dormía y que el destino me iba a permitir ese goce de su cuerpo desnudo junto al mío, pero ahora pudiendo tenerla a merced de mis manos, comenzando a rozarle su culito suavemente. Cuando estaba logrando acercarme a su rajita, quedé casi paralizado cuando intempestivamente mi tormento se dio la vuelta dándome la cara. Yo la creía dormida y estaba tan despierta como la primera vez en que me excitó y en que hubiese yo querido que no sólo me mirase sino que tomase entre sus manos, mi pene totalmente erguido por la arrechura de ese momento.

Por qué no te quitas tu pantaloneta, para yo también acariciarte?, me dijo directamente. Se iba a cumplir mi deseo. Quedar desnudo fue cuestión de segundos. Como también fue cuestión de segundos que empezáramos a besarnos desesperadamente, mientras ella se subía encima mío. Tuve que luchar contra ese sexo fresco que pugnaba por encajarse en mi enhiesta verga, pero era todavía demasiado pequeño para mi bien desarrollada arma. Cuando empecé a pasarle la puntita por su entrada vaginal, la hice vibrar hasta el paroxismo. Le frotaba la verga por su clítoris y la hice venirse una y otra vez. La volteé poniendo su conchita al alcance de mi boca y le practiqué la más rica sopa que jamás he hecho, recorriendo con mi lengua desde su monte de Venus hasta su mismo ano el cual penetraba con mi lengua. Le besaba las entrepiernas, su sexo, su clítoris y se estremecía de placer propiciando que volviese a venirse. Yo chorreaba leche sin que ella lo notase. Yo no quería que ella me viese venirme ya que realmente era una niña inexperta, aunque muy ardiente, que no hubiese entendido ese fenómeno. Eso creía yo.

Una y otra vez estuvimos haciendo el amor. Inexpertamente intentaba hacer conmigo el 69 que me imagino por su imaginación natural o tal vez por algo visto en la televisión, me proponía hacer. Le decía cuánto la amaba y ella me decía que también me amaba. Me vine dos veces.

Pasaron los días y una de esas tardes, me pidió que eyaculara delante de ella. Nunca lo había hecho antes, como he contado, y, no quería hacerlo, un poco de pudor, no sé. Pero cuando me vine, boté tanta leche que fue un espectáculo, para mi hija, maravilloso que en ese momento entendí que ella había nacido para disfrutar el sexo de manera plena. De allí a aprender a mamármela, sólo fue ganar experiencia con el trajinar de los días.

Pasados dos o tres veranos ya era una mujer plenamente desarrollada y fue cuando de una manera natural fuimos completando la plenitud de una penetración. Ella ya había perdido su virginidad, no de una manera traumática, sino más bien de tanto montarse sobre mi verga.

Una tarde se montó como siempre sobre mí y comenzó a moverse con un ritmo lento al principio y frenético después, Su leche mojaba mi verga hasta los cojones y ya no permitió que yo retirase mi portentoso falo. Besándome con ternura me dijo: quiero sentirte totalmente dentro de mí y sacándose más leche de su concha completando con su saliva, lubricó de tal forma mi verga, que sentí como iba comiéndosela desde la punta del glande, la cabeza, el cuerpo, hasta llegar a los mismos huevos y como de una manera acompasada, subía y bajaba, tragándose entera toda mi pieza una y otra vez, con esa conchita fresca que ahora si sabía lo que era comer a boca llena. Me atenazó con tanta fuerza con sus piernas alrededor de mi cintura y me hizo de tal forma el amor, que por más que lo quise impedir, logró que estallara en torrentes de leche, dentro de ella. Se movía y movía tan exquisita, que era una manera increíble y maravillosa de ordeñarme, sacándome hasta la última gota de leche. Se puso en posición de 69 y así como me terminó de exprimir la verga sacándome todos los jugos, me hizo beber de mi propia leche junto con la suya hasta quedar totalmente exhaustos. Fue la única vez que ella me gobernó y créanme que fue la gloria.

Ahora somos felices, cuando se ama no se escoge y aunque muchos consideran este amor una aberración, somos libres de escoger. Muchos han pasado por esto y no lo dicen. Pero lo disfrutado nunca lo olvidarán. Distinto es, cuando el incesto es producto de una violación salvaje producto del alcohol o las drogas, a cuando existe amor consentido por ambas partes. Te amo hija mía.