Estímulos Fraternales

Elia visita a su hermano mellizo que lleva una temporada viviendo en Barcelona. Juntos comprobarán que su complicidad sigue intacta.

Estímulos fraternales

Día 1

El taxi dejó a Elia cerca de Plaza Cataluña, en la intersección de las Ramblas con Pelayo. Arrastrando su pequeño trolley  se adentró en el barrio del Raval, decidida a sorprender a su hermano. Con su móvil como mapa se orientó con cierta dificultad, caminando por pequeñas calles pintarrajeadas con grafitis, de gran diversidad étnica y cultural. Le gustaba andar por allí, pero también se alegró de que fuera de día. Su hermano mellizo Aníbal y ella habían sido inseparables toda la vida, solo los estudios universitarios habían sido capaces de alejarlos el uno del otro. Elia se había quedado en Madrid, su ciudad natal, estudiando periodismo mientras que él había decidido ir a Barcelona para poder cursar allí los estudios de informática, A sus veinte años solo habían vivido dos de ellos en lugares distintos, y éstos se habían hecho mucho más largos de lo esperado.

Finalmente llegó hasta un viejo edificio, el portal era antiguo, con un inmenso portón de madera entre abierto como entrada principal. Con prudencia entró en el edificio y buscó el piso de su hermano, Planta A. Al llegar a su destino se sintió algo nerviosa justo antes de apretar el timbre. Después de unos interminables minutos Aníbal abrió extrañado la puerta, probablemente no estaba acostumbrado a recibir visitas, menos aún sin avisar.

—¡¿Elia?!

Ella dejó aparcado el trolley sin pensárselo y se abalanzó sobre él dándole un fuerte abrazo.

—¿Te noto más flaco? —le dijo sin soltarlo, estrujándolo con fuerza.

Yo a ti no, sería casi imposible —contestó él devolviéndole el abrazo cariñosamente.

—¿Bueno qué?, ¿te alegras de verme o no? —siguió ella mientras entraba la pequeña maleta al piso, aprovechándose de la indudable confianza que se tenían.

—¡Claro que me alegro de verte!, es simplemente que no tenía ni idea de que venías, ¿cómo es que no has avisado?

Mientras Aníbal justificaba su sorpresa ella observaba detenidamente aquel pequeño piso de techos bajos, abierto, sin paredes pensado para ser un pequeño estudio.

—Bonito palacete —bromeó ella.

—Te habría avisado si dieras señales de vida ermitaño de las narices, comprueba tu whatsapp y verás que la idea de venir a verte se fraguó hace más de una semana. Teniendo en cuenta que hoy es jueves, nueve días para ser exactos.

—Whatsapp…me cansé de las actualizaciones y las conversaciones múltiples, aquello pitaba más que una alarma de incendios en California.

—Bueno, hablando de cosas serias, ¿tienes sitio para mí en esta pocilga o me tengo que buscar un infecto motel por la zona para ser pasto de las pulgas?

—Verás que el espacio no es el punto fuerte de mi hogar, pero sí, yo duermo en aquel catre plegable que ves en la pared, este sofá también se puede convertir en una cama si quieres. Mientras que a la princesita no le importe compartir salón-habitación y baño conmigo, sin problemas.

—Ni el espacio ni esta curiosa fragancia son los puntos fuertes del piso, aquí huele a tigre tío.

—Solo puedo abrir esas pequeñas ventanas que ves allí pegadas al techo, esto es una especie de sótano convertido en casa, por lo menos el alquiler es asequible, dile a mamá y papá que se estiren un poco más con las ayudas y me mudo a Pedralbes.

Elia se sentó en el único sofá de la estancia, abrió su maleta y de ella sacó un portátil mientras preguntaba:

—¿Enchufes te sobra alguno para cargar este trasto o tampoco?

Aníbal observó el ordenador  y no pudo remediar la crítica:

—¿Te has comprado un puto Mac?

—¿No querrás que vaya con un HP y el jodido Windows por el mundo?, ¿me prestas un enchufe o qué?

—Sobrar me sobran, pero no sé si quiero denigrarlos de esta manera, esta casa está libre de Apple por un simple tema de higiene —mientras seguía vacilando a su hermana, sin separar los ojos de aquel pequeño aparato de color rosa, le señaló un SAI donde poder cargar su batería.

—Vamos, ya está aquí el informático, me dirás que el IOS no es estable, para lo que lo utilizo voy más que sobrada.

—Estable es, y más cerrado que las piernas de una monja en navidad.

—¿Y qué me recomienda el señor hacker?

—¿Te suena algo llamado Linux?

—¡Sí claro!, estoy yo ahora para ir programando todo lo que necesito, muy bonito para la gente que sabe lo que hace como tú, pero para el resto de los mortales es como volver a la edad de piedra, menos intuitivo que una calculadora. Ya te puedes ir guardando el Ubuntu para tus amigos de Anonymous o quien coño sean tus amigos en esta ciudad tan cool.

—Ubuntu, eso es para principiantes…

Elia se rio con ganas, casi teatralmente retorciéndose por el sofá.

—¿Encima Ubuntu es una versión fácil?, jajajajaaja, para ti guapito.

—Pues nada, te dejo que seas cómplice de agrandar la manzana, los directivos de Apple se deben descojonar de todos vosotros mientras navegan en sus yates y vuelan con sus jets privados.

—Pero bueno, ¿A ti qué más te da?, ¡serás friki! —le increpó ella con una gran sonrisa en los labios, consciente de lo mucho que echaba de menos aquellos debates fraternales.

—Es un tema de principios, eso sí, viendo los sistemas cerrados como IOS, Windows o Android, lo que sí tengo claro es que son sistemas operativos sagrados, celestiales.

—¿Celestiales? —recalcó la palabra con tono interrogativo, perpleja por aquella afirmación.

—Claro, Dios creó la Tierra hace cuatro mil quinientos millones de años. Tardó quinientos millones de años en crear los continentes, la atmósfera y los océanos, después de eso se atrevió, por primera vez a crear la vida, elementos unicelulares, bacterias, proteínas, etcétera. Digamos que necesitó unos cuantos cientos de millones de años más en conseguir crear los primeros organismos pluricelulares. Cuando se aburrió de jugar con algunos animalitos decidió habitar el planeta con los dinosaurios, enormes seres mucho más excitantes que dominaron la Tierra durante más de ciento sesenta millones de años. Hace tan solo unos sesenta y cinco millones de años decidió extinguirlos y pensó: “voy a crear algo más emocionante, algo parecido a un mono pero un poco más listo”. Empezó con prueba/error creando, por ejemplo, a los Homo Habilis, hace tan solo unos dos mil quinientos millones de años. Después de no sé ni cuantas mutaciones, evoluciones y especies que se quedaron por el camino dio en la tecla correcta y creó a lo que hoy en día conocemos como humanidad.

—¿Y? —preguntó estupefacta la hermana.

—Pues que está claro que Dios programaba con IOS o Windows, con tantas cagadas y lo que llegó a tardar en crearnos, el Linux le habría acortado los plazos fijo. Me imagino al pobre actualizando continuamente la computadora, pasándole el antivirus, bloqueado en el escritorio mirando fijamente el maldito reloj de arena. Eso sin hablar del armadillo, que allí sí que metió bien la pata, se le debió traspapelar los papeles —respondió su hermano guiñándole el ojo.

Elia soltó una sonora carcajada para acabar diciendo:

—No sabía que además de informática estabas estudiando también paleontología o lo que sea.

Su hermano le acompaño las risas mientras le ofrecía una cerveza fría y le daba un trago a la suya. Se acomodaron ambos en el sofá, contentos por el reencuentro, disfrutando de aquellos pequeños placeres que la vida te regala de vez en cuando.

—¿Mañana tienes que ir a clase?

—Que le den a las clases, ¿hasta cuándo te quedas?

—Tengo billete de AVE para el domingo a las ocho de la tarde.

—Pues eso, que le den a las clases —repitió Aníbal mientras hacía que su botella se estrellara con la de su hermana en señal de brindis.

—¿Y tú?, ¿qué tal todo?, ¿te gusta la carrera? —preguntó él.

—Bueno, de momento es un poco decepcionante. Además se ve que casi todas las grandes conspiraciones de la humanidad ya han sido descubiertas por algún periodista, a este paso me licenciaré y tendré que dedicarme a escribir esquelas en algún periodicucho de pueblo.

—¿Y qué tal con Gonzalo?

—Ya no estamos juntos.

—¿Y eso?, me caía bien.

—Y a mí —bromeó ella —un día me propuso hacer un trío con su mejor amigo, el tío ese que jugaba a rugby en la universidad, ¿te acuerdas?, Rubén.

—¿Y eso te asustó hermanita?, no te hacía tan mojigata. Además me parece muy generoso por su parte que quisiera compartirte.

—Bueno el no buscaba ser generoso, lo que quería era proponerme un trío chico-chico-chica para luego revelarme sus verdaderas intenciones, hacer uno con Julia y conmigo. Así el no quedaba como un machista, huyendo de parecer un cliché.

—Me parece justo, quid pro quo señorita Elia.  —bromeó Aníbal terminándose la cerveza.

—Y a mí, por eso accedí. Lo que pasó es que después de planearlo todo empezó a rajarse, hasta que insinuó que yo era una fresca. ¿Te lo imaginas?, víctima de sus propias fantasías el pobre infeliz.

—Bueno, que le vamos a hacer, la verdad es que yo también diría cualquier cosa con tal de tirarme a tu amiga Julia —siguió cachondeándose el chico mientras empujaba cariñosamente a su hermana.

—¡¿Seréis cerdos?! ¿Qué tendrá ella que no tenga yo?

Durante unas décimas de segundo Aníbal repaso la anatomía de Elia, con sus pómulos pronunciados, sus labios carnosos y aquellos grandes ojos marrones. Llevaba el pelo muy largo de color castaño oscuro y su cuerpo medía un notable metro setenta. Muy flaca, quizás demasiado, con los pechos pequeños escondidos en una básica camiseta negra de tirantes que mostraba también su ombligo.

—Mejores tetas —respondió al fin el hermano, disfrutando nuevamente metiéndose con su melliza.

—Vale, sí, tiene unas tetas enormes pero yo tengo mejor culo.

Era completamente cierto, sin duda el tren inferior de Elia era su mejor parte, con un compacto y bonito trasero que aquella tarde noche ocultaba embutido dentro de unos vaqueros de pitillo, uno de esos con forma de corazón invertido, fibroso y bien puesto. Si sus nalgas eran ya de por sí apetecibles éstas iban acompañadas de unas largas y torneadas piernas dignas de cualquier modelo de pasarela.

Aníbal decidió zanjar la broma allí, se acercó a la minúscula cocina americana y le preguntó:

—¿Qué te apetece de cena, pizza o pizza?

—Te iba a pedir un risotto acompañado de trompetas de la muerte y carpaccio de langosta de segundo pero, finalmente, me ha entrado antojo de pizza —contestó su hermana irónicamente.

Aníbal sacó una pizza del congelador y puso el horno a pre calentar, agarró otra cerveza de la nevera y preguntándole a su hermana si también quería volvió al sofá ante su negativa.

—¡Ah, por cierto! —exclamó Elia —te he traído un regalito.

Empezó a rebuscar entre el trolley hasta que finalmente sacó un obsequio envuelto en papel de regalo y se lo entregó. El hermano la miró extrañado mientras preguntaba:

—¿Y esto?

—Esto es una cosita que hay que desenvolver para saber qué es —se burló la hermana imitando la voz de un retrasado.

—¡Pero si nuestro cumpleaños fue en febrero!

—¡Cállate y ábrelo ya, cabezón!

Por el tacto enseguida dedujo que se trataba de un libro, comenzó a romper el envoltorio patosamente hasta que finalmente lo dejó caer al suelo. Enseguida se emocionó al ver de qué se trataba.

—¡Taipei!, ¡me encanta!, es la única novela que no me he leído de Tao Lin.

—Lo sé —dijo con voz orgullosa la hermana mientras que su mellizo se lo agradecía con un beso en la mejilla.

—Joder si llego a saber que venías también te habría comprado algo.

—En primer lugar, no te lo crees ni tú, jajajaja, y en segundo lugar…anda vete poniendo la pizza en el horno antes de que éste explote.

Los hermanos cenaron entre risas y discusiones absurdas, compartiendo aquella masa aderezada con queso, tomate y champiñones mientras se bebían alguna que otra cerveza más. Rápidamente se hicieron las once de la noche, Aníbal miró a su hermana y le preguntó:

—¿Te apetece hacer algo esta noche?

Ella hizo cara de cansancio mientras respondía.

—Buff, hoy no, si no te importa me iré a dormir pronto, hoy he madrugado para ir a nadar, luego la universidad y después de clase ya todo ha sido estrés hasta subir al tren. Estoy molida.

Mientras Elia cogía su neceser y el pijama y desaparecía un largo rato en el cuarto de baño Aníbal aprovechaba para convertir el sofá en una incómoda pero aceptable cama y se preparaba también para afrontar la noche. Con ambos hermanos ya acostados y con las luces apagadas la chica susurró en la oscuridad:

—Tete.

—¿Sí?

—Creo que el problema de Dios fue que utilizó Linux, al no tener reconocimiento de hardware y tener que pasarse el día programando para hacer cualquier cosa perdió varios millones de años en el proceso de creación.

Su hermano no contestó, tan solo se rio mientras ella añadía:

—Por cierto hermanito, si Dios nos creó a su imagen y semejanza, ¿significa que de mascota tenía una iguana y por eso creo a los dinosaurios?

El chico se dio cuento de lo mucho que extrañaba aquellas absurdas discusiones, lo mucho que había echado de menos a su querida hermana.

—Buenas noches Elia.

—Buenas noches Aníbal.

Día 2

El sol que entraba por las pequeñas ventanas del estudio fue suficiente para despertar a Aníbal, momento que aprovechó para encerrarse en el baño a orinar y lavarse la cara para desperezarse un poco. Al salir una voz ronca y dormida le preguntó:

—¿Qué hora es?

—Son casi las nueve.

—Joder, pues sí que será verdad eso de que los catalanes son más europeos, ¿ya te han contagiado sus costumbres?, en casa no te despertabas tan pronto.

Su hermano rebuscó entre la despensa y la nevera viendo que no tenía nada que echarse al buche mientras contestaba:

—Más que sus costumbres es el hecho de no tener persianas, pero vaya, que me gusta aprovechar el día la verdad. Hermanita me acabo de dar cuenta que tengo que hacer la compra, me temo que tendremos que salir a desayunar fuera.

—Vale, vale, ya pillo la indirecta, me doy una ducha rápida y nos vamos a comer algo —informó ella mientras se frotaba sus cansados ojos.

Mientras que el hermano ventilaba como podía el piso al ritmo de Silversun Pickups-three seed y se vestía con ropa limpia podía oír como el sonido de la ducha era incesante.

Remove a bullet from my head

Extracting over confidence

Hidden so easy to pretend

Too bad the rush was found again

Consciente de lo que estaba a punto de pasar contó en voz baja:

—Cinco, cuatro, tres, dos, uno.

No mucho más tarde un grito salió del interior del cuarto de baño.

—¡Me cago en la puta!

I can see the pictures on the floor

Sketches of what was there before

Three came from one little seed

The last one is all i need

Aníbal se rio a mandíbula batiente mientras que su hermana añadía:

—¡Me ha salido agua fría de golpe, joder!

El hermano seguía desternillándose de risa, estirado en el sofá cama donde había dormido ella mientras le gritaba:

—Es que mi caldera no da para tus baños de Reina de Saba, querida.

—¡Pues eso se avisa!, seguía gritándole la melliza desde el interior del baño.

I can hear the bottle on the ground

We turned the corner safe and sound

No thought of him as it was done

A clean execution

A clean execution

Mientras esperaba que su hermana terminase de acicalarse el chico hojeaba su preciado regalo, deseoso de leerlo lo antes posible. La puerta del baño se abrió y de ella salió Elia al fin, secándose concienzudamente el pelo con una toalla mientras que andaba decidida hasta su maleta que estaba frente al sofá cama. Iba vestida tan solo con unas sugerentes braguitas negras, luciendo su figura, con sus pequeños senos votando ligeramente por los movimientos de frotación de la toalla, completamente desprotegidos mostrando unos pezones endurecidos por el frio.

Aníbal no pudo evitar mirar de reojo, sorprendido ante la falta de pudor de su hermana y fijándose en que uno de sus pezones estaba decorado con un piercing con forma circular. Por mucha confianza que se tuvieran al no compartir habitación en Madrid aquella escena nunca había tenido lugar. También le frustró un poco que su hermana no le contara el transgresor acto de atravesarse parte de su anatomía con un aro de acero inoxidable, pero se dio cuenta de que no son las típicas cosas que se explican por teléfono o mensaje.

La melliza siguió rebuscando entre sus pertenencias algo que ponerse, con toda la naturalidad del mundo y ajena completamente a la pequeña incomodidad, o mejor dicho sorpresa, que sentía su hermano al verla así. Pronto se cubrió los senos con un sujetador también negro y un top blanco de tirantes bastante holgado, de esos que por la parte de la axila muestran prácticamente todo el cuerpo debido a la anchura de sus aberturas. Para la parte inferior eligió una falda que le llegaba a la altura de las rodillas, tallada de forma asimétrica, haciendo que tener una parte más larga que la otra le diera un toque estiloso.

—Ya casi estoy, me pinto la raya de los ojos y a la calle —se justificó ella —por cierto, ¿dónde me vas a llevar?

—A una pequeña plaza cerca de aquí, estoy seguro de que te va a encantar.

De camino al emblemático lugar compraron un shawarma y un falael respectivamente en un puesto ambulante y callejearon un poco hasta llegar a la plaza. Elia se quedó impactada cuando la vio, notó la historia que en ella había, sus cicatrices, apenas podía articular palabra. Se acercó andando despacio hasta la preciosa fuente octogonal del centro y con un hilo de voz preguntó:

—¿Dónde me has llevado?

—A la plaza de Sant Felip Neri —contestó satisfecho su hermano.

Los árboles desprendían pequeñas hojas que caían lentamente hasta el suelo mientras la chica se dejaba conquistar por aquellos edificios de estilos renacentistas.

—Eso de allí al fondo es la iglesia que recibe el mismo nombre, aquel edificio de allí es el Museo del Calzado, forma parte del gran gremio de zapateros  —le explicaba Aníbal a su hermana que seguía embelesada.

—¿Qué son aquellas marcas de la pared? —preguntó Elia señalando un muro castigado por los impactos.

—Son los desperfectos que la metralla de una bomba lanzada en la guerra civil le hicieron. La lanzaron los fascistas en 1938, matando a más de cuarenta personas, muchos de ellos niños. Los barceloneses nunca han querido repararla en señal de luto y como recuerdo histórico.

Aníbal la invitó a sentarse en el bordillo de la fuente para poder desayunar contemplando aquellas simbólicas vistas.

—Es una lástima los problemas territoriales de nuestro país, somos víctimas de los ineptos políticos que ganan votos a costa de enfrentarnos, me asquea profundamente —dijo Elia justo antes de darle un gran bocado a su falafel, haciendo clara mención a las aspiraciones soberanistas de una considerable parte de la sociedad catalana.

Su hermano estaba completamente de acuerdo con aquella afirmación, sabía que con ese tema no habría ni discusión ni polémica.

—Se llenan la boca de falsos patriotismos y atacan lo más bonito que tiene nuestro país, la diversidad cultural, de lenguas, la riqueza de sus pueblos. Desde pequeños nos adoctrinan para ser de un bando o de otro, de derechas o de izquierdas, rojos o azules, del Madrid o del Barça, olvidan que el mundo está lleno de matices. También se olvida fácilmente que Madrid fue la última que cayó defendiendo la República, solo después de Barcelona. Nuestra ciudad y ésta que es mi ciudad de acogida tienen mucho más en común de lo que nos pensamos —sentenció su hermano.

—Amén —añadió Elia mientras degustaba su falafel.

Terminaron de desayunar y decidieron andar un poco más por el emblemático barrio Gótico de Barcelona, charlando de política mientras decidían seguir su ruta hasta llegar al paseo marítimo.

—Deberías cambiar este mundo, a lo Mr. Robot —se burlaba Elia de su hermano con cariño, mencionando una serie de televisión fetiche para él.

—¿No empezarás ya a burlarte de mí? —se defendía Aníbal.

—¡Claro que no!, ¿pero no va de eso los libros que lees?, ¿tu querida ficción transgresiva?

—No, deberías hacer más caso de mis recomendaciones literarias y no quedarte solamente con Chuck Palahniuk. Este tipo de literatura es la filosofía moderna, es simplemente gente que se plantea cosas, que tiene preguntas, que decide cruzar los límites para ver si lo que siempre se nos ha explicado es cierto.

—Vamos hermanito, no te pongas profundo, tu querido Palahniuk encontró la fórmula del millón de dólares con El club de la Lucha y desde entonces se dedica a copiarla y a provocar, leído uno leídos todos.

—Eso no es cierto —se defendió el mellizo.

—Tienes razón, no es cierto, sus otros libros son simplemente copias malas del primero.

—Asfixia, Monstruos Invisibles, Snuff, todos iguales pero peores —insistía la chica.

—¡No seas tramposa!, léete Superviviente y verás que al tipo le quedaban muchas más cosas que contar. Además, no me hables solo de él, dale una oportunidad a Cooper, Irvine Welsh o al mismo Tao Lin para poder hacer una valoración del género que no se quede en la superficie.

—Nada, nada, libros escritos por pervertidos que se creen transgresores, falsos provocadores que lo que buscan simplemente es liberar sus propias filias. Hijos de la endogamia que nos intentan hacer creer que los que estamos equivocados somos el resto de los mortales.

Aníbal no compartía las opiniones de su hermana, ni siquiera sabía si ella misma creía lo que le decía o simplemente quería buscarle las cosquillas, pero sabía reconocer a una buena oradora, y sin duda Elia lo era. Nuevamente pensó que hacía tiempo que no se sentía tan estimulado hablando con nadie. Su compañía, la agradable brisa marina y aquel tranquilo paseo eran un auténtico regalo.

Estuvieron un rato sin decir nada, disfrutando de la vistas, del mar, hasta que finalmente el mellizo retomó la discusión:

—Pues tú te reirás de El club de la Lucha, pero el otro día me leía el blog de un tipo que tenía ideas incluso más extremas, y por lo que contaba incluso había conseguido los explosivos para llevarlas a cabo. Me dio más miedo que el Estado Islámico.

—Joder que mal rollo, no sé dónde encuentras a todos estos pirados, a mí nunca me salen este tipo de blogs.

—Claro qué no, ¿en tu Mac y teniendo a Safari como buscador?, imposible. Yo me conecto con TOR.

—¡Bueno!, ya hacía tiempo que no me hablabas del enrutamiento cebolla. Y dime, ¿algo interesante en la Deep Web?, me refiero a además de pederastas, sicarios, camellos y locos que quieren volar el mundo en pedazos, claro.

—Pues la verdad es que…no mucho más —contestó Aníbal entre risas.

Elia se sintió ganadora de aquel pequeño asalto, también disfrutaba con aquel paseo. Decidió agarrar la mano de su hermano con cariño, andando como dos novios adolescentes a las orillas del puerto. Siguieron paseando un rato hasta que un chiquillo montado en una bici les gritó pasando a toda velocidad:

—¡Qué suerte tienes cabrón!

Ambos hermanos se soltaron la mano, extrañados, mirándose descolocados por aquel comentario hasta que la melliza dijo:

—No me mires así, ya te gustaría tener una novia como yo, friki.

—¿Alguien que no valora Mr. Robot?, ¡eso jamás! Además, tendría que gustarte la serie, eres clavadita a Darlene.

—Primero: me gusta la serie, simplemente no es mi biblia.

—¿Y segundo? —preguntó el hermano ansioso.

—Una cosa es que esté delgada y la otra es que tenga la cara de muerta de Carly Chaikin, pronto dejará la serie y fichará por The Walking Dead.

El hermano volvió a troncharse de risa, contagiando esta vez a su hermana, riéndose tan escandalosamente que la gente se los quedaba mirando por la calle.

—Tete, ¿además de insultarme tienes pensado dónde vamos a comer hoy?

—Pues había pensado en hacer una paella ya que estamos por aquí.

—Ah sí, claro, paella, sangría y luego un poco de sevillanas y ya me puedo volver a guirilandia.

Aníbal reía tanto que apenas podía hablar, poniéndose casi de cuclillas por el dolor de barriga que empezaba a notar. Con gran esfuerzo consiguió decir:

—Te voy a llevar a un sitio donde va la gente de la ciudad, no te preocupes, nada de restaurantes pensados para turistas.

Realmente el mellizo tenía razón, el restaurante que eligió no solo ofrecía comida de mercado de calidad sino que lo hacía a precios razonables, huyendo de los sitios “saca pasta” que abundaban por aquella zona, pensados para exprimir hasta el último euro a confiados extranjeros. Los hermanos degustaron unas patatas bomba y unas gambas de Palamós como entrante para redondear el homenaje con una paella marinera, todo eso regado con un adulzado vino blanco.

—Ahora entiendo porque vives en ese cuchitril, te lo gastas todo en comilonas, bribón —bromeó Elia acariciándose la tripa en señal de lo llena que estaba.

—Calla, calla, me parece que no voy ni a cenar —añadía el hermano aflojándose el cinturón del pantalón vaquero.

La tarde la aprovecharon para hacer un poco de turismo por la ciudad, los sitios más emblemáticos, la típica ruta del modernismo con su Sagrada Familia, la Pedrera, el Parc Güell, la Casa Batlló o la casa Fuster entre otras. Se sentían bastante cansados de tanto andar y coger el metro, pero también les había ido bien el esfuerzo para bajar la copiosa comida. Sentados en un banco del Ensanche el mellizo le preguntó a su hermana:

—¿Querrás cenar algo?

—¡Ni de coña! —exclamó ella volviendo a señalarse la tripa —pasamos directamente a las copas.

—Perfecto, déjame que llame a un amigo mío que seguro que le encantará conocerte para que se nos una.

—¿No estarás haciendo de casamentero ni nada por el estilo, no?

—No, seguro que vendrá con su novia —contestó Aníbal guiñándole el ojo.

—¿Tu amigo es catalán?, pensaba que aquí no te invitaban a salir con ellos hasta que llevabas viviendo diez años y te sabías Els Segadors —le interrumpió Elia con ganas de chincharle, con la llamada ya en curso.

El hermano colgó el teléfono, le lanzó una mirada de reprobación en broma y le dijo:

—Se nos unen Jordi y Mireia, no te creas todo lo que van contando por allí. Hemos quedado en un rato en un bar musical del Born, te va a encantar.

Anduvieron con cierta dificultad debido al cansancio por las calles de Barcelona mientras se hacía cada vez más presente la noche, bajando algunos grados la temperatura en el ambiente.

—Tete, podrían iluminar mejor tu nueva ciudad, sinceramente —se quejó la madrileña pasando por calles alumbradas tan solo por una o dos farolas.

—Yo le veo su encanto, es una ciudad gótica —se defendió él.

—Que sea gótica está bien, pero esto es más bien Gotham.

Aquella broma hizo sonreír de nuevo a Aníbal, que señalando la entrada de un restaurante dijo:

—Aquí es, quejica.

En cuanto estuvieron dentro Elia volvió a fascinarse, aquel sitio era encantador, con arcos como si de un claustro se tratase, mezclado con una apariencia similar a la de las bodegas y una decoración con un toque extravagante pero muy acogedor. El restaurante Júpiter era ya uno de sus favoritos, y eso sin haberse sentado en ninguna mesa.

Decidieron beber una Desperado cada uno y picar un poco de queso mientras esperaban a los amigos del hermano. Éstos no se hicieron rogar demasiado y acudieron puntuales a la cita. Se hicieron las presentaciones pertinentes y enseguida Elia supo que le iban a caer bien, eran una pareja muy abierta, agradable y con pintas ligeramente alternativas. Pronto supo que no solo eran apariencias,  los jóvenes que tendrían una edad similar a la suya eran capaces de discutir sobre política, cine, música, literatura y siempre acompañado todo con un fino humor.

Mientras Jordi y Mireia devoraban unos bocadillos con muy buena pinta los hermanos se sentían saciados tan solo con aquella pequeña tapa de queso que habían tomado al llegar. La paella y las tapas aún hacían mella en su organismo. Sin darse cuenta fueron pasando las horas y también sin ser muy conscientes de ello se fijaron en que estaban a punto de terminarse la segunda botella de vino de El Perro Verde.

Los cuatro hablaban cada vez más animados, Aníbal notaba el efecto del alcohol en su gradual pérdida de dicción y también en su mirada, que poco a poco se volvía más lasciva. El generoso escote de Mireia llevaba tiempo siendo su más preciado punto de atención, era como si todo el restaurante fuera un lienzo y su canalillo el punto de fuga. La novia de su amigo no era especialmente atractiva, ni alta, ni delgada, pero tenía un buen par de pechos que no dudaba en mostrar. Jamás se le pasaría por la cabeza tener nada con ella, respetaba profundamente a las parejas de sus amigos, pero, ¿qué había de malo en alegrarse la vista?

Mireia se levantó algo mareada y dijo que se iba un momento al baño, enseguida se le unió Elia, haciendo cierto el dicho de que las mujeres siempre van al servicio en grupo.

—Tu hermana es increíble tío, me ha caído genial —le comentó Jordi a Aníbal aprovechando que estaban solos.

Por un momento pensó en contestarle: “pues tu novia tiene un buen par de melones”, pero en vez de eso dijo:

—La verdad es que sí, es una chica muy especial.

—Ya te digo, es guapa, lista y simpática, ¿hasta cuándo se queda? —insistió Jordi.

—Hasta el domingo —contestó él, notando que su cuerpo estaba muy cansado de repente.

—¡Pues mañana hay que volver a quedar! —exclamó Jordi casi imperativamente.

—Hecho —fue lo único que fue capaz de decir Aníbal.

Las chicas ya volvían de su visita al WC, a Mireia se la veía achispada pero Elia andaba con tanta dificultad que parecía tener los tobillos de plastilina, el no haber cenado había hecho que el alcohol tuviera más efecto en ella. Eso o su constitución delgada.

—Bueno, yo creo que será mejor que nos vayamos —dijo su hermano recapacitando sobre el estado en el que se encontraban los dos.

—¿Tan pronto?, ¡qué lástima! —expresó Mireia realmente afectada.

—Tranquila cariño, hemos quedado en volver a vernos mañana —salió al paso un atento pero no por eso menos borracho Jordi.

Se despidieron efusivamente y en esta ocasión los mellizos, pese a no estar lejos, decidieron llamar a un taxi para volver a casa. Cuando entraban en el edificio Elia ya no podía reprimir más su estado de embriaguez, cantando sin parar melodías sin demasiado sentido a riesgo de despertar a los vecinos. Casi a rastras consiguieron entrar en el piso y la chica, sin pensárselo dos veces, se quitó los zapatos, la camiseta y la falda y se metió dentro de la cama con la ropa interior por pijama.

—Joder hermanito, todo me da vueltas.

Aníbal imitó a su melliza quedándose solo con el bóxer y mientras desplegaba el catre donde pretendía dormir fue nuevamente requerido por ella.

—¡Eh!, no me dejes sola tete, métete conmigo en la cama y cuéntame algo para que me relaje y pueda dormirme —su voz sonaba pastosa por la evidente intoxicación etílica.

—Joder sister, yo voy mal pero tú llevas un pedal del quince.

—Lo que tú digas pero métete conmigo y háblame de algo, cuéntame alguno de tus libros anárquicos.

Finalmente el hermano obedeció, incorporándose en aquel estrecho sofá cama. Mientras acariciaba la larga melena de su melliza le contaba historias sin demasiado sentido, ideas y conclusiones propias que había construido poco a poco durante sus veinte años de vida. Antes de que se diera cuenta su hermana roncaba, dormida como un bebé.

Día 3

Elia fue la primera en despertarse, no sabía la hora pero era tarde, muy tarde. Probablemente más cerca de la hora de comer que de la hora de desayunar. Sintió fuertes punzadas en la cabeza e incluso náuseas, síntomas inequívocos de la resaca. Aún aturdida se esforzó por recordar que había pasado, la cena, Jordi y Mireia, la vuelta a casa, todo le fue viniendo a la cabeza poco a poco. Recordó que hacía durmiendo en ropa interior y también la razón por la que su hermano mellizo estaba en su cama, apretados como polizones en busca de un nuevo hogar.

Lo que no se esperaba es notar aquel bulto clavado en sus riñones. Aníbal se había dormido abrazado a ella, en la clásica postura de la cuchara. La explicación de aquella presión que notaba en la espalda era lógica, el típico “buenos días” de los chicos, coloquialmente llamado de muchas maneras, tienda de campaña, empalme matutino y tantas otras. No pudo evitar sonreírse al notar la erección de su hermano contra ella.

—Aníbal —susurró la melliza, notando ahora la foto-sensibilidad debido a los rayos de sol que entraban por aquellas pequeñas ventanas.

—¡Aníbal! —insistió subiendo considerablemente el tono.

Su hermano intentó contestar, emitiendo un pequeño gruñido como protesta.

—Aníbal despierta, despierta por favor.

—¿Qué pasa? —preguntó él con la voz narcotizada.

Reflexionó unos segundos la respuesta, dándole también tiempo para despejarse un poco hasta que finalmente dijo:

—Nada, que me da miedo que acabes atravesándome con tu sable.

Su hermano no entendió nada en un primer momento, abrió finalmente los ojos y enseguida notó su miembro restregándose contra el cuerpo de ella. Con el pequeño sobresalto que tuvo con aquella incomodísima situación la cosa fue a peor, quedando éste apretujado contra su trasero, separados tan solo por la fina tela de la ropa interior. Completamente avergonzado se separó del cuerpo de su hermana como pudo, estando a punto de caerse de la cama, desorientado por la resaca.

—¡Joder Elia!, joder, perdona, te juro que yo no…de verdad…perdona.

—No te preocupes hermanito, que ya sé cómo sois los tíos —respondió ella con total naturalidad, dándose la vuelta para quedarse cara con cara, con una pícara sonrisa.

—Pero no ha sido por ti eh, de verdad, si es que es una reacción fisiológica —seguía excusándose su hermano abochornado.

—¡¡Tete!!, tranquilo hombre que no ha pasado nada, que ya te he dicho que sé cómo funcionan estas cosas.

Aníbal seguía un poco en shock, nervioso pero a la vez quieto, incapaz de añadir nada más. Elia le miraba con los ojos brillantes, con una mirada que no le era para nada familiar.

—Bueno, pues, me voy a la ducha, ¿vale? —dijo el hermano sintiendo incluso que se le aceleraba el corazón.

—Quédate un momentito más conmigo anda —le pidió ella con voz zalamera.

Elia los destapó a ambos, librándose se la sábana como si fuera un mago sacando el conejo de la chistera, dando total visión a sus cuerpos en ropa interior. Su hermano se tapó el bulto con ambas manos en un acto reflejo, imitando a los jugadores de fútbol que se ponen en la barrera delante de un rival dispuesto chutar una falta.

—Hermanito, compartimos espacio durante nueve meses antes de nacer, no te pongas a la defensiva por esta gilipollez, de verdad que me parece de lo más normal.

—Me parece genial, ¿puedo irme ya? —suplicó él aún incómodo.

—Antes dime que sueles hacer.

—¿Qué suelo de hacer de qué?

—Qué sueles hacer cuando te ocurre esto.

Aníbal sintió calor, habían tenido todo tipo de conversaciones a lo largo de su vida, la confianza era casi extrema, pero aquel día todo le parecía raro, fuera de lugar.

—Pues me voy al baño, echo una buena meada y me ducho —contestó él con pocas ganas de jugar a las preguntas.

—Ya, bien, ¿solo eso?

—Sí, Elia, solo eso —contestó el remarcando las últimas palabras.

—¿Y si la erección no baja? ¿O ésta es tan fuerte que duele tanto que no puedes ni miccionar?

Ni la incomodidad de la situación ni los técnicos verbos que utilizaba su hermana habían acabado con el estado de su pene, que seguía tieso como un bote de laca. Miró directamente los ojazos marrones de su melliza, dándose cuenta que su timidez la hacía aún más fuerte. Pensó que aquello no era más que otro de sus debates, pero esta vez tenían más fuerza las miradas y el lenguaje no verbal que las propias palabras.

—Entonces me masturbo —afirmó fingiendo una falsa seguridad.

Ella repasó a su hermano con la mirada, casi metro ochenta de un cuerpo que aunque delgado se veía fibroso y en forma. Quizás para su gusto le faltaban algunos músculos voluminosos, un aspecto algo más varonil, pero en contraposición sus marcadas abdominales le parecían muy sugerentes.

—Pues por mí no te cortes hermanito, no querría que dejaras de hacer tus rituales por mi culpa.

No podía creerse lo que acababa de oír, definitivamente su hermana tenía ganas de jugar y estaba dispuesta a llevarlo al extremo, justo hasta el final de la línea, ahora mismo se debatía entre mandarla a la mierda o continuar con aquella peligrosa conversación. Notaba que iba a perder, que iba a rechazar lo que seguro era un farol y quedar como un rajado.

—Veras querida, no suelo tener público cuando practico el onanismo.

—Bueno, pero yo no soy cualquiera, soy tu hermana.

—Aún peor, ¿no crees?

—¿Quién lo dice?, ¿no hablan de temas así tus libros?, ¿de liberarse de los tabús?

—Podemos llamar a papá y mamá y les preguntamos qué les parece la idea —contraatacó el chico.

—Podemos, ahora mismo deben estar mirando que ponen esta noche en el Teatro Real, desde que tienen abono anual no hablan de otra cosa. Estoy segura que una llamada de esta índole es lo que más les apetece a estas horas.

—Elia, corta el rollo, el juego ya no tiene gracia —se rindió finalmente el mellizo.

—Yo no estoy jugando —contestó ella mordisqueándose el labio inferior de manera casi imperceptible.

—Pues peor para ti, te vas a quedar con las ganas de verlo.

—Vamos no seas así, me lo debes.

—¡¿Qué te lo debo?! —repitió Aníbal casi indignado.

—Pues claro, yo estaba durmiendo plácidamente cuando tu juguetón amiguito ha decidido despertarme.

—¿Pero no te parecía eso de lo más normal?

—Por supuesto, y también me lo parece que te masturbes en tu propia casa. Además, los hombres soléis pensar con más claridad cuando no vais cargados.

—Lo que tú digas, me voy a la ducha —sentenció su hermano intentando levantarse de la cama.

La hermana lo detuvo con suavidad, acomodándolo de nuevo sobre el colchón, volvió a mirarle esta vez con cara de cordero degollado e insistió:

—Por favor tete no pasa nada, solo me apetece ver como lo hacéis, piensa en cualquier chica, en las tetas de Mireia por ejemplo.

Con la última frase el chico casi entró en pánico, se preguntó a si mismo si sus miradas furtivas de la noche anterior habían sido tan obvias o solo una persona tan inteligente como su hermana era capaz de darse cuenta.

—¿Cómo?, tu hoy estás fatal eh, por mí que sigues borracha. Mireia es la novia de uno de mis mejores amigos.

Ni por un momento Elia se creyó la falsa indignación de su querido hermanito, pero pensó que la estrategia era totalmente equivocada e intento reconducir la conversación.

—Piensa en lo que te dé la gana pero hazlo hombre, alíviate tranquilo, superar este grado de privacidad nos dará más confianza que nunca. Además llevamos como un cuarto de hora discutiendo esta chorrada y aún tienes que taparte. Luego querré discutir contigo sobre cualquier tema y no podremos porque un chico cachondo es como un neandertal hambriento.

El joven muchacho no sabía en qué punto exacto había sobrepasado el punto de no retorno, pero en ese momento estaba tan excitado que se sentía incluso incapaz de andar. Su hermana notó el olor de la sangre, la debilidad haciendo mella en el rostro de su presa y pensó en rematarlo. Le acarició el pecho suavemente con su índice y le dijo:

—Hazlo por mí, esto nos hará más fuertes.

Quizás fuera la resaca o quizás el tema en cuestión, pero Elia sabía gestionarse mucho mejor que su hermano aquella mañana.

—Por favor… —insistió por última vez con voz queda.

Lo pensó unos segundos más, adentró su mano por dentro del bóxer cerciorándose bien de no mostrar nada y mientras se acariciaba el falo contestó:

—Cada día estás más loca tía.

Aníbal comenzó a masturbarse lentamente por dentro de la ropa interior, observando el cuerpo semidesnudo de su hermana y convenciéndose a sí mismo de que éste no le provocaba ninguna sensación. Ella aplaudió teatralmente la decisión de su hermano de complacerla, verlo a escasos centímetros pajeándose le provocaba una extraña sensación, una imparable excitación por lo prohibido que disimulaba con aires de naturalidad.

Su hermano siguió con aquella acción de manera patosa, molestado por la goma de los calzoncillos e incapaz de concentrarse por lo extraña de la situación y la resaca. Su melliza no se lo pensó demasiado, le agarró la ropa interior y se la bajó delicadamente lo suficiente para liberar su mano empuñando el miembro, subiendo y bajando pieles cada vez con más interés mientras le decía:

—Ya que lo estás haciendo hazlo bien.

La acción lejos de detenerle le excitó aún más, flagelándose internamente por aquella barrera que habían cruzado casi sin darse cuenta pero más cachondo de lo que podía recordar. Aceleró el ritmo casi con estrés, aunque disfrutaba se privaba así mismo de gemir con naturalidad, le costaba concentrarse a la hora de llegar al clímax.

—Vamos hermanito, lo está haciendo muy bien —le animaba ella mirándolo con lascivia, acercando su cuerpo lo suficiente para que su hermano lo tomara como una insinuación.

Aníbal seguía castigándose por dentro, prohibiéndose excitarse con la imagen del escultural cuerpo de su hermana, con aquellos pequeños pechos y su estrecha cintura, con sus nalgas trabajadas. Sentía la necesidad de eyacular pero a su vez le era imposible, se pajeaba con tanta fuerza que estaba empezando a sentir más dolor que placer.

—No…no puedo, no puedo joder —se quejaba él con la voz entrecortada.

Elia se relamió mirándole fijamente a los ojos, le agarró la mano con delicadeza y fue deteniendo el ritmo hasta que se la retiró por completo para coger el relevo. El mellizo pensó que se iba a morir de placer notando el fino tacto de su hermanita agarrándole aquel pedazo de carne, sacudiéndolo con arte, sentía como el morbo iba creciendo dentro de sí para acabar venciendo a la culpa.

—Relájate tete, no pasa nada, yo me encargo.

Siguió masturbándolo cada vez más intensamente mientras que su hermano no pudo evitar gemir de puro placer.

—Mmm, mmm, ohh.

Los sonidos eran ahogados, reprimidos, pero también sinceros. Siguió pajeándole, más rápido, más fuerte, notando como sus dedos chocaban con los testículos sin piedad.

—¡Ahhh, ahhh, ohhh, ohhhh!

—Eso es, suéltalo, dámelo todo, córrete, hazlo por mí.

Finalmente no aguantó más, eyaculó con tanta potencia que sus chorros de semen impactaron contra el vientre y las bragas de su melliza, teniendo fuertes espasmos y temblando como si tuviera hipotermia, alcanzando un descomunal orgasmo.

—¡¡Ohhh!!, ¡¡ohhhh!!, ¡¡¡ohhhhhh!!!, ¡¡ahhhh!!, ¡ahhh!

Su hermana sonreía mientras el intentaba recuperar el aliento completamente exhausto, notando como su capacidad pulmonar había quedado reducida a la mínima expresión e intentando asimilar todo lo sucedido. Elia le dio un pico en los labios, se incorporó y mirándose el cuerpo embadurnado por los fluidos de su hermano y dijo:

—Espero que, visto lo visto, no te importe que me duche yo primera. Por cierto, cuando salga de la ducha me cuentas si te gustó mi piercing cuando lo viste ayer.

Fue directa al baño agarrando la ropa que se pondría después de la ducha, Aníbal agradeció el rato de intimidad, necesitaba pensar cómo serían las cosas después de lo sucedido. Puso la ropa interior dentro de la lavadora y se vistió con un viejo pantalón de chándal, rebuscó entre su música y se decidió por Death Cab For Cutie. De un cajón de la mesa del comedor sacó tabaco, papel, un mechero y una pequeña bolsa de marihuana. El THC navegando por su organismo siempre le relajaba y ayudaba también con las náuseas de la resaca. Rompió la punta de un cigarrillo para usarla de boquilla, de filtro, lamió el resto del cilindro y desgarró el papel para extraer el tabaco, todo al ritmo de Black Sun.

There is whiskey in the water

And there is death upon the vine

There is fear in the eyes of your father

And there is "Yours" and there is "Mine"

There is a desert veiled in pavement

And there's a city of seven hills

And all our debris flows to the ocean

To meet again, I hope it will

Lo puso todo en un papel de liar, mezclando el tabaco con la maría  y comenzó el ritual de darle forma. Esa mañana había decidido cargarlo poco, tenía miedo que fuera peor el remedio que la enfermedad.

How could something so fair

Be so cruel

When this black sun revolved

Around you

There is an answer in a question

And there is hope within despair

And there is beauty in a failure

And there are depths beyond compare

There is a role of a lifetime

And there's a song yet to be sung

And there's a dumpster in the driveway

Of all the plans that came undone

Rompió parte del papel para que el porro quedara más fino, lamió la parte del pegamento y hábilmente lo terminó de liar. Quemó un poco la punta con el mechero, lo prendió y le dio una larga y relajante calada.

How could something so fair

Be so cruel

When this black sun revolved

Around you

How could something so fair

Be so cruel

When this black sun revolved

Around you

There is whiskey in the water

And there is death upon the vine

And there is grace within forgiveness

But it's so hard for me to find

No era un hábito de Aníbal, recurría a esos pequeños placeres muy de vez en cuando, pero su cabeza estaba hecha un lío y lo único que quería era desconectar. Siguió fumando con tranquilidad, saboreando el porro y también la música mientras seguía oyendo el agua de la ducha correr dentro del baño. Se acercó a la puerta y gritó desde fuera:

—¡No te pases con el agua caliente que se acaba enseguida, y luego me tocará congelarme a mí!

—¡Ya termino! —contestó Elia desde el otro lado.

Terminó de fumar y decidió vaciar el cenicero en la basura, intentando ventilar todo lo posible, luchando contra las limitaciones de aquel pequeño piso. Un buen rato después salió su hermana del cuarto de baño, vestida con una camiseta negra ajustada decorada con nombres de grupos musicales y unos leggins de cuero aún más arrapados, resaltando sus mejores atributos. Llevaba el pelo recogido en un moño con la toalla, intentando secarlo de la manera más eficiente.

—Aquí huele a matuja —afirmó la melliza moviendo la nariz como un pequeño roedor.

—Será de la calle, este barrio está lleno de fumetas —mintió él.

—Bueno, ya tienes toda la ducha para ti, ¿qué hora es?

—Las tres y media del mediodía.

—¡Joder qué tarde!, y encima no tengo nada de hambre.

—No te preocupes, me ducho y vamos a por algo dulce, unas madalenas o lo que sea —le propuso el hermano entrando por fin en el baño.

La actitud de Elia era completamente normal, dicharachera como siempre, sin embargo Aníbal estaba muy confundido, con todo tipo de pensamientos encontrados que intentaban hacerse hueco en su cabeza, y eso le hacía estar distante. Siguió con aquel debate interno incluso debajo del agua tibia de la ducha, de repente sentía un miedo insoportable a haberse cargado la relación tan especial que tenía con su melliza, notó incluso punzadas en el pecho. Finalmente, un rato después, salieron a la calle con la misión de comer cualquier porquería.

Compraron una bolsa de madalenas y un par de donuts de chocolate respectivamente y se acomodaron en el banco de una pequeña y tranquila plaza. Mientras comían con cierta desgana observaban a un par de niños que hacían carreras con sus bicicletas.

—¿Entonces el plan es reunirnos más tarde con Mireia y Jordi? —preguntó Elia con la intención de hablar de cualquier cosa.

—Sí.

—¿Cenamos con ellos o justo después?

—Aún no lo hemos confirmado.

—¿Y dónde me vais a llevar?

—Probablemente al Apolo, es un sitio donde hacen conciertos y luego algunas noches se convierte en discoteca, está en el Paralelo.

—¿Qué música ponen?

—Por las noches normalmente electrónica, pero es muy cambiante.

Aníbal seguía comiendo sus donuts, manchándose de chocolate por todas partes, el porro le había provocado la necesitad de consumir azúcar. Elia seguía con sus madalenas mordisquito a mordisquito, con el estómago aún revuelto por la resaca. También se daba cuenta de lo tensa que era la situación, su hermano prácticamente se limitaba a contestar con monosílabos, sin coger la iniciativa en ningún momento. Aquello le entristecía.

—Bueno, va, dime qué coño te pasa de una vez —le ordenó su hermana.

—A mí, nada —contestó su hermano.

—¿Entonces por qué ni me hablas?

—No he dejado de hablarte ni un momento, Elia.

—Joder, ya me entiendes, te tengo que sacar las palabras con calzador casi. ¿Está enfadado conmigo por algo?

—No, claro que no.

—No me lo creo, dime la verdad, ¿es por la chorrada de esta mañana?, ¿te ha molestado que insistiera tanto?, pero si estaba jugando y lo sabes.

—Te prometo que no estoy enfadado, estoy…raro, no sé, pensativo.

—Pues compártelo conmigo tete, somos un equipo, siempre lo hemos sido —le dijo Elia con voz queda.

—Ya, pero es que no sé, estoy un poco flipando aún. ¿A ti no te ha parecido raro lo de esta mañana?

—Pues no mucho la verdad, no le des más vuelta, estábamos resacosos, atontados, quería que te aliviaras solo es eso. No le veo nada de malo. Nos lo contamos todo desde que tengo uso de razón.

—Una cosa es contarnos confidencias y la otra es esto.

—Yo lo veo lo más natural del mundo, lo tíos os despertáis así y a mí siempre me ha hecho gracia. Olvídalo si tanto te ha molestado.

—No es que me haya molestado, me ha desorientado más bien. Imagínate que se lo contásemos a alguien, ¿crees qué le parecería normal?

—Depende de a quién, como todo.

—Joder Elia, estoy seguro que no piensas así. Es raro coño, no me jodas. Es incesto, endogamia, llámalo como quieras.

—Mira, no sé ni de qué me estás hablando. Te has hecho una paja y al final simplemente te he ayudado porque te he visto agotado, ¡nada más!, ¿quieres que hablemos en profundidad del tema? Pues te diré que ni a los egipcios, romanos, muchas tribus indias, los judíos askenazi, Sigmund Freud o Jacques Lacan les parecería tan raro. Sin mencionar la Biblia o la mitología griega.

—¡Claro!, genéticamente es ideal, no veo el momento de empezar a concebir hijos con hidrocefalia.

—¡Qué no hemos hecho nada tontorrón!, que te has levantado alegre y simplemente me ha divertido, ¡ya está!, ¿quién es ahora el mojigato? Pasa página, ha sido una masturbación con una pequeña, diminuta y altruista ayudita. Punto. Parece que estuviéramos a punto de casarnos con la intención de ir a vivir a Utah en una población mormona fundamentalista, o a algún campamento de rednecks en Oklahoma.

Con aquella última argumentación Aníbal no pudo evitar sonreír, su hermana siempre conseguía ese efecto en él y verla tan tranquila y natural era de gran ayuda. Elia sacó un pañuelo de papel y comenzó a limpiarle los restos de chocolate que abundaban desde la comisura de los labios hasta la nariz, sonriéndole mientras le decía:

—Además, no sabes ni comerte un donut, nunca podría estar con alguien así.

El mellizo se quedó mirando al suelo, aliviado y sonriente. Entre unas cosas y otras vieron que las horas habían pasado rápido, acercándose ya las cinco de la tarde.

—Me apetece un cine, ¿qué me dices? —preguntó la hermana feliz como de costumbre, intentando terminar con aquel tema.

—Estamos muy cerca de la filmoteca, esta semana hacían un especial con películas de Andrei Tarkovsky.

—Eso no nos lo podemos perder —sentenció Elia.

Las pelis del director soviético siempre les había encantado a los mellizos, lo que no recordaban nunca era lo extenso de su metraje. Salieron de la filmoteca sobre las once de la noche, mientras que Aníbal hablaba con Jordi por teléfono su hermana compraba un par de bocadillos en el pakistaní de la esquina. Ofreciéndole uno a su hermano le dijo:

—Nos estamos alimentando bien estos días, ¡eh!

—Están ya en la cola del Apolo, tenemos que ir rápido —contestó él con la boca llena después del generoso mordisco que le había dado a su bocata.

Nuevamente decidieron ir en taxi, aquel día el local iba a estar lleno, pudieron unirse a la pareja catalana poco antes de la entrada vigilada por los típicos porteros de discoteca con cara de pocos amigos. Agradecieron poder colarse, la cola daba la vuelta la manzana.

—Cuanta gente, ¿no? —comentó Aníbal.

—Ya te digo, se ve que pincha Carl Cox, yo pensaba que estaba retirado —contestó Jordi justo después de saludar a Elia con un par de besos.

Una vez dentro se pusieron de los primeros en la barra, conscientes de que cuando hubiera más gente conseguir bebida sería complicado.

—Un malibú con piña y un gin-tónic —le dijo Jordi a la camarera —¿vosotros queréis algo?

—Ni de coña, yo no llevo tan bien la resaca como vosotros —contestó Aníbal mientras que su hermana se limitaba simplemente a hacer cara de asco.

—¿Resaca?, yo no noto nada —decía su amigo sonriente.

Estuvieron un rato hablando, o más bien gritando intentando hacerse entender entre el estruendo de la música techno. Mireia, escotada como siempre, fue la primera en proponer ir a la pista a bailar, sugerencia que aceptó de buen grado Elia pero que rechazaron ambos chicos. Mientras se seguían gritando al oído los varones podían observar a las chicas moviéndose entre la multitud, envueltas enseguida por grupos de chicos que se arremolinaban a su alrededor con la esperanza de llevarse un cachito de ellas para casa. Se contoneaban de manera sensual, incluso frotándose la una con la otra, cada una resaltando con los movimientos sus mejores atributos. Las miradas de los buitres al escote de la catalana y el culo de la madrileña eran cada vez más descaradas. Aquellos leggins de cuero estaban siendo la sensación de la pista.

Jordi seguía contándole una anécdota a Aníbal pero este hacía rato que ya no le hacía caso, por primera vez en su vida sintió celos, envidia de aquellos chicos que pretendían colarse entre los muslos de su hermana. Le repugnó aquel sentimiento, pero no pudo evitarlo. Finalmente su amigo terminó con la historia, consciente de que ya no estaba siendo escuchado y dijo:

—Será mejor que vayamos a rescatarlas, como sigan así vamos a tener problemas.

El mellizo asintió con la cabeza y dos minutos después ya estaban junto a ellas, haciendo de fieles escuderos, marcando territorio. El hermano hizo un gran esfuerzo por bailar, intentando integrarse en aquel ambiente a pesar de ser completamente arrítmico. Elia bailaba sensualmente junto a él cuando aprovechó para decirle al oído:

—Hermanita los estás poniendo a todos a cien, a este paso tendré que salvarte de una violación en masa.

Lejos de reprimirse decidió seguir con aquellos provocativos movimientos, recuperando aquella mirada brillante de la mañana, mordisqueándose descaradamente el labio inferior. Restregó sin pudor su cuerpo contra el de su hermano y le preguntó:

—Aún no me has dicho si te gusta o no.

—¿El qué? —consiguió decir a pesar de la música atronadora.

Elia frotó su espectacular trasero contra las partes del mellizo y contestó:

—El piercing.

Aníbal sentía que perdía el control, el recuerdo de los pechos de su hermana se unía con aquellos impúdicos roces, tocamientos que enseguida hicieron despertar su miembro, dejándolo en estado de semierección.

—Es muy sexy —gritó al fin.

La hermana sonrió ante aquella afirmación, sintiéndose la dueña del lugar, coqueteando con su propio hermano. Él se sentía el hombre más odiado de la discoteca, mirando de reojo a Mireia y Jordi por si eran conscientes de lo que estaba pasando pero sin perder de vista a su melliza. Se dio cuenta de que nunca encontraría una mujer como Elia, que le estimulase intelectualmente, que le divirtiera, alegre, inteligente y notando su falo completamente erecto prisionero en aquellos ajustados vaqueros tampoco sexualmente. Ella notó el bulto de su pantalón, pero en vez de contenerse siguió restregándole su culo de acero, con aquella ropa tan ajustada Aníbal casi podía notar la hendidura de sus nalgas. Acercó nuevamente sus labios al oído de su hermano y le preguntó:

—¿Esta vez soy yo quién te excito o el escote de Mireia?

El mellizo notó como todo su cuerpo respondía a aquella pregunta, con el corazón casi desbocado, la respiración acelerada y completamente excitado dijo:

—Vámonos a casa.

Observó los últimos contoneos de aquella mujer excepcional y como ésta asentía con la cabeza. Aníbal fue a su pareja de amigos y les comunicó que se marchaban, que estaban cansados y resacosos por la noche anterior. Todo fue tan rápido que éstos no tuvieron ni opción a réplica. Solo diez minutos más tarde estaban montados en un taxi recorriendo el corto trayecto hasta el piso. Ni siquiera en el vehículo pudieron dejar de mirarse, las caricias de ella recorriendo la pierna de su hermano eran evidentes, ambos sabían que iba a pasar.

Entraron en aquel pequeño estudio, alborotados, ansiosos y excitados. Aníbal casi no había podido ni cerrar la puerta cuando Elia se lanzó sobre él, enroscando sus piernas alrededor de las caderas del muchacho como si fuera una serpiente atacando su presa, besándole apasionadamente. Sentían sus zonas erógenas frotarse, separados tan solo por aquella inoportuna ropa mientras sus lenguas se entrelazaban juguetonas. El hermano consiguió avanzar lentamente hasta la cama, sin dejar de besarse con su alma gemela en ningún momento. La melliza aprovechaba aquellos metros para deshacerse de la camiseta y el sujetador, lanzándolos por los aires y descubriendo aquellos pequeños pero compactos pechos, mostrando pícara como su aro metálico se movía por la inercia.

—¿Te sigue pareciendo sexy? —le preguntó mientras le mordisqueaba el cuello.

—Muy sexy —contestó él mientras la dejaba caer sobre el colchón y se abalanzaba sobre ella.

Mientras la chica intentaba desabrocharle el cinturón él aprovechaba para magrearle los pechos, jugueteando con sus pezones y el piercing a la vez que su otra mano le frotaba el sexo por encima de la ropa.

—Joder no puedo desnudarte —se quejó ella mientras calcaba los movimientos de su hermano, restregando sus pequeñas manos por el bulto de éste.

Con algún que otro problema Aníbal consiguió desnudarse de cintura para abajo mientras que como si se tratara de una coreografía su hermana le quitaba la camiseta. Los senos se movían por el vaivén de los forcejeos, hipnotizando al muchacho. Siguieron besándose y magreándose como si fueran dos ex convictos recién salidos del penal, ávidos de carne.

—No es justo, tú aún sigues medio vestida —le increpó con una mirada llena de lujuria y lascivia.

Ella salió momentáneamente de la cama, movió sensualmente su cuerpo regalándole un pequeño e improvisado baile a su hermano mientras se quitaba su ajustadísimo leggin. Dio varias vueltas sobre sí misma, enseñando la mercancía que el comensal estaba a punto de degustar y se deshizo también de un finísimo tanga, mostrando su sexo parcialmente rasurado. Su hermano mellizo tan solo fue capaz de resoplar, sintiendo un deseo incontrolable por aquella flaca, brillante y sensual muchacha, propietaria del mejor culo que había visto nunca.

Volvió al lecho con paso provocativo para abalanzarse sobre él, colocándose encima y teniendo el control de la situación. Mientras las manos de Aníbal atacaban de nuevo sus pechos, atraídas como imanes al hierro, ella le agarraba el falo y colocándolo estratégicamente apretado contra su raja lo masajeaba con los genitales, sintiendo toda su vigorosidad.

—¿Te gusta? —le preguntaba Elia con voz de auténtica viciosa.

—Me encanta —respondía él con esfuerzo, excitadísimo.

Sin previo aviso la hermana colocó el glande en la entrada de su vagina y con un decidido pero suave movimiento se adentró todo el miembro hasta lo más hondo de su ser, gimiendo ambos al unísono de gusto, notando lo lubricada que estaba. El mellizo tuvo miedo por un momento, su excitación era tal que pensó que no aguantaría más de cinco minutos con el aparato en su interior, sobre todo cuando ella empezó a moverse, cabalgándolo con delicadeza.

—¡Mmm, mmm, mmm!

—Joder qué buena que estás Elia.

La hermana seguía moviéndose, notando todo su conducto ocupado por aquel mástil, con los ojos en blanco por el placer. Le gustaba que él le dijera cosas mientras lo hacían y se lo hizo notar.

—Eres una Diosa hermanita.

Aníbal la agarró fuertemente por el culo, acompañando con sus manos el vaivén de las acometidas, sintiendo aquellas ansiadas nalgas entre sus dedos.

—¡¡Ohhh!!, ¡¡ohh!!, ¡¡ohhhhh!!, cómo me pones tete, te amo, te deseo.

Aquellas palabras fueron del todo sorprendentes para él, pero se dio cuenta de que sentía lo mismo, pensó que no era su culpa si la mujer que más le estimulaba en el mundo era su hermana. Siguieron fornicando en aquella postura hasta que Aníbal se vio cercano al orgasmo y hábilmente le propuso:

—¿Te gusta a lo perrito?

Ella fue deteniendo el ritmo lentamente para acabar afirmando:

—Me encantaría que me follaras como a una perra.

Con cuidado se movieron por aquel estrecho colchón, Elia colocándose a cuatro patas mientras que su hermano se ponía detrás de rodillas, colocando la punta de su pene en la entrada de su cueva. Con delicadeza pero con facilidad volvió a penetrarla en esa nueva postura, cogiéndola por las caderas para acompañar el movimiento y sintiendo ambos que podían desmayarse de placer.

—¡¡Ohhh, ohhhh, ohhhhh!!, joder que gusto, me encanta, ¡me encanta!, no podré aguantar mucho hermanita.

Ella aguantaba las embestidas que eran cada vez más fuertes y rápidas, zarandeando todo su cuerpo y teniendo que hacer equilibrios para aguantar.

—¡Ohhh síii!, ¡ohhh síiii!, soy tuya, fóllame, córrete dentro de mí, no te retengas.

Aníbal la sacudía sin parar, quitando sus manos de las caderas para llevarlas directamente a sus pechos desde atrás, estrujándoselos a cada movimiento casi con violencia, sintiendo sus testículos impactar contra las nalgas.

—Ohhh, ohhhh, ¡¡ohhhhhhhhh!!, me voy a correr hermanita, me voy a correr.

Finalmente en un curioso giro de los acontecimientos la que llegó primero al orgasmo fue ella, gimiendo con tanta fuerza que se pudo escuchar el eco por toda la sala, aprisionando el miembro de su hermano hasta lo más hondo de sus entrañas mientras sentía el placer más salvaje de toda su vida.

—¡¡Ahhh!!, ¡¡ahhh!!, ¡¡ahhhhhh!!, ¡ohhhh!, ¡ohhhhhh!, mmmm, mmmmmm.

Notó como su cuerpo vibraba con aquella extraordinaria sensación, liberando energía por todos sus poros, notando el sudor de la batalla. Se quitó despacio el falo de Aníbal con cuidado y enseguida se aventuró a informarle:

—No te preocupes mi amor, no te voy a dejar así, ahora te termino.

Estiró con delicadeza a su excitadísima pareja en la cama y sin pensárselo, sentándose en ella y contorsionándose se metió su lubricado miembro dentro de la boca. Comenzó a hacerle una felación rápida y poco profunda en la que aprovechó para lamerle el glande como si fuera un helado de cucurucho. Poco a poco fue engullendo centímetro a centímetro aquella viga palpitante a la vez que aumentaba aún más el ritmo. El mellizo sentía tanto placer que no podía ni hablar, apenas podía gemir en forma de susurros, totalmente extasiado. Pensó que su hermana sabía perfectamente lo que hacía, sin duda era la mejor felación que le habían hecho nunca.

Se la metía tan adentro que casi podía notar su campanilla rebotar contra el glande, todo sin parar de lamerle mientras que a su vez una de su manos agarraba la base del pene y acompañaba el movimiento, convirtiendo aquello en un celestial híbrido entre paja y mamada. En pocos segundos notó como aquel aparato se preparaba para escupir toda la leche acumulada, se lo quitó rápidamente de la boca y acompañando la operación solo con la mano le dio pequeños golpecitos contra su mejilla mientras le decía.

—Córrete hermanito, dámelo todo.

Aníbal se corrió entre espasmos tan grandes que pareció convulsionar, llenándole de semen la cara, el cuello, el pelo e incluso el escote a su hermana.

—Jolín tete, cualquiera diría que has descargado está mañana —dijo en un tono desenfadado, notándose completamente pringosa.

El mellizo estaba tan exhausto que era incapaz de articular palabra, estuvo unos minutos recuperando el aliento, asimilando todo lo sucedido hasta que dijo:

—Te quiero Elia.

—Yo te quiero más pequeño degenerado.

El buen humor de ella era algo que no tenía precio, capaz de discutir por todo y no enfadarse por nada. Una persona realmente única. Aníbal esperó paciente que el sentimiento de culpa le invadiera, pero no pasó. Sencillamente se sentían más unidos que nunca, habían vencido los límites, los tabús y la censura. Habían acabado con tres mil años de educación judeocristiana, con la falsedad de la moral, con las privaciones absurdas. Eran, realmente, un buen equipo.

Elia estuvo un buen rato limpiándose con una toalla húmeda, regresó a la cama donde le esperaba su hermano, su amante y su mejor amigo, se tumbó acurrucada a su lado y justo antes de dormirse dijo:

—Estoy tan cansada que no tengo fuerzas ni de ducharme.

Él le acarició el pelo con amor, enredando sus dedos entre sus mechones mientras contestaba:

—Dulces sueños sister.

Día 4

Durmieron tantas horas que se descontaron. Cambiando de postura de vez en cuando, ahora abrazados, ahora espalda contra espalda. Sabían que el tiempo pasaba pero sentían que no necesitaban nada. A excepción de un par de visitas al baño no tenían hambre, necesidades, antojos, nada. Para ellos era suficiente sentir sus cuerpos cerca. En la última visita al lavabo Aníbal miró el móvil por curiosidad, confirmó que la hora fuera correcta casi asustado y exclamó:

—¡Joder Elia es tardísimo!, ¿a qué hora te ibas?

—Era tarde, no te preocupes —contestó ella completamente alelada.

—Sí, ya, pero dime la hora anda.

—A las ocho.

—Pues son las cinco y media de la tarde, no te sobra tanto el tiempo.

La hermana se levantó de golpe, como si alguien le hubiera tirado un cubo lleno de cubitos por encima.

—¡¿Las cinco y media!?, ¡no fastidies!

—Te lo juro, no estoy bromeando.

Ella se acercó a él a paso lento, repasó su cuerpo desnudo y le dijo:

—Supongo que nos va a tocar volver a alimentarnos a base de bocadillos y guarradas, pero, hay una cosa que será difícil de solucionar.

—¿Cuál? —preguntó el hermano algo angustiado.

—Tu puta cisterna guapito, con lo poco que dura y lo que tarda en recargarse no nos da tiempo a ducharnos a los dos ni de coña. No, por separado, claro —añadió nuevamente con una sonrisa pícara.

—Así que sintiéndolo mucho, nos vamos a tener que duchar juntos.

Después de exponer su argumento Elia agarró el pene de su hermano y como si fuera la correa de un perro lo condujo lentamente hasta el plato de la ducha. Se lavaron juntos, enjabonándose el uno al otro, aplicándose el champú con un suave masaje, mirando sus deseados cuerpos. La culpa seguía sin aparecer, lo único que hacía acto de presencia era el deseo, eso y la nostalgia por tener que separarse. Se vistieron a toda prisa y prepararon la maleta de la hermana, llamaron a un taxi para que viniese a recogerlos y fueron directos a la estación de Sants.

Allí comieron una hamburguesa y se miraron, se miraron mucho, las palabras fueron pocas e innecesarias. Sus sonrisas eran casi bobas, parecían sacadas de una peli romántica para adolescentes. Se sentaron en el suelo de la estación, al lado de una tienda de ropa, les quedaba poco tiempo.

—¿Te arrepientes de algo? —preguntó él con ternura.

—Absolutamente de nada —afirmó ella con rotundidad —¿y tú?

—Sí, de no poder decirles a la cara a los egipcios, los romanos, las tribus indias, los judíos askenazi y Sigmund Freud que ahora soy parte del grupo.

—Y no te olvides de Jacques Lacan —le recordó ella sonriendo.

—Sobre todo a Jacques Lacan, jugaría con él al ajedrez, haría mi brillante salida sacrificando al gambito de Rey y le diría: “amigo Lacan, que sepas que me he acostado con mi hermana”, psicoanalízame.

Ambos rieron, felices por conocerse, tristes por despedirse.

—Me tengo que ir ya —dijo ella casi en un susurro —espero no tardar tanto en tener noticias tuyas.

—Ya he actualizado el whatsapp —contestó él, sabiendo que entendería perfectamente la metáfora.

Se miraron a los ojos, se dieron un gran abrazo y justo antes de partir rumbo a los controles de seguridad se besaron en los labios. A medio camino de los escáneres de maletas, Elia se dio la vuelta, vio a su hermano de pie observándola y le gritó:

—Suerte que Dios tenía una iguana como mascota, imagínate la que podría haber liado si llega a ser una mofeta.