Estimado Lector (Cap. 6 de 7)
"Yo quería que el lector estuviera libre, lo más libre posible, el lector tiene que ser un cómplice y no un lector pasivo. Julio Cortázar.
CAPÍTULO VI
“Serás lo que debas ser o no serás nada”
José de San Martín.
No has perdido de vista el objetivo central de nuestra protagonista, estimado lector, y le diste el consejo que hubiese dado un padre o una madre. El estudio es lo primero. Y ese no es un valor que pueda comprarse por unos míseros pesos extra. Eres extremadamente cauto, estimado lector, y este es el final más cauto que tengo para ti.
¿Qué sentido tenía quedarse? Daniela sabía que tenía que lucirse mañana ante su profesor que había confiado en ella. De manera que a las ocho y cinco minutos tomó su bolso. Cerró el comercio y se fue directo a su departamento a hacer un repaso general. Además tenía que armar su currículum para presentarle al profesor Díaz Duref.
La lluvia había cesado completamente. Y en menos de una hora ya estaba acodada sobre la mesa de su modesto living enfrentándose, una vez más, cara a cara con Sigmund Freud.
Tres horas más tarde, pasada la medianoche, un pensamiento fugaz arrancó a Daniela de su ensimismada lectura. Fue como un pájaro posándose imprevistamente sobre la ventana, arribó de repente a su mente y logró captar toda su atención. Era un pensamiento en forma de pregunta. Era una pregunta que invitaba a la imaginación: ¿Qué estaría haciendo Carla en este preciso momento? Justo ahora. Mientras ella sentía que estaba hasta la coronilla de leer y releer sobre los recovecos más insólitos de la sexualidad humana.
-¡Qué ironía!- Pensó en voz alta. Y sintió un chispazo de envidia que su psique censuró inmediatamente.
¡¿Sentía envidia de una puta..?!
–Estás en problemas, Dani.- Seguía hablándose a sí misma en el silencio de la noche:
-Necesitás urgente estar con alguien. Si no, te vas a volver una histérica. Te vas a convertir en el famoso “Caso Daniela S.”
Se rió un rato de su propia ocurrencia, mientras guardaba los libros, su cuaderno de apuntes y un sobre marrón que contenía su CV, dentro en su mochila.
Pero el pájaro aun no quería levantar vuelo. Aquella idea se obstinaba en permanecer en su cabeza.
Mientras se quitaba la ropa y se disponía a acostarse, su mente disparó una escena sublime donde se la veía a Carla cabalgando desenfrenada sobre un desconocido. Al tiempo que sostenía dos tremendas y endurecidas vergas, una en cada mano. No podía ver la cara de ninguno de los tipos… solo importaban sus penes: Eran gigantes, duros como piedras y llenos de nervaduras.
Daniela se quitó la bombacha, cosa que no solía hacer casi nunca, y se acomodó entre las sábanas completamente denuda.
Carla aullaba enloquecida y pedía más, más… Después se llevó una de las herramientas que tenía en la mano, directo a la boca. Lamía y succionaba enardecida sin dejar de cabalgar.
Daniela se recostó de lado y llevó sus dos manos hacia su entrepierna. Ahora era ella quien había tomado el lugar de Carla. Sentía la fricción de aquel pene duro y rugoso sobre su vulva al frotarse con sus propios nudillo. Sus labios no daban abasto para contener aquel morado e hinchado glande y su saliva se derramaba de su boca mojando su almohada. Quería sentirse penetrada por aquel infernal instrumento. Entonces se acomodó boca arriba sobre la cama y abrió cuanto pudo las piernas. El tipo se ubicó entre sus muslos y apuntó su tranca hacia su objetivo. En ese preciso momento pudo ver el rostro de aquel hombre: ¡era Marcos! Quién ahora empujaba y se abría paso dentro de su sexo; primero con uno, después con dos y finalmente con tres de sus dedos blancos y finos… Marcos se la estaba cogiendo como hacía tiempo ella deseaba. Se masturbó con furia hasta el final.
Tuvo un orgasmo breve y placentero. Aunque tremendamente solitario. Su respiración retomó su ritmo normal y todo fue silencio nuevamente.
Se le escaparon algunas lágrimas. Pero tenía esperanzas y se aferró a ellas. Mañana vería a Marcos y… quizá se cumplieran algunas de sus fantasías. Entonces sí, finalmente se quedó profundamente dormida.
Cuando la luna llena entró por la ventana y bañó su cuerpo de luz, aquel pájaro impredecible ya había levantado vuelo. No hubo testigos de aquella fotografía perfecta donde el blanco de una piel nunca fue ni será más blanco, ni más cálido.
El sábado Daniela amaneció antes que su despertador. Estaba nerviosa. Sentía doblemente la presión de aquel examen. Se jugaba algo más que una nota. Tenía que demostrar que estaba a la altura de la propuesta de su docente y de la confianza que éste había delegado en ella.
Terminó su escrito antes que nadie y se lo entregó al profesor.
-Hola Daniela. ¿Recordó traerme su CV?
-Si, doctor. Acá está. –Le respondió mientras extraía un sobre de papel marrón que contenía el documento.
-Bien. ¿Agregó sus datos personales?
-Si. Claro.
-Bien. Voy a intentar tener una definición para el lunes por la tarde.
-Ya sé que no corresponde que le diga esto, Doctor. Pero... sería muy importante para mí conseguir el cargo.
-A mi también me gustaría que formes parte del equipo.
Daniela salió de la facultad con el orgullo de haber hecho lo correcto. Se sentía bien consigo misma.
En un rato llegaría Marcos e irían a almorzar. Tenía ganas de verlo, de hablar con él... Y, por qué no, repetir la excitante visita al parque... O quizás algo mejor. La pálida piel natural de su rostro se tornó rosada al dejarse llevar por estos pensamientos. Ahora que había pasado el estrés de una semana complicada, llena de dudas, presiones y novedades, sentía que su cuerpo le reclamaba atención. Sobre todo aquella parte íntima que llevaba tan descuidada.
Con el mundo sonriéndole a su alrededor y con un acalorado hormigueo entre las piernas, se encontró finalmente con Marcos en la puerta de la facultad.
Coincidirás conmigo, estimado lector, en que no hay mayor irracionalidad que aquella que augura nobles resultados a quienes actúan con nobleza. Una suerte de premio divino sin ningún correlato con la realidad. Una vieja mentira del mundo judeo-cristiano para orientar al descarriado; para domesticar nuestra alma libre y nuestro cuerpo perverso por naturaleza.
Pero así se sentía ella: poderosa, llena de energía. ¿Por qué no dejarla disfrutar, entonces, en su feliz inocencia?
Marcos propuso comprar frutas e ir a almorzar al parque. Daniela hubiese apostado por algo mejor, pero aceptó en seguida. El chico merecía una oportunidad de después de aquella pasada frustración y ella estaba más que dispuesta a concedérsela.
Compraron dos duraznos, dos manzanas y un racimo de uvas negras. Después pasaron por la despensa y se hicieron de una cerveza. Munidos de lo necesario, se dirigieron al parque.
Sin que ninguno de los dos lo propusiera, arribaron al mismo sitio del primer encuentro. Allí se sentaron sobre el césped. Daniela sintió a través de su falda la humedad del suelo, pero no dijo nada. Marcos tomó una manzana de la bolsa y se la ofreció. Juntos saciaron frugalmente su apetito de juventud.
El sol radiante del mediodía, sumado a la lluvia del día anterior, estaba levantando un calor y una humedad agobiante para el mes de mayo. Entre tanto, el clima de la charla estaba un poco cortado. Marcos no era un chico retraído, pero se sentía visiblemente incómodo. Consumieron sus provisiones sin decirse demasiado. Al cabo de un rato, y animada por la cerveza y el calor que empezaban a hacer efecto en su cabeza, Daniela se propuso romper el hielo.
-¿Por qué saliste disparado el otro día?
Marcos, que también había bebido cerveza, sintió que su cabeza tardaba demasiado tiempo en encontrar una respuesta.
-Bueno... Es qué… Me puse nervioso... Pensé que podrías ofenderte. De hecho quería disculparme.
A Daniela le gustó sentir que tenía el control de la situación.
-No tengo nada que perdonarte... Fui yo la que... bueno... provocó tu accidente.
Marcos la miró con dulzura y se arrimó para abrazarla. Ella se dejó hacer. Se besaron en la boca, primero con ternura, después con ansiedad.
Daniela estaba disfrutando de aquello. La humedad del suelo ya se había filtrado a través de su falda y el fino algodón de su ropa íntima.
-Me estoy mojando el culo.- Le dijo a Marcos al oído, mientras este le besaba el cuello.- Y no es lo único que me estoy mojando...- Agregó en un susurro.
Marcos le dedicó una mirada llena de sorpresa, lujuria y terror que a ella le divirtió muchísimo.
-A mi me duelen los pantalones.- Articuló nervioso.
Daniela advirtió que esta vez Marcos había traído puestos unos gruesos vaqueros, en lugar de la fina tela de bambula. Entonces no pudo contener la risa.
-No te rías. Es cierto...
-¿Por qué no vamos a casa? –Sugirió Daniela, casi en un forma de ruego.
Estimado lector, espero seas indulgente con la joven Daniela. Quizá pienses como yo que este muchacho no es el hombre -si es que llega a esa categoría- que nuestra protagonista necesita para saciar su verdadero apetito de juventud. Pero a los veinte años hay necesidades que son impostergables. Marcos parece un buen muchacho; inexperto, pero amable... Veramos qué sucede.
Durante el trayecto Marcos estuvo irreconocible. Completamente retraído. Sólo respondía con monosílabos cuando ella lo increpaba. Daniela empezó a preguntarse si no estaría yendo demasiado lejos con él.
Llegaron al departamento y se bebieron otra cerveza. Daniela sacaba temas de conversación de los más variados. Le contaba frivolidades de su nuevo trabajo; sobre la propuesta de Díaz Duref en la cátedra; incluso le narró también algunos pasajes de la apremiante situación económica de sus padres. Su interlocutor la escuchaba, pero no intervenía.
El silencio de Marcos había comenzado a incomodarla. Lo primero que dijo después de media hora fue:
-¿El baño?
-La puerta que está cerrada. La otra es el cuarto.
Mientras Marcos orinaba Daniela se dijo a si misma:
-Me cansé de hablar. O tomo las riendas, o le digo que se vaya.
Lo pensó medio segundo y se escabulló sigilosamente hacia el cuarto. Se quitó la remera y el corpiño. Y se tendió boca abajo sobre la cama.
Marcos salió del baño y escuchó la voz de Daniela que lo llamaba desde el cuarto.
-¿No me darías unos masajes en la espalda que estoy super contracturada?
Cuando Marcos vio aquella escena se quedó pasmado. La piel de aquella espalda desnuda y pálida estaba levemente salpicada por imperceptibles pecas rosadas a la altura de los hombros. Moría en su pequeña cintura donde se dibujaban dos hoyuelos perfectamente simétricos. Luego venía la falda, que bajaba hasta la mitad de sus muslos, y el elástico blanco de su ropa interior que se asomaba sugerente sobre la línea de su talle.
-¿Te vas a quedar ahí? ¿Mudo?- Lo dijo con ternura, tratando de disimular su impaciencia.
-Nunca había visto algo así.- Balbuceó Marcos con el último hálito y sin moverse un solo centímetro de su posición.
-Ok. Como vos digas.- Entonces Daniela hizo algo que nunca antes había hecho. Se paró de golpe y se puso de pie frente a él. Con el movimiento repentino y veloz, los dos blancos, contundentes y generosos pechos rebotaron entre sí hasta alcanzar el equilibrio. Hasta que sus dos coronas rosadas apuntaron en diagonal, hacia arriba y hacia delante, en su posición natural.
Daniela tomó a Marcos por los hombros y lo sentó al borde de la cama. Luego se arrodilló frente a él y, sin dejar de mirarlo a los ojos, le bajó la cremallera del grueso vaquero, y extrajo su miembro erguido y endurecido hacia el exterior. Era el segundo pene que veía en su vida, por lo que solo pudo evaluar que era algo mas corto, aunque mas grueso, que el de su antiguo novio. Y además llevaba su capullo desnudo. No se parecía en nada a aquel Marcos que había irrumpido en sus fantasías nocturna la noche anterior, pero este era de carne y hueso. Y eso superaba cualquier fantasía.
Marcos estaba aferrado con fuerza a las sábanas como si en cualquier momento el suelo pudiera desvanecerse bajo sus pies. Trataba de concentrarse en la belleza poética de sus profundos ojos de miel, para no pensar en la mano delgada y tibia que lo tenía aferrado por el miembro y comenzaba a moverse hacia abajo y hacia arriba.
-Relajate, Marcos. – Rogó ella en un susuró.- Vamos a pasarla bien. Va a estar todo bien.
-Nunca lo hice, Daniela. –Se sinceró de golpe, mientras la mano de ella lo masturbaba con una lentitud exasperante.
-¿Es tu primera vez? –Dijo Daniela con sorpresa. Pero en seguida trató de tranquilizarlo.- La mía es la segunda... Quiero decir... Solo estuve con un chico y fue hace mucho tiempo.
Daniela trataba de controlar la situación pero ella también estaba excitada. Aquella carne gruesa, venosa y caliente en su mano despertaba viejos recuerdos entre sus piernas. Bajó la vista hasta allí y vio una ciruela morada, muy hinchada, con una pequeña rasgadura vertical. Por allí asomaba una gota transparente y aceitosa. Daniela la atrapó con la punta de la lengua y evaluó su sabor. Al bajar la cabeza sobre el cuerpo de Marcos, este se dejó caer hacia atrás totalmente entregado a su destino. El sabor no estaba mal. Entonces se llevó aquella fruta a la boca y apretó sus labios sobre ella. Sintió que Marcos ponía una mano sobre su cabeza y empujaba levemente hacia abajo. ¿Por qué siempre quería apurar las cosas? Daniela accedió a engullirlo hasta la mitad del tronco; pero luego se detuvo y comenzó un moviente ascendente descendente mientras succionaba y jugaba con su lengua. Se sentía demasiado excitada como para continuar con aquel juego. Su sexo estaba palpitante y lubricado. Podía sentir la humedad bajar por la cara interna de sus muslos. Deseaba sentirse penetrada. Necesitaba ser penetrada.
Justo cuando estaba a punto de hacérselo saber a Marcos, este la tomó por los costados de su cabeza y gritó.
-¡No puedo! ¡No puedo! ¡Ay! ¡Viene! ¡viene...!
Daniela sintió como si una manguera se hubiese abierto inesperadamente dentro de su boca. Todo el espacio disponible entre su lengua, sus dientes, su paladar y su campanilla comenzó a saturarse con un líquido caliente, amargo y espeso que no paraba de brotar del tronco de Marcos. Nunca había sentido nada igual. Sus ojos poéticos se abrieron como platos cuando aquella crema abundante comenzó a pasar hacia su garganta provocándole una arcada. Entonces se incorporó de golpe y huyó hacia el baño dejando un tendal de esperma a su paso. La verga de Marcos, finalmente liberada, seguía vomitando los últimos rezagos, ya sin fuerza, sobre la cama.
Daniela abrió el grifo y dejó correr el agua mientras escupía en el lavabo lo que aun no había tragado. El líquido viscoso se coagulaba al entrar en contacto con el agua fría y se resistía a irse por la cañería. En ese momento pensó irónicamente que la ración de semen que no había podido evitar ingerir, había ofrecido menos resistencia al deslizarse a través de su esófago.
Se enjuagó la boca, se mojó la cara, cerró el grifo y regresó al cuarto enfurecida.
Marcos estaba recostado, tal como lo había dejado: boca arriba, con los pantalones por las rodillas, la verga goteando moribunda y una almohada cubriéndole el rostro. ¡El muy imbécil se sentía frustrado!
Sin pensarlo dos veces, Daniela se quitó la bombacha y se sentó sobre su miembro desnudo. Arrojó con furia la almohada con la que Marcos intentaba cubrir su vergüenza y le dijo con vehemencia:
-Ahora quiero que se te ponga dura de nuevo. Como sea. Ya mismo. –Ella sentía fuego en su cuerpo. Apagar ese incendio era la prioridad. Después le regañaría por aquella descortesía de haber acabado en su boca. Pero ahora eso podía esperar.
Daniela empezó a frotar su sexo desnudo, caliente y entreabierto contra la semiflacidez de su compañero. Al tiempo que lo besaba en la boca con furia y lujuria desesperada.
Se frotaba contra él descaradamente; y cuando finalmente notó que algo crecía nuevamente entre sus piernas, se irguió sobre su cuerpo, agarró el miembro con la mano y lo masturbó con violencia.
Ya estaba de vuelta a punto.
-Ahora dámelo de una vez. –Reclamó. Pero fue ella misma quién apuntó la herramienta hacia la puerta indicada y se dejó caer sobre ella con todo el peso de su cuerpo.
La penetración fue rápida, constante y profunda. El grito de Daniela asustó tanto a Marcos que por un momento intentó salirse por temor a haberla lastimado.
-¡Ni se te ocurra! ¡Quedate quieto! Así... Así... aaaah...´
Daniela comenzó a moverse y a gemir aceleradamente. Hacía mucho tiempo que deseaba volver a sentir aquella sensación de saciedad... de plenitud.
Marcos le había atrapado un pecho con la mano y el otro con la boca, mientras ella se mecía sobre su tranca.
Daniela sabía que pronto llegaría su turno. Sentía que iba a explotar de placer. El amperímetro de su cuerpo estaba llagando al límite y pronto liberaría toda la energía acumulada en su cuerpo en un brutal y merecido orgasmo. Ya había entrado en la recta final, ya veía la meta, la sentía... Eran los últimos metros... Cabalgó violentamente sobre Marcos. Saltaba sobre su verga tratando de aumentar la profundidad de la penetración en cada caída.
Pero cuando el ritmo de sus estocadas se aceleró, Marcos liberó el pezón enrojecido que tenía en la boca y aulló como un animal herido. Luego su polla se derritió en el interior de Daniela hasta desaparecer. Ella ya no sentía nada dentro. Solo veía como la recta final comenzaba a desdibujarse y la meta del orgasmo se desvanecía.
-¿Acabaste de nuevo?- El tono de la jovencita era de una incredulidad y una indignación tal, que Marcos sintió que le hendían un puñal en su malogrado orgullo.
-Si... –Se sinceró. Con su trémula dignidad ya herida de muerte.
-¿Marcos?- Dijo Daniela tratando de recuperar las formas y la respiración -¿Me acabaste adentro? – Ahora el tono era más de ira que de incredulidad. Y repitió, casi en un grito: -¿¡Me acabaste adentro!?
-Acabé, si. ¿Que querés? No pude aguantar. Estabas como loca, y yo...- Se sentía tan humillado que pensó que debía defenderse. –Era mi primera vez… te dije.
-Pero, nene... ¿Sos pelotudo? ¿¡SOS PELOTUDO!? ¿No ves que no nos estamos cuidando? ¿Por qué no me avisaste?
-Antes tampoco te avisé... y no me dijiste nada.
Daniela sintió unas ganas desenfrenadas de estrangularlo. Pero se separó violentamente de él y nuevamente salió corriendo hacia el baño. Esta vez pasó de largo el lavabo y se sentó sobre el bidet. Desde allí, mientras intentaba limpiarse el esperma que caía a cuenta gotas por entre sus muslos, gritó.
-¡Andate de mi casa! ¡Dejame sola! ¡Sos un pendej..
Pero el portazo que acababa de escuchar le indicaba que él había decidido huir una vez más, después de acabar prematuramente.
Daniela se echó a llorar debajo de la ducha helada.
Deberías haberla visto, estimado lector. Aquel cuerpo tan bello y delicado completamente desnudo, trémulo de insatisfacción bajo el agua congelada que resbalaba por su piel casi sin tocarla; que parecía hielo por su color, pero que era fuego por su calor.
Y así, de forma fría y desapasionada, hemos arribando prematuramente hasta el final de esta historia. Que es, por cierto, el principio de otra, como todas las historias, pero que aquí solo voy a resumirte, estimado lector, en una suerte de epílogo.
A la semana siguiente el profesor de Daniela le informó que otra chica, dos años mayor que ella, se había presentado al concurso y que, definitivamente, reunía las condiciones precisas para el cargo. Por lo que no había tenido más alternativas que decidirse por ella. También le recomendó que no se desanime y que siguiera intentándolo en el futuro.
Apenas unos días más tarde, en un encuentro casual, Carla, le contó cómo había logrado obtener un cargo de ayudante en la cátedra de Díaz Duref gracias a su buena predisposición con el docente, y su hábil desempeño “oral”.
- ¿Ves que no es el dinero lo que te convierte en puta?- Le dijo Carla entre risas. Quién, por supuesto, jamás se enteró de a quiénes había perjudicado con aquella “trampa”.
Daniela se sentía tan imbécil que no se atrevió ni siquiera a confesarle que ella también se había presentado en aquel concurso.
El trabajo en la lencería se había transformado en una rutina que le insumía la mayor parte del día y apenas le rendía para sus gastos mínimos. Había intentado buscar otras alternativas laborales pero sin éxito alguno.
Desde aquel frustrado encuentro había decidido no volver a ver jamás al idiota de Marcos, pero las cosas cambiaron cuando descubrió que estaba embarazada.
Tres meses más tarde, y acuciada por la soledad y la falta de recursos económicos, se decidió finalmente a llamarlo y contarle la verdad. Éste asumió su paternidad y se fueron a vivir juntos.
Marcos resignó sus estudios y comenzó a trabajar como empleado en el comercio de su padre, cubriendo turnos de doce horas.
Daniela continuó cursando hasta unos días antes del parto. Luego abandonó la universidad para dedicarse a su hija y al trabajo en la lencería.
Nunca más se decidió a retomar los estudios.
Daniela y Marcos llevan hoy una vida rutinaria y miserable y se culpan mutuamente por ello. Él no ha podido superar su problema de eyaculación precoz. Daniela S. es una mujer insatisfecha, frustrada y con mal genio. De vez en cuando se pregunta si alguien pagaría por acostarse con una mujer como ella.
En fin, estimado lector, no siempre las cosas terminan como uno quisiera o como uno las planifica. Muchas veces es el azar quién se impone por sobre nuestras racionales y bien intencionadas decisiones. Es cierto que elegiste un camino seguro y sin riesgos, pero... ¿Es eso lo que una jovencita, con toda una vida por delante, necesita?
Entiendo vuestra posición, estimado lector, es difícil teorizar sobre lo que podría haber sido y nunca fue. No me culpes por ello. Tenemos cientos de alternativas posibles, miles de combinaciones; pero al final, sólo construimos un único camino. Y siempre, inevitablemente, terminamos siendo los únicos responsables de nuestras decisiones y de sus consecuencias.
FIN