Esther y la invasión de albañiles
Estábamos de obra en la casa.
Este relato paso estando recien casada de segundas con Victor
Mi dulce Víctor había contratado a esos albañiles por el fin de semana; iban a pintar varias habitaciones de la casa y tratarían de hacerlo rápidamente para no alterar tanto nuestra vida cotidiana.
Lo malo es que mi marido había tenido que hacer un viaje urgente y me dejaba sola para enfrentar semejante jaleo en casa.
La solución que me propuso era sencilla: que le pidiera alojamiento a mi amiga Amalia, que también iba a quedarse sola en estos dos días.
El sábado a media mañana todavía no había decidido qué hacer. Llegué a casa con un calor insoportable, dispuesta a darme una buena ducha refrescante.
En el pasillo, camino de nuestra habitación, me crucé con uno de los pintores que iba cargando baldes y por más que lo intentamos no pudimos evitar rozarnos levemente. Sentí mis pezones endurecerse bajo mi camiseta de algodón. El hombre también notó mi calentura…
Después de un par de disculpas seguí hasta mi habitación, cruzándome todavía con los otros dos restantes albañiles.
Mientras me quitaba las sandalias, empecé a sentirme extraña; estaba sola en casa con tres desconocidos sudorosos, que se movían por allí con toda libertad, realmente invadiendo mi intimidad. Una sensación desconocida me inundó: no era miedo, sino algo parecido a excitación, ya que me sentía algo insegura, rodeada por los tres tipos; pero al mismo tiempo, estaba muy caliente…
Sentía mi camiseta pegada al cuerpo, marcando perfectamente mis pezones endurecidos. Me dirigí al baño a preparar mi ducha. En el camino volví a cruzarme con el primer hombre, llamado Miguel, que me miró a los ojos con descaro y aún con más descaro se fijó en mis tetas turgentes. Yo le devolví la mirada desafiante, admirando su fuerte torso sudoroso. Cuando pasó junto a mí, no pude evitar oler su cuerpo transpirado, lo cual me hizo humedecer al instante…
Entré al baño y cerré la puerta, sintiendo que estaba muy excitada. Me toqué mis labios vaginales y pude sentir la humedad entre ellos.
Recordé que la pequeña ventana del baño daba a la terraza, donde ahora podía ver a dos de los hombres preparando materiales para trabajar. Ya estaba completamente desnuda cuando me acerqué para cerrar esa ventana, pero entonces la cara de Miguel ocupó todo el espacio mirándome desde afuera. Tenía en su cara una mirada torva, pero también de lascivia, lo cual terminó de excitarme.
Mi primera reacción fue cubrir mi cuerpo con ambas manos, pero repentinamente me alejé de la ventana, girando y dejando mi espalda a la vista del albañil. Me incliné a recoger mi ropa interior del piso, ofreciéndole todavía una mejor vista de mi culo y mi vulva ahora bien abierta y húmeda.
Entré a la bañera para abrir la ducha, mirando de reojo que ahora los tres hombres me espiaban por el pequeño espacio abierto. La mampara de vidrio seguramente difuminaba las curvas de mi cuerpo, pero de todas maneras, hice varios movimientos casi sicalípticos mientras me enjabonaba y acariciaba a mí misma.
La ducha fresca fue una bendición, ya que me sacó un poco el calor que traía, pero no pudo evitar que desapareciera mi calentura, mi coño ya estaba empapado.
Después de quitarme la espuma del jabón, me pellizqué levemente los pezones, ya completamente tiesos por la excitación y la frescura del agua, mientras con los dedos comencé a acariciarme lel coño, primero por fuera, despacio, separando un poco los labios y luego introduciéndomelos lo más adentro que podía, hasta que mis gemidos fueron convirtiéndose en pequeños gritos de placer. El chorro de la ducha hizo el resto, abriéndolo al máximo dirigí el mango manual contra mi chocho hasta que el orgasmo me hizo doblar las rodillas y quedé en cuclillas temblando y gimiendo.
Decidí que el espectáculo para mis improvisados espectadores debía llegar hasta el final, así que, inclinándome ligeramente hacia delante exhibí mi culo ante los tres hombres. Con mis manos me acaricié, abriendo y cerrando el estrecho orificio de mi culo. Luego de meterme varios dedos cada vez más profundo, tomé un consolador de cuatro bolas y comencé a introducírmelo despacio, en seco. Me dolía un poco, pero a la vez sentía un placer desconocido, diferente a todo lo anterior, cuando cada una de las bolas que iban entrando en mi culo causaba una nueva sensación en mí.
Seguí un rato metiendo y sacando ese aparato de mi culo, hasta que una nueva sacudida de placer, acompañada por los dedos que jugaban con mi pipilla me hizo retorcer de gusto.
Al terminar la ducha regresé despacio a mi habitación, girando la cabeza para ver a los tres hombres todavía en la terraza y aparentemente sin saber qué hacer…
Me senté en un lado de la cama, completamente desnuda, cruzando mis piernas. A mis espaldas pude oír los pasos que entraban a la habitación.
Estaba completamente cachonda. Mientras estaba en la ducha había decidido que me iba a hacer follar por esos tres hombres; sus miradas duras, sus manos callosas y sus cuerpos sudorosos me habían puesto caliente como una perra en celo.
Miguel se acercó de frente, diciendo:
“Parece que la señora anda necesitando una buena polla dura… ”
Yo ni siquiera le contesté, solamente acaricié su entrepierna y a medida que mis manos rozaban la tela, su polla se puso más y más dura. Le bajé los pantalones y me puse esa cosa enorme en mi boca. El sabor no era agradable, tenía una mezcla de sudor y orines, pero eso me calentó todavía más. Miguel me sujetó la cabeza entre sus manos y me metió su polla hasta el fondo de mi garganta, haciéndome casi asfixiar con esa cosa.
No quiso estar demasiado tiempo así. De repente se sentó en la cama y con una agilidad increíble me tomó por la cintura para ponerme encima de él. Mi coño estaba tan bien lubricada que su dura polla entró de una sola vez; me eché un poco hacia atrás apoyando mis manos en sus rodillas y comencé a moverme y cabalgar sobre él .
El segundo hombre, el más rubio, se acercó mirando ansiosamente mis tetas que ahora subían y bajaban al compás de las embestidas de Miguel. El hombre se inclinó y comenzó a chupármelas y manosearlas, hasta que colocó su polla frente a mi cara, pidiéndome que me la comiera entera.
Sus gemidos no se hicieron esperar, mientras yo chorreaba gritando de placer encima de la polla de Miguel, el rubio acabó dentro de mi garganta, tragándome yo toda su leche caliente y pegajosa.
Miguel ahora me sujetaba por la cintura pero se había detenido. Apenas terminé de tragarme la leche del rubio le pregunté por qué estaba quieto. Pero entonces me atrajo hacia su sudoroso pecho, haciéndome rozar mis pezones sensibles contra los suyos. Luego sentí que las manos del tercer albañil abrían los cachetes de mi culo y enseguida un grueso dedo se abría paso en mi culo.
Quise protestar, pedirle que me lubricara con algo, pero entonces el rubio se acercó y me tapó la boca, mientras decía riendo:
“La señora es una perra y a las perras también se les da por el culo…”
Al instante sentí que una polla muy gruesa luchaba por entrar en mi culo, despacio, paso a paso, me fue desfondando hasta el límite. A partir de ahí perdí por completo la noción del tiempo, mientras estos dos hombres me follaban salvajemente, haciendo que me abandonara a un placer tan intenso como desconocido.
Luego de bombearme con ritmo por un buen rato, ambos hombres explotaron casi a la vez, dejando mi interior lleno de un calor húmedo que me hizo alcanzar el cielo del placer como nunca lo había hecho. Sentía que mi coño y mi culo dejaban escapar la leche de ambos a raudales, provocándome una excitación que parecía no iba a tener fin.
Antes de caer exhausta y a punto de perder la conciencia, mientras el rubio remataba una última paja sobre mi cara, pude ver en la penumbra de un rincón la tenue luz roja de la videocámara encendida…
De alguna manera mi dulce Víctor debía entender finalmente lo que podía suceder si me dejaba abandonada un fin de semana completo con tres hombres sudorosos…