Esther encendida 04

Una nueva categoría para nuestra protagonista. ADVERTENCIA: contiene sexo homosexual y no consentido.

Medio se despertó incómoda y confusa. Apenas recordaba haber acudido con Naty a casa de don Pedro que, extrañamente, había insistido en que las acompañara Jorge. Notaba la boca pastosa y la luz del sol le causaba una terrible incomodidad. Poco a poco, fue tomando conciencia de su situación: estaba desnuda, sentada en un sillón de despacho de cuero en una postura forzada, con las manos, los tobillos y las rodillas firmemente atados a los brazos metálicos, abierta de piernas e inmovilizada. Trató de gritar, y apenas un sonido ahogado brotó de su garganta, amortiguado por la esfera de goma horadada que llenaba su boca. Trató de liberarse inútilmente. Apenas podía intentar sacudirse sin efecto. Sintió pánico.

  • ¡Vaya, parece que al fin despierta Blancanieves!

Reconoció la voz de don Pedro y un murmullo aprobatorio formado por un número indeterminado de voces masculinas. A medida que sus pupilas se adaptaban a la luz, pudo ver que se encontraba en el centro de la sala donde se celebraba la recepción donde tenía su último recuerdo. A su derecha, Jorge se encontraba en la misma situación, aunque parecía despejado. El muy imbécil tenía la polla tiesa, y no estaba amordazado. Les rodeaba un grupo de hombres de diversas edades, quizás doce, quince, o más, desnudos también, entre los que se encontraba su anfitrión, y Naty, que todavía llevaba aquel vestido rojo escotado y largo que le había parecido una exageración cuando apareció por casa a recogerla.

  • ¿Lo tiene usted preparado, Natalia?
  • Cuando usted quiera, don Pedro.
  • Pues proceda, por favor, no demoremos esto más allá de lo necesario.

Naty se acercó a ella sonriendo con una jeringuilla de metal y cristal de aspecto antiguo y llena de un líquido de color oscuro que introdujo en su boca a través de uno de los agujeros de su mordaza. Tenía un sabor amargo a medicina, pero Naty sujetó su cabeza en alto y no pudo más que tragarlo.

  • No te preocupes, putita, que vas a pasarlo bien.

Tras susurrar en su oído, besó sus párpados y se apartó para permitir que los hombres la rodearan. Sentía un extraño mareo. Podía ver sus pollas duras apuntándola. Don Pedro, acercándose a ella de frente, tomó entre los dedos uno de sus pezones y, en un rápido movimiento, lo perforó con una anilla de oro que cerró con un click arrancándole lo que hubiera sido un grito de dolor desesperado de no haber tenido aquella cosa en la boca. Se le saltaron las lágrimas. Temblaba de terror.

  • Caballeros: cuando gusten.

De repente, un marasmo de manos comenzó a acariciarla, a estrujarla. Apretujaban sus tetas, pellizcaban sus pezones, palmeaban sus muslos, metían los dedos en su coño. Sucedió de repente, como si estuvieran esperando aquel momento. Trató de chillar inútilmente. Lloraba. Alguien vertió sobre su pecho un bote de gel lubricante. Olía fuerte a fresas, dulzón, profundo. Las manos resbalaban sobre ella. Recibió uno tras otro dos, tres, diez, quince frascos más. Sus manos resbalaban acariciándola, o la palmeaban. La sobaban sin parar, todos a la vez, cubriéndola entera de caricias, de cachetes, de apretones.

  • Ya va subiendo…
  • Sí… se está poniendo bien.

Al miedo se sumaba una extraña sensación de embriaguez. Todo se hacía irreal, más irreal si fuera posible. Las manos en los muslos, en el coño, los dedos que se colaban en su culo, los labios que peleaban por mamar sus pezones… Su cuerpo parecía responder a los estímulos con independencia de su voluntad. Alguien sacó la bola de su boca y quiso gritar, pero gimió. Uno de los hombres, arrodillado entre sus muslos, lamía su coño, mamaba su clítoris como si quisiera quitárselo, comérselo. Les pedía que parasen, que la dejaran, pero culeaba, y la voz se le entrecortaba entre gemidos.

  • ¡No… me…! ¡No…! ¡Ahhhhhhh…! ¡Bas… ta…! ¡Bastaaaaaaa! ¡Ahhhhhh…!

Alguien había girado su cabeza agarrándola del pelo y puesto la polla en su boca. Se atragantaba, chillaba, y su cuerpo temblaba. Le costaba seguir la realidad. Su cerebro parecía funcionar despacio, incapaz de controlar las reacciones de un cuerpo que no le pertenecía, separado del placer absurdo que experimentaba.

  • Si me permiten, amigos, me gustaría ser el primero en hacer los honores.

Vio a don Pedro entre sus piernas y sintió su polla taladrándole el culo. Chilló. Docenas de manos la seguían sobando, masturbando su clítoris, manoseando sus tetas, su vientre, sus muslos. Se oía chillar, gemir y jadear, como si aquellos chillidos, gemidos y jadeos no le pertenecieran.

  • Estaba seguro de que sería una buena zorra, querida.

La follaba como si no hubiera un mañana. Su polla la barrenaba. De repente, algún lugar de su cerebro pareció activarse inadvertidamente. Fue como una iluminación. La voz que le impelía a resistirse quedó relegada a un rincón recóndito de su voluntad y, aunque seguía resonando como a lo lejos en su cabeza, su cuerpo dejó de manifestar ni el menor síntoma de ceder a ella. Seguía chillando, negándose, pero temblaba, se sentía estremecer.

  • ¡¡¡Bas… taaaaaaaaaaa…!!!

Se vio arrastrada por un orgasmo súbito y arrasador. Temblaba violentamente, se estremecía. Sentía nítidamente cada mano, cada dedo que la sobaba, cada empujón en su culo abrasándola, destrozándola. Puso los ojos en blanco, gimió, chilló, y su cuerpo se sacudió entero en una serie interminable de rápidas convulsiones que la sacudían entera para, entre ellas, dejarla inane, temblorosa, babeando con los ojos en blanco, hasta la siguiente sacudida, la siguiente ola que parecía elevarla a un nivel de placer inexplicable.

  • ¡Córrete asíiiiiii…! ¡Putaaaaa…!

Sintió en el culo el estallido de lechita tibia como un bálsamo. Alguien se corría en su cara al mismo tiempo. No podía verlo. Recibía los salpicones con la boca abierta, como con ansia, con el rostro contraído en una expresión de placer brutal, descompuesto. Las manos la estrujaban, se clavaban en su coño inflamado, cacheteaban sus tetas, las estrujaban, palmeaban sus muslos, y todo ello se transformaba en oleadas sucesivas que la elevaban hasta dejarla caer en un abismo de orgasmos incontables, consecutivos como ondas que ascendían recorriéndola entera para dejarla rendida y temblorosa al retirarse.

  • Vamos, soltadla ya. Ya está lista.

Se notó manejar y quedó liberada en el suelo. A su derecha, alguno de los invitados a aquella fiesta, impaciente, follaba el culo de Jorge, que lloriqueaba. Le vio correrse. Su pollita se sacudía en el aire y disparaba sobre su pecho una sucesión interminable de chorros de esperma. Balbuceaba con otra polla en la boca.

  • ¡Venga, venga, el siguiente! ¡Que no pare!

Alguien la follaba a cuatro patas. Perforaba su coño deprisa, con fuerza, como si quisiera rompérselo. Le daban fuertes palmetazos en el culo. Una polla enorme se clavaba en su garganta. Y las manos, aquel mar de manos que no dejaban de sobarla, de estrujarla, de azotar su culo, sus muslos, sus tetas, que se balanceaban deprisa entrechocándose. La sostenían, pues se hubiera caído de soltarla. La zarandeaban. Jorge, a su lado, recibía el mismo trato. Tenía la polla rígida. Mamaba pollas sin parar. Aquel ejército de desconocidos los follaba en un ritual interminable. La manejaban como a una muñeca, y su cerebro parecía incapaz de procesarlo. Apenas daba abasto para sentir aquella interminable oleada de orgasmos que la consumían y agotaban.

De pronto estaba de pie. Las manos la sujetaban. Alguien sostenía en alto una de sus piernas y algún otro volvía a perforar su culo. No sentía dolor. Cuando la empujaron obligándola a inclinar el tronco, abrió la boca para mamar la polla que tenía delante. La succionaba ansiosamente. La sintió estallar en su garganta y tragó toda aquella leche, y volvió a abrir la boca, o quizás no la había cerrado, a mamar una polla distinta, mayor y más curva, a mamarla hasta la extenuación, hasta que notó que la llenaba, que le salía esperma por la nariz. Lloriqueaba incapaz de resistirse, sin fuerzas para soportarlo, pero ansiosa por tomar más, por mamar más pollas, por sentir más estallidos de esperma en el coño y en el culo.

Se dejó llevar y sentar a horcajadas sobre la polla de otro. Sabía lo que iba a ocurrir. Ni siquiera se movió cuando sintió que se la clavaban en el culo una vez más, ni se inmutó cuando metieron otra verga en su boca. Las deseaba. Ya sólo quería que la follaran. Sin fuerzas, exhausta, se dejaba sacudir, empujar. No había más capacidad de movimiento en ella que la que le proporcionaban los hombres que la follaban uno tras otro, hasta tres al mismo tiempo. A veces, caía en el suelo cuando se retiraba uno de ellos y la levantaban para arrodillarla entre ellos, y se agarraba a sus pollas, las mamaba. Sentía el goteo de esperma que escapaba del culo y el coño. Los sentía arder, pero aquella ansia por correrse, por ser follada, la dominaba por completo, se imponía a su voluntad y a la lógica, que dictaba que debía parar, que la estaba destrozando. Sentía estallar en su cara los chorretones de leche, que goteaban, chorreaban en su pecho.

Junto a ella, Jorge culeaba sentado sobre uno de los hombres, y mamaba pollas sin quitarle la vista de encima, como si andar mariconeando y viendo cómo otros la follaban fuera todo cuando deseaba. Sintió un terrible desprecio. Nunca más podría respetarle. El siguiente orgasmo, o el siguiente pico de aquella especie de orgasmo inacabable que la derrotaba, le hizo olvidarlo.

  • Coged las máquinas, venga, que no pare.

Cuando pareció que nadie podía seguir follándola, apareció una caja de vibradores y empezaron a follarla con ellos. No podía pararse, no podía detener la marea inagotable de placer. Le metían máquinas en el coño y en el culo, las hacían vibrar en sus pezones, y volvía a estremecerse, a sacudirse, a desmayarse, a despertar de nuevo en medio de otro correrse incontable. La follaron con grandes pollas de caballo de goma, pusieron máquinas sobre su coño que lo sacudían en vibraciones terribles. Seguían manoseándola. A veces, quien lograba recuperarse volvía a follar su boca, y volvía a tragar su leche, a mamar con ansia, aunque sin fuerzas, para sentirla correr por su garganta, estallar en su cara. Todavía hubo alguno que volvió a poder follarla. Le ardían el coño y el culo y, aun así, se corría. Jorge, ya dejado de lado, se la meneaba mirándola sin atreverse a tocarla…

  • ¡Bueno, bella durmiente, ya era hora!

Recuperó la consciencia en la gran bañera circular, protegida por el abrigo del agua caliente. Naty, desnuda a su lado, la lavaba con cuidado besando al mismo tiempo sus pómulos y sus labios. Sintió en chorro de la ducha en el coño. Le dolía, pero tembló en un nuevo orgasmo sin fuerzas, apenas un quejido, un “¡Ah!” expirado en la boca de su amiga. Tenía moraduras en las tetas, en los muslos. Intuía que también en el culo. Se sentía dolorida y agotada, sin fuerzas.

  • Ahora, cuando estés sequita, nos lleva el chofer de don Pedro a mi casa.
  • ¿Quieres venir a mi casa?
  • Alguien tendrá que cuidarte mientras te recuperas, y ese mierda…
  • He dicho que nos cogemos una semana de vacaciones.
  • ¿Quieres vivir conmigo?
  • Sí…
  • ¿Vas a ser mía?
  • Sí…
  • Lo has hecho muy bien, putita.

Esther se sintió reconfortada. Devolvió el beso leve que Naty puso en su boca, y sonrió agotada.