Esther encendida 01

Ete cuentecillo es la continuación de "Mercado laboral 05: comida de Navidad", y conviene empezar por ahí. Le he tomado cariño al personaje. Lo pongo en "Lésbicos", aunque es otra cosa.

-          ¿Me… me los has puesto?

-          Bueno, he estado follando con una amiga y un par de chicos jovencitos, dos becarios.

-          ¿A la vez?

-          ¿Quieres saber si le he comido el coño?

-          Sí.

-          Claro. Y ella a mí. Y me han follado el culo, y el coño. Y he tragado leche como en la puta vida.

-          Pero… Pero conmigo…

-          Cariño, es que tú no me pones ni la mitad.

Sentada en la cama, junto a Jorge tumbado, desnuda, terminaba de secarse el pelo observando divertida cómo se le levantaba el pantalón del pijama. Se sentía como deben sentirse las diosas.

-          No me toques, hijo de puta. Si quieres follar llama a la Clementine esa, o a Susana, porque a mí no me vuelves a poner la mano encima ni borracha.

-          Pero… Yo… Sólo…

-          Ni pero, ni yo, ni sólo, ni ostias, maricón. Si te quieres dar gusto te la pelas, y como me salpiques o me manches las sábanas te la corto.

De repente, para Jorge, aquello era un sueño hecho realidad, aunque no acababa de saber si, una vez materializado, le gustaba tanto como había imaginado. Estaba sentada frente a él en posición de loto, secándose el pelo con una toalla blanca, como sin hacerle caso, aunque estaba seguro de que observaba su reacción. Se le movían las tetas al mover los brazos, y su coño entreabierto, un poco irritado, parecía sonreírle. Así, tratándole con ese aire despectivo, era como una reina. Se moría por follarla, pero se lo había dejado claro. No podía controlar su erección, y estaba mojando el pijama.

-          ¡Menuda parejita los chavales! Ya se me había olvidado lo que es una polla dura de verdad. Te hubieras vuelto loco mariconeando allí.

-          …

-          ¿De verdad quieres tragar pollas?

-          Sí… Bueno…

-          ¡Anda, que ya te vale, gilipollas!

Notó que se ruborizaba hasta los tuétanos. Había deseado que una mujer le humillara y ahí estaba: la suya, cargando de desprecio cada palabra que salía por su boca e ignorándolo. Se notaba ansioso. Trató de hacer un último intento, extendió el brazo hasta apoyar la mano en uno de sus muslos, y recibió una sonora bofetada.

-          ¿Tú eres gilipollas o qué te pasa? ¡Que te he dicho que no me toques, joder, que yo con mariconas no quiero nada, que para eso hay hombres! ¡Le vas a poner los cuernos a tu puta madre, idiota!

Aquello fue más de lo que podía resistir. Rojo como un tomate, se arrodillo en el colchón frente a ella, se sacó la polla por la bragueta del pantalón del pijama, y comenzó a meneársela. Se corrió enseguida, con cuidado de verter su esperma sobre la mano izquierda y, como sin saber qué hacer con ella, se la lamió para no ensuciar nada. Esther se había echado ya dándole la espalda. Le ignoraba.

-          Apaga la luz ya, joder.

Se despertó a media mañana un poco resacosa, pero de un humor excelente. Sin levantarse todavía, cogió el móvil de la mesilla de noche. Tenía una ristra de WhatsApp de Nati:

09:57 “Buenos días, perezosa”

10:02 “Eh!”

10:03 “¿No piensas levantarte hoy o qué?”

10:05 “Me he quedado la habitación, la 227”

10:10 “Tengo unas ganas de comerme un chochito…”

10:30 “Cachonda como una perra”

El último llevaba una foto de su coño. Estaba mojada, y se veía precioso en aquel triángulo de piel tan clara de su pubis sobre el fondo dorado. Debía tomar el sol con un bikini diminuto, la muy puta.

Sonrió. Hacía siglos que no se sentía tan libre. Hizo una foto del suyo separándose los labios con dos dedos, la envió, y respondió a sus mensajes.

11:11 “Sigues ahí”

11:12 “Remoloneando en la cama, tan solita…”

11:13 “¿Nos duchamos juntas?”

11:14 “No te muevas, que voy volando”

11:15 “Te espero aquí corriendo”

11:16 “Zorra…”

11:17 “Y tú monjita, no te jode…”

Esther se lavó los dientes a toda prisa, se puso por encima unos vaqueros, un top negro, y un jersey de chenille muy cuco, con el cuello alto y abierto, de color burdeos y negro, entremezclados, ancho y cortito; se colocó el pelo con los dedos y, al salir con la capa en la mano pensando en ponérsela en el ascensor, se despidió de un grito.

-          Me voy. Hazte algo del congelador, que no vengo a comer.

-          ¿Pero dónde…?

La puerta se cerró de golpe a mitad de la frase, y Jorge se quedó en la cocina con su taza de café y unas galletas, en pijama, con la bata abierta y la polla como un canto.

-          Corre, pasa, que estoy desnuda.

-          Mmmmmmm… ¿Y los chicos?

-          Los he echado al despertarme y he llamado a recepción para cambiar la reserva a mi nombre… ¿No te basto?

-          Y me sobras.

-          He llenado la bañera.

-          Pues yo he traído sales.

Había asomado la cabeza por el lado de la puerta ocultando su cuerpo tras ella. Esther sonrió. Estaba guapa. Siempre había pensado que era un poco machote Nati. Delgada, alta, musculada, morena siempre, con su pelo corto de punta y esa energía que se gastaba en el trabajo…

La miró mientras se desvestía. Se había metido en el agua resoplando. Debía de estar muy caliente, y la esperaba entre aquella efusión de burbujas. Sacó del bolso el frasco de sales de lavanda y echó en la enorme bañera para dos una cantidad exagerada. El ambiente se llenó al instante de aquel perfume floral que hacía que le picara un poquito la nariz.

-          ¿Me has echado de menos?

-          No he tenido tiempo ¿Y tú?

-          Yo… Es que…

-          ¿No?

-          Como me he pasado la noche follando…

-          ¡Serás zorrón!

-          Muuucho.

-          Pues yo he llamado cabrón a mi marido y le he dejado pelándosela mientras me dormía.

-          ¡Coño! ¿Estáis mal?

-          No. “Nos llevamos bien”. Pero no me apetece hablar de él ahora.

-          ¿Y qué te apetece?

Sonriendo, la llamó con un dedo, y Esther se metió en el agua despacito. La quemaba. Notaba cómo se le enrojecía la piel. Nati la miraba divertida, respaldada en la bañera con los brazos extendidos en sus bordes y las piernas abiertas, con las rodillas flexionadas, como haciéndole un hueco. Se recostó en ella dejándose caer de espaldas sobre su pecho y se sintió reconfortada cuando la envolvió en sus brazos, besó su hombro, y mantuvo los labios apoyados en él.

-          Oye, Nati.

-          Dime, cielo.

-          Esto… ya sabes, lo de trabajar juntas y…

-          No pasa nada. No es la primera vez, y como pienso seguir siendo igual de hija de puta contigo que con todas…

Esther notó una punzada de celos y se sintió idiota. Habían echado unos polvos y la había hablado como si fueran novias. Se dio cuenta de que apenas un día antes ni se le hubiera ocurrido pensar en una mujer de aquella manera. Era extraño, y le gustaba. Se acurrucó un poco más.

-          ¿Y con quién?

-          ¡Vaya, vaya…! ¡Qué curiosona!

-          Mmmmmm… Es que me dan celitos…

-          Jajajajajajajajajajajaja…

-          ¡Bah! ¿Con quién?

-          Pura, la secre del jefe…

-          ¡Pero si es una meapilas!

-          Ya, por eso pasé de ella. Se come mucho el coco.

-          ¿Y quién más?

-          Con ninguna, aunque…

-          ¿Qué?

-          ¿Sabes Katia, la nueva, una muchachita morena que es una preciosidad? Debe tener veintitrés o veinticuatro y se la ve apretadita… Lo tengo que mirar eso.

-          ¿Te la has tirado?

-          No, pero me ha tirado los tejos. Hará carrera, porque es una fiera esa chiquilla. No deja títere con cabeza.

-          ¿Y te lo vas a hacer con ella?

-          Le vamos a comer el chochito tú y yo. Va a aprender esa putita con quién se juega los cuartos.

Se sintió reconfortada al comprender que contaba con ella, que la incluía en sus planes. Giró el cuello para besarle en la boca y se enredaron en un juego de caricias. Nati rozaba sus pezones con las yemas de los dedos, mordía su cuello, la envolvía entre sus piernas, y Esther emitía pequeños gruñiditos de placer al sentir el roce de sus labios y sus dientes y su mano descenderla por el vientre. Nati la hacía arder.

-          Me gustas mucho, gordi… Mucho…

Sintió la desesperación del placer de su caricia lenta; del pausado deslizar el dedo entre sus labios sintiéndose abrazada y protegida; del rodear su clítoris inflamado haciéndola desear que lo rozara; del tomarlo entre los dedos envolviéndolo cuidadosamente entre los pliegues de su propia piel, como cuidándola. Dejó caer su cabeza atrás apoyándola en su hombro, cerró los ojos, gimió, y se dejó querer temblando. La enervaba con aquellas caricias suyas parsimoniosas y largas, sin urgencias. Casi ni se dio cuenta de que su pelvis se movía, de que empezaba a gemir, a jadear. Le susurraba al oído y a veces le mordía el lóbulo, o tiraba de sus pezones. Era como correrse despacio hasta estallar cuando apoyó su mano a piel abierta sobre él y lo presionó haciéndola resbalar. Sintió aquel como caerse, como perderse en un placer que, de pronto, se había vuelto intenso, violento y apremiante, y sacudía su cuerpo entero haciéndola resbalar, obligando a Nati a sujetarla con fuerza.

-          Así, cariño, así… Déjate llevar… Asíiiii…

La dejó bajar despacio, sin desprenderla de su abrazo, besándole el cuello, los labios y los párpados, acariciando sus pezones con los dedos, dándoles pequeños tironcitos, haciéndola sentir a salvo, abrigada, como mecida, deseada.

-          Oye, bonita…

Se había subido al borde de la bañera y sentado en la esquina, donde la forma ovalada dejaba un espacio como un banco triangular, y se le ofrecía abierta. Se detuvo un momento a disfrutar de la visión de su piel tensa, de sus músculos alargados, tensos también, del dorado de su piel mojada, de sus tetillas pequeñas, casi inapreciables, y sus pezones oscuros sin areolas apenas, apretados en el centro de aquel triángulo blanco, como su coñito lampiño, abierto. Sonreía como embobada.

-          Andaaaaaa… Porfaaaaaaa…

Se inclinó sobre ella, o se lanzó como una loca sobre su clítoris prominente y muy duro. Lamió entre sus labios paladeando la curiosa mezcla de sabores de las sales de lavanda, saladas y ligeramente amargas, y sus flujos, que le parecieron dulces. La hizo gemir y quejarse como si le abrumara aquel estallido de placer tan repentino, tan abrupto. Sujetaba su cabeza con las manos y se la apretaba con los muslos riéndose y gimiendo.

-          ¡Qué me vas… que me… que me vas a dejar… secaaaaaa…!

-          Te voy a chupar la sangre.

Culeaba como una desesperada. Algunas veces, le tiraba del pelo para llevarse su boca a los labios y morderla y volver a empujarla después, nuevamente, entre sus muslos. Se le corría en la boca, se derretía culeando como si le diera calambre hasta que resbaló en el agua, y siguió con sus dedos mordiéndole los labios. Se le abrazaba al cuello con una mueca en el rostro de placer intenso, como si temiera ahogarse, como si no creyera poder mantener la cabeza fuera del agua si se soltaba.

-          ¿Pedimos algo para comer?

-          Y una botella de vino.

-          Dos botellas de vino y… ¿Qué te apetece?

-          Una ensalada… salmón…

-          De eso nada, gordi. Como me pierdas un gramo te dejo.

Se lo había dicho riendo mientras le mordía el culo. Se sintió feliz.

-          ¡Oye! ¡O follamos o comemos!

-          Pues no sé…

-          Anda, no seas gansa.

No volvió a casa aquella noche. Apenas pensó un momento en Jorge, un segundo: “que se joda”. Nati dormía a su espalda abrazándola. Sentía su aliento en el cuello y una fatiga deliciosa. Agarró su mano despacio, cuidando de no despertarla. Se fue durmiendo despacio, o medio durmiendo. La noche transcurría plácida, y quería sentirse así, como soñando.