Esther en la clínica

Últimamente se han publicado algunos relatos sobre sexo y discapacidad. Me han parecido excelentes y he querido contribuir con un cuento corto pero intenso.

Esther llegó con alguna dificultad hasta la clínica neurológica. El autobús estaba adaptado, pero la parada se había visto afectada por unas obras, así que tuvo que bajar diez metros más allá, en una zona donde la acera presentaba desniveles y algunos árboles habían deformado las losetas. Con su habitual disgusto, ditigió su vehículo hasta la puerta de la clínica.

Nada más entrar, todo cambió. Las puertas eran amplias y se abrían y cerraban coordinadamente para facilitar el paso de su silla mecanizada. Los ascensores, igual.

Preguntó en un mostrador, apropiadamente bajo, por la reunión informativa sobre la nueva terapia. Un enfermero muy amable la acompañó.

En una sala grande y soleada se habían reunido ya otras tres personas con algún tipo de problema de movilidad. Un chico joven, sin duda, accidente de tráfico, una señora mayor que Esther, con algún tipo de enfermedad degenerativa y un hombre de unos sesenta años sin una causa evidente de su parálisis.

El doctor estaba revisando su portátil y preparando una presentación.

Esther saludó y se aproximó a la mesa. Sacó su móvil para anotar lo que le pareciera relevante y atendió.

Después de una corta presentación, el Doctor Alejo, que hablaba con acento catalán bastante cerrado pero en correcto castellano, les informó de que habían sido escogidos entre cincuenta aspirantes para disfrutar del nuevo tratamiento que había implementado la Clínica Neurológica para buscar solución a los problemas de parálisis muscular.

De alguna manera, parecía ser que ellos cuatro tenían el perfil para beneficiarse de aquella técnica. Les pasó una documentación que todos leyeron y firmaron sin entender muy bien el contenido. Luego, cuatro enfermeras condujeron a cada uno de los pacientes a un box cerrado, muy pequeño pero cómodo.

  • Debes desnudarte de cintura para abajo - indicó a Esther su enfermera - quédate con las bragas, eso sí. ¿Te ayudo?

Esther estaba acostumbrada a aquella frase que todo el mundo le dirgía a menudo.

  • No, ya puedo. - Para sorpresa de la enfermera, Esther se denudo con facilidad y se subió a la camilla.

  • Ahora viene el doctor. Tú eres la primera.

Esther se miró desde su posición yacente. Por suerte se había repasado las ingles y había elegidouna ropa interior de algodón discreta, no un tanga ni una de aquellas braguitas caladas negras o rojas que tanto le gustaba usar en sus sesiones secretas de fotografía.

El doctor compareció muy animado con una maleta en la mano.

-  Esther, ¿vredad? Me alegro de conocerte. Vamos a ver. Ahora voy a hacer un mapeo de tus piernas. Esto es molesto, pero según y cómo, a veces resulta hasta agradable. Se trata de lo siguiente..

El doctor montó sus instrumentos que consistían en una especie de lápiz electrónico, un cable y una consola con pantalla. Se colocó a los pies de la camilla, tomó en su enguantada mano el pie derecho y empezó a recorrerlo con el puntero.

Una sensación extraña recorrió la piel de aquella zona. De pronto, un músculo empezó a temblar y Esther dio un tirón seco y se soltó.

  • Ay. Me hace daño.

-No, no. Es la sorpresa, Esther. Tus músculos se mueven solos y eso causa un cierto malestar, pero no es dolor. Observa.

En efecto, diversos músculos se contrajeron al paso del bolígrafo. Esther se aguantó las ganas de pegar una patada al trasto e intentó relajarse.

Durante veinte minutos el médico trabajó concentrado. Iba recorriendo las piernas con su explorador. Su otra mano sujetaba la extremidad y parecía procurarle un suave masaje con el pulgar en algunos puntos.

La piel iba quedando marcada por pequeños puntos negros que el doctor trazaba cvon un rotulador.

-Ahora vamos a mapear el interior de los muslos - anunció Alejo - Abre las piernas.

La orden sonó un poco brusca pero esto no desagradó a Esther.

  • Oye, tú eres Esther Gomez, es decir, Skyla Anapiria, la escritora, No es así? - Preguntó el galeno.

Esther no se había habituado aún a su recién obtenida popularidad como autora de novela erótica.

  • Sí, ¿ha leído usted mis libros , doctor?

  • Por Dios, llámame Alejo y háblame de tú. Soy viejo pero me gusta que no se den cuenta.

Esther observó al hombre. Era alto y fornido, con algún kilo de más. Tenía el pelo gris muy corto, como un militar, y debía tener una barba poblada, pues la máscarilla no podía cubrirla del todo.

Su voz era muy dulce en contraste con sus buenos cien kilos de peso.

  • Si te digo la verdad, sabía que eras tú. Soy un gran fan de tus novelas. Leí tu nombre en la lista de aspirantes. Confieso que di un empujón para que fueras elegida.

  • Vaya, muchas gracias.

  • Gracias a ti. Pensaba que podría charlar un rato contigo mientras te hacía la prueba.

Lo que no parecía haber valorado, o quizás sí, el doctor, es que iban a conversar sobre novela erótica con la interlocutora espatarrada en una camilla, sus braguitas de algodón bien visibles por la tira inferior y algunos pelitos rebeldes escapando entre las gomas. Y, peor aún, las hábiles manos del doctor acariciando esos sensibles muslos mientras unas suaves corrientes se extendían por las ingles y hacían estremecerse los labios.

  • Me gusta mucho esa historia en que la chica hace que un hombre tenga un orgasmo con sus fotos y sus frases en whatsapp. Está muy bien narrado.

  • Pues eso pasó de verdad...

  • ¿Es posible? ¡Qué interesante!

  • Es una forma de vencer las dificultades de movilidad.

  • Sí, ya , pero no hay nada como el ..cuerpo a cuerpo, no?

Mientras decía esto, las manos del doctor recorrían la cara interna de los muslos aparentemente distraídas.

Una pequeña mancha de humedad empezaba a marcarse sobre la vagina de Esther. Pero ella no intentó cerrar las piernas. Había aprendido que se deben aprovechar todas las oportunidades para disfrutar.

  • Yo nunca he hecho algo así - reconoció el médico - Soy más del cara a cara.

... Que en aquel momento era ya cara a coño, ya que su cara se acercaba magnetizada por la mancha, ya del tamaño de una galleta maría.

  • Perdona, creo que debería dejarte un momento... - ofreció el hombre al ver que Esther respiraba intensamente y sus pezones, por cierto fantásticos, comenzaban a marcarse descarados bajo la camiseta.

  • No se vaya ahora...ni me deje así - exigió ella.

  • Debe ser un efecto secundario de la electroestimulación, siento que....-

Esther separo la tirilla de sus bragas por toda respuesta, dejando expuestos sus grandes labios que brillaban de humedad y deseo. Sus dedos empezaron a darle placer sin ningún recato.

Lentamente, el doctor Alejo acercó su mano al hipnótico sexo y se sumó a las caricias con toda su pericia profesional.

Esther tenía ya ocho dedos actuando en aquella zona y la humedad desbordaba la mata de vello. De un tirón se arrancó la camiseta y el sujetador y atrajo a su terapeuta sobre sus senos.

Él se quitó la mascarilla y devoró con ansia aquellas grandes maravillas de la naturaleza. Los pezones crecían visiblemente bajo los dientes y la lengua del galeno.

  • Ven aquí. Quiero tu polla en la boca.

Tan sincera y asertiva petición no podía ser rechazada. Al instante la gorda y palpitante polla se alojó entre los labios de Esther. Su lengua la recibió a la entrada y la acompañó a recorrer todo el recinto, dando pequeños toquecitos en la punta y recogiendo el líquido preseminal que fluía transparente y abundante.

El doctor se subió a la camilla, muy sólida, sin pantalones y con los muslos abiertos. Era muy peludo, pero a Esther no le importó. Su boca se señoreó de los testículos, succionando y lamiendo a destajo todo lo que se le ofrecía, que era mucho.

Él se inclinó con cuidado y hundió su cara entre los muslos de su paciente, que dio un pequeño grito.

Unos golpecitos en la puerta hicieron indignarse a Alejo, que lanzó un juramento, no precisamente hipocrático

  • ¡Hostia bendita! ¿Qué quieren? -

  • Perdone, doctor. ¿Va todo bien? He oído un...

  • Va todo bien, déjeme trabajar señorita - contestó hundiendo de nuevo su lengua muy profundamente en la vagina y frotando el clítoris con su barba rizada e hirsuta. Esther ya no gemía con la polla hundida hasta más allá del paladar, bombeando con energía. Los testículos golpeaban la nariz y Esther sentía que iban a explotar de un momento a otro. Los testículos y ella también, ya que la excitación era ya insoportable...

  • Me da hora para la semana que viene - pidió Esther en el bajito y accesible mostrador media hora después.

  • ¿De 8 a 10? - ofreció la recepcionista..

  • No, no. A las doce. El doctor Alejo quiere seguir aplicando personalmente el tratamiento.