ESTHER (capitulo 9)
Nuestra pareja se va de turismo a Sevilla. ¿Que pasara?
Esa misma mañana, Moncho abandono la casa con todas sus cosas. Mi espía me informo que fue a un piso de la calle Velazquez, que resulto que estaba a su nombre y del que no teníamos noticias. Al día siguiente comprobé que la transferencia a la cuenta de Nueva York estaba hecha y mis gestores me dijeron que todo lo demás estaba en marcha sin ningún problema. Llame a un cerrajero que cambio la cerradura del piso, y esa tarde la acompañe al piso por si quería recoger algo. Solo cogió fotografías, cartas y recuerdos de su familia.
– Tengo entendido que hay ONGs que se llevan todo lo que no quieres. Lo mirare en Internet, –me dijo pensativa– no quiero nada mas, que se lo lleven todo, ropa, muebles, vajilla, todo.
– No te preocupes, conozco a gente de una ONG que se dedica a estas cosas, he colaborado en alguna ocasión con ellos. Pero creo que los muebles los deberías dejar, puede venir tu familia de visita a Madrid y así tendrían donde dormir.
– Tienes razón, pero no quiero nada de aquí, cuando se los lleven comprare muebles nuevos.
Salimos de su apartamento y subimos a casa.
– Por cierto, este finde nos vamos de viaje a Sevilla, –la dije cambiando de tema– salimos el viernes por la mañana, temprano.
Ese día llegamos a Sevilla en el AVE y un coche del hotel nos estaba esperando. El hotel, un super lujo, la encanto y la decoración castellana de la suite mucho mas.
– Pero es que es enorme, yo creo que mas que mi casa, –decía asombrada mientras recorrías las dependencias de la suite. Nunca había estado en un lugar parecido y señalando un sofá raro, pregunto– ¿Esto es una cheslong?
– Si mi amor, y lo vamos a estrenar ahora mismo, –me abalance sobre ella mientras chillaba y se reía a carcajadas.
Desabroche su blusa y la deje caer de los hombros dejando al aire sus pechos. Sujete sus manos a la espalda y la bese en la boca. Siento pasión por varias partes de su cuerpo, pero sus labios en unos de mis preferidos. Un poquito carnosos, parecería que se ha inyectado botox, pero no es el caso. Cuando estábamos con los preliminares, siempre la comía el morro como si fuera a ser la ultima vez y ella reaccionaba como si en ellos, tuviera un clítoris. Baje la cremallera de la falda y la deje solo con el tanga y los zapatos, siempre de tacón. Mis manos recorrían su espalda hasta llegar a su trasero y volvían a ascender. Me arrodille y la bese los pezones, me los introducía en la boca y los chupaba, los cogía con los dientes, tiraba suavemente de ellos y los soltaba. Mientras, mi mano, perennemente alojada en su entrepierna, masajeaba su vagina, que lubricaba sin cesar. Me quite el cinturón y la ate las manos a la espalda. Me desnude ante la mirada expectante de Esther y se la introduje en la boca, recibiéndola con ansia. Mientras chupaba, gemía y contorneaba su cuerpo intentando acrecentar su placer. La agarre del pelo y me senté en la cheslong. Con ella entre mis piernas la introduje de nuevo mi polla en la boca mientras mis manos la sujetaban las nalgas.
– Móntate encima de mi pierna y rózate mientras chupas, –la dije dándola un azote en el culo. Esther, entre gemidos cabalgo mi pierna y comenzó a frotar su vagina en ella. De inmediato comenzó a gemir con mas intensidad y llego a un orgasmo que la descontrolo momentáneamente. La levante, la senté en la cheslong y la abrí las pierna mientras veía como su flujo salía de su vagina y chorreaba hasta el ano. Introduje mi polla en su agujerito provocando un gemido fuerte e intenso, que fue el primero de una serie que no paro hasta que, un rato después, me corrí entre gruñidos de placer.
– ¡Que vergüenza! nos han debido oír en todo el hotel, –dijo Esther, después de un rato, cuando ya estábamos tranquilos.
– No te preocupes, por lo que cobran por la suite, seguro que son sordos, –la respondí con una carcajada– luego, cuando salgamos, seguro que los de la recepción te miran pensando “ esta es la escandalosa”
Por la tarde salimos del hotel hacia la Plaza Nueva, donde quería dar una sorpresa a Esther.
– ¿No querías algo de Victorio y Lucchino? –la pregunte cuando llegamos a la puerta de la tienda– ¡pues hala, toda tuya!
Entro como una cría entra en una tienda de chuches, con los ojos brillantes mirándolo todo. De inmediato, un par de señoritas muy eficientes se encargaron de pasearla por la tienda y de mostrarla todo lo que tenían, que era mucho. Toda la tarde estuvimos en la tienda, yo sentado en un sillón y ella probándose modelos sin parar. Me hacia gracia, me parecía al Gere en Prety Woman diciéndoles que la hicieran la pelota. Pero no era necesario, ya se encargaban ellas según las compras iban aumentando.
Cuando termino, yo mismo me asuste de la cantidad de paquetes que había, mientras Esther tomaba una actitud de niña traviesa. Veía en sus ojos la necesidad de volver al hotel de inmediato. Escogió algunas cosas para llevarlas al Hotel y arregle que nos mandaran el resto a Madrid.
Regresamos y mientras yo cargaba con los paquetes, durante todo el camino me llevo con su mano en mi trasero, incluso en la recepción de hotel. Allí, le di los paquetes a un botones que nos acompaño hasta la suite.
– ¿Qué habrá pensado el botones? –me pregunto con cierta malicia.
– Seguro que, que suerte tiene el calvo este. Bueno, ¿qué quieres hacer? –la pregunte. Ella me miro sin comprender– soy tuyo, haz conmigo lo que quieras.
Me miro desconcertada, pero rápidamente se puso manos a la obra. Me desnudo y comenzó a acariciar mi cuerpo mientras ella permanecía vestida. Se arrodillo y comenzó a pasar sus uñas por mi abdomen dejando unas ligeras líneas blancas mientras restregaba su cara con mis testículos. Cogía la piel con los labios y tiraba de ellos con suavidad, se los introducía en la boca y los acariciaba con la lengua. Paso sus uñas por mi pene durante un buen rato y la daba manotazos flojitos. Finalmente se la introdujo en la boca y comenzó a chupar como una obsesa mientras con la mano se bajaba el tanga y se masturbaba la vagina. Por el espejo la veía reflejada, de rodillas, con la falda subida y las bragas a medio muslo, su mano en su entrepierna y los talones, fuera de los zapatos. Una imagen, para mi, terriblemente sugerente. Me retuve todo lo que pude hasta que ella llego al orgasmo que fue fuerte e intenso. Me separe un poco y me corrí en su cara mientras ella chillaba de placer. Se la volví a meter para que siguiera chupando.
Cuando todo acabo la dije riendo– ¡estas para sacarte una foto, sudada, desaliñada, con la cara y la blusa llenas de semen y las bragas caídas. El glamour se te ha caído a chorros.
– De todas maneras, mi señor, prefiero que tu me mandes, –dijo riendo mientras con el dedo recogía el semen de su cara y los saboreaba.
– Pues yo juraría que se te ha dado bien.
– Bueno, pero yo prefiero que tu me domines, además, ya sabes que soy muy facilona.
Esa noche fuimos a cenar a La Isla, uno de los mejores restaurantes de Sevilla y los AC/DC debieron pensar igual porque coincidimos con ellos. Aunque estaban en una sala privada, pude ver a Malcolm y a Angus que amablemente, cosa rara, me firmaron una foto que me facilito su manager.
Durante el resto del fin de semana, aparte de nuestras actividades eróticas normales, nos dedicamos a recorrer la ciudad que Esther no conocía. Lo fotografiaba todo, la Catedral, la Giralda, la Torre del Oro, Sierpes, donde se compro media docena de abanicos y una mantilla, el Arenal, Triana, Santa Cruz, los Alcázares, la desconocida plaza del Cabildo, en fin todo lo que había que visitar. El domingo por la tarde fuimos al Parque de María Luisa, visitamos la plaza de España y montamos en una calesa. Antes de subir a ella, me acerque al cochero.
– Si nos llevas por algún lugar discreto, no miras para atrás y haces la vista gorda te doy 200 euros extras, –le dije sin que Esther se enterara– luego nos llevas hasta el Alfonso XII.
Estuvo de acuerdo y cuando me hizo la señal, senté a Esther a caballo en mis piernas y levantándola la falda la rompí el tanga mientras ella miraba a todos lados y al cochero con cara de susto. Como no había mucho tiempo, sin dejarla pensar me saque la polla, se la metí en la vagina y comencé a bombear. A los pocos segundos estaba rendida y se agarraba a mi con deseo. Algún que otro corredor aficionado paso a nuestro lado con los ojos como platos. Eso la excitaba aun mas y un par de minutos después nos corrimos al unísono en medio de gemidos y jadeos semi apagados.
– Cochero al hotel, por favor, –le dije mientras Esther intentaba limpiarse la vagina con un clínex y roja como un tomate me miraba como diciendo “ya te vale” .
Cuando llegamos, nos apeamos y me dirigí a el.
– Gracias, ha sido usted muy amable, y le entregue los 200 mas los 50 del recorrido.
– Gracias a usted señor, con esto ya he hecho el día. Ahora me vuelvo a casa a ver si engaño a mi mujer y la encuentro de buenas, –dijo riendo y llevándose el dedo a la gorra.
– Desde luego como eres, me has roto el tanga, no puedo ir por ahí con el chocho al aire, soy una señora, –me dijo bromeando, todavía con las mejillas ruborizadas, mientra subíamos las escaleras del hotel.
– Por supuesto, mi amor, por supuesto.
Ya en el pasillo, antes de entrar en la suite, Esther se paro en seco llevándose la mano a la cabeza.
– ¡Joder! Me he dejado el tanga en la calesa.
– No te preocupes mi amor, seguro que el cochero las guarda de recuerdo, –la dije riendo– desde luego, hay que ver, pierdes la bragas por las esquinas.
Entramos en la habitación y nos encontramos con todo revuelto y la ropa esparcida por el suelo. Llame a recepción para que subieran los de seguridad y mire la caja fuerte que permanecía cerrada. Cuando llegaron, lo revisamos todo y solo echamos a faltar el móvil de Esther, que tenia un disgusto y susto considerable y no paraba de llorar. El director, jefes intermedios, la gobernanta, camareras, todos pasaron por la habitación deshaciéndose en disculpas. Tenia mis sospechas y considere que era mejor que la policía no interviniera. Arregle el asunto con el director del hotel para que no trascendiera, pero aun así, quedo patente mi desagrado porque algo así ocurriera en un hotel de máxima categoría como este. Por supuesto, rechace todas las ofertas que nos hicieron para compensarnos.
– ¿Tu crees que …? –empezó a preguntar Esther con la tristeza reflejada en sus enrojecidos ojos.
– ¡Si!, pero no quiero que pienses mas en eso, –la corte abrazándola– ante todo hay que mantener la calma.
– ¡Nunca nos dejara en paz, siempre estará encima de nosotros! –me dijo llorando, mientras la abrazaba.
– ¿Confías en mi? –la pregunte. Ella asintió con la cabeza– pues escúchame, te prometo que todo se solucionara, pero tenemos que tener paciencia.
Estuve un rato abrazándola mientras se tranquilizaba y dejaba de llorar.
– Tu no te preocupes de nada, procurare que nada de esto vuelva a suceder, –e intentando quitar hierro al asunto me hice el gracioso–¡¡valla aventura, igual tiene también tu tanga!!
– ¡¡Esto no es una aventura, es una mierda!!