ESTHER (capitulo 5)
En este capitulo cuento como terminaron las treinta horas.
La cogí de la mano, la lleve al dormitorio y sumisa se dejo conducir. La abrace sujetándola por la nuca y el trasero y comencé a recorrerla la boca con mi lengua mientras ella rodeaba mi cintura con sus brazos. Así, descalza y junto a mi, veía con claridad lo pequeñita que era. Seguí morreándola mientras notaba como comenzaba a rozar su trasero con mi mano, un áspera de las pesas de gimnasio. Comprobé con las yemas de los dedos como empezaba a humedecerse con mis besos. Cuando considere que estaba suficientemente preparada, me desnude con su ayuda, cogí las cuerdas y me senté en un sillón orejero, de los antiguos, que tenia en un rincón del dormitorio. Estuve tentado de preguntarla si montaban alguna historieta en el, pero supuse que no y lo descarte. La arrodille entre mis piernas y continúe con las caricias y los besos. Cogiéndola por nuca, la incline y la introduje mi polla en la boca. Coloque sus manos a la espalda y la deje hacer durante unos minutos. La di la vuelta y la ate las manos con los codos hacia arriba por detrás de la nuca con el extremo de la cuerda. La cuerda que quedaba se la pase por el cuello dando dos vueltas y haciendo un nudo. Deje caer el resto de la cuerda por su espalda y rodee su cuerpecito justo por debajo de sus pechitos dando tres vueltas. Antes de apretarla y hacer los nudos la dije que echara el aire de sus pulmones, cuando lo hizo, se la ajuste y la anude con varios nudos. Mi idea era restringirla un poco la respiración para mantenerla en déficit de oxigeno, que en algún lugar leí que eso ayudaba mucho. Esther no se quejo en ningún momento pese a que, evidentemente, estaba muy incomoda. La gire nuevamente y la incline para que me la siguiera chupando durante otro par de minutos. La incorpore y la morree un rato largo. Dios, no me cansaba de besarla, de chuparla, de olerla. Que bien sabe y que bien huele.
La lleve a la cama, la tumbe y la ate de los tobillos a las patas de la cama con la piernas bien abiertas.
– ¿A que no sabes lo que voy a hacer ahora? –la pregunte riendo, y antes de que contestara me puse a hacerla cosquilla presionando con las yemas de los dedos sus costados con la rapidez de un pianista.
– ¡¡No, no, no, no, no, no, por favor, no, no, no, ja, ja, ja, …!! –y no pudo decir nada mas.
Estallo en un risa histérica e incontenible, imposible de parar mientras yo no terminara con la cosquillas. De sus costados me pase a las plantas de sus pies y regrese a sus costados y sus axilas. La veía ahí, descojonada de risa, con los ojos llenos de lágrimas y no lo pude evitar, mientras se las hacia, me tumbe a su lado y sumergí mi cara en su axila. Notaba los temblores producidos por sus espasmos, como la empezaban a brotar gotitas de sudor que pronto harían brillar sus cuerpo. Fui metiendo la mano en su entrepierna acariciándola el coño con fuerza y de inmediato Esther se fue tranquilizando y paso de la risa histérica a los suspiros y los gemidos. La introduje un dedo en la vagina arrancándola un grito de placer que se oyó en toda la casa, mientras yo seguía saboreando, oliendo el sudor de su axila. Tenia la polla a tope y ya no aguantaba mas, me incorpore, me tumbe sobre ella cubriéndola casi por completo y se la introduje en su interior. Sus gemidos se dispararon enormes y potentes inundando todos los rincones de la casa. La folle despacio, muy despacio, sin golpes de riñón, solo con las contracciones de mis glúteos. La besaba, la chupaba, la olía, la mordisqueaba mientras continuaba con mi rutina de glúteo. Su cuerpo se crispo entre mis brazos como si se fuera a romper y poniendo otra vez los ojos en blanco exhaló ese gemido ronco y profundo que le salía cuando se corría. Unos segundos después llego mi turno, el ritmo de mis glúteos de descompaso y me corrí en su interior mientras Esther me besaba el cuello. Permanecimos así durante un rato, note como cada vez que mi flácido pene se movía en su interior ella se estremecía. Me levante, desate sus pies, la levante de la cama y la lleve al sillón orejero mientras mi esperma salía de su vagina resbalando por sus muslos. La senté en el borde del sillón, la empuje para que su espalda se apoyase en el respaldo y levante sus piernas hacia arriba. Até una cuerda a una de sus rodilla, la pase por debajo del sillón y la sujete a la otra presionando hacia abajo hasta que quedo totalmente expuesta, abierta e inmovilizada. Mientras la preparaba note como la falta de aire la mantenía un poco como amodorrada, pero extremadamente sensible a mis caricias en los genitales. Me incline sobre ella y mientras la rozaba con mi polla en su rajita, la estuve morando hasta que me canse, porque ella seguiría, es incansable. Me senté en el suelo con el consolador en la mano, lo conecte y con la punta ataque directamente su clítoris. Paso a los gemidos fuertes de golpe y ya no pararon, intentaba menearse pero no podía despatarrada y aprisionada por las cuerdas. La faltaba la respiración, pero no lo suficiente para ser peligroso, su temperatura aumentaba y su cuerpo empezaba a crisparse camino de un nuevo orgasmo, que alcanzo pocos segundos después. Sin separar el vibrador de su clítoris, y sin darla descanso la seguí estimulando. Cogí un poco de vaselina, la unte el clítoris para que no se le irritara y continúe con la estimación. Cuatro minutos después tuvo otro y luego otro y siguió así durante todo el tiempo que la estuve estimulando. Su vagina expulsaba fluidos sin parar, como una fuente, del semen de mi corrida ya no quedaba ni los restos. Era la confirmación de lo que sospechaba , Esther es multiorgasmica, una cualidad que seguro que ella misma desconocía. Finalmente tuvo uno terriblemente intenso, bestial, se crispo tanto que parecía que iba a romper la cuerdas y que se iba a hacer daño, su ano se abrió y los dedos de sus pies se encogieron. Se quedo como sin respiración en medio de los espasmos y dio la impresión de que perdía el conocimiento. Me alarme un poco, retire el vibrador y la acaricie la vagina con mi mano mientras se calmaba. Me miro con cara de agotamiento y vi en sus ojos que no debía seguir. La seguí acariciando cada vez las lentamente hasta que por fin me incline sobre ella y la bese apasionadamente en su preciosa boca.
Definitivamente me he enamorado, por lo menos de la Esther de estas ultimas horas. La desate las piernas, la lleve a la cama y la desate los brazos. Los tenia tan agarrotados que el mas mínimo movimiento la producía dolor. Se los fui masajeado para activar la circulación y que reaccionaran. Mientras lo hacia , no paraba de besarme en la zona de mi anatomía que tuviera mas cerca. Me tumbe encima de ella y la abrace, estaba guarra, pringosa de sudor, saliva, semen y fluidos vaginales, pero seguía oliendo a ella. Otra vez me puse a besar sus axilas, mientras rozaba mi falo con su cuerpo. Ella, actuando por primera vez con iniciativa propia, la cogió con su mano y comenzó a masturbarme.
– ¿Qué quieres que haga mi señor? – me dijo sonriendo.
– Recuerda cariño que todavía eres virgen, – la dije sacando la cara de su acogedora axila.
– Si mi señor, estoy lista para cuando quieras, –y seguidamente apartándose ligeramente de mi cruzo las manos para que la atara.
– No, no, mi amor, no quiero atarte, no quiero que estés forzada a hacer nada que no quieras. Quiero que te entregues a mi por convencimiento propio para que te haga todo lo que se me antoje, que ya sabes lo que es. Quiero de ti una entrega total, una sumisión mental, para que las cuerdas estén en tu cerebro y no te resistas a nada.
Esther había permanecido en silencio mientras yo hablaba. Mientras lo hacia vi como varias lágrimas caían por sus mejillas.
–¿Por qué lloras mi amor? – la pregunte mientras la abrazaba.
– Lloro de felicidad mi señor, estoy dispuesta.
La bese con pasión mientras mi mano bajaba hasta su vagina. Estuvimos así un rato largo, hasta que note que empezaba a culear intentando rozarse mas con mi mano. Seguí para conseguir los primeros gemidos que fueron aumentando en intensidad. Cogí el tubo de vaselina y se lo di para que untara mi pene y su ano.
– ¿Cómo me coloco mi señor? – me pregunto mientras lo hacia.
– Así como estas, boca arriba, quiero mirarte a la cara mientras te penetro, –la respondí.
– Si, mi señor, me gusta como me miras.
– Sigue con la vaselina, lubrícate bien … métete un dedo, muy bien sigue … así … muy bien … ahora métete dos dedos … muy bien … que entre bien la vaselina … sigue … sigue … –la iba dirigiendo camino del éxtasis mientras sus jadeos aumentaban– ahora sube las piernas todo lo que puedas y sepáralas.
Me tumbe sobre ella y mientras la besaba puse el extremo de mi polla en la angosta entrada de su orificio anal.
– Muy bien mi amor, cogela y guíala hasta que entre.
La cogió y apretó con suavidad hasta que el capullo entro y me puse a empujar para ayudarla en la penetración. Mientras lo hacia, sujetaba su cabeza con ambas manos y la miraba a sus ojos, llenos de lágrimas de felicidad. Cuando la metí toda –no pensaba que la entrara entera, ella es pequeñita y yo no soy Nacho Vidal pero no me puedo quejar– comencé nuevamente con mis contracciones de glúteos, despacio, con calma. Quería que el colofón final fuera apoteósico para los dos. Esther fue reaccionando de la misma forma que ya conocía, respiraciones profundas, gemidos y jadeos cada vez mas intensos. Ella misma se daba cuenta que no era como la vez anterior con el vibrador. Ahora en esta posición, no solo la penetraba por el culo, también la rozaba el clítoris. Seguimos bastante tiempo hasta que por fin Esther emitió ese sonido característico que tanto me gustaba, se crispo y se corrió envuelta en estertores de placer mientras se agarraba y clavaba sus uñas en la piel de mi espalda. Cinco o seis segundos después me llego el turno y como siempre se me descontrolaron los movimientos hasta que me derrame del todo. Después de arañarme, notaba su mano acariciándome el trasero mientras permanecíamos sin movernos. Yo no paraba de besarla, de olerla, de saborearla. La abrazaba, la estrujaba.
Me salí de ella y me levante de la cama. La tendí la mano y la ayude a levantarse. Ya de pie, nos volvimos a abrazar y fuimos al baño a ducharnos.
– ¿Tienes hambre mi amor? –la pregunte cuando estuvimos aseados. Ella asintió.
– ¿Te gusta la comida japonesa? –la pregunte.
– No se, nunca la he probado, –respondió con suspicacia.
– Entonces te gustara, a todo el mundo le pasa lo mismo.
Llame por teléfono a un telejapo he hice un pedido, me vestí y subí a mi casa a por otra botella, un Arzuaga reserva del 2005, un vino genial.
Cuando baje, Esther seguía desnuda. La dije que se vistiera y la acompañe al ropero para elegirla algo. Opte por una túnica larga hasta los tobillos, negra, ajustada, muy fina y ligera, que dejaba sus brazos al aire y marcaba las formas de su trasero y sus pechos. La deje descalza, definitivamente sentía pasión por ellos.
Mientras esperábamos, abrí la botella y serví dos copas que saboreamos mientras esperábamos.
– ¿Te has dado cuenta que llevamos treinta horas aquí metidos, sin salir, cariño? –la pregunte, mientras la acariciaba la carita con mi mano.
– Si mi señor, y han sido las mas felices de mi vida, –me respondió mientras me besaba la palma de la mano.