ESTHER (capitulo 39)
Esther sigue secuestrada.
Sentía la cabeza pesada y la dolía mucho. Intentaba abrir los ojos pero no podía, los parpados la pesaban terriblemente. En medio del sopor, oía un run run, como mecánico, que no sabia ubicar. Estaba tumbada e intento moverse pero comprobó que no podía hacerlo, los brazos los tenia atados a la espalda. Notaba un ligero balanceo y cuando por fin pudo abrir los ojos lo vio todo borroso, la costo acostumbrarse. El lugar donde se encontraba, estaba en penumbra y un hiriente rayo de sol entraba por una pequeña claraboya. Recordó aterrada como María caía ensangrentada a su lado y los ojos se le inundaron de lagrimas. Forcejeó intentando soltarse pero la resulto imposible. Recorrió con la vista la estancia donde estaba y le pareció un viejo camarote de barco un tanto destartalado y guarro. El monótono run run que oía debían ser las maquinas de la embarcación. Paso el tiempo y comenzó a notar un hambre terrible. El rayo de sol fue recorriendo el camarote y perdiendo intensidad hasta que la oscuridad la envolvió por completo y se quedo dormida con un sueño pesado e intranquilo.
Mientras tanto, en Madrid las investigaciones seguían su curso a buen ritmo aunque a mi me parecía demasiado lento. Había pasado tres días y María seguía en estado critico, aunque los médicos confiaban en sacarla adelante por la excelente condición física que tenia. Los cadáveres eran de dos moldavos y los de Pinkerton descubrieron que de la misma mafia que atentaron contra nosotros un año antes. Los testigos también identificaron a un par de los secuestradores, que como lo muertos eran moldavos. También descubrieron que controlaban algunas pequeñas navieras con las que perpetraban sus fechorías. Tirando de ese hilo, averiguaron que un barco de los suyos, un carguero, había zarpado del puerto de Valencia con destino a Albania. Cuando la Guardia Civil llego, el barco hacia horas que había zarpado. A pesar de que la permanente comunicación entre Isabel y yo, me convoco a una reunión para aunar criterios. A ella asistieron la gente de Pinkerton y a titulo personal, un alto mando de la Guardia Civil, amigo de Isabel.
– Sabemos que al menos uno de los secuestradores estaba en el puerto de Valencia una hora antes de que zarpara el barco. Así lo atestiguan las cámaras de seguridad, –comenzó a hablar Isabel–. La pregunta es ¿A dónde van?
– Los papeles del barco dicen que a Albania, pero ¿De verdad van allí?
– Por cojones van a Albania. Seria muy sospechoso que aparecieran en otro lugar.
– Yo creo que van a Camboya, –dijo el guardia civil–. La cuestión es ¿Cómo lo van a hacer? Es impensable que pretendan recorrer mas de 14.000 Km. con ella en barco.
– ¿Estas seguro de eso? –le pregunte.
– Estoy al tanto de todo, Isabel me ha informado. Este Moncho es un perturbado, posiblemente un psicópata, y no puede salir de Camboya. La quiere allí, y prefiero no pensar para que.
– ¿Tenemos gente en Albania? –le pregunte al de Pinkerton.
– Yo no creo que la desembarquen en Albania, –volvió a intervenir el guardia civil–. La sacaran del barco en una embarcación pequeña, y desde Italia, Montenegro o Grecia, en aviones pequeños y aeródromos locales hasta Camboya.
– El coste de una operación de esta envergadura es descomunal. Tiene mucho interés en tenerla en Camboya. Por narices tiene que haber filtraciones, hay que rastrearlo todo para confirmar esta hipótesis.
Todos asintieron y estuvieron de acuerdo. Se decidió seguir controlando todos los aeródromos pequeños por si sonaba la flauta. Parecía claro que todo se resolvería en Camboya, pero lo que Moncho no sabia es que tenia preparado un pequeño ejercito, y sin que el lo supiera la espada de Damocles pendía sobre el y sus secuaces. Desde hacia tres semanas, un viejo carguero estaba anclado, de forma discreta, en las inmediaciones de la entrada a la bahía de Kaon Pao, en una zona donde los barcos esperan habitualmente. A él, 116 mercenarios de 17 nacionalidades fueron llegando paulatinamente en el curso de los siguientes días y esperaban en momento del asalto. En la parte superior del buque, en la zona de los contenedores, se había habilitado un helipuerto para los dos helicópteros, y en otra zona 15 zodiacs esperaban para ser bajadas al agua, con las grúas del barco el día del asalto.
El ruido de la pesada puerta metálica del camarote al abrirse, la despertó y la sobresalto. La estancia estaba en penumbra, solo iluminada por la claridad de la mañana que entraba por el ojo de buey. Con los ojos entreabiertos distinguió una figura recortarse con la luz que entraba del pasillo. Noto como la observaba, pero no la dijo nada. Girando la cabeza hacia un lado del pasillo, dijo algo en un idioma incomprensible. Entro en el camarote seguido por otros tres hombres. Rodearon el camastro donde estaba tumbada y se pusieron a hablar en el mismo idioma incomprensible. La voltearon para comprobar sus ataduras y estuvieron inspeccionando sus amoratadas manos. Fue entonces cuando Esther se dio cuenta que casi no las sentía, como si fueran de corcho. Siguieron hablando unos momentos y salieron por la puerta. Unos minutos después, uno de ellos regreso con algo de la mano que tiro sobre la cama con un sonido metálico. Se inclino sobre ella y agarrándola por la cinturilla del vaquero, lo desabrocho y empezó a dar fuertes tirones para quitárselo junto con el tanga. Esther se resistió pataleando y dando patadas al desconocido, pero solo logro que se riera a carcajadas. Cuando se los quito, la cogió por el tobillo pero Esther siguió pataleando propinándole alguna patada y eso ya no le hizo gracia. La agarro por el pelo y levantándola de la cama la dio un fuerte puñetazo en el estomago. Cayó sobre el camastro, casi sin aire y doblada del dolor. La volvió a agarrar por el tobillo y se lo rodeo con la cadena cerrándolo con un candado. El otro extremo lo sujeto con otro candado a una cañería de la pared. La puso boca abajo y la desato las muñecas masajeándolas para reactivar la circulación. A continuación salio por la puerta cerrándola de golpe y echando el cerrojo. Intento incorporarse apoyando las manos pero no pudo, las tenia como muertas. Bajo las piernas al suelo y se sentó en la cama, pero la costo trabajo enderezarse a causa del puñetazo. Se tomo un respiro e intento levantarse y enderezarse. Con esfuerzo lo consiguió, pero se sintió mareada. Con el antebrazo levanto la cadena y comprobó que era muy larga, tanto que la permitía recorrer todo el camarote y llegar al retrete que se adivinaba en un extremo. La puerta se abrió de golpe y Esther, asustada, retrocedió encorvada protegiéndose la tripa con los brazos. El desconocido entro con un plato de una especie de estofado y una botella grande de agua. Lo deposito sobre una mesita y se acerco a Esther cogiéndola las manos. Las observo y se las puso en alto haciéndola un gesto para que las mantuviera así. Mientras la sujetaba en alto las manos, bajo la vista hacia abajo y descaradamente la miro el chocho. Después la miro a los ojos y sonrío de una manera que la heló la sangre. Se dio la vuelta y salio por la puerta cerrándola y dejándola de pie, con los brazos en alto y cara de terror. Se rehízo un poco y se acerco a la mesa, pero no podía usar las manos. Sujetando la botella con los antebrazos, abrió la botella con los dientes. Durante un rato estuvo bebiendo procurando dar sorbos pequeños a pesar de la ansiedad de la sed. Metió la cara en el plato y se comió como pudo las patatas dejando la carne, o lo que fuera eso. Noto como poco a poco la sensibilidad regresaba a sus manos y empezaba a flexionar los dedos. Se acerco al retrete y estuvo haciendo sus cosas. Después, con una toalla que mojo en el lavabo se estuvo aseando lo mejor que pudo. Termino, se tumbo en la cama abrazada a la botella de agua y se quedo dormida.
Cuando se despertó noto el calido rayo de sol que entraba por la claraboya e incidía sobre su cuerpo. Ya podía mover las manos y en general se sentía mejor, con la excepción del estomago que la dolía. Después de beber de la botella se levanto y estuvo curioseando por el camarote. Después se dedico a mirar por la claraboya inmersa en sus lúgubres pensamientos. Sabía que técnicamente estaba muerta, y entendía perfectamente lo que ocurría y quien estaba detrás de todo esto. Pero en el fondo de su corazón sabia que la iba a encontrar, aunque mirando por la ventana el mar hasta el horizonte, no podía adivinar como.
Ya había oscurecido cuando la puerta de abrió y tres de los desconocidos irrumpieron en el camarote. Claramente ebrios y ligeramente titubeantes la rodearon. Uno de ellos la agarro la camiseta y de un tirón se la arranco rompiéndola. Forcejeo con el arañándole en la cara y eso le enfureció. La propino un bofetón que la dejo desorientada y se cayo al suelo acompañada de un coro de risotadas y palabras incomprensibles. La cogió del pelo y dándole otro bofetón la arrojo sobre la cama. Otro saco una navaja grande y cogiéndola el sujetador se lo corto. La dolía terriblemente la cara y el oído, y noto como algo la resbalaba de la nariz y supuso que era sangre. Decidió no resistirse y mantenerse viva a toda costa. No se resistió, pero no colaboro, permaneció inerte a su merced. El de la navaja se la puso en el cuello aprisionándola contra el colchón mientras con la otra mano la pellizcaba las tetas. Las muestras de dolor de Esther solo provocaban mas risotadas por parte de sus agresores. Noto otra mano en su vagina y como se la agarraban con extrema dureza. Durante un buen rato la estuvieron martirizando pero procuro gritar lo menos posible, auque a veces era imposible. Otro la volvió a coger del pelo y la puso a cuatro patas introduciéndola su maloliente poya en la boca. Tuvo que hacer esfuerzos para no vomitar. Aguanto hasta que al poco tiempo se corrió llenándola la boca de su asqueroso esperma. Durante un par de interminables horas la hicieron de todo, se la chupo a todos y la foyaron todos. Y todos la pegaron. Cuando se fueron, se levantó y se acerco al lavabo. Entre llantos se lavó para quitarse de encima la porquería de los secuestradores, y se tumbó en la cama quedándose dormida con un sueño intranquilo y pesado. Cuando despertó por la mañana la cara la dolía. Intento beber de la botella pero la costo trabajo a causa de sus inflamados labios. Acabó lo poco que quedaba en la botella y se levanto al retrete. La dolía todo y casi no podía andar. Cuando se miro en el espejo se asusto, los ojos los tenia inflamados y negros como si tuviera un antifaz, y los labios abultados como los de un africano. Regreso a la cama y se tumbo arropándose con la manta. Estuvo mucho tiempo en una especie de duermevela hasta que el estridente ruido de la puerta la sobresalto. Entro un hombre al no había visto hasta ahora. Llevaba un plato de comida y otra botella de agua. Instintivamente tendió la mano hacia la botella, y el desconocido se acerco. Dejo el plato, la estregó la botella y aparto la manta para verla mejor.
– ¡Capitanul! –grito saliendo al pasillo.
Un hombre alto, robusto, de mirada sombría entro por la puerta e intercambiaron unas palabras. Llevaba una gorra, y por su aspecto autoritario supuso que era el capitán. La miro, y se acerco a ella apartándola la manta. Con rostro inexpresivo, se sentó en la cama e inspecciono con detenimiento sus marcas y magulladuras. Le dijo algo al otro que salio corriendo por la puerta. Después miro a Esther que permanecía abrazada a la botella. Entro en el camarote uno de los violadores junto con el otro hombre que llevaba un botiquín. El capitán se levanto y se encaro con el violador. Los dos empezaron a hablar y la intensidad fue en aumento mientras señalaban a Esther. Las palabras se convirtieron en voces y estas en gritos. El capitán se hecho la mano a la espalda, saco un cuchillo, que sin pestañear puso en el cuello al violador. Se calló, no volvió a hablar. El capitán, con el cuchillo en su cuello y la cara pegada a la suya le decía al violador unas palabras en un tono tan amenazador que incluso Esther erizaron el cabello. El violador, con la mirada baja y murmurando algo que podrían ser disculpas, salio del camarote ante la atenta mirada del capitán. Entre el capitán y el otro la limpiaron las heridas y se las curaron como pudieron. La quitaron definitivamente la cadena del tobillo que la había producido una yaga. Después, salieron y cerraron la puerta. A los pocos minutos regresaron. El capitán la dio una camiseta enorme y unos calzoncillos de hombre de talla pequeña.
– Póngase eso, –la dijo en perfecto ingles y con la misma cara inexpresiva. Y señalando al otro añadio–. Y no se preocupe, no volverán a molestarla. A partir de ahora solo él se ocupara de usted.
Esther asintió con la cabeza y no dijo nada mas. El capitán salio y el otro la puso sobre la mesita un plato con una especie de puré, una cuchara y le siguió fuera cerrando la puerta. Se puso la ropa con muchas dificultad a causa de los dolores y cogió el puré. Con mucho trabajo se lo comió, y se tumbó en la cama. No se durmió, boca arriba miraba el techo mientras su cabeza bullía como una olla a presión. El rayo de sol empezó a entrar por la claraboya, a recorrer la estancia y pensó que ya era por la tarde. La puerta se abrió y su cuidador entro con otro plato y otra botella de agua. Lo puso sobre la mesa y se acerco a Esther, la cogió la mano y puso en ella un par de comprimidos. La miro, se señalo la cabeza, giro sobre si mismo y salio por la puerta. Se tomo uno de los comprimidos y engullo lo que había en el plato. Se tumbo en el camastro y no pudo remediar que las lagrimas afloraran de nuevo al pensar en María. Al final, agotada se quedo dormida sin saber que la depararía el siguiente día.