ESTHER (capitulo 37)
Nuestra pareja continua en Nueva York y avanzan los preparativos anti Moncho.
Llevábamos casi una semana en Nueva York cuando me llamo Pinkerton para que asistiera a una reunión en la sede central de la Agencia en Washington.
– Te mando un vehiculo para que te traiga, y tráete a Esther que tengo ganas de darla un par de besos.
– ¿La reunión tiene algo que ver con Camboya? –le pregunte.
– Si, si. Tenemos que aunar criterios …
– Mira, no quiero que intervengas en esto, –le interrumpí–. Bastantes líos tienes con los procesos a los compinches de Moncho. Y esto tiene mala pinta. Va a acabar mal.
– Ya hablaremos de eso. Tu por lo pronto vente para aca.
Al día siguiente, muy temprano, una limusina nos recogió en la puerta de casa y en unas cuatro horas nos llevo a Washington. En viaje se nos hizo extremadamente corto. Nada mas salir de Nueva York, cuando atravesábamos las marismas de Nueva Jersey, aísle la zona de pasajeros y comencé a besarla. La fui quitando la ropa poco a poco hasta que la tuve desnuda a mi disposición. La recline hacia atrás y levantándola las piernas metí mi boca en su vagina. Con la lengua explore su interior que por otra parte conocía a la perfección. Después me centre en su clítoris, succionándolo con los labios mientras con la punta de la lengua lo friccionaba frenéticamente. Esther se retorcía eléctricamente mientras la sujetaba los muslos. Me separe de ella y me senté en el asiento de enfrente. Recostada en su asiento y totalmente abierta, con la mano se estimulaba la vagina. La observaba con atención mientras intentaba con la mano que mi pene no perdiera firmeza. Ante mi vista, Esther encadenaba orgasmos a velocidad de vértigo. La incertidumbre de cuando la follaría la excitaba sobremanera. Me arrodille ante ella y, sujetándola los muslos la penetre con cierta violencia. Con lo mojada que tenia la vagina, mi polla entró con total facilidad. La folle con brusquedad, era lo que me pedía el cuerpo. Después de un rato largo de envestidas furiosas, me sincronice con ella, y me corrí inundándola la vagina. Continuamos nuestro viaje y llegamos a Washington. Aunque Esther ya estaba al corriente mas o menos, no quiso asistir a la reunión, pero si subió a saludar a Pinkerton, que desde el principio la había cogido mucho cariño.
Resumiendo, los agentes en Camboya habían confirmado la presencia del segundo Moncho en Koh Kong. Su organización ocupaba los antiguos túneles que utilizaba el Vietcong para almacenar las armas que pasaban de contrabando para la guerra en Vietnam. Moncho casi nunca salía, y cuando lo hacia era rodeado por un verdadero ejercito de secuaces armados hasta los dientes. No se habían detectado cuentas corrientes operadas por el, por lo que se suponía que almacenaba el dinero en esos túneles. Lógicamente tenia comprada a la policía y la posibilidad de un asalto era, en principio, impensable.
– Te lo vuelvo a repetir, no quiero que te involucres en este asunto. Solo faltaba que te relacionaran con esto. Tu sigue dando caña a todos los implicados y los trapos sucios déjamelos a mi, –le dije a Pinkerton que tuvo que aceptar a regañadientes. Se daba cuenta que tenia razón.
Llegado a este punto, no estaba dispuesto de dejar correr el tema, mucho menos después de la amenaza explicita de el otro Moncho.
– Primero, vas a formar un grupo de mercenarios capaz de asaltar esos túneles, –le dije al agente en Camboya–. Segundo, quiero que compres al jefe de policía o al jefe del ejercito, o al que sea necesario. Si asaltamos, quiero que desaparezca todo lo que sea policía, militares o agentes de seguridad.
– De acuerdo, pero eso va costar mucho dinero …
– Dispones de un presupuesto inicial de diez millones, –le interrumpí–. ¿Tendrás suficiente?
– De sobra, si no se alarga mucho, –contesto visiblemente impresionado–. Tenga en cuenta que serán no menos de cien mercenarios y hay que alojarlos, mantenerlos durante el tiempo que sea necesario, armarlos, y de incógnito. Además habrá que conseguir medios de transporte.
– Entiendo las dificultades, y le aseguro que no me gustaría alargar mucho este asunto.
– Muy bien. No estaremos preparados antes de uno o dos meses, –afirmo finalmente.
– Entonces de acuerdo, a trabajar.
Terminada la reunión, almorzamos con Pinkerton y a media tarde regresamos a Nueva York, a donde llegamos pasadas las diez de la noche. Casi no cenamos, un vaso de leche, de soja para mi, y poco mas. Después de ducharme me senté en el sillón, y Esther se sentó en el suelo casi entre mis piernas. Abierta de piernas, comenzó a acariciarse la vagina mientras con la mano izquierda me agarraba la polla. La deje hacer sin intervenir para nada. De vez en cuando giraba la cabeza, se la metía en la boca y la chupaba un rato. Después dejaba de chupar, pero siempre masturbándose. Hizo un intento de levantarse pero no la deje, quería que siguiera así. Y estuvo mucho tiempo, encadenando orgasmos mientras desde arriba la acariciaba las tetas. Cuando ya no aguante mas, la levante y la senté en el sillón, la levante las piernas, la puse lubricante y la penetre por el ano con suavidad. La estuve follando con tranquilidad, con mucha parsimonia, como a mi me gusta. Cuando nos corrimos al unísono eran ya de largo la una de la madrugada. Aun así, seguí unos cuantos minutos besuqueándola mientras ella, con los ojos cerrados sonreía complacida. La lleve a la cama y abrazados nos quedamos dormidos.
A la mañana siguiente, como todos los días estaba como un clavo esperándome para almorzar juntos en el Distrito Financiero.
– Mañana es sábado ¿Qué quieres hacer? –la pregunte mientras dábamos cuenta del perrito.
– ¿Te apetecería ir de museos mi señor? –contesto–. Me queda por ver el de Historia Natural. Desde que estamos aquí los otros museos los he visto sola.
– Pues no se hable mas. Pero después nos vamos al MOMA que hace mucho que no lo veo.
Los sábados cambiábamos nuestra rutina y por la mañana salimos a correr por Central Park. Después, a media mañana nos acercamos dando un paseo hasta el Museo de Historia Natural que esta cerca de casa. Después bajamos hacia Columbus enlazamos con Broadway donde nos sentamos en una mesa de la calle para comernos un perrito con un refresco. Después de reposar, cogidos de la mano llegamos a la 53 y entramos en el MOMA. Reconozco que se me paso por la cabeza intentar algo, pero con los miles de turistas que abarrotan ambos museos es imposible. Da igual, esta noche tendremos sesión especial, como todas las noches.
Cuando salimos del museo, Esther enfilo decidida hacia la 5ª avenida sin consultarme o preguntarme.
– Mi señor ¿Te has traído la tarjeta? –es lo único que pregunto. Ante la cara de susto que puse, añadió–. Se me ha olvidado la mía.
El resto de la tarde estuvimos de boutique en boutique, acumulando cada vez mas paquetes y bolsas. Al final tuvimos que coger un taxi para llegar a casa. Sabia lo que me esperaba a continuación, un ritual perfectamente conocido por mi. Iría abriendo todos los paquetes y probándose nuevamente todos los vestidos mientras yo sonreía de oreja a oreja. Nuevamente me preguntaba mi opinión y yo la contestaba que la quedaba genial, que por otra parte era verdad. Mientras guardaba todas las compras me salí a la terraza con mi copa de vino y un rato largo después apareció Esther, desnuda, y se sentó a mi lado.
– Un día de estos podríamos ir a la opera ¿Qué opinas mi amor? –la dije pasándola un brazo por los hombros.
– Que si, mi señor. Además estamos al lado, –respondió, y con toda la naturalidad del mundo, añadió–. Tendré que comprarme algo adecuado,
– ¿Algo adecuado? ¿No tienes nada adecuado cariño? –la pregunte perplejo.
– Anda, anda mi señor, si aquí solo tengo cuatro trapitos.
– Mi amor, aquí no tenemos tanto sitio como en Madrid …
– No seas exagerado mi señor, si aquí solo tengo lo básico, –me interrumpió.
Me dejo sin habla y lo que mas me asombraba era que estaba convencida y lo decía con toda la naturalidad mundo. Decidí no seguir por ese camino, era lo mejor. La atraje hacia mi y la bese en la boca. Sobre nosotros, las estrellas poblaban la oscura noche neoyorkina a pesar del enorme resplandor que despedía la ciudad. Mis besos abandonaron sus labios y se centraron en su cuello, recorriéndolo centímetro a centímetro. Incorporándose ligeramente, Esther dio un sorbo de su copa de vino, la dejo en la mesita y se arrodillo entre mis piernas. Me bajo los pantalones y se puso a chuparme la polla mientras con las manos recorría mi torso. La tuve chupando un buen rato y cuando lo considere oportuno la senté sobre mi pene y la penetre. Empezó a culear frenética pero no se lo permití, la obligue a que lo hiciera despacio, con mucha calma. El deseo la podía y al ratito se disparaba frenética, pero la volvía a parar. Así llego al primer orgasmo que la dejo medio inerte entre mis brazos. La obligue a seguir con ese ritmo pausado y cuando percibía que me iba a correr la hacia parar y la morreaba con pasión. A continuación volvíamos a empezar y a parar, y así varias veces alargando ese momento lo mas posible. Al final, cuando note a Esther agotada por el esfuerzo y los orgasmos, la espere y nos corrimos juntos mientras devoraba sus labios con furia.
Las cosas en la oficina marchaban como la seda, cada vez mejor. Por esas fechas, y con el acuerdo de los cuatro socios, nombramos un gerente que se ocuparía de dirigir el fondo, y eso me permitió tener mas tiempo libre para disfrutar de Esther. Además de salir a correr juntos por Central Park, que nos encanta, nos apuntamos a un gimnasio, en la 43 con la 10ª, que tenia instalaciones para hacer escalada indor, es decir climbing. Un par de veces a la semana pasábamos allí un par de horas, y poco a poco Esther fue adquiriendo destreza en la escalada. También comenzamos a hacer turismo. Primero por la costa este y luego nos fuimos adentrando por el interior.
Tres meses estuvimos esta vez en Nueva York, y ya teníamos que regresar a Madrid. Dos días antes de partir, asistimos a la Premier de Gala de la opera de Rossini, Armida. Ni que decir tiene, que Esther desde varios días antes ya estaba de los nervios. Estaba anunciada la asistencia de ministros, gobernadores, embajadores, financieros entre los que estaba Pinkerton, y todo el resto de tropa mediática habitual de estos eventos. Una semana antes fuimos a la tienda de Versace en la 5ª avenida para adquirir algo apropiado. En la tienda, donde estuvimos unas cuantas horas por cierto, coincidí con varios conocidos de los negocios, que como yo acompañaban a sus parejas. Por supuesto, tuve la precaución de cerciorarme de que Esther llevara su tarjeta de crédito. Por cierto, la dejo temblando. No solo se compro un vestidazo, también cayeron algunas cosillas mas. Y todo en medio de un barullo donde ella, y las parejas de mis conocidos, opinaban de los vestidos de las demás mientras nosotros nos contábamos chistes de ricos, que son tan malos o peores que los de abogados. Al día siguiente, pasamos por Tiffany porque todas sus joyas están en Madrid, y su tarjeta termino de fallecer.
El día de la Premiere, un vehiculo con conductor nos recogió en la puerta de casa para recorrer los escasos cuatrocientos metros que nos separan del Metropolitan.
– Podíamos ir andando mi señor, –me dijo Esther cuando se lo comente–. Total, esta aquí detrás.
– Mi amor, con tu vestido, tus taconazos y cargada de joyas, es mejor y mas seguro ir en coche, –la conteste–. Además, hay que mantener el estatus, va a asistir mucha gente que conozco.
– ¿Quieres que me comporte de alguna manera especial, mi señor?
– No mi amor. Con lo simpatiquísima, y lo guapísima que eres, no hace falta mas, –la conteste atrayéndola hacia mi. Y añadí riendo–. Pero no bebas mucho, no me gustaría verte en el escenario quitándola el puesto a la soprano.
– ¡Ya estamos como siempre! –contesto separándose de mi y dándome un puñetazo en el hombro–. Solo me he emborrachado una vez, mi señor.
– Y terminaste contando chistes verdes cariño.
– Siempre me lo vas a recordar, mi señor, –contesto enfurruñada.
– Mas o menos es la idea, –conteste riendo.
Cuando llegamos, y aprovechando que los periodistas no nos conocían, nos resulto fácil escabullirnos y no pasar por el foto look. Antes de ocupar nuestras localidades, todo fueron saludos y presentaciones. Esther estuvo maravillosa como siempre, y causo sensación. Para después de la representación, Pinkerton y yo, habíamos reservado en el restaurante “The Grand Tier” en el mismo Lincoln Center. Nos dirigimos allí con unos cuantos invitados especiales, entre los que había algún ministro. Ya avanzada la noche regresamos a casa en el coche que nos estaba esperando.
– Ponme una copa de champagne mi señor, mientras me quito todo esto, –me dijo cuando entramos en nuestro apartamento–. Llevo toda la noche bebiendo agua. Quiero que me folles borracha.
– Pero es que a mi no me gusta follarte borracha, –la conteste serio.
– ¡Jo! Mi señor, anda porfa, –me dijo zalamera–. ¿Lo dejamos en semi borracha?
– Te advierto que como te pases, te vas a dormir a la terraza. No quiero oír tus ronquidos, –la mire serio, con el entrecejo fruncido, pero daba igual. A pesar del dominio que tengo sobre ella, cuando se lo propone, consigue de mi lo que quiere–. No puedo entender porque te ha dado por ahí.
– ¡Jo! No te enfades. Es solo por probar.
La serví una copa que engullo de inmediato. A la tercera copa ya estaba canturreando y con la cuarta se puso a bailar por el saloncito y decidí cerrar el bar. Estaba lejos de quedarse grogui, pero ya estaba graciosa y con la lengua de trapo. Abrace a mi parlanchina pareja y la bese el cuello mientras con mis manos la sujetaba por el trasero. Busqué sus labios, los encontré con facilidad y conseguí que se callara. La tumbe sobre la alfombra y seguí besándola mientras mi mano se deslizaba entre sus piernas. Mientras Esther arqueaba su cuerpo de placer, aprisionaba mi mano con sus muslos. Seguí estimulando su vagina hasta que se corrió y yo respiraba su alcohólico aliento. Me puse sobre ella y la penetre mientras seguía besándola. La folle despacio, sin movimientos de cadera, solo contrayendo mis glúteos. Rápidamente conseguí otro orgasmo, pero continúe imperturbable. Finalmente, la espere y metiendo mi cara en su cuello me corrí mientras Esther me acariciaba el trasero con sus manos. Un montón de besos después la levante del suelo y en brazos la lleve a la cama. Instantáneamente se quedo dormida y, comenzó a roncar.
A la mañana siguiente, con una resacosa Esther comenzamos a preparar nuestro regreso a Madrid.