ESTHER (capitulo 33)
Regresamos de Nueva York y no vamos a La Pedriza. Yo, viajo a Tailandia.
Regresamos a Madrid después de que Esther dejara organizado todo el asunto de la decoración del apartamento de Central Park. Posteriormente y por Internet, lo amueblo completamente incluida la cocina, y lo dejo listo para habitar. La próxima vez que vayamos a Nueva York nos alojaremos en nuestro apartamento.
Una semana después de nuestro regreso, Isabel me puso al corriente de todo lo referente al doble de Moncho.
– Pinkerton tiene preparados 17 expedientes de nuevos implicados en EE.UU. Casi todos gente conocida. Mas otros tantos en Europa. La investigación ha sido complicada porque no podemos decir que hemos pirateado ilegalmente el ordenador del director de hotel, –y después de una pausa añadió–. Todo esta a expensas de lo que decidas sobre el.
– ¿Qué sabemos de el?
– Todo, –contesto Isabel tajante–. No es tailandés, es filipino. Su implicación en la trama es a nivel organizativo. No es un pederasta, tiene otras inclinaciones.
– ¿Cuales son?
– Esta felizmente casado. Es un respetado padre de familia. Tiene cierto estatus social que le sirve para codearse con gente de cierto nivel. Pero … es un homosexual masoquista.
– Entonces ya le tenemos.
– Eduardo, no es necesario que te encargues personalmente de esto. La gente de Pinkerton en Tailandia puede encargarse del asunto y apretarle las …
– No, –la interrumpí–. Es cosa mía. Además así controlo como va Moncho en la cárcel.
– Nunca te he preguntado por lo que estas haciendo en esa cárcel con el …
– Sigue así Isabel. Cuanto menos sepas de ese asunto mucho mejor para ti, –la interrumpí, y después de una breve pausa añadí–. Solo te diré que le he convertido en la puta de la cárcel. Que los de Pinkerton le graben en vídeo. Cuando lo tengan que nos avisen.
– De acuerdo.
– Y que Colibrí investigue sus cuentas. Quiero saber cuanto tiene legal y escondido. Sus negocios, sus propiedades, sus aficiones, todo lo que todavía no sepamos.
Como el siguiente fin de semana iba a hacer buen tiempo, decidimos ir a la Pedriza. Como Esther nunca había estado allí, a pesar de tener una casa justo al lado, en vez de ir directamente a Canto Cochino, aparcamos en la urbanización El Tranco, al lado de Casa Julián. Fuimos por la presa y el camino, o la autopista como algunos le llaman, que va paralelo al río. Cuando llegamos al Cerdito, comenzamos a subir en dirección a la Peña Sirio, donde Esther se iba a estrenar como escaladora. Después de una hora de subida mas o menos llegamos al pie del Espolón, donde comenzamos a equiparnos. Con el arnés y su flamante casco rosita, Esther estaba preciosa.
– Yo voy por delante colocando los Express, –la dije–. Y tu los vas recogiendo y colgándolos de tu arnés, como te he enseñado.
– Si jefe, –me contesto la payasa haciendo un saludo militar.
– ¿Has hecho bien el nudo de ocho? –la pregunte, aunque la había estado vigilando mientras lo hacia.
– Si jefe.
– Y ojo con la cuerda, no te enredes.
– Si jefe.
– Y no te despistes mirando el paisaje. Concentración.
– Si jefe.
– Fíjate en como lo hago, y lo haces igual.
– Si jefe.
Comencé el primer largo de cuerda y cuando llegué a la primera reunión, Esther me siguió. Me sorprendió la decisión que mostró, le imagine mas temerosa. Cuando llegamos a cima estaba exultante y se puso a dar saltos.
– Que raro que no haya ni Dios aquí, –la dije–. Esto suele estar muy concurrido.
– Y supongo que mas siendo sábado mi señor.
– Si. Mañana te dolerán los brazos mi amor.
– Me dijiste que los entrenara mi señor, y lo he hecho, –me respondió flexionando el brazo para sacar bíceps–. Hago diez dominadas seguidas.
– Ojito cariño, –la dije atrayéndola hacia mi y sujetándola por el trasero–. No quiero meterme en la cama con alguien mas fuerte que yo.
Esther reía complacida. Prepare el rapell por la parte de atrás y bajamos. Esto no se la dio muy bien, pero es cuestión de entrenar y tenemos todo el día por delante. Una vez al pie de la pared, descendimos un poco por la parte de atrás. Cuando encontré lo que buscaba, que no era otra cosa que un lugar discreto, recosté a Esther sobre una piedra. Desabroche su arnés y su pantalón, bajándoselo hasta los tobillos. Hice lo mismo con los míos y la penetre sin mas. A los pocos segundos Esther ya estaba gimiendo de placer y un par de minutos después tuvo el primero. Seguí insistiendo un buen rato y cuando nos corrimos juntos, sus gritos de oyeron en toda La Pedriza.
– Hay que ver mi señor, –me dijo mientras se limpiaba con un clínex–. Encima de una piedra, como las cabras.
– ¿No te ha gustado cariño? –la pregunte.
– Claro que me ha gustado mi señor, –respondió sonriendo con un gesto pícaro–. Esta vez sabia lo que ibas a hacer. Te lo he notado desde que estábamos arriba, antes del rapell.
– Empiezas a saber demasiado, –la dije mientras la abrazaba–. Cada vez me va a costar mas trabajo sorprenderte.
– No mi señor, a mi lo único que me sorprende es que me quieras.
– ¿Tu estas tonta? ¡Se te ha ido la pinza tía! –la dije mosqueado–. ¿Cómo puedes decir eso?
– Mi señor, no te enfades, –me dijo con lágrimas en los ojos–. Soy tan feliz contigo que me parece imposible que me este pasando a mi …
– ¡Mira tía! No quiero que pienses de esa manera, ¿Esta claro? –la interrumpí–. Si de algo puedes estar segura es me mi amor. Eres lo mejor que me ha pasado en mi puta vida.
Esther estuvo un rato llorando abrazada a mi. Yo la acariciaba intentando calmarla.
– Además, –la dije riendo–. En el año que llevamos juntos, he follado mas que en toda mi vida junta.
– Y lo que te queda mi señor, lo que te queda.
El resto del día lo pasamos de piedra en piedra entrenando. La enseñe a trabajar con los friends, los figureros, y a rapelar. Anochecía cuando regresamos al coche. En el parking, el nuestro era el único coche estacionado, y estaba al fondo del todo. Casi no se nos veía. Metimos todos los bártulos en el maletero y agarrándola de un brazo, nos metimos en el coche en el asiento trasero. La quite los pantalones y me puse sobre ella penetrándola. Mientras la follaba, pegué mis labios a los suyos para impedir que se la oyera mucho. Tarde en correrme mas de la cuenta. Para cuando lo hice, Esther ya había tenido un par de ellos como mínimo. Cuando nos tranquilizamos, salimos del coche para vestirnos. Esther aprovecho para limpiarse y orinar entre los matojos, detrás del coche. Cuando estuvimos preparados, emprendimos viaje de regreso a Madrid.
Un par de semana después, los de Pinkerton ya tenían la grabación. Esther se fue con su familia a Salamanca y yo salí hacia Tailandia en un viaje de cinco días. Al día siguiente de mi llegada visite a Moncho en la cárcel. Antes de verle, me entreviste con el medico y el director de la prisión. Me informaron que el proceso ya era irreversible y que las heridas de la operación ya estaban perfectamente cicatrizadas. Les di instrucciones para que lo sacaran del aislamiento y lo “encomendaran” a alguno de los grupos dominantes en la prisión.
– Hola Moncho, –le dije cuando le tuve delante.
– Tu otra vez hijo puta, –me contesto de forma poco cortes.
– No te preocupes, posiblemente sea la ultima vez que nos veamos, –le conteste con una sonrisa–. Solo quiero ver como ha ido todo.
Estaba encadenado a la cintura, y a una indicación mía, los guardias le abrieron la camisa mostrándome sus nuevos pechos. No eran espectaculares, pero suficientes. Todavía le quedaba vello corporal, su aspecto era impactante. Después le bajaron los pantalones mostrándome sus reconvertidos e inexistentes genitales. La humillación y el odio que sentía hacia mi se reflejaban claramente en su mirada.
– ¡Bueno! Ya no eres Moncho, ahora ya eres Monchito.
– ¡Hijo puta! ¡Eres un hijo puta!
– Si, es posible que lo sea, –le conteste con calma y una sonrisa en los labios–. Vas a tener mucho tiempo para seguir odiándome.
– ¿Cuánto tiempo vas a tenerme aquí encerrado? –gritó patético.
– ¿Todavía no lo has entendido? –le conteste–. Nunca vas a salir de aquí.
Moncho me miraba con los ojos desorbitados de odio. Cogí un tubo grande de vaselina que saque de una bolsa y se lo metí en el bolsillo del pantalón.
– Eso es un regalo, –le dije riendo–. Te va a hacer falta. Y adminístratelo, no vas a tener mas.
No volví a ver a este Moncho nunca mas. Los dos guardias se lo llevaron arrastras mientras pataleaba como un poseído. Sus insultos se fueron apagando según se alejaban por el lúgubre pasillo. Un par de veces al año, el director de la prisión, y su sucesor posteriormente, me mandaban un informe con los pormenores de su estancia penitenciaria. Aguanto mucho, bastante mas de lo que yo esperaba. Nueve años después le encontraron ahorcado en las letrinas del pabellón. Se había suicidado. Al final encontró cojones suficientes para hacerlo.
Al día siguiente, dos agentes de Pinkerton abordaron al director del hotel, cuando salía de su residencia en Nang. Con disimulo lo introdujeron en un vehiculo sin ninguna oposición después de mostrarle las pistolas. Le condujeron a un antiguo caserón deshabitado, a medio camino del hotel. Yo le esperaba sentado ante una gran mesa de comedor iluminada por la luz que entraba por un ventanal. Cuando llegaron, le condujeron agarrado por los brazos y le sentaron ante mi. La cara de terror no la podía disimular.
– ¿Quienes son ustedes? ¿Qué quieren de mi? –pregunto con voz entrecortada.
– Se que conoce a este hombre, –le dije poniendo una fotografía de Moncho ante él.
– Si le conozco, –respondió mientras asentía con la cabeza.
– Antes de seguir. No quiero perder el tiempo con tonterías, –le dije apoyando los codos sobre la mesa–. Quiero que cuando le pregunte lo que quiero saber, me responda usted sin ningún tipo de dudas. ¿Esta claro?
Guarde silencio para que asimilara mis palabras. Finalmente el director asintió con la cabeza.
– Sobre usted se que es homosexual y masoquista. Y muy activo, no nos ha costado trabajo grabarle, –y diciendo esto gire un mini-ordenador que estaba sobre la mesa y le enseñe la grabación. Se quedo mirando la imagen como hipnotizado–. Posiblemente con esto seria suficiente, pero quiero enseñarle mas. Quiero que comprenda hasta donde llega mi poder.
Volvió a asentir con la cabeza. Le mire unos segundos con ojos inexpresivos antes seguir.
– Tengo poder suficiente para convertir dentro de la cárcel a nuestro amigo en esto, y mantenerlo vivo todo el tiempo que quiera, –y le puse una foto de Moncho desnudo, tal y como estaba ahora. El director miro fijamente la grotesca imagen y tuvo que apartar la vista–. Además se perfectamente donde esta todo su dinero, cuales son sus inversiones, legales e ilegales, algunas a nombre de su esposa, y el posible interés que podrían tener las autoridades tailandesas. No estaría bien que su esposa, la respetable madre de sus hijos, terminara en la cárcel, con usted.
Volví a guardar silencio para que siguiera asimilando todo lo que le había dicho. Para entonces el director tenia la mirada en el suelo y su despejada frente brillaba de sudor.
– Se que son dos, y quiero saber donde esta el otro, –le pregunte volviendo a poner la foto de Moncho delante de él.
– Pero yo no lo se. Por favor señor, no lo se, –respondió poniendo cara de terror–. Desde la detención no ha vuelto a aparecer por aquí. Desde entonces no se nada de él. Créame por favor.
– ¿Dónde vivía cuando no estaba aquí?
– En Marruecos creo, pero no se la dirección.
– Si tenia que localizarlos para algo ¿Cómo lo hacia?
– Si era urgente tenia tres números de móvil, y si no era urgente a un correo electrónico.
– ¿Me los va a facilitar?
– ¡Si, si, si! Pero los tengo en la caja fuerte de mi despacho.
– Cuando terminemos, uno de mis amigos le acompañara a su despacho.
– Muy bien, muy bien.
– ¿Donde se opero …?
– Se operaron, se operaron los dos, y a la vez, –me interrumpió. Reconozco que no esperaba un descubrimiento así. Pensaba que uno había copiado al otro.
– Bien ¿Dónde lo hicieron?
– En EE.UU. pero no se donde. Pero fue en una clínica de las de renombre. El presidente de esa clínica era cliente del hotel. Ya me entiende.
– Fuera del hotel ¿Se relacionaban con alguien?
– Solo salían para ir a Camboya, a Koh Kong. Pero no se a que iban, nunca les pregunte.
– ¿Cómo iban hasta allí?
– En helicóptero. Le recogían en el helipuerto del hotel y le traían de regreso.
– No me esta siendo de mucha ayuda, señor director. Muchas vaguedades, –me puse en plan duro. Me había dicho la verdad, pero quería estar seguro. Quería exprimirlo al máximo.
– Le he dicho todo lo que se. En definitiva soy un empleado. Tengo que ser discreto y no meterme en lo que no me llaman.
– ¿Tengo que decirle que esta conversación nunca se ha producido?
– No, no es necesario.
– Le tengo vigilado señor director, como me entere que ha avisado a alguien, le aseguro que deseara estar muerto.
– Le doy mi palabra que …
– Su palabra no vale una mierda, –le interrumpí.
– Por favor, créame, no hablare con nadie, –afirmo con lágrimas en los ojos.
– Entonces de acuerdo. Se lo vuelvo a repetir. Si descubro que me ha mentido, le juro por el dios que usted tenga, que se va a querer morir. Y si recuerda algo que no me haya dicho, contactara con nosotros de inmediato. ¿Alguna duda?
– No ninguna.
– Ahora acompañara a uno de mis hombres hasta su despacho y le entregara lo que me ha dicho.
La gente de Pinkerton se quedo encargada de investigar las nuevas pistas de Tailandia y Camboya. Llame a Isabel para ponerla al corriente y para que Colibrí investigara que cliente del hotel era presidente de un clínica en EE.UU.
Dos días después, regrese a Madrid. Llegue por la mañana a primera hora y mi amor me estaba esperando en el aeropuerto.
– ¿Que tal en Salamanca, cariño? –la pregunte después de achucharla bastante rato.
– Muy bien mi señor, –me respondio–. ¿Y tu? ¿Qué tal el viaje?
– Pesado, muy pesado, –Y cambiando de tema la pregunte–. ¿Qué tienes que hacer hoy?
– Nada especial ¿Por qué mi señor?
– Porque voy a estar echándote polvos todo el día. Tengo que recuperar estos cinco días.
– ¡Joder! Mi señor. Me estas dando miedo, –me dijo simulando cara de terror.
– Eso si que no me lo creo yo.
Llegamos a casa y directamente Esther se desnudo y se tumbó sobre la cama. Me tumbé sobre ella y la estuve oliendo mientras me acariciaba el trasero con sus manos. Nuestras bocas se encontraron con facilidad y comenzaron una pelea en la que no había ganadores, solo amantes. La penetre y la seguí besando sin descanso. Comencé a follarla y a los pocos segundos me corrí rápido, sin esperarla. Me tumbe a su lado y mientras la seguía besando, con los dedos estimule su clítoris mientras un hilo de esperma salía de su vagina. Instantes después se corrió mientras sus gritos se perdían en mi boca. Todo el resto del día continuamos jugando y amándonos. Creo que utilizamos todo el arsenal de la bolsa de los juguetes. Todos los orificios de Esther fueron utilizados y varias veces. Al final de la tarde, mi exhausto amor estaba atado boca abajo sobre la cama formando una equis con sus extremidades. Yo, mas exhausto todavía, con un vibrador estimulaba su vagina mientras con la mano azotaba sus enrojecidas nalgas. Los orgasmos de Esther ya eran muy débiles y me costaba conseguirlos. Me tumbe sobre ella y la penetre por el ano. A mi también me costaba trabajo correrme, pero la estuve follando el culo hasta que me corrí. Estuve mucho tiempo dentro de ella mientras la mordía la nuca. Esther ni se ducho, ni ceno. Se quedo en la cama y no se despertó hasta el día siguiente.
A la mañana siguiente, mi renqueante amor y yo desayunamos juntos.
– Mi señor, me duele todo, y a pesar de la vaselina estoy un poco escocida, –me dijo resoplando.
– ¿Un poco escocida? Pues mírame a mi, –la dije riendo mientras la enseñaba la polla.
– ¡Hay por dios! Esta inflamada. Ponte algo.
– Que cachonda. Si quieres me pongo hielo. O me la vendo.
– ¿No se puede? ¿Lo intento?
– ¡No! Que luego pasa lo que pasa. Como siempre.
– ¡Jo! Yo te la quiero vendar mi señor.