ESTHER (capitulo 32)
Viaje a la Ribera del Duero y Nueva York.
Para mi 53 cumpleaños, Esther me tenia preparada una sorpresa. La ví varios días muy entretenida hablando por teléfono medio a escondidas en un ambiente misterioso. Lógicamente sospeche que algo preparaba, pero nunca imagine que seria. Reservo un fin de semana en el Hotel Bodega Arzuaga, situado en la milla de oro de la Rivera del Duero. Al lado de Arzuaga esta Vega Sicilia, Matarromera, Emilio Moro, Protos, Pingus y en frente, al otro lado de la carretera de Valladolid, Viña Mayor.
Llegamos el viernes por la mañana, a primera hora, y después de instalarnos en la suite principal, que es mas grande que mi casa, en un vehiculo del hotel nos llevaron a visitar la finca. 7.000 ha. de viñedos, bosque y dehesa donde crían principalmente ciervos y jabalíes para carne y caza. De regreso nos enseñaron los viñedos que rodean la bodega, y el proceso de elaboración de los vinos.
Después de almorzar subimos a la suite a “dormir” la siesta. Cuando me quise dar cuenta, Esther ya estaba desnuda, tumbada en la cheslón. No lo puede remediar, cada vez que ve una en algún hotel la tiene que probar. Creo que la voy a comprar una para casa. Me tumbe sobre ella para besarla en la boca. Baje por su cuerpo hasta llegar a su vagina. Cuando me sacie de ella, volví a subir y acercando mi pene a su cara se lo ofrecí. Lo acepto de inmediato, y cogiéndolo con la boca comenzó a chupar. Pasado un rato largo con estos preliminares, me tumbe sobre ella y la penetre. La folle con mucha tranquilidad, ralentizando mis movimientos mientras la tenia abrazada. Mi rostro próximo al suyo para mirarla y respirarla. Primer orgasmo y sigo a mi ritmo. Segundo orgasmo unos minutos después, mas intenso. Salgo de ella, y poniéndola a cuatro la penetro desde atrás. Sujetándola por las caderas imprimo velocidad a mis movimientos provocándola un torrente de chillidos y gemidos hasta que nos corremos a la vez. La mantengo penetrada mientras mis manos la acarician los pechos y la besuqueo el cuello.
Pasadas las seis bajamos al spa y mientras chapoteo en la piscina, Esther se fue a hacerse un tratamiento con vino que ya había contratado previamente.
Al día siguiente, un vehiculo con conductor, contratado por Esther, nos llevo a visitar varias bodegas con sus correspondientes catas. Vega Sicilia, Protos, el castillo de Peñafiel y su museo del vino. Almorzamos en el restaurante Molino de Palacios en el mismo Peñafiel y continuamos hacia Roa, donde esta el Consejo Regulador. Regresamos por el otro lado del río pasando por el Monasterio de Valbuena.
Al final de la tarde, sobre las ocho, llegamos al hotel. Cenamos en el comedor y subimos a “descansar” a la suite.
– ¿Estas cansada mi amor? –la pregunte cuando estuvimos solos, en la intimidad de la habitación.
– Si mi señor.
– Yo también. Lo que significa que no vamos a hacer el salto del tigre, ni a intentar el helicóptero, ni nada de eso.
– Hummm... el helicóptero. Mi señor, no se lo que es pero suena bien.
Nos duchamos y nos sentamos en el sofá, frente al ventanal. Desde nuestro privilegiado mirador, veíamos los viñedos iluminados por el resplandor de la luna llena.
– Mi señor, me apetece champagne, –me dijo mientras se levantaba y se metía en el dormitorio mientras añadía–. No entres mi señor.
Lo pedí al servicio de habitaciones y me puse el albornoz. Cuando lo subieron, Esther apareció nuevamente y se sentó en el sofá. Serví las dos copas y me senté a su lado.
– Feliz cumpleaños mi señor.
– Gracias mi amor.
– Ahora tienes que coger tu regalo, mi señor. Lo tengo yo, –me dijo con una sonrisa picara.
La mire de arriba abajo. Estaba completamente desnuda y me temí lo peor. Tenia las piernas cruzadas y se resistió cuando intente separarlas, pero solo levemente. Metí la mano entre sus piernas y con un dedo explore el interior de su vagina. Mis temores se confirmaron. Con la yema del dedo toque algo duro. Me incline y empecé a besar sus labios vaginales.
– “Houston, tenemos un problema”, –la dije después de unos minutos de besar su vagina–. Y gordo. Porque tienes tu chochito ocupado por un cuerpo no identificado y no te voy a poder follar.
– Si me vas a poder follar, –me dijo después de soltar una carcajada –. Mi señor con la habilidad que le caracteriza, va ha sacarme ese cuerpo que esta muy bien identificado, por mi. Es tu regalo mi señor.
Metí los dedos en su interior y comencé a juguetear ligeramente con mi regalo. Encontré un cordoncito y tire de el. El paquetito comenzó a salir con cierta dificultad. Pero al final conseguí extraerlo del interior de una muy cardiaca Esther.
– Anda mira un peluco, –la dije para hacerla de rabiar, cuando conseguí abrir la bolsita de plástico donde estaba–. Hay que ver lo que te entra ahí.
– No es un peluco, es un reloj … mi señor, –me dijo con retintín.
– ¡Joder! Un Cuervo, y de oro. No tengo relojes de oro.
– Ni cuadrados mi señor, –me dijo con una amplia sonrisa. Y añadió–. Esta gravado.
– “Mi señor, mi vida, mi amor” –leí en voz alta. Después de besarla, añadí–. Me encanta. Pesa un huevo.
– El oro es lo que tiene mi señor, –y riendo añadió–. Luego te doy la caja. Es que con ella no me entraba.
– ¿Qué no te entraba? –la dije mientras me abalanzaba sobre ella provocándola un chillido–. Ya veras lo que te va a entrar.
Sobre ella, con una rodilla en el suelo la bese mientras la sujetaba con una mano por la nuca. La otra mano recorría su costado de un extremo a otro. Me arrodille en el suelo y la mano viajera termino entre sus piernas mientras mi boca atrapaba sus pezones. Los succionaba, los besaba, y con los dientes tiraba suavemente de ellos. Esther respiraba profundamente mientras apretaba su pelvis contra mi mano. Introduje un dedo en el interior de su ano mientras con la palma la seguía acariciando la vagina. Insistí hasta que conseguí provocarla el primero. La visión de su cuerpo curvándose, su espalda arqueada marcando sus costillas y sus pechos disparados con los pezones como canicas, me excita una barbaridad. La coloque atravesada en el sofá, abierta de piernas y con la cabeza colgando. La penetre la boca mientras la mía se sumergía en su vagina. No la folle, simplemente permanecí con el pene en su boca, sin moverme mientras devoraba su vagina. Finalmente, cuando Esther se corrió, la di la vuelta sentándola. Pase sus piernas por mis hombros y la penetre. La folle hasta que los dos nos corrimos juntos mientras sujetaba su cabeza con mis manos y observaba su rostro a escasos centímetros del mío.
A la mañana siguiente, después de desayunar, salimos hacia Aranda del Duero donde comimos después de visitar la localidad. Regresamos a Madrid, soportando el consabido atasco de la N-1.
Al día siguiente de nuestro regreso a Madrid, me reuní con Isabel para ver como iba el asunto del doble de Moncho.
– Tenemos poca cosa por ahora, –me dijo con sinceridad–. Solo lo que ha averiguado Colibrí.
– Cuéntame Isabel.
– Tenias razón, se turnaban. Siempre había un Moncho alojado en el hotel. Lo mas interesante es que casi todo lo referente a ellos, Colibrí lo ha encontrado en un archivo personal encriptado del director del hotel. Siempre ocuparon la misma suite, aunque en el registro general constan nombres de distintos inquilinos. Los agentes de Pinkerton están investigando al director. Esta claro que tenia algún tipo de relación con los Monchos. Por cierto, en ese archivo hay un montón de nombres nuevo, algunos importantes. Toda la información se la hemos entregado a Pinkerton, y su gente ya esta preparando otro “escándalo” como el anterior.
– Bien. Habla con Pinkerton, que siga investigando al director pero que no haga nada por el momento, –comencé a dar instrucciones a Isabel–. Dentro de cuatro días estaré con Esther en Nueva York, y entonces podremos cambiar impresiones. Que Colibrí exprima el ordenador del director y del hotel hasta que no quede nada que descubrir.
– No se, creo vas a tener que apretar al director, –me dijo Isabel.
– Lo se, –la respondí mientras afirmaba con la cabeza–. Y si esta detenido no podré. Hay que analizar la importancia que tiene ese cabrón dentro de la trama. Aunque si es un hijo de puta … tendremos que buscar otro camino.
– Muy bien Eduardo, todo esta claro, –me dijo–. ¿Alguna cosa mas?
– No, nada mas, –la respondí–. Solo que las escoltas seguirán como hasta ahora, hasta que viajemos a Nueva York.
– De acuerdo.
Como estaba previsto, cuatro días después salimos en un vuelo de Delta rumbo a Nueva York. Después de pasar los pesados controles de entrada en el país, un vehiculo del hotel nos recogió en el aeropuerto y nos traslado con todo el equipaje, que era mucho, al Ritz-Carlton de Battery Park. En condiciones normales, hubiera preferido un hotel mas cercano a Central Park, pero este viaje es de negocios. En estas dos o tres semanas que estaremos en Manhattan, tengo que poner en marcha mi nueva oficina en EE.UU. que esta en Broadway con Liberty, en el corazón del distrito financiero. De todas maneras, el Ritz-Carlton es un hotelazo, y ocupamos la suite Liberty, que como todas las demás, tiene una catalejo para poder ver la Estatua de la Libertad.
– Mi amor, vas a estar muy sola estos días, –la dije cuando nos instalamos en la suite–. Voy a estar muy liado.
– Tu no te preocupes mi señor, –me dijo mientras se abrazaba a mi cintura–. Pero a mediodía, cuando salgas de la oficina a comerte el sándwich, yo estaré por ahí. De hecho yo llevare los sándwich.
– Perfecto, así te añorare mucho menos mi amor, –la dije mientras la besuqueaba con ternura.
– Esta ciudad tiene mucho que visitar. No te preocupes mi señor, voy a estar entretenida.
– Tengo las direcciones de varios apartamento por Central Park que puedes ir visitando. Y si te enteras de algún otro también. ¿Te parece bien cariño?
– Tu no te preocupes mi señor, yo me ocupo de todo.
– ¿Dónde quieres cenar mi amor?
– En la calle. Un perrito en un carrito de esos que salen en las pelis, mi señor.
– Vale, –la dije riendo–. Pero no creo que el tío del carrito tenga champagne para beber. Además esta prohibido beber alcohol por la calle.
– Hummm … un perrito pringoso y callejero con champagne. Eso hay que probarlo.
Salimos a la calle y nos encaminamos hacia el Battery Park. Allí compramos un par de perritos con todo y dos refrescos. Sentados en un banco del parque vimos desaparecer las ultimas luces de la tarde. El enrojecido fondo recortaba la familiar silueta de la Estatua de la Libertad mientras consumíamos nuestros perritos neoyorquinos.
Sorprendentemente, Esther cambio su rutina diaria. Se levantaba conmigo a las siete de la mañana y bajábamos al gym de hotel. Tres cuartos de hora después, regresábamos y teníamos sesión golfa.
– Mi amor, seria mejor que lo hiciéramos antes de bajar al gym, –la dije consciente de que yo, después de ejercicio físico intenso no funciono bien. Me cuesta correrme.
– Mi señor no debe preocuparse de eso, –me respondió zanjando el asunto–. Primero, me gusta que huelas a sudor. Segundo, de que te corras, ya me ocupo yo.
Y lo conseguía. La costaba trabajo, pero lo lograba. Su maravillosa boca hacia milagros, en ocasiones con la ayuda de uno de sus dedos en el interior de mi ano. Mientras se empleaba a fondo, yo atrapaba su vagina y la hacia mía. A mi también me gusta que huela a ella, no recién duchada. A veces me da miedo, se la voy a gastar de tanto chupar. Cuando notaba que mi pene había resucitado, me ponía sobre ella y la penetraba. La follaba hasta que me corría, cuando ella ya lo había hecho tres o cuatro veces.
Después de desayunar, yo a la oficina, y Esther a visitar la ciudad. Atracciones turísticas, museos y los apartamentos. Pero a las 12,30 PM estaba como un clavo en el Liberty Park, que esta junto a la oficina. Allí, rodeados de miles de oficinistas hacíamos nuestro lunch particular. Esther se encargaba de traerlo. Unas veces sándwich, otras Hot Dog, en ocasiones tacos o burritos, y otras Chop Suey o cualquier otra comida china . Y café para ella y te para mi. En ocasiones, Pinkerton se unía a nosotros, pero se veía mayor para estar comiendo en el parque y en su caso, rodeado de escoltas.
Pasadas las dos primeras semanas, todo estaba organizado en la oficina y nuestro nuevo fondo comercial de inversión a punto de salir al mercado. Yo me encargue que ponerle nombre y mi pasión de joven por los cómics de Marvel se noto. Lo registre como “Fund Fantastic Four” (F.F.F.), por los cuatro socios que lo respaldábamos.
Una mañana que tenia libre, Esther me llevo a visitar un apartamento que le gustaba. Cuando llegamos, la marquesina de la entrada me resulto familiar, pero en ese momento no caí.
– Mi señor, es un poco caro, pero no digas nada antes de verlo.
– Si a ti te gusta, a mi también, –la dije–. Solo la situación ya me gusta.
– No es un ático, pero casi. Tiene una pequeña terraza. No es muy grande, pero para nosotros suficiente mi señor.
Subimos con el administrador al apartamento. Efectivamente no era muy grande. Un saloncito y un dormitorio del mismo tamaño. Cocina, baño y un pequeño cuarto trastero. Y una pequeña terraza con vistas a Central Park.
– Habrá que pintarlo y hacerle algunas cosillas … –dijo Esther.
– Muy bien, nos lo quedamos, –la interrumpí dirigiéndome al administrador–. Prepare los papeles.
–No hemos hablado del precio … –comenzó a decir el administrador.
– ¿Cuánto es?
– 1.600.000 $
– De acuerdo. Prepare los papeles. Mis abogados se pondrán en contacto con usted.
– ¿Cómo quieres decorarlo? –la pregunte cuando estábamos en la calle.
–Me gustaría como la casa de Madrid mi señor.
– En una semana regresamos a España. Tenemos que dejarlo todo organizado para se termine de hacer todo en nuestra ausencia.
– Yo me ocupo de todo mi señor. No te preocupes.
– Casi es la hora de almorzar ¿Qué quieres hacer? Tengo todo el día libre.
– Regresar al hotel mi señor. Quiero tenerte para mi sola todo lo que queda del día.
– ¡Pues hala! Vámonos, –la respondí dándola un azotito en el trasero.
Después de comprar algunas cosas de comida basura americana, subimos a la habitación y pedimos una botella de Don Pérignon. Después de almorzar, estuvimos mucho tiempo abrazados en el sofá. Me sorprendía que Esther no se abalanzase sobre mi, y desde luego yo no la iba a animar a hacer algo que ocurriría tarde o temprano. Y ocurrió. Esther comenzó a acariciar mi pecho con su rostro y termino tumbándose boca arriba sobre mis piernas con los brazos hacia atrás. Con mis manos la recorría entera y una de ellas se instalo permanentemente en su vagina.
– No quiero que te muevas, – la ordene–. Y no quiero que te corras. ¿Entendido?
– Si, mi señor.
Cuando notaba que los voltios la subían apartaba la mano de su vagina. La tuve en un estado preorgásmico durante mas de una hora. La baje al suelo y la arrodille entre mis piernas. La sujete la cabeza con ambas manos y la introduje la polla en la boca. Chupo unos segundos y me corrí de lo excitado que estaba. Y volvimos a empezar con la rutina anterior. Un rato largo después, la arrodille nuevamente entre mis piernas y metí la mano entre sus piernas acariciando suavemente su vagina.
– ¿Quieres correrte ya mi amor? –la pregunte.
– Si mi señor.
– Puedes correrte.
– Gracias mi señor, –respondió con voz entrecortada.
Abrazada a mi brazo, mientras con la mano seguía acariciando su vagina, se corrió mientras apretaba sus muslos contra ella. Ahuecando la mano, recogí los frutos de su corrida. Agarrándola del pelo, la eché la cabeza hacia atrás y vacíe mi mano en su boca. El resto de la tarde seguimos practicando diversos juegos en los que Esther, como siempre, era la protagonista principal. Al final de la tarde, mientras se masturbaba con la mano sobre la cama, me corrí sobre su cara mientras rozaba mi glande con su lengua.
– ¡Joder! Ya me acuerdo, –exclame de repente. Esther de quedo mirándome con su carita llena de mi esperma.
– ¿De que mi señor? –me pregunto perpleja.
– El edificio donde esta el apartamento, –la respondí–. Es el de los Cazafantasmas.
– ¿De quien?
– La peli de los Cazafantasmas. Es donde se rodó.
– Ah… Vale mi señor.