ESTHER (capitulo 31)
Mientras los dias pasan con tranquilidad, entre otras cosas, se van a la montaña de Madrid.
Regrese a casa justo antes de almorzar, a tiempo, para preparar algo. Es recomendable que Esther no prepare nada. Para un par huevos fritos, deja la cocina que parece que ha pasado por ella el huracán Mitch, que arraso las costas del Caribe en 1.998. Por eso mismo, ni lo intenta.
– ¿Que has hecho hoy cariño? –la pregunte mientras preparaba las cosas.
– He estado de compras mi señor, –me contesto en tono misterioso–. Cosas para tu cumpleaños.
– ¿Una pelandusca con un lazo? –la conteste soltando una carcajada.
– Tu no necesitas mas pelandusca que yo, mi señor, –me dijo frunciendo el ceño–. Como me entere que hay otra, la saco la piel a tiras … y a mi señor se la corto. No lo dudes.
– Vale, mensaje recibido, –la dije poniendo cara de terror. La verdad es que no podía parar de reír–. Pero tú no eres una pelandusca, tú eres mi amor.
– Vamos a dejar el tema, –dijo zanjando el asunto–. Pues eso, cosas para tu cumple. Todos los días no se cumplen 53.
– Coño Esther, no me lo recuerdes.
– ¿Por qué? Me gustan maduritos, ¿Sabes?
– Ya, maduritos. Dentro de diez años, cuando tu estés como una flor y yo como una pasa arrugada, ya me lo dirás.
– No me digas eso mi señor, –la mire y vi como un par de lagrimones resbalaban por sus mejillas–. No me gusta.
– Venga cariño. Estoy bromeando, –la susurre mientras la abrazaba. La levante y la senté en la encimera de la cocina–. No seas boba.
Metí las manos por dentro de la holgada camiseta que llevaba puesta, que era mía, y llegue hasta sus pechos.
– ¿Tienes hambre? –la pregunte.
– Puedo esperar mi señor, –me respondió mientras rodeaba mi cuello con sus brazos.
Nuestras bocas se encontraron sin dificultad mientras sus manos bajaban por mi espalda hasta alojarse en mi trasero. Después de unos momentos me bajó los pantalones y yo la quite definitivamente la camiseta. Cuando me sacie de su boca, la incline hacia atrás y levantándola las piernas introduje mi boca en su entrepierna. Mi lengua recorría su vagina arrancándola gemidos de placer que fueron creciendo según mi lengua seguía con su juego. Cuando alcanzo su primer orgasmo, me incorpore y la penetre rápidamente sin dejarla recuperarse. Esther siguió gimiendo hasta alcanzar el segundo. En ese momento, y antes de correrme la saque y eyacule sobre ella regándola el vientre y los pechos. Esther se lo extendió con las manos como si fuera un bálsamo, mientras la acariciaba la vagina con mi pene.
– Mientras terminas de preparar el almuerzo, me voy a duchar mi señor, –me dijo sonriente mientras saltaba de la encimera y me daba un azote en el trasero.
– Después de mi cumpleaños nos vamos a Nueva York, –la dije cuando regreso duchada y se sentó a la mesa. La serví una copa de un blanco de Almería muy bueno–. Vamos a abrir una oficina en Wall Street. Eso significa que tendré que ir un par de semanas cada dos meses, mas o menos.
– Genial mi señor. Tengo ganas de ir a Estados Unidos.
– La cuestión es que no me seduce la idea de estar siempre de hotel, –la dije–. Preferiría comprar un pequeño apartamento. ¿Qué opinas?
– Me parece bien mi señor. Así tenemos mas intimidad, –me contesto francamente ilusionada–. Pero, por favor, yo compro el apartamento.
– No, no, no mi amor, ni pensarlo.
– Pero mi señor, yo quiero colaborar. Tu siempre me lo pagas todo …
– Mi amor, no voy a permitir que sin necesidad te gastes un tercio de todo el dinero que tienes en un apartamento, –la interrumpí.
– No jodas. ¿Tanto? –me dijo un poco desilusionada.
– Ya lo creo. Míralo en Internet, –y después de una pausa, añadí–. Mira mi amor, no es necesario que colabores en nada, pero si es tan importante para ti, mete algo en la cuenta donde esta domiciliado todo lo de la casa. Estaba pensando hacer una transferencia.
– Bueno vale, –contesto resignada.
– Otra cosa, te acuerdas todo el equipo de montaña que te compraste este verano para invierno …
– Claro que me acuerdo mi señor, crampones, piolet, un arnés, una botas enormes y un casco. Y todavía no me has enseñado a utilizarlo, –me interrumpió–. Y una mochila, se me olvidaba.
– Es que hemos estado muy ocupados bailando el vals, –la conteste con retintín. Y añadí–. Además este año a caído muy poca nieve. Pero por fin a empezado a nevar y ya ha abierto Valdesqui.
– ¿Entonces cuando vamos mi señor?
– Este sábado, –y después de una pausa añadí–. Temprano.
– Ya estamos. A ver si vamos a ser los primeros.
– Ya sabes que al que madruga, Dios le ayuda, –la dije con una sonrisa.
– Si mi señor. Pero a ver si vamos a llegar antes de que pongan la calle.
– No, ahora en serio. El parking de Cotos de pone imposible si llegas a partir de la diez.
El viernes, después del almuerzo nos quedamos en casa. No había nada especial que hacer. Además, Esther dijo que había que irse pronto a la cama, que había que madrugar.
– Voy a emitir, mi señor, –me dijo Esther cogiendo su portátil y llevándolo al dormitorio–. Hace mucho que no lo hago.
Como siempre hago, me instale en el sillón del dormitorio con las tablet y mi portátil para trabajar y Spok, el gato, se tumbó en el cabecero de la cama. Cuando emite su ama, siempre se pone en el mismo sitio. Y tiene mucho éxito, todo el mundo pregunta por el cuando ven un gato tan gordo. Cuando Esther emite, se nota lo extrovertida que es y la simpatía natural que rezuma. Durante las dos horas y media que estuvo emitiendo no paró de hablar, siempre en ingles. Salvo cuando se hacia un dedo y tenia algún orgasmo. La gente flipa con la facilidad con que consigue llegar a ellos. En ocasiones, Spok abandona su lugar privilegiado, y se acerca a Esther a olisquearla o a rozarse con ella. Después de recibir algunas carantoñas regresa a su lugar, después de provocar un mar de comentarios entre los que siempre hay alguna salvajada.
– Hoy no se me ha dado mal, mi señor, –me dijo cuando cerro emisión–. He sacado unos cien dolares.
– Pues la mitad se lo tendrías que dar a Spok.
– Ha habido uno que me ha ofrecido 5.000 fichas si se la chupaba al gato en un privado, mi señor.
– Joder con la peña. Como andan algunos, –la dije con cierta perplejidad–. ¿Cuánto es eso?
– No llega a 50 pavos, mi señor, –y a continuación añadio–. Por cierto. Hace mucho que no me cuelgas.
– ¿Quieres que te cuelgue? –la pregunte. Ante su gesto afirmativo añadí–. Dame unos minutos, que tengo que descolgar el saco de boxeo.
Cuando lo tuve todo preparado, la llame y llego corriendo. La tumbe en el suelo y la coloque las tobilleras especiales para estos menesteres. Las sujete a los extremos de una barra y la levante tirando de la cuerda hasta que quedo suspendía cabeza abajo, con la vagina a la altura de mi boca y totalmente abierta. La cruce los brazos por detrás de la espalda y se los ate. El primer roce de mi dedo medio sobre su vagina provoco un gemido. Con la excitación que tenia por la emisión, la introduje el pene en la boca y a los pocos segundos me corrí mientras la seguía rozando con el dedo. Seguí con mi dedo estimulando su vagina cada vez con mas intensidad pero sin dejarla llegar al orgasmo. Cogí una fusta de la bolsa de los juguetes y comencé a azotar sus nalgas con golpes repetitivos y rítmicos. Después de unos minutos pase a su vagina provocando que Esther arqueara su cuerpo hacia delante. Mientras la azotaba la vagina, con un vibrador fino la estimule el clítoris, pero lo apartaba cuando veía que la podía llegar algún orgasmo. Al final la introduje el mango de la fusta en la vagina, y mientras la estimulaba con mas intensidad puse mi mano en su abdomen. Cuando por fin la permití tener el orgasmo, su cuerpo se contrajo en un mar de chillidos. En encanta pasar mi mano por su cuadriculado abdomen. La puse un poco de lubricante en el clítoris y seguí estimulándola con el vibrador mientras con mis dedos separaba sus labios vaginales para exponerlo mas. Un par de orgasmos después, deje el vibrador y mi boca ocupo su lugar. La introduje el pene en la boca y lo acepto de inmediato. Como me gusta. Que bien sabe. No se cuando tiempo estuve con su vagina en la boca, pero fue mucho. Ni se cuantos orgasmos tuvo, pero fueron unos cuantos. Me puse a su lado cogiéndola por la cintura, cogí un látigo de 12 puntas y con un movimiento giratorio y rítmico la fui azotando la vagina. Después de un rato largo, y cuando tenia la vagina muy congestionada, la introduje un vibrador grueso y poniéndome detrás de ella comencé a azotarla las nalgas. Periódicamente dejaba los golpes rítmicos y la propinaba un golpe con fuerza que la cruzaba el trasero. Sus gritos eran tremendos por el dolor de os golpes y por los orgasmos. Cuando ya no aguante mas, la baje al suelo, y la libere los tobillos. Me puse sobre ella, pase sus piernas por mis hombros y la penetre. La folle mientras la besaba insistentemente en la boca.
– Gracias mi señor, gracias, –no paraba de decir cuando nos corrimos juntos en una vorágine de gritos y gemidos–. Gracias, gracias.
– Vaya tarde que llevas, –la dije cuando se tranquilizo y la desataba los brazos–. Voy a preparar algo de cenar.
– No me apetece mi señor. Quiero irme a la cama a dormir, –me dijo. Como ya he dicho en alguna ocasión, una actividad tan intensa la agota mucho.
– Bueno mi amor, pero tomate un vaso de leche por lo menos.
Al día siguiente salimos a las siete de la mañana hacia el puerto de Cotos, donde llegamos sobre las ocho. Ya estaba bastante concurrido. Claramente estábamos bajo cero y nevaba débilmente, pero el viento estaba en calma. Nos calzamos las botas y después de ponernos los guetres, comenzamos a subir por el camino de las lagunas. Llegamos a la caseta del guarda y pasamos por el puente para empezar a subir por la arista en dirección a hito tibetano. Cuando llegamos, paramos un momento para ponernos los crampones. Desde este lugar la visión de la zona de la “Hoya de Pepe Hernando” es espectacular.
– Esto es precioso mi señor, –me dijo Esther mientras no paraba de sacar fotos–. Poca gente se imagina que esto esta aquí.
– La gente menosprecia bastante la peligrosidad de este lugar, –la dije mientras terminábamos de ponernos los crampones–. Lo cierto es que en la zona de Peñalara hay un par de accidentes mortales todos los años.
Atravesamos la hoya avanzando con dificultad. En esta zona se acumula siempre mucha nieve. Por fin, llegamos al pie del Corredor Sureste de Peñalara.
– Mi amor, por ahí vamos a subir, –la dije señalando el corredor.
Esther no dijo nada. Miraba el corredor y me miraba a mi alternativamente. Nos colocamos los arneses, preparamos los piolets y nos pusimos los cascos.
– Mi señor.
– ¿Si?
– ¿Por qué tu casco esta decorado y es bonito, y el mío no?
– No se cariño, no has dicho nada, –la conteste un poco pillado–. ¿De que color quieres que te lo pinte?
– Rosa, mi señor.
– De acuerdo. Toma, –la dije mientras la tendía el extremo de la cuerda–. Atalo al arnés con un nudo de ocho como te he enseñado.
Antes de empezar a subir la di una lecciones aceleradas de cómo trabajar en nieve.
– Si resbalas, te pegas a la pared y clavas el mango, – la dije finalmente–. Y muy importante. Nunca saques los dos piolets a la vez. Primero uno y luego el otro.
– A la orden jefe, – me respondió saludando militarmente.
Estaba graciosísima con su casco. Me daban ganas de achucharla y besuquearla. Comenzamos a subir por el corredor, yo delante y Esther por detrás.
– Mete el mango de los piolets hasta el fondo, –la gritaba–. Apoyare en ellos de arriba abajo, como si fueran bastones.
– Si jefe.
– Clava bien los crampones.
– Si jefe.
– No te agarres a la cuerda. Ni la pises.
– Si jefe. Si jefe.
Tres cuartos de hora después, salimos de los estrechamientos y llegamos a la planicie intermedia. Allí paramos un momento para descansar.
– Mi señor.
– ¿Si?
– ¿Crees que hay tiempo para un polvito rápido?
– ¡No Esther! –respondí aterrorizado.
– Que es broma tonto, –se descojonaba viva–. Puedo esperar a llegar arriba. Creo.
– Arriba, ¿Te refieres a casa? Espero.
Continuamos la ascensión por el estrechamiento final hasta que salimos a la planicie superior a escasos veinte o treinta metros de la cima de Peñalara. Cuando llegamos a la cima, un señor que ya estaba allí, y que había subido por Dos Hermanas, nos saco una foto junto al punto geodésico. Esther estaba exultante, entusiasmada.
– Mi amor, ya tienes tu primera cima en escalada. ¿Qué tal te encuentras? –la dije.
– Genial mi señor, ¿Cuánto hemos tardado?
– Una hora. Esta muy bien.
– Me tiemblan la piernas mi señor.
– Y mañana tendrás doloridos los pectorales.
De allí fuimos a Claveles, y regresamos a Peñalara para bajar al puerto por el camino de Dos Hermanas y comer en el Marcelino. Después de almorzar en el Marce, por deseo de Esther, subimos a la Bola del Mundo por la Loma del Noruego. Este recorrido, cuando lo hicimos en agosto la gusto mucho, aunque las condiciones son muy distintas. Entonces hacia calor que te cagas, y ahora hay nieve de cojones.
– ¿Y esas zapatillas que me compre? ¿Como se llaman, pies de perro? ¿Cuándo las voy a utilizar? –me pregunto cuando volvíamos en el coche a casa.
– Cuando se acabe la nieve y vayamos a la Pedriza, –la respondí–. Y se llaman pies de gato, no de perro. Pero en el gimnasio tienes que entrenar brazos, pectoral y espalda. Es importante.
Después de ducharnos y cenar, me senté en el sillón con una copa de Whisky. Solo pude dar un sorbo, porque rápidamente Esther se arrodillo entre mis piernas y sin preámbulos se puso a chupar. Un rato después, ya estaba en el suelo, sobre ella fallándola. Cuando llego al segundo me corrí con ella.
– Joder, cariño. Te han entrado las prisas, –la dije cuando me volví a sentar en el sillón con ella en brazos.
– Me dijiste que el Corredor Sureste, no era un sitio apropiado, –me dijo en tono divertido–. Pues mejor que este no hay mi señor.
– Por supuesto mi amor.
– Acuérdate de pintarme el casco mi señor.
– ¿De que color lo quieres?
– Rosa, lo quiero rosa chicle mi señor.