ESTHER (capitulo 3)
Relato de ficción donde sigo contando lo que ocurrio durante las treinta horas.
– ¿No tendrás un vibrador, seria genial? –la pregunte sin mucha convicción.
– Si, mi señor, tengo uno.
– ¡Que sorpresa, Moncho con un vibrador! –respondí sarcástico.
– No es de el mi señor, es mío.
El vibrador abría un montón de posibilidades nuevas. Mientras hablábamos termine de atarla, mientras ella seguía frotándose con la cama. Metí mi dedos en su entrepierna y con las yemas masajee su vulva, arrancándola suspiros de placer.
– ¿Y Moncho no lo sabe?
– No mi señor el … dice que no le gustan.
– ¿Y no quieres que lo sepa?
– No, mi señor, me da vergüenza.
Su voz comenzaba a entrecortarse y su respiración cada vez de agitaba mas. Retire mi mano que otra vez estaba mojada y la pregunte donde lo tenia.
– Esta escondido en el armario, debajo de las mantas –respondió.
–¡Vamos ramera! levántate y tráemelo, –la ordene con el tono autoritario que sabia que a ella la gustaba.
Intentó levantarse, pero no podía con las manos atadas. Empeño a reptar hacia el borde de la cama y dejo caer las piernas al suelo. Se levantó y se dirigió al armario. Era de los empotrado, de puertas correderas y llegaba al techo. Con un pie intentó correr la puerta pero no pudo. Lo intentó de nuevo con el hombro mientras yo la gritaba metiéndola prisa. Lo consiguió y entonces con los pies empujo una silla hasta el armario. Suponiendo que se iba a subir y con las manos atadas podría ser peligroso, me levante con aire amenazante y me puse a su lado por precaución.
–¡¡Vamos, a que esperas!! – la grite mientras la daba un azote fuerte en el culo.
Logro subirse con alguna dificultad y mientras estiraba su cuerpo para alcanzar con su boca las mantas, que estaban en la parte superior, la apremiaba dándola mas azotes, a los que respondía con chillidos de dolor. Mientras intentaba morder la manta de abajo me separe de ella para contemplarla. Era una imagen fascinante, estaba toda estirada, con los músculos en tensión y aguantando su liviano peso con las puntas de los pies, los talones elevados, los gemelos contraídos y su trasero encogido por la tensión del esfuerzo. Consiguió tirar de las mantas que cayeron al suelo y después de un instante, me miro esbozando un puchero. Me acerque a ella y la acaricie el trasero mientras la miraba a los ojos.
– Lo siento mi señor pero no ha caído, se ha quedado arriba, –me dijo mientras le resbalaban dos lagrimones por las mejillas.
La abrace con ternura mientras permanecía subida en la silla. Mi cabeza reposo entre sus pechos, y mano seguía tocándola el culo y su hueco genital.
– No te preocupes, cariño, ya he visto como te has esforzado, –la conteste mientras mi mano volvía a arrancarle gemidos de placer y posiblemente de agradecimiento– pero tienes que comprender que debo castigarte por tu falta de previsión.
– Si mi señor, por favor, hazme lo que quieras.
La ayude a bajarse y me subí en la silla para coger el vibrador. No era, ni grande, ni gordo, era pequeño y metálico, de unos doce cm. de largo y un par de diámetro. Era un estimulador mas que otra cosa. Suficiente para mis propósitos. Ya me había acostumbrado a trabajarla sin prisas y repare que llevaba mas de ocho horas con ella y no me la había follado en condiciones, solo me la había chupado, y muy bien por cierto. Bueno, me dije, todo llegara, no tenia ninguna duda de eso. Esther estaba totalmente entregada a mis deseos y a no ser que por un terremoto se hundiera la casa, sabia que los dos agujeros que me quedaban por explorar serian míos. Mientras seguía con mis pensamientos la agarre por un brazo y después de arrojar el vibrador encima de la cama la conduje al sillón del salón. Me senté, la arrodille entre mis piernas y la hice inclinarse encima de una de ellas. Sin caricias previas introduje un dedo dentro de su vagina y ella totalmente desprevenida intento incorporarse. La sujete por el pelo y sacando el dedo la di un azote con todas mi fuerzas y volví a introducirlo. Ella chillo y según repetía la operación continuamente, dedo azote, dedo azote, empezó a alternar chillidos con gemidos hasta que fueron uno solo, no se podían diferencias. Sus nalgas estaban otro vez rojas como tomates, deje de azotarla y con el dedo la seguí estimulando mas rápidamente.
– ¿¿Te gusta zorra??
– ¡Si mi señor!
– ¿¿Quieres que siga metiendo los dedos en tu asqueroso chocho?? –la gritaba.
– ¡Si mi señor!
– ¡¡Eres una zorra, una puta asquerosa!! –la dije mientras la incorporaba y la daba cuatro azotes seguidos que la hicieron aullar de dolor– ¡¡vamos cerda, masturbarte con mi pie!!
Sin decir una sola palabra se acerco de rodillas a mi pie y se sentó encima de el dándome la espalda. Comenzó a culear y a gemir de placer, mientras notaba como mi pie se empezaba a mojar con sus fluidos. Estaba como poseída, frenética y cuando me canse se admirar los movimientos de su culo la dije que se girara, que quería verla la cara. A causa de la excitación y la tensión de los movimiento lo hizo de manera un poco torpe, pero al final lo consiguió. Ya de frente la veía en todo su esplendor erótico, con toda la imagen de degradación moral que ofrecía. Desnuda, brillando de sudor por el esfuerzo, gimiendo de placer como una perra, masturbándose con mi pie como una poseída. Veía como sus tetas vibraban, como se movían de arriba abajo, como su vientre se contraía marcando abdominales y como su vagina se deformaba con el duro roce de mi pie. Notaba como el momento se aproximaba y quise ponerla un poco mas en tensión.
– ¡¡¡Esther, no quiero que te corras hasta que yo te autorice!!! –la chille–¡¡me has oído!!
– Por favor … mi señor … yo …no…
– ¡¡¡¡ME HAS OIDO!!!! –la chille aun mas fuerte.
– Si ... si … mi señor … si.
Siguió culeando un rato mas. Su cuerpo, totalmente empapado por el esfuerzo, brillaba a la luz de las lámparas del salón. Estaba agotada, era evidente y considere que ya era el momento.
– Esther, quiero que ahora, cuando te lo diga, te corras en mi mano como la puta asquerosa que eres.
No pudo ni contestar, extendí mi mano hacia ella y aproximándose rápidamente de rodillas, puso su vagina en la palma de mi mano y siguió con su frenético movimiento. Para ayudarla, introduje mi dedo medio en el interior. Una oleada aun mas fuerte la invadió llevándola casi al éxtasis.
– Por favor … mi señor … yo … yo … ya… –balbuceo.
– Mírame a los ojos Esther, –la dije para acentuar mi poder sobre ella y mientras lo hacia la ordene– ¡CORRETE!
Vi perfectamente, como sus ojos se ponían en blanco y su boca se habría como emitiendo un grito mudo, mientras se contraía y se apoyaba en mi brazo. A continuación exhaló ese gemido profundo y ronco que ya me es familiar. La atraje hacia mi y apoyo su cabeza en mi pecho. Con la mano izquierda la acariciaba el cabello, mientras la derecha continuaba en su vagina. Su cuerpo sudoroso temblaba por el esfuerzo realizado y por el trallazo orgásmico que había tenido. La notaba muy agotada y repare en el hecho de que desde que entre en esa casa no habíamos comido nada y ella, incluso, ni siquiera había ido a baño a hacer sus cosas, y eso fue hace diez horas mas o menos.
Cogí mi camisa, que andaba por ahí tirada y se la puse por la espalda para que no cogiera frío por lo sudada que estaba. La deje reposar un rato.
– ¿Mañana por la mañana que tienes que hacer? –la pregunte cuando vi que podía ya responder, –¿tienes que ir a algún sitio?
– No mi señor.
– ¿Quieres que sigamos con esto cariño?
Contesto afirmativamente moviendo la cabeza mientras continuaba apoyada en mi pecho.
– Entonces vamos a hacer lo siguiente mi amor. Para terminar por ahora quiero que me la chupes, con tu corrida me has dejado la polla a punto de explotar. Después vamos a picar algo, supongo que tendrás hambre y luego te duchare otra vez que estas un poco guarra. A continuación dormiremos unas horas y mañana seguiré explorando tus agujeros pendientes. ¿Qué te parece?
Volvió a mover su cabeza afirmativamente mientras se incorporaba y buscaba con sorprendente avidez mi pene. Se lo introdujo en la boca y comenzó a chupar, ya sabia como hacerlo y nuevamente demostró una pericia de profesional. Aun así, de vez en cuando la cogía la cabeza y se la guiaba para que introdujera su lengua en mi ano y lo hacia con devoción y entrega. Unos minutos después me corrí en su boca mientras Esther continuaba acariciando con su lengua mi sensible glande. Quise desatarla pero no me dejo, quería permanecer así. Fuimos a la cocina, picamos algo de fruta y abrimos una lata de piña. Yo la partía en trocitos y con el tenedor se lo introducía en la boca. Cuando no quiso mas, prepare un zumo de naranja y lo bebimos entre los dos. La lleve al dormitorio y de allí a baño. Un poco avergonzada me indico que quería sentarse a hacer cosas mayores. La senté y cuando termino la limpie el culo y la ayude a entrar en la bañera. Yo también lo hice y nos mojamos, nos enjabonamos, nos enjuagamos y nos secamos.
Regresamos al dormitorio y comencé a quitarla las cuerdas que la aprisionaban los brazos a pesar de su resistencia.
– No voy a permitir que te duermas atada de esa manera, no pude ser bueno y te puedes hacer daño.
Mire su cara enfurruñada de niña mala y cuando termine la dije cediendo.
– Vale, te atare las manos de otra manera para que puedas dormir mejor, –y después de pensarlo unos segundos añadí– y como has sido buena te voy a hacer un regalo para que lo tengas toda la noche.
La cara se la ilumino y me miro con la incertidumbre de no saber a que me refería. Yo la mire sonriendo pero no la dije nada. Descubrí el vaso de whisky que en algún momento puse en la mesilla y que estaba por la mitad. Me senté en la cama, cogí el vaso y le di un buen trago. Joder , que bueno que estaba. Esther se sentó a mi lado, cogió el vaso de mi mano, se lo acerco a los labios y dio un medio sorbo. Casi la dio algo, se contrajo haciendo muecas de forma exagerada y sus pezones se pusieron como piedras
– Joder cariño, con los orgasmos no hacías tantos gestos, –la dije divertido– ¿es que nunca lo habías probado?
– No, Moncho no me deja –me dijo moviendo la cabeza de un lado a otro– hoy estoy por romper la reglas, nunca pensé que le pondría los cuernos y ya ves mi señor.
La pase el brazo por los hombros mientras me devolvía el vaso.
– ¿Seguro que no quieres mas? –la pregunte riendo.
– No mi señor, nunca bebo alcohol, no me gusta, solo vino si en bueno y esporádicamente.
– Venga vamos a dormir que nos hace falta, –y cogiendo la cuerda la pregunte– ¿tienes vaselina?
Me dijo donde estaba y fui a por ella. Cuando regrese, Esther estaba sentada sobre sus talones, con las piernas muy separadas y con su chochito directamente encima de la cama.
– Necesito unas bragas de las antiguas, de las de antes.
– Pues de esas no tengo, soy joven, solo uso tangas. Como no quieras unas mayas cortas del gimnasio. Están en ese cajón.
Me dirigí allí y las cogí. Regrese a su lado y se las di para que se las pusiera. Cuando lo hizo, la ate con un nudo no muy apretado las manos que quedaron a la altura de su trasero. La incline el cuerpo hacia delante, la baje la maya dejando sus nalgas al aire y comencé a untar con vaselina su orificio anal. Movía los dedos haciendo círculos alrededor de su agujero. Esther permanecía en silencio mientras su respiración se iba haciendo mas intenta. Cogí un poco mas de vaselina e introduje un dedo en su interior, despacio, pausadamente, notando la estreches de su orificio virgen. Cuando estuvo dentro comencé a sacarlo y a meterlo hasta que la presión disminuyo, momento en el que introduje un segundo dedo. Esther complacida, arqueo la espalda ligeramente mientras comenzaba a gemir. Seguí con los dos dedos hasta que sin aviso la introduje el consolador. Lo moví durante unos instante y la subí la maya aprisionando el aparato para que no se saliera. Aparte la colcha y nos metimos dentro mientras me miraba con ojos interrogantes. La bese en la boca con intensidad y apague la luz.
– Duérmete cariño que lo necesitas, mañana seguiremos … y no juegues con el consolador.
– No juego mi señor.