ESTHER (capitulo 29)
Termina su viaje a Austria
Me levante a la seis de la mañana y a las seis y media desperté a Esther. El desayuno estaba preparado y a las siete en punto subíamos al vehículo que el aparcacoches del hotel tenia preparado en la puerta. Salimos de Viena antes de que empezara fuerte la hora punta, pero Esther ni se entero. Cinco minutos después de salir ya estaba durmiendo y lo estuvo casi todo el viaje. Se perdió el fantástico y nevado paisaje austriaco. La desperté cuando pare a orilla del lago Attersee, uno de los mas grandes, ya cerca de Saltzburgo.
– Estos lagos tienen una protección ecológica total. En varios de ellos están prohibidos las embarcaciones de motor, solo se permiten a vela o eléctricos, –la comente.
– Es precioso mi señor. Que maravilla y rodeado de montañas.
Nos subimos de nuevo al coche y partimos hacia el cercano pueblo de Sankt Gilgen. Cuando llegamos, resulto que estaban en fiestas y a pesar de ser las diez de la mañana, un montón de gente con trajes tradicionales paseaba por sus calles.
– Como ves, por aquí no tienen problemas en ponerse el traje tradicional y defender su identidad rural. En España nos creemos tan modernos que lo consideramos casposo, retrogrado o anticuado.
Esther iba de un lado a otro fotografiándolo todo, incluso a los lugareños que no tenían el mas mínimos problema en posar. Estaba encantada a pesar del frío, incluso con sol, no estaríamos a mas de dos o tres grados. Y es que estas zonas alpinas es lo que tiene. Continuamos hacia Saltzburgo pasando por la montaña Untersberg, la mas famosa de la zona por su teleférico y por la puerta del equipo austriaco de F1, Red Bull.
Estacionamos el coche en Salzburgo y nos dirigimos andando hacia el puente Makartsteg, junto al hotel Sacher, para pasar a la zona mas histórica de la ciudad. Entramos en la peatonal Griesgasse, para visitar el museo Mozart y dirigirnos posteriormente a la catedral. A continuación subimos al castillo Hohensalzburg en el tren de cremallera.
– Que distinto es esto mi señor, no me lo esperaba así, –me dijo.
– ¿Creías que seria mas imperial, mi amor?
– Si, mas al estilo de Viena mi señor, pero no tiene nada que ver, es otra historia, no se, es como mas rural.
– ¿Pero te gusta …?
– ¡Me encanta mi señor! –me interrumpió.
Cuando bajamos del castillo, fuimos a una taberna típica cercana a la catedral para almorzar.
– Creo que la especialidad es el codillo, –la comente en plan gracioso
–¡Ja, ja, ja, me parto de la risa! –y añadió–. Solo quiero una salchicha.
– Aquí no podemos mi amor, hay mucha gente, –la dije vacilándola-. Seria mejor esperar a un lugar mas adecuado.
– Anda mira, y luego tú, me dices a mi, que solo pienso en eso, –y añadió con retintín–, mi señor.
Después de almorzar continuamos con la visita y la lleve a un sitio muy especial cercano a la catedral y a los pies del castillo.
– Mi señor, esto es un cementerio, –me dijo cuando traspasamos la puerta que da acceso al cementerio de Stiftskirche.
– ¿No te gustan los cementerio, mi amor? –la dije con una sonrisa.
– Ni me gustan, ni me dejan de gustar mi señor, pero es que aquí hay gente muerta.
– Es un cementerio muy peculiar, tiene tumbas normales y catacumbas. Las hicieron ermitaños y cuando se fueron, o se murieron, vete tu a saber, los del pueblo las usaron como criptas y panteones.
– ¡Joder que listos!
– Además tiene muchas leyendas. La mas graciosa es la de aquellas siete cruces que ves allí, –la dije señalando un grupo de cruces que están casi apelotonadas–. Resulta que un albañil, un tal Sebastian no se que, asesinó y posteriormente enterró, a seis esposas, atándolas, amordazándolas y haciéndolas cosquillas hasta que morían de risa. Como no había causa aparente nadie sospechaba nada hasta que la séptima se escapo y lo contó.
– Por Dios, no me lo puedo creer mi señor.
El cementerio estaba vacío, éramos los únicos visitantes y se respiraba un ambiente de paz total. Mientras charlábamos fuimos subiendo las escaleras que conducen a las criptas, y entramos en una de ellas. La lleve hasta el fondo y cogiéndola por la cintura, la atraje hacia mi y la bese en la boca.
– ¡No, no, no, mi señor! –me dijo con cara de pánico mientras intentaba zafarse de mis brazos.
– ¡Si, si, y si, mi amor! –y sin dejar de besarla, la desabroche el pantalón y se lo baje, dejándola con el culo al aire. La di la vuelta, la incline el cuerpo hacia delante y, sacándome la polla se la metí hasta el fondo con las necesarias precauciones para no hacerla daño. Mientras la follaba, con la mano la estimulaba el clítoris y a los pocos segundos ya estaba gimiendo. Esther, para mantener el equilibrio se sujetaba a la cruz de hierro barroca de una de las tumbas, que se cimbreaba hacia adelante y atrás con claro riesgo de romperse. Su blanco trasero emergía por la parte baja del plumas, mientras de su boca salía un chorro de vaho al son de sus gemidos. Desde luego el que estaba allí enterrado estaba bien muerto, porque si no se hubiera levantado cabreado con semejante follón. Se empezaron a oír voces de turistas que entraban por la puerta y eso debió de excitar mas a Esther que aumento el volumen de sus gemidos y se corrió. Yo seguí bombeando y cuando pude me corrí sin esperarla a su segundo. No estaba el horno para bollos. En cuclillas, apoyada en la tumba se estuvo limpiando con unos clínex mientras estirando el cuello vigilaba a los turistas. Cuando se incorporo subiéndose los pantalones, tenia la cara acalorada y roja como un tomate.
– ¡Pareces Heidi! –la dije echándome a reír.
Los turistas, que debían ser norteamericanos por su forma de mascar la palabras inglesas, o australianos, llegaron hacia la cripta donde estábamos nosotros y Esther para disimular se puso a sacar fotos como una loca, totalmente azorada.
Salimos del cementerio y paseando con tranquilidad regresamos al coche llevando de la mano a una muy silenciosa Esther.
– ¡Mi señor, no me puedo creer que me hallas follado en un cementerio! –dijo al fin.
– ¿No te ha gustado mi amor?
– ¡Pues claro que me ha gustado! No se trata de eso.
– ¿Pues entonces de que se trata? –la pregunte sin entender.
– Te lo repito mi señor. Ahí hay había gente muerta.
– Pues no he oído a ninguno que se quejara, y menos al que casi le arrancas la cruz.
– Mi señor, no me hagas reír … –y se hecho a reír.
– Me ha parecido ver que alguna lapida se levantaba, –la dije haciendo un típico gesto con el brazo.
– ¡No sea tonto! –grito sin parar de reír.
– Además, me dijiste que querías salchicha, y sabes que para mi, tus deseos son ordenes, –estuvo un buen rato riendo sin parar.
Sobre las ocho de la tarde llegamos al hotel y subimos a la suite. Pedimos algo de cenar y nos quedamos sin salir, jugueteando como adolescentes salidos. Antes, Esther estuvo ultimando con el mayordomo los preparativos para el estreno de dos días después. Noche de estreno en la opera de Viena, y por lo tanto mucho mas exclusivo que una noche normal. Peluquero, manicura, maquilladora y las doncellas que previamente se llevarían el vestido para plancharlo un poco. Lo mío ya estaba todo hablado, para el esmoquin no necesitaba ayuda y un coche de lujo del hotel nos llevaría a la Opera.
Por la mañana, a primera hora, el mayordomo informo a Esther que alguien de la ORF, la televisión publica austriaca, una redactora, deseaba hablar con ella. Estaba esperando abajo.
– Si la señora lo desea, la puedo decir que no puede recibirla, – la dijo al ver la cara de desagrado de Esther, y añadió–, pero la ORF son gente seria.
Accedió a recibirla en la suite después de desayunar. Cuando terminamos, pasamos por donde estaba esperándonos, la recogimos y subimos a la habitación. Las dos se sentaron en el sofá, mientras yo me mantuve en un segundo plano ojeando el Financial Times. La ORF iba a realizar un gran despliegue de cara al estreno del día siguiente, e incluía un reportaje que se emitiría posteriormente con el seguimiento de cuatro personas que asistirían a la opera, desde por la mañana hasta el regreso al hotel después de la representación. Incluso la filmarían dentro del Staatsoper. No me hacia gracia la idea de exhibir a Esther por la televisión, tal y como estaban las cosas con lo ultimo de Moncho, pero veía en sus ojillos la coquetería disparada, y no abrí la boca.
Salimos hacia la Catedral de San Esteban, que todavía no habíamos visitado y estuvimos toda la mañana callejeando por esa zona de Viena hasta el otro lado del río. Para almorzar, nos dimos una caminata de narices hasta las inmediaciones del Palacio Imperial Hofburg y entramos en el Restaurante Riegi, con una estrella Michelin. No teníamos reserva y en un principio se excusaron por no poder atendernos, pero cuando ya nos íbamos, una de las camareras reconoció a Esther y todo cambio. Milagrosamente apareció una mesa libre, en medio de un mar de disculpas. Cosas de la fama.
Cuando terminamos de almorzar, nos fuimos en taxi hasta la zona de Naschmarkt, un antiguo mercado, donde ahora hay muchas tiendas, bodegas, cafeterías y restaurantes. Es una zona ciertamente muy animada. Desde allí seguimos paseando hasta llegar al mítico Café Sperl. A Esther la encanto este antiguo café de suelos de madera, abierto en 1.880. Lógicamente pedimos la especialidad de la casa, la tarta Sperl.
Cuando llegamos al hotel, Esther se fue a ver al masajista del hotel, tenia los pies destrozados de andar. La verdad es que nos habíamos dado una caminata de cojones.
Esa noche, cuando estuvimos en la cama, la abrace. Me encanta tener su cuerpecito desnudo entre mis brazos, y se que a ella tambien la encanta. Pase su pierna por encima de mi y la penetre mientras seguíamos abrazados. Simplemente la penetre mientras la besaba, y cuando Esther intentaba culear la paraba, no se lo permitía. Quería tenerla así, ardiente, y notar las contracciones de su vagina en un intento de conseguir placer. Su deseo aumentaba mientras con la boca recorría mis pectorales emitiendo gemidos entrecortados, pero seguía sin permitirla moverse.
– ¿Quieres correrte, cariño?
– ¿Si mi señor?
– ¿Y por que no lo haces? –la pregunte mientras la acariciaba el trasero.
– No puedo mi señor, –respondió con voz entrecortada mientras hundía su rostro entre mi pecho y mi axila.
– Si puedes y no te muevas.
– No puedo mi señor, –insistió mientras notaba mientras notaba como su deseo se disparaba.
– Vamos, córrete, Venga, quiero que te corras, vamos, vamos, ¿A que esperas? Venga, venga, –la apremiaba mientras por su respiración notaba que casi estaba–. Vamos, vamos, vamos, córrete, córrete, venga …
– No puedo, no puedo, –me interrumpió con voz entrecortada– no puedo, no puedo, no, no, no …
Tuvo un orgasmo fuerte, y chillo como una poseída mientras notaba su vagina contraerse envolviendo mi pene. Pegue mi boca a la suya y girándome, me puse sobre ella y comencé a follarla con detenimiento, pausadamente, recreándome en el cuerpecito de mi amor. Es impresionante cuando la tengo boca arriba. La volví a abrazar y Esther tuvo otro orgasmo y a los pocos segundos la acompañe. Siempre termino igual, besándola, oliéndola abrazándola durante mucho tiempo. En ocasiones a llegado a tener otro orgasmo con mis caricias.
A la mañana siguiente Esther estaba levantada y preparada cuando subí del gym.
– ¡Joder! Ni que viniera la tele, –bromeé con ella. Lo que no sabia es que ya llevaban rato en el hotel y que incluso me estuvieron filmando mientras entrenaba.
Desde ese momento, un técnico de la ORF con una pequeña cámara, una productora y la redactora la siguieron a todas partes. Después de desayunar salimos a visitar el Kunsthistorisches, el Museo de Historia del Arte, que tiene la mejor colección mundial de Rubens y varios Velazquez notables, entre otras cosas. Gracias a la presencia de las cámaras de televisión, el director del museo en persona nos recibió y nos hizo de guía. Ya se sabe, la magia de la tele. Y Esther estaba encantada. Después del museo fuimos a almorzar al restaurante del Hotel Sacher. Fuimos andando, dando un paseo, y la gente, cuando veían las cámaras reconocían a Esther, y algunos, incluso la pidieron autógrafos. Y claro, en su caso es complicado, porque no se limita a firmar, habla con ellos, reparte besos, en fin, no tiene entrenamiento de famosilla borde y distante. Después del almorzar, regresamos al hotel. Habíamos pactado con la ORF un par de horas de intimidad.
A las cinco regresó el equipo de la tele acompañados por un experto en moda. Cuando las doncellas le mostraron el vestido se quedo impresionado. Incluso la redactora se sorprendió, porque era difícil impresionarle. El vestido es un encargo muy especial que Esther le hizo a Caprile. Le llevo una fotografía del vestido de gala, de estilo imperio, que lucio Audrey Hepburn, en la fiesta de la Reina de Transilvania, en el musical My Fair Lady. Por supuesto, el vestido no era igual, pero estaba inspirado en el, y como ya he dicho, el experto estaba entusiasmado.
– ¡Por fin algo distinto! –no hacia mas que repetir– ¡Que gusto, por Dios!
Estuvo toda la tarde colaborando como estilista con el peluquero, la maquilladora y la manicura. Cuando los de seguridad subieron las joyas, eligió el personalmente las que debía llevar. Desecho las de oro y se inclino por las de plata con amatistas, que es la piedra favorita de Esther, y una diadema oro blanco y brillantes para el pelo, recogido en un moño alto. Y el resultado fue espectacular.
– Mi querida señora, usted no necesita joyas, usted ya lo es, –dijo haciéndola una reverencia.
– No sea adulador, –le respondió Esther–. Seguro que eso se lo dice a todas.
– Madame, procuro que las mujeres pasen por mi vida con sigilo. Se vive mas tranquilo.
Bajamos hasta el hall del hotel, donde nos encontramos con varias parejas muy engalanadas que esperaban el coche que los trasladarían a la opera y que nos miraban de reojo.
– ¡Que mediocridad, por Dios! –repetía continuamente el estilista– Se dejan un montón de dinero en trajes de grandes firmas y no tienen estilo para llevarlos.
– Sea usted comprensivo, –le decía Esther con suavidad, que estaba radiante de felicidad.
– Comprensivo, fíjese en esa vaca metida en un Dior, –la susurro al oído–. Por Dios, habrá comprado dos para hacerse uno.
Las doncellas la colocaron la capa y salimos al exterior. Nosotros no esperamos cola, nuestro coche estaba preparado. Ya en el interior del Staatsoper dejamos las capas en el guardarropa y nos encaminamos al hall principal donde habíamos quedado con Otto y su esposa. Compre cuatro programas y entramos al patio de butacas donde teníamos fila cuatro, pasillo. Siempre seguidos por la televisión. Se percibía un run run de fondo que aumento cuando el Presidente de la República se acercó a saludarnos.
– Señor Presidente, tengo que tener cuidado que usted es peligroso, –le dijo Esther sonriente– que luego me acosan los de la prensa.
– Y no sabe como lo lamente, mi querida señora, –respondió el Presidente.
Seguimos charlando mientras de vez en cuando se nos acercaba alguien a saludarnos, hasta que sonaron las campanas avisando del inminente comienzo de la representación.
En los dos descanso, mas largos de lo habitual, un enjambre de hombres en esmoquin y mujeres engalanadas salían disparados a los cuatro o cinco bares del teatro. Nosotros salimos detrás de la primera andanada y conseguimos cuatro copas de champagne. Muchos saludos, muchos conocidos y cuatro cámaras de televisión circulando por ahí. Bueno, una era la nuestra. Cuando termino la representación y después de despedirnos de todos los que se nos acercaban, salimos y nos dirigimos andando al Korso, donde íbamos a cenar con Otto y su mujer.
El éxito de Esther fue total. Tanto, que mas de la mitad del reportaje lo ocupo Esther y el resto se lo repartieron los demás. En la prensa también apareció alguna fotografía suya.
Al día siguiente por la tarde, salimos hacia Madrid, dando por finalizado nuestro viaje a Austria. En la maleta un montón de revistas, periódicos y varios videos, para enseñárselos a su madre.