ESTHER (capitulo 28)
Despues del exito del baile de la opera, la prensa amarilla los acosa.
Nos levantamos a medio día, directamente para almorzar. A pesar del riesgo que supone socializar con Esther recién despertada, decidimos bajar al restaurante del hotel. El éxito de la noche la transformo, pero de Mister Hyde al Doctor Jekyll. Todo fueron sonrisas, saludos corteses y comentarios amigables para todos los que se acercaron a saludarnos. Pero su coquetería se disparo, cuando la enseñaron la primera pagina de un diario austriaco donde se la veía bailando con el Presidente. También la comentaron que en alguna televisión, había abierto los informativos y se referían a ella como “la bella desconocida”. Cuando subimos a la suite, el mayordomo nos tenia preparado un resumen con lo que se comentaba en prensa y televisión. Incluso en la digital del Financial Times, un suelto comentaba que la encantadora pareja del financiero español había bailado con el Presidente de la Republica durante el Opernball. Alguna prensa amarilla especulaba sobre la posibilidad de que Esther, asistiera al estreno de la Opera del brazo del Presidente. También nos informo, que varios paparazzi y cámaras de televisión se habían apostado en la puerta del hotel y los de seguridad querían saber como debían actuar. Esther estaba abrumada y yo muy preocupado. Hable personalmente con el jefe de seguridad para se llevara este asunto con discreción, pero que colocara vigilancia permanente en la puerta de la suite. También les informe de la llegada de varios escoltas desde España. Esa misma tarde, Isabel, a través de Pinkerton, nos envío dos escoltas mientras nos mandaba a dos de sus primos, que llegaron al día siguiente por la tarde.
Esa tarde Esther tenia previsto salir con la esposa de Otto a visitar el barrio de los Museos mientras nosotros trabajábamos en su despacho. Para distraer la atención de los paparazzi, mientras yo salía por la puerta principal y contestaba con amabilidad a unas cuantas preguntas mal intencionadas, las dos de escabullían por una salida discreta, acompañadas por una escolta de la seguridad del propio hotel.
– ¿Qué tal los museos?, ¿Te han gustado? –la pregunte cuando nos reunimos de nuevo en el hotel.
– Geniales y todos juntos en un espacio que eran las caballerizas del palacio, –y añadió–. Un par de señoras muy amables me han reconocido y he estado charlando con ellas.
– Vamos a salir a cenar fuera, y en la puerta tendrás que contestar a algunas preguntas.
– No estoy segura de si quiero contestar preguntas de esa gente mi señor. Todo esto se esta exagerando …
– ¡Si se esta exagerando! –la interrumpí–. Cuando vean que no hay noticia desaparecerán. Lo mejor es actuar con naturalidad y mucha paciencia.
A las siete y media de la tarde salimos del hotel y nos enfrentamos a una nube de cámaras y micrófonos que como un enjambre enfurecido se abalanzo hacia nosotros. Con la ayuda de varios policías avisados de antemano por el hotel, logre imponer un poco de tranquilidad y orden, mientras los dos escoltas, con muy buenas maneras, impedían que nadie se acercara a Esther. Cuanto todo se tranquilizo, Esther salio de su refugio y los dos nos enfrentamos a las preguntas de los “periodistas”, por llamarlos de alguna manera. La mayor parte fueron formuladas a Esther y durante mas de media hora estuvo atendiendo sus demandas.
Cuando se cansaron de preguntar y vieron que no había mucha tela que cortar, los amarillos fueron desapareciendo y nos quedamos solo en compañía de los serios con los que seguimos departiendo unos minutos. Incluso les dijimos donde íbamos a cenar por si querían ir a tomar alguna imagen. Salieron todos disparados hacia el cercano restaurante Korso, uno de los mas emblemáticos de Viena.
Seguidos por nuestros escoltas nos dirigimos hacia allí, no sin antes llamar al restaurante para que no le pillara por sorpresa la llegada de algunos fotógrafos y televisiones austriacas.
Ya de regreso en la habitación, Esther resoplo como si se liberara de una gran tensión.
– Mi señor, no entiendo como puede haber “famosillos” de esos, que se dedican a esto de la prensa del corazón, –dijo con desden, y con carita de estar harta, añadió–. Créeme si te digo que estoy hasta las pelotas.
– Anda, una gran dama como tu diciendo palabras gordas, –me pitorreé de ella–. Si empiezas así terminaras tirándote pedos.
– ¡Pues hasta los cojones! Que es mas gordo, y si, me tiro pedos a pesar de ser divina de la muerte, –soltó una carcajada y después de una pequeña pausa me pregunto–. ¿Cómo puedes mantener la calma? ¿Como lo haces? Te aseguro que en algún momento me daban ganas de coger a alguna y ahogarla con mis propias manos. En especial a la guarra esa, pecosa y pelirroja.
– Si, la verdad es que la tía era asquerosita.
– Espero que mañana no estén en la puerta cuando salgamos.
– Tranquila mi amor, a lo mejor hay alguno, pero nada como lo de hoy. Ya no somos noticia, –la conteste atrayéndola hacia mi–. Me tienes abandonado, desde esta madrugada no te veo el pelo.
– ¡Serás obseso, mi señor! –me contesto, riendo complacida.
Salio corriendo y regreso con la bolsa de los juguetes. Rebusco en ella y saco el arnés de cintura.
– Hace poco que hemos usado ese, ¿No quieres variar? –la pregunte cuando vi el arnés.
– Yo quiero lo que mi señor quiera, pero este es el que mas me gusta.
– Pues no se hable mas, –y procedí a desnudarla.
Cuando la despoje de la parte superior de su indumentaria, la coloque el arnés y la sujete las manos. La senté en el sillón y la quite los zapatos. La desabroche el pantalón y cogiéndolo por la cintura se lo saque junto con el tanga. La abrace y comencé a besarla en los labios mientras Esther intentaba capturar mi lengua con sus dientes. Cuando me sacie de su boca, la empuje hacia atrás y cogiéndola por los pies, me los lleve a la boca y comencé a chuparlos. Uno a uno, mi lengua paso por todos sus dedos hurgando entre ellos. Mientras mi mano hurgaba en su vagina, pase a su tobillo y fui bajando por su gemelo, su pantorrilla y la cara interna de su muslos hasta llegar al punto clave. Para entonces, Esther ya estaba a punto. En el momento en que mis labios entraron en contacto con su vagina se corrió mientras me apretaba la cabeza con sus muslos. La levante del sillón y la arrodille mientras yo ocupaba su lugar. Apoyado en el respaldo, conduje con las manos la cabeza de Esther hacia abajo, hasta que mi polla entro en su boca. La deje chupar a su aire, pero en ocasiones la agarraba la cabeza y la hacia chupar mi orificio anal.
– Mi señor, por favor, córrete en mi cara, –me dijo suplicante.
Y así lo hice, la cogí por la nuca y agarrándome la polla con la mano para retener un poco y que saliera con mas fuerza, me corrí en su cara. Esther recibió mi esperma como estampido. Estaba en éxtasis, con un dedo fui recogiendo todo el abundante semen que pringaba su cara y se lo acercaba a la boca para que lo fuera tragando. Cuando no quedo nada, la lave la cara con una toalla y la lleve a la cama. La puse de rodillas sobre ella con las piernas bien separadas, e incline su cuerpo hacia delante. Con dos correas sujete sus muslos a la cintura inmovilizándola. Finalmente, con un coletero que nunca falta en la bolsa de los juguetes la sujete los dedos gordos de los pies entre si. La arrastre hasta una esquina de la cama dejándola con el trasero hacia fuera y ya la tenia preparada. Acerque una descalzadota y me senté. Tenia su zona genital al alcance y sus pies rozaban mi pene cuando yo quería. Con la bolsa de los juguetes a mi lado, fui sacando juguetitos como los que fui haciendo cositas a Esther, que estaba como loca. Chillaba, gruñía, berreaba y lloraba por igual. Sus orgasmos se encadenaban creando un hilillo continuo de liquido blanco que resbalaba por la cara interna de su muslo. Unte de lubricante el hueco interno de sus pies, e introduje mi pene en el mientras con un vibrador de cuatro centímetros de diámetro, debidamente lubricado, la penetre el ano. Mientras el vibrador entraba y salía rítmicamente, seguía follándome sus pies y en ocasiones la pasaba mi glande por las plantas. Sin sacar el vibrador de su ano, me levante y la penetre por la vagina. La estuve follando hasta que nos corrimos casi a la vez, primero ella y luego yo.
Al día siguiente comenzamos nuestras actividades turísticas que en una ciudad como Viena son enormes. Comenzando por el descomunal Palacio Imperial Hofburg y acabando por el palacio de verano, el Palacio Schönbrunn. Sobre medio día, y ante de ir a este ultimo, pasamos por el Belvedere para admirar la obra de Gustav Klimt. Como ya era hora de almorzar la lleve a un restaurante que hay anexo al museo, el Salm Bräu, una típica taberna austriaca con grandes mesas de madera y bancos corridos.
– Cariño, aquí la especialidad es el codillo austriaco, –la dije.
– A pues yo quiero de eso mi señor, –contesto muy decidida.
El camarero comenzó a comentarla que el codillo es demasiado grande para ella, pero rectifico cuando vio que le guiñaba un ojo. Para mi pedí una tabla de quesos, consciente de que iba a tener que ayudarla con el codillo. Y para beber, cerveza. Cuando la trajeron el codillo y la jarra de un litro de cerveza, casi se cae del banco. Puso tal cara de terror que el camarero y yo no pudimos remediarlo y nos echamos a reír.
– Si la señora se lo termina todo, les invita la casa, –dijo el camarero todavía riéndose.
– Edu, yo no puedo comerme todo esto, –me dijo Esther con cara de terror.
Entre los dos lo terminamos, y tengo que reconocer que Esther comió mas de lo que yo esperaba. Y la verdad es que estaba buenísimo. Cuando salimos del restaurante, entre el litro de cerveza y los chupitos que nos invito el camarero, Esther iba pelín alegre, por decirlo de manera suave.
– Mi señor, parezco una vaca, –me dijo con la lengua un poco pastosa–. Es mas, parezco una vaca embarazada, mira que tripón.
– ¿Sabes lo que vamos a hacer? –la dije riendo–. Como te veo un poquito perjudicada, vamos a dar un largo paseo hasta el Prater, para que des vueltas en la noria.
– No estoy perjudicada.
– Bueno vale, pero vamos a dar el paseo, –la dije con paciencia.
Recorrimos los casi dos kilómetros que nos separaban del Prater dando un paseo. A Esther, la noria la encanto.
– ¡Que noria tan rara, mi señor!
– Es muy famosa, ¿Nunca habías oído hablar de esta noria? –la pregunte un poco … estupefacto.
– Pues no, ¿Que tiene de especial aparte de ser muy chula? –no me lo podía creer.
– Es una de las primeras norias que se construyeron, a finales del siglo XIX. Lo hicieron para conmemorar el cincuenta aniversario de la coronación del rey Francisco José. Pero es mas famosa por la película El tercer hombre, una película británica de Carol Reed, con Orson Welles y Joseph Cotten.
– ¿Quién es Joseph Cotten, mi señor?
– Un actor americano, –y preferí dar por zanjada la cuestión–. ¿No vas a sacar fotos mi amor?
Cuando regresamos al hotel, me dijo que no tenia ganas de cenar y cuando la vi desnuda me eché a reír. Tenia un tripón descomunal.
– No te rías mi señor, estoy haciendo la digestión de la boa.
No salimos a cenar y me baje un rato al gym. Cuando regrese, pedí algo de picar y nos quedamos en la suite tan ricamente. Mientras revisaba los correos de mi ordenador, Esther retozaba desnuda sobre el sofá, como una gatita en celo. Me encanta verla así, jugueteando con su cuerpo, pero hacia que la ignoraba. Yo se que eso la excita mas y me facilita mucho mi deporte favorito, provocarla orgasmos. Como tenia muchos correos y la cosa se alargaba, Esther comenzó a masturbarse con la mano, pero se lo prohibí.
– ¡Esther! No quiero que te toques entre las piernas ¡Entendido!
– Si mi señor.
Seguí trabajando con los correos. Desde el sillón donde estaba, con solo levantar la vista la veía perfectamente retozar a escasos dos o tres meros de mi. Se perfectamente, que estaba cardiaca. Se interpretar con precisión sus mensajes corporales.
Cuando termine, cerré el ordenador y lo puse sobre la mesita auxiliar. Me quede mirando con detenimiento a Esther que seguía retozando sin tocarse los genitales.
– Ponte de rodillas. Separa bien las piernas. Dame la espalda. Inclínate hacia delante, –la ordene.
Obedeció de inmediato. La hice permanecer en esa postura un par de minutos mientras observaba con deleite su vagina, oscurecida por el deseo.
– Con un dedo, acaríciate el ano, –la volví a ordenar, y adivinando sus intenciones añadí–. Pero no te lo metas.
Mientras lo hacia me desnude y volví a sentarme en el sillón. Cuando percibí que podría tener un orgasmo la ordene parar y obedeció de inmediato. En esa postura, se la marcan todas las costillas, mucho mas con la respiración agitada, y me encanta.
– Bájate del sofá y ven hacia mi de rodillas, y las manos a la espalda.
Cuando llego a mi, la coloque entre mis piernas, y mientras la amasaba las nalgas la olisqueaba los pechos. Nunca me cansare de decir lo bien que huele. Atrape uno se sus pezones con los dientes y lo succione. Cuando me canse, hice lo mismo con el otro. Se le pusieron como piedras. Mis manos abandonaron sus nalgas y acariciaron sus pechos con energía mientras sus pezones rebotaban entre mis dedos.
– Vamos, chupamela.
Se inclino y con las manos en la espalda comenzó a chupar con su pericia habitual. No aguante mucho, ni quise la verdad, y a los pocos segundos me corrí, llenándola la boca de semen. La incorpore, introduje mi mano entre sus piernas, y mi dedo medio se deslizo en su interior.
– Vamos, mueve las caderas.
Mientras lo hacia la pellizcaba los pezones, y cuando estaba apunto la ordenaba parar, y comenzar, y parar. Esther gemía y lloraba por igual. Así varias veces hasta que por fin la deje correrse con un orgasmo tremendo que la dejo sin fuerzas recostada sobre mi pecho. Seguí con mi dedo en su interior alargándola el éxtasis todo lo que pude, quería premiar su obediencia. Cuando se calmo, la deje tocarme. Me abrazo mientras pasaba su cara por mi pecho. Sus manos fueron ascendiendo hasta tocar mis pectorales, mientras su boca bajaba hasta mi abdomen. No se detuvo mucho tiempo ahí, y siguió hacia abajo hasta encontrar la punta de mi pene que lógicamente encontró prácticamente erecto. Antes de metérselo en la boca estuvo jugueteando con su lengua mientras con una mano me sujetaba la polla. Se la fue introduciendo poco a poco, primero la punta, donde se detuvo un rato. Después el resto. La deje hacer un rato y me levante, la cogí en brazos y me dirigí al dormitorio. Mientras la llevaba se puso a besarme en la boca y no me dejaba ver.
– Mi amor, que nos la vamos a pegar, –la dije cargado de razón, lo que provoco una carcajada por su parte.
La tumbe con cuidado sobre la cama y deslice mi boca entre sus piernas. Mi lengua recorría toda su vagina de arriba abajo y unos instantes después se volvió a correr mientras la atacaba con decisión el clítoris. Todavía estaba recuperándose cuando la monte y la penetre de golpe hasta el fondo. Sabia que no la iba a hacer daño, al contrario. Gimió y chillo como una loca hasta que logre sincronizarme con ella y nos corrimos juntos en un mar de besos y caricias.
Nos duchamos y la serví una copa de champagne cuando nos sentamos en el sofá.
– Mañana tenemos que madrugar, mi amor.
– ¡Jo, mi señor! ¿Por qué?
– Vamos a ir a Salzburgo, cariño, y hay 200 kilómetros. Además antes de llegar quiero que veas la zona de los lagos.
– ¡Ah, donde nació Johannes Chrysostomus Theophilus! –exclamo la cachonda.
– Ahí mismo.
– ¿Nos llevan o vamos nosotros, mi señor?
– Nosotros, he alquilado un híbrido que ya esta abajo.
– Bueno vale, ¿A que hora nos levantamos? –pregunto con resignación.
– Quiero salir a las siete, tu veras a que hora te despierto.
– ¡A las siete menos cinco, mi señor!