ESTHER (capitulo 27)
Nuestros protagonistas llegan a Viena.
Llegamos a Viena en medio de un nevada descomunal, pero como pasa en los países civilizados, la ciudad funcionaba aceptablemente. Un vehículo del Grand Hotel nos recogió en el aeropuerto para trasladarnos a él, donde ocupamos la suite Presidencial. Nos recibió el director en persona. El mayordomo que teníamos asignado se encargo de que subieran el baúl de seguridad que una semana antes habíamos enviado. Esther flipaba en colores, esto era todavía mas lujoso que el hotel de Venecia, y además era la primera vez que tenia mayordomo. Con su ayuda y el de una camarera, se encargo de deshacer todo el equipaje. Por indicación mía, el mayordomo bajo las joyas de Esther a la caja fuerte del hotel.
– ¿Dónde vamos a cenar? –pregunto Esther. Entre unas cosas y otras, eran las siete de la tarde.
– ¿Te apetece en el hotel o prefieres fuera?
– Me apetece salir fuera.
– Conozco una especie de bistró, el Palmenhaus, que te va a gustar, –y le hice una indicación al mayordomo para que nos prepararan un vehículo.
– ¿Esta lejos? –pregunto Esther–. Preferiría andar si no esta muy lejos.
– Entonces vamos andando, en un cuarto de hora nos plantamos allí, mi amor.
Con una Esther metida en su superplumas, con el que parecía el muñeco de Michelin, gorro, bufanda, guantes y botas nórdicas, salimos del hotel y subimos por la Opernring en dirección al Staatsoper, el principal teatro de la opera de Viena. En el exterior del teatro la actividad era frenética con los preparativos.
– Mañana por la noche entraremos en el para el baile, –la dije cuando pasamos por delante del edificio. Esther estaba muy graciosa, solo se la veían los ojillos.
– Esta muy cerca del hotel, podemos venir andando, –dijo con ingenuidad.
– Mañana tienes que estar deslumbrante mi amor y eso a ti no te cuesta trabajo porque ya lo eres. Mi socio y yo esperamos afianzar buenos contactos. Mañana aquí, va a estar todo el que es alguien en Austria y un poco en Alemania. Comercial y políticamente.
– Bueno, mi señor, pero podemos venir andando, –insistió.
– No mi amor, mañana vas a llegar al baile como una reina, te lo aseguro, –y sonriéndola añadí–. Ya esta todo preparado.
Mientras conversábamos, llegamos al Burggarten, el parque junto al que esta el restaurante. Y como yo ya suponía la encanto. Esta en el interior de un invernadero que linda al noreste con el parque y es un lugar ciertamente agradable y muy animado. Pedimos un par de platos para compartir y una botella de vino blanco austriaco. Estuvimos hasta casi las once de la noche charlando, hasta que se acabo el vino. La puse al corriente de todos los pormenores del baile.
– Mañana no te levantes pronto, duerme hasta que te canses, –la dije riendo–. El baile termina a las cinco de la madrugada.
– No te defraudare mi señor, me esforzare en ser agradable.
– En eso no tienes que esforzarte cariño, solo tienes que ser tu misma, –la dije mientras la acariciaba la mejilla–. Además, tu nunca me podrías defraudar.
– ¿Y eso como va mi señor, tendremos una mesa para sentarnos?
– Tenemos un palco en la primera planta …
– Un palco, –me interrumpió entusiasmada–. ¡Que güay!
– En el estaremos Otto con su mujer y nosotros. Habrá mucha seguridad, El Presidente de Austria, el gobierno en pleno y muchísimos altos cargos. A los que hay que añadir banqueros, millonarios de todo tipo, actores, en fin, todo tipo de fauna.
– ¿Y como has conseguido un palco? –pregunto–. Porque supongo que estarán muy solicitados.
– En la reventa.
– Anda ya.
– Te lo digo en serio, he pagado 27.000 € por un palco que vale 17.000.
– ¡Millonarios revendiendo palcos! –exclamo flipando–. No me lo puedo creer.
– Así están las cosas mi amor. Hay mucho millonario de pacotilla, mucho quiero y no puedo.
– ¿A ti la crisis no te ha afectado mi señor?
– Bueno cariño, digamos que ahora gano un poco menos que antes, –la respondí–. Pero no me importa, yo no soy un coleccionista de millones. Gano de sobra para vivir como quiero.
– Pero mi señor, ¿Tus empresas en España, no tienen problemas? Gran parte de tus amigos trabajan en ellas.
– No hay ningún problema, al contrario, en cierta manera esta crisis a mi me ha venido bien.
– En que sentido mi señor.
– Siempre me he negado a traficar con hipotecas. O a invertir en terrenos sobrevalorados e inmobiliarias. O a invertir en materias primas y futuros, eso me parece moralmente inaceptable. Todo lo que ha pasado se veía venir desde hace muchos años. Desde que estallo la crisis he ido comprando pisos y apartamentos tirados de precio, que he puesto en alquiler. En Madrid tengo unos 250 y 50 en Barcelona y solo eso me reporta mas de 140.000 € brutos al mes.
– ¿140.000 al mes?
– Sabes, en España hay mucho listo que ha querido enriquecerse rápidamente machacando o engañando a los que tiene debajo sin el mas mínimo escrúpulo en hacerlo. Políticos de todo signo y color, empresarios de medio pelo y de supuesto prestigio, banqueros. Que la gente tenga estabilidad en sus trabajos y pueda gastar y ahorrar, en bueno para los negocios y es bueno para mi. ¿Sabias que en España hay 550.000 cargos políticos? Casi el doble que en Italia, y casi el triple que en el Reino Unido y Alemania. Y todos metiendo la mano en la caja, pero de ahí no recortan. Desde la restauración de Fernando VII, la historia de España el una historia de sinvergüenzas de uno u otro signo y seguimos igual, nos siguen engañando, y lo que es peor, lo seguimos aceptando.
– Mi señor, te estas calentando.
– Si, ya esta bien de mitin, vamos a dejarlo porque me enciendo, –y cogiéndola de la mano, añadí–. Cuando lleguemos al hotel te voy a echar un polvo que te vas a cagar.
Salimos del Palmenhaus y regresamos andando hasta el hotel. Ya en la habitación, despedimos al servicio hasta el día siguiente y me dedique a despojar a Esther de todo lo que llevaba encima. Y tarde bastante, llevaba mas capas que una cebolla, pero al final, debajo de todo estaba ese maravilloso cuerpo que me vuelve loco. Me desnude y me senté en un sillón estilo imperio, sentándolas a ella sobre mis piernas. Se recostó sobre mi hombro y la estuve besando sin descanso mientras mi mano, y algún que otro dedo hurgaban en su vagina. Como me gusta hacerla gozar, es mi pasatiempo favorito. Sus gemidos subieron en intensidad cuando la llego el primero. La baje al suelo, y poniéndola en cuatro la penetre desde atrás mientras la sujetaba por las caderas. Mientras la follaba, la unte vaselina en el ano y la fui penetrando alternativamente por ahí, y por la vagina. Cuando estaba a punto de correrme, me quede en su ano y la atraje hacia mi. Mientras la estimulaba el clítoris con la mano, la mordía el cuello. Nos corrimos juntos y note en mi mano los jugos que expulsaba.
Obediente, Esther estuvo durmiendo hasta mediodía, la verdad es que no hay que animarla mucho. Yo, como me desperté pronto, baje al gym del hotel. Ya por la tarde y antes de que comenzaran a subir para preparar a Esther, nos tumbamos en la cama y estuvimos amándonos en un 69 eterno. Sus labios recorrían mi pene en toda su longitud hasta que desaparecía totalmente en el interior de su boca y parte de su garganta. Abrazado a su cadera, mi boca no se separaba de su vagina, que se ofrecía a mi totalmente expuesta. Cuando me corrí la primera vez, Esther siguió incansable con su fantástica lengua empeñada en conseguirlo una segunda vez. En cuanto a ella, no se cuantas veces se corrió, perdí la cuenta, mas teniendo en cuenta que en ocasiones, encadena tan rápido los orgasmos que parecen uno solo. Sin duda, si la metieran en la maquina orgásmica de Barbarella, la fundiría como ella.
Antes que llegaran para prepararla, se fue a duchar y al poco tiempo comenzaron a llegar peluquero, manicura, maquilladora, una par de doncellas y la costurera. El que lo tuvo mas complicado fue el primero, a causa de la cortísima melena de Esther, pero la puso una extensiones y logro colocarla la diadema de perlas y brillantes que la regale en Italia, y que habían subido los de seguridad del hotel. Con un vestido azul asimétrico que tapaba la cicatriz de su hombro izquierdo y ligera cola, de Caprile, y guantes largos por encima del codo, estaba espectacular. Yo, sobre el frac llevaba una capa española y Esther, cuando bajábamos hacia el vestíbulo, iba llamando la atención de lo preciosísima que estaba. Antes de salir al exterior, las doncellas la colocaron sobre los hombros la capa que también la regale en Italia. En la puerta nos esperaba un Rolls para recorrer los escasos cien metros que nos separaba del teatro. La entrada principal del Staatsoper, estaba cubierta de una carpa de color rojo para facilitar la llegada de los vehículos VIPS. Cuando llegamos, un empleado del hotel nos abrió la puerta del vehículo y una doncella, que venia acompañándonos en el coche ayudo a Esther a sacar el vestido fuera. Entramos en el teatro bajo una expectación absoluta y murmullos de admiración. Una vez dentro, la doncella la despojo de la capa y la llevo al ropero junto con la mía. En el hall de entrada nos esperaba Otto y su mujer, una pareja sobradamente conocida en Austria y Alemania, por lo que la expectación aumento. Como quedaban algunos minutos para que comenzara la ceremonia del Baile de Debutantes, previo al baile oficial, Otto nos estuvo presentando a personas clave, personas interesantes de conocer. Esther se desenvolvía perfectamente con su fluido ingles y su derroche de simpatía que es natural en ella. Nos fuimos acercando al palco desde donde vimos el Baile de Debutantes. Pero no estuvimos solos, Otto se encargo de invitar a algunas parejas interesantes que no tenían palco. Cuando los Debutantes acabaron y se dio oficialmente comienzo al baile, Esther y yo bajamos a la pista y estuvimos bastante rato bailando. Desde el palco, la esposa de Otto nos sacaba fotos con la cámara que la entregué. Cuando regresamos al palco, tenia una lista de cuatro o cinco caballeros que querían bailar con ella. Cada dos o tres piezas, regresaba al palco para descansar un poco el tobillo, que con los taconazos lo tenia un poco dolorido. Llegamos a tener seis mujeres sentadas en el palco, mas dos o tres caballeros de pie. Otto, en su libretita no hacia mas que apuntar datos, teléfonos y direcciones y, tanto el como yo, casi agotamos nuestras tarjetas. Llevábamos cuatro horas y todavía quedaban otras tantas, cuando Otto reconoció que tener a Esther era un chollo. Muchas mujeres querían conocerla y detrás de ellas llegaban sus maridos. Su esposa también puso de su parte, arrastrada por la simpatía que derrochaba Esther. Sobre las tres de la madrugada, apareció el Presidente de la República acompañado de su esposa.
– Otto, vengo a que nos presentes a cierta dama de la que llevamos oyendo hablar toda la noche, –dijo el Presidente dirigiéndose a mi amigo y socio.
– Señor Presidente, es un placer para mi presentarle a mis amigos, Esther y Eduardo.
– Ser amigos de Otto y de su esposa para mi, ya es una garantía, –dijo el Presidente estrechándonos la mano.
– Es usted muy amable señor presidente, –le dijo Esther.
– ¿Me permitirá un baile señora? –la pregunto el Presidente.
– Si se lo permite su esposa, no tendré ningún inconveniente y será un honor señor Presidente, –le contesto con una amplia sonrisa, dirigida también a la esposa del presidente.
Bajaron a la pista y estuvieron bailando un par de piezas, ante el revuelo general. Era la primera vez que el Presidente lo hacia con alguien que no era su esposa. Y los fotógrafos se cebaron. Y no me hizo mucha gracia. Mande un WhatsApp a Colibrí explicándole las circunstancias y pidiéndola que rastrease en Internet para ver si había tenido mucha repercusión. A las cinco en punto de la madrugada se dio por finalizado el baile y se organizo un descomunal atasco de limusinas, coches oficiales y taxis. Decidimos dejar que se despejara un poco el follón, mientras tomábamos otra copa de champagne, que era la primera de Esther.
– ¿Querida, no has tomado nada durante toda la noche? –la pregunto la esposa de Otto.
– Te voy a contar un secreto, cuando me paso con el champagne, suelo terminar contando chistes verdes a todo el mundo, y te aseguro que el glamour se me caer de golpe, –la contesto riendo, lo que provoco que Otto casi se atragantara.
– Esther, no me lo puedo creer, –la dijo cuando se recupero.
– Si, si, créetelo. Y además Eduardo se enfada conmigo y dice que ronco como un leñador siberiano, –hizo una pausa mientras nos reíamos y añadió–. Pero yo no me lo creo, soy demasiado fina y glamorosa como para roncar.
– Por supuesto querida.
Nos despedimos de Otto y su mujer y nos subimos al Rolls que nos acercó al hotel. Para ser las cinco y media de la madrugada la actividad en el hall era intensa. Casi los últimos en llegar fuimos nosotros y en la suite, las doncellas ya nos estaban esperando para ayudar a Esther con el vestido, las extensiones y el maquillaje. Tardaron casi tres cuartos de hora en quitarla todo. Yo no necesite ayuda y solo me limite a darle el frac al mayordomo para que lo prepararan para guardarlo, no lo iba a necesitar mas.
Nos dejaron por fin solos, no sin antes dar a las doncellas 50 € a cada una como propina. Me acerque a Esther y agarrándola por las solapas del albornoz, se lo eche hacia atrás y se lo baje hasta la cintura, dejando al descubierto sus pechos.
– ¿Mi señor esta contento, con como han salido las cosas? –pregunto.
– Todo ha salido perfecto, y tu has sido la atracción.
– Ha habido momentos en los que estaba un poco agobiada, con tanta gente rodeándome y saludándome.
– Te voy a tener que vigilar para que nadie te engatuse, –bromeé.
– Eso no va a pasar nunca mi señor.
La levante en vilo y la senté en el sillón mientras yo me arrodillaba ante mi diosa. Termine de apartar el albornoz hacia los lados como quien desembala un tesoro. Me incline sobre ella hasta alcanza sus labios y la estuve besando mientras la sujetaba la cabeza con mis manos. La subí las piernas, la penetre y de inmediato comenzó a gemir. La folle con suavidad hasta que nos corrimos a la vez. Esther estaba muy cansada y lo note. La levante en brazos y la lleve a la cama. Puse el cartel de “no molestar” en la puerta y llame a recepción para que no nos molestaran en toda la mañana.
Cuando regrese a la cama, Esther ya estaba durmiendo. Me tumbe a su lado, la abrace y mientras apretaba mis genitales contra su trasero me quede dormido.