ESTHER (capitulo 25)
¿Que le ocurre a Moncho en la carcel de Tailandia? Esther y su señor viajan al Pirineo.
El ambiente era sofocante en el lúgubre túnel que comunica el modulo central de la prisión de Bangkwang con el cochambroso dispensario que hace las veces de hospital penitenciario. Moncho, con grilletes en los pies como es preceptivo, era conducido por los dos guardias de “confianza” casi en volandas. Claramente había perdido peso. Aquí cada preso tiene que comprar su comida en la cantina de la prisión y los que no tienen dinero, como es el caso, lo tienen jodido. Moncho sobrevive gracias a la aportación que hace la Embajada de España a los presos españoles y por la “protección” del alcaide. El no lo sabe, pero se encamina a la solución definitiva de sus problemas en la prisión.
Entraron en el quirófano donde tres o cuatro tailandeses en bata blanca aguardaban. Sin contemplaciones, entre los guardias y los de la bata lo tumban en la mesa de operaciones. Uno de ellos, le pone una mascara de algodón, con un fuerte olor dulzón a cloroformo que en principio le medio asfixian. La visión se le nubla y pierde la consciencia como si cayera por un pozo alejándose de la luz.
Despierta en una sucia habitación individual con un fuerte dolor de cabeza. Un arnés, sujeto a los laterales de la cama, rodea su cintura y aprisiona sus muñecas. Una botella de suero cuelga alto del soporte de la cama y gotea en la vía que pincha su muñeca. Mira en todas direcciones con ansiedad y repara en un grupo de gasas que le tapan toda la zona genital sujeto con esparadrapo por la parte superior.
– ¡Hijos de puta! –vocifero aterrorizado– ¿Qué me habéis hecho cabrones?
Durante un rato estuvo chillando hasta que la garganta se le puso en carne viva y se quedo ronco. Cuando dejó de chillar, dos tipos en bata, acompañados por un guardia y por el alcaide entraron en la habitación. Ignoraron las preguntas de Moncho como si no estuviera. Hablaban entre ellos mientras le miraban, intercambiando impresiones y asintiendo entre ellos.
– Lo mejor es tenerlo drogado, tendremos muchos menos problemas –fue lo único que Moncho entendió de su conversación, a partir de ahí todo fueron murmullos.
– ¿En cuanto tiempo estará bien? –pregunto el Alcaide.
– En condiciones normales en una semana, incluso menos, estaría en su casa –dijo uno que parecía ser el medico–. Aún así, yo lo tendría aislado. Los primeros dos meses de tratamiento son cruciales.
– ¿Y como de lo administraras? ¿Con pastillas? –quiso saber el alcaide.
– Nuevamente, en condiciones normales si. Pero es mucha cantidad de pastillas, unas de estrógenos y otras de antiandrógenos. Dadas las circunstancias prefiero inyectarle. Además, después de seis meses es irreversible.
– Entonces decidido, pero cuidado con las drogas, no quiero convertirlo en un yonki.
– No habrá problema. Además estará aíslado y puede pasar el mono a pelo, –contestó en medico riendo.
Mientras, en España nuestra vida transcurría con normalidad. Como prometí a Esther, nos íbamos a ir de camping y a tal fin fuimos a comprar una caravana. Se lo paso pipa entrando en todos los modelos de la exposición. A final nos decidimos, mejor dicho, eligió una de cinco metros de larga que tenia instalada una pequeña ducha y a la que dejarían una sola cama grande. Quedamos en recogerla dos días después, tenían que instalarla unos radiadores que habíamos pedido. Recuerden que tenemos previsto ir a Boí, Pirineo de Lleida.
– ¿Un cacharro tan grande no necesita algún tipo de permiso mi señor? –me pregunto mientras regresábamos a casa con el nuevo todoterreno, un BMW. Al Toyota de dieron siniestro tras el atentado.
– Nos la van a entregar con toda la documentación en regla, cariño.
– ¿Y el carné de conducir … ?
– No hay problema, –la interrumpí.
– ¿No hay problema? –insistió.
– No mi amor, tengo todos los carné, puedo conducir hasta autocares.
– ¿Tienes todos los carné de conducir, mi señor?
– Si cariño, recuerda que tengo mas años que el hilo negro, –la dije riendo–. Me saque el carné de camión cuando la mili se hacia con lanza, y cuando la normativa comunitaria fue cambiando me fueron dando carnés, y ahora los tengo todos.
Dos días después regresamos a recoger la caravana. La enganchamos al BMW y nos fuimos con ella a la casa de La Pedriza, donde la íbamos a tener aparcada. La estuvimos revisando y metiendo las cosas que habíamos comprado. Cacharros de cocina, sabanas, mantas y algunos electrodomésticos pequeños, en fin, todo lo necesario para equipar la caravana. Desplegamos la cama para colocar las sabanas y mantas, y rápidamente Esther se tumbo en ella.
– Mi amor, no tenemos tiempo –la advertí.
– ¿No tenemos tiempo para un polvito rápido, mi señor?
– Cariño, nuestros polvitos no suelen ser rápidos.
– ¡Que si, que si, mi señor! –y subiendo las piernas se saco el vaquero, el tanga y las deportivas de una vez, quedándose con el chocho al aire– No ves yo ya estoy.
No fui capaz de decir nada, me dejo sin palabras. Mientras me quitaba la ropa, Esther de rodillas saltaba sobre la cama.
– ¡Vamos a estrenarla! ¡Vamos a estrenarla!
En uno de los saltos la cazé al vuelo y atrayéndola hacia mi, la tumbe sobre la cama poniéndome sobre ella.
– Eres una payasa, –la dije sonriendo.
– Payasita me gusta mas, mi señor, –me respondió melosa mientras intentaba comerla los morros.
Me senté sobre la cama, la puse sobre mi con las piernas por los lados y la penetre. Al principio no me moví, estuve quieto mientras la besaba y mis manos viajaban por su espalda. Esther empezó a culear y rápidamente fue cogiendo velocidad. Siempre la pasa, no es capaz de controlarse según la puede el furor. La obligue a detenerse y a comenzar mas despacio, y lo hice varias veces. Al final, abrazada a mi y con su cabeza sobre mi hombro, se corrió y sus gritos debieron oírse en todo Manzanares el Real.
– Espero que no nos manden a la Guardia Civil, –la dije riendo, mientras la tumbaba boca arriba mientras la mantenía penetrada.
– Jo, es que no me puedo aguantar.
– Y es que yo no quiero que te aguantes.
Comencé a follarla mientras se aferraba a mi con brazos y piernas. Mientras lo hacia con mi parsimonia habitual, mantenía mi boca pegada a la suya en un beso sin fin, en un intento de impedir que se la oyera. Lo conseguí a medias, lo cierto es que cuando nos corrimos juntos, chillo y mucho.
Dos días después regresamos por la tarde con todo el equipaje. Ibamos a dormir allí para salir por la mañana muy temprano. Como a causa de la excitación del viaje, Esther no durmió muy bien, amaneció mas cariñosa de lo habitual, y no salimos temprano, salimos en hora punta. En Madrid, la travesía hasta la N-II es infernal y eran mas de las diez y media cuando pasamos a la altura de Torreón.
– ¿Me odias, mi señor? –me pregunto melosa intentando congraciarse porque me veía serio.
– No digas bobadas ¿Cómo te voy a odiar?
– Da igual si llegamos mas tarde, mi señor.
– ¡Mira Esther! Tendríamos que haber pasado por aquí sobre las siete de la mañana –la conteste un pelin irritado–. Hay 625 Km. hasta Barruera, y con el remolque no podemos pasar de 90. Y soy novato. No es que lleguemos mas tarde mi amor, es que ni llegamos.
Estuvimos un rato en silencio con una muy seria Esther que solo miraba por la ventanilla.
– Venga nena, no te enfurruñes, –la dije mientras la acariciaba el muslo–. Coge de mi bolso un papel que hay con la reserva del camping y llama para decir que llegaremos mañana.
Hizo la gestión y a continuación busco un camping cerca de Lleida capital, a donde llegamos anocheciendo. Todo esto era nuevo para Esther, utilizar los baños comunitarios, convivir muy próxima a otra gente. Estaba encantada.
Al día siguiente, cuando me desperté, Esther ya estaba aseada y vestida, lista para la marcha. Mientras me aseaba en el baño de camping, preparo el desayuno y un rato después, enganchamos la caravana y salimos hacia Barruera.
Los 140 Km. que hay entre Lleida y nuestro destino son terribles, mucho mas para un novato con una caravana. Toda la zona de los Noguera esta llena de curvas y túneles que están numerados. Pero el paisaje es impresionante. En el mirador de la presa paramos a sacar fotos y para que Esther aligerara el desayuno. Cuando se recupero, seguimos hacia Barruera, a donde llegamos a mediodía, nevando copiosamente y con un tiempo de perros. Nos dieron una parcela junto al modulo sanitario y entre el encargado y yo la despejamos del medio metro de nieve que la cubría. Esther, metida en su plumas ayudaba en todo encantada de la vida. Cuando todo estuvo instalado, conectamos los radiadores de la caravana.
– ¿No ponemos el avance? –pregunto Esther.
– Señora, si ponen el avance con esta nieve, se hundirá, –la contesto el encargado antes de irse a la recepción.
– Me ha llamado señora, mi señor.
No pude por menos que soltar una carcajada mientras la abrazaba.
– ¿Quieres que vayamos a hacer la compra, o comemos de restaurante?
– Hacemos la compra, mi señor.
Después de llenar la despensa, preparamos algo de almorzar.
– ¿Quieres que vayamos a ver la iglesia?
– Como quiera mi señor, –dijo con voz resignada.
– A ver ¿Que ocurre? –la pregunte poniéndome frente a ella y cogiéndola por los hombros.
– No pasa nada, es que me apetecía sentarme fuera, metida en el plumas y ver como nieva. Pero ya se que no es posible mi señor, –reconozco que no me lo esperaba, suponía que querría echar un polvito.
– Como no hace viento, puedo sacar el toldo enrollable. Cuando nos metamos en la caravana lo recogemos, –la propuse y sus ojillos se iluminaron.
– ¿Podemos hacerlo, mi señor?
– Claro que si amor.
Extendimos el toldo y saque la mesa y las sillas plegables. Nos sentamos debajo con dos copas de coñac. Esther estaba muy graciosa metida en su plumas, con gorro, guantes y una manta que la puse sobre las piernas. Estuvimos bastante tiempo charlando mientras veíamos caer la nieve. Esther estaba especialmente parlanchina. Cuando terminamos las copas nos pusimos a recoger el toldo entre risas y gritos cuando sacudía el toldo y la nieve la salpicaba. Entramos en la caravana y rápidamente Esther se desnudó y se tumbo en la cama que estaba desplegada. Con el dedo me hizo señas para que me acercara. Me desnude y me tumbe a su lado abrazándola.
– Como veo que la señora lo tenia todo preparado, ¿Desea algo especial?
– Que me beses mi señor, que me beses mucho, hasta que te canses.
– Mi amor, es imposible que me canse de besarte.
Así, tumbados de lado y uno frente al otro, estuvimos besándonos sin que aparecieran muestras de cansancio. Subí su pierna por encima de mi cadera y la penetre. El placer la hizo abrir la boca y gemir y yo aproveche para respirar su aliento. A los pocos minutos exhaló uno de sus característicos gruñiditos y se corrió mientras yo observaba su precioso rostro. Seguí besándola sin descanso, pero deje de follarla para alargar un momento tan maravilloso, aunque la mantuve penetrada. Cuando reinicie el rítmico movimiento de mis caderas, sus gemidos fueron aumentando en intensidad hasta que nos corrimos mientras la metía dos dedos por el ano en el momento cumbre. En un segundo sus gritos se multiplicaron en potencia y tuvo un orgasmo salvaje, que la dejo inerte entre mis brazos. Mis besos recorrieron toda su cara, su boca, sus ojos, sus mejillas, su frente. Bajaron por su cuello hasta sus hombros, y de ahí a sus axilas y sus pechos.
– Te quiero mi amor, –la susurraba al oído mientras la acariciaba el pelo que ya empezaba a tener volumen.
Esther ronroneaba complacida como una preciosa gatita de Angora, ofreciéndome su boca y su cuello. Es tal el amor y el deseo que siento por ella que comencé a follarla de nuevo arrancándola nuevos gemidos, que no pararon hasta que conseguí proporcionarla un nuevo orgasmo.
Esther se ducho en la caravana y yo en el modulo sanitario del camping. Salimos a dar un paseo por el pueblo antes de cenar. Entre conversación, besos y abrazos, se nos había ido toda la tarde. Pero nos daba igual, no teníamos prisa por nada.
– Vamos a ver si la iglesia esta abierta, –la dije mientras encaminábamos nuestros pasos hacia ella.
Lo estaba, compre un bono para todas las iglesias de valle y entramos. Esther se quedo maravillada.
– ¿Cómo es posible que algo tan sencillo, sea tan bonito? –exclamo admirada.
– Esta es la Iglesia de Sant Feliu, de estilo románico lombardo. Todas las iglesias del Valle de Boí fueron construidas entre los siglos XI y XIII, y todas están protegidas por la UNESCO. En esos años este valle era zona de frontera, por eso los campanarios de todas ellas son tan altos, para vigilar y se cree que para transmitir señales luminosas. Esta es una de las mas sencillas, las de los pueblos de mas arriba tienen frescos.
Después de sacar fotos suficientes, regresamos al camping. Como había dejado de nevar, Esther se empeño en hacer una pequeña barbacoa y cenar al aire libre. Cuando terminamos, lo recogimos todo y nos sentamos con otra copa de coñac entre las manos.
– No necesito mas para ser feliz mi señor! –y después de una pausa añadió cogiéndome la mano con su mano enguantada–. Me refiero a que no necesito hoteles de lujo, vestidos caros, fiestas, ni nada de eso.
– Lo se mi amor, yo solo te necesito a ti. Pero somos unos privilegiados y no hay por que renegar de ello. Yo por un golpe de fortuna, y tu por tu divorcio, somos millonarios. Lo que tenemos que procurar es no olvidar de donde venimos, –y riendo añadí–. Y que no se nos suban los millones a la cabeza.
– A ti no se te han subido mi señor, –me dijo–. Fuimos mas de un año vecinos y jamás hubiera adivinado que eras un millonario. Además todos tus amigos y muchos de tus familiares trabajan para ti.
– Ya, pero hay que estar siempre vigilante. Como te descuides lo mas mínimo, te conviertes en un gilipollas.