ESTHER (capitulo 17)
Siguen en Venecia
Después de almorzar, salimos a visitar la ciudad. Empezamos por la Plaza de San Marcos, con el Duomo, el campanile y el Palacio de Ducal, el embarcadero y giramos a la izquierda para ver el Puente del Suspiro y las iglesias de la rivera con sus campaniles torcidos. Volvimos sobre nuestro pasos hacia los museos de la Accademia y Guggenheim con su gran muestra de pintura del siglo XX, Picasso, Miro, Kandinsky, Dalí y Pollock entre muchos otros. Después regresamos para visitar la cilíndrica basílica de Santa María della Salute.
Regresamos al hotel para ducharnos y prepararnos para la cena y pedí en conserjería que me reservaran en el Harry´s Bar. A las ocho de la tarde estábamos entrando en el legendario bar, que aunque ya no es lo que era, sigue teniendo cierto encanto.
– ¿Por qué es tan famoso este bar mi señor? –me pregunto Esther después de ver la decoración de estilo neoyorquino un tanto decadente.
– Aquí se invento el Carpaccio y sus cócteles son famosos, –la conteste– por este bar pasaban los americanos mas famosos de la época, Fitzgerald, Capote, Cary Grant, Chaplin, Orson Welles, Coward. Sin contar que este era el cuartel general de Peggy Guggenheim y donde montaba sus fiestas. Inclusos el mayor alcohólico de America, Hemingway, nombra uno de sus cócteles, el “Dry estilo Monty” en su poco conocida novela “Al otro lado del río y entre los árboles”
– ¡A pues yo quiero uno de esos antes de cenar!
– Yo creo que no te gustara, es muy seco.
– Entonces no, pero me apetece un coctel.
– Pide un Bellini que lleva champagne y puré de melocotón.
– ¡Hummm ....... genial, uno de esos!
– Ya ha oído a la señora y para mi un Dry Monty, así lo pruebas.
Cenamos con unos aperitivos y un Carpaccio y cuando salimos del bar, note enseguida la mirada especial de Esther, quería guerra. A pesar de estar al lado del hotel, la lleve por unos callejones oscuros y nos metimos en un viejo portaron solo iluminado por el resplandor del Gran Canal. Mientras la abrazaba, la acariciaba el trasero y la mordía en el cuello o la besaba alternativamente. Esther, ronroneando de placer, se arrodillo, me la saco y se puso a chupar mientras se hacia un dedo. Intente que se levantara para penetrarla pero no quiso, siguió chupando hasta que me corrí en su boca mientras ella, con su dedo, llegaba al orgasmo.
– Me faltaba el postre mi señor, –me dijo riendo mientras se relamía y se abrochaba el pantalón.
– ¡Anda tira para la plaza, “comilona”! –la respondí dándola un azote cariñoso en el trasero.
Cuando llegamos a la Plaza de San Marcos la lleve directamente a la terraza del Quadri y nos sentamos.
– ¡Tienen orquesta! –me dijo mientras se sentaba.
– Una noche vamos a cenar en este restaurante, te gustara, –y la pregunte– ¿quieres que toquen algo especial?
– El adagio.
Me acerque al director de la orquesta para hacerle la petición y, como me dijo que adagios conocidos había dos, le dije que tocara los dos, le di una propina y regrese a la mesa. Esther había pedido un limoncello y una copa de Hennessy para mi.
– Como no sabia cual querías van a tocar los dos, el de Bach y el de Albinoni.
– ¡Perfecto!, –y después de una pausa añadió– ¿Por qué te gusta tanto el coñac Hennessy?
– Porque es el que mas me gusta y según Oskar Schindler es el mejor, –y ante la cara de interrogación de Esther, añadí– en “La lista de Schindler”, la peli de Spielberg, cuando le da instrucciones a Poldek Pfefferberg sobre lo que tiene que conseguir para los regalos a lo gerifaltes nazis, le dice entre otras cosas: “sardinas L'Espadon y coñac francés, el mejor, Hennessy” y para mi, si lo dice Oskar …
Me encanta esta terraza con su ambiente decadente. Siempre que me siento en una de sus mesas, me viene a la memoria la inmortal imagen de Bogarde, con el goterón de tinte en la frente, en la escena final de “Muerte en Venecia”
– ¡Átame, mi señor! –me dijo Esther cuando regresamos al hotel.
– ¡Eso esta hecho! –y mientras cogía la bolsa de los juguetes la pregunte– ¿la señora desea algo en especial?
– ¡Quiero que me tortures como ya sabes mi señor!
– ¡Pues la señora será debidamente complacida! –la conteste mientras me frotaba las manos y Esther soltaba una carcajada.
La ate las manos por detrás de la nuca para dejar sus axilas al descubierto y con otra cuerda la ate por encima de las rodillas pasando la cuerda por detrás de la espalda, dejándola totalmente abierta y expuesta. La puse un poco de lubricante y sin preámbulos, con un vibrador la ataque el clítoris, provocando que Esther arqueara la espalda inmediatamente. Cuando un par de minutos después tuvo el primer orgasmo, metí mi boca en su vagina y se lo estuve chupando mucho tiempo, hasta que me canse. La introduje un juguete en el ano y con el vibrador seguí atacando su clítoris. Ella, encadenaba orgasmos como una loca y un par de horas después, me unté lubricante en la polla y penetre por el ano a una casi grogui Esther. La follaba con parsimonia, como a mi me gusta, saboreando el momento. Mi boca en la suya, respirando sus gemidos y los gruñidos de sus orgasmos. Cuando me corrí y me tranquilice, me separe de ella y observe con detenimiento como mi semen salía de su ano. Eso me provoco una nueva erección y montándola nuevamente la penetre por la vagina con furia. Ya no me corrí mas, pero ella si. Eran ya las tres de la mañana, cuando abrazados nos dormimos.
Con una muy dormida Esther, al día siguiente y sin imprevistos eróticos reseñables, –en el buffet del desayuno Esther no ha estado muy sociable– salimos temprano para continuar con las visitas turísticas. Fuimos rumbo a la zona norte de la isla en el “vaporetto” que recorre el Gran Canal en su totalidad y nos apeamos en la intersección con el canal Cannaregio. Desde allí, callejeando, llegamos a la zona del Ghetto. Después de visitar el barrio judío, bajamos de nuevo hacia el Gran Canal que pasamos por el Puente Scalzi. Seguimos, visitando iglesias, escuelas y palacios, hacia el Puente del Rialto, donde llegamos a la hora del almuerzo. Lo hicimos en una de las muchas terrazas que abundan en la zona. Nos vino bien para descansar de la caminata y del tremendo calor que hacia, no parecía septiembre. Atravesamos el Rialto y la lleve a uno de los rincones mas desconocidos de Venecia, el Palazzo Contarini del Bovolo, un edificio del siglo XV que tiene una escalera de caracol exterior a la que se llega desde un estrecho callejón. A estas alturas, Esther estaba tan cansada, que cogimos una góndola que por un canal directo nos llevo al hotel, con la única condición de que el gondolero no abriera la boca.
Nos duchamos y se bajo al spa para que la dieran un masaje. Mientras tanto seguí ultimando por Internet los preparativos de los acontecimientos que ocurrirían dos días después, el día de su 28 cumpleaños, y de los que Esther no tenia la mas mínima sospecha. También contaba con la amable complicidad del hotel.
Aprovechando que Esther no estaba, también llamé a Isabel para que me informara del asunto Moncho. Estaba al tanto de todo, gracias a los correos que me mandaba por Internet, pero quería cambiar impresiones con ella. Lo cierto es que no había mucho mas, Moncho seguía en Casablanca y por el momento no había indicios de que fuera a salir hacia Tailandia. Aun así, ciertos preparativos ya estaban en marcha y, digamos que un par de funcionarios tailandeses ya estaban en mi nomina.
Cuando Esther subió, me dijo que no la apetecía salir a cenar, pedí algunas cosas ricas al servicio de habitaciones y nos las prepararon en la terraza de la suite. Sentados a la luz de las velas, no paraba de mirarla. Ligeramente recostada en el sillón de mimbre, con una pierna flexionada y con un pie sobre el asiento, la veía feliz, tranquila, envuelta en una serenidad total.
– ¿Eres feliz mi amor? –la pregunte sacándola de su ensoñación.
– Tanto, que me cuesta recordar mi vida anterior, mi señor, –me contento mientras me miraba con ojos risueños. De pronto se quedo seria y esbozando un puchero añadió– y cuando lo consigo me duele, me duele mucho.
Me arrodille junto a ella y la abrace. La besé en los labios y bebí sus lagrimas.
– Pues entonces no lo hagas …
– ¡Siempre tendremos su sombra sobre nosotros …¡
– ¡Te equivocas! –la interrumpí tapando su boca con mis dedos– te dije que no lo permitiría y que me encargaría de todo. ¡Te lo prometo!, solo tenemos que tener paciencia, nada mas.
Se separo un poco de mi, se quito el albornoz y se quedo desnuda entre mis brazos.
– Llévame a la cama y ámame mi señor, follame hasta que pierda el sentido. Haz conmigo lo que quieras, te pertenezco, sabes que soy de tu propiedad.
Sin saberlo, Esther me lo había puesto en bandeja y decidí aprovechar la oportunidad. La cogí en brazos y la tumbe en la cama. Mientras la miraba desde lo alto, cogí sus pies y los besé.
– Tengo un problema que no sabia como planteártelo, –comencé a decirla– el caso es que por una serie de circunstancias tengo oportunidad de participar en un negocio muy importante, un negocio que multiplicaría por tres mi fortuna.
– Mi señor sabes que puedes contar con mi dinero para lo que quieras.
– No se trata de eso, mi amor, –y después de una pausa, añadí mientras Esther me miraba seria– este posible “socio” te quiere a ti.
– ¿A mi, mi señor?
– Si, no se como te conoce, pero quiere pasar una noche contigo, solo una noche.
– Cuando seria.
– Dentro de dos días, aquí en Venecia.
– ¿Mi señor quiere que me entregue a otro hombre?
– ¡Si, pero solo por una noche!
– Entonces de acuerdo, eres mi dueño y haré todo lo que tu quieras mi señor, ahora fóllame y vamos a dormir.
Me tumbe sobre ella y la penetre. No se movió, no hizo nada por colaborar, se quedo como muerta. Cuando me corrí, se dio la vuelta y se durmió.
Al día siguiente, con un coche de alquiler, nos acercamos a Verona a visitar la ciudad y la casa de Julieta. Esther se comportaba como siempre, pero yo notaba que era apariencia, que estaba jodida. De regreso paramos en Padua y visitamos la Capilla de los Scrovegni, la obra cumbre de Giotto. Esther, durante la visita guiada, estuvo ensimismada contemplando los maravillosos frescos del genio florentino.
De regreso a Venecia, fuimos a cenar al Quadri como la había prometido y después volvimos a sentarnos en la terraza a oír la música. Charlamos de cosas intranscendentes, de tonterías y regresamos al hotel cogidos de la mano pero en silencio. En la habitación, nos duchamos y me senté en un sillón a ojear el Financials Times. Esther se arrodillo entre mis piernas y se puso a chupármela con su maestría de siempre. La cogí de la mano y la lleve a la cama donde la tumbe boca arriba con la cabeza colgando por el borde. La penetre la boca mientras la flexionaba las piernas y sumergía mis labios en su vagina. Tuvo un orgasmo, pero no como siempre y se notaba. Ella no estaba bien y yo empezaba a tener dudas de que todo esto hubiera sido una buena idea, de que lo hubiera enfocado mal. Aun así, seguí chupándola, después la puse a cuatro y la penetre desde atrás. Mientras la follaba, la sujetaba por los pechos y la besaba en la nuca. Sus jadeos fueron aumentando hasta que llego nuevamente al orgasmo cuando la ayude con mi mano en el clítoris. La saque de la cama, la arrodille en el suelo y se la ofrecí para que chupara. Lo estuvo haciendo hasta que me corrí y se trago mi semen.
Nos metimos en la cama y mientras abrazaba a una silenciosa Esther, nos quedamos dormidos.