ESTHER (capitulo 16)
Nuestra pareja llega a Venecia.
Cuando salimos de la Estación de Santa Lucia, en Venecia, nos dirigimos hacia las lanchas que hacen de taxis. En Venecia no hay camión de la basura, es el barco de la basura, el reparto es en barco, la policía va en lanchas y no hay autobuses, hay vaporettos.
– Al Hotel Bauer, por favor, –le dije al taxista– pero no coja el Gran Canal, llévenos por el sur de Giudecca.
Pasamos por debajo del esplendido y controvertido Puente de la Constitución de Santiago Calatrava. Y comenzamos a circunvalar la isla. El Hotel Bauer esta situado junto a la Plaza de San Marcos y quería que Esther saboreara la llegada desde el sur que es espectacular, con el espacio abierto de los embarcaderos y el Palacio Ducal.
El taxista, que se dio cuenta de mi intención, describió una amplia curva para pasar paralelo al muelle de San Marcos y seguir en dirección al embarcadero del hotel que esta casi a continuación. Cuando llegamos, le pagué y le di las gracias con una generosa propina. Nos registramos y nos acompañaron a la suite Royal. Esther se quedo con la boca abierta cuando la vio.
– ¿Eso es San Marcos mi señor? –pregunto cuando salió a la terraza y vio la magnifica cúpula que tenia de frente.
– No cariño, San Marcos queda a tu izquierda, –la conteste– es Santa María della Salute.
Deje a Esther deshaciendo las maletas con la ayuda de una doncella y baje a recepción. Antes de salir de Madrid, facture una maleta especial con destino a este Hotel. En ella había una serie de regalos para Esther, porque aunque ella no dice nada, dentro de cuatro días es su cumpleaños.
– Esta tarde, a las cinco van a subir a peinarte, –la dije cuando regresé.
Esther se quedo mirándome con cara de querer descubrir la relación entre, nosotros dos, sexo y un peluquero, o peluquera.
– ¿Qué estas tramando mi señor? –dijo al fin.
– Nada, nada mi amor, –la conteste con cara inocente, que en este caso era sincera– esta noche vamos a la opera y, por cierto, es noche de estreno. Yo voy de esmoquin.
– ¡¡¿Qué?!! –chillo histérica– ¿y me lo dices ahora? ¡no tengo nada que ponerme!
– Ya lo se mi amor, –la conteste mientras llamaban a la puerta.
Abrí, y unas camareras entraron con fundas de ropa que ocultaban mi esmoquin y su ropa, un vestido de noche negro de Jesús del Pozo y una capa larga con capucha, de terciopelo negro con el interior de raso rojo también de él. Lo colocaron todo en el vestidor y se fueron.
Como ya era tarde para salir a comer, pedí al servicio de habitaciones, una ensalada, unos canapés de ahumados, caviar, y champagne.
– ¿Entonces van a venir a peinarme? –me pregunto con su copa de la mano, cuando terminamos de picar.
– Si, mi amor, a las cinco vienen a peinarte, a la manicura y a maquillarte, –y añadí – y luego una doncella y la costurera para el vestido. A las siete nos vamos.
– Entonces … –comenzó a decir mientras hacia cuentas con los dedos– nos da tiempo.
Me copio de la mano y tirando de mi me llevo a la cama. Nos desnudamos y nos tumbamos en ella abrazados mientras nos besábamos. Se giro y separando las piernas puso su vagina directamente en mi boca mientras ella engullía mi pene con la avidez de siempre. Se empleaba a fondo y se notaba que tenia prisa porque, ocasionalmente, la veía mirar el reloj. Se puso boca arriba y me tumbe sobre ella apoyándome en los codos para poder besarla. Mientras, ella me cogió la polla y estuvo restregando la punta contra su entrada vaginal. Entre beso y beso gemía y suspiraba, hasta que al final ella misma se penetro apretando mi trasero contra ella. La follaba con calma, como casi siempre. Uno de mis placeres favoritos es contemplar su precioso rostro cuando la estoy follando, rozar mis labios con los suyos entreabiertos de deseo y respirar el aliento de sus gemidos. Unas diminutas gotitas de sudor perlaron su frente con el primer orgasmo que tenso su cuerpo. Seguí fallándola al mismo ritmo y unos minutos después me corrí mientras los gritos de Esther se debieron oír en todo el Gran Canal.
– Cuando suban las doncellas y el peluquero, no te sorprendas si se ríen, –la dije de broma riéndome de ella.
– ¡Pues que se rían, me da igual, –respondió poniéndose muy digna, y añadió– me encanta que siempre me provoques dos orgasmos como mínimo mi señor.
– ¡Es que, como decía mi padre, “con una rueda, no anda un carro”
Soltando una carcajada se metió en el baño, se ducho y se lavó el pelo. A las cinco en punto llego el peluquero y dos señoritas para la manicura. Poco después llego un empleado de seguridad del hotel con un pequeño maletín que me entrego. De el saque un estuche ante la atenta mirada de Esther, que no me quitaba ojo, y se lo entregué al peluquero. Era una pequeña diadema de perlas naturales, brillantes y oro blanco que dejaron a Esther sin respiración. A las seis llegaron dos doncellas y una costurera para vestirla, a las que entregue el resto de las joyas menos una. El vestido, muy ceñido dejaba su espalda al aire y una abertura desde la cintura dejaba al descubierto su pierna izquierda muy estilizada por las sandalias de súper tacón a juego. Guantes de seda negra largos y un abanico. La pusieron las joyas, collar, pendientes y brazalete, también de perlas naturales y brillantes. La pusieron la capa, estaba espectacular. Al día siguiente, un empleado me soplo que entre ellos hicieron una porra y que Esther gano por goleada a las otras once mujeres hospedadas en el hotel y que asistieron a La Fenice. Antes de salir de la habitación me arrodille ante ella y la puse una tobillera en su tobillo izquierdo a juego con lo demás.
Bajamos al embarcadero del hotel, donde una góndola, especialmente engalanada por encargo mío, nos estaba esperando para recorrer los escasos quinientos metros que nos separaba de La Fenice. También por encargo mío y a la promesa de una buena propina, el gondolero no abrió la boca. Y lo consiguió, aunque estoy seguro que tuvo que hacer un esfuerzo casi sobrenatural.
La góndola se deslizo suavemente por la plazuela trasera de La Fenice al encuentro de su embarcadero de madera, mientras se oía el rumor de los comentarios de los curiosos que se amontonaban en los pasajes cercanos. La precaria iluminación de los farolillos, daba a la escena una imagen mágica que Esther vivía con intensidad. Dos empleados del teatro la ayudaron a desembarcar e hicimos la entrada triunfal, ante la atenta mirada de todos que se preguntaban quienes éramos. Esther, que era consciente de que era el foco de atención, se comportaba con elegancia, pero sin pasarse, con naturalidad. Subimos a la primera planta y nos acomodaron en el palco principal ante la atenta mirada de parte del patio de butacas. Esther, comportándose como la gran señora que es, saludo a los vecinos del palco colindante.
En los descansos de “El barbero de Sevilla”, de Rossini, salimos a tomar una copa de champagne y a charlar con los asistentes que se aproximaban interesados. Aunque nadie nos conocía, el dinero atrae al dinero. Reconozco que adquirí buenos e interesantes contactos para mis negocios, no hay nada como tener un interesante reclamo a tu lado. Cuando la representación termino y después de varios minutos de aplausos regresamos a pie al hotel, a Esther la apetecía andar. No era muy recomendable por los mas de 220.000 € en joyas que llevaba encima, pero Venecia en ese aspecto es muy seguro y además estamos cerca. Cuando llegamos, respire tranquilo y subimos a la habitación.
– ¿Quieres que suba una doncella para ayudarte a quitarte el vestido? –la pregunte mientras descolgaba el teléfono para encargar champagne y algo ligero para picar.
En un principio no contesto, bailoteaba por la terraza envuelta en su capa mientras tarareaba algo. La veía feliz, alegre, como en una ensoñación.
– ¿Mi señor no quiere ayudarme el mismo?
–¡¡Tu señor te va a echar un polvo que te vas a cagar!!
Mientras subían el encargo la fui quitando las joyas y guardándolas en el maletín. Después de cenar la desnude y me senté en el sillón con ella en brazos, mirando directamente a la esplendida cúpula de Santa María della Salute. Estuvimos mucho tiempo abrazados mientras apurábamos nuestras comas. Mis dedos comenzaron a acariciar suavemente su vagina mientras nuestro labios se encontraban. Mis dedos insistían en su vagina con la intención de provocarla un orgasmo. Me encanta que Esther se corra cuando la tengo abrazada, notar como su cuerpecito se crispa, se tensa, como gime y chilla, como cuando ocurre se queda como en trance, inerte. Cuando ocurrió, la levante en brazos y la deposite con delicadeza en la cama como si fuera mi mas preciado tesoro, que lo es. Separe sus piernas y la estimule con mi lengua mientras sus gemidos subían en intensidad. Me coloque sobre ella y la penetre despacio pero con profundidad, provocando en Esther un grito de placer. La folle despacio mientras me rodeaba con sus extremidades en un abrazo de amor que era recíproco. Gemía, casi gritaba según mi pene entraba y salía de ella. Me fui retardando para sincronizarme con ella. Ese era un momento maravilloso, mis gruñidos se ahogaban con la intensidad de sus gritos. Al finalizar siempre la besaba, su boca, sus pechos, sus axilas, su cuello, todo lo que tenia a mi alcance mientras ella se retorcía complacida.
Al día siguiente no desayunamos en la habitación. Ni el resto de los días. Esther, consciente de su éxito y con su coquetería disparada, quería bajar a exhibirse al buffet mientras yo no podía menos que mirarla con ojos de vaca enferma. No me dejo ponerme una camisa, me puso una camiseta negra ajustada para que mostrara mis músculos, mis abdominales y los tatuajes de mis brazos. Todas la mujeres, especialmente las jóvenes como ella, la miraban con una mezcla de odio y envidia, mientras hacían cabalas sobre una chica joven como ella, con un calvo cincuentón como yo. Algunas entablaron conversación y nos sentamos con las tazas de café en la terraza del buffet para charlar mientras veíamos preparar las góndolas. Un señor, al que reconocí por haber hablado con el en La Fenice, se acerco y estuvimos hablando de negocios. Yo no estaba interesado en hacer inversiones en Italia, mientras no solucionaran el asunto Berlusconi.
– Amigo mío, España e Italia, van de la mano hacia la hecatombe, por culpa de políticos indecentes y empresarios egoístas y casposos de moralidad escasa, –le dije con sinceridad y el estuvo de acuerdo conmigo. Unos meses mas tardes, después de atar todos los cabos, comenzamos a trabajar juntos y establecimos una sociedad de inversión que operaba mi gente en Londres.
Subió tan excitada a la habitación que salto sobre mi y me empujo hacia la cama. Nos reímos mucho porque intento romperme la camiseta pero no pudo y me la tuve que romper yo a lo Hulk Hogan.
– ¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí, mi señor?
– Una semana, mi amor.
– Si nos sobra tiempo me gustaría que nos quedáramos en la habitación hasta la hora de comer.
– Podemos hacer todo lo que tú quieras.
– ¿Todo, todo mi señor?
– Tu mandas.
De rodillas en la cama, desnuda, se quedo pensativa y después, con una amplia sonrisa, salto de la cama y se fue al vestidor. Regreso con las cuerdas y saltando a la cama me coloco en el centro con los brazos y las piernas formando una x. Me ató las muñecas y los tobillos a las esquinas de la cama y la pregunte algo.
– ¿Cuánto tiempo puedes aguantar sin penetrarte, sin chapármela y sin hacerte un dedo?
– ¡Lo que yo quiera mi señor! –me respondió muy digna.
– ¿Seguro?
– ¡Seguro!
– ¡Pues yo te digo que mas de media hora no lo resistirás!
– ¡Pero bueno! –respondió con supuesto aire ofendido– pues claro que lo resistiré, ¿qué te has creído?
– ¡Que no lo resistirás!
– ¡Si lo resistiré! –insistió mientras intentaba hacerme cosquillas, sin mucho éxito.
– ¡No, no!
– ¡Si, si!
– No quiero trampas, pon el cronometro, –la dije mientras, atado a la cama, sonreía viendo su graciosa carita enfurruñada.
Lo hizo y, cruzando los brazos, de rodillas a mi lado se puso a esperar.
– No hemos dicho nada de no tocar mi señor, –me dijo a los cinco minutos.
– No hemos dicho nada mi amor, –sabia que si me tocaba estaba perdida.
Se tumbo a mi lado y rodeándome el pecho con su brazo metió su carita en mi asila. A los pocos segundos note un ligero roce en mi muslo.
– ¡Mi amor, te estas rozando!
– ¡ Huy que mentira!
Separo un poco su vagina de mi muslo pero siguió besando mi axila. Un par de minutos después estaba besando mi pecho mientras con su mano acariciaba mi abdominal. A los diez minutos, claramente restregaba su vagina con mi muslo y cinco minutos después, me cabalgo y se penetro presa de un frenesí desbocado. Cabalgaba y cabalgaba, y mientras la oía gemir su cuerpo se cubría de sudor por el esfuerzo. Después de un rato largo, descabalgo y me desato, se tumbo boca arriba y tiro de mi para que me pusiera sobre ella.
– ¡Follame mi señor, follame!
Pase mis brazos por debajo de su cuerpo para tenerla abrazada y la penetre arrancándola un chillido de placer. Ya no paro de chillar hasta que tuvo un primer orgasmo que la entrecorto la voz y la dejo casi inerte entre mis brazos. Seguí follándola y un par de minutos después gemía de nuevo hasta que nos corrimos juntos. No paraba de besarla mientras ella, que continuaba inerte entre mis brazos, se dejaba besar.
– Has ganado mi señor, –me dijo cuando se tranquilizo entre mis brazos– ¿qué quieres hacer conmigo?
– ¡Amarte como te amo, no quiero nada mas mi amor!