ESTHER (capitulo 1)

Relato de ficción que cuenta como conocí a Esther y todo lo que paso durante las siguientes treinta horas.

CAPITULO 1

Hace un par de años que vivo en esta casa del centro de Madrid y si tuviera alguna queja, que no es el caso, seria que la relación con mis vecinos es prácticamente inexistente, pero en todo caso es muy superficial. Esta comunidad de vecinos esta plagado de tontos, bobos, pijos, seudo aristócratas y  aparentadores de quiero y no puedo de todo tipo, en definitiva, de gilipollas. En cuanto a mi,  no soy nada del otro mundo, cincuentón, calvo y ligeramente barrigón, pero intento cuidarme lo que puedo,  aparentando bastantes años menos de los que tengo en realidad. Reconozco que  llamo la atención con mis músculos de gimnasio  y los tatuajes  de mis brazos.

Hace unos meses, regresaba del gimnasio después de comer –suelo picar algo en su cafetería– y subía por las escaleras de servicio a mi  casa –es una manía no usar el ascensor para hacer pierna– cuando se abrió la puerta de mis vecinos del piso de abajo, una parejita de veintimuchos, dos pan sin sal, bancario él  de profesión, ella ni idea, ni siquiera sabia si trabajaba. En resumen, fácilmente encuadrables en la categoría de los bobos. Esther, que así se llama ella, salio al rellano con evidente aire de preocupación. Llevaba un vestidito ligero, corto, de tonos oscuros y con dos tirantitos finos en las hombreras, vamos, un vestidito de andar por casa. Lo complementaba unas chanclas de dedo que dejaban al aire unos pies muy bonitos, casi perfectos, –vale, lo reconozco, soy un poco fetichista con los pies de las tías– con un anillo de plata en el dedo índice del izquierdo. No era un pibón, era una chica normal con un cuerpecito diminuto –ni por asomo llega al 1,60– y unas facciones normales, pelo castaño en media melena, ojos marrones y dos paletitas no muy grandes que le daban un aire simpático. Pero tenia algo que a mi me resultaba enormemente  atrayente, era muy, pero que muy delgada, seguro que no pesaba mas 45 kilos.

Note su aire de preocupación y la pregunte.

– ¿Te ocurre algo? –y ante su silencio añadí– ¿te puedo ayudar?

– Tengo un problema muy gordo y no se …

– Mujer, no será tan grave, –la interrumpi– cuéntame, que ocurre.

Se la veía muy nerviosa

– He perdido algo y no lo encuentro y no se que hacer, –y con un atisbo de lágrimas en los ojos añadió– Moncho se va a enfadar.

Que nadie se ofenda, pero ¿cómo puede alguien permitir que le llamen Moncho?  Me acerque a ella y la puse una mano en el hombro  con cierto aire protector intentando animarla.

– Vamos mujer, si lo has perdido en casa, seguro que aparecerá, –acepto sin problemas mi “gesto protector” y me empezó a rondar por la cabeza la idea de entrar con ella en su casa y consolarla … adecuadamente– ¿quieres que te ayude?

Ella me miro con los ojos vidriosos y  la nariz un poco húmeda, mientras se retorcía moderadamente las manos. Yo, todavía estaba un poco perplejo, no tenia la mas minima duda de que Esther estaba montando un drama por  algo que seguramente seria una chorrada.

– ¡Si, si, por favor! –me respondió haciendo un puchero enternecedor– ¡pasa, pasa!

– De todas maneras, a lo mejor prefieres que te ayude … Moncho cuando regrese, –la dije todavía un tanto escamado de una situación tan extraña, mientras entraba en  su casa y dejaba mi bolsa de deporte en el recibidor, en el suelo.

– ¡No, no, si el no esta!, –me respondió– esta haciendo un curso del banco, en Chicago, hasta dentro de tres semanas no regresa.

Cerro la puerta y la seguí al salón mientras pensaba que si el marido estaba fuera, no corría tanta prisa encontrar lo que fuera que se había perdido. Mientras lo hacia, la miraba el trasero,  redondito y proporcionado, se notaba que usaba tanga. El salón era grande, como el mío y estaba decorado en plan bastante minimalista, en negro y dorados. Horrible. En un lado, junto a una pareja de sofás y un solitario sillón, haciendo de separador, había una especie de mueble estantería donde había unos expositores con plumas estilográficas que eran las causantes del drama.

– Me he puesto a limpiarlas y se me ha caído uno de esos cacharros y se han desparramado las plumas, –y haciendo un nuevo puchero me dijo de corrido– hay dos que no encuentro, y a Moncho no le gusta que las toque porque dice que son muy delicadas y yo soy muy patosa, y, y, y …  le gustan mucho, tiene debilidad por ellas, y … si se ha roto alguna se va a cabrear mucho y estará unos días sin hablarme, y …

– Tranquila mujer, –la interrumpí cogiéndola por los hombros con aire cariño. Me empezaba a caer bien esta niña,  en cuanto a  Monchito, cada vez me parecía mas gilipollas–  venga, vamos a buscarlas ¿por donde se han caído?

– Han caído por aquí, –me respondió mientras se arrodillaba para mirar por debajo del sofá– pero no las veo y no puedo con el sofá, pesa mucho.

Me quede sin respiración, verla así, con los glúteos hacia arriba y los hombros pegados al suelo fue espectacular. En esa posición, el vestido solo la tapaba la  mitad del trasero, dejando al aire unos mofletes que envolvían la tirita de un tanga de tonos grises. Recorrí su extremidades, sus muslos, unas piernas bien formadas y torneadas, sus finos  tobillos, sus talones, las  plantas de sus pies. Mi pene dio un salto que casi se descorcha. Con la valentía que da la excitación me lance a tumba  abierta, total, no tenia nada que perder.

Yo si que veo, y lo que veo me gusta mucho, –y con mucha osadía añadí– pero me estorba algo gris, sin eso vería mucho mas y  seria genial.

Cuando lo oyó, estiro despacio los brazos separando sus hombros del suelo. La note tan en tensión como yo, parecía indecisa. No giro la cabeza para mirarme, permaneció en esa posición, a cuatro patas, mientras yo esperaba expectante su reacción, su respuesta. No la hubo, después de unos segundos de incertidumbre, movió sus brazos  hacia atrás, cogió las tiras laterales del tanga y comenzó, muy despacio, a bajárselo. Me dieron ganas de ponerme a dar saltos por el salón como un mozalbete salido y alocado, pero me controle, soy un señor mayor y responsable supongo. Cuando llego a medio muslo la pare de manera ligeramente autoritaria.

– ¡Quieta ahí, no bajes  mas! Así esta bien, – y en el mismo tono añadí– ¡separa mas las piernas!

Ella, obediente y sin rechistar las separo. Sorprendido por su docilidad decidí seguir arriesgando.

– ¡¡Baja mas los hombros y  pégalos a suelo  … y quítate las chanclas!!

Me obedeció. La imagen que ofrecía ahora era prácticamente perfecta, solo superable, cuando consiguiera quitarla el vestido, y eso era algo, que estaba seguro que ocurriría. Entre los mofletes de su trasero sobresalía la vulva de su vagina, limpia y depilada junto a un orificio anal, perfecto

– ¡No te muevas!, –ordene y cogiendo una silla la coloque a su lado, a la derecha, paralela a su cuerpo, a la altura de su trasero. Me quite la cazadora y me senté. Con el dorso  de mi mano izquierda comencé a rozarla ligeramente los labios de la vagina, con calma, sin prisas, lentamente, estaba decidido a que una oportunidad así, me durara lo mas posible, y tenia toda la tarde por delante.

Con los primeros roces se estremeció, su espalda comenzó a arquearse lentamente ofreciendo aun mas su vagina y su respiración se fue haciendo mas profunda. Seguí acariciándola con el dorso de la mano  mientras con la derecha la fui retirando lentamente el vestido hasta la mitad de su espalda. Su estrecha cintura se acentuaba mas  con su profunda respiración. Sus riñones, los hoyuelos del final de su espalda y sus costillas, marcadas por su delgadez, se ofrecían  al alcance de mis manos. Entre sus  nalgas y olvidado por el momento de las caricias de mi mano izquierda, veía desde mi posición privilegiada su orificio anal. Rodeado por una aureola mas oscura y perfectamente depilado como el resto de sus genitales, me resultaba especialmente atrayente pero pensé en  controlarme, no arriesgar. Un paso después de otro, todo llegara. Observando la actitud de Sonia, sus reacciones, mi confianza iba en aumento y decidí tensar mas la cuerda a ver que pasaba. Gire la mano y comencé a masajear con la palma sus genitales con movimientos largos, desde la vagina al ano. Su reacción fue automática, como si se hubiera activado un interruptor.  Emitió un largo y entrecortado gemido que fue el primero de muchos y su respiración se disparo. Acentúe la intensidad de mis masajes mientras con la otra mano acariciaba su trasero.

– ¡Las manos a la espalda! –la ordene autoritario.

Obedeció de inmediato, sin dilación, evidenciando una sumisión total. Aunque era difícil, intentaba mantener la cabeza fría y mantener controlada la situación. Como ya he dicho, quería que esta experiencia fuera larga y no quería estropearlo penetrándola rápidamente como un jovenzuelo alocado, aunque lo deseaba. Posiblemente otro tío lo haría, pero yo no, soy de ciclo largo y mi placer va unido al placer la mujer con quien este. Yo a eso le doy mucha importancia.

Ella continuaba gimiendo con mas intensidad mientras el énfasis de mis masajes aumentaban. Decidí pulsar otra tecla y levantando la mano derecha descargué un azote fuerte, seco, contundente en su nalga izquierda. Con el impacto su piel, su carne, vibro momentáneamente como gelatina y  ella emitió un sonido mezcla entre chillido y gemido. Con el inesperado azote, Esther se descontrolo un poco y retiro sus manos de  la espalda.

– ¿Por qué te mueves, no te he dicho que lo hagas? –la pregunte mientras seguía acariciando su vagina– ¿no quieres que siga?

– ¡Si, si, por favor no pares!

– ¿Si que?

– ¡No se! –me contesto confusa  entre gemidos– ¡no se a que te …!

– ¡Cuando te dirijas a mi y cuando me contestes, dirás siempre “mi señor”! ¿entendido? –la interrumpí.

– Si.

– ¿Si, que? –la volví a preguntar mientras la daba un segundo azote mas fuerte que el primero.

– ¡Si, mi señor!

– ¿Me obedecerás en todo lo que te ordene? –la pregunte mientras introducía mi dedo medio en el interior de su vagina. De inmediato comprobé que estaba completamente mojada, tanto que sus jugos comenzaron a resbalar lentamente por la cara interior de sus muslos– ¿Sea lo que sea?

– ¡Si, mi señor!

– ¿Te das cuenta de que tu boca, tu coño y tu culo son míos y puedo hacer con ellos los que quiera? –la pregunte mientras la propinaba otro azote aun mas fuerte que los anteriores. Chillo aun mas fuerte y note que sus genitales se contraían, que estaba al borde del orgasmo. Rápidamente saque mi dedo de su interior, todavía no era el momento.

Los tres azotes provocaron  un enrojecimiento de su nalga izquierda. Un enrojecimiento que contrastaba con la palidez de su piel. No, Sonia no tomaba mucho el sol. Y me gusto, nunca había azotado a una mujer y reconozco que me gusto. Y por lo visto a  ella mas. Mientras la seguía acariciando el exterior de sus genitales, me arrodille la cogí del pelo y la hice incorporarse.

– ¡Quítate el vestido! –la ordene mientras continuaba sujetándola por el pelo doblando su cuello hacia atrás, pero sin  pasarme– ¡por abajo, por los pies, vamos!

Obedeció sumisa, sin rechistar. Mientras se sacaba el vestido  comencé a sobarla las tetas mientras las miraba por encima de su hombro. Las veía por primera vez, con la postura anterior no podía. No eran  excesivamente grandes, pero eran bonitas, perfectas  y suficientes para pasarlo bien con ellas, y sin lugar a dudas lo iba a hacer. Eso y mucho mas, mis dudas y precauciones habían desaparecido y estaba dispuesto a hacer con ella todo lo que se me ocurriera. Estaba envalentonado. Solo me quedaba comprobar como reaccionaria   a los insultos.

– ¿Vas a ser mi puta? –la pregunte mientras seguía sujetándola por el pelo y con la mano libre la cogía la vagina. – ¿mi puta asquerosa?

– Si, mi señor.

– ¿Mi cerda asquerosa?

– Si, mi señor.

– ¿Mi sucia esclava, mi perra? ¡contesta puta de mierda!

– Si, mi señor.

– ¡¡No te oigo, puta!!

– ¡Si, mi señor!

– ¿Qué es lo que eres? ¡contesta asquerosa?

– ¡Una puta!

– ¡¡Una puta que? –pregunte gritando mientras la daba un bofetón que no fue muy fuerte por la postura.

– ¡Una puta de mierda!

– ¿Una puta de mierda que? –insistí dándola un nuevo bofetón.

– ¡¡¡Una puta de mierda, mi señor!!! –contesto chillando y llorando con lágrimas en los ojos.

La solté  el pelo y despacio se tumbo en el suelo encogida como un ovillo, desnuda, sudorosa, llorando y gimoteando como una perra. La imagen que ofrecía era tremenda.

La deje llorar un momento mientras yo continuaba de rodillas a su lado. Después, cogiéndola por los hombros la incorpore, la atraje hacia mi y la abrace con mucha ternura. Que maravilla, que bien olía, a ella, nada de perfumes, su propio olor corporal. Comencé a recorrerla  con el olfato, despacio, muy despacio, el cuello, el pelo, sus hombros. Baje mi mano derecha hasta  su trasero y comencé a acariciarlo lenta, pausadamente, con movimientos de arriba abajo. Cuando bajaba, introducía levemente la punta de mis dedos en su hueco vaginal. Esther reacciono de inmediato apretando su culo contra mi mano mientras notaba como su agitación aumentaba y comenzaba a emitir leves sonidos de placer.

– ¿Vas a ser buena y obediente? –pregunte con suavidad en tono  cariño.

– Si, mi señor.

La cogí de la mano y de rodillas la conduje al sillón. Me senté y la coloque entre mis piernas.

– Comienza a quitarme la ropa, –la dije– despacio.

Sumisa y entregada, comenzó a desabrocharme la camisa, cuando me la quito dejo al descubierto los  tatuajes de mis brazos que causaron  una gran impresión en ella, creo que nunca los había visto. A continuación el pantalón, los zapatos y la ropa interior. Cuando termino la permití que observara  mi cuerpo durante unos momentos. Extraje el cinturón del pantalón y ella me miro con temor.

– Tranquila mi amor, no voy a hacer nada que tu no quieras … y solo te castigare cuando lo merezcas –la dije atrayéndola hacia mi y besándola en la boca. Después la gire hasta que me dio la espalda y con el cinturón  la ate las manos por detrás. En esa posición y mientras la comía el cuello,  con mis manos la sobaba las tetas. Que receptiva era, es increíble, solo con eso ya estaba gimiendo, el tonto del Monchito se debía poner las botas con ella. Baje la mano derecha hacia su vagina que seguía  chorreante, como yo esperaba. Al contacto, ella emitió un gemido largo, prolongado e intenso.

– ¿Esto también te lo hace tu marido? –la pregunte mientras intensificaba el masaje.

– No, mi señor.

– ¿No? –pregunte perplejo– ¿como que no, pero por que no?

– No se. No quiere mi señor.

– ¿Qué no quiere? ¡Joder! ¿Se la chuparas por lo menos?

– No, mi señor –con la creciente excitación la costaba  trabajo responder– le da asco.

– ¿Qué le da asco? –casi chille, yo flipaba.

– ¡Dice que no la va a meter donde luego tiene que besarme, mi señor! –respondió entrecortadamente.

– ¡Entonces imagino que por el culo nada de nada!

– ¡No!

– ¿No, que? –la chille mientras la retorcía un pezón.

– ¡¡No, mi señor!!

– ¡Una virgen, genial!

Notaba como nuevamente estaba al borde del orgasmo y pare. Solo lo tendría cuando yo lo quisiera y era mejor tenerla, así como estaba, en excitación permanente. Estaba seguro que cuanto tuviera el primero, seguirían varios mas a continuación. En cuanto al Monchete, ya no tenia ninguna duda, no es que fuera tonto, era gilipollas, un chollo, una bomba sexual como la que tenia en casa y no la aprovechaba.

– Tranquila mi amor, todo eso lo vamos a solucionar esta tarde, –la dije mientras comenzaba a dudar que la pobre Esther hubiera tenido un orgasmo en su vida.

Me separe, me levante y me coloque  delante mientras ella permanecía de rodillas. Mantuve mi falo goteante durante unos momentos, a escasos dos dedos de su boca que estaba entreabierta de deseo.

– Quieta, no te muevas.

Ella, obediente, mantuvo la posición sin moverse. Después  me incline y la besé con intensidad, recorriendo con mi lengua el interior de su boca y arrancando de Esther nuevos gemidos. Esto si sabia hacerlo bien. Me incorpore  y volví nuevamente  a ponerle mi pene a  dos dedos de su entreabierta y anhelante boca.

– Supongo que tendré que enseñarte a chuparla, –afirme con convicción– la primera lección: nunca debes rozarme con los dientes, si lo haces te castigare. ¡Abre la boca!

Sin esperar respuesta, introduje mi polla en su boca. Tuve que controlarme y hacer un gran esfuerzo para no correrte instantáneamente.

–  Usa los labios y mueve la lengua. Acaricia con ella la punta. Muy bien, sigue. Sigue. Así sigue … muy bien … Pon la lengua por abajo y métetela hasta el fondo de la garganta …  ¡Vamos mas adentro!  … ¡¡MAS ADENTRO HE DICHO!! Muy bien, lo estas haciendo muy bien. Sácatela y chupame las pelotas, así, muy bien. Sigue … Sigue … Métetela otra vez. Así muy bien. ¡¡PUTA DE MIERDA ME HAS ROZADO!! …¡¡Joder!! …  Luego de castigare. Sigue. Venga sigue. Cuando me corra quiero que te lo tragues, que no dejes caer ni una gota. Sigue, sigue, muy bien. La lengua, así, muy bien. Sigue. Sigue. Muy bien … No pares, sigue … sigue …

Y entonces me derrame. Fue muy intenso y prolongado porque Esther, instintivamente, siguió acariciando con su lengua mi capullo mientras eyaculaba. Mantuve la postura un poco inclinado sobre ella, mientras la acariciaba la espalda y el trasero con ambas manos. Con lo pequeña que era lo tenia todo a mi alcance. Ella, a pesar de la creciente flacidez de mi pene, seguía chupando. Recordé que no la había ordenado que parara. Con suavidad la cogí la cabeza con ambas manos para dar mas énfasis al gesto y me separe de ella. La  agarre  del pelo y eché su cabeza hacia atrás. La inspeccione la boca y comprobé que tenia ligeros restos de semen en la comisura de los labios, nada importante, pero una escusa perfecta para castigarla, a pesar de la mamada tan bestial que me había echo. Impresionante. Hay mujeres, y algún hombre,  que han nacido para chupar pollas, como si fuera algo genético, natural en ellos, y Esther, sin la mas mínima duda, era una de ellas. Ahora tenia todo el resto de la tarde, y quizás parte de la noche también, para descubrir si era igual de buena en todo lo demás.