Estefania, la segurata

Empecé a trabajar en un despacho de abogados. Una noche, la segurata me sedujo a la fuerza

Estefanía, la segurata

Cuando a principios de verano me vine a trabajar a Madrid, no esperaba que mi vida cambiara de la forma en lo que iba a hacerlo. Mi nombre es Clara, soy una joven universitaria, de veinticinco años, soltera y sin compromiso. Soy de Avilés, y nunca había estado fuera de casa, así, viviendo. Cuando acabé mis estudios, me salió un trabajo en un despacho de abogados en Madrid.

Soy una chica rubia y delgada. Cuando estudiaba me llamaban "la Ally McBeal" de la universidad, por que la verdad, tanto en la constitución física como en la cara, las facciones, y, como me dijo una vez un pretendiente despechado, "esos aires de niña pija", me parezco. Tengo los ojos marrones claros y el pelo lacio, no muy largo, y la boca grande, larga, con los labios delgados, la cara ovalada, el cuello largo, como las manos.

El ritmo de trabajo en el despacho es frenético, y hay mucha presión y competencia, Los compañeros de trabajo te miran con una mezcla de odio y ganas de hacer el amor, las compañeras te miran sonrientemente mientras tomar el café con ellas y te critican en cuanto te das la vuelta. Un día el jefe se me plantó en el despacho y me deja un expediente y me dice simplemente.-Esto lo necesito para ayer-

Es la típica frase que te amarga durante todo el día. Dejé todo lo que tenía que hacer y me puse a solucionarlo. El resto de los temas también eran urgentes, así que, cuando todos los compañeros salían del trabajo, yo me quedé. A los veinte minutos ví aparecer por la puerta a la guardia jurado,; la "segurata" de la puerta. -¡Que hace usted aquí!-

-Pues... acabando un trabajillo-

-¡Ah! ¡Pero no le han explicado las normas de seguridad!-

-¿Normas?-

  • Nadie puede quedarse en las oficinas después de las cuarto.-

  • ¡Oh! ¡Perdón! ¡Tengo tanto trabajo! –

  • Ya. Normalmente, si una se queda en la oficina, hay que rellenar un parte y no hay mayor problema.-

Ese era un aspecto que no me gustaba, por que dejar un parte era como decir a mis jefes que el trabajo que me daban era superior a mí, y causaría muy mala impresión.

-No. Lo siento. Me voy- Empecé a recoger las cosas mientras seguía explicando – Es que soy nueva y no quiero causar mala impresión.-

la "segurata"· me miró con cara compasiva. Era una mujer de treinta y tantos años, con una expresión madura, de pelo castaño y rizado que ceñía con una coleta. Era un pelín más alta que yo, a pesar de mis tacones y tenía una constitución delgada y fuerte, Sus ojos eran marrones y almendrados y sus labios, regordetes y no muy largos. Tenía la cara ligeramente alargada y la nariz recta como una diosa griega. Se me vino a la cabeza la imagen de Diana cazadora al verla.

-Mira, es que a las media llega el compañero y tengo que dejar el edificio "conforme". Si no te importa, mañana hacemos lo siguiente. Yo tengo turno de noche, así que sales a en punto, te tomas un café y vienes aun poco después de la media y te dejo pasar. ¿Vale?-

Me pareció bien. La "segurata" me escoltó hasta la puerta. Iba delante de mí. Tenía un tipo muy gracioso con esas botazas, esos pantalones que le estaban anchos, a pesar de lo cual se adivinaba un trasero muy bien puesto, y esa chaquetilla. El colmo era la correa de la que salía una enorme porra, y aquellas esposas, y aquellas botas militares. La indumentaria masculina no podía ocultar su contenido femenino.

-Adiós y gracias...- Le dije al despedirme en la puerta, quedándome mirando esperando su nombre, sonriente.

-¡Ah! Me llamo Estefanía..Este, para los conocidos.-

-Yo me llamo Clara-

Cuando al día siguiente llegó la hora de la salida, recogí mis bártulos como todos los compañeros. Ahora ya entendía el porqué de aquellos maletones que todos llevaban. Se llevaban a casa lo que no podían acabar en la oficina. Yo me compraría uno, pronto, pero debería ser más discreto, para no levantar susceptibilidades. Recogí y me fijé que el "segurata" de la puerta estaba nervioso, deseando irse. Estefanía no estaba aún. Me dirigí a un café frente a la puerta del edificio, y a las cuarto, la ví llegar con su indumentaria y entrar en el edificio. A menos veinticinco salía el segurata del turno anterior. Pagué mi café y entré en el edificio.

Me encontré a Estefanía haciéndose la coleta. Abrió la puerta y la saludé con una sonrisa que me devolvió. Me guiñó el ojo indicando su consentimiento y subí con una sonrisa de satisfacción.

Estuve trabajando con un silencio y una concentración que desconocía hasta entonces en la oficina. Me cundió mucho. Acabé en hora y media. Estaba recogiendo cuando se presentó Estefanía.

-¿Qué tal? ¿Cómo va?-

-Bien. Ya acabo-

Estefanía se acercó hasta el borde de mi mesa. Miraba como recogía sin hablar. La miré y vi en su cara una expresión extraña. No era desconfianza ni miedo. Estaba como decidiéndose a hacer algo, como convenciéndose a decir algo. Me quedé mirándola, invitándola a reaccionar. Finalmente pareció salir de su trance.

Cuando terminé de recoger, me puse de pié en la mesa y Estefanía se colocó a mi lado y me dijo.

  • Perdón. Tengo que registrar tu bolso a ver si te llevas algo-

  • ¿registrar mi bolos? ¡Pero eso es ridículo!-

  • Lo siento, pero me juego el trabajo. Las cámaras están grabando que estás aquí y si falta algo...-

  • ¡Qué va a faltar! ¡Qué me voy a llevar! ¿Una grapadora?-

  • Documentación-

Estefanía me puso fuera de mí, y comencé a gesticular de forma muy visual. -¡Documentación! ¡Todo el mundo se lleva documentación a casa!-

-Así que lo reconoces... si sigues comportándote así tendré que reducirte!-

-¡Qué crees que llevan en esas carterazas!-

-Lo siento, Clara-

Como por arte de magia, sacó las esposas y sin poder reaccionar, una de mis manos quedaron rodeadas por una orquilla. De repente, Estefanía agarró mi otro brazo y lo tiró hacia detrás y antes de poder decir ni pío, estaba inmovilizada, con las manos puestas a la espalda.

-¡Suéltame! ¡Suéltame, maldita sea!¡Suéltame zorra de mierda!- gritaba e intentaba patalear. Pero no hice más que empeorar las cosas por que Estefanía puso la mano sobre mi vientre y tiró de mi cuerpo hacia detrás. Mi cara se topó con el cristal del tablero de la mesa. Me presionaba contra él. –Estate quieta. Va a ser mejor-

Pegué un respingo al sentir su mano tocarme el trasero. Se deslizaba hacia abajo, hasta los bordes de mi falda. Mi falda era una falda gris oscura, muy profesional, corta pero no demasiado, estrecha pero no lo suficiente, pero con aquella posturita. Cogió el borde de la falda y lo subió y sentí sus dedos. Me estaba tocando. Primero me tocó los muslos y luego tiró de la parte alta de mis nalgas hacia arriba. Mi pulso se puso a cien, acelerándose mientras aquella sensación que no era desagradable en absoluto producía en mi vientre un delicioso cosquilleo.

  • Muy bien, Clara. Te vas a sentar en la silla mientras te registro. Y nada de gritos. ¿Me oyes?- Asentí meneando la cabeza, mientras seguía sintiendo cómo Estefanía me acariciaba el trasero impunemente, enredando sus dedos en mis bragas, y tirando de ellas hacia arriba, para que mis nalgas quedaran desnudas, a su disposición.

Entre aliviada y decepcionada sentí como sus manos abandonaban mis nalgas y me invitaban a sentarme en mi silla, empujándome suavemente por los hombros. Abrió mi bolso y se puso a sacar cada una de las cosas que contenía. Mi móvil, mi lápiz de labios, mi lápiz de ojos, mi monedero... todo. Yo la miraba sentada en la silla, impotente, muy tensa, con las piernas juntas. Hizo una mueca y volvió a meter mis cosas con parsimonia dentro del bolso. –Está bien, Clara. No llevas nada en el bolso, pero conozco a las ladronzuelas como tú. Seguro que lo llevas escondido en alguna parte de tu cuerpo. Tendré que registrarte-

-¡Pero déjame! ¡Estás loca!- le dije mientras me sentía manipulada de nuevo. Me resistía a levantarme de la silla hasta que me cogió del pelo y me dio un fuerte tirón. Me levanté. Me quedé mirándola con cara de odio y en su cara pude ver la expresión socarrona.- ¿Sabe? Temo que tal como te estás comportando te portes como una fierecilla así que...-

Se puso detrás de mí. Sentí su vientre en mi espalda y su cara rozar mi cuello y mi mejilla. Sentí la cazadora en mi espalda, detrás de mi blusa. Sus manos me cogieron de las caderas y volvieron a deslizarse para alzar mi falda. Volví a sentir como mi pulso se aceleraba, como en mi vientre volvía a sentir las mariposas revoloteando. De repente sus dedos se engancharon en los bordes de mis bragas, unas bragas blancas, de corte moderno y escotado, y tiró de ellas hasta las rodillas –Esto por si se te ocurre darme una patada.-

Sentí en la piel de mis nalgas la ruda tela del amplio pantalón de su uniforme. Puse mis manos de manera que intentara taparme, pero era casi imposible. Entonces noté como metía cada uno de sus brazos entre el hueco que dejaban los míos con el tronco de mi cuerpo, y comenzó a desabrochar cada uno de los botones de mi blusa. Paró un poco para tirar de los bordes de la camisa y sacarlos de la falda, y siguió hasta dejarlos totalmente desabrochados. Yo cada vez me sentía más excitada. No deseaba que se parara. No deseaba que continuara. No deseaba que me soltara para poderme defender. Prefería continuar de víctima y dejar que Estefanía me forzara a continuar con aquello.

Finalmente mi camisa quedó desabrochada. Sus manos se deslizaron por mi torso suavemente. Sentí las yemas de sus dedos suaves y la palma de su mano acariciar mi vientre. Luego sus dos manos empezaron a ascender hacia mis senos. Me presionó ambos pechos ligeramente por encima del sujetador. Su vientre se clavaba en mis nalgas, Me presionaba y percibía un ligero baile a un lado y a otro, detrás mía. Cogió ambos tirantes del sujetador y tiró de ellos hacia abajo, arrastrando junto a ellos la camisa. Tiró hasta dejar mis pechos desnudos, y la camisa arremolinada entre su vientre y mis nalgas.

-Vamos a ver esta abogadita lechugina. Vamos a ver como son esas tetitas que tanto les gusta a sus compañeros- Me susurró al oído, haciéndome una confidencia que ya no olvido cada vez que me dirijo a mis otros compañeros de trabajo, y veo como bajan su mirada por debajo del escote. Me cogió los pechos. –¡Uy!¡Qué tetitas más ricas y más bien puestas!-

El calor de su mano y su suavidad me excitaba. Sus manos agarraban mis pechos decididamente. Me cabían en ellas. Mientras me manoseaba comenzó a besuquearme el cuello, con besos pequeños. Luego cogió mis pezones con sus dedos y comenzó a estirar de ellos, unas veces, y otras, a rozarlos. Gemí de gusto. Mis hombros, mi cuello, tan pronto recibían un beso, como un lametón de una lengua que me electrizaba cuando me recorría, como un mordisco suave. Yo entonces le ofrecía todo lo que ella pudiera abarcar. –Tenemos mucho tiempo- me dijo – tenemos toda la noche - . dicho esto, comenzó a desabrocharme la correa y la falda, que cayó al suelo.

Al instante su mano repasaba mi monte de venus, y más tarde, acariciaba el comienzo de mi sexo, donde los labios ocultan el clítoris. No podía disimular por más tiempo que aquello me excitaba. No lo quería reconocer, pero deseaba que Estefanía acabara lo que había comenzado. No me había comido una rosca desde hacía tiempo, y aquella mujer estaba haciendo que descubriera algo que me resultaba maravilloso, aunque para ello hubiera utilizado un método muy poco ortodoxo.

Su mano se introdujo entre las piernas mientras con la otra acariciaba mis pechos. Sentí sus dedos estirar de mi pezón y arañar mi clítoris a la vez. Me estorbaban las bragas, y no por que deseara dar una coz a mi agresora, sino por que deseaba abrirme de piernas para que me hiciera suya. Estuvo acariciando mi clítoris hasta casi hacerme reventar de placer. Me sentía húmeda. De pronto, quitó sus manos unos instantes, pero volvió a ponerlas sobre mi cuerpo, solo que esta vez fue distinto.

Sentí como me agarraba el cuello, por delante y me obligaba a reclinarme hacia detrás, hacia ella, mientras su mano se deslizaba entre mis piernas, pero esta vez desde detrás. Tenía el equilibrio perdido, pro que además, presionaba sus rodillas contra las mías. De repente, Estefanía era fruto de una especie de ola de agresividad controlada. Metía la mano entre mis piernas, por detrás, mientras me sujetaba el cuello y me obligaba a reclinarme contra ella. Sus dedos alcanzaban mi sexo, mientras sentía su antebrazo en la parte baza de mis nalgas. Sus dedos me penetraron. Mis pezones se erizaron. Me estallaban mientras emití un gemido ahogado al sentirme penetrada, aunque los dedos de Estefanía se resbalaron dentro de mí, por que estaba más que mojada. Estaba chorreando. Comenzó a mover sus dedos dentro de mí, sin miramientos, profundizando en mi vagina y comencé a correrme mientras hacía esfuerzos por mantener la postura de mis piernas, que me flaqueaban, y no derrumbarme contra Estefanía.

Estefanía siguió metiendo sus dedos mientras yo iba perdiendo la compostura y comenzaba a jadear y a gemir, y luego a jadear y gritar, y mientras en mi cogote, en mi espalda sentía un rayo electrizante que recorría todo mi cuerpo, desde las rodillas, pasando por mi vagina y mis pechos.

Estefanía se apartó de mí y me dejó sobre la silla, con el orgasmo ya pasado, pero todavía con deseos de que me siguiera penetrando con los dedos que se limpiaba en un pañuelo de papel que se sacó de un bolsillo. Eran unos dedos largos, con los nudillos muy marcados, en una mano fuerte y huesuda. Mi pulso seguía acelerado pero se calmaba poco a poco. No me atrevía a mirarla a la cara. Me daba vergüenza, aunque realmente deseaba que me volviera a hacer suya.

Estefanía olfateó su mano. Me cogió la mandíbula y levantó mi cara para que la mirara. Me pareció una mujer hermosa. La deseé. Deseé que me tocara de nuevo. La miré con insolencia, haciendo acopio de todo el valor que tenía, esperando que aquello excitara su deseo de poseerme de nuevo. Y eso fue lo que sucedió.

Estefanía se colocó justo enfrente de mí mi me besó en los labios. Colocó sus manos encima de mis rodillas. Al principio simplemente me besaba. Luego, cuando huno conseguido que respondiera a sus tiernos besos con los míos, sus labios se volvieron más glotones y comenzó a morder mis labios con los suyos y a penetrar mi boca con su lengua, buscando la mía, que tan pronto iba a su encuentro, a fundirse con ella como jugaba al escondite, para volver la loca.

De repente, sus manos ya no se conformaban con apoyarse en mis rodillas, sino que comenzaron a separarme las piernas. Mi sexo se volvió a excitar ante su insistencia, ante la expectativa de que me tocara de nuevo. Apartó su cara y comenzó a mirarme fijamente, con una mirada penetrante. Mis pezones se erizaron cuando se empleó a fondo para separarme las piernas y me di por vencida.

Estefanía tiró de mis piernas y casi me caigo de la silla. Mi cabeza reposaba en el respaldo y mi espalda estaba a mitad entre éste y el asiento. Se deshizo de mis bragas y me abrió de piernas, colocándose de rodillas frente a mí. Sentía su respiración en mi vientre. Luego entre mis muslos. El camino de su boca era previsible e inevitable. Mis piernas estaban colocadas a ambos lados, encima de los brazos del sillón, y colgaban a cada lado. Estaba expuesta e indefensa. Mi sexo se humedecía a cada momento y a pesar de todo, pegué un respingo de placer al sentir sus labios en mi raja y, luego, su lengua entre mis labios. Me lamía, me mordía y me penetraba con su endiablada lengua y me las hacía pasar putas de placer. Me hacía mojarme de gusto. Las mariposas de mi vientre llegaban al millón.

Me hubiera gustado acariciarme los pechos y maltratar mis pezones, pero mis manos permanecían inmovilizadas con las esposas en mi espalda. Estafanía levantó la cara. Por un momento se me vino a la mente la cara de un muchacho que hubiera hundido su cboca en una tarta de chocolate y la hubiera levantado. Esa era su cara de satisfacción. Alargó los dedos de una mano, que ya no necesitaba para separar mis piernas y se los chupeteé despacio, como si fuera un caramelito, durante unos veinte segundos. Luego, esos mismos dedos me volvían a penetrar. Me retorcí en la silla y gemí. Metía los dedos como antes, sin complejos, todo lo profundamente que podía. Pero ahora me excitaba, no sólo las sensaciones, sino que la veía a ella, que a veces me miraba con esa cara de niño travieso, y veía mi sexo insertado por sus dedos.

Estefanía acercó de nuevo su cara a mi raja y contuvo mi clítoris entre sus dedos mientras metía y sacaba sus dedos. Tan pronto lo apretaba con los labios como daba un apretón. Cerré las piernas para sentir su pelo y sus orejas en mis muslos. Me electrizó la sensación de su cabello. Comencé a gemir ante la llegada de un nuevo orgasmo. Era todavía más fuerte que el otro, más salvaje. Chillaba procurando ahogar mi voz, y me retorcía hasta que finalmente comencé a correrme. Estefanía ya no era mi raptora. Era mi amante. Deseaba el roce de su cuerpo, pegarme a ella mientras me convulsionaba en la silla. -¿Sabes? Te eche el ojo desde que llegaste, y sabía que no te me ibas a escapar. Cuando ayer te vi, pensé que era mi oportunidad. Y vaya si la voy a aprovechar.- Me dijo.

Se echó sobre mí y comenzó a besuquearme la boca y acariciar todo mi cuerpo, especialmente mis pechos. Estuvimos así un rato. Le dije un montón de tonterías románticas. Que si la amaba, que si no debería de haberme secuestrado, que si me lo hubiera pedido, tal vez

Estaba aún recostada sobre mí, abrazándome cuando me dijo que tenía que cumplir con sus obligaciones. – Ahora, cariño, tengo que hacer la ronda. Te vas a quedar aquí quietecita. Y cuando vuelva, seguiremos jugando ¿Vale?-

Ni le contesté. A pesar de todo, parecía que no se fiaba de mí, así que cogió las bragas que estaban tiradas en el suelo. Dejé que metiera mis piernas en ellas, pensando que me iba a vestir, pero me equivoqué, pues las coloco donde antes, a la altura de mis rodillas, pero esta vez, utilizando un bolígrafo, se las apañó para hacer una especie de nudo, de manera que mis piernas quedaron amarradas. Además, cogió mis manos y soltó una de ellas de las esposas, momentáneamente. Las cruzó por detrás de uno de los hierros de sujeción del respaldo, venciendo mi tímida resistencia, pues los movimientos de mis brazos quedaban imposibilitados por la blusa, y me volvió a amarrar. Sacó de un bolsillo una cinta de esas adhesivas de aluminio, de las que se compran en "el chino", y me tapó la boca. Y se alejó.

Pasaron unos veinte minutos. Yo estaba allí, medio desnuda, asustada pensando en lo que podría pasar si a mis jefes se les hubiera olvidado algo y llegaban en ese momento, esperando con miedo y por otra parte, deseando de saber cual sería la segunda parte del juego. En un reloj veía pasar las los minutos. Pronto adiviné por el ruido de los pasos y por las sombras proyectadas desde la entrada, que Estefanía volvía.

-Ahora te vas a venir conmigo- Me liberó de las manos para soltarme de la silla. Aprovechó para quitarme la camisa y me volvió a agarrar las manos a la espalda. Luego me quitó las bragas y me levantó del brazo, dándome un azote en el culo -¡En marcha!-

Tomo mi falda y mi blusa y mis bragas y me dirigió, cogiendome del brazo, por un sitio inusual, de pasillos desiertos, según me iba explicando, para no salir en tal cámara ni en la otra de más allá, hasta unas escaleras que bajamos para subir un poco más allá. Llegamos a una pequeña estancia con un par de taquillas y un banquito. y otra puerta al final. Todo este camino lo había realizado desnuda, llevando puestos tan sólo los zapatos de tacón.

-Bien, pequeña zorra- Me dijo – Ahora vas a ver lo que te hace la segurata.-

Yo seguía con la boca tapada por la cinta de aluminio. Me asusté al ver que Estefanía entreabría la otra puerta y me di cuenta que era como una especia de sala de servicio que había detrás del mostrador de atención del hall de entrada al edificio. Estábamos a veinte pasos de la puerta del edificio.

Estefanía avanzó hacia mí. Venía con aires chulescos. Me miró directamente a los ojos y me dio un empujoncito y puso su mano sobre mis hombros para que me sentara sobre el banco de madera. Era un banco de esos que hay en los vestuarios de los gimnasios, sin respaldo y muy bajo. Cuando estuve sentada me obligó a darme la vuelta, y a ponerme de rodillas después, de manera que mi tórax y mi cara quedaban pegadas al asiento. Estuve así unos segundos hasta que empecé a sentir la mano de Estefanía acariciando mi espalda, desde la nuca hasta el trasero, con una mano fuerte y suave a la vez.

Me acarició un par de veces de esa manera hasta que se concentró en mis nalgas. Me las manoseaba con fuerza, haciendo que se separaran. Estaba de rodillas detrás de mí y sentía a veces el roce de su uniforme en mi cuerpo. De repente, se me erizaron todos los vellos de mi cuerpo.

Contuve la respiración al sentir entre mis muslos aquello duro. Era duro y largo, pues se deslizaba por mis muslos suavemente, y sentía su longitud. Adiviné que se trataba de la porra que Estefanía llevaba normalmente al cinto. Tragué saliva cuando sentí la punta de aquello entre mis labios, y si hubiera podido gritar, lo hubiera hecho, pero seguía con la boca tapada. Comencé a rebelarme, a querer levantarme y moverme a un lado y a otro, pero Estefanía cogió mis manos atadas a mi espalda y con un ligero toque en la muñeca me previno de que sería inútil rebelarme, puesto que podía inmovilizarme como quisiera. Recibí un fuerte azote en las nalgas.

Aquello empezó a penetrarme. -¡Estate quieta, Nena! ¡Esto lo hago por tu bien! ¡Quiero que estés preparada!-

Me sentía sudar. Lo sentía penetrarme, y aunque ahora Estefanía me calmaba acariciando de nuevo mi espalda, la porra iba tomando posesión lentamente de mi vagina, y las mariposas que revoloteaban en mi vientre parecían ahora una serpiente que se apoderaba de mí. Mi cuerpo entero respondía a la penetración y por eso sudaba, y mis pezones hervían de calor y se sentían arañados al contacto con el asiento del banco. Parecía que mis piernas no tuvieran vida, ni mis rodillas. Parecían abandonadas, como si sólo sintiera aquella serpiente deslizarse dentro de mi vagina. Mi corazón se aceleraba y sentía que mi vientre temblaba ante la impresión. Debía tener una buena parte de la porra dentro porque me sentía llena.

Maldije internamente a Estefanía cuando retiraba la porra, pues ya me había hecho a ella y estaba sintiendo un intenso placer. Deseaba ser penetrada de nuevo por aquella porra. Sentía como salía la porra y sentía como si con ella saliera un torrente de flujo. Era el fruto de mi excitación. Estefanía me dejó así, a dos velas. Por un momento se hizo el silencio. Giré la cara para mirar que hacía mi captora. Se había asomado a la puerta y parecía comprobar que alguien viniera. La escuché decir –Me la voy a jugar- y se apartó de la puerta.

-¡Sabes! ¡Me has puesto muy caliente! ¡Voy a hacer una cosa, pero tienes que prometerme que vas a ser buena chica!- me dijo mientras me ayudaba a sentarme en el banco y se ponía de rodillas entre mis piernas, mirándome a los ojos con una cálida mirada. Asentí con la cabeza mientras me decía lo último. Ella volvió a repetir -¿vas a ser buena chica? – Volví a asentir. Me quitó poco a poco la cinta de aluminio de mi boca. Sentía como si me estuvieran haciendo la cera en el bigote. Aquello me quemaba, pero cuando me la terminó de quitar, sentí la agradable sensación de sus húmedos labios en los míos y yo le respondí. Me besó mientras me acariciaba el sexo y comprobaba mi humedad Luego se separó y se puso de pié.

Se quitó la cazadora y se desabrochó la camisa. Pude ver su torso bien formado, y luego, al quitarse el sujetador, su pecho generoso pero bien puesto, de pezones marrones, grandes y puntiagudos. Deseé lamerlos. Deseaba mamar de Estefanía. Estefanía se desabrochó las botas y se las quitó tirando de ellas con fuerza. Luego se quitó los pantalones. Tenía un cuerpo de diosa griega, tapado por unas minúsculas tangas rosas. Al darse la vuelta para colocar bien doblado el pantalón, pude ver un trasero fuerte, generoso y bien puesto. Se quitó el tanga delante de mí y me sorprendió que estaba totalmente depilada totalmente. Su vientre era como el resto de su cuerpo, amplio, plano, de muslos anchos y firmes. -¿Por..Por qué no me sueltas? – Le pedí temerosa, casi suplicando. Puso un dedo sobre mi boca. –Luego –

Se sentó en el banco, donde yo estaba. Dirigió mi cabeza hacia su sexo. Hacia su coño, por que la excitación había hecho que su sexo oliera a su flujo. Encontré el olor fuerte pero agradable. Era como ella, fuerte pero agradable. Me colocó entre sus piernas sin contemplaciones. Mis labios encontraron su sexo húmedo, tierno, y en medio, su clítoris, como la punta de una ostra, que se resbalaba cuando lo intentaba atrapar con mis labios. Abrió bien las piernas, puso sus manos sobre mi nuca y me animó a lamer, a jugar con su sexo, como ella había jugado con el mío en la oficina. Disfruté sintiendo que mi lengua podía excitarla, que a pesar de todo, yo tenía, era capaz de ejercer cierto poder sobre ella. Lo sentía mientras apretaba mi cara entre sus muslos y metía la lengua entre sus húmedos labios y ella se movía de un lado a otro y abría y cerraba sus piernas y apretaba aún más su cabeza. Lo sentía mientras sentía como era ahora su respiración la que se aceleraba, ignorando cómo se aceleraba la mía, cómo el flujo de su sexo empapaba mi cara, ignorando como los míos se deslizaban por los muslos.

Conseguí llevarla a la locura. Arqueaba la espalda y suspiraba, gemía, hasta gritaba mientras me tiraba del pelo y me arañaba suavemente con sus uñas. Yo me estaba vengando de lo que me había hecho proporcionándole el mismo placer que ella me había proporcionado a mí. Cuando después de correrse, me cogió de la cabeza y me beso, pensé que debía tener la boca llena de sus flujos. A ella no le importó, por que me comió entera la boca.

  • ¿Me soltarás ahora?- Le dije con cara de pícara, de niña buena asustada. –Aún no. Pero al menos te cambiaré de postura- Me tumbó sobre el banco del vestuario, mirando hacia el cielo y soltó una de las manos de las esposas, sólo para agarra ambas manos a una de las patas del banco, de forma que mis brazos quedaban por encima de mi cabeza, mostrando mis axilas afeitadas. –Ahora voy a hacerte un trabajito – Me dijo mientras me sonreía con cara picarona.

  • Vas a ver que look me pongo para ponerte a tope, nena- Me dijo mientras se volvía y se ponía la cazadora, así sobre el cuerpo, sin camisa, y luego la gorra. Después se puso las botas, sin bragas ni pantalones, sin atarse los cordones. Yo alzaba la cabeza para verla. Aquella indumentaria, que colocada sobre su cuerpo desnudo la hacía volverse a ella más pequeña, y al uniforme más ancho, hacía que se volviera más ambivalente aún, más femenina y masculina a la vez. Se volvió hacia una de las taquillas y sacó un bolso, y del bolso sacó un consolador de color rosa, que me parecía en sui mano, enorme, con una sería de correas. Adiviné que me iba a hacer el amor como si fuera un hombre u musité -¿Qué me vas a hacer?-

Me estaba mojando sólo con verla con aquello colgando a la altura de su pubis. El consolador se quedaba medio erecto, a pesar de que se había empeñado en atarse bien todas las correas. Se dirigió hacia mí, y sin vacilar volvió a colocarse, entre mis piernas, al otro lado del banco. Estefanía avanzaba hacia mí, desde las rodillas hasta mis pechos, arrastrando su lengua y lamiendo en su camino mi cuerpo hasta encontrar mis pezones, que lamió, mientras sentía que cogía mis muslos y los agarraba con fuerza.

  • Suéltame – Le susurré mientras sentía como la punta del consolador rosa presionaba entre mis labios por hacerse paso al interior de mi sexo. No debía costarle, pues la porra se había hecho camino antes y seguía húmeda y excitada, después de haber sentido como ella se corría en mi boca. La miraba y su cara de satisfacción me encantaba. Me excitaba y me estaba volviendo loca. Aquellos rizos de color canela que asomaban debajo de la gorra le caían en la frente. Adoraba aquellos rizos, aquellos ojos, aquella boca de la que había desaparecido el carmín.

Me lo metió entero. –Suéltame – Volví a suplicarle con la voz temblorosa. –Necesito que me sueltes para correrme a gusto – Le confesé al fín. Me miró con los ojos agrandados y entonces buscó en el bolsillo de la cazadora y manipuló en mis muñecas para soltar una de mis manos, y con ellas, liberar las dos de la pata del banco. Aquello fue una liberación para mí. La agarré y suspiré con fuerza. Me pegué a ella suplicando con mis gestos que me hiciera el amor, sugiriéndole con mi s caricias que continuara.

Empezó a moverse dentro de mí. Ella también me agarraba con fuerza. Nos abrazábamos y nuestros cuerpos estaban en contacto. Sudábamos las dos y no nos importaba mezclar nuestros sudores. Yo procuraba adaptar mi cuerpo a ella, y ella luchaba por acoplarse a mí con más intensidad a cada una de las embestidas con las que me sacudía. El consolador me recorría, salía y entraba y me provocaba un inmenso placer.

Solo me preocupaba de mi placer. Ella sólo buscaba mi delirio y lo estaba consiguiendo, por que me hacía el amor de una manera ruda, salvaje. Mi vientre estaba a punto de estallar de placer, mis pechos pesaban y sentía como si el roce de sus senos era la sensación más tierna que se podía sentir. Sus labios calientes ardían en mi cuello.

Me venía. Por fín me venía. Me venía desde lo más profundo, largo, intenso, mientras ella se esforzaba por ponerse a la altura. Me venía cada vez más cercano, como una de esas olas de las islas del pacífico en la que los surferos planean sobre el agua. Una ola que amenaza con arrasar todo lo que aparezca en la playa, arrastrarlo todo, mojar toallas, arrancar sombrillas. No pude ahogar mis gemidos que terminaron trasformados en gritos de placer, mientras Estefanía cabalgaba sobre mí.

Se quedó encima mía besuqueándome mientras yo yacía medio desmayada, con la respiración entrecortada, jadeante, sintiendo todavía el consolador dentro de mí, y luego cómo se retiraba lentamente, mientras me besaba la boca, a la que yo respondía como podía. Me besuqueaba el cuerpo en su retirada, todo el cuerpo, desde la boca hasta mis rodillas, pasando por mis pechos y mi vientre, besando cada palmo de mis muslos.

Comenzó a desnudarse y a vestirse de nuevo. –Será mejor que te vayas ahora- Me dijo. Me extendió mi ropa con cuidado, mirándome tiernamente. Yo la cogí y las dos nos vestimos, cada una por nuestro lado. Yo la miraba de reojo. La amaba. No sabía en que quedaría aquello. Le pedí que me dejara ir a la oficina y ordenar mi mesa. Me acompañó. No cruzamos palabra.

Cuando volvimos al hall de entrada me quise despedir de ella. Me volví. ¿Debía besarla? ¿Debía decirle que la amaba? ¿Que la perdonaba por la forma en que me había asaltado?. La saludé con la mano. Nuestros dedos se rozaron y sentí un calambrazo en la nuca. ¿Volveríamos a estar juntas?

Han pasado unas semanas desde aquella noche. Yo me he comprado un carterón donde cabe todo el trabajo que me tengo que llevar a casa para acabar. Veo a Estefanía haciendo sus turnos y la saludo. Ella también me saluda. He intentado quedar con ella, invitarla a tomar café. Nunca puede. El otro día me dijo que eran las normas de la empresa. Me puse triste. Hoy me enterado que Estefanía tiene otra vez el turno de noche... Y no sé. Últimamente estoy muy despistada Esta noche me voy a dejar la cartera en la oficina. Y tendré que volver a por ella.

Egarasal1@mixmail.com