Esteban y Luis

Vuelven estos dos personajes para protagonizar un capítulo de sexo guarrete y vicioso. Espero que os excite tanto como los dos anteriores!

Esteban y Luis

A Esteban le gustaba programarse el despertador muy temprano, para que le diera tiempo a asearse y desayunar con calma. Solía espabilarse rápido, y aquella mañana no le costó abrir los ojos y, tras restregárselos un momento, incorporarse para ir a la ducha. Su cuerpo depiladito recibió el agua con gran placer, dejándola resbalar suavemente, templando cada centímetro de su piel. No podía ser un despertar más adecuado, teniendo en cuenta que iba a ser un día especialmente caliente para Esteban.

El primer empalme le vino en la ducha misma. No se tocó, prefería quedarse así, con el miembro tieso mientras se vestía; por algún motivo le daba morbillo. Se explayó con el desodorante y, disimulando su tienda de campaña, entró rápidamente en su habitación envuelto en la toalla. Eligió una camisa blanca, implecablamente planchada, de una seda que le hizo suspirar y cerrar los ojos mientras se deslizaba por su piel. Definitivamente, esa mañana se encontraba aún más cachondo de lo habitual. "Tranquilo, Esteban", se dijo, no era cuestión de llegar tarde al curro.

Corbata rosa –más bien fucsia–, gemelos y a desayunar. Saludó a su familia como si nada, y trató de que no advirtiesen el humo que salía de su entrepierna. Tras comer, algo acelerado, se echó toneladas de colonia, cogió su chaqueta y su portafolios, y salió al garaje.

El trayecto en coche a la oficina fue bastante indicativo del calentón que Esteban arrastraba desde casa. Cada viandante que cruzaba la calle ante él se le antojaba buenorro, morbosamente agresivo o simplemente interesante y encantador. Su polla le hacía pensar en mil posturas con uno y con otro. Aprovechó un semáforo para colocarse un kleenex entre los boxer y el capullo, pues tenía miedo de que el babeo le manchase el pantalón y pudiese verlo todo el mundo.

Esteban trabajaba en una empresa de turismo. La oficina rebosaba gente caminando apresurada de despacho en despacho; se organizaban hoy varias excursiones y el personal estaba desbordado. Desde su silla, Esteban observó el ir y venir de sus compañeros sin poder concentrarse. En un momento dado apareció su jefe, Héctor, un tío joven pero robusto, muy peludo, que más de una vez había despertado fantasías en el salido de Esteban. Cada vez que le llamaba a su despacho tenía que taparse con una carpeta para que no notara el bulto creciente de su paquete. A Esteban le parecía que, cuanto más caliente estaba, más tiempo le entretenía su jefe con gilipolleces para provocarle; quizá no fuera así, pero le molaba pensar que lo hacía a propósito.

"Quién pudiera quedarse a solas un rato con Héctor en su despacho", pensó. "Que me pida que se la chupe para conseguir un aumento, que intente denigrarme; así podría ponerme de rodillas, sacar su polla, aspirar hondo el sudor de los pelos de su entrepierna, y saborear su falo durante horas como si fuese un chupachups húmedo y durito".

Ufff, aquel día iba a ser largo para él. La opción de pajearse en el baño era poco prometedora pues, aunque no habría sido la primera vez que lo hiciese –ni la última–, había tanto trajín en esos momentos que le descubrirían fácilmente.

En un momento dado, una compañera le anunció que se habían quedado sin transporte para un grupo, y Esteban consiguió tener un momento de lucidez.

  • Mi primo conduce autobuses. Hace tiempo que no hablo con él, pero trabaja por la zona. Puedo llamarle a ver si puede escaparse un momento de su turno.

  • Venga, llámale cuanto antes, que a Héctor está a punto de darle un ataque.

"No me jodas", pensó Esteban, "traédmelo aquí que yo le consuelo en un periquete…". Descolgó el teléfono y marcó el número.

  • ¿Luis? … Hola, ¿sabes quién soy? Tu primo Esteban… Sí, mira, tenemos un problema en la empresa e igual nos puedes ayudar

Pasó la mañana; Luis movió unos hilos y le dieron permiso para escaparse unas horas y hacerse cargo de la excursión. Al fin y al cabo, sus compañeros le debían unos cuantos favores. "El buenazo de Luis", pensó Esteban; hacía mucho tiempo que no se veían, aunque habían pasado juntos parte de su infancia. Esteban le había considerado entonces como una especie de hermano mayor, aunque tras perder el contacto pocas veces se acordaba de él. Por alguna razón, después de charlar con su primo se quedó más sosegado y pudo concentrarse en el trabajo durante el resto del día. Ni siquiera se pajeó a la hora de comer, prefería hacerlo de noche, con calma, en su habitación, una paja larga y meditada… a veces venía bien tener un poco de paciencia para disfrutar más.

A eso de las ocho de la tarde, Esteban acudió a saludar a su primo; había quedado con él para darle las gracias. Cuando llegaron, se dieron simplemente la mano, un poco cortados.

  • Tanto tiempo sin vernos y de pronto apareces y me salvas la vida.

  • ¡Ya te lo cobraré! –bromeó Luis– Nada, ya sabes que ha sido un placer. Y así de paso nos vemos un rato, que ya iba siendo hora, ¿no?

  • Bueno, pues te invito a cenar y me cuentas cómo te va, ¿de acuerdo?

Fue una cena agradable; uno solía sentirse a gusto cerca de Luis, era un tío bonachón, educado y, para qué nos vamos a engañar, también alegraba bastante la vista, si te gustaban los tíos grandes y cálidos. Esteban notó que su miembro recobraba de pronto, muy levemente, las ganas de fiesta, aunque no le dio mayor importancia: ahora estaba cenando con su primo, ya habría tiempo para corridas más tarde.

A la salida del restaurante, Esteban pensó que tocaba despedirse.

  • Bueno, me alegro de haberte visto después de tanto tiempo

  • Yo también primito. Por cierto, ¿mañana madrugas?

A Esteban se le había olvidado por completo el día que era.

  • Pues ahora que lo dices, no, claro, mañana es sábado.

  • Te lo digo por si quieres tomar algo, yo no tengo prisa, después de todo este tiempo tenemos para mucha conversación

  • Claro que me gustaría, ¿dónde se te ocurre?

  • Hombre, estamos al lado de mi casa, pero si te apetece ir a algún bar que te guste

  • Tu casa está bien, aunque no querría molestar

  • Tranquilo –Luis guiñó un ojo–, vivo solo.

Pasaron una tranquila velada sentados en el sofá, viendo un rato la tele, sacando unos licores, charlando de todo un poco.

  • Son casi las doce, tendré que ir yéndome a casa tío.

  • Venga, es viernes… ¿por qué no te quedas a dormir? Date un respiro hombre.

  • Sí, la verdad es que hoy ando un poco acelerado.

Esteban llamó a su familia avisando que dormiría en casa de su primo. Aquello le relajó, y se recostó en el sofá dando un gran suspiro, y cerrando los ojos.

Fue ese momento cuando Luis hizo la pregunta inevitable:

  • Bueno, ¿y qué tal tu vida amorosa primito?

Tarde o temprano saldría el tema. Esteban sabía que era un perfecto salido y le daba un poco de reparo hablar de nada relacionado, por no mencionar la incomodidad de tener que anunciar su homosexualidad. Intentó desviar la pregunta.

  • Pues nada que valga la pena mencionar, ya sabes, alguna aventura aquí y allá, nada serio.

  • ¿Con tías o con tíos?

Luis sonrió ante su sorprendido primo. – Venga, que crecimos juntos, ¿crees que no noto este tipo de cosas?

  • Bueno… –Esteban no sabía que contestar– Pues sí, con tíos. Decididamente –añadió, riéndose un poco; después de todo, tampoco era para avergonzarse ante alguien comprensivo con el tema.

  • Relájate, yo también prefiero los rabos –contestó Luis soltándose un poco; quizá demasiado, pues Esteban recibió otro aviso de su polla que empezó de nuevo a cobrar vida en su paquete.

Charlaron un rato sobre el tema; Esteban le contó que había tenido dudas pero que se habían disipado definitivamente hacía unos años, después de un viaje a Madrid capital. Quizá por lo repentinamente relajado que se encontraba Esteban, quizá por el alcohol, o por la confianza recobrada hacia su primo, acabó contándole la experiencia sin ocultar los detalles escabrosos.


Con 19 añitos, Esteban decidió buscar un curro de verano en Madrid, donde permaneció un par de meses. Ya establecido en una residencia, decidió que iba siendo hora de explorar la vida nocturna. Tras salir dos o tres veces con amiguetes, descubrió que se aburría y que necesitaba algo diferente. Por esa época, ya había empezado a pensar seriamente que le molaban los tíos, así que le atraía mucho el barrio gay, pero no conocía a nadie con quien ir. Una noche, por fin, se atrevió a explorar la zona a solas.

Estaba muy cortado, y no sabía por qué local empezar. Finalmente se encontró frente a la entrada de un bar de osos. Su lado más morboso se despertó y le obligó a entrar; como primer acercamiento estaba bien, ya que parecía un sitio discreto, inofensivo, "una copa y me voy".

Se sintió un poco fuera de lugar entre tantos hombretones grandes, peludos; él era delgadito, y aunque aún no se depilaba tenía a todas luces mucho menos vello que el resto. Con todo, iba al gimnasio desde hacía tiempo, y en seguida notó que su torso fibradito, envuelto en una camisa ceñida, despertaba la atención lasciva de muchos ojos.

Se acercó lentamente a la barra, con la cabeza baja, y pidió un whisky. Pagó y se llevó el vaso a la esquina más discreta que encontró, colocándose de espaldas a la pared.

  • ¿Nunca has estado aquí, verdad?

Le hablaba un hombretón sonriente, grande, con barba –aunque no demasiada– y vestido con una camisa negra de manga muy corta que le marcaba cada músculo de su cuerpo.

  • La verdad es que no… –contestó tímidamente Esteban– Ni en el barrio.

  • Se te nota, chaval. Te habrás dado cuenta de que aquí triunfas, ¿eh? Eres un cachorrito muy mono.

La voz del extraño tenía algo que tranquilizaba a Esteban; parecía comprensivo, suave, había percibido que estaba cortado y simplemente se había acercado para relajarle amistosamente.

  • Gracias. –No sabía muy bien qué decir– Todo esto es nuevo para mí.

  • Tranquilo, que yo te protejo de estos tiburones. –Extendió una gruesa mano– Javi.

  • Esteban –dijo, estrechándosela, y al sentir el calor y fuerza de aquel apretón se dio cuenta de que estaba en el local acertado.

Diez minutos después, Javi ya posaba su mano de forma ocasional sobre el hombro de Esteban como gesto amistoso espontáneo, en realidad tanteándole. Otros diez, y esta mano de pronto se elevó más y le cubrió la barbilla, observando Esteban cómo en un segundo la boca de Javi alcanzaba la suya y comenzaba un tierno y decidido morreo. Era la primera vez que se besaba con un hombre. Javi restregaba su bigote y barba en la cara del chaval, se alzaba sobre él como un oso –perdón por la obviedad de la metáfora–, acorralándole firmemente contra la pared pero sin brusquedad, usando primero los labios, después la lengua, y cada vez más saliva. Sus manos abrazaban a Esteban, recorrían su cuerpo, bajaban a su paquete y su culo, primero discretamente, luego agarrando bien, como si quisiera que lo viera todo el garito.

Las horas siguientes pasaron muy rápido para Esteban; Javi le llevó en coche hasta su piso. En el ascensor, le besó suavemente y le dijo al oído:

  • En el tiempo que estés en Madrid, te voy a hacer mi putita.

Esteban estaba tan salido que no se molestó en pensar en aquello. Quería dejarse llevar. Confió en Javi, y aunque posteriormente se daría cuenta de lo arriesgado que había sido ponerse en manos de un extraño, le salió bien.

En dos días, el culo de Esteban ya había recibido la lengua de Javi, un par de dedos y mucha saliva. La noche siguiente se lo folló. Y para cuando Esteban volvió de su estancia, ya no le resultaban extrañas las palabras "amo" y "esclavo".


Luis sonreía divertido.

  • Quién me iba a decir que mi primito se convertiría en una guarrilla de la noche a la mañana

Se lo tomaba con naturalidad, algo que parecía fuera de lugar; bien pensado, era la mejor forma de tomarse aquello, aunque Esteban se arrepintió instantáneamente de habérselo contado. Bajó la mirada con cierta vergüenza, y permaneció callado unos instantes. Notó que Luis se removía un poco en el asiento.

  • Oye, no te cortes, hablaba en broma –le dijo cariñosamente–. Suelo soltarme cuando algo me pone cachondo.

  • ¿Te has puesto cachondo? –preguntó Esteban con algo de curiosidad.

  • Hombre, una historia como esta, y contigo de prota… Para mí es fácil excitarse con este tipo de cosas.

Esteban miró a su primo con cautela. De pronto le parecía muy atractivo. La empalmada volvió, y su nerviosismo se juntó de nuevo con su calentón.

  • Ya, a mí me pasa lo mismo.

Luis pasó un brazo por encima de los hombros de su primito.

  • Te noto nervioso, relájate… Oye, y si quieres hacerte un pajote, no hay ningún problema. Tengo también alguna peli porno, si te apetece. Te dejo a solas y ya está.

  • No me hace falta estar a solas para eso… –contestó Esteban sin pensar. Observó que Luis también parecía algo indeciso, era una situación algo delicada, pero muy muy morbosa para él.

  • Esteban –dijo su primo mirándole a los ojos–, ¿te apetece que hagamos algo?

No contestó; se miraron unos segundos, y Luis no se hizo esperar: adelantando la cara, posó sus labios en los de Esteban, empezó a masajearlos suavemente, y sin detener este movimiento fue sacando la lengua, introduciéndola en la boca de su primo, durante varios segundos tras los cuales se separó y le miró dulcemente, algo serio. Parecía que estaba a punto de pedirle perdón.

  • Sí que quiero hacer algo –dijo Esteban en un susurro. Luis le alcanzó la oreja con sus dientes y se la mordisqueó un instante antes de decirle al oído:

  • Dime el qué, zorra.

La excitación de Esteban crecía de forma exponencial; jadeó mientras su primo le lamía el cuello.

  • Quiero que me folles

  • ¿Sí? –la voz de Luis empezaba a adquirir un tinte amenazante– ¿Y qué más?

  • Quiero que me uses, y me folles, y me mees, y me insultes, y me trates como a una puta

  • Es lo que eres.

Y Esteban se dio cuenta al fin de que aquel era su día de suerte.


Luis estaba flipándolo, no menos que su primo. Le parecía un poco fuerte estar enrollándose con él, pero le había dado tantas pistas, le había provocado tanto… Esa actitud reprimida de puta tímida, su anécdota de cuando estuvo en Madrid, ¿cómo no iba a excitarse? Le encantaban los tíos que iban de guarra, por la sencilla razón de que a él le encantaba ir de machito. Nunca lo hacía en la vida cotidiana, así que le salía automáticamente cuando tenía sexo con cualquiera que se pusiera burro ante un señor machote.

Se levantó del sofá y se plantó de pie ante Esteban, que aún sentado le miraba con ojos de sumiso y una leve sonrisa. Rápidamente se quitó la camiseta, la lanzó al suelo, y permaneció unos instantes así, en silencio, mirando con toda la seriedad que pudo a los ojos de su primo; quería que contemplase su torso, el volumen de sus pectorales velludos, los músculos de sus brazos. Adoptó una postura de macho creído, y sus pezones se endurecieron al momento acompañados por su polla, que ya apretaba duro pidiendo salir al exterior.

Esperó a que esteban se adelantase un poco y entonces adelantó una mano y le agarró por la frente, girándole un poco la cabeza hacia atrás. No era una situación en la que Luis se hubiera encontrado frecuentemente, pero su primo le iría dando pistas sobre qué hacer: inmediatamente abrió la boca y le miró, expectante y sonriente, sacando levemente la lengua. Luis comprendió y comenzó a soltar un buen lapo chorreante sobre la cara de Esteban, acertando la columna babosa en su mejilla y deslizándola lateralmente hasta su boca.

  • Eso es, empieza por tragarte mi saliva, zorra.

Acto seguido inundó de babas su mano libre y se la restregó por la cara a su primito. Estaba disfrutando de la hostia y notó que el agujero de su capullo comenzaba a soltar algo de presemen. Era hora de pasar a mayores.

Aún de pie, Luis se inclinó hacia delante, apoyó los brazos en el respaldo del sofá y se inclinó desde arriba hasta la boca de Esteban, quien se dejó caer del todo en el asiento observando cómo el cuerpo sudoroso de su primo se cernía sobre él. Se dieron un buen morreo en esta posición, y seguidamente Luis acercó su boca una vez más al oído de Esteban:

  • Ahora me vas a comer la polla, ¿entendido?

  • Sí, amo.

Ufff, eso de que le llamase "amo", acabó de poner cachondo a Luis. Se incorporó de nuevo y se bajó la bragueta del pantalón, lo desabrochó y lo dejó caer hasta los tobillos. Volvió a agarrar la cabeza de su primo, esta vez por detrás, y con algo más de brusquedad la empujó hacia su paquete, que restregó contra su nariz sin piedad. Sus slips ajustados tenían ya un cerco oscuro de lefa a la altura de su capullo, que Esteban pronto decidió saborear directamente con la lengua. Parecía estar también disfrutando a tope, el cabrón. En un momento dado bajó su nariz hasta la zona donde cada pierna se une con los genitales, donde Luis tenía más vello y, en ese momento, mucho sudor, y lo aspiró profundamente como si se tratase del mejor perfume que había olido en mucho tiempo.

  • Qué, ¿te gusta mi aroma de macho, pijo de mierda? Prueba un poquito con la lengua, venga.

  • Mmmh, ¡qué delicia amo!

Esteban recogía con su lengua las gotas de sudor que chorreaban entre el slip y la piel de su primo machote. Luego hacía ver claramente que se las tragaba, con expresión de placer guarro y lujurioso.

Una vez su slip estuvo empapado de saliva, lo sujetó por el borde con los dedos y tiró hacia abajo, dejando salir un miembro palpitante y venoso, gordo, duro, triunfal, y unos cojones redonditos y repletos de un liquído que sin duda acabaría dentro del putón de su primo. Éste miró fascinado la herramienta de Luis, y acto seguido comenzó a lamérsela lentamente desde los huevos hasta la punta, como si de un polo se tratase. Tras unos cuantos lametones agachó la cabeza para agarrar con sus labios el tronco por debajo, masajeándolo a la vez con la lengua. Alternaba esto con más lametones, y la saliva se iba acumulando a lo largo de todo el cilindro de carne.

Luis se dejó hacer. El agujero de su polla rebosaba presemen, pero le quedaba mucho más; hacía unos días que no se corría, había estado tan liado con el curro que esa semana ni siquiera había tenido ganas para su obligada paja antes de dormir. Las venas de su rabo le anunciaban una corrida de puta madre si se lo montaba bien. Y pensaba hacerlo.

La polla de Luis chorreaba ya saliva todo a lo largo de su parte baja cuando, con un movimiento decidido, agarró de nuevo a Esteban, esta vez por el pelo, mientras le ordenaba ya con un claro aire de superioridad y desprecio:

  • ¡Cómemela, puta!

Sin dejar que su primo contestara, le insertó la polla en la boca hasta el fondo de su garganta. Esteban tosió un poco pero, tras la sorpresa, en seguida pareció habituarse y respirar con normalidad, tan acostumbrado que estaría a tener dentro de su boca pedazos de carne de ese calibre, la muy guarra. Pronto su lengua retomó el trabajo masajeando los contornos de aquel pene ya bastante húmedo y caliente.

El bueno de Luis comenzó a follar la boca de su puta cada vez con mayor violencia, sin soltarle el pelo, y de vez en cuando se quedaba dentro de su boca, empujando en plan cabrón para meterle hasta el último milímetro de su grueso nabo.

  • ¿Te gusta? Claro que te gusta… Traga, sucia, venga, trágate todo mi miembro; ¡hasta tu puta garganta!

Esteban parecía feliz. Su camisa y corbata se iban manchando con la saliva que chorreaba por la comisura de sus labios, y con una mano se sobaba el paquete, hasta lograr abrirse la bragueta y sacarse su polla, que al lado de la de su primo parecía minúscula, aunque no menos dura. Sacándole el rabo de la boca, Luis comenzó a darle pollazos en la cara mientras observaba cómo su primito se pajeaba a gusto. Le escupió un par de veces más a la jeta, acertando en su frente y en una ceja. Le molaba estar así, de pie todo el rato, plantado ante su guarra, que sentada de forma sumisa le observaba desde abajo. Pero era el momento de cambiar de posición.

  • Levántate.

Esteban obedeció. Se miraron frente a frente un momento; Luis seguía siendo más alto, y le dedicó una mirada de cabrón seriote a dos centímetros de su cara.

  • Te voy a follar ese coñito húmedo que tienes detrás.

Nuevamente la respuesta de Esteban quedó interrumpida por el brazo de su primo, que le agarró de la barbilla fuertemente para meterle un lapazo dentro de la boca. Luis posó entonces ambas manos sobre los hombros de su primo, y empujó hacia abajo, obligándole a ponerse a cuatro patas.

  • Al suelo. –dijo impasible. Esteban lo captó, y se tumbó en el piso boca abajo. –Date la vuelta. Bien.

Luis se descalzó y extendió un pie aún enfundado en su calceto encima de la nariz de Esteban. Éste sacó la lengua –siempre lo hacía, la muy sucia– y saboreó aquel pedazo de tela asqueroso. Luis se lo estaba pasando como un enano. Estaba experimentando, no eran cosas que soliese hacer, pero le apetecía aprovechar el momento. Lo de los calcetos no le convenció demasiado y pronto se los quitó.

  • Siéntate en el suelo –ordenó.

  • Sí amo.

Se desnudó por entero, dejándose tan sólo una delgada cadena que llevaba en el cuello y acentuaba morbosamente su pecho fuerte y velludo. Miró a su putita, obedientemente sentada en el suelo, que le observaba con ojillos extasiados; un machote desnudo frente a un pijo aún con su camisita y su corbatita, sus pantalones de marca que dejaban asomarse una pollita rosada, y sus zapatitos brillantes de ejecutivo.

  • Quítate los zapatos. Sólo los zapatos. Vale. Ahora ponte de rodillas.

Esteban obedecía ciegamente a todo. Se colocó de rodillas sobre la alfombra, y Luis vio que ponía su culo en pompa, como suplicando que se lo follara. Colocándose por detrás, se puso en cuclillas y alargó una mano entre sus piernas para sobetearle el paquete. Sintió con los dedos su miembro delgado, pero empinado y muy caliente, al tiempo que oía a su esclavo jadear levemente al sentir su mano de machote. Le acarició los genitales unos segundos, hasta notar cómo un líquido espeso le manchaba los dedos. Al parecer, Esteban echaba mucho presemen. Sacó la mano y la adelantó por un costado, acercándola a la nariz y los labios de su primito, para embadurnárselos suavemente con la punta de los dedos.

  • Prueba tu lefa, guarra.

Esteban sacó la lengua y fue recogiendo con ella el líquido, lamiéndole la mano como si ésta fuera una polla chorreante, y tragándose su propio semen sin reparo. Luis notó que su pollón estaba a punto de estallar, así que se incorporó, no sin antes agarrar de una vez el pantalón y los gayumbos de su puta y tirar hacia abajo violentamente para dejar al aire su culito rosado. Ya de pie, restregó unas cuantas veces su herramienta a lo largo de la raja de Esteban, que comenzaba a respirar aceleradamente como una verdadera zorra. Acumuló en su boca toda la saliva que pudo y la dejó caer con cuidado hacia el ojete de su primo, que ya dilataba dejando un agujero considerable, como buen profesional pasivo. El lapo se deslizó por las paredes el ojete lubricando bien su interior. Esteban balbuceaba algo entre jadeos.

  • Qué dices, puta, que no se te entiende, joder

Azotó con la mano abierta una nalga de su primo, quien respondió con voz cada vez más clara: - Fóllame, ¡fóllame amo!

Aquello era la hostia. Luis siempre había sido amable, sonriente, suave, así que por contraste en una ocasión como esta le molaba ser lo contrario, un cabrón, un machote brusco, el puto amo. Era como su parte oscura saliendo afuera, asomando la cabeza igual que el capullo de su polla sin circuncidar.

Sin más preámbulos, intrudujo el extremo de su pene en el agujero palpitante que tenía frente a sí; colocó una mano sobre la cintura de su primo y con la otra se agarró el miembro para enfilarlo derecho hacia su interior. Y se lo metió hasta el puto fondo.

Luis se folló a Esteban a lo bestia, bombeando su cadera con sacudidas cada vez más violentas, y observando cómo su esclavo se agitaba y recolocaba continuamente, buscando siempre una posición que permitiera a su macho follarle con comodidad. Como algo excepcional, le penetró a pelo; se fiaba de él aun sabiendo lo puta que era. Las paredes de su polla deslizaban estupendamente con ayuda de la saliva, y cuando ésta se iba secando Luis descolgaba otro lapo sobre su miembro y volvía a la carga. Estaba disfrutando de cojones. Le agarraba las caderas con ambas manos y empujaba fuerte, haciéndole gritar. Le molaba que gritara, a ver si lo oían sus vecinos, y quedaba claro quién era el más macho del edificio. Le habría molado que viesen después a su primo saliendo de casa, para que también supieran quién era la más puta.

Eventualmente, paró y dio un rápido azote a su zorra.

  • De rodillas –ordenó. Era el momento de descargar.

El rostro de Esteban estaba rojo, y su pecho subía y bajaba nerviosamente acompañando su respiración acelerada. Luis le agarró nuevamente del pelo, tiró hacia atrás para colocarle la cara mirando hacia arriba y, haciéndole engullir su miembro, se corrió dentro de su boca. Dejó que un par de trallazos le empaparan la garganta, y sacó la polla para echar algunos más en su nariz y en su cara. La lefa chorreó por su barbilla, empapándole la corbata y la camisa. Luis se retorcía de gusto, y de pronto percibió que algo caliente le mojaba los huevos por debajo: era la corrida de su primo, un par de chorros hacia arriba que le alcanzaron los cojones antes de caer sobre la ropa de Esteban, uniéndose a la lefa con que acababa de obsequiarle.

Relajándose por momentos, Luis se agachó y recogió con su lengua la mezcla, aún caliente, de las dos raciones de semen, sujetó la barbilla de su primo con una mano, y se la introdujo entre los labios. Ambas lenguas juguetearon con el líquido viscoso durante un buen rato, mientras Luis notaba un cosquilleo en la punta de su polla, aún dura, a medida que salían las últimas gotas de placer. Tras el morreo, Luis se incorporó de nuevo, quedándose una vez más en su postura favorita, plantado de pie, ante su puta, que le miraba desde abajo con una amplia sonrisa y expresión de satisfecho agotamiento. Se permitió sonreir a su vez, levemente, como gesto de complicidad, y le tendió una mano para que se levantara.

  • Ven –Luis guió a su primo hasta el baño, y le pidió que se metiera en la bañera. Acababa de correrse, había pasado la excitación y el tono violento, pero por alguna razón el cuerpo le pedía aún una maldad. Observó cómo Esteban se recostaba boca arriba, aún vestido y embadurnado de semen, en la bañera. Entonces se acercó, llevó su mano derecha a su miembro ya medio fláccido y lo apuntó hacia el pecho de su primo. Le roció con una larga meada, que le pegó la camisa al cuerpo y al parecer le hizo sentir en la gloria ya que, lejos de verse sorprendido, Esteban había cerrado los ojos y parecía disfrutar con aquel último regalito. Luis también cerró los ojos mientras terminaba de descargarse. Era la relajación total. El puto amo.

Tras ducharse y ponerse unos gayumbos, Esteban y Luis aún charlaron un buen rato en el sofá, como dos colegas de toda la vida, felizmente liberados de toda excitación. Cuando comenzó a vencer el sueño, la conversación llegó a un punto muerto.

  • Me ha gustado mucho –dijo Esteban con una sonrisa infantil–. Aunque no lo volviéramos a hacer, ha valido la pena.

  • ¿Quién sabe? No suelo enrollarme con primos… –bromeó Luis– pero un calentón es un calentón, y ya sabes dónde vivo.

  • Eres demasiado bueno para mí; yo siempre acabo con malotes de barrio –Esteban dejó salir una mirada pícara–. La verdad es que son lo que más me ponen.

  • Jeje, a mí también primito, sólo que a mí me mola dominarles y a ti que te dominen

Durmieron juntos, cuerpo a cuerpo, relajados, y pensando en la cantidad de machos que deambulaban por el barrio, a la espera de satisfacer sus más íntimos deseos.

Por Falazo

27/1/2009