Este sí que es para mí.

Unos cursos en la ciudad, plantón del amigo, solo sábado noche, pub, el cortejo de las miradas y seducción, final la sorpresa.

Una ampliación de estudios fue la razón por la que estaría algo más de quince días fuera de casa. Me habían dado una beca para asistir a unos cursos en la universidad.

De vez en cuando reprobaba con movimientos de cabeza y expresión afligida lo que exponían las dos hojas que me habían facilitado con toda la información de los cursos que se iban a impartir. Todo detallado por escrito; el programa preparado por las instituciones era demasiado intrincado, complejo, empalagoso y monótono, y a través de mis ojos iba dictando a mi cerebro lo que me esperaba: una sensación soporífera y aburrimiento en los días venideros.

Hubo un silencio, seguido de un suspiro hondo, mi mano izquierda fue a sujetar mi frente a la vez que mi mano derecha sostenían las dos hojas, las cejas arqueadas, los ojos como platos y los labios fruncidos delataban todo un repertorio de expresión corporal de rechazo y disgusto. Incrédulo, he de reconocer, que a mí también me pillo por sorpresa. A medida que iba repasando la lista cada vez estaba menos convencido, ni decidido a que dos cursos matricularme; me quedaba un rastro ingrato que me obligaba a rechazarlos. Horas lectivas de aburrimiento y tedio. Una pérdida de tiempo.

Mientras tomaba una actitud de objetiva contemplación, me dijeron que aun podía tomarme un par de días para decidirme y escoger los que más me convenían o interesaban.

En realidad, a mi no me interesaba ninguno de los que se impartían. Pero claro, eso no se lo dije, la verdad era que el catalogo de títulos tenían lo suyo.

Sin pronunciar palabra eche un último vistazo y me decante por dos cursos; aunque mi expresión y la elección no resultaba muy convincente la decisión estaba tomada. En fin, tenia responsabilidades y una obligación.

Termine la carrera hacia algunos años y tras ello abandone el piso que compartía de estudiante. Me vinculaba poco a esa ciudad y si por alguna razón tenía que desplazarme por cualquier gestión, curso o congreso que no excedían más de dos o tres días, bien me facilitaban el hotel con gastos pagados o los gastos corrían de mi cuenta.

Algunas personas están abocadas a conocerse, a compartir al menos una parte de sus vidas, y en el caso de mi amigo y mío,  nadie hubiera dicho que eso podía suceder. Empezando por el aspecto físico, nuestra forma de ser tan dispar como en apariencia externa. Mientras mi amigo era extrovertido y hablador y aficionado a todo tipo de deportes, yo soy de carácter apacible y gustos tranquilos, o más bien lo era, tal vez con los años haya cambiando un poco.

En los años universitarios coincidimos en el mismo campus, pero no así en los estudios que cursábamos. La casualidad hizo que coincidiésemos buscando piso llamándonos la atención el mismo anuncio. Así comenzó a construirse lentamente, un apego mutuo que fue creciendo y haciéndose cada vez más intenso; han sido treinta años de infinidad de pequeños y grandes acontecimientos, tan importantes los unos como los otros para fraguar nuestra amistad.

Después de terminar sus estudios mi amigo consiguió trabajo en un empresa estableciéndose en la cuidad donde habíamos pasado buena parte de la juventud estudiando y buena parte de la juventud corriéndonos nuestras juergas; eso le proporciono satisfacciones a nivel personal, le otorgo la suficiente independencia como para poder afrontar otros retos.

A través de los años y a medida que su trabajo era del todo excelente, los jefazos, le fueron ascendiendo de escalafón laboral acompañado de una remuneración mas elevada. Ahora se pasa más de medio año viajando por todo el mundo; el resto de reuniones y un mes lo reserva para vernos dos veces año y ponernos al día de todo acompañándonos de un buen viaje.

¡Ah! Un pequeño detalle insignificante: mi amigo no es gay. Fue a él, la primera persona a quien confesé mi homosexualidad en aquellos años de carrera. Me viene a la cabeza: se lo confesé; lo comprendió, todo… Nos abrazamos. Nos conocimos y fue ese el momento del verdadero comienzo de nuestra amistad.

Es una amistad recia, curtida en una sinceridad y una confianza probada por los años y los secretos compartidos.

Confiando que en estos quince largos días estuviese predispuesto en la ciudad y no en uno de sus innumerables viajes marque su número de teléfono no solo para darle la sorpresa de poder cuadrar con él en estos días de curso, sino también para que me facilitara la dirección de alguna pensión decente donde poder reservar habitación.

Marque el numero, tras cinco o seis llamadas nadie respondió, me temí lo peor. Volví a intentarlo con idéntico resultado. Al dejar el móvil sobre el banco de la cocina casi al acto sonó. En la pantalla el nombre de Gustavo.

  • ¿Si?

  • ¡Que pasa pipiolo! –me saludo Gustavo como siempre.- ¿No habrá ocurrido…?

  • No, no te asustes. No hay inconvenientes, mi estabilidad esta a buen nivel.

  • Te llamaba porque quería darte una sorpresa. Antes que nada, ¿estás en tierra o por esas tierras que Dios pobló?

  • Estoy en casa, me he concedido personalmente una tregua de peregrinaje. Casi dos meses, todo un lujazo. –Al otro lado del teléfono se oyó una carcajada de satisfacción.- Bueno sorpréndeme, aunque tus sorpresas son para caerse de culo.

  • Me han concedido una beca para unos cursos de ampliación de estudios. Estaré algo más de quince días y me gustaría que nos viésemos para salir algunas noches y que me dijeras alguna pensión donde poder…

Gustavo no me dejo terminar la frase.

  • Con primero puedes contar con todos los días que pases aquí. Con lo segundo, tu vienes y no te quedas en casa por un suponer y no te vuelvo a…

  • Lo sé – ataje en un requiebro para excusarme-. Sé que tú casa en mi casa y me la ofreces con agrado. Pero no quiero molestar, son demasiados días. Y tu tal vez tengas planes, trabajo, obligaciones… - se rio- no quiero importunar, ni ser una carga.

  • Oye pipiolo de culo estrecho, me entere por casualidad que la última vez que estuviste no distes señales de vida, esa te la perdono, pero esta… Así que ya estas tardando en llenar la maleta, coger el coche y plantarte en el portal de mi casa. Ahora mismo te preparo la habitación de invitados. Así que mas que molestar y ser una carga, más bien eres un incordio de lo coñazo que eres. Deja de fastidiar y ya sabes la dirección.

  • No te lo discuto. –Bromee-.

  • Por cierto te sacare a dar un garbeo para que veas cómo está el ambiente. –Le propuso Gustavo-.

  • ¿El mío o el tuyo? –otorgue-. Recuerda que la última vez en mi ambiente te metieron mano y te tocaron el culo.

  • Siempre he tenido mejor culo que tu. Aunque tú puedes presumir de…

Nos despedimos entre carcajadas dejando en el aire inacabadas las comparaciones

Me instale en la habitación de invitados en el piso de Gustavo y empecé los cursos.

El primer curso se impartía a jornada partida, por la mañana entrabamos a clase a las nueve y salíamos a la una del mediodía. Había algunos descansos que una gran mayoría aprovechaban para fumar o ir al servicio o simplemente despejarse un poco de todo el aturrullamiento de datos, cifras, anexos, gráficos que nos impartían.

Por la tarde era algo más llevadero y liviano, teniendo  el consuelo que a las seis de la tarde terminaba la jornada lectiva, y Gustavo me estaba esperando en la cafetería de siempre para tomarnos una cerveza que bien me la tenia merecida.

Me aburría tanto que me daba pena verme como uno entre ellos que ponían un interés redoblado y renovado como si en ese esfuerzo personal estuvieran saldando la oportunidad que les habían brindado el privilegio de haberles concedido una beca y ser ellos los pocos elegidos y halagados. Me negaba a creer que se estuvieran divirtiendo o aprendiendo –tal vez si, quien soy yo para juzgar tal cosa- por mucha energía que intentara poner en asegurarlo y mostrarlo. Me da vergüenza decirlo, pero de vez en cuando, en el hervor insoportable de la perorata del profesor, cerraba los ojos, trataba de cerrar los oídos también, me defendía de todos mis sentidos para aislarme y evadirme por un tiempo. Pero con resultados pésimos. No trato de justificarlos, ni de criticarlos, únicamente yo entre con mal pie desde el principio.

A mediados de semana, uno de los profesores, nos mando realizar un pequeño trabajo extra escolar, que sería expuesto el viernes, ultimo día del cursillo.

Llego el viernes, uno de los asistentes se presento y se prestó voluntario para exponer su trabajo sin presagiar a que le llevaría el desenlace de sinceridad.

Todas las ventanas estaban de par en par. En el aula, estrecha y larga, penetraba a oleadas el mes de Junio, que había ereguido fuera su monarquía. El joven no se había afeitado esa mañana. El alumno sentado en su silla-pupitre miraba al frente, sin expresión ninguna en los ojos. Le cubría el rostro, que para mí lo clasificaba de encantador, un velo visible de tristeza. Era evidente que sus oídos no escuchaban lo que, momentos antes, había expuesto otra compañera.

De repente el joven giro con mucha lentitud la cabeza y miro hacia fuera. Una luz cegadora bañaba el patio. Se le olvido girar de nuevo la cabeza. Daba la impresión de que había terminado por abandonar el aula. De repente se levanto, cogió sus hojas y empezó a leer. Leyó, leyó, continuo leyendo, absorto e hipnotizado. Parpadeo dos o tres veces como si fuese a despertar, pero permaneció ajeno a cuanto su alrededor sucedía. Se llevo la mano al corazón con un gesto semejante al que hace quien se observa una taquicardia. Había vuelto la cabeza al frente siguiendo con su monologo. Sus ojos se cerraron un instante. Todo el alumnado oyente junto con el profesor ceso, de momento, la actividad y atendió a la expresión del joven. Sin darse cuenta de la atención que despertaba a los demás, ni siquiera percibió su propia pausa, siguió. Yo algo aburrido de su exposición pero no así de su actitud. Un murmullo breve inundo el fondo de la clase, una chica se abanicaba con un pliegue de hojas. Sus compañeros reprimieron con dificultad una sonrisa que no percibió o no llego a acusarla; en total indiferencia. Poco a poco se fue apagando hasta extinguirse, su descanso parece turbado, respira pausadamente, a sus labios llega un susurro amortiguado. De repente, de sus labios comienzan a emerger largas tiradas de palabras incomprensibles. Al parecer replicas de alguna conversación inexistente en la que el joven pone al día a un interlocutor invisible.

Todos enmudecemos. Pareció oírse un ruido proveniente de su silla-pupitre. No cabía la menor duda. El joven, con las manos delante de la cara, se había echado a llorar. En el silencio que inundo el aula, se escucharon muy claros sus sollozos.

Y la voz de una joven que ocupaba tres sillas a mi derecha, aseguro en voz alta, sin la menor vacilación:

  • Lo habrá dejado la novia. Pobrecillo… -le salió como un gesto de compasión para rematar al final-: Pues que se joda.

Antes de abandonar el aula el joven aun seguía sentado en su silla con la cara escondida entre sus manos. Cuando salí al pasillo deduje poniéndome en su lugar y solidarizándome por su situación, que su ejercicio tal vez le hubiese servido como terapia.

La misma tarde del viernes Gustavo me comunico que tenía un compromiso el sábado por la noche. Me di cuenta mientras me lo comunicaba que en cada uno de sus gestos había una actitud de arrepentimiento, una prudencia preocupación por fastidiarme la noche del sábado, buscaba la manera de rectificarlo y una chispa de remordimiento y culpabilidad le cambio la expresión de su rostro.

Yo sabia que siempre había cumplido con sus obligaciones, le dije que lo comprendía, que desistiera de excusarse dándole tantas vueltas a una situación que no tenia solución,  tampoco se iba a terminar el mundo.

  • No te preocupes, no voy a enfadarme. Además nos queda otra noche del sábado; de antemano te advierto que no hay que hacer planes para esa noche. Ningún compromiso.

  • Ahí no hay discusión alguna. –Recalco Gustavo aun con voz de fastidio-. Pero me jode que por una vez que no se haya planeado y pudiésemos coincidir poder aprovecharla. Bueno no voy a darle más vueltas.

  • Aunque pensándolo bien, tal vez saque provecho a mi solitaria noche del sábado, –dije aventurándome- dando un garbeo por mi ambiente. –Termine con una risa jocosa acompañada de un trago de cerveza-.

Gustavo me miro con el ceño fruncido y los labios prietos entremezclada un dosis de sorpresa, incredulidad y asombró por la pronta recuperación de su plantón junto con el rápido restablecimiento de un nuevo plan. Me miro con una sonrisa de fingido desconcierto.

  • Oye pipiolo de culo estrecho, ándate con ojo que hay muchos con la mano larga y suelta por ese ambiente tuyo. Y tú me viene de aya mu modosita, recata y con mucha falta de hombre… -No pudo acabar la frase los dos estallamos en carcajadas por lo payaso que a veces era-. Me parece estupendo que salgas a divertirte, pero ten cuidado. Llévate el móvil si…

  • Joder, pareces mi madre, y eso que llevo años viviendo solo. Ya lo sé. –Reproche con mirada inocente-.

Hubo una pausa bebimos en silencio contemplando el deambular de los parroquianos del bar.

Aproveche para reiniciar la conversación proponiéndole que me acompañara mañana sábado a una librería, le di el nombre y la dirección quería comprar un par de libros. Movió su cabeza varias veces: una consintiendo en acompañarme, la otra reconociendo la librería y su ubicación. A la vez me propuso comer en un sitio que conocía de no hacía mucho francamente apetecible.

  • Te compensare con el desayuno. –Dejo caer Gustavo como si tal cosa. Yo me quede dubitativo sin saber a que me atenía o lo peor por donde me iba a salir-. El domingo por la mañana os llevare, a ti y a… futuro… bueno no sé cómo llamarlo…

  • ¡Por Dios, no! –Puse los ojos como platos en protesta de la descabellada idea e iniciativa del muchacho-. Ni se te ocurra, que te conozco. Sonreí débilmente, conocía muchas facetas suyas pero no creía que se atreviera a tanto-.

Al comienzo de la tarde, después de comer en el restaurante propuesto por Gustavo, cuya elección fue felicitada, se apodero de mí un cansancio de las horas precedentes  que habían sido muy agitadas desde todo punto de vista invadiéndome una fatiga absoluta, física y mental, que no dejaba resquicio a  mi voluntad. Nos quedamos mirándonos nuestras respectivas caras, una caricatura de la paciencia, intentando averiguar cuál de los dos necesitaba una buena siesta. Ninguno recrimino nada, ya que la noche se aventuraba benefactora, gentil, porque no arbitraria.

A mí me despertó el estruendo del agua de la ducha, había solo un cuarto de baño colindando entre las dos habitaciones. Devolviéndole a mi cuerpo cada uno de sus sentidos abotagados deduje aun desde mi cama que el estropicio que provenía del otro lado de la pared tanto del agua como de su mal lograda canción era mi amigo Gustavo.

La ducha me sirvió de analgésico, sentir el impacto del agua tibia y espesa en todo mi cuerpo, desentumeciendo todos mis músculos después de una benefactora y reparadora siesta. Fue una sensación bienhechora y lustral. Me impulsaba suficiente energía.

Cuando salí del cuarto de baño advertí que Gustavo estaba casi vestido, sobre su cama, totalmente desplegada para evitar arrugas, dejada de un modo sutil, la camisa elegida para esta noche.

Entrecruzamos una pequeña conversación de los planes que tenia cada uno para esta noche. La revelación de mis planes le inquieto más de lo que me preocupaba a mí. Estaba solo, tampoco demasiado, ya que en una ciudad como esta en plena calle, a cualquier hora del día, no estás nunca solo. Pero la idea de volver a recuperar mi autoridad y mis actos de juventud, esa suma infinita de cosas interesantes que ver, que hacer, que disfrutar; y esta noche las tenía al alcance de mi mano, no me desanimaron en absoluto por no compartirlas con mi amigo. Dar un paso adelante desde el pasado hasta esta noche, en el que cabía lo mejor y lo peor. Para mí no me resulto nada difícil. Gustavo, en cambio, volvió anunciar una justificación que percibí en el desaliento de su propia voz, la acepte quitándole de nuevo una culpabilidad que me parecía extraña y estúpida de defender.

Porque al contarle, tan convencido estaba, de cómo pretendía acabar la noche, me puse tan colorado con esa insinuación como si temiera que fuera a regañarme. La sangre fluía por mis venas demasiado aprisa, o demasiado despacio tal vez, pero desde luego a un ritmo equivocado.

Tras exponérselo me miro como si se lo hubiera propuesto en un idioma indescifrable, volvió la cabeza para  mirarme mientras se iba abotonando la camisa con una imperturbable sonrisa entre los labios que acepto con toda la naturalidad del mundo. Sin prejuicios.

Al llegar a mi altura se paro delante de mí, su mano derecha fue a parar a mi cuello en un gesto de caricia paternal, un aplomo que le pertenecía, cuya existencia había ignorado hasta aquel mismo momento, como si nunca lo hubiera necesitado antes.

  • Diviértete, pero ten mucho cuidado. Vigila donde te metes. –Esto último fue un reproche lleno de mordacidad.-

  • Descuida. Iré con cuidado.

  • ¿Te espero para desayunar? –Me pregunto desde el recibidor mientras cogía las llaves del coche y salía por la puerta sin esperar mi respuesta.

Para mi aún era pronto para salir, encendí el ordenador para ponerme al día de los pubs de ambiente. Eran pasadas las diez y media de la noche, acicalado con un vestuario apropiado para la noche que me aguardaba, sin estridencias en el vestir, abandone el piso de Gustavo. Decidí no tocar mi coche de donde lo había estacionado desde hacía una semana, estos días me había movido por la ciudad en metro, para mí era mucho mas cómodo. En todos los sentidos, me compensaba. De donde tenía el piso Gustavo al centro distaban unos veinte minutos, un ligero paseo en el cual podías entretenerte mirando la exhibición de escaparates que competían entre sí por obtener y captar una decoración a cada cual mas extravagante y rompedora. Todo un arte del ingenio. Ese recorrido se volvía mucho más entretenido.

Recordaba de mis correrías de juventud una plazoleta porticada, donde en cada  uno de los locales o entradas de casas había una tasca donde la gente todos los fines de semana solía concentrarse para ir a cenar cuya especialidad en todas ellas eran los pinchos. Me encamine hacia le céntrica plazoleta recordando que en los años de juventud cuando íbamos a cenar todas las tascas se ponían llenas de gentes predispuestos al disfrute de un picho; deduciendo que poco habría cambiado de aquel entonces.

Acerté, algunas habían sido remodeladas pero sin perder ese carisma que tanto les caracterizaba sin perder esa autenticidad que tanta fama habían adquirido.

Cene de pie como toda la gente que se agolpaba en la tasca, un variedad de pinchos acompañados  de dos copas de vino tinto de la zona me sonrojaron las mejillas haciéndome revivir unos años en el campo, que conservaba mas allá de la infancia. Ya puestos, no me marche enseguida, me quede disfrutando y acompañado por el devenir y el trasiego de la gente que hasta allí se aventuraba hambrienta. La imagen que veía me resultaba tan extrañamente familiar, que al principio no podía discurrir como era posible que tan poco hubiera cambiado desde entonces. Sin embargo, todo había cambiado sin darme cuenta.

Callejee un poco por los aledaños donde se situaban los pubs  antes de decidirme por uno de todos, empecé a pronunciar al menos tres o cuatro nombres conocidísimos, y toda una nomina de nuevas diosas, donde me sorprendió una ausencia muy llamativa.

A veces, se tiene la impresión de que también los lugares un día conocidos y olvidados luego acusan nuestra presencia cuando volvemos a visitarlos, y se establece una corriente de complicidad que avisa del entendimiento mutuo.

Me decidí por un pub de la nueva ola en el cual había leído por internet que tenia cuarto oscuro.

Sonreí tal vez para maquillar una impaciencia que trate de negarme ante la idea de lo que iba buscando, me emociono.

Lo curioso fue que a medida que accedía dentro del local, primero abriendo una puerta de hierro que se cerró suavemente a mi espalda depositándome en un pequeño recibidor con una luz entre verdosa y azulada, anticipando la música que dentro sonaba; me enfrentaba a otra puerta de madera batiente que daba directamente al pub. Al entrar estoy casi seguro que esa emoción desplazo a otros muchos sentimientos que ni si quiera llegaron a brotar en mi interior, como si hubieran muerto de asfixia antes de nacer. Solo encontré la promesa de un triunfo inequívoco, una llave que parecía encajar exactamente en el cerrojo de esa puerta por la que había entrado y por la que se fugaba el tiempo, mi tiempo.

Porque a partir de ahora lo que voy buscando son esos entreveros veloces y sobresaltados. Esta noche el deseo me tienta, me excita, me aviva, me gobierna.

El pub estaba dividido en dos alturas que las separaba apenas tres escalones y varios rincones diseminados por el local de utilidad distinta. En uno estaban situados los altavoces, otro el gogo y en los otros repartidas cuatro o cinco mesas todas repletas de gente. La parte baja es un amplio pasillo que fue estrechado al situar a mano derecha la barra, siguiéndolo hasta la pared del fondo que se encuentra la tarima del chulazo del gogo bailando, en la pared de la derecha a ras de barra se encuentra una doble puerta  batiente que desemboca a un pasillo que reparte aseos, cuarto oscuro y otro con un sofá de cuero negro, una televisión con incansables secuencias pornográficas.

La parte de abajo estaba ligeramente abarrotada, deambulo entre la gente que allí se agolpa, percibiendo de inmediato la reacción que causo a la parroquia asidua de todas las semanas ante la evidencia y la oportunidad de tener alguien nuevo. Es una reacción que me satisface, pero a la vez me impongo cautela pues no quiero precipitarme. Pido una copa; como ocurre en la mayoría de estos sitios con el primero que te irías es con el camarero, aquí no iba a ser una excepción.

Me aventure a la planta de arriba, esta era mucho más amplia, la concentración de gente también era mayor pero más desperdigada que abajo. Te podías mover con mayor soltura. La música era bailable, aunque mi disposición para el baile es más bien patosa.

Allí me encontraba en una comedia mostrándome manso y mimoso, sin llegar a conseguir que detecten el perfil siniestro y voraz.

Había una especie de reclamo, entre unos y otros, reclamando mi atención de aquel modo. Con el asombro con el que yo los observaba a ellos. Quiero decir que se trataba de un asombro de ida y vuelta, un asombro que compartíamos con normalidad con la que compartíamos todo lo que nos rodeaba, como si todos fuésemos extensiones de la misma sustancia.

Otro chico y yo nos miramos y nos sonreímos, pero su sonrisa y la mía era también la misma. Se trataba de una sonría colocada en el mundo para que la compartiéramos. Pero a mí no me gustaba, no sentía una atracción compartida.

Apoyado en uno de los pilares repare en él, se la parecía a alguien que en la lejanía embellece mi recuerdo, pero en su caso, era un pálido reflejo del original, no reproducía la blancura de su piel, el brillo de sus ojos, o la boca, cuyos labios deseaba besar allí mismo, sin esperar un minuto más. Hice el esfuerzo de dominarme. Lo contemplaba todo con el aire ausente del que quiere mantener la distancia, como temiendo que el polvo estropee su impecable aspecto. O tal vez no sea el polvo, sino el pasado, lo que teme. Tal vez como parte de su maniobra de defensa. Yo lo examinaba sin que un solo gesto revelase lo que sentía, como ausente. Nos confundimos en una mirada cargada de pesar o quizás de confusión, o desprecio, o estupor, ninguno de los dos supimos decirlo con seguridad.

Así que después de estos infructuosos requiebros decido cambiar de espacio para volver a comenzar el simulado baile de seducción y deseo. Pase por delante de unos sillones; un señor de alrededor de unos cincuenta años se recostó sobre su sillín de cuero para estudiarme tranquilamente, con curiosidad, con exagerada y risueña atención, como un científico que con su lupa se recrea divertido en las andares por salir de un laberinto demasiado complicado.

Una serena voz me llega por detrás como una provocación, me desborda en carcajadas jadeadas por sus gracias y por la involuntaria broma macabra que encierra y, dejándome llevar por esa falta de prudencia que da la risa, me vuelvo para guiñarle un ojo o corresponderle al requiebro o qué sé yo si no soy más que un pánfilo que quiere mostrar su agradecimiento cuando de repente, en la pared de enfrente, reparo en él.

Justo cuando nace este pensamiento, como si presintiera la intensidad y la identidad de mis miradas clavadas en su espalda, se gira, levanta su vaso y, radiante y descarado me guiña un ojo. Me muerdo el labio inferior para reprimir una exclamación de estupefacción, sus ojos me vigilan y su díscola apostura al saludarme y ese exasperante dominio de la situación que me frustra y me irita, me asusta y me excita. Me rindo.

Mientras el joven de la voz serena continua comiéndome la oreja con su palabrería en un vano intento de impresionarme para poder camelarme. La única actitud que le demuestro es la más pura indiferencia; sin que él aun se dé cuenta, ni por vencido.

Me quedo paralizado, de golpe todo cobra sentido y entiendo todo, es más una provocación o un consejo, tal vez una orden. Poseído por una furia irracional, por la ira, por la vergüenza de un deseo ciego de actuar, ante la sorpresa de mi arrebato para dirigirme hacia el otro joven al que llevo parte de la noche buscando. Me deshago del joven de una manera brusca. Si, este es el chico con el que quiero solazarme.

No tarde en darme cuenta de que mi inesperado compañero buscaba esos encuentros, y fingía tímidas sonrisas, y jugaba a mirarme simulando conocer o desconocer de qué iba ese baile de seducción y deseo.

Algo cambia en mi actitud, quizás un cierto deje burlón o un espíritu revoltoso que aletea entre mi pelo e infiere a mi rostro un aire de caradura con ganas de provocar y entrar en el juego.

Nos aguardamos, hay pura atracción, es algo instintivo, nos hacemos guiños desde diferentes lados de la abarrotada sala, deambulamos pero sin perdernos y por mucho que nos movamos o hablemos o alternemos siempre sabemos, al final, donde está el otro. Lo veo tan presuntuoso, tan envanecido por su conquista inminente, que hasta me da ternura y un poco de pena saber cómo va acabar todo, que se deslizara al final entre mis brazos vencido y deshecho como agua sucia que busca el sumidero.

Con un gesto me revela desde lejos que es mi noche de suerte, que ya ha decidido, que de todos se queda conmigo y, sin decir una palabra, solo por medio del leguaje corporal y lo que nuestros ojos nos permiten mostrar, me ordena o implora que me acerque ya, que me espera allí dentro entre lo mas sombrío del cuarto oscuro, tal vez si hay suerte en un cubículo mas intimo “entre comillas”. Asiento imperceptiblemente, refinado y discreto, me deshago de toda esa gente que me está violentando y seduciendo fieles a sus rituales, a los mismos gestos, como un autómata dispuesto a obedecer. Cuando me encaminó hacia lo más profundo, paso por su lado intentando disimular, le veo tal y como es de verdad, sin el furor y el disfraz del cortejo, y sé que es un caradura, un prepotente engreído instalado en la mentira, un hipócrita que se describe como un superviviente, preserva el aura de maldito.

Me doy cuenta que ha transcurrido poco tiempo, que aún me quedan cuatro dedos de mi copa, y en mi reloj a pasado apenas algo más de una hora. Termino mi copa, por un instante me despisto, percibo que él ya no está, no me impaciento, porque sé donde me espera, se dónde encontrarlo.

No sin cierta previsión cruzo el umbral, estaba medio oscuro, pero al fondo del pasillo se percibía una claridad difusa. Había un grupo de cuatro personas que al pasar por su lado estaban criticando a una quinta.

A un lado se encontraban los servicios con una puerta batiente que escondía el cuerpo de un hombre, con mucha luz. Unos cuantos jóvenes aparecían apostados y otros tantos merodeando por la puerta. Rostros adultos y adustos y anhelantes de carne de cualquier tipo, a medida que iría pasando la noche el listón se iría bajando y con cualquier cosa se conformarían con tal de saciar su ansia primaria y descargar su polla.

Aparte la cortina negra de cuero pesada y entre en la nada oscura. Un tumbativo olor a mezcla de mil clases de olores me golpearon las narices. Olores ya prensados en las paredes oscuras que vendrían de cuando se inauguro el pub y se habían quedado anquilosadas a perpetuidad como algunos de los clientes que también merodeaban por dichas instalaciones del placer sorpresivo, pensé que seguramente alguno de los que por allí andaba seria un veterano con mucha historia que contar a sus espaldas. Me aposte en una pared y empecé a oír y a que mi vista se acostumbrara a la oscuridad.

Según entraba, me di cuenta de que en aquel lugar reinaba lo que fuera en el resto de los cuerpos faltaba: una sexualidad desbordante y poética y a la vez sexo puro, apresurado, amantes de ocasión. Fugaces amantes de unos minutos. Excitación y conquista… un aire vigorizante… una docena de hombres de todas las edades estaban alineados y confrontados y se miraban las pollas unos a otros. Aquello no me impresiono mucho, pero estaba ligeramente sorprendido. Era como si se hubiesen reencontrado como viejos compañeros. Aquellos hombres se deseaban sin violencia, se tocaban el sexo con una extrema ternura, con cortesía. Vivía allí dentro del cuarto una sexualidad clandestina y publica al mismo tiempo. Se sonreían unos a otros como si fueran niños. No hablaban. Sus cuerpos felices lo hacían por ellos. Se masturbaban con la derecha y con la izquierda tocaban el culo a su compañero, o al recién adherido, o hacían gestos suaves para llamar la atención de cualquiera. Aquellos hombres no estaban en pareja, hacían el amor todos juntos, o por separados, o en parejas, o solos, pero todos de pie.

Cerca de mi oí a dos tipos como jadeaban y resollaban. Intente hacerme una idea de las dimensiones del lugar, y el mosaico de escenas y cacería. Mis ojos por fin se acostumbraron a la oscuridad que no era total. En uno de los huecos que se entreabrían en el pasillo a mi derecha alguna faena se remataba y se acababa con el beneplácito de ambos ocupantes. Un doble y unisonó gemido largo y placentero.

No sin cierta previsión cruzo el pasillo, que si al inicio la oscuridad era desorientarte, al fondo se percibía una claridad difusa. Avanzo con sigilo para sorprender antes de ser sorprendido, desemboco en una estancia algo más espaciosa alumbrado con una cautelosa luz. La visión no me hubiera mostrado la verdadera dimensión de la prudencia y de la seguridad.

Voy avanzando aguzando mi intuición que me permitía reconocer muy rápido al muchacho en consideración.

Me asomó a un cuarto con luz cambiante, una singularidad que me atrae, allí está sentado en uno de los sillones, en un rincón obsceno, en él se refleja la luz cambiante del televisor con pornografía. Frente a él en cuclillas otro joven menos agraciado le comía la polla con desesperación, como experto, como si se le fuera acabar el mundo. O como si no pudiese creerse el regalo que esta noche le había otorgado el azar del cuarto oscuro, un chico tan deseable. El chico observa mis reacciones con una sonrisa orgullosa, su rostro transfigurado por un halo de santidad. Comprendí que, aun estando el uno al lado del otro, nos encontrábamos en dimensiones diferentes.

Abandono el recinto en que estoy y voy recreándome en los olores a medida que voy adentrándome por el pasillo. Hay un resto persistente de aroma de todas las estaciones y me siento libre y anhelante. Allí esta, nos quedamos observándonos unos instantes, cada uno al acecho del otro. Ríe, me busca, cuya complicidad desborda admiración. Este tipo de admiración que en las mujeres siempre termina por convertirse en enamoramiento. Emocionado por la incredulidad y el temor que degustare en los ojos de mi próximo trofeo, por el olor se su excitación atrapado, esa sospecha instintiva, desvalido de inocente que no intuye aun lo que le espera.

Refugiados en nuestro desesperado encuentro. Queda por terminado el preámbulo, nos sumergimos de lleno en la ceremonia de la cual, quien es el oficiante y quien el incitado. Un escalofrió me hiela y como embestido por un rayo comprendo que son ciertas mis suposiciones, tan rebosante de seguridad y osadía se encuentra. Acuciado por la adrenalina que da la caza nos encontramos uno frente al otro; le acaricio el pecho y comienzo a besar el cuello. Decidimos besarnos sin violencia. Pronto se nos hicieron corro para contemplar a la perfección la evolución de nuestros actos.

Me desnuda tranquilamente, solo la camisa, me envolvían con varias decenas de ojos desnudándome aun mas, queriendo introducirse entre los poros de mi piel, deseando ávidamente penétrame con las pupilas, masturbarme con la retina. Le dije sin perder un segundo que fuésemos a otro cuarto pequeño, incomodo pero intimo.

En cuanto traspasamos el umbral de ese habitáculo, cogidos de la mano y con esa expresión embobada de novios que pretenden solazarse por primera vez mientras están ausentes sus padres teniendo la oportunidad de hacer algo clandestino y nada aceptable.

Nos damos la mano: es todo cuanto tenemos en medio de esta falsa riqueza, de esta dadiva que fugazmente se otorga y se consume.

Encontramos uno libre, entramos cerrándonos por dentro. La puerta de la compostura se disuelve.

Me palpa de arriba abajo, y fisgonea y descarado asciende por mi muslo hasta mi vergüenza. La fabulosa promesa del arte se confunde cree que se esta llevando el gran premio. Susurra en mi oído alguna perversión que espera muy pronto hacerla realidad, hacerla cierta. Alaba mi voz que le excita por las promesas que anticipa y besuquea mi cuello dejando en mi piel un tenue olor alcohol. Busca mi boca y la encuentra: “Hoy tus labios son burdeles”, me viene a la cabeza Lord Byron, recita con la esperanza que me asombre, de su capacidad evocadora, acepto su cumplido simulando complacencia y halago, procuro que me afecte lo menos posible, sabiendo que al salir de este cubículo jamás volveré a verlo, jamás volveré a quedar con él, jamás volveré a echar un polvo con este tío que ahora tengo entre mis brazos y que jamás lo volveré a penetrar ni volverá a disfrutar de una follada como la que le voy a proporcionar dentro de algunos minutos. Pero acepto sus palabras, no puedo hacer otra cosa en esta situación, mancillada y sucia, desvaída y rota. Bromeo, porque no quiero arruinar este momento decadente de libertinaje, de arte de magia o arte de sexo. Se volvieron deseo y ardor.

Así es todo: organizado y yerto, brota el placer, crece, se desparrama, se hunde, vuelve la oscuridad en la que, previstos y bien envueltos, yacemos…

Reaccionamos, por fin prescindimos de las palabras y sus manos apresan mi rostro para besarme furioso en los labios, apasionado, perdido. Sus miembros delgados, fibrosos, todavía apetecibles vestigios juveniles, se aprietan contra mí y pretenden alzarme del suelo obligándome a rodear con mis piernas su cintura. Me enternece el detalle, rio sofocado con mis manos entrelazadas alrededor de su cuello en tanto que masculla un juramento en mi boca, sin dejar de besarme, porque perdemos el equilibrio en la limitada superficie. Finalmente logramos estabilizarnos, apoyando mi espalda contra la pared.

Comienzo a revolverme preocupado, él continua febril y vehemente vaciando en mi boca todos sus tormentos, su encono y desazón, su tacto suave como sus labios mezclándose con premura, la respiración entrecortada, aprisionado entre mis muslos.

Siento que el deseo acelera los latidos de mi corazón y provoca en mi entrepierna una quemazón insoportable.

De nuevo los dos en el suelo, sin abandonar nuestras crispadas bocas, impulsados por un acto reflejo nos vamos desprendiendo de nuestra ropa.

Nos quedamos por unos segundos observando el cuerpo desnudo del otro, la revelación, el entusiasmo, el asombro, fueron semejantes.

Eran tal mis deseos que no pude resistir y el estado de efervescencia en que me hallaba me impedía todo reposo.

La vulnerabilidad y la confianza que da un hombre totalmente desnudo, muestra su sexo erecto, revela sus ojos enigmáticos y chispeantes, su voz se transforma en un susurro envolvente y tentador como si pretendiera hipnotizarme.

Alza su mano derecha depositándola sobre mi nuca, la acaricia con la yema de sus dedos. Una felicidad tibia que se expandía bajo mi piel. Me confiesa con un guiño cómplice.

Me muerdo el labio inferior y se da cuenta de mi gesto y está tratando de hacérmelo saber con una sonrisa atrevida y de saberse dominar. Sonrió como respuesta, sostengo su mirada por un momento antes de apartarla volviendo mi atracción al cuerpo desnudo que tengo delante. Apretó sus calientes labios contra la piel de detrás de mi oreja. Claudico, me rindo.

Poco a poco lo fui acorralando contra la pared; hasta que su espalda, sus nalgas y sus piernas quedaron completamente pegadas. Los cuerpo confrontados se rozaban y por primera vez nuestros pollas se buscan cargadas de deseo porque la entrega les resulta tan apetecible como necesaria.

Entrelace mis dedos con los suyos, alce las manos reteniéndolas como si estuviesen claveteadas en la pared a la altura de sus orejas. No pude resistirme a ese avance, mi cerebro trabajaba lo que mi polla le reclamaba con insistencia, tenía el deseo incrustado en la piel. Acerco mi boca peligrosamente a la suya, sentía su nariz en mi cara, su aliento pegado al mío, la respiración entrecortada. El joven me atraía, todas mis defensas se habían desarmado. Le beso con los labios gruesos y húmedos. El beso se prolongo largo rato que no supe contar, porque se lo devolví con la lengua, con los dientes, con una calentura de boca regalándonos la saliva. Notaba su erección sedosa y dura contra la mía. Abrí los ojos, los suyos cerrados y su cuerpo un preludio de entrega total.

Nuestros labios lujuriosos nos llamaban desde los infiernos para que fuéramos a perdernos definitivamente entre ellos.

Sentíamos la fuerza y la intensidad de nuestras bocas. Mi lengua recorrió sus labios sedientos, hizo un par de intentos de atraparla, me deje, la succiona, lamí su cara, su cuello, sus orejas jugando con su lóbulo, su clavícula, su hombro. Al llegar con mi lengua a sus tetillas, lamí sus pezones hasta hacerlos crecer como pequeñas vergas anhelantes, y muy suavemente mordí sus puntas, haciéndole estremecer. Bese su pecho, lo  lamí con la punta de mi lengua dejando un rastro húmedo que hice desaparecer soplando; volví de nuevo a su cuello a lengüetear el lóbulo de su oreja. Por lo bajo me decía cosas que no entendía por culpa del placer que le provocaba. Nuestras manos aun sujetas, mi libertad de movimiento reducida pero intensa pues sus ojos permanecían aun cerrados.

Reanude, renové de nuevo, sencillas mis caricias: me limitaba a besar su pecho hasta la cintura; acariciarlo, nuestras manos ya sueltas; y… a mirarlo. Esta parte del ritual lo tenía desconcertado. Encontré su verga entre mis dedos, su polla dura y caliente, su enorme sexo ardiente, sus huevos mojados, el esplendor de su piel suave y tirante, y  movido por un imán y guiándome por su olor por ese olor sensual que emanaba de toda su carne bese su polla enloquecidamente: mi entusiasmo casi salvaje que se resuelve en ansiedad. Mis dedos pausados y sigilosos; un contacto nuevo, insólito, conmovedor. Su sonrisa verdadera, indudable, era solo para mí; concentrado gesto de parálisis de su rostro que le transmite el deseo de mis caricias en su polla. Abrió los ojos, me dirigió una mirada cargada de significado. Me arrodille sumiso.

Le lamí la miel del glande, le humedecí los bordes del ojete hasta que el brillo de la saliva y lubricante. Sus manos me recorrían la cara, el cabello, los hombros, tocaban mis labios reiniciaba otro recorrido como un juego de damas en mi cuerpo, como si sus manos le estorbaran y no supiese donde ponerlas.

De repente dos de sus dedos entraron en mí boca mojándose de abundante saliva, los seguí con mi mirada viendo como se los introducía en su boca limpiándolos y absorbiendo mi saliva. Esa revelación hizo rebrincar mi polla, volví actuar como antes, pero esta vez tenía la punta de su glande y  sus dedos acariciados por mis labios.

El joven estaba caliente y sus testículos, casi a la altura de mis ojos, redondos y duros, llenos de semen lo atestiguaban.

Sin pensarlo me trague su polla, la menee en lo profundo de mi boca y luego empecé a deslizarla suavemente dejando que se deslice por la superficie de mi lengua: gozoso, satisfecho; un tiempo que alargue todo lo posible mamándole su polla.

A mordiscos denude su ofrecida polla como regalo, no hablaba, no se quejaba, no había gesto de dolor, se mordía los labios y se ponía de puntillas, hasta que fueron tan generosos mis mordiscos que logre que no pusiera la planta de los pies en el suelo. Le di un descanso, se relajo mientras le pasaba mi lengua por la base de su hermoso glande, extendiendo mi paseo hasta la parte inferior de aquella polla tiesa y sonrojada, que de nuevo subí hasta la punta de su capullo. Tenía un polla no excesivamente grande, pero bonita y bien formada, surcada de algunas venas azuladas. Note como su recio y rotundo glande babeaba el vigor metálico del precum. Era tan apetecible y subyacente que no sería yo el que lo iba a desperdiciar.

Su capullo se sumergió en mi boca deteniéndose a la entrada de mi garganta para mezclar sus fluidos con mi saliva, fue casi como un sueño, abrace su deliciosa polla con mis labios, mi lengua, con cada musculo de mi boca, sondearon el terreno para poder degustarle por el máximo puntos de contactos. En una esporádica simplicidad empecé un movimiento de cabeza de mete y saca, una mamada convencional, profunda, afectuosa. Veía su rostro sonriente, ensimismado, alejarse y retornar feliz. Ahora sus manos estaban sobre mi cabeza, volvía de nuevo a ponerse de puntillas.

Se desasió en un gesto brusco de mi boca, sonreía luminoso y sin reservas. Me limpie con el dorso de la mano la saliva que bañaba mi barbilla.

Me levanto por las axilas, ya de pie, presiono mi pecho empujándome hasta tocar la pared de enfrente. Me sostuvo la mirada; un pesado suspiro escapo de su boca. Y entonces me beso, recibí el impacto de su cercanía, su solidez, su olor. Fueron besos prolongados y penetrantes. Supinos que no podíamos planificar. Arrebatado entonces por una urgencia, una necesidad tan feroz, que cada gramo de su ser estaba imbuido por esa certeza, me lamio por completo, desde el cuello hasta el estomago, deteniéndose momentáneamente en mis pezones, algo así me hizo enloquecer. Me fascinaba que me lamiera y chupara los pezones. Me los mordisquea y succiona hábilmente, al mismo tiempo una de sus manos acariciaba mis huevos y mi polla, su mano hervía y me produjo un temblor impensado.

La otra mano libre me acariciaba las nalgas. Por otro lado siguió bajando hasta que se encontró con mi polla notando la carnosidad de sus labios acercándose amenazadoramente como una caligrafía pulcra y llana, siento que algo fluía bajo mi piel. Apenas pudo contenerse para desgarrarla con los dientes, allí mismo.

Se zampo mi sexo, su mamada me volvió loco: inocente y encendida. Comenzó a mamar con mucho arte y con ansia e intensidad pero sin prisas, la deglutía pausadamente hasta la mitad, la succionaba al mismo tiempo que la acariciaba con la lengua. Me masajeaba, acariciaba, sobaba con una mano los huevos, con la otra continuaba rozándome las nalgas llevando su dedo anular hacia la raja de mi culo pasándolo de arriba abajo, el roce de las dos pieles, tan suaves que no me lo esperaba me excito tremendamente. Me hizo desmayar de placer, el vello de los brazos respondió y se erizo: un escalofrió me recorrió todo el cuerpo al son de sus embestidas bucales.

Lo que estábamos haciendo le excitaba igual que a mí, quizás por razones diferentes, pero le excitaba, y eso, sin entender muy bien porque, me daba gusto. Desde su posición me llegaba su respiración agitada, y en ocasiones escapaba de su boca algún gemido, leve, pero gemido al fin y al cabo. Coordino los movimientos, devolviéndole al ambiente, a mi cerebro, algo de lógica perdida.

Cejo el placer que envolvía cada nervio de mi piel en cual me transportaba a la plenitud y la armonía. Me sorprendió verlo rebuscar en uno de los pantalones, me prepare para lo peor y un mal pensamiento cruzo mi mente, casi al instante me arrepentí. Saco una pequeña bolsita preparada con su preservativo y su lubricante, de esas que te regalan con publicidad de alguna sauna, pub o cualquier local de moda.

Sin abandonar la posición en que se encontraba me coloco el preservativo, abrió el sobre lubricando primero mi pene y luego su ojete. En este se tomo más tiempo. Se levanto; hablándome en voz baja, lentamente, con un estremecimiento apenas perceptible en cada palabra que se le escapaba de sus labios. Fue él quien me llamo a penétralo, como si ya estuviera dispuesto, como si hubiera llegado a comprender, por fin, el sentido de todos estos actos que nos habían conducido, como algo irremediable, hasta ello.

Le propuse dilatárselo con los dedos para provocarle menos daño, me respondió que dilataba con facilidad. Se puso de espaldas a mi inclinado su torso hacia delante separando un poco las piernas para facilitar la tarea de penetración. Note como mi pene vibraba endureciéndose aun más, sin la menor prisa saboree este momento extremadamente morboso.

Impulsado por un acto reflejo introduje mi pene entre su dos glúteos empezando hacer un vaivén en la parte interna sin ejercer ninguna presión sobre su ojete, un masaje con la totalidad de mi polla por la raja de su culo, un fruición de una parte de nuestros cuerpos, presionaba mi pene extremadamente duro sobre su piel lubricada, notábamos como mi herramienta masculina se restregaba con furia sobre su culo demandando su premio. Subía y bajaba mi polla entre las galtas internas de su blanco trasero comprendí su excitación por las contracciones de sus nalgas como respuesta.

El roce de mi glande sobre el calor de su esfínter estaba provocándole una sobreexcitación tremenda, tanto que en su dilatado ojete podría caber cualquier componente. Sin tocar, ni abrir sus glúteos, no hizo falta orientarla hacia su agujero, se puso mi glande en la obertura de su intimidad introduciéndose sin el menor esfuerzo en su interior, en una pequeña embestida, sin ejercer la menor resistencia, ofreciéndole una cálida bienvenida, con otra suave embestida le introduje toda mi polla separando sus entrañas que acepto con ganas sintiendo un vértigo estomacal. Nos encontrábamos en la cúspide de la felicidad.

Me quede quieto algunos segundos, pretendía un acoplamiento perfecto, una adaptación indolora, casi al instante comencé a moverme suavemente, de atrás hacia adelante, dejando que se deslice toda mi polla, antes que salga mi glande, para volver a entrar. Un movimiento lento y práctico, así estuvimos un tiempo cada uno deleitándose de un placer pausado. Fue a una señal suya, apoya las manos sobre la pared a modo de contrapaso, volteo como pudo su cabeza y me sonrió. Yo entendí.

Inserte mi polla con una violencia benevolente, de la docilidad de antes pasamos a un bienestar templado que iba aumentando una fuerza convulsa de la follada refugiándonos cada uno en nuestro propio estertor; el alarido que surgió de mi garganta pudo haber nacido de mis entrañas y magnificarse a través de mis cuerdas vocales en un sonido ronco e impotente; placer arriesgado, temerario, difícil de describir; en cambio el suyo, con cada nueva retirada  y embestida hacia que su rostro se desencajara y su boca abierta sonara un plañido oscuro. Le conmovía las entrañas.

Bastante cautivador, a la par agresivo. Por lo menos a mí, me desconcertó esta última constatación.

De repente nos dimos cuenta que estábamos en una extraña y distinta posición. Los dos de pie, mi pecho contra su espalda, mi boca detrás de su oreja, su cabeza reclinada sobre mi hombro, mi polla toda suya dentro. Las respiraciones se aceleran, se entrecortan… Los pechos se hinchan vibrantes se contraen. Mi polla vibra y se lanza de nuevo como arponazos aguijonear su posesión complacida, mis manos sujetan sus caderas, las suyas en mi culo ayudan a embestir más profundo. Nuestras respiraciones entrecortadas por el esfuerzo, recibe mi aliento en mitad de su rostro. Una sensación primitiva. Así de pie, mis embestidas hacia el interior de su culo, aquella belleza poseía una desobediencia prodigiosa fue un catalogo exhaustivo: suavidad y lentitud, solemne y grácil, asequible y conmovedor, reconcentrada y generosa. Ese vértigo del placer, parecido que nos traspaso la cortina de la realidad, transportándonos a la satisfacción de la lujuria y al clímax de la excitación. En ese instante me corrí con tres o cuatro chorros de semen que capturo las paredes del preservativo.

Consumado, nos quedamos sin movernos, los corazones de ambos latían potentes. El tiempo se dilata. Le beso en la mejilla.

Aquí o allá, escala de magnitud y distancia variable, en este tiempo rápido y lento de la noche, nuestras indecisas siluetas se agitan, van y vienen, movidas por una pasión, los tormentos, el rabioso deseo de poseer, de dar, el orgullo, la codicia, poblada de terribles secretos y deseos iluminados, rodeados de los fantasmas que la memoria encarna.

Se sintió perversamente complacido por la expresión de su rostro. Gesto de fuerza y desafío. Sonrió con algo de atrevimiento.

Anticipación, esperanza, nervios, todos hizo que le escociera la punta de los dedos cuando retiro el preservativo de mi polla aparentemente flácida. La acaricio limpiándola con su mano del semen que la ensuciaba. Amortiguo en su voz el alivio y el placer. Un relámpago de orgullo posesivo surgió de la nada. Lo incentive. Le provocaba para que su verga volviera a salir al aire con un pálpito cabreado. Un deseo insistente, pertinaz, contumaz y lacerante. No domina ni sé que sentimiento circula por su cuerpo. La tensión aun es patente.

Con su mano aun pringosa de mi semen se embadurna su polla, un magnifico instrumento de guerra: refinado, valioso, sutilmente regulado. Abalanza mi espalda contra la pared, me junta las piernas, noto que mi polla está totalmente flácida y mis testículos cuelgan por el vaciado de hace unos instantes. Me besa con dulzura, ahora en mis labios, ahora en las mejillas, ahora en toda la cara. Sé que le toca correrse pero me tiene desconcertado, de nuevo nos fundimos en un beso de gratitud y deseo, lujuria a la vez que de serenidad. Frente a mí, con la confianza y la vulnerabilidad en que nos encontramos introduce su polla a través de mis piernas por debajo de mis testículos, una fuerza urgente, oculta e imprevisible y hábil. Mi semen lubrica y facilita le penetración, se extiende por la piel que se mueven pacifica la mía, eficaz la suya, una bendición. Empuja hacia mí su  polla, noto como se desliza entre mis muslos, como la parte superior del troco y del glande roza la parte inferior de mis nalgas. Conmovedor, intrépido, sabía seducir, impulsivo, imprevisible.

El deseo de recordar de aquel joven pronto cedió frente al deseo de alimentarse, al deseo de gozar. Avanzo lenta e inexorablemente entre mis piernas; estaba asombrado, no pensaba, solo sentía y me resulto increíblemente grato, me abandone a esa sensación, a esa manera extraña de acariciar. Yo me maravillaba, no sabía que tal placer pudiera ser sentido en esta postura; ni siquiera me la había imaginado.

Suave al principio, con vacilaciones, como su buscara la melodía, como si llegase de muy lejos lentas respiraciones, llamadas y suspiros, para encontrar un lugar, después de la ejecución fue afirmándose, declaración dolorosa y el estremecimiento de vivir. Rápidamente y a consecuencia de su hábil trabajo, su polla entre mis piernas comenzó a contraerse, anunciando la llegada del orgasmo, cerro fuertemente los ojos como si pretendiera concentrar todo su estado sensorial en ese momento. Una voz estrangulada. Allí derramo placer sobre mi cuerpo, su eyaculación potente fue a estrellarse sobre la pared negra y manchando en buena parte mis entrepiernas. Casi al mismo tiempo me trasmitió una belleza sensual e incitante que me obligo a no moverme, a no huir. Apurarnos hasta los besos.

Nos limpiamos, nos vestimos y abandonamos el cubículo hacia la penumbra del pasillo que aún conservaba o quizás incluso había aumentado, por lo considerable de la hora, el trasiego de gente. Cogidos de la mano, él delante me guiaba dirección la salida, hacia la música sonante del pub.

Alcanzamos el alboroto del pub que empieza a agobiarme y a molestarme un poco, y es cuando mi mirada se clava en su espalda, en su cabello, en su nuca. Reacciono; me detengo estupefacto, la mente embotada, las piernas paralizadas, todavía aturdido  continuo sin recobrarme de la sorpresa hasta que caigo en la cuenta de que no solo me encontraba ya en la puerta para salir del pub, sino que también conocía al joven que me llevaba de la mano. Permanecí quieto en la acera, temiendo que la visión desapareciera enseguida, pero se prolongo durante varios minutos. Sin poder creérmelo.

Aunque la experiencia me agoto, se trataba también de un agotamiento alucinatorio, repleto de detalles admirables tanto si los considero individualmente como en conjunto. En la calle, el mundo, la realidad, esta vez por la puerta correcta. Eran pasadas las cinco de la madrugada y apenas habían transeúntes, ni circulación, pero encontramos abierto un bar en el que entramos y pedimos un café para reconstruir el sueño, en el caso de que hubiese sido un sueño, pues lo recordaba todo, absolutamente todo, como real, incluso como hiperreal.

Me preguntó si quería acompañarle, pero me falto el valor para las dos cosas: para preguntarle a donde y para acompañarle.

No creí que pudiera soportar una visión tan intensa durante mucho tiempo. Necesitaba recuperar el tacto gris de las cosas, sus calidades cotidianas, su vulgaridad habitual.

He sido capaz, aun dentro del aturdimiento que implica toda resurrección, de repetir una a una las palabras: “Lo abra dejado la novia. Pobrecillo… Pues que se joda.” Sollozos.

La escurridiza memoria que lo había eludido por tanto tiempo le llego a su encuentro de manera espontanea.