¿Estás despierto, Juan? III

Continuación del encuentro entre Juan y Ana, dos hermanos mellizos.

Juan miraba a Ana lascivamente. Sentía un placer casi incontrolable al ver a su hermana desnuda. Su piel pálida brillante por el sudor que provocaba la humedad de la playa y la excitación de la desnudez y lo desconocido.

Ana acercó la silla de madera y quedó frente a su hermano, callada y mirando al suelo.

-Siéntate- dijo Juan con voz autoritaria y ansiosa.

Ana titubeó y caminando por un lateral de la silla se sentó ante su hermano cerrando sus rodillas pudorosamente y encorvándose hacia delante tapando sus pechos y haciendo que apareciesen dos pequeños michelines en su vientre.

-Échate hacia atrás y coloca las piernas encima de los reposabrazos, Ana- dijo Juan comiéndosela con la mirada.

A Ana le dió un escalofrío al escuchar a su hermano. La situación podía con ella. Su corazón iba a mil por hora y las cosquillas en su bajo vientre no hacían más que aumentar al igual que la humedad de su sexo. Se quedó paralizada durante unos instantes.

-¿No quieres verme la polla o qué, Anita?

Ana levantó la mirada y miró a su hermano fijamente. Asintió ante la pregunta casi salivando y remoloneando se recostó en la silla y colocó lentamente una pierna a cada lado cubriendo su sexo con ambas manos. El rubor de sus mejillas era casi cómico. No sabía donde meterse, pero estaba disfrutando cómo jamás lo había hecho.

-Ana, venga, las manos...- dijo Juan con la mirada clavada sobre ellas, como intentando hacerlas desparecer con un rayo fulminante.

Tras unos segundos de titubeo, Ana separó sus manos. Su sexo apareció ante Juan, completamente expuesto y abierto. Brillante, rosado, cubierto de vello. El clítoris asomaba erecto, prominente y colorado y los labios carnosos, cerrados e hinchados. Emanaba de ellos un hilito de un líquido transparente y denso que caía lento por la acción de la gravedad, dirigiéndose hacia la tela de la silla.

Juan lo observó extasiado durante unos segundos, que para Ana eran horas, relamiéndose. Dejó de sobarse el paquete para deleitarse con el cuerpo de su hermana. Su coño mojado, sus pechos, sus pezones erectos, su vientre, muslos, pies, la postura en la que estaba, expuesta, abierta,... Juan jadeaba. Ninguna de las chicas con las que había estado le provocaban tantísimo placer sin siquiera tocarle.

-Joder, Anita. ¿Estás cachonda, verdad?- susurró morboso.

Ana le miraba recostada en la silla. Sintiendo constantes punzadas de placer en su expuesto coño. Tenía unas terribles ganas de llevar una mano a su sexo para rascarse, frotarse e intentar terminar de una vez con el insufrible picor que le provocaba la sensación de desnudez ante su hermano, del puro morbo.

-Sí...- susurró Ana con un hilito de voz infantil.

-¿No tienes ganas de tocarte?- preguntó Juan mirándola fijamente.

Ana llevó una mano a su entrepierna, dubitativa y temblorosa. La colocó encima de su ardiente coño y, al rozar su clítoris, soltó un pequeño gemido

-¡Uff!

Cerró su ojos y mordiendose el labio apretó el clítoris de nuevo, con algo más de fuerza, pensando para ella "Dios... ¿Qué es esto?"

-Quita anda...- dijo Juan apartándole la mano con brusquedad y lujuria.

Ana abrió los ojos de nuevo y observó a su hermano apartando su mano.

-No tienes ni idea- dijo él y acto seguido, sin ningún pudor acercó su mano al encharcado coño de su hermana.

Al acercarse notó un olor embriagante, fuerte y salvaje. Olor a mujer... Olor que le pusó aún más cachondo. Acto seguido, colocó el dedo corazón en la entrada del cerrado coño y lo pasó suave, de abajo a arriba, pringándolo del flujo de su hermana que se retorcía en la silla, tratando de aguantar la compostura, arrugando involuntariamente los dedos de sus pies

-Para, Juan...- susurró ella casi imperceptiblemente, como si en realidad no quisiese que parase

-Mira como estás, Ana...- dijo Juan levantando su mano y mostrando su dedo pringado del denso y transparente flujo obviando la "queja" de su hermana.

Ana lo miró lasciva y sonrojada, resoplando sin decir nada. Su manos estaban posadas en sus pechos. Los acariciaba con suavidad.

Juan volvió a abajo. Comenzó a jugar con el coño de su hermana. Hundiendo lentamente su dedo entre sus labios.

Ana jadeaba extasiada, como una pequeña perrita ante un bol de comida.

Juan sonrió moviendo su dedo dentro de ella. Muy lentamente hasta la primera falange. No entraba más. Imagiba sin poder evitarlo su gruesa polla deslizándose lentamente dentro del coñito de su hermana.

-Vaya, vaya... Resulta que a la mojigata le gusta que le soben el coño, ¿eh?- comentó Juan mirándole con una sonrisa malévola y lasciva

Ana le miró sin decir nada. Sin querer admitir la obviedad. Mil sensaciones abarrotaban su cabeza.

Juan apartó su mano repentinamente.

-Está bien por hoy- le dijo Juan con voz grave.

Ana asintió sin quejarse, a pesar de que el picor no había hecho más que crecer y quería ferviertemente que algo o alguien apagase ese nuevo fuego tan desconocido e intenso para ella.

-Bueno, Ana, ¿Quieres verme la polla?- le preguntó Juan, poniéndose de rodillas sobre la cama.

-Bueno... Es el trato, ¿no?- contestó Ana muerta de vergüenza y excitación mirando el paquete de Juan

Juan sonrió al ver que su hermana no quitaba ojo de su hinchado paquete. Tenía unas ganas horribles de exhibirse ante ella. Le daba morbo la sensación de poder y perversión sobre su inexperta hermanita y no hacían más que venirle ideas a la cabeza.

-Bien...- comentó Juan haciéndose el pensativo y sentándose sobre la cama.

-Arrodillate, Ana, así lo verás mejor.

Ana, sumisa, bajó las piernas de los reposabrazos y se deslizó hacía el suelo, colocándose entre las piernas de su hermano y dejando tras de sí una silla con un manchurrón justo dónde segundos antes se situaba su sexo.

De repente, Juan y Ana oyeron un ruido de pasos que se acrecentaba por momentos.

-Joder, Ana, ¡es papá!- susurró Juan, nervioso y agitado.

Ana se quedó paralizada al oírlo.

Toc, toc, toc.

-¿Chicos?- se escuchó al otro lado de la puerta.

Juan rápidamente caminó hacia la misma, apagó la luz y la entreabrió.

-Hola, papá. Que no podíamos dormir y estoy aquí hablando con Ana.- dijo Juan con voz tranquila tapando la visión del interior de la habitación con su cuerpo. Ana se encontraba aún desnuda y arrodillada frente a la cama sin saber que hacer. Un hilito de flujo unía su coño al suelo de manera cómica.

-Vale, vale, hijos. Me levanto ya, eh... Anda, dormid un poco que es prontísimo.

-Muy bien, papá.-Juan sonrió y cerró la puerta observando como su padre se alejaba. Respiró profundamente con alivio y se giró de nuevo para obvervar a su hermana, de espaldas, en la misma postura.

Ana hiperventilaba casi en shock.

-Ana, tranquila, que ya se ha ido.- dijo Juan poniéndose de cuclillas junto a ella.

Ana le miró sonrojadísima.

-Menos mal... menudo lío sino- susurró ella.

-Es que... mira que eres pardilla, eh. Te podrías haber vestido, tía.

-Ya... ya sabes que no se reaccionar cuando me ponngo muy nerviosa.

-Ya veo, sí. Por poco no se nos llevan al psiquiatrico... Anda que... de esto, nada a nadie, eh... y tenemos que tener cuidado.

-Si, sí... lo siento.

-Bueno, vístete y vete a tu cuarto- dijo Juan, frío y serio tras pensarlo unos instantes. No le hacía ninguna gracia decir eso, pero era demasiado arriesgado jugársela a que les pillaran.

-Vale...- contestó Ana, extrañamente contrariada y triste, levantándose del suelo.

Juan se tumbó de nuevo en la cama observando la silueta de su hermana en la penumbra mientras se vestía y con la polla dura como nunca la había tenido a pesar del bajón de la aparición de su padre.

-Mañana si te portas bien cumpliré mi parte del trato- dijo Juan deseoso de que pasasen las horas.

-Hasta mañana, Anita, y no te toques, eh. No vaya a ser que inundes la casa. Jajajaj. Ese coñito es solo mío- rió bajito.

-Calla, tonto- dijo Ana con una medio sonrisa en la boca dirigiendose hacia la puerta

-Hasta mañana, Juan.

(CONTINUARÁ)