¿Estás despierto, Juan? II

Continúa la noche...

Juan y Ana se miraban en la penumbra de la noche. El uno frente al otro, de rodillas, sobre la húmeda cama. La habitación quedaba levemente iluminada por la tenue luz de la luna que entraba tímida por la pequeña ventana del cuarto de Juan. El calor era sofocante. Calor provocado por la humedad de la playa en verano y la humedad de dos adolescentes, el uno frente al otro.

-Bien,hermanita.- dijo Juan con voz grave y susurrante, dejando de apretar la pequeña y suave mano de Ana.

Ana le miraba fijamente con sus ojos grandes, sus labios involuntariamente entreabiertos y húmedos, y su respiración entrecortada. Aquella visión hacía que Juan se deleitase. ¿Cómo era posible que está situación le generase tanto morbo? Jamás se había fijado en su hermana melliza. Esa chica sosa, tímida, despistada y anacrónica que pasaba desapercibida para todo el mundo era ahora la causa de que estuviese más excitado que nunca en su vida. Cualquier pensamiento moralista era automáticamente eliminado de su mente. El morbo ganaba por goleada.

La miraba sonriendo, con gesto de suficiencia y satisfacción. Sabía que esta era una oportunidad absolutamente improbable e inesperada y que debía aprovecharla al máximo, hasta las últimas consecuencias. Su hermana siempre había buscado en él cierto apoyo. En clase nadie se metía con ella ni con sus dos amigas por la influencia social de Juan, que era el chico más popular de aquel colegio. Hubo un par de ocasiones en que un grupo de indeseables trató de hacer bullying a Ana, pero en las dos apareció Juan, chulo y confiado, para poner firmes a los maleantes de turno. Así que Juan sabía del poder de convicción que tenía sobre ella. Hasta entonces lo había aprovechado para temas académicos, deberes, trabajos... A Ana no le importaba, de hecho disfrutaba ayudando a su hermano. Sintiéndose útil para él. Y ahora iba a aprovecharlo para otros menesteres mucho más lucrativos...

-Son solo las 4...- susurró Juan levantándose de la cama.

Se asomó al pasillo para escuchar las respiraciones de sus padres y acto seguido entró de nuevo en la estancia, cerrando la puerta con cuidado.

Ana le observaba nerviosa, excitada, con ese incesante cosquilleo en el estómago.

-Enciendo la luz, Ana. Cuida los ojos- dijo Juan fraternal.

-Va... le...- susurró ella con voz suave.

La habitación se iluminó. Ellos cerraron instintivamente los ojos para acomodarse a la nueva iluminación.

Juan entreabrió los ojos. Ana se encontraba de rodillas sobre la cama, aún con los ojos cerrados. Su rostro estaba muy colorado, con un ligero brillo en la frente y el pelo algo alborotado. Sus pechos se adivinaban a través de la tela del desgastado y ligeramente húmedo camisón.

"Joder..." pensó Juan al instante y se colocó disimuladamente el pene hacia arriba, contra la goma de su pantalon. Gordo y duro por la visión de su hermana, tan vulnerable y dulce.

-Bueno, Anita... ¿Estás preparada?- sonrió

Ana le miró con ojitos de cervatilla. El corazón le iba a mil por hora. Podía sentirlo sin siquiera posar su mano sobre él. Notaba sus braguitas increíblemente húmedas y eso le avergonzaba.

Juan se acercó de nuevo a la cama y se tumbó a su lado.

-No pasa nada... Esto no saldrá de aquí, Anita...- le dijo con voz fingidamente fraternal.

Ana asintió y se puso de pie lentamente.

-Juan... No se si quiero hacer esto...- dijo con voz temblorosa y gesto de angustia.

La última vez que alguien le había visto desnuda era su ginecóloga en una revisión hace varios años. Siempre había sido muy pudorosa. En Educación Física siempre esperaba a que todas se duchasen para entrar la última. Eso le había acarreado algún castigo por puntualidad.

-Ana, tarde o temprano algún hombre te verá desnuda... O ¿es que quieres hacerte monja? Además, ya he visto a bastante chicas desnudas y no es el fin del mundo. Es algo natural. ¿Qué mejor que estrenarte con tu hermano mellizo? ¿No nacimos juntos y desnudos? Además, un pacto es un pacto...- explicó Juan con voz suave y confiada, sonriendo fraternalmente.

Ana le miró algo más tranquila con una medio sonrisilla.

-Prométeme que no te vas a reír.- suplicó Ana

-Lo prometo, tonta.- dijo Juan levantando una mano gracioso.

Ana sonrió y se sitúo frente a él, de pie, a un escaso metro de la cama. Su rostro parecía el de gusiluz. Colorada hasta más no poder. Se colocó nerviosa el pelo detras de sus hombros y llevó sus manos al borde del camisón.

Juan observaba con una medio sonrisa dibujada en su rostro. Sonrisa que escondía una excitación enorme. Su polla quería romper el pantalón que la sujetaba.

Las manos temblorosas de Ana comenzaron a subir el camisón, mostrando primero sus muslos, pálidos y algo recios,pero redondos y tersos. Siguió subiendo hasta mostrar sus braguitas blancas. Juan se deleitaba desde abajo. Mirando descaradamente a su hermana. Observó una mancha de humedad en medio de las braguitas, lo que aumentó aún más si cabe la excitación.

Ana se sentía vulnerable, observada, excitada. Le excitaba terriblemente esa nueva sensación de perder el control, de los ojos de su hermano clavados en ella, de que él mismo se fijase de su excitación.

Siguió subiendo el camisón hasta la altura de sus pechos. Titubeó un poco y miró a Juan que la observaba sonriendo, expectante y gozoso.

-Venga, Anita. No seas vergonzosa.-susurró desde abajo

Ana se armó de valor y de un tirón terminó de quitarse el camisón, sacándolo por encima de su cabeza y quedando semidesnuda ante Juan.

Él la miró fijamente. Comiéndosela con la mirada. Observando sus pechos medianos y pálidos y sus pezones grandes y rosados y aureólas amplias.

Ella miraba al suelo. Nerviosa, avergonada, excitada por esa sensación de desnudez ante su hermano.

-Desnuda del todo- dijo Juan con voz firme, casi pareciendo ordenar, completamente llevado por el morbo.

Ana dejo caer el camisón sobre el suelo y levantó la cabeza para mirar a su hermano. Su gesto era dulce, vulnerable y sin poder evitarlo llevó sus manos a sus pechos.

Juan sonrió. Su polla no podía estar más hinchada.

-Ana, ya las he visto y son preciosas, ¿sabes? Cualquiera de mis amigos se las comería muy agusto- dijo morboso

-Ahora termina de desnudarte, venga. El trato era todo, desde tetas hasta coño. Luego me tocará a mí.- la apremió y le guiñó un ojo.

Ana sonriendo llevó las manos a la goma de sus braguitas y, tragando saliva, comenzó a tirar de ellas hacia abajo hasta que cayeron a sus pies.

Ante Juan quedó su sexo, brillante, cubierto de un oscuro vello que se extendía desde un poco más abajo del ombligo y cubría toda su vagina, hinchado, natural y con los labios cerrados y rosados. A Juan le pareció increíble, natural,...

-Mmmm. Tienes un coñito peludo precioso, hermanita. Ya podría terminarse la moda esta de la depilación..- comentó Juan completamente deshinibido.

Ana se lo tapó muy avergonzada.

-Acerca esa silla, Ana- dijo señalando una silla que había en el escritorio de la habitación.

-Quiero verte bien...- dijo Juan sobandose el paquete por encima del pantalón corto sin ningún pudor ya.

Ana se giró y acercó la silla.

(CONTINUARÁ)