Estampas pastoriles actuales

De cómo se las ingenian algunos pastores para echar un polvo.

ESTAMPAS PASTORILES ACTUALES

Estaba Eusebio planteándose, por enésima vez, sus dudas existenciales cuando hubo de apagar el MP3 para escuchar las voces de las tres jóvenes y garridas mochileras que, a su juicio, formaban una apacible estampa bucólica con el trasfondo de su rebaño.

-¿Buen hombre, sabe usted de algún buen lugar para acampar por aquí cerca?

El oído no le engañaba y el acento de la rubita le trajo dulces lembranzas galaicas. Además de jóvenes y garridas, estaban muy buenas, de modo que procuró dar al tono de su voz el acento más pastoril que pudo.

-Tirad parriba y después del segundo repecho hay una campa que de seguro sus gustara.

Subieron las mozas hacía el picadero favorito de Eusebio y este dejó las dudas existenciales para dedicarse a la más prosaica labor de ingeniar el modo de beneficiarse, como mínimo, a la galleguiña.

El verano no estaba siendo propicio para lances amorosos pues la mayoría de excursionistas eran hombres o familias completas y andaba un poco harto de cargar con el zurrón, la boina y de afeitarse cada tres días para dar la imagen que los de ciudad buscan en el pastor de ovejas. En estas cavilaciones se encontraba cuando sonó el móvil:

-Eusebio, que te mandao tres zagalas pallá y que…parte quiero o me chivo con la Carmela. Tronó la voz potente de Celso en el teléfono.

-¡Cagüenlaputa que como abras el pico te escalabro a cantazos!

Colgó sin darle opción a decir más y maldijo la alianza que mantenía con el secretario del ayuntamiento para sus poco lícitos fines.

Le dio un silbido a Platón, su perro, para que empujase a las pécoras montaña arriba y colocándose los auriculares, volvió a los conciertos de Brandeburgo que la llegada de las chicas había interrumpido.

El sol se ocultaba ya cuando, después de haber encerrado a los animales en la tenada, entró a la arreglada borda que le servía de hogar en los meses de verano. Una disimulada instalación de placas solares le permitía disponer de agua caliente y de electricidad para los usos más imprescindibles: frigorífico, iluminación, música y televisión. Se duchó, mientras, desde la ventana contemplaba las evoluciones de las tres mozas que montaban la tienda de campaña en el lugar por él indicado, unos metros más debajo de su refugio.

No era preciso modificar los hábitos diarios, pues, Celso y su ayudante Carmelo iniciarían el alboroto a la hora acordada. Se sirvió un whisky y se dejó caer en su sillón favorito con un libro en las manos que no llegó a abrir, ensimismado como estaba en los recuerdos que la cantarina voz de la gallega había despertado. El balido de una oveja le trajo a la memoria épocas de forzada abstinencia sexual que compensaba con las complacientes favoritas de su harén pecuario. Pero esto eran tiempos pasados que le avergonzaban un poco y que solo los ojos de Platón habían contemplado con evidente comprensión.

Cenó frugalmente, se volvió a enfundar el uniforme pastoril y preparó la escopeta.

A medianoche comenzaron los aullidos y carreras de los "lobos" entre el boscaje próximo a la tienda de campaña; bajó hacia la campa, disparó dos tiros al aire e inmediatamente se oyó el quejido de una de las bestias herida por los disparos. Cuando abrió la cremallera de la tienda estaba ya el trabajo medio hecho: las tres cervatillas acurrucados en el fondo con aspecto aterrorizado y…. desnudas.

-No suelen bajar los lobos en estas fechas pero deben andar con hambre

Pronunció la frase, memorizada, el pastor con mucha lentitud y con los ojos abiertos como platos mientras volvían a oírse nuevos disparos y aullidos lastimeros.

-Mejor pasaríais la noche en mi cabaña, es posible que regresen.

Parecía que estaban esperando la invitación las urbanícolas que en un santiamén se vistieron y siguieron, confiadas, al apuesto zagal .Llegando a la borda aparecieron, sudorosos Celso y Carmelo.

-Les hemos dado una buena tunda, dos al menos van heridos pero con la rabia que tendrán, de seguro que regresan.

Se ufanó hipócritamente el secretario, mientras el joven Carmelo devoraba a las mozas con los ojos a la par que su cabeza afirmaba enfáticamente lo dicho por el otro.

Pasaron todos a la cómoda cabaña y encendieron el fuego de la chimenea para que las chicas entraran en calor ayudadas por unos vasazos de cazalla que, pretendían ellos, les harían pasar el susto.

Sacó Eusebio un queso (al que cuidadosamente había arrancado la etiqueta comercial) un trozo de cecina, un pan redondo y una bota mugrienta llena de tinto crianza de la Ribera pero que vendió como tintorro de la cosecha de su padre y la fiesta comenzó a tomar el derrotero deseado.

Entre el fuego del hogar, el calor del vino y las picantes conversaciones, fue subiendo la temperatura del lugar. Empezaron a deshacerse de ropa inútil y comenzaron los útiles acercamientos, en especial el de Eusebio a Carmiña la ferrolana.

En ello estaban cuando sonaron dos golpes en la puerta:

-¡Abran, Guardia Civil!

Pasaron los dos números al interior de la cabaña con el natural disgusto del orgiástico trío.

- Pues, que hemos oído varios disparos y buscamos a los autores.

-¡Ellos, han sido ellos!, señores guardias. Gracias a Dios que nos han salvado de los lobos con sus escopetas y su valor.

Explicó enardecida Pituca, la morenita que más había libado.

Se miraron los guardias, sabedores de que no se veía un lobo en la comarca desde hacía más de cincuenta años pero seducidos por lo que parecía una prometedora fiesta.

¡Muy bien hecho!, nos tranquiliza saber que solo ha sido eso, hay que dar su merecido a esos feroces lobos.

Dijo uno de los guardias con socarrona sonrisa mientras alargaba la mano hacía la bota de vino, le dio un buen tiento y comentó mientras se limpiaba los labios con el dorso de la mano:

-Buen ribera,!Vive Dios!

Se relajó la tensión inicial y pronto los guardias se agregaron al jolgorio fijándose sus propios objetivos.

Eusebio monopolizaba a Carmiña, con la que ya había logrado notables avances. Celso y Carmelo se obcecaban en conquistar a Piluca mientras los recién llegados atacaban sin miramientos a Laurita, la mas feúcha, que exhibía bajo la blanca camiseta unos globos de considerable tamaño.

El dueño de la cabaña, cerebro organizador del engaño y experto en orgías fallidas, desapareció de la escena principal con discreción, acompañado de la mórbida gallega. La pequeña habitación con cama "king-size" y sábanas satinadas les aisló del resto del grupo que daba cuenta, ya, de la tercera botella de cazalla.

Pensó, fugazmente, Eusebio en su novia oficial, Carmela, la hija menor del medico del pueblo con la que mantenía una convencional relación y pensó también en Petra, la charcutera, con la que se desahogaba en las épocas de mayor escasez turística.

¡Va por vosotras!, decidió, mientras mordía el blanco cuello de una Carmiña que se le ofrecía con la insultante rotundidad de sus veinte años.

Pronto dejaron de oírse voces y risas en el salón y pudo concentrarse en su buena obra del día: hacer pasar a la gallega la morriña de su tierra.

Ella no pereció sorprendida en absoluto ante aquel batiburrillo de vida serrana y lujo asiático; en peores plazas parecía haber lidiado.

-Filliño, antes de que empieces, has de saber que un completo son doscientos euros y si quieres solo una mamadiña te lo dejo en cincuenta.

Notó Eusebio una disminución del flujo sanguíneo al cuerpo cavernoso de su pene, pero fue algo temporal. Ya se le ocurriría algo, mientras tanto acabó de desnudar el cuerpazo de la putita que, realmente, valía su paga semanal.

Amanecía ya cuando, pese a las protestas de la chica, se calzaba el sexto condón y la penetraba analmente por tercera vez. Aquel culete dilatado le recordaba sus ensayos infantiles con melones maduros y recalentados por el sol en la huerta de su tío Marcos.

Dejó a Carmiña(que resultó llamarse, realmente, Eufrasia)derrengada y dolorida; se duchó, se vistió y pasó revista al lastimoso estado que ofrecía el salón de la borda: Cuerpos desnudos en posiciones grotescas, botellas vacías, vómitos variados y un insoportable olor a "maría".Los picoletos habían desaparecido, las ovejas balaban lastimosamente en la próxima tenada y Platón reclamaba su desayuno con broncos ladridos.

Antes de salir tuvo tiempo de encender su "lap-top" y elaborar la factura de sus servicios. Ya se encargaría Celso de cobrarla:

Ocupación de terreno por tienda de campaña………50€

Tres cenas con "delicias de la tierra"..…………..…50€

Tres botellas de cazalla….…………………………50€

Tres pernoctaciones en la casa rural "El Parnaso"...150€

Metió en el zurrón lo que sobraba de queso, un pan, la bota y arreó el rebaño monte arriba cavilando en lo dura que es la vida pastoril y las pocas recompensas que tiene. El coro de los esclavos de "Nabucco" le acompañó.