Estado de Alarma

Confinados, en pareja. Intercambios de pensamientos.

Estado de Alarma

Treinta de marzo. Parece que nos adaptamos a vivir confinados, algo que nos hubiera parecido inverosímil apenas dos meses atrás. La humanidad protagoniza el guion perfecto de una película de terror, sin embargo el terror está ausente, confinado en alguna zona remota de la mente colectiva, agazapado, como si el ser humano le tuviera más miedo a lo que se puede desencadenar si da rienda suelta al pánico.

Siete de la mañana, llevo diez minutos de trote cochinero dando vueltas a la terraza. El aire frio me corta la cara pero resulta agradable, dentro de poco empezará a sobrarme ropa. A estas horas las ventanas del edificio de enfrente deberían estar iluminadas, sin embargo solo veo un par de ellas encendidas, el resto permanecen apagadas como si fuera domingo. Hacen mal, es importante mantener la rutina que seguimos en nuestra vida cotidiana, no podemos bajar la guardia, el virus nos puede minar la salud de muchas maneras.

Aparece Carmen, el retumbar de mi carrera sobre el techo del dormitorio la ha debido de despertar. Viene preparada y se une a mi carrera firme, constante, adaptada al perímetro de la terraza. Cuando suena la alarma no me detengo y le doy quince minutos de gracia.

Desayunamos escuchando música, hace días que decidimos dosificar las noticias, charlamos, tenemos casos en común que gestionamos vía Skype; no todo es trabajo, la familia sigue bien, nos preocupa, ambos echamos de menos a los amigos, a ciertas personas muy cercanas. Compartimos nostalgias. ¿Le echas de menos? ¿Y tú, la llamaste ayer?. Nos entregamos a besamos tratando de calmar la herida de la ausencia, luego escapamos escaleras arriba.

Hemos adaptado el salón del ático para instalar una impresora y los portátiles consiguiendo más espacio de trabajo. Mientras hablo con mi socio la escucho charlar con Joseba, buen amigo de ambos y algo más para Carmen. La esperaba antes del confinamiento; estuvo a punto de quedarse aislada en Donosti, por pura suerte aplazó el viaje. Le da la noticia: su aita está infectado y veo el dolor cruzarle el rostro. Otro caso cerca, cada vez más cerca. Cuelgo y me pego a su costado mientras siguen hablando, solo quiero que me sienta cerca. Joseba jugó un papel crucial en su vida el año pasado durante una corta crisis que atravesamos; fue su apoyo allí en Euskadi donde se refugió unas semanas y ahora, en la distancia, es él quien la va a necesitar.

Seguimos la jornada de trabajo con disciplina, inventando nuevos proyectos cuando no los hay. Siempre existen ideas y colegas dispuestos a ponerlas en marcha. No paramos.

Cocinamos mas que nunca, aprendemos nuevas técnicas y a veces, como hoy que además tenía que levantar el ánimo a Carmen, hemos invitado a comer a unos amigos. Por Skype. Rafa y su mujer. Dice que esto no le está afectando, «Llevo veinte años confinado». Su mujer se llama Fina. El humor que no falte. Hicimos la receta en paralelo, nos divertimos y comimos juntos. Toda una experiencia. Luego, con el buen humor y el vino en las venas, hicimos el amor sin recoger la mesa, sin perder el tiempo en bajar a la alcoba, con urgencia, con ganas. Y con calma, al estilo de Tomás. El tiempo pasa y los trece años que nos llevamos se acusan y procuro dosificarme. Ya no le sigo el ritmo como antes. Carmen, a sus cincuenta, aparenta diez menos y tiene la vitalidad y el empuje de una treintañera. Santa Viagra ora pro nobis. Un cigarrito y me busca de nuevo.

Pero no es solo una cuestión de sexo, a mis sesenta y tres mis gustos han variado, me apetece salir menos, disfruto más de una charla tranquila con los amigos que de una salida nocturna hasta altas horas, no lo descarto pero no es mi primera opción. Sin embargo el ritmo de Carmen es otro. O tal vez el mío era ese y ha bajado. Poco a poco nuestros gustos divergen, no podría encontrar el punto en que comenzó a suceder, no sé cuando una exposición no me interesó y acudió sola, no le dimos importancia, total somos libres, no era la primera vez. Tampoco recuerdo cuando me sentí fuera de lugar con un grupo que había conocido con sus compañeras y me aparté de una conversación que ni entendía ni me interesaba; poco después le dije que me marchaba, no supuso un problema ¿por qué iba a serlo? somos muy independientes. ¿Cuándo fue aquella vez que acudí con unos colegas a un concierto de música sacra? No le apetecía, me dijo, prefería irse a bailar, no quedó claro con quien. Ambos lo entendemos hemos asumido que llevamos distinto ritmo y tenemos distintos amigos aunque compartimos gran parte, ha sido así desde siempre, pero si ahora echo la vista atrás contemplo un panorama diferente. Mantenemos parcelas de vida propia, algo que antes —no sé cuanto hace— no pasaba.

¿Y por qué ella tendría que levantar el pedal del acelerador porque yo no tenga suficiente cilindrada? Sabíamos que llegaría, era cuestión de tiempo y cuando llegara nos deberíamos ajustar a las circunstancias, y es lo que hemos hecho. Simplemente compartimos amigos aunque no todos, compartimos aficiones aunque no todas, compartimos tiempo aunque no todo. Y en el sexo me adapto a la realidad, siempre me gustó mirar, ahora lo disfruto y ella me dedica sus mejores momentos. Ellos —la mayoría— no nos entienden lo cual ni nos importa ni nos preocupa, ellas en general si, o eso dicen. Y en cuanto a nosotros, practico lo que aprendí de Tomás: Tiempo, calma y paciencia para llevarla al nirvana antes de culminar. Cuánto aprendí de él y no solo de sexo en tiempos de madurez. Si fuera creyente diría aquello de «Gracias Tomás, donde quiera que estés». Como buen ateo le recuerdo con cariño.

Pasada la primera fase de adaptación nunca más tuvimos problemas entre nosotros por el tipo de vida que adoptamos. Carmen vive su sexualidad en plenitud y yo vivo la mía a otro ritmo. Siempre volvemos el uno al otro, los demás pasan; algunos, algunas, los menos, permanecen como amigos. Compartimos confidencias como siempre hemos hecho y sabemos que, por encima de todo y de todos, nos tenemos a nosotros. Así ha sido a lo largo de este largo viaje.

—¿Ves necesario publicar esto? —me pregunta tras ojear lo que llevo escrito de pie a mi espalda.

—¿Por qué no?

—No me gusta la imagen que das de ti, apareces como… no sé, Tomás tenía un problema, tú no lo tienes.

—Me cuesta seguirte, eso no me lo vas a negar.

—¡Venga ya!

—Es verdad.

—Parece que estuviéramos distanciados —dice tras echarle otro vistazo.

—Yo no he escrito eso.

—Pues lo parece.

—Cada cual entenderá una cosa, suele pasar.

—Te van a machacar.

—Probablemente.

Se aleja con un libro en la mano y se deja caer en el sofá, lánguida, indolente, recoge las piernas y pone una playlist en Spotify. Suena Anne Paceo, Sunshine. Se siente observada y me saca la lengua. En cuanto termine de escribir voy a desnudarla.