Estación espacial Toledo-23

Una emprendedora del sexo visita rutinariamente la estación Toledo-23.

—Atención P-223, tomamos el control de aproximación.

—Entendido estación Toledo-23: todos los sistemas en verde. Cediendo el control.

—Muy bien, ya estás en aproximación automática.

—¿Me habéis echado de menos chicos?

—Ni te lo imaginas Penélope. Te esperamos con los brazos abiertos.

—Sois unos obsesos… y unos salidos, ¿lo sabíais? —bromeó Penélope.

—Ya, ya, tú ríete, pero es que hace tres meses que no aparecéis por aquí.

—¡No jodas! ¿Y eso, que ha pasado?

—Pregúntaselo a Andrea y a la Pepa, que han fallado a los últimos periodos de servicios.

—Que raro, ¿no? Juanito, ¿tengo ya enlace con el computador central?

—Lo tienes… ya.

—Vale gracias, —respondió Penélope tecleando en su terminal—. ¿Y han dado alguna explicación?

—Nos dijeron que por problemas técnicos, pero investigando por ahí, nos hemos enterado que los de base minera Ribadeo-19, la que esta en Tritón, la luna de Neptuno, las han dado más pelas para que siguieran allí más tiempo con ellos. ¡Unos hijos de puta!

—Me parece raro.

—Lo raro es que no te lo hayan ofrecido a ti también, —se escuchó otra voz— tú estás mucho más buena que ellas.

—Muchas gracias. Esta vez he hecho otro recorrido porque he tenido un aviso urgente. No he pasado por la Ribadeo antes de venir aquí.

—Pues menos mal: se me está poniendo la mano más grande de hacerme pajas, —afirmo Juanito.

—¡Qué exagerado! —dijo Penélope mientras revisaba los datos del computador—. ¡Mierda!

—Acoplamiento en cinco, cuatro, tres, dos, uno, acoplamiento completado. Cepos cerrados. La nave esta asegurada. ¿Qué ocurre nena?

—¡Coño! Que tengo la agenda llena…

—Normal.

—… y todos repetís… menos las chicas.

—¡Nos ha jodido! Porque se apañan entre ellas.

—Y tú.

—¡Hostias! Pues apúntame.

—Ya no, la agenda esta cerrada.

—Hay que joderse, —se escuchó la segunda voz— tenemos una suerte de cojones: por turno, estamos después de los espabilados de Ribadeo, y para cuatro mujeres que hay en esta estación resulta que son bolleras. Voy a pedir el traslado urgente.

—Haced vosotros cómo ellas…

—¿Enrollarme con este? Unos cojones. Prefiero usar la mano.

—Y yo.

—Desde luego cómo sois.

—Solo faltaba que nos hiciéramos todos maricones.

—Pues lo pasaríais mejor. Dicen que los homosexuales son los que mejor la chupan, —bromeó Penélope soltando los correajes que la sujetaban al sillón de mando.

—Me da igual. Puedo vivir sin eso perfectamente.

—Y yo.

—No me digáis que no os atrae el comeros una buena polla.

—Para nada.

—Que asco.

—Cuidado que sois machistas.

—Que cojones machistas, una cosa no tiene que ver con la otra.

—Dejémonos de rollos. Nena, ¿cuándo me toca? —preguntó Juanito.

—Pues tienes que esperar, —respondió Penélope después de consultar el computador— tienes nueve delante.

—¡Venga ya! ¿Nueve? No me jodas.

—Si, hasta mañana, por la noche nada. A las 22:00.

—¡Mierda! La madre que me parió.

—¿Y yo? —preguntó la otra voz.

—Tu… antes cariño: esta tarde a las 19:00.

—Genial.

—Os dejó chicos, que dentro de una hora tengo a la primera.

—¿Primera? No me jodas que la primera es una de las bolleras.

—Una no, las cuatro primeras. Una detrás de otra.

—¡Joder!

—¿Tu no has oído eso de: “a quien madruga Dios le ayuda”? pues eso unido a que las mujeres somos más listas…

—Ya estamos cómo siempre. Ja, ja, ja, me parto de la risa.

—Sabes que es cierto, —afirmo la otra voz— y además, yo no discutiría con ella.

—¿Por qué? ¿Qué me va a hacer?

— Se puede cabrear y ponerte el último de la lista.

—Por ejemplo, —corroboró Penélope muerta de risa.

—¿Serias capaz de hacerme eso? Es una putada y muy gorda.

—No sé, la verdad es que me lo estoy pensando.

—¡Joder!

La información de su agenda la había cabreado. Aunque este es un trabajo cómo cualquier otro y ella es bisexual, cuatro servicios lésbicos seguidos no la entusiasmaban lo más mínimo. Aun así, sonrisa y buena cara. Ella es una profesional y además las cuatro chicas son monas y además simpáticas.

Durante todo el día, mañana, tarde y noche, estuvo trabajando, hasta que finalmente, a las 24:00 despidió al último cliente. Estaba muy cansada: siete clientes a dos horas por cliente son muchas horas. Después de ducharse por octava vez ese día, y de untarse con aceite corporal, se sirvió un poco de güisqui y se sentó frente a la terminal del computador.

—Computador, informa a Ribadeo-19 que llegaré un día más tarde y que me limiten la lista de clientes a veinte.

—Mensaje enviado.

—¿Cuántos destinos me quedan?

—Te quedan siete destinos.

—¡Joder! ¿Estado de la nave?

—La nave esta en perfectas condiciones: repostada y equipada. Cuándo lleguemos a Ribadeo-19 seria recomendable una revisión completa de los inyectores primarios de materia exótica.

—¿Podemos esperar a Lebrija-36? Allí las reparaciones son más baratas.

—Afirmativo, pero no recomiendo esperar mucho más.

—De acuerdo: envía la petición a Lebrija-36.

—Petición enviada.

—Mientras duermo, que los droides de limpieza se ocupen de mi zona de trabajo. Y que la desodoricen, que al final olía un poco a choto.

—Entendido.

—Gracias P-223.

Durante un rato, mientras apuraba su copa, estuvo curioseando por galaxinet y enviando unos correos, hasta que finalmente se fue a la cama y se durmió.

La mañana siguiente fue más de lo mismo. Trabajó continuamente salvo una hora para comer, y a las 22:00 estaba lista para a tender a su último cliente del día: Juanito, que a esa hora estaba cómo un clavo delante de la puerta de embarque de la P-223.

—Mira quien aparece por aquí, —bromeó Penélope cuándo abrió la puerta.

—Ya me tocaba.

—Anda, pasa, —dijo franqueándole la puerta.

—Te he traído una botella de vino, que sé que te gusta.

—No tenias que haberte molestado, —dijo cogiendo la botella que le entregaba Juanito— te voy a atender igual de bien.

—Lo sé, lo sé, pero sé que esta marca te gusta y tenía la oportunidad de hacerme con una a bajo precio.

—¡Coño! Un Pago de Carraovejas, reserva Cuesta de las Liebres, 2109. No me jodas tío, esto vale una pasta.

—Pues es la idea que tengo: joderte, —bromeo Juanito—. Y no te preocupes, ya te digo que me ha salido tirado.

—¿Y eso?

—Contactos que tiene uno.

—¿Aquí? Anda ya, ¿en una estación con 21 tripulantes?

—Mira guapita, en esta estación, además de estar vigilando constantemente las putas manchas rojas de Júpiter, que ya te digo que es un coñazo, controlamos todo el tráfico comercial hacia los planetas exteriores.

—Coño tío, pues si puedes conseguirme alguna más… yo te lo pago, claro.

—Miraré a ver pero no te prometo nada. Y dejémonos de cháchara que solo tengo dos horas: nena, descárgame rapidito para que pueda echarte otro antes de irme.

—¿Pues a que esperas? desnúdate y siéntate en el sillón… a, y por la botella tienes media hora más. Hoy estoy espléndida.

—¿Solo media hora? —preguntó Juanito desnudándose— podría quedarme a dormir contigo.

—Venga ya tío, a ti te dan la mano y te coges todo el brazo. Que morro tienes, además, me gusta dormir sola, así no escucho los ronquidos de nadie, —cuándo Juanito se sentó en el sillón, se arrodilló entre sus piernas y cogiéndole el pene con la mano comenzó a masturbarle mientras de la chupaba. Dos o tres minutos después se corrió en su boca mientras gritaba de placer, aunque más parecía que le estaban matando.

—¡Joder tía! en una de estás me vas a matar.

—Tenias un buen atasco, —bromeo Penélope.

—Gracias a esas dos cabronas…

—¡Eh! Nada de insultos que son amigas mías.

—Por muy amigas que sean, se han portado muy mal. Nos han hecho una putada muy gorda.

—A ver si te enteras tío, Andrea y Pepa van dónde las mandan, —mientras hablaban, Penélope se había sentado sobre las piernas de Juanito que no paraba de sobetearla.

—No entiendo ¿a que te refieres?

—A que aunque la licencia de prostitución es de su propiedad, trabajan para una organización…

—¡No jodas! Eso está prohibido.

—Anda, no seas capullo. ¿En mundo vives?

—¡Joder yo…!

—¿Tu no has oído ese refrán que dice que: el que hace la ley hace la trampa? Pues eso.

—¿Y tu también?

—No, yo no. Mis padres me avalaron y pude conseguir una hipoteca gracias a un conocido que trabaja en un banco. Gracias a eso pude compras esta nave, que desde entonces es mi casa y mi lugar de trabajo. Soy una jodida emprendedora a la que estos cabrones del gobierno fríen a impuestos.

—¡Eh tía! que te disparas, —dijo Juanito dejando de meterla mano—. Además, así estamos todos. ¿Sabias que por estar aquí, en esta estación de mierda, tengo que pagar por lo que estos cabrones llaman: “Impuesto de Movilidad Exterior”?

—Pues igual que yo, y además el de “Actividades Económicas Eróticas”.

—¡Qué hijos de puta! ¿y tus amigas?

—Pues igual, con la diferencia de que el préstamo para sus naves lo consiguieron a través de un prestamista que a su vez trabaja para una mafia, ya sabes. Y ellos son los que controlan sus agendas…

—No tenía ni idea.

—… y trabajan mucho más que yo, y eso que yo trabajo un huevo, te lo puedo asegurar.

—Y a mí me encanta cómo trabajas, —dijo Juanito levantándola en brazos y llevándola a la cama. La separó las piernas y comenzó a chuparla la vagina con mucho detenimiento mientras Penélope se dejaba hacer: de todos sus clientes, que eran muchos, Juanito era uno de sus preferidos—. Me encanta tu chochito y lo suavito que esta: no raspas cómo las demás.

—Me hice una depilación genética cuándo era jovencita.

—Ni que fueras una vieja. ¿Qué tienes, treinta?

—¡Eh! Veintinueve, no te pases.

—Vale, vale, tranquila fiera, —y siguió a lo suyo, recorriendo con la lengua su vagina. Un rato después, empezó a subir por el interior de la pierna hasta llegar a los pies dónde se detuvo. Mientras los besaba, con la punta del pene acariciaba la vagina de Penélope que comenzaba a respirar profundo—. Un día me tengo que follar tus pies: me encantan.

—Deben de tener algo especial, no ibas a ser el único. ¿No quieres ahora?

—No, que me queda poco tiempo, y entre tus pies y echarte un polvo cómo Dios manda, prefiero lo segundo.

—Bueno, como quieras.

Comenzó a bajar otra vez hasta la vagina y reanudo el trabajo con la boca mientras las manos buscaban los enormes pechos de Penélope, que comenzó a gemir. El placer fue aumentando hasta que finalmente tuvo un orgasmo tan fuerte que la crispó mientras aprisionaba la cabeza de Juanito con los muslos y se la marcaban los abdominales. Juanito, que lo sabía, acaricio el musculoso vientre de su profesional amiga.

— Me encantan tus abdominales.

—¡Joder! Y a mí lo que me haces.

—Me deberías pagar tú a mí, o por lo menos hacerme un descuento.

­—Ni lo pienses, —respondió Penélope poniéndose sobre el ofreciéndole su vagina mientras se introducía el pene en la boca. Durante un largo rato estuvieron chupando mientras Juanito gimoteaba de placer. Después, la giró colocándola bocarriba y poniéndose sobre ella, la penetro. Con mucha calma la estuvo follando, sin prisas, pendiente de las reacciones de su pareja que se retorcía de placer. Varias veces la tuvo al borde del orgasmo, pero no la dejaba llegar a él. Finalmente, se lo permitió y tuvo uno tremendo mientras Juanito la besuqueaba los labios y respiraba su agitado aliento.

—Me encanta hacerte chillar.

—Y a mí que te encante, —respondió Penélope que todavía estaba agitada—. ¿Y tú, ya estás?

—Que va, no me he corrido.

—Pues eso hay que solucionarlo. Ponte bocarriba.

—No tía, que me vas a meter el dedo por el culo.

—Ya esta el macho ibérico. ¿Quieres correte o no?

—¡Joder, tía!

—Anda, no seas bobo, —y sin más le agarró el pene y comenzó a chupar. Al rato, le fue introduciendo el dedo por el ano y al poco tiempo fueron dos. La costó mucho trabajo, pero finalmente, después de insistir, consiguió que se corriera. Mientras eyaculaba, le dio ligeros mordisquitos en el glande que hicieron gritar a Juanito. Mientras el pene perdía consistencia, siguió chupando hasta que al final lo dejó—. Tú también gritas.

—Tienes una boca que me mata, tía.

—Me has trabajado bien Juanito. Cómo siempre.

—Tu placer es mi placer, ya lo sabes.

—¿Quieres una copa?

—¡Coño! ¿me vas a invitar? Esto lo apunto.

—Anda, no seas tonto, ¿qué quieres?

—Si es bueno, güisqui.

—Tengo un Macallan de 20 años, ¿te vale?

—Genial. ¿Cuándo regresas por aquí?

—En tres o cuatro meses. Me quedan siete visitas y después voy a Burgo de Osma a ver a mis padres y a descansar un poco.

—Pásate por aquí antes de ir a ver a los cabrones de Ribadeo-19.

—Tranquilo, yo nunca vario la ruta si no está justificado, aunque si me tienes otra botella de vino…

—No se hable más: cuenta con ella, —dijo Juanito mientras con el vaso de la mano la rodeaba la cintura y la besaba en el cuello—. ¡Joder tía! que bien hueles.