Esta vez, solo ella y yo
Este es mi tercer relato de la serie que inicié sobre mis experiencias sexuales. Se trata del encuentro a solas con Dalia, mi adora rubiecita de dorado vello púbico.
3-Belkys Aurora
Esta vez, solo ella y yo
Ahí estaba ella, mi adorada rubiecita de pubis dorado, con sus nacarados muslos abierto frente a mis ojos, mostrándome toda la belleza interior de aquel delicioso valle, asiento de los más exquisitos placeres, con su húmeda y perfumada cavernita, la misma que minutos antes acababa de saborear y disfrutar a mis anchas; la que aún destilaba, en grandes cantidades, sus ricas mieles que brotaban de entre sus abultados y enrojecidos labios vaginales, que como delgada corriente de manantial aun se deslizaban entre sus nalgas. Manantial que había roto toda su fuente para dejar impregnada mi cara con tan exquisitos jugos, y dejado en mi lengua ese delicioso sabor a hembra, tan propio de ella, el que me enloquecía desenfrenadamente. Dalia terminaba de tener su primer orgasmo provocado por mí boca hambrienta, de esa noche lujuriosa que apenas comenzaba, con la complicidad de mi descontrolada y palpitante lengua y del taladrante mete y saca de mis tres dedos. Yo sabía que aquel inerte cuerpo tendido sobre la desordenada sábana de satén rojo escarlata, con las piernas abiertas y relajadas y su respiración agitada y profunda, estaba disfrutando ese glorioso momento que nos queda después de una espectacular acabada, como la que minutos antes acababa de tener ella. Yo solamente la contemplaba mientras saboreaba con mi lengua el resto de sus jugos que enjuagaba todo mi rostro.
No dejaba de observarla, de contemplar su carita angelical, con sus ojitos cerrados y una leve sonrisa de satisfacción brillando en su rostro. Por fin la tenía como yo la quería, toda para mí, sin la presencia ni de su esposo Raúl ni de mi novio Luis, como había sido nuestro primer encuentro sexual, apenas cuatro días antes, tal como se los narré en mi segunda historia, Dalia.
En ese momento había tenido la experiencia sexual más intensa de mi vida, cuando enrollada con Dalia, su esposo Raúl y mi novio Luis, tuvimos sexo de mil maneras sobre la amplia cama de ellos, en la sala de su casa y hasta en la tina del baño. Dalia me había gozado como ella quiso, sin negarse nada, sin limitación sexual alguna, provocando en mi tal cantidad de orgasmos que no pude terminar de contarlos, y que me habían llenado de tanta felicidad. Orgasmos muchos más intensos y deliciosos que los tantos que los tantos que he tenido en mi vida, muchos más descomunales que los que disfruté ese noche loca con nuestros varoniles acompañantes.
Aunque los cuatro estuvimos gozándonos plenamente ese viernes hasta altas horas de la madruga y parte del sábado, me sentía algo frustrada por no haber atendido a Dalia como ardientemente yo lo deseaba, o cuando acariciaba sus senos o chupaba su cuca. La presencia de Luis bloqueaba en parte mi libertad de acción con ella, ya que luchaba porque mi novio no se diera cuenta de lo tanto que me encanta una inundada cuca abierta; de que soy realmente lesbiana, por lo que no hice ningún empeño en demostrarlo tan abiertamente en aquel instante. El creyó que ese momento lésbico había sido mi primera experiencia y así se lo hice sentir al día siguiente en mi apartamento, cuando conversamos y analizamos lo acontecido con Raúl y Dalia la noche anterior. Quedó convencido de eso, reafirmándose con ello los argumentos que siempre le daba de que nunca me acostaría con una mujer, mucho menos pasarle la lengua por su vagina, cosa que se lo recordaba cada vez que me invitaba a participar en una relación de parejas. Por supuesto que estos argumentos no eran más que la excusa para tender un grueso manto que cubriera mi secreto bisexual. Es por eso, que esa noche de lujurias desbordadas le demostraba que lo hacía con Dalia por el solo hecho de complacerlo y por el inmenso placer que ella me dada. A pesar de esta situación logré sacarle a Dalia unos cuantos orgasmos, varios de ellos muy fuertes, lo que ella me agradeció con sus besos y caricias. Sin embargo para mi no era suficiente.
Ese sábado nos acostamos temprano y dormí como un bebé toda la noche. Al amanecer, apenas abriendo los ojos, la primera imagen que se me vino a la mente fue la del delicado cuerpo desnudo de Dalia, la de su tierna cara enmarcada por una abundante cabellera color miel, y la manera tan experta, tierna y apasionada de hacerme acabar y de maniobrar su lengua y sus labios a lo largo y ancho de mi rajita o sobre mis erectos pezones. Había decidido llamarla por teléfono tan pronto como Luis se retirara a su casa, para convencerla de que nos viéramos de nuevo, de ser posible, el mismo lunes. Quería poseerla nuevamente y demostrarle todo lo que soy capaz de hacer por satisfacerla íntimamente, cosa que no pude lograr del todo el viernes.
Tan pronto como mi novio abandonó el apartamento levanté el auricular del teléfono y la llamé. No había terminado de repicar dos veces cuando escuché su dulce voz, como si ella hubiera estado esperando ansiosamente esa llamada. Nos saludamos emocionadamente para, seguidamente, sostener una amena charla, donde el tema principal fue nuestro encuentro del fin de semana, recordándonos lo delicioso que habíamos gozado y dándonos mutuas gracias por esos gozos. El momento fue propicio para decirle lo tanto que ya la estaba extrañando y los inmensos deseos que tenía de volverla a ver pero esta vez, a solas, las dos, para amarla como no pude hacerlo esa noche. ¡Sorpresa! Ella me dijo lo mismo, por lo que acordamos salir por la tarde a algún café para hablar sobre el asunto. Ya en un íntimo restaurante del centro de la ciudad, donde nos habíamos citado, no hacíamos más que contemplarnos mientras conversábamos, llegando al compromiso de vernos al día siguiente, a primera hora de la tarde. ¡Cuántas otras cosas más nos dijimos aprovechando la acogedora intimidad del salón!
Toda la mañana del siguiente día la pase inquieta. Me sentía como quinceañera a la espera ansiosa de su primera cita, cargada con una emoción y nerviosismo indescriptible. A la hora acordada la recogí en mi auto para dirigirnos a un lujoso motel en las afueras de la ciudad, donde ya había estado en varias oportunidades con algunos de mis secretitos.
Dalia vestía una faldita escocesa bastante corta, de cuadros verdes y blancos, parecida a las que usan las liceístas, que comenzaba desde sus caderas, unos cuantos centímetros más abajo del ombligo y llegaba hasta la mitad de sus provocativos y hermosos muslos. Unas medias blancas muy finas copaban sus piernas un poco más arriba de las rodillas. Igualmente, traía puesta una franelita de algodón verde pastel, muy corta y ceñida a su torso, que le destacaba divinamente la redondez de sus senos y un par de brotados pezones. La ausencia de sostén los hacía más notables. Con ese porte aparentaba mucho menos de sus 22 años; lucía como toda una adolescente colegiala. ¡Una auténtica y tierna lolita! Creo que esa había sido su intención el haberse presentado a la cita de esa manera.
En menos de 20 minutos ya nos encontrábamos dentro de la habitación de una de las cabañitas del motel. Dalia entró delante de mi, lanzándose de inmediato boca abajo sobre la amplia cama, quedando con sus piernas un poco abiertas y la minúscula faldita subida dejando ver parte de sus blancas nalgas, apenas cubiertas por un estampado bikini de florecitas rosadas. Sus deliciosos muslos habían quedado totalmente expuestos a mi escudriñadora mirada. En esa posición, Dalia me coqueteaba con su cuerpo asumiendo el papel de niña inocente, lo que hacía que mis sentidos se excitaran mucho más. De inmediato entendí el mensaje que me estaba enviando con su tierno coqueteo, por lo que procedí a tratarla como virginal criatura.
Sentándome en el borde de la cama, muy al lado de ella, deslicé mi mano sobre sus muslos, acariciándolos suavemente, a la vez que besaba su dorada cabellera, su mejilla, su frente y la comisura de sus labios. Ella solo emitía tiernos y suaves "mmmmmmmh". Yo estaba dispuesta a "comérmela" con toda la calma del mundo; decidida a disfrutarla centímetro a centímetro, minuto a minuto. Mis labios continuaban tocando suavemente su oreja, su cuello, su mejilla, mientras mi mano jugueteaba inquieta por debajo de la panty con sus nalgas y el entre piernas sin llegar de un todo a la tan deseada rajita, que ya se sentía tibia. Comencé a succionar un poco más fuerte su cuello a medida que le pasaba mis labios húmedos, a la vez que acariciaba su espalda por debajo de la blusa, haciendo presión levemente con los dedos a lo largo de la columna a medida que los iba subiendo hasta el cuello. Esta acción la repetía varias veces subiendo y bajando, lo que le provocaba movimientos de sus caderas y sus constantes gemidos. Le recogí su blusa hasta el cuello dejando desnuda la espalda para acariciársela con mis besos, con pequeños toques de la punta de mi lengua y succiones en el mismo lugar donde habían estado mis dedos.
A este punto, mi mano ya estaba moviéndose en la intimidad de su tanguita, incursionando entre las dos nalgas, donde los dedos retozaban con su calientito ano. Ese persistente "mmmmmmh", acompañado de pequeños gemidos, me daba mayores bríos para continuar mi tratamiento de caricias y besos. Sentía en la yema de mis dedos el calorcito que brotaba de su cerrado hoyito, así como también, los contorneos que Dalia me estaba brindando con su trasero.
Apenas comenzábamos lo que se presagiaba como una de las sesiones de sexo más maravillosas y ya mi excitación estaba llegando a su punto máximo, con aquella preciosa mujer, con carita de niña, tendida boca abajo, con sus piernas abiertas y su culo violado tiernamente por mi dedo, moviendo sus caderas con suavidad y sobre todo, por los tenues gemidos que salían de entre sus labios. De repente, Dalia giró su cuerpo quedando frente a mi, su cara muy cerca de la mía y sus labios casi rozando los míos. Sin decirnos palabra alguna, instantáneamente los unimos con nuestras bocas abiertas para entrelazar las lenguas sedientas que deseaban con ansias ese momento, el que yo misma había estado retardando. Nuestras lenguas jugaban de mil maneras una con la otra, algunas veces con nuestros labios bien unidos, otra retozando la punta de las lenguas con nuestras bocas separadas, que con solo los toques de una con la otra nos brindaba esa dulce sensación de excitación que ambas estábamos teniendo. Al igual que minutos antes, mi mano seguía inquieta. Mientras mis besos transmitían toda mi pasión a mi adorada Dalia, mi mano le acariciaba sus hermosos senos por debajo de la blusa, sobándole aquel par de rosados meloncitos, con rosaditas aureolas y pezones tan erectos y duros que amenazaban con romper la tela de la franela. Sus suaves y sensuales gemidos no dejaban de producirse. Desnudé su pecho para besar sus deliciosas tetas y capturar entre mis labios uno de los excitados pezones, con el cual, mi inquieta lengua comenzó a acariciar a su alrededor y en la punta de ellos. Su duro botoncito lo estaba sintiendo en mi alma, al igual que los gemidos que se iban haciendo más intensos y persistentes. Metí tan rico capullo en mi boca para succionarlo e intensificar los movimientos de la punta de mi lengua sobre éste, provocándole a mi adorada rubiecita agitación en todo su cuerpo. Mientras disfrutaba de ese momento, desplacé mi mano hacia abajo buscando su vientre, pero cuando estuve a punto de tocar su vulva sobre la tanga, su mano detuvo la mía a la vez que me dijo "espera ", me sorprendí y la mire, pero ella terminó la frase con " te tengo una sorpresa, mira abajo" Acerqué mi mirada a la panty para ver como Dalia corría a un lado los bordes de la tanguita con sus dedos, dejando desnuda una rosada vulva totalmente depilada. "Me la rasuré para ti" "toda para ti". Sus gruesos labios externos se veían mas gorditos, mas apretaditos entre si que como los había visto la primera vez. Ahora si es verdad que me estaba desquiciando con aquella vulva tan limpia de sus rubios vellos que parecía la de una bebecita. Se la besé por todas partes sin intentar descubrir lo que yo sabía que me guardaba al abrir ese par de abultados labios. La vagina de Dalia es del tipo de labios externos gorditos y cerrados, como una cajita de Pandora, que al abrirlos van mostrando toda la belleza que hay detrás de ellos. En ese momento quería disfrutarlos a plenitud, por eso no detenía mis besos ni el roce de la punta de la lengua sobre ellos.
Muy suavemente le fui quitando la tanga sin dejar de besar su vulva y sus muslos. Una vez que la delicada pieza íntima había quedado liberada, Dalia recogió sus piernas y extendió sus muslos a los lados lo más que pudo, dejando expuesta toda su intimidad para mí. Acerqué nuevamente mis labios a su vagina y con mi lengua le fui dando pequeños toquecitos mientras la iba metiendo entre sus cerrados labios. El sabor de sus jugos se hacían sentir y ese enloquecedor aroma tan propio de ella me iba embriagando. Logre penetrar la lengua entre sus labios y moverla a lo largo de éstos, manteniendo pequeños movimientos mientras subía y bajaba. Dalia giraba sus caderas lentamente a la vez que sus gemidos se hacían sentir. Fue cuando ayudé a mi lengua hambrienta con los dedos separando los labios para dejar al descubierto la maravillosa y erótica flor que ahí se mantenía escondida. Me quedé contemplándola por un par de minutos. Como fresca orquídea, extendía un par de pétalos nacarados desde el clítori hasta enmarcar la abertura de su vagina. Su rosada pepita, ¡tan pequeña y delicada ella!, pero tan poderosa, que casi escondida, se mostraba como tierno botoncito a la espera de ser castigada.
Mi lengua comenzó a acariciar ese par de pétalos, en movimientos que se desplazaban sobre su delicada piel y a la vez buscaban la entrada de la mojada vagina. Dalia lubricaba en cantidades, tanto así, que mi lengua y mis labios se empapaban con sus espesos jugos. Los movimientos de su vientre se iban acentuando mientras mi lengua aceleraba su titilar por donde encontraba paso. Para ese instante Dalia gemía más y más y sus manos acariciaban mi cabeza, presionándola con suavidad contra la vulva. Ya yo sabía ese tipo de reacción, desde la vez que le hice el amor en nuestro encuentro con su esposo y Luis. Yo disfrutaba lamiendo todos los rincones de su vagina y de los movimientos que ella estaba produciendo, que, con los vibrante latigazos que mi alocada lengua le estaba dando, hacia que se estremeciera de pies a cabeza, a pesar de que mi tratamiento erótico no llegaba aún del todo a las caricias del clítori. Esperaba el momento de mayor excitación para dedicarme totalmente entregada a tan deliciosa cerecita, mientras tanto, gozaba con sus labios, con los breves toques que le daba al clítori, con los jugos que le sacaba con mi lengua mientras le metía y la sacaba en su rajita o con su caliente culito cuando intercambiaba mis toques entre la vagina y éste.
Dalia empezó a agitarse más fuertemente y sus gemidos se fueron convirtiendo cada vez más profundos y entrecortados, acompañados de palabras que pedían más. El momento cumbre comenzaba a formarse en su interior; era el anuncio que yo necesitaba para capturar dentro de mi boca el ya brotado clítori y no soltarlo hasta el final.
Con su pepita dentro de mi boca la succioné delicadamente mientras la punta de mi lengua revoloteaba sobre ella, como desesperada mariposa. Le daba intermitentes golpecitos de abajo hacia arriba, exactamente sobre la pequeña cabecita, moviéndola igualmente en círculos sobre ella. Cada golpetear de mi lengua era un sacudón de placer que se generaba en el vientre de Dalia. Estaba decidida a darle el orgasmo mas grande que jamás en su vida hubiera tenido. Sus manos empujaban con mayor fuerza mi cara contra su vulva la que friccionaba enloquecidamente contra mis labios. Sentía la dureza de su pelvis contra ellos y esos sacudones violentos de su vientre de abajo hacia arriba, combinados con el girar de sus caderas. No tardaría mucho en explotar, es por eso que le introduje tres dedos para cogerla con ellos, como a ella le gusta, eso si, sin apartar ni un milímetro mi boca de su clítori, ni detener el agitar de mi lengua.
Su cuerpo se fue estremeciendo más y más a medida que el volcán de su sexo comenzaba hacer erupción. Estaba reventando paulatinamente. Sus muslos presionaron mi cabeza de tal manera que casi me faltaba el aire, lo que no fue motivo para que desistiera de mi trabajo en su pepita. La vibración de sus carnes sacudía mi cara. Mis dedos entraban y salían con mayor fuerza lo que producía ese sonido característico de su vagina, generado por la gran cantidad de jugos que estaba soltando y el golpetear de mi mano contra ella.
Un gemido profundo y largo, la elevación de su cuerpo arqueado y los repetidos espasmos de su vientre, me anunciaban que de sus entrañas se estaba desatando unos de los más grandes orgasmos del que yo hubiera sido testigo. Mientras sus muslos temblorosos presionaban mi cabeza, sus manos apretaban con mayor vigor mi cara contra su vagina, Antes que rechazarlo, sentí un gran placer cuando en mi garganta chocó con fuerza un chorro que saltó de su interior. Se estaba viniendo físicamente, estaba eyaculando en mi cara. Esa sensación de aquel líquido caliente y ácido llenando mi boca y empapando toda mi cara hizo que mi excitación subiera a lo máximo. Yo tampoco pude detener el orgasmo que tenía guardado en mi interior y, aún con mi lengua palpitando sobre su clítori, le di rienda suelta. Ella continuaba sacudiéndose, yo también, hasta que totalmente heridas en placentera agonía, nos entregamos a las delicias de ese maravilloso instante. Quedé rendida con mi cabeza sobre su vulva y ella, totalmente tendida con sus muslos más relajados, emitiendo leves espasmos que se iban apagando poco, hasta que por fin, quedamos sin movimientos.
Esa tarde de placer y lujuria, nuestro primer encuentro a solas, apenas comenzaba y se iniciaba con buen pié. El resto de las horas estuvimos amándonos sin control. Ella logró hacerme mucho más feliz que la primera vez y yo pude gozarla como tanto lo había deseabo. Desde entonces continuamos viéndonos a escondidas de nuestras parejas, a pesar de que los cuatros siempre disfrutamos de nuestras sesiones de sexo juntos. (ver Dalia)
Con Dalia inicié un círculo íntimo con sus amiguitas y las mías, en donde no pueden faltar las hermanitas chilenas mas adelante les contaré sobre ellas y algunas cositas más.
Besos, Belkys Aurora.
Les invito a leer mis otros dos relatos: La alegría de Luis y Dalia
Me gustaría conocer sus impresiones sobre este relato. Si lo desean pueden escribirme a las siguientes direcciones: