Esta es la historia de un amor
La historia de mi primer amor al ritmo de las canciones de Mecano (Aviso: poco sexo en este relato tan largo)
La fuerza del destino
Nos vimos tres o cuatro veces en un restaurante en el que él trabajaba. Reconozco que al principio pasó completamente desapercibido ante mis ojos a pesar de lo atractivo que Dani resultaba. Una de las noches que fuimos a cenar allí, nos atendió él y a todos nos pareció un tío flipao que se tomaba demasiadas confianzas con los clientes, pero lo achacamos más a su juventud que a una falta de profesionalidad.
Otra de las noches le vimos con los patines trayendo y llevando copas por la terraza Chill Out del mismo restaurante, haciendo piruetas y luciendo sus indudables aptitudes sobre las cuatro ruedas de sus patines. Una tercera noche Dani estaba más calmado detrás de la barra de la zona de copas y se integró en nuestra conversación con la excusa de que nos veía con cierta asiduidad por el restaurante. No recuerdo de qué hablábamos, pero el tío parecía un enteradillo, a pesar de confesarnos que apenas tenía veintidós añitos.
Dani mediría sobre un metro setenta y cinco. Su mayor atractivo residía en su largo pelo, liso y oscuro como el ébano y siempre anudado en una cuidada coleta. No estaba cachas en absoluto, pero tampoco delgado en extremo. Lucía un culo respingón, sin duda fruto de sus muchos años subido a sus patines, que casi resultaban una parte más de su cuerpo, pues iba siempre con ellos ya fuera puestos o guardados en una mochila para hacerse con ellos en cuanto se presentaba la oportunidad. Se le veía un chaval muy maduro para su edad, bastante culto en general, aunque un poco listillo en algunos temas.
Su favorito era el vino. A través de él extraía metáforas que extrapolaba a cualquier situación cotidiana, comparando el vino con las personas, con estados de ánimo o momentos. Es cierto que a veces resultaba algo pedante, pero también es verdad que algunas de sus comparaciones resultaban hasta interesantes. Pero en definitiva, la mayoría de las veces no agradaba en exceso su incontrolable labia, su afán de protagonismo o su compulsiva atracción hacia el mundo vitivinícola.
Fuimos descubriendo esto por las largas conversaciones que manteníamos mientras mis amigos y yo disfrutábamos de unas copas y él se aprovechaba del respiro que suponía la llegada del mes de septiembre, con la mayoría de los clientes de vuelta a sus ciudades de origen tras las consabidas vacaciones cerca de la playa. Dani tampoco era de allí, pero había decidido pasar en aquella zona una temporada mientras tuviera trabajo, lejos del estrés y la hostilidad de Madrid.
Una noche decisiva propició un primer acercamiento más íntimo: nos despedimos del dueño del restaurante-bar de copas, al que conocíamos de hacía años, disculpándonos en que no iríamos al día siguiente porque acudiríamos a un concierto de Ana Torroja en un pueblo de Murcia. En ese instante, Dani saltó de la barra, se acercó hasta nosotros y se autoinvitó a acompañarnos argumentando que tenía el día libre. Intercambiamos teléfonos y quedamos en confirmar sitio y hora para el día siguiente.
Así pues, me vi a solas con él en el portal de casa de mi amiga Rocío esperando a que ésta terminara de arreglarse para marcharnos al concierto de mi cantante favorita. No recuerdo exactamente qué hablamos durante esos minutos, pero me imagino que fue la típica conversación a cerca de orígenes, trabajo y demás banalidades. Rocío apareció tarde como siempre y nos fuimos por fin al pueblo que estaba a más de cien kilómetros para disfrutar de música en directo. Se hizo tan tarde que nos tuvimos que conformar con ver a la Torroja a través de las pantallas, pues el escenario quedaba bien lejos y apenas fuimos capaces de avanzar unos metros entre tanta multitud.
Camino de vuelta agridulce, feliz por haber asistido a otro concierto de la vocalista de Mecano, pero insatisfecho de no haber podido llegar antes y verla más de cerca. Al regresar a nuestro pueblo, Dani propuso tomar una copa, pero Rocío madrugaba y declinó la invitación. Yo acepté. Estaba aparcando en la puerta de la terraza a la que íbamos y una de las pocas que quedarían abiertas a esas horas cuando Dani dijo que se había olvidado el móvil en el bolso de Rocío. Tuvimos que volver a su casa para recuperarlo. Esto es anecdótico, pero un indicio de lo despistado y desastre que era Dani.
Ya relajados, pudimos tener una conversación como Dios manda ante un ron con cola y ante un tío que de repente despertó toda mi atención.
-Es que yo soy bisexual, ¿sabes? – dijo Dani no recuerdo a santo de qué.
Y ese fue el momento en que me sentí atraído. Nunca antes ningún tío me había dicho nada parecido. Nunca antes me había acostado con otro hombre por más que muchas veces lo hubiera deseado. Y nunca antes tuve la sensación de tener la oportunidad de hacerlo tan cerca. No sabía decir a ciencia cierta por qué no me había interesado o había mostrado más disposición en el tema sexual hasta ese momento. Supongo que sería una cuestión de complejos, de aceptación, de necesidad…O simplemente que había llegado la hora de aceptar ciertas cosas, de salir del armario, de liberarme…Pero no sólo por él, sino por el momento que yo atravesaba, feliz, a gusto conmigo después de haber perdido cuarenta kilos, de haber encontrado mi sitio, un trabajo estable…
El caso es que llegué a plantearme la posibilidad de que Dani estaba ligando conmigo. Ya no sólo por decirme que era bisexual sin venir a cuento, sino porque no paraba de halagarme. Que si eres la persona más interesante que he encontrado por aquí, que si se te ve un tío inteligente y con principios, y bla, bla, bla. Obviamente me gustaban los piropos, y yo me los creía, pero no hice nada por devolvérselos o enviarle alguna señal. Me sentí abrumado, pero muy contento.
Nos despedimos con el único apretón de manos que nos daríamos jamás. Se montó en su moto y yo continué confundido conduciendo hasta mi casa, imaginándome cómo sería hacerlo acompañado por él, cómo sería mi primera vez, lo bueno que estaba…quizá en aquel primer momento fue sólo capricho, pero una suerte de sentimientos hasta la fecha desconocidos se iban amontonando en mi cabeza dando algo de vidilla a mi vida, desplazando cualquier preocupación que pudiera tener, y centrando toda mi atención en mi nuevo amigo.
El 7 de septiembre
No, por desgracia no es nuestro aniversario. El siete de septiembre fue el siguiente día que le vi. La noche siguiente al concierto no encontré a nadie que me acompañara al Chill Out donde trabajaba Dani. Fue frustrante porque pasé todo el día pensando en él y en cómo sería nuestro encuentro tras la conversación de la noche anterior. Quizá sería de lo más normal porque yo no le había dado ningún indicio para que pudiera haber algo más. Quizá se alegraría de verme de nuevo por allí. O quizá me echaría de menos si finalmente no iba aquella noche y me llamaría para preguntar. Demasiadas elucubraciones que tardarían en obtener respuesta pues al final nadie iría conmigo y yo pasaba de ir solo. Al día siguiente lo volví a intentar. Rocío no podía, o no quería, el resto de mis amigos ya habían vuelto a sus rutinas tras las vacaciones, y yo, que aún podría disfrutar de unos días más de descanso no encontraba a nadie que los disfrutara conmigo. Pensé en María, y aunque al principio puso pegas, tras decirle que me tenía que hacer el favor de acompañarme porque “me había enamorado” del camarero aceptó y se convirtió en mi confidente.
Decirle aquello de una manera tan natural resultó fácil. Oficialmente había dicho por vez primera algo relacionado con mi homosexualidad.
-¿Pero entonces eres gay o qué? – me preguntó inquisitiva en el coche.
-No sé, pero este tío me pone – le confesé.
Al llegar a la terraza no le vi por ningún sitio. Imaginé que estaría aún en el restaurante. Por tanto, mis nervios y mi deseo de verle de nuevo se acrecentaban al tiempo que María y yo creábamos situaciones imaginarias y pensábamos en cómo actuar cuando llegara. Y llegó de repente como un soplo de aire fresco en aquella calurosa noche de septiembre, montado sobre sus patines, con su pelo recogido y su encantadora sonrisa. Al verme sentado en una mesa alejada de la barra, se acercó hasta nosotros y por detrás del banco me dio un beso en la mejilla mientras me preguntaba qué tal.
Aquel beso confirmaba su comportamiento pueril, pero también desenfadado, original, descarado incluso. No se sentó con nosotros ni siquiera un minuto. Estaba cansado y se iba ya a su casa. Nosotros seguimos sus pasos, pues sin él allí, ya no pintábamos nada. A María le gustó el sitio, y al día siguiente quiso repetir, pero invitando a un grupo de amigos, a su madre y a un medio novio que se había echado. No me sentí cómodo del todo con ellos, pero mis ganas de estar allí y ver de nuevo a Dani pudieron más. Tras un buen rato aburrido, por fin le vi en la barra y me acerqué a saludarle. Esta vez no hubo beso, sino un abrazo. Algo extraño también. Le pedí una copa y mientras me la ponía me explicó que estaba contento porque su novia llegaba esa noche desde Madrid.
Menos mal que no había espejos para verme la cara de gilipollas que se me quedaría tras escuchar que tenía novia. “Quiero que la conozcas”, me decía. “Y Rocío también”. No dije nada y me volví a mi mesa con una copa que bebí en dos tragos. Avisé de que me iba, cogí el coche enfadado, decepcionado, triste, avergonzado. No sé. Pero recuerdo que durante el trayecto a casa lloré. Era la primera vez que sufría de aquella manera por pensar en alguien, pero supongo que me había montado una película en mi cabeza que en la realidad hubiera sido demasiado bonita para ser verdad.
Me colé en una fiesta
No le invité, pero él vino, así que en realidad no me colé yo. Tampoco le invitó Rocío, a la que había llamado ese día por teléfono y la que le había dicho que estábamos en una fiesta privada en un chiringuito de la costa. Ni corto ni perezoso Dani apareció con su novia, cuyo nombre no recuerdo, aunque sí su aspecto de niñata alternativa pseudointelectual. Tampoco me sentí cómodo esa noche. De repente Dani parecía no caerme bien, y menos aún su novia. Intenté ayudarme del alcohol, pero no funcionó y no aguanté mucho tiempo. Esta vez un taxi daba eco a mis contrariados pensamientos, con una Rocío adormilada a mi lado, ignorante de todo lo que se me estaba pasando por la cabeza durante aquellos días.
No llegué a olvidarme de él, pero pasaron unas semanas sin verle y sobreviví. María me preguntó un par de veces por él, pero mi aparente falta de interés hizo que se olvidara de Dani hasta que fuera yo el que se lo nombrara.
Como digo, hasta después de algunas semanas no volví a verle. Una noche salí de cena y luego de fiesta con mis amigos, y en plena efervescencia etílica me acordé de él y le llamé para que se viniera de copas con nosotros. Aceptó y se presentó en el pub al rato, esta vez sin patines. Me gustó de aquella noche que se quedara casi todo el tiempo a mi lado, a pesar de que mis amigos jugaban a los dardos o al billar. Y no lo hizo por timidez hacia ellos, pues Dani era cualquier cosa menos tímido. Pero lo que más me gustó, y aunque suene cruel, fue que me contara que había roto con su novia y que lo había pasado mal. Quizá por eso de beber para olvidar se emborrachó bastante aquella noche. Tanto que tuve que llevarle a su casa y casi hasta meterle en la cama.
Ya viene el sol
Aunque llegaba el frío del invierno, el hecho de que Dani volviera de nuevo a mi vida y esta vez soltero daba un poco de luz a mis sentimientos hacia él. Seguía encaprichado, volvía a gustarme estar con él y a recuperar otra vez el interés. Ya no pasaron tantos días sin vernos, y nos llamábamos a menudo para tomar una copa o para patinar. Un día me dijo que le recogiera en el trabajo porque me quería invitar a cenar. Fuimos a un restaurante en el que comencé a apreciar el vino porque llegamos a pedir hasta de cuatro tipos diferentes para los entrantes, plato principal, postre y sobremesa. Aquella cena fue maravillosa no sólo por la bebida. Dani volvía a halagarme y yo a replantearme si me tiraba los trastos o no. Salió el tema de su novia y me recriminó mi falsa lástima, pues me dijo que se había dado cuenta de que la miraba con odio el día que me la presentó.
Supongo que desde entonces sabía, fuera verdad o no, que algo de mí podría esperar, aunque yo no le enviara señales (al menos de manera consciente). Después de la cena fuimos a mi casa a bebernos una botella de vino que había cogido del restaurante. Fue considerado por su parte que se preocupara en que bebiésemos tranquilos sin pensar en que luego tendría que coger el coche. Nos dieron las tantas de la madrugada hablando sin parar yo en mi papel de tío interesante y él en el suyo de querer estar a la altura. Se quedó a dormir, pero lo hizo en una habitación distinta a la mía. Era punzante la idea de que Dani estuviera en el cuarto de al lado. Y más aún que supiera que estaba completamente desnudo, pues rehusó que le dejara un pijama arguyendo que él siempre dormía en bolas.
A la mañana siguiente yo tenía que trabajar, y por primera vez en mi vida llegué tarde al curro por tener que esperarle tras hacerse el remolón en la cama para llevarle a su casa. Yo le dije que se quedara si quería, pero tenía que hacer no sé qué. Quedamos en que al día siguiente iba a organizar una comida en mi casa y a eso sí que aceptó. No recuerdo por qué motivo organicé la comida con varios de mis amigos, pero fue un mal día porque tenía que trabajar por la tarde, así que volver al trabajo me costó más que nunca por pensar que él estaría solo toda la tarde y que lo que más deseaba en el mundo era quedarme con él. Dijo que se iría a un cibercafé para poder conectarse a Internet. Yo le dije que si quería se podía quedar en mi casa y usar mi ordenador con total libertad. Le gustó la idea y se abalanzó sobre mí para darme un beso en la mejilla, y pellizcarla después mientras me decía algo así como “ay qué bueno es”.
Perdido en mi habitación
La tarde se me hizo eterna. Si me había dolido tenerle en el dormitorio de al lado desnudo una noche, más me hería saber que estaba en mi casa solo y yo no podía estar con él. Los minutos pasaban lentos sin saber qué hacer, sin un pasatiempo, deseando como en la canción tener una pastilla que me pudiera relajar y quitarme toda esa angustia. Cuando quedaban quince minutos para salir, y no viendo el momento de llegar a casa y encontrarle allí esperándome, me mandó un mensaje anunciándome que se iba con una amiga a tomar unas cañas. La decepción fue mayúscula. Y la angustia aún más. Maldije mi suerte, me cabreé, pataleé e incluso pensé en algún tipo de venganza.
Pero no hice nada. Sólo que, en vez de perderme en mi habitación con el televisor y discos revueltos, opté por desfogar patinando en el paseo marítimo, intentando agotar las pocas fuerzas que tenía de tanto nervio para caer en la cama desfallecido sin margen para pensar. Cuando ya me había olvidado de él y sólo me concentraba en lo cansado que estaba, me llamó para preguntarme qué hacía. Le conté dónde estaba y pronto apareció para unirse a mí y patinar juntos. Yo ya no tenía fuerzas, pero las saqué de donde pude para mantenerle a mi lado todo el tiempo posible.
Dije que me iba y lo aceptó sin más. Me fui desilusionado, intentando comprender por qué si yo sólo quería pasar tiempo con él, Dani no parecía querer lo mismo, el por qué no dijo que se venía a mi casa, el por qué no propuso quedar al día siguiente. Nada por su parte, y nada por la mía para no descubrirme demasiado.
50 palabras, 60 palabras ó 100
Se acercaba la Navidad, época más odiada del año, aunque ese año tenía de especial que no había de ir a Madrid a pasar la Noche Buena ya que eran mis padres los que venían al pueblo para pasar un par de días y celebrar tan señaladas fechas con su hijo del alma y el resto de mi familia. Eso tenía de bueno que no me alejaría de Dani mucho tiempo, ya que además él estaba de bajón porque le tocaba currar ese día y no podría irse a Madrid a estar con su madre. Me ofrecí a hacerle compañía después de la cena, y el plan fue ir a su casa a ver una peli. Y ahí es cuando yo me hice ilusiones del todo. Más aún, cuando me recibió en calzoncillos y vimos la peli metidos en su cama. Él bajo el nórdico, y yo vestido sobre él.
Pero tampoco pasó nada, y por eso supongo que me fui antes de lo que esperaba. Y Dani no hizo nada para impedirlo. Y de nuevo la frustración y la angustia. Tanto fue así, que me desperté entre jadeos y sofocos, con dificultad para respirar, ahogándome o al menos queriendo que lo hiciera, con mi hermano pequeño gritándome que qué me pasaba y mis asustados padres junto a mi cama tan alucinados como yo, preocupados por la causa de aquel ataque de ansiedad y yo por no saber hasta cuándo y dónde llegaría todo aquello.
Ese día me mimaron y estuvieron más atentos que nunca. Algo lógico por un lado, pero de lo que pronto me harté. Comimos en un restaurante con mis primos y tíos y yo ante la mirada curiosa y complaciente de todos ellos. Pero yo ya estaba tranquilo, o al menos eso es lo que quería demostrar. Pero de nuevo me aceleré cuando alguien propuso ir a tomar el café al restaurante en el que trabajaba Dani. Pensé en su manera de saludar con besos o abrazos y en si lo haría ante la presencia de toda mi familia. Algunos de mis primos le conocían del bar de copas, incluso mis padres se fijaron en él un día fascinados por su manera de patinar y servir las mesas al mismo tiempo. Pero ni unos ni otros sabían que éramos amigos y que nos habíamos estado viendo, y mucho menos que la noche anterior le tuve en calzoncillos a escasos centímetros de mí.
Suerte que cuando pasó a mi lado Dani iba cargado con una bandeja de platos y copas sucias por lo que no pudo detenerse a saludar. Después volvió, pero se centró en mis primos a los que no veía desde hacía más tiempo que a mí, desde luego. Conmigo no cruzó palabra alguna, aunque sí alguna mirada carente de todo significado. Al rato me llamó y dijo de quedar un rato. No sé por qué le conté lo que me había pasado al despertarme. Y Dani, en vez de tomárselo como algo que tuviera que ver con él, lo achacó a un problema de identidad sexual, algo que me extrañó porque no recuerdo haber hablado con él sobre eso, pero que me quedó claro cuando confesó que había visto las pelis porno gays que tenía grabadas en mi ordenador.
Mi excusa fue pueril, absurda e inverosímil, aludiendo que eran de uno de mis primos de Madrid que es gay y que las tenía yo ahí porque se las grababa. Que tengo un primo gay es cierto, pero me río porque aquella justificación no era creíble en absoluto. Obviamente no se la creería, pero no hizo más hincapié en el tema.
Un año más
Y en la Puerta del Sol estaban ya todos preparados con las uvas en la mano, con sus familias y amigos con los que habían tomado una copiosa y lujosa cena esperando a las doce campanadas. Yo también las esperaba, pero sin uvas ni nadie a mi alrededor. Ese año opté por cenar solo rehusando varias invitaciones para tan especial noche. Decidí castigarme, sentir lástima de mi mismo y autocompasión. Cené unos tristes guisantes con jamón, no comí uvas y me metí en la cama a las doce y cinco fingiendo una normalidad que ni yo mismo me creía. Mis amigos me llamaron por teléfono cuando ya estaban juntos tras las uvas. A pesar de la insistencia no les cogí el teléfono y provoqué entonces lo que me temía: tenerles aporreando mi puerta con la clara intención de no marcharse hasta que les abriera, me vistiera y saliera con ellos.
Lo hice pues. Y cambié de estado diametralmente. Bebí como si el alcohol fuera a acabarse aquel primero de año. Bailé, reí, disfruté por fin. Pero la euforia duró poco. Al día siguiente, resacoso, casi sin fuerzas, tambaleante, me dirigí a la cocina, abrí el frigorífico, bebí agua fresca y con las mismas me desplomé de bruces contra el suelo. Un dolor intenso en la nariz y un charco de sangre en el suelo me alarmaron. Sentir con la lengua que además me faltaban dos dientes confirmaron que aquello era más grave de lo que imaginaba. Llamé a un amigo que me llevó a urgencias donde me escayolaron la nariz, me dieron puntos en el labio y me recomendaron ir cuanto antes a un buen dentista para reponer mis paletas.
Sin embargo, y a pesar de la gravedad, me lo tomé con buen humor, ayudado por mis amigos que no podían evitar reírse ante tal estampa, cenando en un argentino bebiendo cerveza con pajita y masticando sólo con las muelas y con mucho cuidado la comida más blanda posible. Dani también me llamó, y por teléfono le conté lo ocurrido y pronto vino a interesarse por mí. Todos mis amigos, excepto Rocío y el propio Dani que acababa de llegar, se marcharon a casa y los tres nos fuimos a la mía para que yo descansara supuestamente y ellos se fumaran un porro tranquilamente. Rocío dijo que se quedaría conmigo esa noche, pero Dani insistió en que lo haría él. Rocío persistía en su buena intención, y yo egoístamente deseaba que Dani la convenciera y fuese él mi cuidador aquella noche.
Rocío se fue y al fin nos quedamos de nuevo solos. Charlamos un rato, bebimos vino, que desde hacía semanas se había convertido en habitual en mi lista de la compra, y acabamos tumbados sobre mi cama viendo una película. Cuando acabó, nos echamos a dormir sin más, ambos vestidos sobre la misma cama sin necesidad de decir nada. Al despertar y darme los buenos días, Dani me acurrucó entre sus brazos. No había nada sexual en todo aquello. De hecho, empezaba a pensar que el comportamiento de Dani se asemejaba más al de un chiquillo por su forma inocente de actuar. Y desde luego yo, sin dientes, con la nariz escayolada y el labio partido no resultaría en absoluto atrayente.
El cine
Aquella mañana pedí cita en el mejor dentista de Almería capital para que me arreglaran el estropicio. Tuve suerte y me hicieron un hueco esa misma tarde. Dani libraba y se ofreció a acompañarme. Mientras esperaba en la sala dispuesta para ello me sentí bien a pesar de todo. Fue una sensación agradable tener a Dani a mi lado. No era lo mismo que si me hubiera acompañado Rocío o Juan Carlos. Yo fantaseaba con la idea de que las enfermeras pudieran pensar que fuésemos pareja y la idea me gustaba. Era reconfortante, y algo novedoso para mí. Que Dani fuera tan cariñoso y sin ningún tipo de pudor contribuía a ello. La experiencia del dentista en sí fue terrible, no sólo por el dolor, el malestar y las más de dos horas que estuvieron toqueteándome, sino por el dineral que me costó la broma. Aun así, salí contento sabiendo que Dani me esperaría, y que aprovecharíamos que estábamos en la ciudad para hacer algo interesante. Decidimos ir al cine.
Tampoco me acuerdo de qué película vimos, pero la manera en que nos comportamos no se me olvidará jamás. Fue como volver a una juventud rebelde y despreocupada que nunca tuve. Parecerá una tontería, pero el hecho de sentarnos en la última fila a pesar de que la sala estaba casi vacía, de escaparnos por la salida de emergencia a fumar, de que él pusiera las palomitas directamente en mi boca…me sentí realmente bien. Igual que durante la cena en una típica franquicia de centro comercial, sentados juntitos de la manera más informal posible, en vez de estar correctamente erguidos uno en frente del otro. Repito que me sentía como si Dani fuese algo más que un amigo, y me daba igual que alguien lo pensara. Es más, me arrepiento de no haberle plantado un morreo en aquel instante, pues era realmente lo que más me apetecía en el mundo.
Pero no lo hice. Tampoco sé cómo hubiera reaccionado él y si se le habría pasado por la cabeza algo parecido. Quizá él estaba más acostumbrado a esas situaciones que yo, pero logró contagiarme su desenvoltura y deseé repetir la escena al día siguiente, y al siguiente, y al de después. Pero lo cierto es que al día siguiente yo había quedado con una alumna mía que no era del pueblo y por tanto no conocía a mucha gente para que la llevara a ella y a una amiga de su ciudad a los sitios de moda. Fue la situación ideal para que Dani se viniera y saliésemos los cuatro. Pero resultó no ser tan buena idea.
Y es que Dani se encaprichó de Susana, la amiga estúpida de mi alumna. Sí que se hicieron dos parejas, pero la mía no fue Dani. Estuve hablando con Sarita toda la noche, y hasta nos dimos un morreo. Sí, besé a Sarita no sé muy bien por qué. Y tampoco sé si quería que Dani nos viera o no, pero no lo hizo. Se vino conmigo a casa como si fuera lo normal. Dani ya se había instalado en mi vida, y ahora parecía abrirse hueco entre las paredes de mi piso. Tampoco hubo que matizar acerca de dónde dormir, y entramos directamente a mi dormitorio para yacer sobre la misma cama, que en realidad eran dos camas nido pegadas que pusimos el día que vimos la peli juntos y que no habíamos movido desde entonces.
Hoy no me puedo levantar
Despertamos de nuevo abrazados y tan a gusto, aunque esta vez ninguno teníamos que ir a ningún sitio así que teníamos el día por delante para pasarlo abrazaditos. También era la situación propicia para que ocurriera algo más, pero no fue así. Supongo que seguiría siendo por timidez, miedo o falta de confianza, pero tenía claro que yo no daría el paso para mi primera experiencia sexual con un tío, por muy enamorado que estuviera o por muchas ganas que sintiese. Rocío interrumpió tan mágico momento al llamarme para que quedáramos y comprar los regalos de Reyes. Le puse alguna excusa de que me dolía algo o qué sé yo, pero lo que más me apetecía era quedarme en la cama con Dani.
Él era más activo, y decidió levantarse y hacer algo. Le conté entonces el plan de Rocío y nos fuimos de compras los tres. Dani le habló sobre Susana, en plan que había conocido a una tía guay, que estaba muy buena y que quería quedar con ella y pidió la opinión de mi amiga, que ya casi parecía serlo también de Dani, por más que sólo tuvieran en común los porros y a mí. A mí ya me lo había contado la noche anterior cuando volvíamos de estar con ellas, pero ambos sabíamos que yo no podría ser imparcial, aparte de que la tía me cayó especialmente mal, aunque esta vez fue algo mutuo, como ya me enteraría después.
El caso es que Dani estaba dispuesto a quedar con ella a solas, clavándose sus palabras en lo más profundo de mi alma, doliéndome no sé si por celos, envidia, o cualquier otro sentimiento poco sano. Finalmente, cuando salí de la ducha me anunció que la había llamado y que habían quedado en una hora. Yo me fui con mis amigos y con mi desolación, deseando con todas mis fuerzas que no ocurriera nada entre Dani y Susana. Antes de que se despidiera de mí con un beso en la mejilla como si con él no fuera la cosa me pidió que le deseara suerte y yo evoqué una falsa sonrisa como respuesta. Me preguntó si se podía venir a mi casa después de estar con ella si la cosa no prosperaba y le dije que sí.
¡Hala! Encima yo quedaba como segundo plato. Desde luego no podía ser más patético, pero en aquel momento nada más me preocupaba que estar junto a Dani. Mis amigos cenaron y se fueron a sus casas. A mí no me quedaba otra que hacer lo mismo. Intenté dormir, pero no pude. Miraba el móvil a cada minuto por si Dani daba señales de vida. Pensé en llamarle yo aparentando algún tipo de interés, pero determiné que lo mejor sería simular que aquello no me importaba y mostrar toda normalidad. Y lo normal de un día laborable a las tres de la madrugada es estar durmiendo. Por eso, y haciéndome el orgulloso de repente, no cogí el teléfono cuando Dani me llamó en ese instante. “Estaba ya dormido”, le diría al día siguiente. Fui muy cruel, conmigo y con él. Pero de nuevo se repitió la escena de Noche Vieja, y esta vez fue Dani en vez de mis amigos el que se plantó frente a mi puerta para sacarme de la cama. No estaba dormido en absoluto, y no sé si se daría cuenta al verme cuando le abrí.
Los amantes
En un tono muy, muy cariñoso me preguntó si me había despertado, dándome un tierno beso en la mejilla mientras yo le preguntaba que qué tal con Susana.
-Es una estrecha – me respondió.
Y tampoco sé si notaría mi alegría en aquel momento. El caso es que se vino para la habitación, nos fumamos a medias el último cigarro del paquete y me contó todo lo que sucedió aquella noche. Quizá por ello se calentó, pensando en lo que pudo haber sido y no fue con aquella rubia de bote que se hacía la estrecha. Y quizá por eso desvió el tema hacia unos derroteros en los que yo había pensado decenas de veces, y que por fin parecían ir encaminados a que Dani y yo estuviéramos juntos del todo. Que él se abriera en el aspecto sexual desencadenó que yo también lo hiciera. Pero mis palabras se redujeron a que “yo me considero asexual”. Un comentario como siempre desafortunado que a cualquier persona medianamente normal llevaría a pensar que realmente no buscaba nada.
Pero Dani era de los que no se conformaban con cualquier respuesta. Siempre quería más, y a mí eso me gustaba en otros aspectos, pues lo consideraba como un reto, pero mi remilgado carácter no cuadraba mucho con conversaciones de tipo sexual. Dani insistía, pues, en saber más sobre mí, y yo seguía en mis trece de resguardarme en la malograda frase que poco después se convertiría en mi cómplice. Porque Dani me dijo:
-Como vuelvas a decir que eres asexual te demostraré que te estás equivocando.
Y él ya me conocía, y sabía que cometer un error para mí era casi un sacrilegio, lo que más detestaba y lo que más defendía en mi forma de ser: siempre acertado, correcto, responsable. Y entonces me di cuenta de que aquella era mi frase, y deseaba encontrar la coyuntura para poder decirla otra vez y ver si Dani cumplía lo que había prometido. Y así fue.
-¿Entonces no te empalmas viendo las pelis esas del ordenador? – me preguntó pícaro, mientras se acercaba al pc y ponía una de ellas.
-No, ya te digo que soy asexual – dije yo aún más pícaro buscando que llegara por fin el momento.
-Ya te he dicho que no me dijeras eso más – insistió al tiempo que acercaba la mano a mi paquete. – A ver si es verdad.
Y entonces, por fin, después de no sé cuántos meses ocurrió. Mientras acercaba su mano para rozar mi polla que ardía por formar parte de aquello, Dani me besó en los labios trasportándome al deseado y anhelado mundo con el que tantas veces había soñado. Haciéndome sentir tan bien y tan feliz como jamás antes lo había estado. Besando por fin los labios de otro hombre, y que además era la única persona de la que me había enamorado a mis veintitantos años. Un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo, sin privar a ningún poro de mi piel ni rincón de mis entrañas de aquella sensación tan extremadamente agradable y placentera.
Recuerdo aquel primer beso y me estremezco. Aún me veo tumbado sobre mi cama a las tantas de la madrugada de un cinco de enero con un tío que me resultaba el más atractivo del universo con un precioso pelo largo y sin esos molestos restos de obesidad con los que yo contaba, besándome con suavidad extrema y sobando mi paquete con calma, descubriendo un mundo de posibilidades que ni en las películas porno como la que se proyectaba en la pantalla del ordenador tendrían cabida. Pero no sólo era una cuestión de sensualidad, la excitación más intensa llegaría cuando Dani descubría mi cipote y lo liberaba del pijama mientras me dedicaba una sonrisa de complicidad y me alentaba con acertadas palabras a sabiendas de que era mi primera vez.
Me la chupó con tal exquisitez y delicadeza que atormentaba. Me infligía tal cantidad de placer que no sabía si sería capaz de digerir. Tantos años imaginándome sueños que no se acercaban ni por asomo a la perfección de aquel momento. Me retorcía mientras Dani seguía aferrando su lengua a mi verga, que notaba la estela de saliva que ahogaba cualquier resquicio de pudor.
-¿Te gusta? – me preguntaba desde aquella posición con mi polla rozando sus labios.
Yo gemía simplemente dando por hecho una respuesta que parecía a todas luces más que obvia. Volvió a centrarse en mi cipote con la misma cruel parsimonia que antes. Y yo seguía en mi cómoda postura disfrutando de todo aquello e implorando que no acabara nunca, que si era posible que existiera un interruptor para parar el tiempo, que fuera en aquel instante y no en ningún otro. Pero como sabemos que eso era imposible, seguí dejándome llevar y poner en práctica todo lo que ya sabía muy bien de la teoría de mis ocultadas películas.
Mis labios recuperaron de nuevo los de Dani, y hubiesen querido no soltarlos, pero era hora de que cumpliera yo mi parte y probara de una maldita vez una polla.
-No tienes que hacerlo si no quieres – me advirtió él de rodillas sobre el colchón.
Tampoco contesté y me incorporé hasta alcanzar lo que tanto había añorado. La polla de Dani no era muy grande, y su forma, curvada hacia dentro, no ayudaba para que me resultara fácil rozar mi todavía escayolada nariz contra su vientre. Hice lo que pude sujetándola con una mano mientras me la llevaba a la boca y la probaba por fin. He de reconocer que me supo a gloria. Aquella primera verga me resultó tremendamente sabrosa. No sé exactamente cómo lo hice, pero me dejé guiar por mi amante, imagino que para provocarle a él el mayor placer posible y hacerme sentir a mí lo más cómodo posible ante aquella reciente actividad a la que pronto me aficioné.
Seguí como pude para no dañar mi dolorida nariz disfrutando de aquella polla tan diferente a las perfectas, grandes y gordas pollas de las pelis. La recuerdo bien dura entre mis dientes, lamiéndola con ganas con mi ávida lengua, disfrutando de cada milímetro de ella, centrándome en su glande sonrosado y en su sanguíneo tronco. Si hubiera podido, hubiera jadeado y emitido gemidos tan perceptibles como los de Dani, que parecía disfrutar de mi felación casi tanto como yo. Cambio de postura, tumbándose boca arriba en la cama y tras detenerme por un momento en sus labios volví de nuevo a su cipote. Él toqueteaba con sus dedos mi culo, aunque sin llegar a introducir ninguno.
Poco después me tumbó a mí sobre el colchón e intentó follarme advirtiendo que pararía en cuanto se lo pidiese, haciendo aquella situación mucho más cómoda y tranquilizadora. Pero lo cierto es que nada más acercar su capullo a mi cerrado agujero y empezar a sentirlo entrando, le pedí que desistiera. Hizo caso y me aclaró que aquello era normal la primera vez. Y entonces me pidió que le follara yo a él.
Se puso a cuatro patas regalándome su culito prieto y respingón y rogándome que se la metiera sin miedo. Así lo hice, experimentado algo nuevo otra vez, sintiendo cómo una parte de mí se adentraba en lo más profundo de otra persona, fundiéndose con otro cuerpo. Los gemidos y sollozos sonaban ahora al unísono. Aquello de meterla en un caliente culo también me gustaba, y la fricción provocaba el mismo placer o más que la lengua de Dani en mi polla, o la mía lamiendo su cipote. Continuamos un rato hasta que ambos cuerpos desfallecieron, desplomándose acordes el uno sobre el otro, buscando únicamente los labios para que se rozaran de nuevo olvidándonos por un momento de las partes más impúdicas.
Y lo cierto es que aquella madrugada apenas volvieron a recobrar protagonismo. Simplemente retozamos, nos besamos, abrazamos, acariciamos, reímos. Aquello se convirtió en nuestro particular juego, así que algo de razón tenía yo al decir que era asexual, pues recuerdo aquellos momentos casi con más emoción que los puramente sexuales. Nos recuerdo a ambos compartiendo un puro que tenía por ahí guardado, mientras permanecíamos desnudos, él sobre el colchón y yo a horcajadas sobre su cintura, luchando para que las camas no se separaran con nuestros movimientos y nos obligaran a separarnos a nosotros.
Desde luego, las risas, un hediondo humo de Habano, una cama que se desliza y una peli porno que suena y se ve de fondo, fueron y me siguen pareciendo lo más destacable de aquel trance. Todos recordamos nuestra primera vez, y me imagino que todos destacamos algo de aquella, pero yo me quedo con lo anecdótico, con lo que la hizo especial, porque pollas y folladas ha habido después, pero situaciones tan sumamente placenteras, cómicas, hermosas o simplemente agradables o desenfadadas ha habido pocas, muy pocas. Y casi lo hace aún más memorable el hecho de que aquella misma mañana, un par de horas después de que cediéramos ante el sueño, yo iba a firmar la reserva de un ático que me ataría a aquel recuerdo durante treinta años.
Mi mejor amiga, Lucía, me acompañó a la inmobiliaria en el que fue probablemente el paso más decisivo de toda mi vida. Notó quizá más mis ojeras y mi cara de cansancio que la felicidad que yo seguro irradiaba, pero no le dije nada en aquel momento. Firmé la reserva, entregué los 6.000€ que custodiaba en mi habitación y testigos de la noche más increíble de mi vida y me fui con Lucía, el promotor y la comercial a ver mi nuevo hogar. Ese que por un momento me imaginé compartiendo con Dani, que dormiría dulcemente tras la ventana por la que pasamos para llegar a mi recién adquirida casa.
Me despedí de Lucía citándonos para la cena de aquella noche, la cena de Reyes que celebraríamos en un restaurante cordobés. Al llegar a casa Dani seguía durmiendo y yo me desnudé y me acurruqué entre sus brazos. Pasó la tarde tranquila hasta que Rocío llamó. Volví a ignorarla, pero por temor a que se repitiera la escena y se presentara en mi casa, le devolví la llamada cuando me sentí algo más despejado. Quería que fuéramos a ver la cabalgata, pero no tenía ni pizca de ganas. Le conté por encima que había dormido poco por los nervios de la casa y tal y pareció creérselo.
Cuando Dani se despertó no comentó nada de lo ocurrido. Simplemente me llamó a sus brazos y yo acudí sonriente y sin pensar. Le conté el plan y nos pusimos en marcha para arreglarnos. Me pidió ropa, pues apenas tenía un par de jerseys en mi casa, pero mi estilo pijo no pegaba mucho con el suyo más casual, casi desaliñado. También me pidió que le ayudara con el pelo y me vi frente al espejo, detrás suya, cepillándole su larga melena, sumiso y totalmente entregado. Tuve un flash que no me gustó nada, pero logré ignorarlo. No hubo más besos apasionados aquella tarde ni el resto de la noche.
En la cena con mis amigos se mostró tal cual era, y no entusiasmó. Cuando se fue al baño no tardaron en criticarle y en preguntar que de qué coño iba. Para mi desgracia, Dani no encajaba en mi grupo. No le di demasiada importancia. Cuando llegamos a casa, él, sin embargo, sí que estaba encantado con ellos, y me dijo que llegaría a hacer muy buenas migas con Juan Carlos, mi mejor amigo desde hacía años, y al que conocía a la perfección, y por eso sabía que él no tragaría a Dani de ninguna de las maneras. Dormimos temprano por el sueño acumulado, con una película de fondo, aunque esta vez no porno, y sin restos de lo que había ocurrido la noche anterior. Sí que es verdad que dormimos abrazaditos, pero nada de arrumacos más sucios o besos pasionales.
Sin embargo, a la mañana siguiente sí nos levantamos ambos con ganas de mimos. Y echamos nuestro segundo polvo. Dani fue el primero en ponerse encima de mí, comerme la boca y poco después comerme la polla. Lo hacía tan bien como la vez anterior, deslizando su lengua, jugando con mis huevos, acariciando al tiempo mis pezones…consiguió en unos minutos lo que no hizo la primera vez en horas: que me corriera con ganas con la sola ayuda de su boca. Le avisé y se apartó, y yo solté con furia todo el semen acumulado y deseoso de ser liberado, intentando amortiguar unos gemidos que hubiesen sido escandalosamente sonoros. Dani sonrió satisfecho mientras mi piel se erizaba y mi cuerpo se retorcía al ritmo de las convulsiones y espasmos.
Recobré pronto las fuerzas y me centré en su polla. Esta vez la acercó él a mi boca, en un intento de follármela, sosteniéndose sobre la pared y arqueando su cuerpo para sacar y meter el cimbrel (como a él le gustaba llamarlo) a su antojo. No pidió que le follara, y tampoco tardó mucho en correrse. Él sí lo hizo dentro de mi garganta, y por fin pude saborear ese blanco, espeso, caliente y amargo líquido que tantas veces había visto salir de mi polla tras un paja y que nunca antes había degustado. Me supo tan bien que no dejé ni una gota. Dani lo agradeció, me dedicó algún comentario tierno y de nuevo caímos sobre la cama para seguir abrazados, besándonos con ternura, recorriendo con nuestros dedos la piel del otro.
Dani propuso que nos vistiéramos y saliéramos a algún sitio, a comer al campo, a la playa o algo así, a pesar de ser seis de enero y no tener pinta de un día especialmente cálido. No me dejó ducharme para que no se hiciera muy tarde, así que con los restos de leche que no se tragó, me vestí un chándal y nos fuimos, sintiéndome un tanto sucio, pero intentando centrarme en ser tan despreocupado, tan irresponsable, tan como Dani. Un vano intento de coger las bicis del garaje de su casa y una malograda excursión por mitad de un páramo carente de atractivo, nos llevó a una cala de esas recónditas que abundan en la costa de Almería. Allí, metidos en el coche porque empezó a llover, nos comimos un tupper de espaguetis con tomate que sacó de su cocina, viendo cómo el atardecer se reflejaba sobre las tranquilas olas del mar.
Otra vez Rocío interrumpió tan asombroso momento. Iba a empezar a odiarla. Cierto es que me envió algún sms al que no contesté, pero también es verdad que me volví egoísta y ya sólo quería estar con mi amado Dani. Tras su insistencia decidí contestar una de las veces de mala gana. Ella notó el tono y nos enzarzamos en una pelea telefónica que nos llevó a una despedida del tipo “vete a la mierda”. Me amargó el resto del día, y acabó con la paz que el lugar y la compañía propiciaban. Y para colmo Dani se puso de su parte. Él adoraba a Rocío, no sé si sólo porque era su camella o de verdad, pero el caso es que me recriminó mi forma de comportarme con ella. Y aquel fue el principio del fin. Allí, en aquel paraíso playero algo se quebró.
Doblemente enfadado conduje hasta mi casa a la que Dani parecía venir ya como si fuera una parte de mí. Le dije que iría a ver a Rocío a solas y le pregunté que qué haría. Me pidió que le llevara a su casa y allí le dejé tras una despedida seca. Así que confundido me marché a casa de Lucía y Juan Carlos, donde también estaba Rocío. La pobre, sólo me llamó para ver a qué hora íbamos a quedar para darnos los regalos. Agradecí que un simple abrazo sirviera como disculpa, y entonces Juanca y Luci respiraron tranquilos al ver que todo volvía a su cauce. Pero entonces, estropeé la magia y me confesé. Les conté que me había acostado con Dani y lo que creía que sentía por él. Se alegraron y celebraron la confianza que puse en ellos por contarles algo así, y que me apoyarían en todo lo que yo decidiera porque me querían. Es muy típico, pero para eso eran, son y espero que sean mis mejores amigos.
Aquella noche se la dediqué a Rocío y ambos nos fuimos de copas. Intenté olvidarme de Dani pero era imposible. Pensé en llamarle, pero también pensé en que yo no había hecho nada malo y que fue él quien se metió donde no le llamaban. Deseche, pues, la idea. No recuerdo lo que hice y pensé al día siguiente, pero sí que sin tener noticias suyas me planté en su casa.
-Hombre, por fin – dijo sorprendido.
Entré en su salón y continuó hablando.
-¿Has arreglado ya las cosas con tus amigos? – preguntó.
-Sí, ya está todo arreglado – contesté sin muchas ganas de alargar la respuesta y dar explicaciones.
-¿Quieres que vuelva? – me dijo él como si estuviéramos reconciliándonos o algo así.
Y entonces apagó la tele, llenó una mochila de ropa y volvió conmigo a mi casa. Pusimos una peli y nos tumbamos sobre las camas juntas que ya no se separarían porque las atamos en las patas. Me dejé llevar por la ternura, o por el amor, o por la excitación y me tumbé sobre él para besarle en los labios. Dani me apartó.
-Ángel, yo…Yo creo que esto no va a funcionar. Te vas a enamorar de mí y no estoy preparado. Te haré daño.
¿Podía haber algo más típico? Vamos, que ninguna de las regulares comedias americanas hubieran sucumbido ante tamaño tópico. De nuevo la realidad superaba la ficción. Me volví pasmado y turbado ante aquella contestación que fue peor que un jarro de agua fría en pleno invierno en la estepa rusa. Dani se incorporó, y con todo el morro retrasó un poco la película para no perder el hilo. Y en ese instante, y para que el pobre no volviera a desorientarse con ella, la pausé y le hablé claro.
-A ver Dani, ¿qué pasa? ¿No te gusto?
-Claro que me gustas, pero te haré daño, igual que se lo hice a … (insisto en que no recuerdo el nombre de su ex)
Y encima me comparaba con su ex.
-¿Me lo dices en serio o hay algo más? – le pregunté rebajándome hasta donde la dignidad y el orgullo pierden su nombre, pero lo hice terriblemente obnubilado por eso que llaman amor.
Parecí conformarme con la respuesta, y reanudé la peli. Llegaban los días más turbios, difusos y tristes de mi vida.
Cenando en Paris
Bueno, en realidad fue en Sevilla para una entrevista de trabajo y le pedí que me acompañara en un intento de que lo nuestro volviera a ser como antes. Porque desde aquel incomprensible día todo fue un desastre. No hacíamos más que herirnos y ponernos malas caras. Tampoco entendía por qué seguía entonces en mi casa aguantándome si tan mala gente y tan egoísta me consideraba. El caso es que falté un montón al trabajo por estar con él, me peleé de nuevo con Rocío por su culpa por querer meterse entre nosotros y un sinfín de locuras más. El viaje a Sevilla nos alejaría de una extraña rutina que nos había sumido a los dos sin saber muy bien por qué. Luego elucubré sobre los motivos y descubrí que Dani se estaba sacando el carné en mi pueblo, pues en el suyo no había autoescuela y que además se estaba viendo con una vecina mía. En definitiva, conveniencia pura y dura, porque además era muy cómodo que yo pagara a una asistenta para que le levara la ropa y limpiara lo que él ensuciaba, porque yo estaba en tal estado, que apenas podía ingerir nada, y me alimentaba a base de cafés en los descansos de mi trabajo.
El hecho de reservar un romántico hotel con jacuzzi en el centro de Sevilla y una bonita cena fue totalmente en balde. Le propuse lo del jacuzzi y declinó la invitación, así que al menos disfruté yo de él en soledad. Más tarde en la cama me mostré cariñoso, y pensé que el que estuviera lejos de un ordenador, al que se pasaba horas enganchado chateando con vete tú a saber quién y viendo porno de asiáticas y mulatas, ayudaría, pero tampoco. Dormimos sin más. De hecho, el considerable tamaño de la cama del hotel nos alejó más todavía. Terminé la entrevista, pagué la habitación y nos fuimos a visitar la ciudad. Dimos un romántico paseo en barco por el Guadalquivir, hicimos de las nuestras en El Corte Inglés, escapando incluso de algún guarda de seguridad y causando algún estropicio. Aquella subida de adrenalina me recordó a nuestros mejores momentos. Me volví a sentir bien, y en un alarde de entusiasmo le propuse irnos a Madrid a salir de fiesta.
Quédate en Madrid
Y así, a las once de las noche nos plantamos en la capital para cenar y salir con mi mejor amiga de allí. Ésta tampoco soportó a Dani, “por su afán de protagonismo”, decía. Pero esta vez fue recíproco, y tampoco él tragó a Marta desde el principio. Dani se sentía feliz de volver su ciudad, rememorando momentos en los que patinaba en El Retiro o se juntaba con sus colegas en alguna pista de skate, o se iba a Chueca cuando le entraba el calentón gay.
-Jo, me encantaría volver – dijo, hiriéndome en lo más profundo.
-Pues quédate en Madrid – le contesté.
Pero no, no me lo puso fácil y volvió conmigo al pueblo para seguir atormentándome. Aquel viaje no había servido para nada. Ni si quiera para que me dieran el trabajo, así que fue completamente fútil. Bueno, lo único que saqué en claro es que aquello ya no llevaría a ninguna parte, y que lo mejor para ambos sería que nos separáramos. La coyuntura llegó cuando mis padres tuvieron que venir para firmar el aval de la escritura de mi casa, más de un mes después de que firmara la reserva. Como estaba completamente fuera de lugar que Dani estuviera allí mientras mis padres permanecían conmigo, fue la ocasión perfecta. Estuvieron dos días solamente, pero el tiempo suficiente para que ya no tuviera sentido que Dani volviera.
Ángel
Hubieran cambiado mucho las cosas, pero es la fuerza del destino. Desgraciadamente, mis padres tuvieron un accidente con el coche cuando volvían hacia Madrid, y aunque no sufrieron grandes daños físicos no pude evitar sentirme culpable y ver cómo el flamante Mercedes de mi padre, que con tanta ilusión y esfuerzo se había comprado hacía tan sólo dos meses quedó totalmente siniestrado. Este hecho fue sólo una parte del bucle. Los remordimientos por haberles hecho venir me comían. El arrepentimiento de haberme metido en una hipoteca de manera acelerada pensando ingenuamente que sería mi hogar junto con Dani cuando ni siquiera había ocurrido nada entre nosotros. Desde luego tampoco ayudó la ansiedad que me producía el estar lejos de Dani, por echar dramáticamente de menos los increíbles momentos que vivimos juntos, la entrañable escena de la cama, la romántica cena regada por todo tipo de vinos, las irracionales andanzas en el cine o el atardecer en la playa.
Todo eso dolía y se clavaba en mi corazón como los alfileres que alguien pudiera estar usando para un intencionado vudú. Se me cerró el estómago de tal manera que no era capaz de comer nada sólido. Sin embargo, los ojos no era capaz de cerrarlos hasta casi el amanecer por un exasperante insomnio que me agotaba física y mentalmente. El horario de doce horas que me pusieron en el trabajo tampoco ayudó a recobrarme, ni una Sarita empeñada en que la acompañara a patinar por las noches tras toda la jornada. No es de extrañar entonces que me derrumbara. Mi cuerpo dijo “hasta aquí hemos llegado” y me desplomé en plena clase tras la recriminación de una alumna repelente por no haber sabido traducir una palabra literalmente del Inglés.
Barco a Venus
Me desperté sobre la camilla de un hospital rodeado de tubos y de la inquisidora mirada de alguna enfermera o médico. Cuando una de mis alumnas, que era vecina de Rocío, la llamó para contarle lo que me había ocurrido saltaron todas las alarmas. Mis amigos se pensaron que había intentado suicidarme o algo así, porque además llamaron a mis padres, aún convalecientes tras su accidente. El caso es que algún antidepresivo sí que tomaba para ayudarme a conciliar el sueño, y ni siquiera sé si saldrían restos después del desagradable y molesto lavado de estómago que me hicieron.
Vale que estaba enamorado y que hubiera podido cometer alguna locura, pero de ahí a convertirme en un yonki o querer acabar con mi vida había un paso bastante grande. Tras las analíticas y alguna visita del psiquiatra de turno todo parecía aclararse, pero aún así, mis padres insistieron, apoyados en la idea por mis amigos, en que me fuera unos días a Madrid con ellos para que cuidaran de mí. Es verdad que tenía que cuidarme, pues como dije, no comí absolutamente nada durante días, y por ello mi cuerpo se plantó al quedarse sin fuerzas, y por ello me pusieron una dieta para engordar. Resultaba bastante irónico lo que había sufrido yo pasando hambre para perder peso ignorando cualquier tipo de dieta para que ahora me pusieran una para ¡engordar!
La estación
Tampoco fue en la estación, pero como si lo hubiera sido. Me refiero a la típica escena en la que el prota se monta en un tren y sus amigos, familiares o su amada le saludan tristes desde el andén. Yo lo hice con demasiada tristeza desde el asiento trasero del 4x4 de mi madre, mirando desde la ventanilla como Dani se convertía en pasado y como el resto de mis amigos me animaban con una sonrisa del todo alentadora. Los días en Madrid fueron grises, hablaba por teléfono con Juanca, Luci y Rocío todos los días. Dani no me llamó ninguna vez. Y yo a él tampoco. Al margen de mis padres, en Madrid tuve el inestimable apoyo de Marta, pero me sentía bastante cohibido y atado por las exigencias de mis preocupados padres, que parecían volver a revivir momentos de hijos adolescentes a los que controlas, llevas y traes bajo una estricto mando.
No podía conducir por la medicación, no podía comer ciertos alimentos, ni probar el alcohol ni el café, ni fumar y tampoco podía follar porque no tenía con quién. ¡Vaya mierda de vida! Pero bueno, me lo tomé bastante en serio excepto lo del café y fumar, que no lo pude evitar. Pero apenas llevaba una semana en Madrid y ya quería irme de vuelta a mi pueblo. Y no por Dani precisamente, al que tardaría semanas en volver a ver, sino de vuelta a mi mundo, ese que un día me regaló felicidad y tranquilidad y no me ahogaba.
¿Dónde está el país de las hadas?
Porque, ¿dónde está el país de las hadas y de cuentos fantásticos? ¿El país de finales felices comiendo perdices en un altar vestidos de blanco? ¿El país en el que por muchas tragedias que haya siempre acaba todo bien? Pues no tengo ni idea, pero a mí me costó horrores encontrar algo que se le asemejara. Supongo que como en la canción de Mecano, que no tiene letra, no habrá respuesta, y cada uno se creará su propio país de hadas. Es sólo cuestión de fe, de la que yo carecía, por cierto.
El mundo futuro
Fue duro al principio, pero el tiempo lo cura todo, y yo tenía mucho por delante. No me gustaba pensar en el futuro, pues ya tenía bastante con sobrellevar el presente y el lastre que suponía mi pasado reciente. Creo que me lo imaginaba negro e incierto, viéndome incapaz de encontrar jamás a otra persona que me hiciera sentir lo mismo que me hizo Dani, trasportándome a momentos tan idílicos. Eso era lo que echaba de menos y me resultaba tan lacerante. Mucho más que el daño que Dani me hubiera podido causar conscientemente. Por tanto, era más futuro que pasado, pues pesaba más el desear momentos similares en un futuro próximo, que añorar los momentos del ayer.
Me cuesta tanto olvidarte
Cierto. Han pasado varios años y aún le recuerdo. Es inevitable, supongo. Dani supuso mucho para mí, aunque yo para él no significara nada por mucho interés que pusiera después. No me sentí preparado la siguiente vez que le vi, tras leer y releer mensajes suyos invitándole a llamar cuando a mi me pareciera y que dejaba la pelota en mi campo. Y fui gilipollas porque no tardé mucho en llamarle y quedar con él para hablar. Y más gili aún por hacerme ilusiones otra vez. Por eso, y tras una huída rápida tras un rato porque había quedado con la Juani (mi ex vecina) volví a sentirme mal. Quizá fue esta vez peor, porque parecía estar todo asumido y superado pero me di cuenta de que no. Y por ello tardaría meses e incluso años en querer volverle a ver o saber de él.
Pero al cabo de otro par de meses, irrumpió con su amiguita en mi fiesta de cumpleaños que celebré a puerta cerrada en el karaoke del pueblo (aquí sí que pega más lo de “en tu fiesta me colé”, ¡qué indecencia!) Y lo peor de todo, aparte de que apareció sin regalo, fue que alguien hizo fotos con mi cámara, y en dichas fotos sale él, con su ropa zarrapastrosa, pero su sonrisa encantadora. Menos mal que por una vez se dio cuenta de que sobraba y se marchó pronto. Yo no crucé palabra alguna con él más allá del “gracias” después de su “felicidades”.
De nuevo meses después insistía en verme. Y lo hacía a través de Rocío, con la que se seguía viendo aunque ella no me lo dijera para no herirme. Pero una noche, se le escapó dónde estábamos y Dani apareció. Yo amenacé con irme, pero Rocío se sentía tan culpable por su metedura de pata que hasta lloró. No se merecía que yo le hiciera algo así. Tampoco hablamos mucho esa vez, aunque a mí amiga sí que le decía que no entendía por qué yo no quería verle.
Al año siguiente le vi venir de refilón en otra fiesta privada con motivo de la despedida de soltero de Juan Carlos, pero éste, todo lo amablemente que pudo le invitó a marcharse. En cuanto despareció, Juanca vino en mi búsqueda para saber si estaba bien. Me encontró soltando lágrimas en los lavabos, pero pronto se me pasó, hecho al que ayudó descubrir que tenía amigos que se preocupaban tanto por mí.
Y así lo fui superando, con tiempo y otros hombres que nunca ocuparon su lugar, pero que ayudaban con su pequeña aportación a mi vida sexual. Y es que no hay mejor antidepresivo que un buen polvo. Así que, con su ayuda y muchos meses, un día que me di cuenta de que Rocío hablaba con él, me armé de valor y le quité el teléfono. Mis amigos trataron de impedirlo argumentando que sabían lo que pasaría después “y que ese chiquillo sólo podía hacerme daño”, como bien dijo Pedro. Pero aquella vez no. Hablé con él con total naturalidad y tranquilidad. Incluso quedamos para después.
Y nos vimos. Y me seguía pareciendo realmente atractivo. Me ponía. Estuvimos un rato con Rocío y un par de personas más, pero luego ya nos quedamos Dani y yo solos. Hablamos de cosas poco trascendentales, pero aun así se nos hicieron las tantas. Dejamos caer la idea de que se quedara a dormir en mi casa, y subnormal de mí lo deseé con todas mis fuerzas, iluso de que quizá todavía podría ocurrir algo. Pero finalmente, y tras pensárselo un rato en mi portal, decidió que no. Me hizo un favor, la verdad. Y también una revelación, aunque no sepa muy bien cuál: pero el caso de que se lo pensara y no lo hiciera sin más, como solía comportarse antaño, me parecía significativo. Puede que lo hiciese pensando en mí, dándose cuenta por fin del daño que me hizo. O puede que sólo pensara en él, como siempre. Daba igual, pero fue mejor así.
Nuestra historia moría entonces, al igual que la carrera como grupo de Mecano y que al parecer ahora quieren revivir.