Esposas descarriadas (1)
Un selecto grupo de mujeres casadas para clientes exigentes.
Esposas descarriadas (1)
Leonor se sentía el centro de atracción de la fiesta. Estrenaba un vestido negro precioso, con un generoso escote y un corte en la falda que dejaba ver su cadera derecha en algunos movimientos. Disfrutaba con la mirada de desaprobación de algunas mujeres que asistían a la velada y la mirada de envidia de otras. Estaba feliz. A su lado, Jorge, su marido también la estaba pasando bien.
Leonor no tenía una figura espectacular pero el vestido la moldeaba bien. Usaba un corsé para esconder esos rollitos rebeldes que sus continuas visitas al gimnasio no terminaban de eliminar. Pero se sentía rejuvenecida.
Sus dos niños estaban en casa al cuidado de una niñera con amplia experiencia. Costaba caro el servicio, igual que ese vestido pero valía la pena. Jorge le daba esos gustos cada vez con mayor frecuencia. Al parecer a él le estaba yendo mejor en el trabajo.
Mientras su marido departía con alguno de sus amigotes, Leonor disfrutó del baile con solícitos varones. La mayoría de los asistentes a la reunión eran casados. Ella podía ver cómo las esposas la querían fulminar con la mirada pero Leonor sonreía. Le agradaba ser el centro de la atención. Sabía que su trasero era lo que más atraía a los hombres y no tenía el menor pudor en que la fina tela del vestido resaltase que estaba usando un hilo dental. Esa noche quería provocar a la mayor cantidad de hombres.
Sin que nadie lo advirtiese, Jorge recibió una llamada en su celular. Se alejó unos instantes para escuchar las indicaciones. Luego regresó al salón para buscar a su esposa. Después de ubicarla, esperó a que la canción que estaba bailando terminase para acercarse a ella y arrebatársela al engominado caballero que intentaba invitarle una copa.
Leonor se dejó llevar a un lado. Jorge murmuró unas palabras al oído de su mujer e inmediatamente ella quedó con la mirada en blanco. Sus manos cayeron a un lado y su mente quedó a la espera de instrucciones. Jorge no dejaba de sorprenderse con ese cambio tan repentino. Lo había presenciado varias veces pero siempre le causaba extrañeza. Y una rara excitación debía admitir.
Jorge le indicó a su esposa que lo esperase en la habitación que había separado para esa noche en el hotel donde se llevaba a cabo la fiesta. Ella se dirigió hacia allá con la mirada perdida. Un par de amigas quisieron saludarla pero ella avanzaba sin mirar a nadie. Parecía sumergida en un trance.
Con el celular en la mano, Jorge llamó al interlocutor con quien había conversado previamente. No tuvo que esperar mucho para que le den los datos del hombre que lo abordaría. A los pocos minutos, un hombre delgado y algo nervioso se acercó a él mientras simultáneamente lo llamaba al celular. Nadie en la reunión advirtió que los hombres que no se conocían intercambian algunos datos en voz baja y luego el hombre delgado, quien dijo llamarse Teodoro partió en la misma dirección que Leonor.
Jorge se acercó a la barra y pidió algo de beber pero sin alcohol. Quería estar sobrio para más tarde. Esa noche pensaba hacer el amor toda la noche con su mujer, una vez que Teodoro la hubiera encendido.
La habitación estaba con la puerta entornada. Era una suite matrimonial. Teodoro tocó un par de veces y una sensual voz femenina le dijo que entre. Leonor estaba de pie en el centro de la habitación. Estaba de espaldas a él.
-¿Eres tú Jorge? – preguntó ella.
-Sí –dijo Teodoro- e inmediatamente carraspeó mientras se maldecía ligeramente. Jorge le había dicho claramente que lo primero en decirle era la frase-gatillo.
Leonor sacudió su cabeza y volteó, algo sorprendida. Sin salir del trance por completo, su mente estaba a medias despertando.
-Obedece mi linda criatura – dijo Teodoro con voz pausada, disimulando su nerviosismo.
Leonor se detuvo a la mitad del movimiento, cerró los ojos y sonrió mientras una cálida sensación recorría todo su cuerpo.
Teodoro repitió la frase varias veces para asegurarse de que la mujer estaba completamente bajo su control. Acto seguido se acercó a ella, la tomó por la cintura y antes de besarla susurró: “Demuéstrame que eres toda una zorrita”.
Ella no necesitó más indicaciones. Se colgó de su cuello para besarlo apasionadamente mientras le arranchaba la ropa.
Una hora después, Teodoro yacía en la cama completamente exhausto. Leonor lo había exprimido como un trapeador. Estaba realmente satisfecho. Ella se estaba duchando luego de verificar dos veces que él no podía más.
Cuando tocaron la puerta, Teodoro comprendió que su tiempo había concluido. A medio vestir abrió la puerta y se encontró con Jorge. Le agradeció por la experiencia y luego de cambiarse se marchó.
Jorge esperó en la habitación que regrese su esposa. Leonor estaba cubierta con una toalla alrededor del cuerpo y otra sobre la cabeza. No pareció sorprendida de verlo. Ni parecía sorprendida por verlo vestido, cuando supuestamente lo había dejado exhausto sobre la cama.
-¿Qué tál estuvo la fiesta? – preguntó ella.
-Todavía continua – dijo él-. ¿Quieres bajar?
-Quisiera bailar un poco más – dijo ella, todavía es temprano.
-Pues cámbiate y bajemos –dijo él.
Leonor sonrió y empezó a secarse el cabello con un secador. Jorge sonrió para sí. Él no tenía la menor intención de bajar a la fiesta de nuevo. Lo que quería era divertirse con su juguete.
-Obedece mi linda criatura –dijo un paso detrás de su esposa.
Leonor se detuvo a la mitad de su movimiento. Entornó los ojos y volvió a sumergirse en esa niebla que le parecía tan deliciosa. Era como desvanecerse en un mar de dicha.
-Muy bien mi reina, dijo él. Ahora, demuéstrame que eres toda una zorrita.
Ni bien escuchó esas palabras, Leonor se despojó de la toalla y se abalanzó sobre su marido.
Hicieron el amor durante horas. Jorge no se cansaba de ella. Después de tantos años de un matrimonio aburrido, gracias a la reprogramación de su esposa, podía disfrutar de horas y horas de sexo salvaje con una mujer apasionada.
Claro que todo tenía un precio y la breve visita de Teodoro era una muestra, pero era un pequeño precio a pagar. Ella era usada por otros hombres de manera esporádica. Esos hombres se gastaban una pequeña fortuna en pasar una hora o un poco más con hermosas mujeres de mediana edad con la cual podían disfrutar del sexo de manera completamente natural. En esos tiempos de belleza artificial y enfermedades de transmisión sexual, el selecto grupo de clientes que usaban los servicios de “Esposas descarriadas”, sabía que el alto precio aseguraba una calidad superlativa.