Esposa viciosa mamona, Cap. 4
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Esposa viciosa mamona
Título original: SlutWife Cum Sucker P4
Autor: Judeth (storygirl@bigfoot.com)
Traducido por GGG, enero de 2005
Capítulo 4
De nuevo conseguí interceptar la siguiente carta de Babette a Kathy, estaba cogiendo soltura en eso, la tenía escaneada y vuelta al sobre en menos de cinco minutos. Había un placer perverso en lo que sacaba de las hazañas de la viciosa de mi mujer. Me encontré ansiando el próximo relato de su conducta degradante. Hoy no tenía clases y tan pronto como se fue empecé a leer la carta.
Kat,
Todavía recuerdo cada detalle de ese fabuloso viaje a Arizona, para mí ha sido un nuevo comienzo, de nuevo he nacido al Vicio y me encanta. No puedo esperar hasta que nos traslademos allí finalmente, la noche pasada le pregunté a Steve si podíamos acelerar nuestra planificación y trasladarnos tres meses antes. Pareció como divertido, y durante un minuto pensé que podía saber algo, pero era una locura, cómo podía saber lo que hice a mil millas de aquí. Solo para asegurarme le di una gran sorpresa la noche pasada, me arrastré dentro de la cama y le hice una magnífica mamada. Realmente disfrutó cuando le lamí los huevos y pasé un montón de tiempo trabajándomelo. Cerré los ojos y pensé en la preciosa polla tiesa de Alan mientras le hacía a Steve una 'garganta profunda'. "Mmmm," Steve soltó una buena carga en mi garganta. Lo más gracioso, juraría que le oí llamarme "Puta Corridas," pero tiene que haber sido mi imaginación. Después de todo, estaba pensando intensamente en Alan y todas las cosas que me hizo en la excursión. Lo último que te conté era sobre mi lección de equitación.
Alan me dejó descansar el resto del día, mi coño estaba tan dolorido por aquel caballo, a duras penas podía andar. Alan tenía un amigo que era veterinario, vino y me echó un vistazo, me puso algún tipo de crema en el coño y el culo, que realmente me alivió los dolores. He malgastado el tiempo con los médicos normales, este tío era buenísimo. Le pagué el tratamiento dejándole que se corriera en mi cara mientras me arrodillaba y le suplicaba que se corriera. Después de mi día de descanso, Alan me dijo que nos íbamos a México. Me vestí con un vestido blanco de verano, sin ropa interior y zapatos blancos y calcetines. El pelo en trenzas y no se me permitió que me pusiera nada de maquillaje a excepción de línea de ojos. Me hacía parecer como una muchacha de 16 años, creo que era eso lo que Alan tenía pensado.
Mientras nos dirigíamos a México Alan me hizo que me levantara otra vez el vestido y me azotó el coño pelado durante la mayor parte del viaje, me corrí dos veces antes de que pasáramos la frontera. Me llevé una sorpresa cuando subimos hasta una antigua misión española y Alan me empujó al interior de la iglesia. Me dio unas órdenes que me hicieron sonrojar profundamente, asentí y seguí sus instrucciones. Mientras Alan se sentaba en los bancos me dirigí al confesionario y me senté dentro. Era como una cabina de teléfono con una banco de madera y una celosía de madera que la separaba del asiento del cura. El cura soltó el rollo habitual y luego dijo "dime, de que te confiesas, hija mía." Según mis instrucciones me levanté el vestido para dejar al aire mi coño desnudo y sonrosado, me metí tres dedos y empecé a follarme mientras comenzaba con la confesión.
Empecé hablándole al cura de Steve y mis hijos, y luego contándole como había actuado en el avión. Me estaba excitando con la masturbación, poniendo al descubierto todos los detalles de mi comportamiento pecaminoso, pensaba que el cura podría oírme gemir suavemente entre frases, pero tenía que cumplir mis instrucciones. Le conté la noche del Bar, por supuesto sin dar nombres, y cómo me corrí una y otra vez mientras los hombres derramaban su simiente en mi boca, coño y culo. Estaba sudando y empezando a correrme mientras le hablaba del establo y del caballo, podía oír al cura jadear mientras yo hablaba. Se estaba moviendo mucho en el otro apartado. Empecé a gemir más alto cuando el orgasmo se adueñó de mí, y el cura me ordenó que me arrodillara delante de la celosía, me arrodillé, todavía con los dedos en el coño, mientras chorros de corrida caliente la atravesaban y aterrizaban en mi cara y mi cuello. Una polla larga y oscura pasó a su través y la voz dijo "Métetela en la boca, métetela en la boca," la abrí bien y moví la boca para tragarme la polla chorreante. Chupé toda aquella dulce corrida y me la tomé trago a trago. Cuando terminó, la polla se retiró de mis labios con un 'pop' y el cura me dijo que saliera de la iglesia y no volviera jamás. Salí a toda prisa de la iglesia, con la corrida goteándome de los labios. Dos viejas sentadas en el exterior del confesionario me vieron y se santiguaron mientras yo huía. Fuera estaba Alan en la camioneta, con la puerta abierta. Salté dentro y nos fuimos. Las lágrimas me bajaban por la cara, mezcladas con la corrida. Cuando intenté limpiarme Alan me ordenó que lo dejara. Dijo que una puta debería tener la cara cubierta de corrida. Se me secó en la cara y el cuello mientras cruzábamos el caliente desierto mexicano, otra vez con el vestido levantado y el coño azotado. Alan se detuvo en una pequeña ciudad al mediodía, fuimos a una cantina y me sentó en un banco corrido en una parte abarrotada. Fue a la barra y pidió una bebida. Había mujeres allí, fulanas a juzgar por el modo en que vestían, Alan estaba con dos de ellas, riéndose y tocándolas mientras intentaban conseguir que las alquilara para un rato.
Algunos de los hombres me estaban mirando, señalaban a mi cara y se decían cosas entre ellos, se reían y miraban, cada vez más de ellos se daban cuenta de mi situación, sentada sola en el banco. Uno de los hombres fue hasta Alan y hablaron, el mexicano volvió sonriente, y empezó a hablar con sus amigos. Dos de ellos vinieron hacia mi banco y se sentaron uno a cada lado, apretándose de verdad. Se limitaron a mirarme y sonreír durante algunos minutos, noté sus bultos y ellos notaron que les miraba. "¿Por qué mira una jovencita como tú a los pantalones de los hombres," dijo el alto. No podía contestar. "Tal vez ella nunca ha visto lo que usa un hombre para hacer niños," dijo el otro mientras me sonrojaba. "¿Cuál es tu nombre cariño," preguntó el alto. Contesté siguiendo las instrucciones de Alan. "Me llamo Babette, señor, solo tengo 16 años." "Solo 16 y tan dulce," dijo el otro mientras su gran mano aterrizaba en mi muslo. Yo seguí sentada, Alan me había dicho que no me resistiera a nada que me hiciera nadie. No podía actuar como una puta, sino que tenía que actuar como una virgen, que no impidiera a nadie que me hiciera cualquier cosa. La mano me levantó el vestido mientras se movía por el muslo. "Veamos lo que esta jovencita tiene escondido por aquí abajo," dijo el alto mientras me levantaba el vestido y dejaba al descubierto mi raja desnuda, hinchada y húmeda. "Ay Chingada (N. del T.: en español en el original), mirad esta puta (sic.) angelical," dijo mientras el otro empezaba a acariciarla. Sus dos dedos me restregaron el coño entrando dentro solo una fracción de pulgada. Estaba empezando a ponerme muy caliente mientras sus dedos recorrían las formas de mi chocho, sé que mi cara revelaba lo que me estaba pasando. El otro metió los dedos dentro de mí, se deslizaron con facilidad, mientras el alto me separaba mucho las piernas. Dos dedos empujaron dentro y fuera de mí, empecé a gemir suavemente. Me quitaron los dedos y el mexicano se los metió en la boca. "Mmm, que dulce, como la miel, pruébalo Roberto." Roberto, el alto, me empujó los dedos por la raja hasta los nudillos, los hizo girar, haciendo que la cabeza me diera vueltas, el coño me empezó a gotear, los quitó y lamió también él mi néctar. "Mmmm, sí, muy dulce, tan dulce es la putilla jovencita esta, es como mi niñita María, pero estas, mi María no tiene estas." Puso toda la mano sobre mi pecho izquierdo y lo estrujó con fuerza, amasándomelo mientras el otro volvía a meterme los dedos dentro. Yo gemía ruidosamente atrayendo la atención, el coño se me revolvía y goteaba, los pezones estaban duros como rocas, quería agarrar sus pollas y suplicarles que me dejaran chupárselas, pero Alan me había prohibido eso, tenía que dejar que fueran ellos los que hicieran todas las movidas. El sudor me chorreaba por la cara mientras los ojos se me ponían vidriosos. Miré a Alan, se estaba divirtiendo, todo sonriente, mientras las fulanas estaban encima de él, tocándole, acariciando su gloriosa polla. Roberto también miró a Alan, Alan asintió y le sonrió. Roberto me tomó el brazo y me sacó del banco, el otro hombre nos siguió mientras me sacaban a un vestíbulo y me metían en una habitación. Roberto me empujó a la cama y se colocó detrás de mí, empujando su bulto contra mi culo, mientras sus manos me rodeaban para estrujar mis grandes pechos. Gemí en alto mientras me las estrujaba y jugaba con ellas, el otro hombre me pasó las manos por las piernas y los muslos sintiendo mi coño ahora empapado y agarrándome el culo. Luchaba para seguir actuando como quería Alan, necesitaba tanto una polla. Roberto me desabotonó el vestido y dejó que cayera hasta mis tobillos, volvió a colocar sus manos y me trabajó los pechos estrujándolos y pellizcando los pezones. "Putilla, ángel, puta," gemía mientras restregaba su cuerpo con el mío. El otro se puso de rodillas y me abrió de manera que pudiera lamerme. Dejé escapar un grito mientras mi coño explotaba en su boca, esto le hizo atacar con más fuerza y velocidad, lamiendo y chupando los labios y mi clítoris hinchado. Mi cuerpo tembloroso era de ellos, estaba tumbada sobre la sucia cama mientras se quitaban la ropa, dos grandes pollas oscuras exquisitas salieron reclamando atención. Roberto saltó entre mis piernas y me las levantó en el aire abriéndolas, el otro agitaba su polla de 8 pulgadas (20 cm), sonriendo con malicia. Roberto llevó la cara a mi chocho volviéndome loca al lamer mis jugos, luego se puso encima de mí, vi su polla de 10 pulgadas (25 cm) apuntando hacia mi raja. "La deseas, ¿verdad putilla?" No podía decirle que sí, Alan me lo había prohibido, "Oh no, por favor, no," supliqué. La polla me rebanó mientras Roberto se reía. "Ugghhh," me golpeó dentro expulsando el aire de mi interior y provocándome otro orgasmo. Yacía allí temblorosa mientras el mexicano alto me cabalgaba como a una fulana de cantina, con aquello todavía completamente dentro de mí, Roberto me sujetó fuerte y rodó sobre su espalda. Ahora estaba encima de él, me colocó en una posición sentada y me empujó arriba y abajo sobre su polla hinchada. La cabeza me iba atrás y adelante mientras me mecían una tras otras las oleadas del orgasmo. Luego me empujó sobre su pecho y sus manos abrieron mi culo. El otro hombre se subió a la cama detrás de mí, sentí su húmeda mano restregando el agujero de mi culo. "La deseas en tu dulce culo blanco, ¿verdad putilla? Necesitas que te suba por el culo, ¿verdad ángel?" "No, no, no, por favor, no la metas ahí, no la me..." La polla golpeando mi culo detuvo mis palabras, estaba apresada entre las dos pollas como pistones, violando mis dos agujeros. Todavía no había terminado de correrme, me besaban y lamían la boca, la cara, el cuello, y la espalda mientras me follaban. La cama crujía y los muelles se hundían mientras los dos hombres me cabalgaban. Me llamaban putilla, ángel, chocho blanco, y Roberto incluso me llamó "Mi María" mientras soltaba su carga dentro de mí, el otro la soltó casi a la vez que Roberto, nos quedamos allí tumbados y tranquilos un momento.
Roberto se deslizó de debajo de nosotros mientras el otro, todavía empalmado, me hacía volverme y sentarme con la polla todavía bien metida en mi culo. Estaba sentada sobre su polla en el borde de la cama, "muévete putilla, fóllate tú misma encima de mí" dijo el otro, mientras Roberto se colocaba delante de mí. Empecé a moverme arriba y abajo, sobre la polla que tenía en el culo, mientras la polla chorreante de Roberto se abría camino en mi boca. Chupé a fondo la polla que había deseado desde que empezaron a toquetearme en el banco. Roberto tenía que sujetarme la cabeza para que no se me escurriera de la boca mientras me movía arriba y abajo sobre la otra polla. El jugo de mi coño se escurría por mis muslos abajo y cada vez que golpeaba con mi culo en la polla que tenía debajo hacía un sonido como de chapoteo. Los hombres se corrieron a la vez con la ardiente corrida abriéndose paso en mi culo mientras inundaba mi garganta. La tragué con avidez, saboreando su sabor y su textura, la alcancé con la mano para estrujar las últimas gotas y lamí la cabeza púrpura como si se acabara. Roberto me la sacó de la boca, un largo hilo de corrida colgaba entre su polla y mi boca mientras se retiraba, cuando se rompió quedó colgando de los labios hasta el pezón derecho. Roberto me levantó por encima de la polla del otro, que empezaba a ponerse flácida, y me hizo dar la vuelta, el otro hombre me agarró la cabeza y la empujó sobre su polla manchada, podía oler mi culo en ella mientras la guiaba hacia mi boca. De rodillas la chupé y lamí hasta dejarla limpia, mientras Roberto me azotaba el culo diciéndome algo en español que no entendí. Luego me levantaron y me tumbaron de nuevo en la cama, tumbada allí bien abierta con la corrida goteando de todos mis agujeros y esparcida por la boca. Me dejaron en la habitación, cerré los ojos y disfruté del bienestar que sentía que se me echaba encima.
No podían haber pasado más que unos pocos minutos cuando la puerta volvió a abrirse, abrí los ojos y vi una hilera de hombres de pie que bajaba hasta el vestíbulo. Entró el primero, tiró los pantalones y me montó, uno tras otro entraban los hombres, me follaban, depositaban su corrida dentro de mí y se iban. Estaba en un estado de excitación constante, olvidé mis instrucciones de "virgencita" y gemí y grité cuando cada uno me inyectaba su esperma, cuando el último terminó el exterior tras la ventana estaba oscuro. Roberto entró, me levantó como a una muñeca de trapo y me devolvió en brazos al salón principal de la cantina. Imagina la pinta que tendría, con el pelo en trenzas, aspecto de bien follada, goteando corrida, vestida solo con calcetines blancos y zapatos. La música sonaba muy fuerte y estaba muy concurrido. Me llevaron a la barra y me hicieron estar allí de pie. Los hombres y las fulanas me rodeaban por todas partes. La voz de Alan me gritó diciéndome que me agachara, lo hice y me colocaron un cuenco bajo el coño goteante. Todos miraban y se reían mientras la corrida de incontables hombres se escurría de mi coño hinchado y pelado y goteaba dentro del cuenco. "Estrújatelo, putilla," oí que decía Roberto, los otros le hicieron eco. Apreté los músculos de mi chocho y sentí como se deslizaba fuera de mí, podía escuchar el chapoteo en el cuenco que se estaba llenando bastante de momento, incluso algo me caía del culo. Una de las fulanas tomó el cuenco y lo sujetó como un gran trofeo. Lo mantuvo en alto y lo mostró a todo el mundo alrededor, luego bajó el cuenco que empezó a circular entre la multitud. Vi que los hombres se sacaban las pollas de los pantalones y se masturbaban encima del cuenco, lanzando a chorros su simiente para mezclarla con el resto. Alan me dijo que me arrodillara encima de la barra, le miré a los ojos, deseaba tanto estar con él ahora, debió notarlo porque dijo, "Esta noche, más tarde, solos tú y yo, nena." Mi mirada se quebró cuando colocaron el cuenco delante de mí, el encargado del bar, un loco gordo y calvo, me cogió la cabeza y me la empujó dentro del cuenco y me la sujetó allí hasta que pensé que me ahogaba, me levantó la cabeza mostrando a todo el mundo la cara completamente cubierta de corrida y goteando. La multitud rugió y se rió mientras le veían mojarme la cara una y otra vez, luego me la sujetó allí y dijo, "Lámela, perra." Lamí la corrida como un perro, todo el mundo disfrutaba de mi humillación, incluso yo. Antes de que hubiera terminado me levantaron y llevaron a un lateral de la cantina. Había un poste de cuatro pies (1,20 m aproximadamente) con un gran anillo de hierro. Me hicieron ponerme de rodillas, las manos atadas en la espalda, me colocaron un pesado collar al cuello y me engancharon al poste con una cadena de seis pulgadas (15 cm), ataron pequeñas cuerdas a mis trenzas y las anclaron a los lados de forma que apenas pudiera mover la cabeza, sabía lo que venía a continuación, me vertieron en la cabeza el resto de la corrida del cuenco, cubriéndome la cara y el cuerpo. La carcajada fue ensordecedora, en parte porque lamía la corrida intentando tragar lo que pudiera.
Pasé el resto de la noche arrodillada allí mientras continuaban las actividades normales. La gente bailaba y cantaba, las fulanas se trabajaban a la multitud, y se servían bebidas. De vez en cuando un borracho se aproximaba a mí y me metía la polla en la boca para que le hiciera una mamada rápida, o se hacía una paja en mi cara. Dos veces vinieron un grupo de fulanas a montarse a horcajadas sobre mi cara y me hicieron comer de sus asquerosos chochos las descargas de sus últimos clientes. Alrededor de las 11 de aquella noche tenía verdadera sed, pedí una cerveza, Roberto y su amigo me trajeron una botella, la abrieron y me la pusieron delante. No podía cogerla porque tenía las manos atadas tras de mí. Roberto se rió y se bebió la mitad, luego su amigo me levantó un poco sujetándome por el pelo, y Roberto puso la botella bajo mi chocho y me empujó hacia abajo, encima de ella. "Aquí tienes tu cerveza, putilla, es gratis."
Había estado allí horas con la cara y el cuerpo cubierto de corrida seca, cubierta por las nuevas descargas depositadas sobre mí, tenía tantas ganas de hacer pis, "Por favor," dije, "tengo tantas ganas de mear," alguien detuvo la música y dijo, "nuestra dulce putilla tiene que mear," uno de los hombres vino, me sacó la botella del coño, se la bebió relamiéndose los labios y volvió a colocar la botella, ahora vacía, en mi raja. "Ya está señora, mea" cuando finalmente lo hice llené la botella de cerveza. Todos jalearon. La música continuó durante otra hora. Cuando finalmente se detuvo, Roberto y Alan vinieron a mí, la multitud estaba mirando, Alan tenía fulanas colgadas por todas partes, disfrutaban de mi obvia incomodidad y mis celos. Me desencadenaron y desataron, me ayudaron a ponerme en pie, la botella se deslizó con facilidad de mi húmedo coño, me apoyé contra el poste para sostenerme. Roberto dijo, "Una ronda de aplausos para nuestra 'dulce putilla'", la multitud aplaudió y jaleó, luego una de las fulanas me echó una mirada maliciosa y dijo a Alan que me hiciera brindar a la multitud, luego agarró la botella en la que había meado y me la pasó. "Brinda, Babette," ordenó Alan, hubiera querido matar a aquella fulana, luego levanté la botella y me la bebí. El jaleo se fue apagando y la cantina empezó a vaciarse, me dieron un sarape para cubrir mi cuerpo desnudo cubierto de corridas, y Alan me llevó caminando al hotel local. El empleado de recepción parpadeó cuando me vio bajo la luz, había sido uno de los que habían hecho cola antes para follarme. Alan y yo fuimos a la habitación, y quise bañarme. En lo único que podía pensar era en estar sola con él, hacerle el amor de la forma que él quisiera. Besarle y saborearle, tenerle y amarle. Estaba resplandecientemente limpia cuando volví a la habitación, entré así preparada para él. Estaba desnudo encima de la cama, sobre su vientre, era tan hermoso, "Alan" llamé con suavidad, "Alan." Contestó medio dormido, "Uh," "Alan, ¿no quieres hacerme el amor?" Dijo "No," estaba demasiado cansado, el corazón se me paró, "Por favor," supliqué. "No," dijo él, "si quieres puedes lamerme el culo," luego se volvió a dormir. Me arrastré por dentro de la cama, enterré la cara en su culo y se lo lamí hasta que me quedé dormida.
Te quiero, cariño,
Babette (Putilla Corridas)