Esposa mirona
Carlota, casada y con dos hijos, descubre a su joven vecino masturbándose.
Esposa mirona.
(Carlota, casada y con dos hijos, descubre a su joven vecino masturbándose. )
Carlota llevaba sólo tres meses viviendo en la ciudad, una ciudad pequeña de unos treinta mil habitantes, y ya se sentía muy agobiada. Había pasado el verano y los niños empezaban el cole, lo que agudizaría mucho más esa vida tediosa que llevaba. Había tenido que dejarlo todo por acompañar a su marido en su nuevo destino. Le habían trasladado a la otra punta del país. Atrás dejaba su hogar, toda su familia, sus amigos y su entorno. Jose, su marido, trabajaba en un banco y le habían ascendido a director de oficina con su nuevo traslado, subiéndole el sueldo y la categoría. Pero le exigían más, le exigían objetivos comerciales y para conseguirlo se pasaba la mayor parte del día trabajando. Además, era un hombre muy asustadizo y se acongojaba con cualquier cosa, sin agallas para afrontar los retos de cada día, y vivía sumido en un continuo estrés y agobio que influía en la buena marcha de su familia y en su relación de pareja.
Carlota se sentía muy sola, el aburrimiento la mataba, todo era muy distinto a cuando estaba en el pueblo rodeada de amigos y de sus hermanas. Pero por la prosperidad de su marido, había renunciado a esa felicidad. Sabía que le iba a costar la nueva vida, debía tener paciencia, confiaba que el tiempo la ayudara a establecerse, a conocer a gente. Su marido salía a las siete de la mañana y no regresaba hasta la noche, y todo en una ciudad desconocida donde aún no habían hecho amistades. El verano más o menos lo había llevado bien gracias a los niños, Pablito y Daniel, de siete y ocho años, pero ahora que habían empezado el cole se ahogaba en casa. Tenía cuarenta años, igual que Jose. Llevaba trece años casada con él, más otros diez que estuvieron de novios, prácticamente llevaba media vida a su lado. Le amaba, pero su vida se había convertido en un encefalograma plano.
Era una mujer guapa y maciza, coqueta, de rasgos llamativos. Era bastante alta y delgada, la delgadez típica de una madura cuarentona. Tenía una melena castaña voluminosa de cabellos largos y ondulados, por debajo de los hombros, con la raya al lado dejándole un flequillo redondeado sobre la frente, ojos verdes preciosos, nariz pequeña y redondita, labios finos y tez blanca. Era más bien tetona. Tenía buenos pechos, gorditos, blandos, muy redondos, muy pegados entre sí, cuando iba escotada lucía el hondo canalillo y podía apreciarse el volumen. También era un poco culona. Amplio y ancho, pero redondito, para lucir con prendas ajustaditas.
Últimamente discutía mucho con su marido porque siempre estaba desganado para todo. Él lo achacaba siempre a lo mismo, al dichoso estrés del trabajo, al jefe de zona, un cabrón muy exigente que le metía mucha caña, llamándole al móvil incluso los días de fiesta. Ella comprendía que trabajaba bajo mucha presión, pero tenía un buen sueldo y debía aprender a desconectar, a plantarse ante su jefe, a no meter siempre el rabo entre las piernas. Los fines de semana no le apetecía salir, los días de diario estaba trabajando, hasta se habían reducido considerablemente sus relaciones sexuales. A veces salía sola al parque con los niños o les llevaba al cine. Trataba de animarle, pero vivía bajo una depresión constante.
Una esposa aburrida y sola la mayor parte del día es peligrosa para un marido tan alelado como Jose. Un hecho inesperado puede acarrear consecuencias nefastas para la pareja. Era jueves por la noche. Ya habían cenado y los niños ya llevaban un rato acostados. Estuvieron viendo un rato la tele y sobre la medianoche se fueron a la cama. Carlota se puso cariñosa, le apetecía hacer el amor y empezó a tocarle bajo las sábanas, pero Jose le dijo que le dolía la cabeza y que necesitaba descansar, que el fin de semana lo harían. A Carlota le sentó fatal el rechazo de su marido, se sintió como una imbécil, ella siempre tomaba la iniciativa y más de una vez se encontraba con una negativa. Ni siquiera en los momentos de intimidad tenían vida.
Se quedó pensativa en la cama, cobijada en la oscuridad, lamentando el traslado de Jose. No era capaz de conciliar el sueño. Se puso a dar vueltas, pero, entre la falta de sueño y los ronquidos de su marido, no podía. Vivían en un adosado de dos plantas en un residencial de las afueras. Se levantó de la cama sin encender la luz y se puso la bata. Cogió el paquete de cigarrillos y salió a la terraza. Hacía una temperatura muy agradable con luna llena. Reinaba el silencio a la una de la madrugada. Era una terraza amplia y cuadrada con vistas a la calle. Enfrente había otra fila de adosados con similar construcción. No había barandilla, sino un pequeño muro de piedra de cierta altura, por los pechos, al menos para los críos no había peligro de precipitarse.
Se puso a fumar deambulando por el espacio cuadrado de la pequeña terrazita. Se sentó y se levantó, gozando de las caladas. Estaba indignada. Se acercó y se asomó a la calle. Ellos dormían en la segunda planta. No se veía a nadie por el barrio. Todo era silencio. Todo el mundo dormía. En el adosado de enfrente, en una habitación de abajo, vio luz encendida. Había unas cristaleras de acceso al patio. Veía una cama estrecha y una mesa de ordenador al lado. De pronto vio aparecer un chico desnudo, de unos dieciocho o diecinueve años. Se echó a un lado para que no la viera, aunque permaneció inclinada, observando.
Era un chico muy guapo, muy jovencito, podría ser su hijo, pero estaba bueno. Era delgado sin muchos músculos, piel muy blanca, algunos pelillos en el pecho y tenía una verga floja que parecía un trozo de chorizo, con el glande bajo el pellejo, como con fimosis. Era de piel rosada y fina en contraste con su piel blanca. La verga se balanceaba golpeándole los muslos al moverse, muy floja. Tenía un vello naciente, como si se hubiera depilado hace poco. Y sus pelotas eran redondas como una pelota de golf, de tono más rosado que la verga, con pelillos más largos. Era rubio con el pelo corto.
El chico se puso a preparar una mochila con libros. Le veía de perfil y de frente, con la verga sin parar de balancearse. Le vio de espaldas. Tenía un culo estrecho y blanco, cerradito, de nalgas ligeramente abombaditas. Le vio inclinarse y le vio las pelotas colgando entre sus muslos. No paraba de ir de un lado a otro, a veces desaparecía y regresaba. Carlota sonrió al estrujar el cigarrillo contra la pared. No estaba bien que espiara a aquel jovencito, era una mirona, pero era lo más emocionante que le había pasado desde que llegó a la ciudad. Miró hacia el interior del dormitorio. No quería que su marido la descubriera espiando a su vecino, a un joven desnudo.
El chaval se sentó ante la mesa del ordenador y abrió el portátil. Pulsó unas teclas y se activó una película porno, la escena de una orgía. Se reclinó, se agarró la verga y se la empezó a machacar, atento a la pantalla. Carlota, alucinada, arqueó las cejas al ver cómo se masturbaba. La verga se le iba poniendo dura y cada vez se la cascaba más deprisa, sin desviar la mirada de la pantalla. Qué escena tan morbosa, pensó Carlota, hasta se estaba excitando viéndole. Podía ver cómo se movían sus pelotas al tirarse y cómo el capullo asomaba bajo el pellejo. Al cabo de un par de minutos, manó leche hacia los lados, manchándose toda la mano. Cerró el portátil y se limpió con un slip. Después se pasó a la cama, tendiéndose boca arriba. Aún tenía la verga dura y empinada. Parecía un palote. Extendió el brazo y apagó la luz. Ahora sólo veía su silueta.
Carlota regresó a la habitación, se quitó la bata y se echó al lado de su marido. Qué morbo ver cómo su joven vecino se masturbaba. Había sido agitador y se notaba excitada. Se metió las manos en las bragas y empezó a acariciarse con los ojos cerrados, como rememorando la escena, hasta que sintió un gusto especial y paró. Sonrió de nuevo burlándose de sí misma, a su edad, masturbándose por haber pillado a su vecino haciéndose una paja. Al final se quedó dormida.
Desayunó con su marido y sus hijos. Al levantarse se acordó de lo vivido en la terraza. Le hacía gracia. Y se había excitado por lo morboso de la situación. Cuando salió a la calle para llevara a los niños al cole, junto con su marido, le vio salir de la casa acompañado de otros dos jóvenes más o menos de la misma edad. Iba bien vestido, como un pijo, y de cerca aún era más guapo. Los chicos pasaron por su lado y dieron los buenos días, pero ni siquiera se fijó en ella. Era imposible que un joven tan guapo se fijara en una madura de 40 años con dos niños, pensó. Le miró el paquete. Sonrió para sí misma, ella le había visto sus partes y él ni siquiera lo sabía.
Al mediodía se asomó a la terraza al tender la ropa y le vio por la habitación, con los dos amigos y una chica a la que le dio un beso en la boca, una chica muy mona, seguro que su novia. Pensó que seguramente eran estudiantes que compartían piso. Después por la tarde llevó a los niños al parque y pasó delante de ella agarrado de la mano de su novia. Ni la miró. Carlota si se fijó en el bulto de su bragueta y al verle de espaldas en su culito estrecho. Vio cómo abrazaba a su novia. Carlota sonrió. Si la novia supiera que se masturbaba con pelis pornos y que su vecina cuarentona era una mirona.
Llegó la noche. Acostó a los niños y mientras cenaba con su marido, mientras escuchaba sus penas del trabajo, se acordó del joven y le entró el gusanillo de volver a espiarle esa noche, por puro morbo y emoción. Se acostaron después de la media noche. Carlota esperó a que Jose se durmiera, después se levantó, se echó la bata por encima y se encendió un pitillo. Salió a la terraza. La suerte es que con el pequeño muro a ella sólo se la veía, desde la calle, de los pechos hacia arriba. Avanzó despacio hasta que tuvo una visión de la habitación. Estiró el cuello y le vio, desnudo, recostado sobre el cabecero, masturbándose despacio mientras hojeaba una revista de tías en pelotas. Ya la tenía muy erecta.
Se quedó atenta a los lentos movimientos de la mano, a cómo aparecía el capullo bajo el pellejo, al reposado movimiento de las pelotas. Empezó a excitarse. Se mordió el labio. Con una mano sostenía el cigarro y la otra se la metió dentro de las bragas para acariciarse la vagina. Miró hacia la habitación. Jose roncaba. De nuevo estiró el cuello centrándose en la verga. Ummm, cómo se la meneaba. Qué excitante. Ella se enredaba con los dedos en el coño. Le dio una calada al cigarro y la humareda alertó al chico. Giró la cabeza hacia la terraza de manera repentina y la pilló asomada.
Enseguida, nerviosa, Carlota bajó la cabeza y estrujó el cigarrillo en el suelo, acongojada.
- Joder – musitó para sí -. Seré imbécil, qué corte.
Dudaba si la había pillado. Volvió a estirar el cuello y le vio. Seguía masturbándose con más ligereza y seguía mirando hacia la terraza. Se sostuvieron la mirada un par de segundos y de nuevo bajó la cabeza. Se estaba metiendo en un lío, ahora el chico ya sabía que le espiaba y que era ella, seguro que por las farolas, le había visto la cara.
Sonrió por la aventura morbosa que estaba viviendo a su edad. Qué corte. Pero el riesgo y la mirada del chico avivaban la excitación. Dio un paso lateral y se irguió apoyándose contra la pared. Se inclinó lo justo para asomar sólo el ojo. Seguía mirando hacia ella. Le miró la verga, se la cascaba muy deprisa. Seguro que la estaba viendo asomada. Empezó a tocarse la vagina por encima de las bragas, masturbándose a la par que él. Le vio eyacular y un segundo más tarde ella sintió el gusto. La estaba mirando y ella le miraba a él, ahora sólo acariciándosela muy despacito, toda manchada de semen. Carlota apartó la cabeza y entró en la habitación, echándose en la cama. Era consciente de que había sido muy imprudente, de lo que el chico estaría pensando ahora mismo de ella, que era una mirona y una perturbada. Qué vergüenza. Se arrepentía de haberse arriesgado, aunque pensaba que el chico no se lo recriminaría delante de su marido.
A la mañana siguiente, sábado, salió con Jose y los niños y coincidió cuando los tres chicos salían de la casa de enfrente y se dirigían hacia ellos con sus mochilas. Eran universitarios en un piso de estudiantes. Los otros dos eran más feos, uno más raquítico y más alto y otro más gordito. Ella iba con ropa cómoda, unos tejanos ajustados y un jersey blanco. Se puso nerviosa. Le dieron los buenos días a Jose y al pasar por su lado, el chico la miró.
- Hola, buenos días – le dijo con una voz dulce.
- Hola.
Se sonrojó al saludarle y le vio sonreír. Ella también le sonrió a él. Fue una mirada cómplice entre los dos que le abrasó las entrañas. Después se alejaron hacia la parada de autobús, pero el chico volvía la cabeza para mirarla. Esa misma tarde volvió a verlo en el parque, iba con su novia, agarrados de la mano. De nuevo la miró y la saludó con otro “hola”. Carlota le devolvió el saludo y enseguida se puso a mecer al niño en el columpio. Se sintió un poco culpable por tontear con aquel jovencito, pero estaba deseando que llegara la noche para mirar.
Al ser sábado, estuvieron viendo una película juntos hasta más tarde. Carlota estaba pendiente de la hora, pero tampoco podía obsesionarse. Se fueron a la cama cerca de las dos. Jose se quedó dormido enseguida. Se levantó, se puso la bata y salió fuera, pero tenía la luz de la habitación apagada. Seguro que estaba de marcha con su novia y sus amigos, diferenciaba a través de la penumbra que tenía hecha la cama.
Se fumó tres cigarrillos deambulando alrededor de la terraza, esperándole, obsesionada. A veces se asomaba a la habitación para asegurarse de que Jose dormía. Para ella significaba una aventura emocionante en su vida aburrida como esposa. Hacía bastante frío, estaba helando, y llevaba un rato sentada en la silla. Oyó un ruido y cerró los ojos, como tratando de convencerse de que debía ser prudente y meterse dentro sin mirar. Pero el morbo la empujaba. Se levantó y dio unos pasos, descalza, muerta de frío, hasta que pudo asomarse por encima del pequeño muro. Allí estaba, en la cama, igual que la noche anterior, recostado sobre el cabecero, sin revistas, cascándosela velozmente y mirando hacia ella. Carlota le sostuvo la mirada y bajó sus dos manitas para enredarse dentro de las bragas. Él no podía verla a ella por la altura del muro, sólo de cuello para arriba. Ya no le importaba que la viera. Cómo se la meneaba, que rica, cómo se le movían las pelotas. Se bajó la delantera de las bragas con una mano y se lo empezó a agitar fuerte con las yemas de la derecha. Se mordía el labio, soltaba un bufido, mirando fijamente. A veces se miraban a los ojos y se sonreían. La incitaba acariciándose las pelotas y aflojando la marcha. A veces miraba hacia atrás para comprobar a su marido. Sintió un escalofrío muy fuerte y cerró las piernas apretándose la mano, chorreando flujos vaginales. El chico podía verle su rostro de placer con el entrecejo fruncido y apretando los dientes. Él también se corrió, la verga se puso a salpicar leche hacia arriba y a gotearle sobre el vientre.
Se habían masturbado juntos. Se sonrieron. El chico la saludo con la mano y ella se lo devolvió sacando su mano, después retrocedió hasta meterse dentro. Se echó en la cama. No podía creer lo que estaba haciendo, masturbándose a la vez con su vecino joven. Tenía la sensación de que compartía más con su vecino que con el pelele de su marido, al menos resultaba más apasionante. Pero sabía que no estaba bien y podía hacerse una idea de lo que el chico pensaría de ella.
El domingo por la mañana se levantaron todos tarde y no salieron de casa. Jose se puso a trabajar en unos expedientes del banco, los críos vieron la televisión y Carlota estuvo toda la mañana ensimismada, entre la excitación y el arrepentimiento. No se atrevió a asomarse a la terraza en plena luz del día. Por la ventana del salón le vio salir con sus amigos y luego regresó acompañado de su novia, una chica monísima que no sabía que su novio se masturbaba para una mujer madura como ella. Qué vergüenza.
En la comida, Jose la notó rara, muy callada, como ida, pero ella le dijo que eran jaquecas. La notaba muy alicaída y le propuso salir a dar una vuelta con los niños. Carlota le dijo que sí, que le vendría bien tomar el aire, pero su verdadera intención era intentar ver a su particular y desconocido amante. Mientras que Jose se puso un chándal, ella se puso muy guapa, se vistió para él, se esmeró en maquillarse y colocarse su melena castaña y ondulada. Se puso una minifalda blanca con cremallera trasera, medias blancas y unos zapatos también blancos de tacón bajo. Para la parte de arriba una blusa verdosa y un chaleco de piel. Iba muy elegante y llamativa, realzando las curvas de su trasero.
- Te has puesto muy guapa – le dijo su marido -. Si sólo vamos al parque. Vas hecha un pincel.
- Gracias, me apetecía arreglarme.
Salieron al parque. Los niños jugueteaban de un lado para otro con otros críos. Ella se sentó en un banco y cruzó las piernas, luciéndolas con las medias blancas. Algún hombre giraba la cabeza para mirarla. Jose comía pipas de pie a su lado, pendiente de que los niños no se alejaran. Le vio venir. Delante venían sus dos compañeros de piso y él venía detrás con su novia. La chica le llevaba un brazo por la cintura y se recostaba sobre él. A medida que se acercaba, se empezaron a mirar a los ojos. Iba muy guapo con un pantalón vaquero y una camisa azul celeste. Sólo su manera de mirarla ya la excitaba. Vio que se fijaba en sus piernas, sus medias relucientes y su postura llamaban la atención. Al pasar por su lado, la miró. Su novia también.
- Hasta luego – la saludó con su voz dulce.
- Adiós – le correspondió algo ruborizada, evitando seguirle con la mirada.
Su marido se acercó al banco.
- ¿Quién es ese chico? ¿Le conoces?
- De vista, es vecino de las casas de enfrente. Son estudiantes, deben tener la casa alquilada.
- Sí, los he visto algunas mañanas.
Había llamado la atención de su marido. En cuanto pudo, miró hacia ellos. El chico volvía la cabeza. De alguna manera, con aquel joven desconocido estaba compartiendo algo muy íntimo. Les vio entrar en una cafetería de la plaza. Los niños regresaron saltando a los brazos de su padre, pidiendo chucherías. Carlota vio una oportunidad.
- ¿Tomamos algo y les compramos unos caramelos?
- Vale, sí.
Cada uno agarró un niño y Carlota les condujo hasta la cafetería donde había entrado su desconocido amante. Había bastante gente en la barra y sentada por las mesas. Les vio sentados alrededor de una mesita redonda, conversando y pidiendo unos refrescos. Le estaba haciendo arrumacos a su novia cuando se percató de que Carlota había entrado. Se miraron. La siguió con su mirada. Tomaron asiento ante una mesa rectangular, al lado de las cristaleras. Ella se sentó a un lado y Jose al otro, ella frente a su amante y Jose de espaldas. El grupo se encontraba unas mesas más allá. Pidieron un café. No paraban de lanzarse miraditas. Su marido se puso a leer el periódico y los críos a jugar en una piscina de bolas.
Estaba nerviosa. Le miró. Vio que le mostraba su móvil, como para que viera la marca, y entendió que quería conectarse por bluetooth. Su novia hablaba con los otros. Puso el silenciador y le buscó. Encontró un móvil de su marca y accedió a conectarse.
- ¿Qué haces? – le preguntó Jose.
- Es mi hermana Laly, está conectada al WhatsApp.
- Dale un beso.
- De tu parte.
Bajó la cabeza hacia el periódico. Al instante le llegó un mensaje.
Elevaba la cabeza para mirarle y se sonreían. Y su marido sin enterarse.
<¿Estás con tu marido?>
<¿Te gusta mirarme?>
<¿Te pones cachonda?> - le preguntó.
<¿Tú qué crees?> - le puso.
<¿Quieres que me masturbe esta noche?. Me gusta que me veas>
<¿A qué hora?>
- sonrió al teclearle para que la viera sonreír.
Le vibró el móvil. Los niños seguían entretenidos y Jose centrado en el periódico.
- ¿Qué dice, Laly? – le preguntó sin apartar la vista de la lectura.
- Tonterías, ya la conoces.
Le había llegado una foto. La abrió. Era una foto de su pene y de sus pelotas, sentado en una silla. La tenía empinada y erecta hacia el vientre. Sintió un cosquilleo en la vagina y se mordió el labio. En ese momento no la miraba, la novia le susurraba algo al oído. Descruzó las piernas bajo la mesa y las abrió, comprobando a su alrededor que nadie miraba. Bajó la mano y se apartó las bragas a un lado. Después bajó la otra, colocó el teléfono entre sus rodillas y se tiró una foto. Se veía la cara interna de sus muslos, las bandas de encaje de las medias y las braguitas blancas apartadas. El coño se veía un poco oscurecido, pero se apreciaba su forma. Le envío la foto. Recibió un mensaje.
<¿Te masturbas cuando me miras?> - le preguntó.
-. Carlota miró por encima del hombro de su marido. Se había vuelto un poco hacia ella. Le llegó otro mensaje. <¿Vas a masturbarte ahora y a mirarme? Me lo debes, mirona>
- le respondió.
Soltó el teléfono encima de la mesa. Jose le preguntó si había terminado con Laly y le dijo que sí. Le dijo que fuera a ver a los niños, que no se fiaba de Pablito. Jose se levantó y se dirigió hacia la piscina de bolas. Ahora podían mirarse a la cara, todo estaba más despejado. Bajó su mano derecha, mirándole a los ojos. La condujo entre sus piernas y se la apartó, hurgándose en el coño con el dedo corazón. Él no podía verla, pero no apartaba los ojos y se pasaba la mano por la bragueta.
Carlota resoplaba y entrecerraba los ojos, se echaba un poco hacia delante hasta rozar los pechos por la mesa. Le veía manosearse la bragueta. Se lo imaginaba masturbándose. Le miraba a los ojos, a los ojos azules. Se mordía el labio. Sintió mucho gusto, una avalancha de escalofríos. Frunció el ceño. Cabeceó y notó que mojaba, notó que se había meado un poco en las bragas. Subió la mano con el dedo húmedo y se lo chupó para que la viera, probó el sabor avinagrado del poco de pis. Se sentía muy mojada. Se sonrieron. Luego llegó Jose y le dijo que se iban, que los niños estaban poniéndose tontos. Marcos y ella se despidieron con una mirada cómplice.
Nada más entrar en casa, fue directa al baño. Se subió la falda y se vio las bragas un poco meadas, con unas manchas amarillentas. Había sido demasiado, aquel chico le proporcionaba un morbo desbordante que la descontrolaba. Antes de ducharse se masturbó mirando la foto de su polla en el móvil. Se sentía como si estuviera engañando al bueno de Jose con aquellos jueguecitos. Luego, cuando Jose se durmió, salió a la terraza para verle. Y se masturbaron juntos, ella mirándole. Se la sacudía tumbado en la cama, acariciándose las pelotas, mirando hacia ella. A veces el deseo le hacía sacar la lengua, como si quisiera probar un bocado. Cuando le veía eyacular paraba y se saludaban con la mano. Luego se echaba junto a su marido. Ver cómo se hacía pajas estaba convirtiéndose en una rutina cada noche.
El lunes por la mañana volvieron a verse. Él iba con sus compañeros de piso y ella con su marido y sus hijos. Se daban los buenos días y cada uno seguía su camino. Luego ella se masturbaba con la fotografía de su verga. Por la tarde estuvo en el parque con los niños, pero no le vio. Estuvo tentada a entrar en la cafetería, pero se arrepintió. No quería arriesgarse tanto. Era increíble lo que estaba compartiendo con aquel chico, un auténtico desconocido, un chico al que probablemente le doblaba la edad.
Ese lunes Jose vino muy cansado y ni cenó. Su jefe le había echado una bronca de campeonato y estaba muy deprimido. Se fue a la cama pronto después de tomarse un calmante para el dolor de cabeza. A Carlota no le importó. Acostó a los niños y estuvo viendo un rato la televisión, como esperando la hora pactada con Marcos. Sólo pensaba en él. Sobre la medianoche, subió a su habitación. Se puso el pijama, la bata y se encendió un cigarrillo. Jose dormía.
Salió y se asomó. Estaba con su novia en la cama y le estaba haciendo una paja. Permanecían los dos desnudos, él boca arriba y ella echada sobre su costado, meneándosela mientras se morreaban. Ella tenía un cuerpo de modelo, todo perfecto, con pequeñas tetitas y coño afeitado, de piel doradita. Se excitó al ver cómo se la agarraba y cómo le tiraba. Qué gusto, qué envidia. Cómo le gustaría masturbarle. Se abrió la bata y se metió la mano dentro del pijama para masturbarse. La novia empezó a besarle por el cuello y entonces Marcos giró la cabeza hacia la terraza. Se miraron. Le permitía que le viera liado con su novia. Carlota miraba a veces hacia atrás y enseguida miraba hacia ellos agitándose el coño con ganas. Vio que la novia se curvaba y se la empezaba a mamar. Marcos miraba hacia la terraza y Carlota se hurgaba con los dedos, muy excitada, imaginándose que era ella. Se corrió en su boca, la vio escupir leche en el suelo y carraspear. Carlota también se corrió, se manchó las manos de flujos vaginales. Vio que se morreaban y entonces retrocedió y se acostó. Era muy fuerte lo que acababa de ver, Marcos hasta le permitía que viera escenas con su novia. Le costó mucho dormir.
El martes por la mañana no le vio cuando salió con su marido y los niños. Salió a hacer la compra y se cruzó con su novia. Pobre chica, ella la estaba espiando. Sintió celos de que ella pudiera acostarse con él. Estaba empezando a obsesionarse en exceso. Se asomó varias veces por la terraza, pero tenía la persiana bajada.
Sorprendentemente, ese mediodía Jose fue a comer a casa. Su jefe estaba de viaje y necesitaba relajarse. Carlota lo lamentó, le hubiese gustado salir al parque para verle, sólo sus miradas ya le excitaban.
- Voy a salir con los niños, ¿quieres venir? – le preguntó ella.
- Sí, me apetece tomar algo.
Se arregló de una manera muy glamurosa, consciente de que su marido se iba a sorprender, porque nunca se arreglaba tanto los días de diario. Volvió a preguntarle que por qué se arreglaba tanto, y volvió a contestarle lo mismo, que necesitaba sentirse guapa. Se maquilló y se preparó su voluminosa melena. Se puso un jersey largo a modo de vestido, hacia medio muslo, de cuello alto y manga larga, de color rosa fucsia muy llamativo, a juego con el carmín de sus labios. Se puso un panty negro, sin bragas debajo. El jersey era ajustadito, quería engatusarle con sus pronunciadas curvas. Y para acentuar el glamour, unos zapatos negros de fino tacón, para mover el culo con estilo. Y salieron al parque, Jose con un chándal y ella excesivamente elegante. Los hombres la miraban al cruzarse con ella, volvían la cabeza, y cuando se sentaba lucía sus piernazas. Jose se dio cuenta y estaba un poco agobiado, pero tampoco se atrevía a decirle nada. Putos babosos, pensaba. No había ni un uno, tuviera la edad que tuviera, que no mirara al pasar al lado del banco.
Marcos pasó con sus amigos y su novia. Llevaba un pantalón negro de lino y un jersey azul de pico. Carlota y él se saludaron y se sonrieron. Jose vio cómo los tres chicos la miraban y pudo oír a uno de ellos.
- Qué buena está la cabrona, y madurita.
- Qué babosos sois – dijo la chica.
Carlota les vio entrar en la cafetería. Esperó diez minutos y le dijo a Jose si iban a tomar algo. Le dijo que sí, que así podría echarle un vistazo a la prensa. Había menos gente que el domingo por la tarde. Los niños fueron directos a la piscina de bolas y ellos tomaron asiento junto a la ventana. Vio a Marcos de espaldas, en la otra esquina, sentado al lado de su novia, frente a sus amigos. Pidieron y Jose se puso a leer el periódico. Carlota le daba vueltas al café cuando vio que Marcos miraba hacia atrás. Le vibró el móvil. Había recibido un mensaje.
- le respondió ella.
<¿Quedaremos esta noche?>
Carlota frunció el entrecejo y miró hacia él. Estaba de espaldas.
- insistió, nerviosa, pero emocionada.
Carlota tragó saliva. Vio que volvía la cabeza para mirarla y le hacía una indicación con las cejas. Ella le sonrió como una tonta, excitándose con el tremendo morbo. Verle de cerca, en el servicio. La vagina le ardía. Pero era muy arriesgado allí en la cafetería, con su marido, sus hijos, la novia de él y toda aquella gente. Miró a su alrededor. Los niños se lo estaban pasando bomba con las bolas.
- Jose, voy al lavabo a orinar. Ten cuidado de los chicos.
- No te preocupes.
Cogió el bolso, se lo colgó al hombro y anduvo entre las mesas hacia el lavabo. Oyó algún piropo de tipos sentados por la mesa y alguno de los de la barra. El jersey corto fucsia llamaba mucho la atención, en contraste con sus medias y sus curvas. Los tacones resonaban. Empujó la puerta de los lavabos. Se cruzó con una mujer mayor. Se metió en el último habitáculo donde sólo había una taza con papel higiénico.
Oyó unos pasos. El riesgo era grande y la podían descubrir. Oyó su voz.
- ¿Carlota?
Entreabrió la puerta.
- Pasa.
Le dejó pasar y cerró echando el cerrojillo. Era un habitáculo estrecho y quedaron muy juntos, casi rozándose.
- ¿Qué tal? – le preguntó ella en voz bajita. Se dieron unos besos en las mejillas -. Qué corte, Marcos, no sé qué pensarás de mí… Te vi aquella noche y me dio un poco de morbo, luego me descubriste… Me da mucho corte esto, Marcos. Yo no soy así.
- Que eres una mirona traviesa – le dijo -. Eres guapísima. ¿Cuántos años tienes?
- Cuarenta. Puedo ser tu madre.
- Estás buenísima y no sabes lo que me gusta que me mires.
- No digas nada de todo esto, Marcos…
- No te preocupes.
- Voy a tener que salir, no quiero que mi marido sospeche.
- ¿Por qué no te sientas? Quiero masturbarme y que tú me mires. ¿Quieres mirarme?
Se mordió el labio, la excitación le abrasaba la vagina.
- Sí, pero tiene que ser rápido, Marcos.
- Siéntate.
Cerró la tapa y se sentó reclinándose hacia la cisterna, como si se hallara en la cabina de un sex shop, acomodada, dispuesta a ver un espectáculo porno en directo. Marcos se hallaba de pie ante ella, con la cintura a la altura de su cara. Se quitó el nudo del cordón.
- ¿Quieres verme la polla?
- Sí – jadeó seria.
Se quitó los botones y se abrió el pantalón de lino. La prenda cayó a sus tobillos. Se bajó el bóxer hasta las rodillas y desenfundó su verga, erecta y empinada, delgadita, de piel suave y rosada. Asomaba un trozo de capullo bajo el pellejo. Y sus pelotitas, duritas, con pelillos largos. Carlota le sonrió y le miró.
- Qué traviesos somos.
Se la agarró cascándosela despacio. Carlota se la miraba sin parpadear. Se la cascaba hacia su rostro, muy cerca, hasta podía olerla.
- ¿Te gusta cómo me masturbo?
- Sí, me pone muy caliente mirarte.
- Súbete el vestidito.
- De acuerdo.
Elevó un poco el culo de la taza y se tiró del jersey hasta la cintura. Abrió las piernas y volvió a sentarse.
- No llevas bragas.
- No.
- Ummm, qué coño tienes…
A través de la gasa del panty se le transparentaba el manojo triangular de vello, con los pelillos apretujados. Era un manojo denso que se extendía hasta las ingles. Ella le miraba la verga y él hacia las transparencias del panty. Acezaban ahogadamente para no hacer ruido. Carlota no pudo más, alzó la mano derecha y se la metió por dentro del panty para agitarse el coño con energía, exhalando por la boca, abriendo los ojos, frunciendo y desfrunciendo el entrecejo. Él también se la cascaba velozmente, observando cómo se movía la mano bajo la gasa. Parecía una competición mirándose el uno al otro, dándose cada vez más fuerte, Marcos de pie ante ella y Carlota reclinada sobre la cisterna.
Ella empezó a bufar con el ceño fruncido y la boca muy abierta, agitándose el coño muy deprisa, notando cómo le manaban flujos vaginales. La polla se agitaba a sólo unos centímetros de su cara y le venía su olor rico. De pronto empezaron a caerle porciones viscosas de semen sobre la gasa del panty, pegotes por los muslos. Marcos flexionó un poco las piernas y apuntó para derramar por la zona de su coño, hasta que fue aflojando la marcha. Carlota también paró y sacó la mano del panty. Se miró. Las porciones blancas destacaban en la negrura de la gasa. Tenía pegotes por la zona del coño. Marcos empezó a subirse el bóxer.
- Qué calentón, Carlota.
- Estamos locos, Marcos, tú y yo haciendo estas cosas.
Oyeron que entraba gente. Marcos se subió los pantalones deprisa y Carlota dio un brinco poniéndose de pie. Se le bajó el jersey sin limpiarse los salpicones de semen. Consiguieron salir sin que les vieran, primero Marcos y a los cinco minutos Carlota. Su marido le preguntó cómo es que había tardado tanto, pero ni le contestó. Notaba un sudor frío en el cuerpo fruto de la enorme tensión. Estaba toda salpicada de semen bajo el vestido, semen de un joven de diecinueve años que se había masturbado delante de ella. Salieron de la cafetería y dieron un paseo con los niños. Jose la llevaba abrazada. Volvieron a cruzarse con Marcos y se lanzaron una mirada cómplice.
Cuando llegó a casa, se metió en el baño y se quitó el jersey. Los manchones de semen se habían resecado, pero contrastaban con la gasa negra. La mancha de la cintura había traspasado la fina gasa y le había humedecido el vello del coño. Lo tenía pegajoso. Estuvo enjuagando el panty bajo el grifo y después se duchó. Era una locura, le entró pánico por lo sucedido. Estaba jugando con fuego. Esa noche, aunque le entraron ganas, no se asomó a la terraza. Tuvo miedo.
El miércoles procuró no coincidir con él al salir de casa para llevar los niños al cole. No es que la situación ya no la atrajera, es que quería superarlo. Aquel juego ponía en peligro su familia. Se había pasado toda la noche pensando en la escena del lavabo y se había masturbado con ello. Era una locura, se sentía muy puta, no quería hacerle daño a Jose, dejarse engatusar por aquel joven.
Comió sola y comió pensando en él. Recibió un mensaje suyo.
Sonrió.
<¿Y esta noche?>
Vistió a los niños y fue a su habitación a arreglarse. Iba a llevarlos al parque y cabía la posibilidad de que se vieran. Se vistió para él, esmerándose con el maquillaje y la melena para estar guapa, esta vez haciéndose una coleta. Le excitaban las fantasías que abordaban su mente. En la cafetería le había pedido cosas muy morbosas. Se puso una falda de tubo hasta las rodillas, de color rojo, pero con glamurosas aberturas laterales, con medias de color carne y zapatos negros. Y para la parte de arriba un jersey gris marengo de cuello alto.
Salieron al parque. Los niños se pusieron a jugar y ella se sentó en un banco. Era temprano, ni siquiera las cinco de la tarde. Le vio venir solo, ataviado con unos vaqueros y una camiseta blanca de manga larga.
- Hola.
- Hola, Marcos.
- ¿Puedo sentarme?
- Sí.
- Estás muy guapa.
- Gracias.
Se sentó a su derecha. Los niños iban y venían.
- Fue muy fuerte – le dijo él.
- Dímelo a mí, me puse muy nerviosa.
- Pero me gustó mucho.
- Me da mucho corte hablar contigo, Marcos, todo esto ha pasado porque salí a la terraza y te vi de casualidad. Y luego tú me descubriste y bueno, ya sabes la historia. Me dio morbo y bueno…
- No pasa nada, tranquila, nadie se va a enterar. Me excita que me mires. A los dos nos ha gustado y nos hemos relajado, punto. ¿no?
- Sí, supongo que sí. No me gustaría engañar a mi marido.
- Yo tampoco a Belén.
Se pusieron a charla hablando de sus vidas. Marcos le contó que tenía diecinueve años, que estudiaba derecho en la facultad y era de Barcelona. Habló de sus padres, también abogados, y le habló de Belén, su novia, una chica con la que llevaba saliendo casi dos años. Le dijo que la quería, que era de su barrio y estudiaba con él, y estaba enamorado de ella, pero que también el morbo al ver que su vecina le espiaba, una vecina mayor que él y muy guapa, hizo que se masturbara en su presencia. Compartía piso con los otros dos chicos. Carlota le habló de su vida, de su relación con Jose y de los motivos y problemas matrimoniales que la habían empujado a hacer lo que había hecho.
- Ya ves, Marcos, soy una esposa aburrida porque su marido es muy soso.
- Eres una esposa aburrida y mirona – bromeó él.
- No te burles.
Los niños se acercaron y pidieron chucherías. Fueron paseando hasta un quiosco, uno al lado del otro, como si fueran pareja, aunque más bien parecían madre e hijo. Marcos compró las chucherías y a ella la invitó a un helado. Pasearon un rato. Carlota se sentía excitada al coquetear con él. Aparecieron los dos compañeros de piso y Marcos se los presentó.
- Quique y Sancho. Ella es Carlota, nuestra vecina.
- Qué vecina más guapa tenemos – la piropeó Sancho.
- Para lo que necesitéis, estoy enfrente.
Se saludaron con unos besos. Rodeada de jóvenes que la bombardeaban con sus miradas por su madurez y elegancia. Quique el gordito, bajete y pelirrojo, y Sancho era alto y raquítico, con entradas en su pelo corto. Los chicos dijeron que iban a los billares, que le esperaban allí.
- Bueno, Carlota, ¿nos vemos esta noche? – le preguntó con una sonrisa pícara.
- No lo sé, Marcos, arriesgo demasiado -. Estaba muy a gusto con él y excitada -. ¿Y tu novia?
- Tiene exámenes, está estudiando.
Sonrió temblorosamente. Consultó la hora. Aún eran las cinco y media y Jose al menos no se presentaría hasta las ocho u ocho y media.
- ¿Quieres venir a casa y nos tomamos un café? Bueno, has quedado con tus amigos, ¿no?
- Sí, pero prefiero tomar un café contigo.
Iba a llevarle a casa, pero necesitaba tenerle a su lado para aplacar los escalofríos de placer. Le llevó al salón. Ella iba y venía por la casa, contoneando sus curvas maduras por efecto de los tacones. El jersey gris ajustado definía la silueta de sus pechos voluminosos. Los niños se pusieron a juguetear y a ver dibujos en la tele. Llevó una bandejita con dos tazas y se sentó a su derecha. Cruzó las piernas y la abertura lateral de la falda se le abría aún más, dejando a la vista parte de las bandas de encaje de sus medias.
Se miraron a los ojos.
- ¿Quieres que nos masturbemos? – le preguntó él.
- ¿Ahora? ¿Y los niños?
- Míralos, están embobados con la tele.
- Vamos al baño de arriba.
Se levantaron a la vez. Se acuclilló ante el mayor y le dijo que iba al piso de arriba a enseñarle una cosa a Marcos, que cuidara de su hermanito. Después marchó delante de Marcos hacia las escaleras. El joven la seguía, engatusado con los contoneos de aquel culazo maduro. Carlota volvía la cabeza para mirarle. Le guió por el pasillo y le abrió la puerta del lavabo, un lavabo amplio con forma de L. Encendió la luz y le dejó pasa primero, después cerró la puerta y echó el cerrojillo.
- Debo estar muy loca para hacer esto.
- Tú también me estás volviendo loco.
Ella se acercó a la taza, abrió la tapa y se volvió hacia él. Se subió la falda roja ajustada, descubriendo poco a poco los encajes de las medias color carne, hasta que aparecieron sus braguitas blancas de algodón. Se sentó y Marcos se colocó ante ella, con la cintura a la altura de su cabeza. Le miró sumisamente.
- Pídemelo – le ordenó el joven.
- Mastúrbate, por favor, quiero verte.
Comenzó a desabrocharse el cinturón con lentitud. No pudo aguantarse, alzó la manita derecha y se la metió dentro de las bragas, acariciándose el coño, mirando hacia su cintura. Marcos podía verle los pelos del coño por el hueco que dejaba la mano, podía ver cómo se revolvían los nudillos tras la tela. Se bajó los pantalones y después la delantera del bóxer. Se agarró la verga y se la empezó a cascar, haciendo que se movieran sus pelotas. Ella meneaba la mano con más agitación, con los ojos fijos en la masturbación. De nuevo competían. A veces se miraban.
- Bájate las bragas, quiero verte el chocho.
- Sí…
Elevó un poco el culo y se bajó las bragas, volviéndose a sentar, con las bragas tensadas cerca de las rodillas. Enseguida empezó a tocarse el chocho, mirando hacia la polla, como él miraba hacia su coño, compitiendo de nuevo. Carlota exhalaba muy fuerte y removía la cadera muerta de gusto. Marcos flexionó un poco las piernas.
- Quita la mano…
- Sí…
Retiró la mano, abriendo más las piernas para dejarle hueco. Machacándosela muy deprisa, acercó la verga, rozándole los pelos con la punta, hasta que empezó a derramar leche, un caldillo blanco que iba quedando atrapado en el vello, que discurría hacia sus labios vaginales y empezaba a gotear hacia el fondo de la taza. Le dejó blanqueado todo el vello con viscosos goterones. Marcos estiró las piernas acariciándosela despacio. Carlota, reclinada con la boca abierta y una expresión de placer, alzó la manita y se la plantó en el coño, enjabonándoselo de semen, como si aún estuviera muy cachonda. Él la miraba sin dejar de tocarse. Carlota frunció el entrecejo y apartó la mano pegajosa, abierta de piernas, con el semen reluciendo en el vello. Le salió un chorrito de pis hacia el fondo de la taza.
- Ahhhhh….
- ¿Estás meando? – le preguntó él.
- Sí… Me he calentado mucho… Me han entrado muchas ganas.
Le seguía cayendo un fino chorrito. Marcos se mordió el labio sin dejar de acariciarse.
- Quiero mear contigo…
- Sí…
Apuntó. Ella abrió más las piernas y cerró los ojos. Notó cómo le meaba el chocho. Suspiró electrizada, el chorro caliente le caía sobre el vello y resbalaba hacia sus labios vaginales para unirse a su chorrito. Abrió los ojos y vio cómo la meaba. Se miraron apretando los dientes. Le salpicaba las medias y las bragas.
- Esto es demasiado, Marcos…
El chorro se cortó y empezó a gotear. Marcos se sostuvo la verga sujetándosela por la base, con la mano izquierda, y extendió el brazo derecho, agarrándola de la coleta y acercándole la cabeza para que se la mamara. Se la comió entera, percibiendo el amargor de los resquicios de pis, y empezó a recorrer su verga con los labios, mamando al llegar al capullo. La mantenía agarrada a la coleta acompañando sus bocados mientras él mismo se la sujetaba. Vio que ella se masturbaba agitándose su coño meado. Marcos le hacía balancear su cabeza. Algunas babas discurrían por las comisuras y le goteaban en el jersey gris marengo. Se la mamaba a un ritmo constante y de la misma manera, manchándosela de carmín rosado. Estaba durita como un palo. Se la metía hasta la misma garganta.
Le ladeó la cabeza tirándole de la coleta con cierta brusquedad.
- Los huevos, chúpame los huevos… - apremió.
Le pegó la boca a los huevos duros, estrujándoselos con los labios. Sacó la lengua y empezó a lamérselos pasándosela por encima. Él se la sacudía con la izquierda y le mantenía la cabeza ladeada con la derecha. Lamía como una perrita una y otra vez, con los orificios de la nariz pegadas a ellos. Aporrearon la puerta. Era su hijo mayor llamándola.
Marcos le soltó la coleta ya desecha, pero continuó cascándosela. Carlota irguió el tórax.
- Ahora mismo salgo, cariño, un momento…
El niño insistía. Empezaron a caerle salpicones de leche en la cara, gruesos salivazos blanquinosos le cayeron en un ojo, por la frente y bajo la nariz. Alzó las manitas con los ojos cerrados. Le salpicó el jersey de pequeñas gotitas y uno le cayó en las encías inferiores.
- Voy, hijo…
Con la yema de un dedo, se quitó el pegote del párpado y escupió entre las piernas, dentro de la taza. Tenía toda la cara salpicada y el jersey manchado, como si hubiera nevado sobre él. Marcos ya se había subido la delantera del bóxer y estaba abrochándose los pantalones. Arrancó trozos de papel higiénico para limpiarse la cara y las manchas del jersey, aunque las manchas quedaron oscurecidas. Luego se limpió rápido la vagina meada y pegajosa. Se puso de pie y se subió las bragas, después se bajó la falta y volvió a hacerse la coleta.
- Salgo yo primera y luego te vas, ¿vale? Puede llegar mi marido.
- Sí, no te preocupes.
Abrió la puerta y cerró rápido para que el niño no viera a Marcos allí metido. Trató de entretenerles para que Marcos saliera sin ser visto. Oyó la puerta que se abría y se cerraba y respiró más tranquila. Y justo cinco minutos más tarde se presentó Jose. Venía como siempre, desfallecido. La pilló en el salón, buscándole un canal infantil al niño. Tenía varias manchas en el jersey, aunque por suerte eran manchas ya ennegrecidas por la humedad, como si hubiera absorbido la blancura del semen. Notaba las bragas mojadas debido a la humedad del coño. Se levantó y fue a darle un besito en los labios. Aún tenía el sabor de la polla, el sabor amargo y áspero.
- ¿Qué te ha pasado? – le señaló las manchas.
- Es agua, no te preocupes. ¿Qué tal?
Le contó sus penas. Si supiera que tenía el chocho meado y enjabonado de semen, que acababa de hacerle una mamada a un joven. Se sintió culpable. Se tocó la oreja por dentro y se miró el dedo. Era semen. En cuanto pudo, subió a ducharse y bajo la ducha trató de reflexionar. Qué le había pasado. La lujuria le había nublado la mente y se había comportado como una auténtica cerda delante de aquel joven.
- Maldita sea…
Había sido una escena muy lasciva, impropia de una mujer como ella. Le había meado la vagina y se había corrido a gusto sobre ella después de hacerle una mamada. Debía cortar con aquello antes de que fuera a más. A pesar de todo, Jose era un buen hombre y no se merecía que le engañara. Llevaban media vida juntos y tenían dos hijos preciosos, estaba haciendo peligrar su matrimonio por unos juegos eróticos con su vecino.
Trató de comportarse cariñosamente con él para que no le notara nada raro, sin embargo en la cena su marido le dijo que Pablito le había contado que el vecino había estado en casa y que les había invitado a chuches. La pilló desprevenida y titubeó, lo que alertó a Jose, al menos eso pensó Carlota al comprobar su mirada celosa.
- Sí, bueno, nos vimos en la parque, bueno, coincidimos en el quiosco, y, y, pagó las chuches de los niños. Es muy majo.
- ¿Y a qué ha venido a casa?
- ¿A casa? Sí, bueno, vive con otros dos estudiantes y quería si hacíamos el favor de guardarle una llave por si se les cierra la puerta. Y por eso ha venido, fue a por la llave y luego ha venido a traerla.
Tuvo suerte, no le pidió que le enseñara la llave, pero la notó titubeante y Carlota se preocupó por su silencio, con la sensación de que no se lo había tragado. No podía arriesgarse más con aquel chico o terminaría pillándola, y no quería escándalos. Apenas durmió.
Como todas las mañanas a la hora del colegio, volvió a coincidir con los chicos. Se pararon a saludarla y tuvo un segundo para hacerle una señal a Marcos.
- Mirad, es Jose, mi marido.
Jose estrechó la mano de los tres chicos. Vio cómo miraban a su mujer cuando se iban y vio una mirada intensa entre Marcos y su mujer, una mirada que instigó sus celos. Cómo iba aliarse con aquel jovenzuelo. Se fue a trabajar desconcentrado y con el temor en la mente.
Carlota se tiró toda la mañana rememorando la escena en el servicio, el sabor de sus huevos y de su polla, el tremendo morbo de hacerle una mamada en su propia casa, antes de que llegara su marido. Volvía a excitarse y a obsesionarse de manera descontrolada, a pesar de los esfuerzo por crear dosis de arrepentimiento. Después de comer vistió a los niños y se arregló a conciencia para él. Se dejó su melena castaña al viento, se puso un jersey negro de lana y unos pantalones blancos muy sueltos y con caída, acampanados. Y fue al parque con la esperanza de reencontrarse con él. Le vio llegar con su novia. Iban de la mano. Se apoyaron bajo un árbol, abrazados, y se estuvieron morreando con pasión. Carlota les miraba de reojo, celosa de la chica, celosa de que ella pudiera tocarle con más libertad. Se manoseaban por todos lados. Estaba deseando que se fuera.
Al poco rato vio que se despedían y enseguida fue hacia ella. Se sentó a su lado. Los niños jugaban al balón enfrente.
- ¿Qué haces tan sola?
- Ya ves, lo de todos los días -. Le contestó ella. Le veía pensativo, mirando al frente, con los codos en las rodillas, frotándose las manos -. ¿Te apetece que vayamos a mi casa? – le propuso ella.
La miró.
- ¿Estás cachonda?
- Sí, ¿y tú?
- También. Vamos.
Después de comer, empujado por los celos, Jose faltó a una reunión con unos clientes por ir a casa, quería asegurarse de que su mujer le era fiel, quería aniquilar esas horrendas sospechas. Aparcó el coche cuando les vio sentado juntos en el banco, uno junto al otro, y a sus hijos jugando alrededor. Golpeó el volante, mortificado, con palpitaciones en las sienes. Les vio levantarse a la vez e ir paseando juntos. Iban a casa. Qué podía hacer. Igual se estaba precipitando. Vio cómo su mujer abría la puerta, dejaba entrar a los niños y después Marcos le ponía una mano en la cintura para dejarla pasar primero. Cuando se cerró la puerta, Jose dejó caer la cabeza en el volante, muerto de rabia, una rabia que se transformaba en lágrimas. Y para colmo recibió una llamada de su jefe abroncándole por no estar en la oficina y exigiéndole explicaciones sobre unos asuntos urgentes.
Nada más entrar en casa, Carlota agarró a los niños de la mano y les llevó al salón. Marcos la esperaba al pie de la escalera con las manos en los bolsillos. Les conectó la consola para dejarles entretenidos y le dijo al mayor que cuidara de su hermano. Después, con ligereza, pasó delante de Marcos y subió en primer lugar, meneando su trasero con aquellos pantalones blancos acampanados.
Irrumpieron en el baño. Carlota cerró y echó el cerrojillo.
- Marcos, me estás volviendo loca para que yo haga lo que estoy haciendo.
- Siéntate.
- Sí.
Se sentó en la taza, erguida. Marcos se colocó ante ella y se curvó para quitarle el jersey. Carlota levantó los brazos y se lo sacó por la cabeza junto con el sujetador. La dejó desnuda de cintura para arriba. Tiró las prendas al suelo y empezó a desabrocharse, boquiabierto ante tan impresionantes pechos. Las tetas se rozaban una contra la otra, meneándose levemente.
- Qué tetas tienes, cabrona…
Se bajó con ligereza el pantalón y el slip hasta las rodillas y se acercó entre sus piernas. Carlota levantó la mirada sumisamente hacia él. Marcos se agarró la verga y se puso a golpearle las tetas, a darle palos, como si tocara dos timbales con la verga. Ella fruncía el ceño, sin dejar de mirarle, notando los golpes.
- Ummmm, cabrona…
Nervioso, le pasaba el capullo por los pezones y se la clavaba en la masa blanda, pasando con la verga de una a otra, en medio de golpetazos y roces, hasta que le encajó el tronco entre las dos tetas, la empujó más hacia él sujetándola de los hombros y empezó a contraerse para masturbarse con los pechos. Carlota permanecía con el rostro pegado a su camisa, percibiendo el roce y la dureza de la verga entre sus pechos, notando cómo le tocaba la barbilla con la punta.
- Ohhh… Ohhh… - jadeaba electrizado.
Le sacó la verga de entre los pechos. Tenía señales rojas de los golpes de la verga. Se la sujetó con la derecha y con la izquierda le agarró la cara achuchándole las mejillas, acercándole la cabeza hacia él. Carlota tuvo que estirar los músculos del cuello, con los pechos rozándole los muslos. Le metió la puntita de la verga en un orificio de la nariz y empezó a empujar, como si quisiera metérsela dentro. Ella exhalaba sobre sus huevos, con el ceño fruncido, notando el cosquilleo. Pasó al otro orificio y de la misma manera trató de follárselo con la punta.
- Hija puta, cómo me pones…
Le agarró un manojo de cabellos y le tiró obligándola a ladear la cabeza con un quejido y gesto de dolor por el tirón. Se lió la verga con sus cabellos, dándose unos tirones, pasándoselos también por los huevos.
- Qué gusto, cabrona… Date la vuelta, quiero verte el culo… - apremiaba nervioso, cascándosela fuera de sí.
- Ahora mismo.
Se levantó y se dio la vuelta. Se desabrocho el pantalón y se subió de rodillas encima de la taza. Se los bajó todo lo que pudo.
- Las bragas, vamos, bájate las bragas…
- Sí, sí…
Se bajó las braguitas blancas exponiendo su enorme culo ancho y abombadito, con una raja profunda. Se las dejó un poco por encima del pantalón.
- Ábrete el culo.
Apoyó la frente en los azulejos y echó los brazos hacia atrás para abrirse la raja. Marcos se las cascaba tras ella. Le vio el ano, un ano blanquecino y poco arrugado y unos centímetros más abajo la chocha jugosa. Se le escapó un jadeo.
- No hagas ruido, Marcos, mi hijo…
Agarrándose la verga, le paseó el capullo por toda la raja, desde la rabadilla hasta el chocho. Carlota cogió un buche de aire resoplando sobre el azulejo al sentir el roce de la verga.
- Culona, qué buena estás…
Carlota apretó los dientes, abriéndose más la raja, cuando le metió un dedo en el culo, el dedo corazón, hasta por debajo del nudillo, con la palma hacia arriba, y se lo dejó dentro, inmóvil, mientras se la cascaba con la derecha. Carlota resoplaba sobre el azulejo, rozando la mejilla, empañándolo, entrecerrando los ojos para concentrarse en la presión del dedo. Oía los tirones. Ella comenzó a gemir, no podía controlar las sensaciones. Contraía las nalgas para sentir el dedo. Llevó las manos hacia delante hasta apoyarlas en los azulejos, una a cada lado de la cabeza. El culo se le cerró con el dedo dentro. Apretaba las nalgas para sentirle. Marcos no lo movía. Meneaba todo el trasero, como suplicándole que agitara el dedo, pero tenía que conformarse con contraer las nalgas y rozar la mejilla por el azulejo, acezando, envuelta en sudor.
Le sacó el dedo del culo de golpe y al instante notó cómo le llovía semen sobre las nalgas, meteoros de leche espesa que le caían por dentro de la raja y el coño. Diversas hileras blancas resbalaban por sus nalgas hacia las piernas. Ella aún refregaba el rostro por el azulejo, sudando, recuperándose. Le tiró de las bragas para limpiarse el capullo. Había tenido un orgasmo sin tocarse. Miró hacia atrás. Aún percibía la sensación del dedo metido. Se estaba preparando, entonces bajó de la taza y arrancó trozos de papel para limpiarse el culo.
- Tengo que irme, he quedado con Belén para estudiar.
- No te preocupes.
- Estás sudando.
- Sí.
Con todo el culo pegajoso, se subió las bragas y el pantalón. Notaba la sensación en el ano y le dolía un poco. También tenía el olor de la polla en la garganta de habérsela metido en la nariz. Luego recogió el jersey pisoteado y se lo puso, sin sostén, y salieron fuera.
Jose vio salir a Marcos, solo. Vio cómo se rascaba los huevos y se dirigía hacia su casa. Se había tirado mucho tiempo dentro, aunque estaban los niños. No podía creerse que su mujer estuviera liado con aquel jovencito y se acostara con él con sus hijos en casa. Debía cambiar o la perdería. Siempre estaba con sus penas, menospreciándose, y seguro que ya la tenía harta y aburrida. Ni siquiera era hombre para satisfacerla, llevaban semanas sin hacer el amor. Él tenía la culpa si se buscaba un amante.
Entró en casa y la encontró en la cocina. Le vio un pisotón en el jersey, la mancha de una suela, y varias gotas húmedas en las traseras del pantalón. Era el segundo día que la veía manchada. Estaba sudando, tenía el cabello muy remojado. Le preguntó qué le pasaba y simplemente le dijo que tenía mucho calor. La espió cuando fue a la habitación. La vio desnudarse. Tenía las tetas con señales rojas y no llevaba sostén. Vio cómo se palpaba el culo y se miraba la mano, como si notara algo raro en la piel. La vio comprobar las bragas y olerlas, y después se metió en baño para enjuagar las bragas bajo el grifo. Le preguntó a su hijo si Marcos había estado en casa y le dijo que sí.
- ¿Y qué habéis hecho?¿Ha jugado con vosotros?
- Subió arriba con mamá.
Se derrumbó, estaba casi seguro de que su mujer tenía una aventura con aquel joven, y todo por su culpa, por su dejadez, por su falta de iniciativa. Salió a dar un paseo, necesitaba reflexionar acerca de qué postura adoptar. La amaba demasiado como para perderla y como hombre y maduro debía luchar por ella. Cuando iba llegando a casa, vio a Marcos con sus compañeros y una ola de celos le abrasó las entrañas. Maldito niñato, seguramente se estaba tirando a su mujer. Cuando llegó Carlota ya se había duchado y se comportaba de una manera natural, aunque la notaba un poco abstraída. No era capaz de hablar con ella y trató de mostrarse cariñoso. Sería bueno hacer el amor con ella, pero los nervios no se la iban a levantar y prefirió no hacer nada.
Ya era viernes y al salir de casa coincidieron con los tres chicos. Jose estaba abriendo la puerta del garaje. Carlota se paró a saludarles. Vio cómo Marcos le hablaba a modo de susurro, pero no podía oírles. Jodido niñato.
- Termino las clases en dos horas, ¿estarás sola? -. Carlota asintió ayudando a su hijo a colgarse la mochila -. ¿Quieres que venga a verte?
- Sí.
- Vístete de puta.
Y prosiguió su camino. Jose se fue a trabajar desolado, seguro de que su mujer tenía una aventura con aquel joven, en una ciudad desconocida.
De que regresó de llevar los niños al cole, Carlota se vistió de puta tal y como le había indicado su joven amante. Se hizo un moño en la melena, con la nuca libre y algunos cabellos en tirabuzón sobre la frente. Se puso un tanguita blanco y un picardías de muselina, también blanco, de finos tirantes y escote redondeado, cortito, con volantes en la base. Y para acentuar el erotismo, se puso unas medias blancas y unos zapatos blancos de tacón. Parecía una princesita puta, muy bien maquillada.
Le esperó sentada en el salón hasta que sonó el timbre. Comprobó que era él por la mirilla y le abrió la puerta. Iba muy guapo, con un jersey azul de marca y unos tejanos, con el pelo rubio engominado. Se ruborizó al estar a su lado así vestida. La examinaba, examinaba las transparencias del picardías.
- ¿Te gusto así?
La agarró por la nuca y le acercó bruscamente la cabeza hacia su cara.
- Bésame, puta.
Y empezó a morrearla, rodeándola con los brazos y agarrándola por el culo para apretarla contra él. Ella también le abrazó, aunque con una fuerza más tímida, con los pechos aplastados contra su jersey. Se morreaban con lengua.
- Muévete, puta, rózame… -. Carlota contraía las nalgas para rozarle la dureza, arrastrando el coño por el bulto del pantalón -. Así, putona… Muévete… Ahora eres mi puta, ¿verdad?
- Sí.
Volvió a morrearla, manoseándole el culo. Ella seguía contrayéndose para rozarle. Se hallaban aún en el recibidor, junto a la puerta principal. Dejó de besarla y dio un paso atrás. Empezó a desabrocharse el cinturón. Ella aguardaba a su lado, mirándole, con el rímel corrido por los intensos morreos. Se bajó el pantalón y el bóxer al mismo tiempo hasta quitárselos, quedándose desnudo de cintura para abajo.
- Agáchate.
Obedeció, se acuclilló ante él y levantó la mirada con sumisión, con la verga ante su cara. Le sujetó la cabeza con ambas manos, por las sienes, y se la bajó para que mirara hacia el suelo. Y notó cómo, sujetándole la cabeza, le clavaba la verga en el moño, se la metía entre los cabellos, rozándole con los huevos. Carlota aguantaba mirando hacia abajo, con la cabeza inmóvil. Se contraía follándole el moño, deshaciéndoselo, apoyando los huevos en sus cabellos. Después le colocó la mano izquierda bajo la barbilla y le levantó la mirada. Le había revuelto todo el pelo. El moño se derrumbaba hacia un lado. Le pegó la punta de la verga a un orificio de la nariz y se puso a empujar, como si quisiera metérsela dentro. Le empujaba la nariz hacia arriba. Ella exhalaba sobre el dorso del tronco. Cambió al otro orificio, volviéndole a follar la nariz. Le sujetaba la cabeza para que no la moviera.
Paró y se pegó la verga al vientre.
- Chúpame los huevos.
Acercó la boca y se los empezó a mordisquear, tirándole con los labios del pellejo y estampándole pequeños besitos. Le tenía una mano sobre la nuca y le apartaba la melena para ver cómo le besaba los cojones. Le miraba con sumisión. Sacaba un poco la lengua y se los lamía. Le clavó la nariz, con los labios pegados, aspirando, oliéndole los cojones.
- Ven, ponte de pie.
La ayudó a levantarse sujetándola de las axilas. Sus tetazas se mecían bajo la gasa. La colocó contra la mesita del recibidor, con el rostro muy cerca del espejo, obligándola a curvarse un poco. Apoyó las manitas en la superficie. Podía mirarse a los ojos ella misma. Le levantó el picardías por detrás y le agarró el tanga por un lateral, bajándoselo de lado de un solo tirón. Carlota cerró los ojos y notó como le metía un dedo en el culo, cómo se lo introducía poco a poco, superando el nudillo, con la palma hacia arriba. Gimió como una gatita, dando un cabeceo, contrayendo las nalgas y meneando todo el culo en círculos.
- Te gusta, ¿verdad, puta?
- Sí… - gimió -. Ay… Marcos… - gemía empañando el cristal.
No paraba de contraer las nalgas, como apremiando que moviera el dedo, con el coño muy caliente. Se lo sacó de golpe y vio que se colocaba tras ella sujetándose la verga. Le bajó un poco más el tanga y le abrió el culo con los pulgares. Le pegó la punta al ano y dejó que el culo se cerrara, dejando atrapada la verga. La rodeó con los brazos por la cintura, con la cara hundida en sus cabellos. Y empujó, penetrándola analmente poco a poco, hasta encajarla entera, hasta que la pelvis quedó adherida a las nalgas.
Carlota exhalaba con desesperación percibiendo la presión de la verga dentro de su culo. No se movían, permanecían inmóviles, pegados, él abrazado a su cintura, respirando sobre su melena. Carlota removía el culo muy levemente, cómo queriendo sentir el palo que tenía dentro. Sólo se oían sus acezos. Echó el brazo derecho hacia atrás y plantó su manita en su culito estrecho. Notó la fina piel de la nalga. Se la apretó a modo de súplica.
- Muévete, Marcos, necesito que te muevas… -. Le dio una palmadita -. Vamos, muévete, fóllame, por favor…
Y Marcos empezó a moverse, a removerse sobre sus nalgas, ahondando en su ano con la verga.
- ¿Así, culona?
- Ummm, sí… No pares, por favor… - suplicaba exhalando con la boca abierta.
La follaba a un ritmo pausado, echando un poco el culo hacia atrás y asestándole un pinchazo seco. Se lo había dilatado y la verga penetraba con facilidad. Las tetas se balanceaban como campanas tras la gasa. Marcos le acercó la cabeza al cristal, entonces sacó la lengua, morreándose con su imagen, lamiendo, manchando el cristal de carmín rosado y babas. La sujetó por las caderas, follándola más deprisa. Ella arrastraba la mejilla por el espejo, acezando con la boca muy abierta y los ojos entrecerrados. Notó cómo la llenaba, cómo se corría dentro inundándola, con la pelvis pegada a su culo, abrazada a su cintura, jadeando sobre su espalda.
Las respiraciones se iban relajando. Aún se mantenía pegado a ella con la verga dentro.
- ¿Te ha gustado?
- He sentido mucho – respondió ella con fatiga.
- ¿Te da por el culo tu marido?
- No. ¿Y tú a Belén?
- Sí, me gusta darle por el culo. Me gusta follarte.
- A mí también me gusta follar contigo, Marcos. Me estás volviendo loca.
- Estoy muy a gusto así – le susurró al oído removiéndose de nuevo sobre el culo.
- Ay, Marcos, yo también… ¿Vamos a mi cama? Así estamos más cómodo.
- Sí, vamos.
Dio un paso atrás sacándole la verga, toda impregnada de porciones de semen por el tronco. Enseguida manó leche del ano, discurriendo hacia el coño. Se quitó el tanga y se limpió el culo con él, después se agarraron de la mano y se dirigieron hacia las escaleras. Arriba, Marcos se quitó el jersey y la camisa y se quedó completamente desnudo. Ella también se despojó del camisón. Su cuerpo maduro, con aquellas tetazas y aquel culo ancho, ante el cuerpo juvenil y fino de aquel chico.
Marcos se tendió boca arriba, relajado, y ella se echó sobre su cintura para mamársela despacito, probando la leche caliente que había por el tronco, probando el mal sabor de su propio culo, acariciándole los huevos mientras se la mamaba. Él le sobaba el culazo suavemente con la palma, concentrado en las lamidas que recibía su polla, notando la blandura de las tetas presionadas contra el bajo vientre. Se la chupaba muy despacio, con besos y lentas lamidas por el capullo y el tronco, de manera muy relajante. A veces él le palpaba el ano y se lo notaba húmedo, como si aún fluyera semen.
Carlota separó la boca y empezó a sacudírsela. Sabía lo que le gustaba. Acercó la cara y se metió la punta en un orificio de la nariz, cascándosela, taponándoselo con el capullo. Gemía temblorosamente.
- Ay, cabrona, qué gusto… Así… Así…
Le entró leche dentro de la nariz y notó una sensación en el entrecejo y en la garganta al respirar, percibiendo el sabor. Carraspeó. La leche se derramaba como un moco hacia el labio, leche muy aguada y amarillenta. Se la lamió, bebiendo y tragando lo que echaba, como si fuera un biberón, y después le pasó la lengua al pequeño charquito que se había formado sobre el vello. Tenía un sabor agrio y estaba caliente. Le dio un besito al capullo y se incorporó tendiéndose a su lado, girando la cabeza hacia él. Aún le caía una gota del orificio de la nariz. Marcos le pasó un brazo por los hombros y ella apoyó la cabeza en su pecho. Se sentía muy bien con él. Su marido ya no le atraía sexualmente. Sin embargo era consciente de la dificultad de la relación, por la diferencia de edad, él tenía novia y ella una familia.
A Jose se le amontonaba el trabajo en el despacho y a cada hora se ganaba una bronca de su jefe. Estaba defraudado consigo mismo, se sentía un perdedor. Allí estaba como un memo, mientras su mujer estaría viéndose con otro hombre. En cierto modo la comprendía, él no le había prestado la atención que se merecía. Quizás todo se trataba de una obsesión, de un malentendido. ¿Cómo iba a liarse con alguien tan joven? Era viernes. Habló con su compañero y le dijo que se encontraba mal, que si llamaba el jefe que le dijera que estaba haciendo unas visitas.
Se fue a casa, a media mañana, dispuesto a luchar por ella, dispuesto a cambiar de carácter si era necesario, dispuesto a enfrentarse a su jefe si hacía falta, aunque le costara el puesto. Todo era por su familia. Pero al entrar en casa vio el tanga en el suelo y la ropa de él encima de una silla, el bóxer y el pantalón todo arrugado. También se fijó en las manchas de carmín y saliva por el espejo.
- ¡No!
Vio un goterón blanco redondo en el gres del suelo. Recogió el tanga y se manchó las manos, una sustancia viscosa que ahora se había tornado como transparente, aunque con finísimos hilos blancos. Era semen. Soltó las bragas y se limpió los dedos en el pantalón. Estaban allí, él tenía la ropa y había señales de que habían follado allí mismo. ¿Qué podía hacer? Se moría de celos.
Subió despacio las escaleras y se asomó al pasillo. Vio luz encendida en su habitación y oía unos débiles gemidos, gemidos relajados. Podía pillarles in fraganti. Avanzó muy despacito y se quedó petrificado al asomarse. Su mujer estaba tendida boca abajo, desnuda, con las piernas juntas, agarrada a los barrotes del cabecero y la cabeza ladeada en la almohada, con los ojos entrecerrados, concentrada, gimiendo despacito. Él estaba encima, pegado a ella, con el rostro hundido en sus cabellos, resoplando sobre ellos, elevando y bajando el culo muy lentamente, follándole el coño por la entrepierna, hundiéndola bajo el culete. El chico era más delgado y el culo de su mujer sobresalía por los lados de su cuerpo. Podía verle los cojones entre los muslos y cómo se le abría la raja al elevarlo. Follaban muy relajados y muy despacio. El chico apretaba fuerte el culo al bajar para pinchar. Su mujer estiraba el cuello lanzando un gemido. Él nunca le había hecho el amor con aquella postura.
Marcos se incorporó de repente asentando el culo sobre los muslos de su mujer y se la empezó a machacar velozmente. Su mujer continuaba con la cabeza en la almohada, ya con la respiración más concentrada. Empezó a salpicarle el culo, goterones por las nalgas que resbalaban formando finas hileras blancas. Algunos pegotes le caían en mitad de la raja.
Jose, consternado, no se atrevió y bajó de nuevo, con mucho dolor en el alma por los celos. ¿Cómo había podido liarse con aquel chico? Maldita sea, todo era por su culpa. Oyó unos pasos y se escondió en la despensa entrecerrando la puerta. Vio bajar a Marcos con el jersey puesto. La verga, como un trozo de chorizo, le colgaba hacia abajo y se balanceaba como un péndulo. Le vio de espaldas ante la silla y le miró el culo estrecho y fino. Jodido cabrón, se estaba tirando a su mujer, y tenía novia. Se puso el slip y los pantalones y se sentó para abrocharse los zapatos, después abrió la puerta y salió. Jose subió de nuevo y se asomó. Su mujer seguía en la misma postura y parecía dormida, reposando después de un buen polvo. Le miró el culo salpicado, con hileras por la curvatura de las nalgas. Se le veía la chocha entre las piernas, como dilatada, con un salivazo de semen en uno de los labios vaginales.
Bajó, no tenía agallas para afrontar en ese momento una situación tan embarazosa. Dio una vuelta por el parque, muy agobiado, y volvió a ver a Marcos, morreándose con su novia bajo un árbol. Maldito hijo de puta, sólo quería a su mujer para tirársela. No iba a permitírselo, estaba dispuesto a luchar por ella, su mujer seguro que se había dejado engatusar por aquel niñato al sentirse tan sola en aquella ciudad desconocida. La llamó al rato para decirle que iría a casa a comer. La acompañó al colegio a recoger los niños y trató de simular su indignación comportándose de una manera cariñosa, interpretando un papel. Acababa de follar con otro tío y allí estaba él, decorando la consternación con mimos y sonrisas. La notaba más arisca que de costumbre. Temía que la aventura fuera a más y se enamorara de aquel chico, que terminara dejándole, pidiéndole el divorcio, y eso no lo soportaría. Entraron en la cafetería a tomar unas cañas y allí estaban los tres chicos. Jodida casualidad. Mientras él iba hacia una mesa con los niños de la mano, ella fue al mostrador a saludarles. Vio cómo les besaba y cómo se reía con ellos, cómo el muy asqueroso le pasaba un brazo por la cintura y le daba a beber de su caña. Después fue hacia la mesa. Jose se hizo el fuerte y no quiso preguntarle ni reprocharle nada. Los chicos se fueron antes y ella les saludó con la mano. Aquel mocoso se había apoderado de su mujer.
Ese viernes por la tarde, prefirió no salir para no tener que reencontrase con él. Carlota tampoco dijo nada de llevar los niños al parque. Trató de ser un mimoso con ella, diciéndole lo que la quería, recordando viejos tiempos, aunque ella mostraba una actitud esquiva. Debía ser paciente, necesitaba tiempo para recuperar el terreno. Si se había liado con ese chico era porque se sentía sola y agobiada en aquella ciudad. Él la quería tanto que estaba dispuesto a perdonarle aquel desliz, sabía que la relación con aquel chico tan joven no conducía a ninguna parte.
Por la noche, Carlota se duchó y se puso un pijama blanco de raso, compuesto por una camisa abotonada y un pantalón suelto, con la melena recogida en una coleta. Jose quería abrazarla y besarla cuando se metieron en la cama, hacerle el amor, pero sabía que después de verla con otro no podría concentrarse, le fallaría como hombre, no se le pondría tiesa, y después de echar un polvo con otro sería una vergüenza. Tras darse el beso de las buenas noches, apagaron la luz y cada uno miró hacia un lado.
Carlota permanecía despierta, con los ojos abiertos, pensando en Marcos. A pesar de las marranadas que tenía que hacerle, a pesar de sentirse muy puta, deseaba estar con él. Se había encaprichado sexualmente de un chico al que le doblaba la edad. Esa tarde se había asomado varias veces por la ventana y le había visto con su novia. También por la terraza les había visto en la habitación, besándose, tocándose. Se moría de celos de que ella tuviera esa libertad con él. Era una niña mucho más mona y más guapa, pero seguro que no le hacía las cosas que le hacía ella. Llevaban toda la tarde juntos, ni siquiera le había mandado un mensaje.
Se levantó y se acercó a la cómoda. Comprobó el móvil y cogió el paquete. Jose, que también estaba despierto, la vio pasar hacia la terraza encendiéndose un cigarrillo. Como él, no podía dormir, seguro que le remordía la conciencia.
Se asomó y le vio con su novia, follando en la cama. Le dio mucha rabia. Permanecía encima de ella y apretaba el culo para metérsela por el chocho mientras se morreaban de manera pasional. Veía las manitas de Belén por su espalda. Los celos la mataban. Le daba caladas cortas y rápidas al cigarrillo. Vio que Marcos giraba la cabeza y miraba hacia ella. Apretó la marcha, corriéndose dentro del coño de su novia. Permanecieron unos minutos abrazados y besándose, después él se echó a un lado sentándose en la cama y cogió el móvil de la mesita de noche. Belén se colocó de lado echándose las sábanas por encima, como si fuera a dormirse. La miró por encima del hombro mientras tecleaba en su teléfono y al instante le vibró el móvil.
- le contestó.
Le vio levantarse y ponerse un slip blanco y una camiseta de manga larga. Después apagó la luz, dejó a su novia dormida. Era demasiado arriesgado, pero la propuesta la excitaba. Seguro que su marido no se enteraba. Jose la vio entrar de la terraza y sigilosamente la vio salir de la habitación.
Carlota bajó las escaleras todo lo silenciosamente que pudo. Iba descalza, en pijama, a la una y media de la madrugada. Abrió muy despacio la puerta de la calle y salió cerrando tras de sí. Marcos se encontraba ya en el recinto del porche, en calzoncillos, con la espalda apoyada en la pared, junto a un macetero para que no pudieran verles desde la calle. Carlota apagó el farol de la entrada, aunque había luna llena y dejaba bastante visibilidad. Se acercó a él.
- Chúpamela – le susurró.
Se acuclilló ante él y le bajó la delantera del slip elástico, desenfundado su verga tiesa y sus cojones redondos. Se la bajó hacia la cara y le dio un bocado, probando el sabor del coño de su novia. Aún la tenía húmeda, con babas de semen por el tronco mezcladas con flujo vaginal. Poseía un sabor avinagrado, recién salida del coño de Belén. Se la mamaba comiéndosela, aunque a veces se la sacudía sobre la lengua. Marcos le revolvía la melena con ambas manos, metiendo sus dedos entre los cabellos, mirando hacia arriba con los ojos entrecerrados.
Jose ladeó un poco la persiana del salón y les vio. Vio la mamada que le estaba haciendo. A ella la veía de espaldas y acuclillada, moviendo la cabeza mientras él le removía el cabello. Cómo podía hacer eso estando él en casa. Igual la obligaba a hacerlo. Podía oír la respiración acelerada de Marcos.
- Así, puta, cómetela toda…
La insultaba, seguro que se trataba de algún tipo de chantaje, no podía creerse que su mujer corriera aquellos riesgos. Carlota le mordisqueaba el tronco y sorbía del capullo, pasándole la lengua y arañándolo con los dientes. Ladeó un poco la cabeza y le chupó los huevos, le tiró del pellejo con los labios.
A Jose le temblaba todo el cuerpo como para atreverse a terminar con aquella horrorosa infamia. Vio que su mujer se levantaba y se giraba dándole la espalda a Marcos. Se bajó el pantalón del pijama un poco, junto con las bragas, lo justo para dejar su culazo al aire, y se echó ligeramente hacia delante, empinándolo hacia él. Marcos se agarró la verga y la bajó hacia su entrepierna, clavándosela en el chocho. Carlota resopló con las manos en las rodillas, echada hacia delante, con el culo en pompa. Apoyado en la pared, la agarró de las caderas y empezó a moverle el culo hacia delante y hacia atrás para follarla.
Ambos acezaban tratando de ahogar los gemidos. Marcos la movía, echaba su cuerpo hacia delante y empujaba de nuevo hacia él hasta pegarse el culo a la pelvis, asestándole clavadas. Jose podía ver cómo las tetas de su mujer bailaban dentro de la camisa. Era como un polvo rápido. Carlota cabeceaba para no gemir, echándose la melena a un lado. Marcos la movía cada vez más deprisa. Jose ya podía oír los chasquidos de cuando el culo de su mujer le golpeaba la pelvis. Aceleró y le dejó el culo pegado a la pelvis, removiéndose y exhalando con la boca muy abierta. Carlota se quitó algunos cabellos de la frente y miró hacia Marcos por encima del hombro. La había llenado, se había corrido bien dentro de su coño. Dio un pasito hacia delante y se irguió subiéndose el pijama, asentándose la melena con ambas manos. Marcos también se subió la delantera del slip. Jose regresó a la habitación y se echó en la cama para hacerse el dormido. Habían echado un polvo rápido, un desahogo.
Al ratito la vio entrar sin encender la luz. Entró en el baño, encendió la luz y entrecerró la puerta. Oyó un grifo. Jose se levantó y se asomó por la ranura. Estaba de espaldas junto al bidé, sin el pantalón del pijama ni las bragas. Se curvó para tocar el agua del grifo y entonces le vio todo el chocho manchado de semen viscoso. Tenía la rajita inundada de la baba blanquinosa. Hijo de perra, jodido cabrón. Volvió a la cama, adoptando la misma posición. Estaba enloqueciendo. Debía hablar con ella. Como marido, no podía permitir lo que estaba sucediendo. La sintió tumbarse a su lado. No se atrevía a decirle nada, debía recapacitar y medir bien las palabras.
El sábado por la mañana desayunaron juntos y no salieron, ella se dedicó a preparar la casa y él tuvo que entretener a los niños. La miraba, daba la impresión de que todo era normal, sin embargo era un cornudo. Almorzaron y ella se echó a la siesta en el sofá mientras Jose deambulaba de un lado para otro, buscando el momento oportuno para hablar con ella.
Por la tarde se encontraban sentados en el mismo sofá, ella cosiendo unos pantalones y él sólo miraba hacia la tele. Los niños jugaban en el patio. Parecía un buen momento. Estaba muy nervioso, casi le temblaban las manos. La miró. Ella le miró a él.
- ¿Qué?
- Sé que te estás viendo con él – le dijo con una voz temblorosa que entreveía sus celos.
Le notó la inquietud en los ojos.
- ¿Con quién?
- Con Marcos, el vecino.
- Sí, nos vemos, a veces en el parque, somos vecinos.
- Sé que viene a verte a casa.
Le notó el sonrojo en los pómulos.
- Sí, somos amigos, a veces ha venido a por la llave y nos hemos tomado un café, hemos charlado y eso. ¿Te molesta?
- ¿Eh? No, no, lo que pasa es que…
- Tendremos que conocer gente, ¿no? – le cortó ella con cierto tono de indignación -. ¿O aquí en esta jodida ciudad donde he tenido que venir a vivirme nadie puede conocer a nadie?
- Si ya lo sé, cariño, es que…
- A ver si ya no voy a poder hablar con nadie… ¿Has interrogado a los niños? ¿estás insinuando algo, Jose?
- ¿Qué? No, yo no…
Tiró la costura y se levantó precipitadamente dejándole solo en el sofá. Maldita sea, le faltaban agallas para hablarle con propiedad. Era mejor no empeorar más las cosas, igual ahora que le había expresado sus sospechas, tal vez dejaban la relación. Estuvo muy arisca el resto del tiempo, comportándose con él de una forma muy despectiva, sin apenas dirigirle la palabra, sin querer salir de casa para nada. Pero ni el sábado por la noche ni en todo el domingo quedó con él. Igual, a pesar de la indignación que demostraba, había conseguido hacerla recapacitar.
El lunes no coincidieron con ellos al salir de casa. Pero Jose se fue al trabajo con el temor navegando en su mente. En la oficina no lograba concentrarse imaginándoselos juntos, aprovechando su ausencia, liados, era pensamientos horribles. Y su jefe no paraba de echarle broncas de manera incansable. Tuvo que deshacerse el nudo de la corbata. Tenía que ir a comprobarlo, asegurarse que no estaban juntos, asegurarse de que airear las sospechas había surtido efecto.
Le dijo a su compañero que salía a hacer una visita y que tardaría un buen rato. Se desplazó al barrio. Abrió la puerta de la calle de golpe, sin miedo a sorprenderles. Reinaba el silencio, pero enseguida vio la ropa de Marcos encima de la silla y unas bragas tiradas en el primer escalón. Cerró los ojos, hundido, sin fuerzas, con temblor en las piernas. Jamás había sentido tanta rabia. Entonces oyó los gritos de Marcos.
- ¡Vamos, perra, chupa y mueve el culo!
Y oía una sucesión de palmadas y una serie de quejidos de su mujer.
- Muy bien, perrita, así… Así… Ah… Ah… Ah…
Apretó los puños y se dirigió hacia las escaleras, subiendo con firmeza, aunque con los nervios provocándole un sudor frío. Debía armarse de valor. No podía continuar inmerso en aquella infamia.
- Mueve el culito…Mueve el culito… Así, perrita, así… Despacito… Ohhhh…
Torció hacia el pasillo y avanzó. Tenían la luz encendida y la puerta medio cerrada. Sólo jadeaba él, como de manera desesperada. Se plantó ante la abertura y les vio en la cama, esta vez hacia los pies, mirando hacia la puerta. Su mujer se encontraba arrodillada y curvada hacia delante, como una gatita, con las manos maniatadas a la espalda con una corbata. Sus tetas reposaban medio aplastadas contra el colchón. Y lamía un espejo, pasaba la lengua lamiéndose su propia imagen, derramando saliva. Tras su enorme culo se encontraba Marcos, arrodillado, sujetándola por las caderas, follándola con duras y constantes embestidas que le provocaba vibraciones en las nalgas de su mujer. De él sólo veía su torso y su cara de gusto.
- Ohhhhhh – jadeó con los ojos entrecerrados, reduciendo la marcha, corriéndose -. Ufff…
Carlota elevó un poco la cara del espejo. Unas babas le colgaban de la barbilla y goteaban sobre el cristal baboseado. Marcos se removía despacito, como escurriéndose antes de sacarla.
Le dio tanta rabia que empujó la puerta de golpe, quedándose plantado ante ellos. Marcos fue el primero en darse cuenta. Abrió los ojos atemorizado.
- ¡Tu marido!
Dio un salto de la cama tapándose la verga con ambas manos, sin saber hacia adonde ir. Carlota se irguió tratando de liberar sus manos a la espalda, con sus tetas danzando por el brusco movimiento. Todavía le colgaba una baba de la barbilla.
- ¡Jose!
Bajó de la cama pasito a pasito, aun con las manos anudadas a la espalda con la corbata, y consiguió liberarlas. Le vio el vello del coño salpicado de gotitas de leche y al volverse para echarse una bata por encima le vio las nalgas enrojecidas por los azotes, con señales de palmadas. Se puso la bata y se la abrochó, limpiándose la boca con el dorso de la mano, y se volvió hacia él. Jose les miraba bajo el arco de la puerta. El chico estaba atemorizado, encogido con las manos tapándose el paquete.
- Jose, deja que se vaya, él no tiene la culpa.
Miró al joven.
- Vete de mi casa y aléjate de mi familia.
- Se lo juro…
Se echó a un lado y le dejó pasar. Le miró caminando precipitadamente por el pasillo, con su culito estrecho, blanco y juvenil. Después se volvió hacia su mujer. Carlota se giró hacia la cómoda y se encendió un cigarrillo, alisándose la melena con una mano. Le temblaba el pulso. Jose miró de nuevo el espejo, con charquitos de saliva espumosa, y distinguió manchones de semen por las sábanas, con la corbata tirada en el suelo.
- Lo siento – le dijo ella sin mirarle.
- ¿Qué lo sientes, Carlota? ¿Cómo has podido hacerme esto? Tú sabes lo que yo te quiero…
- Yo también te quiero.
- ¿Entonces? – lloriqueó abriendo los brazos - ¿Qué significa esto?
- Nos gustamos, ¿vale? Y una cosa llevó a la otra…
- No te conozco, Carlota. Con ese chico.
- Empezamos a vernos, yo me sentía sola, estaba muy agobiada y él me daba compañía. Tú estás y no estás, estás siempre con lo mismo, Jose, yo así no podía seguir…
Caminó hacia la cama, desfallecido, y se sentó en el borde.
- Carlota, no puedes hacerte una idea de lo que siento ahora mismo. Sólo teníamos una mala racha.
- Lo siento. Sé que está muy mal lo que he hecho, pero me sentía muy sola, Jose, muy, muy sola. Tú lo sabes, ¿desde cuándo no hacíamos el amor? Respóndete a ti mismo. Pensé que ya no me querías, que ya no te gustaba. Sólo tu trabajo, ya está. Últimamente, yo no pintaba nada en tu vida. Me sentía como un cero a la izquierda. No te preocupes, ¿vale? Sólo ha sido sexo, nada más. Yo te quiero, Jose, a pesar de lo mal que me sentía, de lo sola que me sentía, yo seguía queriéndote, buscando tus besos, tus caricias, pero siempre estabas agobiado con el trabajo -. Se acercó y se sentó a su lado. Levantó la mano y se la pasó por encima de la cabeza -. Espero que sepas perdonarme. Entiendo cómo te sientes y comprendería que quisieras terminar con lo nuestro. Me avergüenzo de lo que has visto y de lo que he hecho con ese chico. Cometí un error y luego ya no supe parar. Me obligaba a hacer cosas, ¿me entiendes? No supe parar. Pero yo te quiero, te quiero como siempre. Perdóname, Jose -. Le levantó la cara obligándole a mirarla -. ¿Podrás perdonarme?
Jose se fundió en un abrazo con ella. En el fondo, llevaba razón, todo había sido por su culpa.
Marcos abandonó la casa de estudiantes y se fue a otro barrio a vivir con su novia para evitar un escándalo, para evitar que se enterara Belén o sus padres del lío sexual con una mujer madura. Jose y Carlota decidieron zanjar el asunto y no hablar más del tema, olvidar el desliz, ella le prometió que jamás le engañaría y él le propuso empezar de cero, allí, en aquella ciudad. Consiguió hacerle el amor, a pesar de que las imágenes invadían su mente, pero todo era cuestión de tiempo. La había recuperado.
Por las mañanas, Carlota pensaba en Marcos, se excitaba reviviendo las escenas y a veces se masturbaba. Le echaba de menos, aquel chico la había hecho sentirse muy puta y aquella sensación agrandaba su ninfomanía. A veces le entraban ganas de llamarle o enviarle un mensaje, o ir a la universidad para propiciar un reencuentro, pero desechaba la idea, quizás era lo mejor. Con el tiempo, se le terminaría pasando la calentura. Cuando follaba con su marido, se imaginaba que follaba con Marcos. Pensaba mucho en él. A veces iba al parque con los niños con la esperanza de verle, pero nada. Se asomaba por la ventana por si iba a ver a sus colegas, pero tampoco.
Una mañana de diario, después de dejar los niños en el cole, se arregló para salir de comprar. Le apetecía despejarse. Se puso un vestidito muy mono de color negro, de líneas sencillas y femeninas, un vestido corto de punto con detalles de tachuelas en sisas y hombros, con bajo de corte recto para estilizar su silueta, con escote alto en la línea del cuello. Se arregló la melena al viento, con pendientes de aros, muy maquillada, se puso unas medias negras muy transparentes y zapatos de tacón morados, a juego con un collar. Iba guapísima y estilosa.
Jose la llamó para decirle que no podría ir a comer, que le habían puesto una reunión para esa tarde, pero que volvería temprano. Estuvo de tiendas y compró algo de ropa a los niños. Regresó a casa paseando. Iba a entrar en su casa cuando vio llegar a Quique y a Sancho, el gordito pelirrojo y el alto raquítico, los compañeros de Marcos. Aún vivían en la casa. Llevaban libros bajo el brazo, como si vinieran de la universidad. Se pararon a saludarla. Les dio dos besos a cada uno en las mejillas y les dejó la señal del pintalabios. Al besarles, olió su fragancia a macho, le recordó a Marcos.
- Qué guapísima, Carlota – le dijo Sancho, el alto -. Las mujeres de tu edad se morirán de envidia.
- Gracias por el cumplido, majo, pero no soy tan vieja, ¿eh? ¿De dónde venís?
- De la biblioteca.
El gordito era más callado y Carlota se percató de cómo la miraba. Se excitó a pesar del aspecto repelente, bajo y gordito, pelirrojo, con barba rojiza de tres días.
- Yo vengo de comprarle ropa a los niños.
- ¿Y tu marido?
- Trabajando. ¿Ya os vais a casa?
- Sí, ya no tenemos clase.
Carlota tragó saliva.
- ¿Queréis pasar y tomar algo?
- Sí, estupendo – contestó Sancho, casi de su misma altura.
- Vale – añadió Quique.
Les hizo pasar hacia el salón y les invitó a sentarse. El gordito tomó asiento en el centro del sofá y Sancho permaneció de pie. La presencia de los chicos y sus miradas acrecentaban el morbo que recorría las entrañas de Carlota. Se inclinaba para soltar las bolsas y les empinaba el culo, como excitándoles. La prenda se le subía unos centímetros y las bandas de encaje de las medias negras transparentes asomaban a la vista de los dos chicos, que no dejaban de mirarse. Con los tacones, exhibiendo la silueta, iba y venía. Se respiraba lujuria en el ambiente. Les trajo unas cervezas y unos platos de aperitivos. Se mantuvo de pie al lado de Sancho, a su lado izquierdo, ante el gordito, que permanecía sentado, devorándola con la mirada.
- ¿Y Marcos? ¿Qué tal le va? Vive con Belén, ¿no?
- Tuvo que marcharse, tú lo sabes mejor que nadie, estabais liados, ¿no?
Carlota sonrió un tanto ruborizada.
- Bueno sí, supongo que lo sabéis. Teníamos una aventura.
- Os pilló tu marido, ¿no?
- Sí, qué vergüenza, ahí, nos pilló en acción – les sonrió mirando a uno y a otro.
- Qué putona, le has puesto los cuernos – le encajó Sancho.
- Sí, así es.
- Eres una putona, ¿no?
Volvió a sonreírle mirándole a los ojos, sonrojada, consciente de que sabían que estaba cachonda.
- Por lo mal que me he portado con mi marido, pues sí, soy una putona.
- Ha sido muy mala, pero me gustan las putonas como tú. ¿Te gusta ser puta?
- Ahí, Sancho, vaya pregunta que me haces -. Le dijo haciéndose la tontona -. ¿Qué quieres que te responda? A veces sí me he sentido muy puta por engañar a mi marido, qué te voy a decir.
- Me gusta que seas tan puta -. El pelirrojo sólo observaba desde el sofá. Carlota miró hacia él y descaradamente se pellizcó en la zona de la bragueta.
Dirigió la mirada de nuevo hacia Sancho.
- Ya veo que os ha contado, ¿no?
- Sí, nos dijo que eras muy puta – le dijo el pelirrojo desde el sofá.
- A ver, ha sido una aventura, surgió y nos gustamos, ¿entendéis?
- ¿Follabais mucho? – le preguntó Sancho.
- ¿Tú qué crees? A ver… - le retó ella -. Dos amantes no creo que vayan al cine.
- ¿Te gustan los jovencitos como nosotros?
- Bueno, tienen su morbo – sonrió -. Pero no se trata de eso, surgió, ya está.
- ¿Pensabas en tu marido cuando follabas con él? – continuó Sancho.
- No contestaré sin la presencia de mi abogado – bromeó mirándoles.
- Anda, contesta – le exigió el gordito.
- No sé, a veces sí, a veces me arrepentía de lo que estaba haciendo.
- ¿Se la mamabas?
- Bueno, hacíamos un poco de todo, ¿no? Lo típico de los amantes, jajaja…
- Pero, ¿se la mamabas? – insistió Sancho.
- Sí, a veces me lo pedía.
- ¿Y te daba por el culo?
- Sí, también le gustaba.
- ¿Y a ti, te gustaba? – insistió Sancho.
- Yo nunca había tenido una penetración anal y al principio como todo, una sensación rara.
- ¿No te da por el culo tu marido?
- No. Vaya interrogatorio. ¿Queréis otra cerveza?
- Tráela, putona.
- Qué malo eres, Sancho.
Les cogió los botellines vacíos y se dirigió a la cocina, exhibiendo el contoneo de su trasero. Estaba muy excitada con el morbo que le proporcionaban los chicos, aunque era consciente del riesgo que estaba corriendo. Descolgó el móvil y marcó a la oficina. Le preguntó al compañero de su marido si estaba en la oficina y le dijo que estaba reunido con unos clientes, que le llamara más tarde. Sabía que estaba haciendo mal, pero eran sensaciones inevitables. Les llevó otro botellín. Se encontraban los dos de pie.
- ¿Y le chupabas el culo? – le preguntó Quique.
Sancho le pasó un brazo por la cintura y la achuchó contra él.
- Anda, putona, ¿se lo chupabas?
- No, eso no.
- ¿No le chupas el culo a tu marido? – insistió Quique.
- No, nunca me ha pedido algo así.
- ¿Y le has chupado el culo a un hombre alguna vez? – continuó Sancho, apretándola más contra su costado.
- Me gusta probar cosas, pero eso nunca lo he hecho.
- ¿Te gustaría probarlo?
- Bueno, no sé, nunca había pensado en eso – le dijo mirándole a los ojos.
- ¿Te gustaría chuparnos el culo? ¿Eh, guapa?
- ¿A vosotros? Ay, Sancho, me da corte…
- Venga, así lo pruebas, putona, anímate, ¿eh? Verás cómo te gusta…
- Bueno, pero no digáis nada, ¿vale?
- Tú tranquila, guapetona – le dijo Sancho retirando el brazo de su cintura.
- ¿A los dos?
- Claro, a los dos. ¿Por qué no te pones cómoda y te quitas el vestidito?
- Está bien, ¿puedes desabrocharme la corredera?
- Claro, preciosa.
Mirando hacia el gordito, Sancho se colocó tras ella, le apartó la melena a un lado y le bajó la corredera hasta la cintura, entonces el vestidito cayó a sus pies. Llevaba un conjunto de bragas y sujetador de color rojo brillante. Las medias con los encajes y los tacones le otorgaban un aspecto de prostituta. Se ruborizó.
- Ummm, braguitas rojas, qué guapa – le dijo Sancho -. Voy a quitarte el sujetador, de acuerdo.
- Vale.
Le quitó el broche y el sostén cayó al suelo, le dejó sus pechos gordos y redondos expuestos a las miradas de los dos chicos. Sancho le atizó una palmadita en el culo.
- Anda, putona, ahí tienes a Quique.
- Qué corte.
Dio unos pasos hacia Quique con sus pechos meciéndose, en braguitas y medias ante ellos, aún vestidos. El pelirrojo se quitó las botas pisándoselas y se volvió hacia la mesa-comedor, junto a la pared. Se curvó ligeramente hacia delante hasta apoyar las manos en la superficie y Carlota se arrodilló tras él. Vio que Sancho empezaba a desabrocharse el pantalón. Alzó las manitas y le sujetó el pantalón del chándal por los laterales. Se los fue bajando poco a poco hasta los tobillos, hasta sacárselos, dejándolo desnudo de cintura para abajo. Sáncho se había quitado la camiseta y mostraba su torso raquítico, sin vello.
Se irguió hacia el culo de Quique. Tenía un culo gordito de nalgas blancas y blanditas, con algunos pelillos pelirrojos por la piel y una raja muy cerrada donde sobresalía algo de vello. Unos huevos gordos le colgaban entre los muslos. Alzó las manos y le plantó una en cada nalga, acariciándolas con mucha suavidad. Sus manitas finas y con las uñitas pintadas, destacaban en aquella piel vasta. Se las acarició con la palma y acercó la boca, estampándole un besito en mitad de la raja, dejándole la señal del beso por el carmín. Le metió la nariz en la raja y se lo olisqueó, exhalando después con excitación. Con la nariz dentro, oliéndoselo, le estampaba pequeños besitos en la parte de abajo de la raja. Estaba disfrutando. Miraba de reojo hacia Sancho. Ya estaba desnudo. Era excesivamente flaco, con una verga fina y muy larga y pelotitas pequeñas.
- ¿Te gusta, putona? – le preguntó mirándola con la cara pegada al culo de su amigo, oliéndoselo.
- Sí – respondió deslizando las palmas por las nalgas.
Sin abrirle la raja, trató de meterle la boca junto con la nariz y sacó la lengua, acariciándole el ano con la punta, sin dejar de acariciarle el culo. Notaba pelillos. Notaba los esfínteres arrugados. Qué rico, qué blandito. Movía la cara con la boca incrustada en la raja.
Apartó la cara. Sancho se había colocado como Quique, paralelo a él. Carlota dio un paso lateral y Sancho echó los brazos hacia atrás, abriéndose la raja, ofreciéndole su pequeño ano de un tono marrón oscuro, sin apenas vello, salvo unos pelillos largos. Directamente acercó la boca y le pasó la lengua por encima.
- Ou, cabrona, qué gusto… Otra vez…
Volvió a pasarle la lengua por encima dos veces más. Después, con los labios fruncidos, los pegó al orificio y sorbió, como si pudiera extraer algo. Apartó la cara y se inclinó hacia el culo de Quique, besándole con fuerza la nalga, estirando el cuello para llegar con la punta dentro de la raja. De nuevo dirigió la cara al culo de Sancho y le pasó la lengua acariciadoramente varias veces, hasta estamparle un besito.
Dio un paso lateral y le abrió la raja a Quique. Qué culo tan blandito y tan rico. Pegó la cara pegándole la lengua encima. Le oía resoplar de gusto. Apartó la cara y la acercó de nuevo pegando la punta de la nariz, queriendo clavársela. Se apartó otra vez y le lamió las nalgas, las dos, a modo de perrita, luego se inclinó y le pasó la lengua a la nalga izquierda de Sancho, más huesuda y más fina. Los chicos la miraban arrodillada tras ellos.
- ¿Te gusta, putona? – le preguntó Sancho.
- Sí.
Se concentró en el culo pelirrojo de Quique. Qué rico estaba, qué blandito. Empezó a besarle el ano, a acariciárselo con la punta, con la cara metida en la raja. Apartó la cara para tomar aire. Sancho se había girado hacia ella. Le colocó una mano en la cabeza y se la acercó para que se la mamara.
- Chupa, putona…
Quique también se volvió y le ofreció su verga, más gorda y morcillona que la de Sancho. Allí se encontraba, arrodillada sumisamente ante los dos en el salón de su casa. Le daba un bocado a una verga y después ladeaba la cabeza hacia la otra. Se las comía con ansia. La de Quique apenas le cabía en la boca y Sancho trataba de meterle la suya también, lo que le provocaba vómitos de babas sobre las tetas. Empezó a besarle los huevos blanditos a Quique, dándole tirones con los labios, y después se giró para pasarle la lengua a los duritos de Sancho. Qué manjar. Ellos le revolvían el cabello y se sacudían las pollas sobre su cara, sobre su lengua, sobre su melena. Qué pollas más ricas. Ella misma las juntaba para boquear sobre los dos capullos. Las babas le colgaban de la boca.
El coño le ardía y apenas podía aguantarse. Bajó las dos manos y se las metió dentro de las bragas agitándose el coño con ambas y exhalando sobre las pollas. Ellos empuñaron cada uno las suyas, cascándosela sobre su cara, procurando rozarlas por sus mejillas y por su boca. Se masturbaban los tres mirándose unos a otros, ella arrodillada y con ambas manos agitándose dentro de las bragas, por donde asomaban los pelos del coño.
- Echa la cabecita hacia tras – le pidió Sancho.
Echó la cabeza hacia atrás todo lo que pudo, con la melena colgándole sobre la espalda, mirando hacia el techo. Seguía con las manos dentro de las bragas y con las tetas manchadas de babas. Sancho le colocó la palma de la mano en la frente para sujetarle la cabeza. Acercaron sus pollas y cada uno le metió la punta en un orificio de la nariz, taponándoselos con los capullos. Notaba el tronco de las vergas por encima de sus labios y la blandura de sus huevos en la barbilla. Y se pusieron a empujar follándole la nariz.
- Ya nos dijo Marcos lo que te gustaba, puta…
Se puso a gemir como una gatita, exhalando sobre el dorso de las vergas. Le estiraban los orificios intentando meterle la punta de las vergas. Percibía el cosquilleo sobre el tabique nasal y cómo le deformaban la nariz con los empujones, con tirones hacia arriba, sólo pudiendo respirar por la boca, sin parar de gemir. Los huevos le rebotaban en la barbilla. Movía las pupilas hacia uno y hacia otro. Sancho le mantenía la mano en la frente y ella se agitaba el coño revolviéndose con los dedos de ambas manos. Su cara se enrojecía al tener la nariz taponada. Gemía sobre las pollas como una gatita sintiendo cómo le hurgaban en la nariz, como cuando uno se mete el dedo. Quique le pinchaba con fuerza y cada vez más aceleradamente. Sancho se la agitaba con la punta de su verga pegada al otro orificio. Ella desprendía jadeos con las pupilas en movimiento. Frunció el entrecejo al notar cómo la polla de Quique le chorreaba dentro de la nariz. Notó que respiraba líquido y que se le pasaba a la garganta. Carraspeó, ahora con las manos quietas dentro de las bragas. Sancho le dejó bien taponado el otro orificio y también derramó leche espesa dentro, aunque con menos fuerza. Los dos jadeaban con las vergas hurgando en los orificios de su nariz. Dieron un paso atrás y enseguida le chorreó leche espesa por los orificios hacia los labios, como si sangrara, pero de color blanco, como si fueran mocos. Al retirarle la mano de la frente, Carlota miró hacia abajo y los dos mocos de leche se le quedaron colgando de la nariz, balanceándose hasta que cayeron al suelo. Notaba una sensación en la frente, parte del semen se le había pasado a la garganta al respirar. Escupió y carraspeó, expulsando aire por la nariz. Se pasó el dorso de la mano para limpiarse y se levantó. Los dos chicos la flanqueaban.
- Qué sensación – les sonrió.
Ambos le pasaron un brazo por la cintura, quedando los tres abrazados, con ella en medio. Sus pechos reposaban contra los pectorales de los dos. Sancho le estampó un besito en los labios y después ella volvió la cabeza y Quique la besó también.
- ¿Te ha gustado, putona?
- Sí. Ha sido muy fuerte… Tengo que ir al baño…
- ¿Para qué? – le preguntó Sancho.
- Tengo que hacer pis.
- Queremos mear contigo. Sabemos que te gusta cuando te mean el coño.
- Yo creo que Marcos se ha ido demasiado de la lengua.
- Vamos contigo, putona.
Los tres abrazados, ellos con las vergas al aire y ella en bragas, subieron las escaleras. Giraba la cabeza hacia uno y se daban un beso y después hacia el otro y lo mismo. Las tetas le botaban. Caminaron por el pasillo e irrumpieron en el baño.
- Quítate las bragas – le ordenó Quique, acariciándose su verga aún erecta.
- Vale. Me siento en la taza, ¿de acuerdo?
- Estupendo, putona.
Se bajó las bragas hasta quitárselas, quedándose únicamente con las medias y los tazones. Le pasaban la mano por el culo y la espalda, manoseándola. Abrió la taza y se sentó, reclinándose sobre la cisterna. Les miró mordiéndose el labio, como si fuera una avalancha de placer imparable. Separó las piernas, exponiendo su chochito abierto. Los dos se colocaron frente a ella, uno en cada rodilla, se agarraron las vergas y apuntaron. Antes de que pasara nada, Carlota ya emitía gemidos y removía ligeramente la cadera, como si sólo pensar lo que iba a pasarle le pusiera muy cachonda. De su chocho empezó a caer hacia el fondo un débil chorrito de pis. Al instante empezaron a mearla, dos gruesos chorros amarillentos le cayeron sobre el vello empapándole toda la chocha, salpicando hacia sus piernas y su bajo vientre.
La meada le producía un placer devastador y meneaba la cadera casi gimiendo con alaridos.
- Au…. Au… Ahhhhh…
- Hija puta, cómo le gusta… Mira cómo se retuerce la muy marrana.
Apuntaban justo al chocho, desde donde numerosas hileras caían hacia el fondo. Gemía retorciéndose de placer, hasta que tuvo que tocarse con la mano derecha, con los chorros cayéndole en el dorso. Le dejaron el coño y la mano empapada, así como numerosas salpicaduras por las medias y el vientre. Respiraba más relajada, aunque pasándose la mano por encima del coño mojado.
- Cómo me ponéis… - dijo ella.
Sancho recogió las bragas del suelo y se las entregó.
- Límpiate, guarra, y vamos a tu cama.
- De acuerdo.
Delante de ellos, trató de secarse el coño con las bragas, pasándose la prenda por el vientre y las ingles. Cortó trozos de papel higiénico para limpiarse los muslos y las medias. Ellos la miraban. Se levantó y les acompañó a su habitación. Se giró hacia ellos. Quique se adelantó a su amigo.
- Túmbate, échate hacia atrás…
Se sentó en el borde y se echó hacia atrás. Los pechos tendían a caérseles hacia los lados. Quique le abrió más las piernas y se le echó encima, removiéndose, hasta que logró meterle la verga en el chocho. Qué sensación sentir aquella verga tan gorda. Qué gusto follar con aquel gordito pelirrojo. Le gustaba más que Sancho. Nada más acercar su rostro al suyo, vertiéndose los alientos, Carlota le plantó las manitas en su culo blandito, apretándole las nalgas para que la follara. Quique empezó a removerse y ella se puso a gemir como una loca.
- Ahhh… Ahhh… Ahhh…
Estiraba el cuello y cabeceaba en la colcha. Sancho les observaba rodeando la cama. Ella le arreaba dándole palmaditas en el culo, para que le diera más fuerte. Quique le aplastaba las tetas con su tórax. Se movía ágilmente dilatándole el coño. Carlota gemía como una perra. Aceleró y notó cómo se corría, cómo la llenaba por dentro. Se puso a acariciarle el culo deslizando sus palmas por las nalgas, buscando una pizca de relajación, hasta que Quique estiró los brazos retirándose.
Le tocaba el turno a Sancho. Se colocó ante ella y como Quique, se le echó encima. Pesaba mucho menos y su cuerpo era todo hueso. Directamente, al echarse se puso a morrearla, al tiempo que le clavaba su polla fina y larga. Y empezó a moverse. Ella se abrazó a su cuello y elevó las piernas para cruzarlas en su espalda, para que se la entrara con el coño más abierto. Gemía escandalosamente mirando hacia Quique por encima del hombro de Sancho. Dio un acelerón y se detuvo con el culo contraído. Ambos respiraron relajados y nada más incorporarse, el coño se desbordó, comenzó a fluir leche hacia la raja del culo. Lo tenía lleno. Ellos acezaban reventados del esfuerzo, reventados por las dos corridas.
Tras emplear unos segundos en relajarse, finalmente se incorporó, quedando sentada en el borde.
- No te dejaremos preñada, ¿no? – se preocupó Sancho.
- Tomo la píldora.
- Estás llenita, ¿eh, putona?
Se miró el coño. Manaba leche en abundancia empapando las sábanas.
- Tenéis que iros, tengo que recoger los niños.
Ambos se acercaron a ella y le acariciaron la cara.
- Cuando tengas hambre, ya sabes. Las putas como tú necesitan follar.
- Sí, claro – les sonrió.
Cuando los chicos se vistieron y se fueron, se dio una ducha y limpió un poco el rastro de la lujuria. Se daba miedo a sí misma, estaba asustada con aquel comportamiento, era consciente de que se había convertido en una ninfómana con la aventura que había tenido con Marcos. Acababa de follar en su propia casa con otros dos jóvenes, después de que su marido la hubiese pillado con otro. Estaba enloqueciendo, se sentía una enferma, una adicta al sexo, sólo deseaba sentirse puta y por ello se sometía a cualquier tipo de exigencia. Tenía sabor a culo y a polla. Ella no era así. Recogió a los niños en el cole y ni siquiera comió, se tumbó en el sofá con mal cuerpo. No sabía qué le estaba pasando. Necesitaba ayuda, necesitaba la ayuda de un profesional, necesitaba curar aquellas sensaciones lascivas, luchar por recuperar su dignidad, no podía ir por ahí chupándoles el culo a dos jóvenes estudiantes o dejar que le follaran la nariz. Buscó en internet y encontró una psicóloga experta en adicción al sexo, con terapias cada quince días hasta superar el trauma. Telefoneó y concertó una cita para el día siguiente a las once de la mañana, tenía la consulta en el centro y ofrecían discreción y anonimato. Le dijo a la especialista que prefería no contarle nada a su marido y le narró sin detalles sus aventuras sexuales a raíz de su relación con Marcos. La mujer le dijo que podría ayudarla, que las terapias le vendrían bien y que sólo atendía a mujeres con ese problema.
Pasó la tarde con su marido y los niños sin salir de casa y simuló su angustia como pudo, aunque le venía el sabor de los culos y de las pollas, el gusto de los dos polvos que le habían echado, aunque resistió y no llegó a masturbarse.
A la mañana siguiente, su marido la acompañó al colegio y desayunó con ella cerca de casa. Jose lo llevaba algo mejor, se comportaba de manera más mimosa con ella, como esforzándose en olvidar lo sucedido, confiado en que las cosas volvían a su cauce. Le dijo que tenía un día ajetreado y que lo más probable es que no fuera a comer a casa. Como siempre, le habló del acoso del jefe, con sus amenazas y exigencias. En cuanto Jose se fue al banco, entró en casa a vestirse.
Se vistió de manera espectacular, consciente de que con su madurez dejaría a más de uno embobado. Pero la mirada de los hombres la excitaban. Por eso necesitaba curarse. Se engominó la melena castaña peinándose hacia atrás y enrollándose la coleta en un moño. Se puso sus medias negras semitransparentes y un tanguita negro a juego, con zapatos de tacón aguja para realzar la silueta. Y luego un vestidito de lana ajustado y cortito, blanco con bandas horizontales azules, muy marinero, con escote abierto y redondeado. Y después un abrigo de visón largo, desabrochado.
Oyó más de un piropo y a más de uno se le cayó la baba al verla pasar. Iba excesivamente glamurosa con el vestido ajustado y cortito bajo el abrigo abierto. Fue en autobús hasta el centro. Los hombres la miraban y ella se excitaba. La consulta estaba cerca de la sede del banco donde trabajaba su marido, así es que se acercó para sacar dinero del cajero. No sabía cuánto podía costarle la consulta. Telefoneó a Jose para asegurarse de que no estaba por allí y, al colgar con él, el jefe de su marido, don Aurelio, salía en ese momento de la sede. Iba enchaquetado con un traje marrón, camisa celeste y corbata amarilla. Era de mediana estatura, con el pelo rizado y una densa barba le cubría la cara. Tenía un poco de barriga, dura y curvada, con piernas y brazos gruesos. Ya rozaba los sesenta y cinco años. La gente estaba deseando que se jubilara, era un cabrón implacable al que no le temblaba el pulso, con malos modos a la hora de tratar a sus subordinados.
- ¡Don Aurelio!
Se paró de repente y se le notó la sorpresa al verla tan elegantísima, con aquel vestidito ajustado y cortito debajo del abrigo de visón, luciendo sus largas piernas con las medias negras semitransparentes.
- Hola, Carlota, qué sorpresa, ¿qué haces por aquí?
- Nada, de compras.
Se dieron unos besitos en las mejillas. Pudo olerla, pudo rozarla.
- Hace un momento he hablado con tu marido.
- ¿Sí? Pues yo he estado viéndole ropa a los niños y al final nada. Ya me iba.
- ¿Quieres un café? Iba a desayunar.
- Vale, de acuerdo – le dijo muy dispuesta.
Fueron paseando uno al lado del otro y charlando. Carlota le superaba en altura. No pegaban, una mujer como ella, con cuarenta añitos y tan glamurosa, engominada, junto a un tipo tan viejo como don Aurelio, con aquellos pelos y aquella barba tan negra.
Entraron en una cafetería y fueron a la barra. Carlota se sentó en un taburete y cruzó las piernas hacia él, con el abrigo caído hacia los lados. A don Aurelio se le iban los ojos hacia las piernas y Carlota se percataba de esas miradas. Pidieron unos cafés y charlaron amigablemente durante un buen rato. Ella bromeó acerca del acoso psicológico al que sometía a su marido.
- El muy cabrón es un poco zángano. Hay que espabilarle, darle con el látigo.
- No sea tan duro con él, don Aurelio. Que se lo carga, que llega a casa hecho un flan.
- Es un blando, coño. El hijo puta se tira todo el día tocándose los cojones.
- Es que se agobia por nada, don Aurelio.
Hablaron un ratito más. Carlota estaba excitada por el solo hecho de tontear con un hombre, aunque ese hombre fuera mucho mayor que ella, repugnante y jefe de su marido. La hora de la consulta ya se le había pasado. El jefe pagó la cuenta y salieron fuera. Se encendió un pitillo y empezaron a despedirse. Llevaban más de media hora juntos.
- Bueno, don Aurelio, pues me alegro de haberle visto.
- Te acompaño al coche mientras me fumo el cigarrillo.
- Cogeré un taxi, don Aurelio.
- No, mujer, yo te acerco.
- No se moleste, por favor.
- No es molestia. Yo te acerco. Tengo que hacer una visita y no me importa pasar por allí.
- Como usted quiera.
Caminaron paseando hasta el lujoso Mercedes del jefe, intimando un poco más. Antes de montarse, se quitó el abrigo de visón y lo tendió en los asientos traseros, luego se montó al lado de él y cruzó eróticamente las piernas. El jefe la miró al arrancar. Qué muslo, al tener la pierna montada, la banda de la media asomaba por la base del vestido. Y la forma de los pechos, qué curvas, con la ranura visible en el escote. Durante el trayecto fueron hablando, pero al jefe se le iban los ojos, sobre todo hacia la banda de la media, hacia sus piernas, transparentes por las finas medias que llevaba. Iba empalmado. La muy puta se la tenía tiesa y encima parecía ingenuamente tontona. Carlota sabía que a veces le miraba las piernas, pero no quería incomodarle y le hablaba como si no pasara nada.
Paró frente a la puerta de su casa.
- Bueno, Carlota, es aquí, ¿no?
- Sí, sí, aquí es, oiga, y muchas gracias, no sabe cómo se lo agradezco.
- No tiene importancia, mujer, es un placer.
- ¿Quiere pasar y tomar un café?
No se lo esperaba y le pilló desprevenido. Aún tenía la verga como un palo.
- ¿Un café? Claro, voy sobrado de tiempo.
Se apearon del coche y mientras abría y le acompañaba al salón, meneándole el trasero delante de él, el jefe recibió un par de llamadas. Carlota le hizo una indicación para que se sentara en el sofá mientras ella colgaba el abrigo y el bolso y con su excitante vestido blanco de franjas azules se lució al dirigirse a la cocina. Le escuchaba abroncar a su interlocutor, merodeando delante del sofá. Le vio quitarse la chaqueta y la corbata y se quedó en camisa, la camisa azul, donde quedaba más realzada la curva de su barriga.
Llevó la bandejita con las dos tazas y aún continuaba de pie discutiendo. Carlota se sentó en el borde, ligeramente mirando hacia la derecha, y cruzó las piernas. El vestidito se le corrió tanto que superó la banda de encaje y apareció un trozo de carne. Al verla en aquella postura, con el encaje de la media ya por fuera, con un trozo de muslo a la vista, mandó al carajo a su interlocutor y tiró el móvil encima de la chaqueta.
Fue a sentarse a su derecha, muy cerca de ella, quien permanecía erguida y algo girada hacia él. Casi se tocaban las rodillas de los dos. La miró con cierto descaro. Tenía el vestido muy subido. Al descruzar las piernas, quedaron las dos medias de encaje por fuera de la lana blanca y le vio las braguitas, un triangulito negro entre los muslos.
- Con todo lo que usted tiene que hacer, don Aurelio… Le estoy entreteniendo.
- No te preocupes, guapa, prefiero tomarme este café contigo que lidiar con bobos como tu marido…
Carlota sonrió, como queriéndole demostrar que no le molestaba.
- El pobre, don Aurelio.
- Es un cataplasma, Carlota, no me jodas.
- Ya se lo he dicho, es que cualquier cosa le agobia.
- Son unos putos memos, incluyendo tu marido.
- No se enfade, don Aurelio.
- ¿Y tú qué tal, Carlota? ¿Ya te has hecho a la nueva vida?
Se levantó y para no parecer descarada, se tiró del vestidito hacia abajo para taparse las bandas. Fue hacia el mueble meneándole el culo.
- Pues me está costando mucho, Don Aurelio, la verdad, y ya llevamos unos meses -. Se curvó para coger el tabaco, empinando hacia él el trasero, y se le corrió el vestido, superando las bandas de encaje nuevamente y apareciendo la carne blanquita de sus muslos. El viejo se pellizcó. Hija de perra, qué buena estaba. Se irguió, sin que se llegaran a tapar del todo los encajes, y se volvió encendiendo el pitillo -. Me aburro mucho en casa, don Aurelio, me siento muy sola, ¿sabe? He dejado a todo mi entorno allí.
Regresó al sofá. Cómo se le movían los pechos tras la lana. Volvió a sentarse de la misma manera, cerca de él, a su izquierda, con las piernas juntas, erguida y ladeada hacia él. De nuevo asomaban las bandas y se le veían las braguitas al fondo.
- ¿Te aburres en casa?
- Yo soy una mujer muy activa, por eso para mí es una novedad tomarme un café con alguien, aunque sea con el ogro del jefe de mi marido, jajajaja – bromeó dándole un cariñoso manotazo en el brazo.
- No soy tan ogro, mujer, lo que pasa es que estoy rodeado de incompetentes y tu marido es uno de ellos.
- Es que Jose llega como llega, todos los días, ¿eh? Se pone insoportable, como si no tuviéramos vida…
- Vamos, que el muy maricón ni cumple… - se atrevió.
- Ni cumple – le sonrió ella arqueando las cejas -. Como lo oye, don Aurelio, así me lo tiene de agobiado.
- Qué mariconazo. Y encima vosotras no os podéis dar un desahogo yendo de putas.
- Ni eso, jajaja – le sonrió -. ¿Usted si va de putas? – le preguntó.
- Sí, a veces me doy ese capricho.
- ¿Y su mujer?
- Ésa cabrona no se entera de nada, a su edad ya no está para muchos trotes. Y lo que haces con una puta no lo haces con tu mujer, ¿entiendes?
- Claro, eso es así, en el matrimonio siempre es igual, todo lo mismo, más aburrido.
- A mí me encanta ir de putas. A veces me gasto una pasta, me subo dos o tres y me harto de follar, ¿entiendes?
- ¿Sí? Como una orgía, ¿no?
- Más o menos.
- Bueno, si se lo pasa bien con ellas… ¿Y puede con todas? Jajajaja… - rió en tono distendido.
- Las muy cabronas me tratan como a un puto oso de peluche.
- ¿Por qué?
- Como tengo tanto pelo, les gusta tocarme la barriga.
- No me diga…
- ¿Quieres verla?
- Bueno, vale…
Comenzó a desabotonarse la camisa azul celeste, desde arriba hacia abajo. Al terminar, se incorporó y se la quitó, volviéndose a reclinar hacia atrás. Tenía una piel tostada y era muy peludo, tenía pelos largos hasta en los hombros. Poseía una barriga dura y curvada, con mucho vello alrededor del ombligo ancho, así como entre los pectorales, unas tetillas abultadas y algo fofas, con cada pezón rodeado por una corona de vello.
- ¿Qué te parece? Parezco un oso, ¿verdad?
- Sí.
- ¿Quieres tocarme? Anda, tócame la barriga.
Carlota alzó su manita derecha y plantó la palma encima de su barriga. Resplandecían sus uñitas rojas en aquella piel vasta y grasienta cubierta de pelos. Empezó a deslizarla acariciadoramente por toda la curvatura, pasando por encima del ombligo, por los laterales, notando la enorme vellosidad. La tenía dura. Se relajó mirándola.
- ¿Qué te parece?
- Como un oso de peluche, lo que dicen ellas.
Alzó la otra manita, acariciándole con las dos toda la barriga, como si fuera una gran bola de cristal. La derecha ascendía hacia los pelos del pecho, metiéndole los deditos, y la izquierda bajaba por encima del ombligo, cerca del cinturón.
- Ummmm… Me encanta cuando las putas me tocan así…
Conducía sus manitas por todos lados a modo de suaves caricias.
- ¿Le gusta?
- Ummm, sí, me recuerdas a las putas. ¿Por qué no me chupas un poquito?
- Sí, como quiera – respondió dócilmente.
Sin dejar de manosearle todo el tórax, se curvó hacia él, pegando los pechos en su costado, y empezó a estamparle besitos por la barriga, dejándole la marca del carmín.
- Ummmm, así, putita, qué bien, qué gusto…
Iba sembrándole de besos toda la curvatura, notando la piel grasienta y el roce del vello. Sacó la lengua y le metió la punta en el ombligo, lengüeteando muy despacio en el fondo. Le oyó resoplar. Mantenía las manitas encima de él. Arrastró su lengua muy despacio alrededor del ombligo, dejando un rastro de saliva a su paso. Al llevar los cabellos engominados y recogidos, no le molestaban. Le miraba al pasarle la lengua.
- Qué gusto me das, cabrona, no lo sabes bien…
- ¿Le gusta?
- Sigue…
Acercó la boca a su pecho y empezó a mordisquearle una tetilla, degustándola, tirando de ella con los labios, lamiéndosela con la punta. Le tiró de los pelos largos del medio con los labios y estiró la lengua para lamerle la otra tetilla más lejana, con los pechos muy apretujados en su costado. La mano izquierda no dejaba de acariciarle la barriga.
Apartó un poco la boca, como buscando donde besarle.
- ¿Por qué no te sacas las tetas y me las rozas?
- ¿Eso le gusta?
- Sí, anda, cabrona.
Se irguió y se bajó el escote de un lado, liberando su enorme pecho gordo y redondo. Después se bajó el otro lado, quedándose con ambas tetas por fuera. Se las sujetó por la base y se inclinó hacia él, rozando los pezones erectos por aquella barriga peluda.
- Ummmm, qué bien, putita… Muy bien… Así… Rózame, putita…
Trató de meterle un pezón dentro del ombligo. El viejo cabeceaba y la barriga subía y bajaba de manera acelerada por el estímulo de placer. Arrastró las tetas por la curvatura, conduciendo los pezones entre los pelos del pecho, aplastándolas ligeramente contra su piel, con las caras casi rozándose. Se exhalaban mirándose a los ojos. Se soltó las tetas, se las dejó reposando encima de él, y se morrearon con lengua muy despacio, de manera apasionada. La manita izquierda resbaló desde el ombligo hacia el bajo vientre, pasó por encima del cinturón y empezó a sobarle el paquete por encima del pantalón, apretándoselo con la palma, percibiendo la dureza de la verga, percibiendo sus contornos. Permanecía echada sobre él, con las tetas pegadas a la piel grasienta, morreándole y sobándole.
- ¿Quieres hacerme una mamada, putita?
- Sí, don Aurelio, estoy muy caliente.
- Vamos.
Se incorporó y se puso de pie. Le tenía toda la barriga baboseada y sembrada de besos señalados. Se arrodilló entre sus piernas y le quitó los zapatos y los calcetines. El viejo la observaba reclinado. Le tiró de los pantalones hasta quitárselos. Tenía unas piernas gruesas y muy peludas. Le agarró el slip por los laterales y los deslizó por las piernas, descubriendo su polla gorda, tan gorda que casi parecía una lata de refresco, con unos huevos bien gordos y flácidos. Tenía tanto vello que casi alcanzaba la mitad de la verga en erección.
Le dejó desnudo completamente. Quería demostrarle que era una guarra. Con las tetas por fuera, se colocó a cuatro patas y acercó la boca a uno de sus pies, apoyado en el suelo, y empezó a pasarle la lengua como una perrita por el empeine. Don Aurelio se la empezó a cascar.
- Así, cerda, lo haces muy bien…
Le pasó la lengua por encima de los dedos y le lamió el tobillo alrededor, después se irguió, caminó entre sus piernas y se curvó dándole un bocado a la verga. Apenas le cabía. Le crujieron las mandíbulas. Pero él le plantó ambas manos encima de los cabellos engominados, obligándola a metérsela entera. Retiró las manos y ella empezó a mamar subiendo un poquito la cabeza y bajándola, sin sacársela del todo.
- Bájate las bragas, puta – le ordenó tirándole del vestido hacia la cintura.
Sin parar de mamar, echó los brazos hacia atrás y se bajó las bragas negras un poco, dejando su culo al aire libre.
Así, de espaldas, con el chocho entre las piernas y las bragas bajadas, con las tetas colgando, la veía su marido desde el recibidor, mamándola a su jefe. La vio ladear la cabeza para chuparle los huevos, a mordiscos, lamiéndoselos como una perrita mientras él se la cascaba relajado. Ella misma le levantó las piernas para lamerle el culo, un ano rojizo e hinchado. Le pasaba la lengua por encima y lengüeteaba sobre él. Los huevos le botaban en la frente. Se tiró más de cinco minutos lamiéndole el culo. Después el jefe bajó las piernas. Ella se puso en pie y se sacó el vestido por la cabeza. Se terminó de bajar las bragas hasta quitárselas y arqueó las piernas montándose encima del viejo. Le clavó la verga en el chocho y la agarró del culo con sus manazas para moverla. Se pusieron a gemir los dos como locos, follando con energía. Las tetas bailaban sobre el rostro barbudo del viejo. Saltaba gimiendo a la vez que recibía azotes en las nalgas. Jose podía ver cómo la enorme verga le dilataba el coño, cómo entraba y salía, cómo los huevos rebotaban en los labios vaginales, cómo el jefe le abría y le cerraba el culo. Los gritos retumbaban. Ella mantenía una manita en cada hombro peludo del viejo. Trataba de darle un mordisco a las tetas cuando le rozaban la boca. Aceleraron, empezó a moverle el culo con velocidad, asentándola sobre la verga, hasta que emitió un jadeo escandaloso y paró con la verga encajada y las manazas sobre las nalgas. Carlota se dejó cae sobre él, acezando como una perra, reposando las tetas contra su barriga, y empezaron a morrearse y a acariciarse.
Jose vio que por el tronco de la verga, aún la mitad embutida en el coño, aparecía una gota de leche. Resbaló hacia los huevos y quedó atrapada entre unos pelos. Empezaron a caer más gotas pequeñas, formando hileras por el tronco de la verga hasta alcanzar la curvatura de los cojones. Salió de la casa. Había pasado por allí y había conocido el Mercedes de su jefe, y se lo había imaginado. Su mujer era una guarra sin escrúpulos y él un cornudo, pero sería un cornudo consentido, porque la amaba tanto que tendría que hacer la vista gorda a partir de ese mismo momento. Fin. Joul Negro.
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