Esposa, amante… y puta

Tres veces seguidas, me había llamado puta, y, casi simultáneamente, se había corrido en mis entrañas

Esposa, amante…y puta

Puta… Me había llamado puta… Tres veces seguidas, me había llamado puta, y, casi simultáneamente, se había corrido en mis entrañas… como una fiera, muy fuerte. La imagen de un picador, clavando la puya con saña, me había venido a la mente en ese instante. Así lo sentí. Con violencia.

Estos pensamientos, vagaban por mi cerebro. Desde que me había levantado, no paraba de pensar en ellos. Nunca antes, mi marido se había comportado así, con esa fiereza, con ese ímpetu, con esa potencia.

Me lavé, me peiné, y realicé mi aseo íntimo. Estaba dolorida todavía. Mi sexo y alrededores, acusaban aún los efectos de la batalla librada la noche anterior. Busqué en el mueblecito de las medicinas una crema calmante, y me la apliqué sobre los labios vaginales y la zona anal. El efecto balsámico y refrescante, me alivió mucho el dolor y escozor local que tenía.

Desayuné un café con leche y cereales, como de costumbre, y, después de recoger rápidamente la cocina, me pinté los ojos y labios ligeramente, y tomé mi bolso de mano, saliendo a la calle.

No tenía muy claro a dónde ir. Necesitaba pensar tranquilamente, sobre lo sucedido la noche anterior. Eché a andar hacia el parque. En mi cabeza, seguían las mismas escenas, a las que llevaba dando vueltas y vueltas, desde que me desperté. Entré al parque, y enfilé por uno de los paseos peatonales. El aire fresco de la mañana, acarició mi cara. Aminoré el paso, y me dejé llevar por los pensamientos.

No era ninguna puta. Tenía que aclarar con mi marido algunas cosas. No podía dejar que se confundieran las cosas. Mi matrimonio, a pesar de los años transcurridos juntos, nunca tuvo ni un solo altercado. Ningún asomo de discusión serio, ninguna acción que mereciera llamarse pelea. Es que no se podría decir, de ninguna manera, que en nuestro hogar hubiera sucedido nada, que estuviera fuera de lugar

Una duda saltó súbitamente en mi mente

¿Y si fuera eso, precisamente eso, la ausencia de una nota discordante, la falta de sorpresas, lo previsible de nuestro discurrir por la vida, lo que estaba comenzando a dejar insípido y sin sustancia nuestro existir?

Quería a mi marido, no tenía ninguna duda. Jamás me había imaginado mi existencia sin él. Habíamos sido felices hasta ahora, no había echado nada el falta. Bueno, mirando hacia atrás con autocrítica, podría decirse que demasiado normal, demasiado dentro de los cánones considerados normales. Quizás fuera eso. Una vida matrimonial, sin apenas estímulos que la hicieran crecer y desarrollarse. Porque, si bien era cierto, que no nos habíamos llevado mal, no era menos cierto, que no habíamos tenido iniciativas, -ninguno de los dos,- para hacer que nuestra vida sexual, tuviera un cambio de color, algo que hiciera cambiar el sabor del juego amoroso.

En mi subconsciente, también sentía de alguna manera, una necesidad de cambiar. Había comenzado a leer relatos de sexo. Había leído muchas historias sexuales raras. O, al menos, eso pensaba hasta ahora. Que eran raras. Historias de encuentros a través de citas a ciegas, tríos, infidelidades, dobles penetraciones, anal

Últimamente, leía relatos eróticos. En secreto. No me atrevía a contarle a mi marido que lo estaba haciendo. De hecho, me sentía culpable por hacerlo de esa manera. No fué intencionado. Encontré con una web de relatos eróticos, y casi sin darme cuenta, me aficioné a leerlos. Fue más por curiosidad, que otra cosa. Pero comencé a preguntarme por qué había tantos lectores de relatos. No lo acababa de comprender. Mi forma de pensar, establecía que el sexo, sólo tenía un lugar y un tiempo: el lecho matrimonial, y la noche.

No comprendía cómo los lectores decían excitarse, mientras leían los relatos. A mí no parecía afectarme eso. Al menos hasta ayer, no parecía afectarme de ninguna manera.

Pero ayer, leí un relato de infidelidad, donde la esposa, harta del sexo cotidiano e insulso del marido, dejó que se le acercara un chico joven, que le regaló el oído con dulces palabras. Ella, que estaba muy deseosa de oírlas, se dejó llevar por su calentura, y decidió que ya no se iba a privar ni un día más, de los placeres del sexo furtivo. Después de unos breves escarceos, donde pudo apreciar al tamaño de la herramienta de su joven pretendiente, accedió a los deseos del joven, con la condición de que, no sólo quería sexo normal y corriente, pues su fantasía, era tener también una penetración anal. No lo había probado nunca, pero no se iba a privar de hacerlo.

El relato de la batalla de la infiel, con el joven amante, me había puesto caliente. Por primera vez, supe lo que era tener ardores, tanto en mi sexo, como en mi ano. No me lo explicaba, pero algo se había despertado en mí, que antes estaba dormido. Me ardía, y me mojaba. Anduve todo el día así, excitada, caliente. Esta sensación era nueva para mí, pero no me disgustaba.

Esperaba con cierta impaciencia a que llegara la noche. No me atrevía a hacer partícipe a mi marido de mis sensaciones, aunque, cuando vino por la tarde de trabajar, fuí más atenta con él, que de costumbre.

Cuando nos fuimos a la cama, él estaba con ganas de jugar. ¿Quizás las atenciones vespertinas habían hecho efecto?. Seguramente sería eso. Con un poco acostumbrado entusiasmo, comenzó a besarme su boca, los pechos, acarició mis pezones… ¡Ohh, me estaba calentando mucho, por momentos…!

Sí, le notaba muy excitado. De hecho, hacía mucho tiempo que no le notaba semejante erección. La tenía bien gorda, y bien dura. Me la clavó, sin demasiados preámbulos. A fondo. Pero yo estaba muy excitada, y tenía mi sexo abundantemente lubricado. No me hizo daño. Se movía despacio, haciendo que la polla llegara al fondo de mi pasaje, y volviendo atrás igualmente, despacio, sin dejar de moverla. Me estaba poniendo como nunca antes había conseguido ponerme. Muy excitada.

De pronto me vino a la cabeza el relato de la infiel… Mi sexo ardía, mi culo, también. En ese momento, hubiera deseado tener el joven, para mi otro agujero.

Pero, ¿Qué estaba pensando? ¿Estaba deseando lo que de hecho era una infidelidad?. No me reconocía a mí misma, estaba muy caliente, mucho. ¿Pero… por qué iba a desear al joven, si tenía allí mismo un amante, con una polla muy gorda incrustada en mi sexo….?

Miré a mi marido, le sonreí, y le retiré suavemente saliéndose de mí. Me dí la vuelta. Alguna vez, (pocas desde luego), habíamos hecho el amor en la postura del perrito. Por eso, se sorprendió cuando me puse en la posición de cuatro, y le dije:

-Ven

Me ensartó de nuevo, y creí volverme loca de placer. Tenía la polla como nunca de dura y grande. Casi me corro en ese momento, pues él, se estaba esmerando en pellizcarme los pezones y en acariciar mis glúteos, mientras me los palmeaba tímidamente. Creo que en ese momento, me dí cuenta de que mi marido estaba tan excitado, sólo por que yo, también lo estaba. Quizás debería subir un peldaño más, y hacer que esa noche, fuera realmente inolvidable para él, y para mí.

Volví la cabeza, y con el tono de voz más caliente que supe poner, le dije:

-Ven, cabroncete… ¡fóllame el culo!

Puso cara de sorpresa, abrió desmesuradamente los ojos, y, por un momento, pensé que me había pasado. Desde luego, no se lo esperaba.

Pero enseguida pude comprobar que no estaba enfadado. Me untó el ano con saliva, y comenzó a introducir un dedo. Me hacía daño, un poco, pero se fue acomodando. Con una nueva aplicación de saliva, y ya, pudo apuntarme otro dedo adicional. Los giraba suavemente, con cuidado.

Humm,… ¡no sabía que supiera hacer estas cosas tan bien…!

Cuando finalmente, sentí la punta de su polla en contacto con mi ojete, no pude resistir más. Me dejé ir hacia atrás, y el capullo, con un gemido de mi boca, se introdujo dentro de mí. Respiré hondo. Mi marido, se quedó inmóvil, seguramente, no quería estropear con alguna brusquedad inapropiada, la dulzura de aquel momento. Sí, me acordé de la infiel, de cómo se la habían enculado en el relato. ¡Yo también iba a disfrutarlo, y no tenía que ser infiel…!

Humm… Me ensalivó aún más y me fué empujando. ¡Sí, me sentía como una mujerzuela, pero, qué gusto…!

Los testículos de mi marido me saludaron a las puertas de mi vagina, era increíble, me la había metido hasta el mango.

¡Uffff…! me comenzó a bombear, suave. Por momentos, mi culo se dilataba. Ya no había asomo de dolor, no. En cambio, una extraña sensación de plenitud, me invadía. Mi marido, ya estaba como un toro bravo, me embestía con furia, yo gemía, pero a causa del mucho gusto que estaba experimentando.

Ambos estábamos escalando la cumbre más alta de placer, que nunca antes, habíamos ni siquiera intentado. Sí, notaba que él, lo estaba disfrutando. Mi esfínter le propinó algunos espasmódicos apretones, que, de forma involuntaria, me sobrevenían a cada momento.

Hasta que ocurrió aquello. Sorpresivamente, mi marido, que apenas nunca antes, decía nada mientras hacíamos el amor, gritó;

-PÚTA,… PÚTA,… PÚÚÚÚÚÚTAAAAAAAA

Y a la vez que apretaba muy fuerte, sujetándome por las caderas, se corrió inmediatamente. Con mucha fuerza, con abundancia.

Me quedé impactada, pero me corrí casi a la vez que él. Súbitamente, como una burra. Jamás hubiera pensado, que podría correrme con la polla incrustada en mi culo. Con un sonoro alarido. Como se derrama el cava, cuando se descorcha una botella, inevitablemente.

Quedamos exhaustos. Cuando se retiró, se acurrucó junto a mí, me besó, y me dijo:

-Mi vida, te quiero, te adoro… gracias.

Rodeé su cuello con mi brazo, y acerqué mi cara a la suya.

El cansancio y el sueño, nos venció enseguida.

Pero esta mañana, me levanté desasosegada por el extraño comportamiento de mi marido. ¿Por que me llamaría puta, precisamente en ese momento?

Tenía que aclararme eso, pues no acababa de entenderlo.

Cuando llegué a casa, un mensajero me estaba esperando en la puerta.

-¿Doña Julia Rodríguez?

-Sí, -respondí.

-Traigo un ramo de rosas para usted.

-¿Un ramo de rosas? -pregunté extrañada.

Y diciendo esto, sacó de la furgoneta un precioso ramo de rosas, con un sobre, que contenía una nota.

Con manos nerviosas, rasgué y abrí el sobre.

"Con todo el cariño, para mi mujercita, la preciosa "puta", la mujer a la que más quiero en este mundo, de tu "cabroncete" maridito".

Quedé con la boca abierta. Sobraban las explicaciones. Nada que aclarar. Ese peldaño, que anoche subimos, nos había unido mucho más.

Y yo, desde luego, no pensaba volver a bajarlo nunca.

A partir de ahora, sería mucho más puta.

Todo lo que quisiera mi cabroncete maridito.