Esplendor en la cocina
Una pareja al borde de la separación intenta salvar su relación con un polvo en la cocina.
No habían tenido el mejor de los viajes. En realidad había sido un desastre, una travesía por el infierno aderezada con gritos y silencios a partes iguales. Una odisea capaz de terminar con una relación o de fortalecerla. Según las estadísticas, existían más probabilidades de que todo terminara con un triste y solitario “adieu”, y todo hacía pensar que aquella sería una más de aquellas parejas que terminaban con su historia en común tras unas vacaciones que no habían salido como lo esperado.
Ella limpiaba la cocina, mientras él meditabundo contemplaba el televisor, sin prestar atención a las tristes noticias de siempre. Tenía la mente en otro lugar, muy lejano, anclado en el pasado, repleto de momentos íntimos acaecidos en ese mismo sillón desde el que, impotente, veía a su mujer trabajar sin descanso, liberando así la furia que la carcomía.
En su mente, las imágenes de pasión se tornaron en otras de desesperación, en las que su amada se alejaba de su lado cada vez más, hasta fundirse con el horizonte. Llegado a ese punto, se dijo que no podía dejar que en unos días se echara a perder lo que habían construido juntos durante meses. Con paso decidido, y aliviado, pues sabía qué hacer, entró en la cocina.
Su mujer terminaba de lavar la fuente de los macarrones de la cena. El suave pelo negro caía en cascadas por su espalda, ocultando gran parte del ajustado top que había llevado durante el viaje y que delineaba sus sinuosas curvas, que tanto le gustaba acariciar. Se acercó lentamente sin hacer ruido. Acerco sus labios a su oído y le susurró:
- Lo siento, he sido un estúpido. No soporto estar así contigo, te quiero.
La hasta entonces tensa figura de ella se relajó, y bajó los hombros receptiva a los besos de su marido, que pronto los recubrió de suaves besos. Sus manos se apoderaron de sus caderas y las atrajo hacia sí, mientras sus labios iban dirigiéndose a la nuca de su amor, que dejó la fuente en el fregadero, presa ya del incipiente placer que nacía en su bajo vientre.
Apoyó sus manos en el borde de la pila y se dejó querer. Él no cesaba de besarla y tocarla, colmándola de cariño. Su top pronto se perdió en el interior del cuarto de la lavadora, lanzado en un arranque de frenesí por su amado, que la volteó hasta quedar cara con cara, pecho con pecho, sexo con sexo. Se abrazaron como si fuera la primera vez. Las lágrimas de él surcaron sus mejillas mientras con un prolongado beso, expresaba todo lo que no podían sus palabras. Ella las fue secando beso a beso. Se miraron fijamente y por primera vez en muchos días, se sonrieron. Sus fuertes manos, la alzaron hasta colocarla sobre la pila. Ahora sus pechos quedaban al alcance de su glotona boca, que no tardó un instante en hacerse con sus pezones, para jugar con ellos hasta saciarse. Sus dedos contorneaban su estómago, acercándose al monte de Venus, aún cubierto por una inoportuna falda, que no tardó en bajar, ayudado por ella, que, libre de tan inconveniente prenda, abrió sus piernas para alojar entre ellas a su amor. Pero este aún permanecía en sus senos, lamiéndolos rítmicamente hasta que se pusieron bien duros.
Entonces, con su lengua fue lamiendo lujuriosamente su pecho, bajando por su estómago, hasta llegar a la selva que precedía a la gran cueva de su amor. De un salto, atravesó el rizado bello y cayó en medio de sus labios, introduciéndose ligeramente en su vulva, pero lo bastante como para arrancar un gemido de ella. La lengua trató de zafarse de los labios que lo empujaban hacia el interior de la cálida caverna, pero por mucho que se movía, no podía salir de allí. A medida que se hundía, ella se iba retorciendo de placer más y más, hasta que no pudo aguantarlo.
- Te quiero dentro de mí - gritó ciega de gozo.
Solícito, él se incorporó. Acercó su miembro ya duro a su vagina, y lentamente fue abriéndola centímetro a centímetro, sintiendo cómo esta lo engullía en sus entrañas, de las que no lo dejaría escapar.
Una vez estuvo todo su pene dentro de ella, sus lenguas se entrelazaron en un salvaje juego de dominación que terminó ganando ella, pero poco le duró la victoria, pues cuando él comenzó a sacar su pene de ella para volver a introducirlo con más fuerza aún, su boca se abrió en un quedo gemido mantenido durante unos segundos interminables, que terminaron cuando, tras la explosión de placer de su amor en su interior, le sobrevino el orgasmo más intenso que había sentido jamás.